18. Las visiones.
El baile que parecía ir a la perfección terminó en una tragedia. Los guerreros Ingleses se llevaron al rey Enrique hasta sus aposentos hasta que todo volviera a la normalidad mientras que Belmont estaba en su trono siendo atendido por médicos.
—¿Te encuentras bien, abuelo? — Alan le pregunta, sosteniendo su mano a su lado. A pesar de todo, todos están preocupados por él, desde la reina hasta sus nietos.
—Estaré bien. — intenta controlar su exasperada respiración.
—Su corazón casi deja de funcionar por completo. Fue un milagro que Vittorio llegara a tiempo. — dice el doctor, guardando todos sus instrumentos en el maletín. — Le recomiendo estar en reposo por unos días y no recibir emociones fuertes. Puede subir su presión y eso sería más complicado.
—Nos encargaremos de que así sea, no se preocupe. — la reina dice. — Muchas gracias por sus servicios.
—Siempre será un placer. — hace una reverencia y la princesa Gertrudis lo acompaña hasta la puerta. El coronel Cristóbal seguía con los demás, amontonando y quemando los cuerpos de los guerreros muertos respetando sus memorias con un minuto de silencio.
—Deberías estar recostado, no aquí. — dice Aarón. También está preocupado por su abuelo.
—No, me quedaré aquí un poco más.
—¿Para qué?
—El rey Enrique sigue aquí. Le debo una explicación.
—¿Y qué explicación le darías? ¿La verdad o una mentira? — Alan suelta su mano y se coloca del lado de su hermano.
—La verdad, diré la verdad.
—¿Y cuál es esa verdad? Me gustaría escucharla. Quizás podría darle mi opinión. — Tomasia reprende a su nieto con una mirada. Pese a que está de acuerdo, lo que menos quiere en este momento es que Belmont empeore su estado de salud.
—No te preocupes, hijo. Sé que hacer. Después tú y yo hablaremos. — Alan confía en eso, así que se marcha junto con Aarón y se encuentra con Helen en los pasillos. Ha estado muy nerviosa y preocupada por la situación de Sylvie.
—¿Cómo está? — les pregunta.
—¿El abuelo? — Aarón frunce el ceño.
—No, Sylvie. ¿Qué fue lo que Vittorio le inyectó?
—No lo sabemos. — Aarón contesta mientras Alan se sumerge en sus pensamientos sin decir una palabra. — ¿Alan? — ambos notan su desconcierto, pero él solo camina rápidamente hasta Vittorio mientras ellos lo siguen. — ¡Alan!
Sujeta a Vittorio del cuello y lo estampa contra la pared bruscamente.
—¿No que estabas suspendido? ¿Qué demonios haces aquí? — le pregunta muy enojado.
—Alan, suéltalo. — Aarón lo hace entrar en razón y lo libera. Aunque Vittorio también sea autoritario, su miedo es evidente cuando está frente al príncipe.
—¿Qué le inyectaste? ¿Dónde está? — intenta no agredirlo nuevamente.
—Está donde están las demás. — mira a Helen, como si estuviera revelando algo que ella no debería saber. — Y lo que tenía la inyección era un neutralizador. Una poción especial creada por brujas que impide el uso de cualquier...cosa fuera de lo posible. A penas la pude obtener.
—Tal parece que no dejas de meterte en problemas, Vittorio. — Aarón dice.
—Lo que hice...fue salvar a mi rey. Es lo que siempre he hecho.
—Y matar a mi padre también. — Helen lo mira con furia y tristeza al recordar lo que tanto le ha costado aceptar. — No deberías estar vivo.
—¿Y por qué no me matas tú misma?
—Cuida tus palabras. — el príncipe le advierte.
—Lo haré, no tengas prisa. Pero antes me aseguraré de que sientas todo el dolor que provocaste en mi familia. — incluso él puede percibir la ira con la que lo mira mientras dice lo que parece ser un juramento.
—Alan, Aarón, hijos. — Cristóbal se les acerca. — El rey los necesita en el trono. El rey Enrique está allí. — les informa, Vittorio se retira y ellos acompañan a su padre. Mientras Helen, tratando de controlarse, camina por los corredores que conducen a la cocina, incluyendo el que lleva hasta la biblioteca. "Está donde están las demás". Sabía perfectamente a qué se refería. Quizás era momento de dejar el miedo atrás y enfrentar lo que sea que el rey esté escondiendo.
Mira sus manos y confía en que su poder no la dejará sola esta vez.
—¡Hey, señorita! No puede andar por estos lados. Está prohibido. — les dice uno de los guardias que protegen la entrada.
—¡Oh! Disculpe, quizás me perdí. Soy nueva aquí. — esboza una fingida sonrisa. — Pero ya que estoy aquí, ¿podría sacar algún libro que me ayude a lidiar con el aburrimiento?
—No puede estar aquí, ya se lo dije. — repite con cara de pocos amigos.
—Entonces tendré que hacer esto por las malas. — se echa hacia atrás y abre sus manos con la esperanza de que su poder emerja, pero no sucede. Los guardias se miran entre sí con el ceño fruncido y se ríen de ella. — ¿Y ahora qué pasa? — mira las palmas de sus manos muy confundida.
—Señorita, será mejor que se vaya. O me obligará a usar la espada.
—Bien. Hágalo y veremos qué pasa. — quiere probar los límites de su magia. — ¡Adelante, háganlo! O no son capaces de actuar sin que su rey se los ordene. — los provoca con éxito y uno de ellos presiona el pico de su espada en su cuello.
—Lárguese por las buenas, le daremos una última oportunidad.
—¿Y qué pasa si no lo hago? — ladea la cabeza y la sujeta fuertemente del brazo para sacarla de allí. — ¡Suélteme! — intenta zafarse pero es más fuerte.
—Se lo advertí.
—Sí, yo también lo hice. — cuando está lo suficientemente furiosa, toca el brazo con la que la sujeta y lo hace gritar del dolor, ya que se lo ha quemado. El otro guardia se acerca pero cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir, ambos tienen los ojos en blanco y completamente inmóviles. No entiende cómo lo ha hecho pero supone que es lo que necesita ahora. Camina entre ellos mientras le ceden el paso y abren los portones de la biblioteca para que pueda entrar. ¿Así de sometedora era su magia?
Mientras entra y camina por las altas estanterías de libros, una diminuta esfera de luz posa frente a ella y la guía con las demás en tanto ilumina su camino. Simultáneamente, de cada una de ellas también sucede lo mismo y su confusión se esclarece cuando la puerta se abre y Helen las ve. Las siete esferas de luz se acercan, adornando el circular espacio vacío que divide las celdas con su luz. Las cinco se levantan y la miran como si de un milagro se tratase. Menos Sylvie, quien sigue dormida por efecto de la inyección.
—¡Eres tú! ¡Nos encontraste! — Cinco dice. Ya la había visto en sus visiones del futuro.
—¡Oh por Dios! ¿Ustedes son...?
—Somos lo mismo que tú. — muestran las marcas en sus brazos. — Te hemos estado esperando por años.
—¡Sylvie! — corre hasta su celda pero aún sigue dormida.
—No despertará. No por unas horas. Una poción de bruja siempre es duradera. — Cinco le dice.
—¿Cómo sabes eso? — se vuelve a acercar mientras las demás escuchan con atención.
—Veo...cosas. Es parte de mis dones. Cada una de nosotras lo tiene.
—¿Y por qué no usan esos dones para salir de aquí?
—Es curioso que el príncipe Alan me hiciera la misma pregunta.
—¿El príncipe Alan ha estado aquí? — frunce el ceño mientras algo le oprime el pecho.
—Sí, pero no dejamos que nos liberara. Sabíamos...sabía que ibas a venir aquí, así que cambiamos nuestros planes.
—Ella los cambió, nosotras hemos querido y hemos tenido la oportunidad de escapar de aquí, pero como no tenemos a dónde ir y parece la única en saber dónde podríamos refugiarnos, hemos confiado en sus visiones. No sé qué más esperamos. — dice Sofia, la cuarta estrella.
—Entonces lo rumores son ciertos. ¿Cuánto tiempo llevan aquí?
—Vimos al príncipe crecer desde la sombras del castillo, con eso te lo decimos todo. — Helen no puede creer lo que escucha. — El rey nos ha cazado durante años para cumplir una profecía. Para obtener la inmortalidad mediante un ritual.
—¿Mediante un ritual? ¿Qué tenemos que ver en eso?
—Porque el sacrificio somos nosotras. Dicen que una gota de nuestra sangre le bastaría pero no se conforma. Nunca es suficiente para él. — puede ver la frustración en cada uno de sus ojos. ¿Qué se sentirá estar encerrada por tantos años? Helen jamás lo soportaría, pero supone que no tenían más opción. — Tú eres la última pieza pero aunque estás aquí, algo me dice que el rey no tiene ni idea de eso.
—Y jamás lo sabrá, me llevaré el secreto a la tumba. Así nunca completará la demencia que piensa realizar.
—Pero lo hará, tarde o temprano, porque estamos destinadas a destruirlo.
—¿Cómo lo destruiremos si seremos sacrificadas?
—Déjame mostrarte. — extiende su mano por el hueco de las rejas. — Será doloroso pero al menos así sabrás la verdad. Sabrás la razón de mi paciencia. — una lágrima desciende de sus ojos y hace que Helen tenga empatía. Traga hondo, une su mano con la suya y con el centelleo de sus ojos, entra en su mente.
"Bosques, muchos árboles florecientes, un templo abandonado donde se ocultan los paganos, libros con símbolos extraños, un apuesto chico de túnica marrón y tatuajes, y las siete estrellas con vestidos elegantes bailando en la pista de baile sin esconderse de nadie".
Sin resistirlo, Helen intenta retirar su mano pero Cinco la sujeta fuertemente.
"Noches ardientes llenas de placer con el príncipe Alan, la coronación, Helen destruyendo un templo, Alan apuntándole con su arco y con los ojos inyectados en sangre, la lanza hacia ella".
Helen abre los ojos y se aparta bruscamente sin articular una palabra. ¿Qué había sido todo eso? ¿Qué tanto podría pasar? Coloca la mano en su pecho mientras intenta recuperar el aliento y calmar sus nervios. ¿El príncipe Alan sería capaz de matarla? ¿Por qué?
—Tú...quieres que sea reina. Eso es lo que haz estado esperando por todos estos años, ¿no es así? — cree entender lo que sucede.
—La corona te pertenece y también nos pertenecerá a nosotras. Actuar sin pensar en las consecuencias no nos beneficia, no tenemos a dónde ir ni quién espere por nosotras de todos modos. Si no interferimos en el futuro, nuestra libertad será asegurada y parte de la riqueza del castillo también.
—¿Cómo estás tan segura de que tus visiones no podrían fallar?
—Hasta ahora ninguna lo ha hecho. Sabía que vendrías aquí y así pasó, ¿qué más necesitas para confiar en ello?
—¿Qué piensa el príncipe Alan de todo esto?
—No lo sabe, todavía. Le di pinceladas pero creo que no las entendió. O quizás solo lo oculte para sí mismo. De todos modos nadie más que tú debería confiar en él. Por eso no aceptamos su ayuda.
—¿Y si decido cambiar esas visiones? ¿Qué pasaría?
—Todo lo que viste de una forma u otra pasará. Será mejor que no te resistas.
—Hemos intentado escapar muchas veces. Ninguna funcionó. Siempre volvía a atraparnos. Es una pesadilla. — dice Sofia, mientras las otras en silencio, lloran. — Tú eres nuestra única esperanza. — sus palabras la conmueven.
—¿Qué debo hacer? — está dispuesta a hacer lo que sea. Si era cierto que el príncipe sería capaz de asesinarla, ¿qué más da?
—Te lo contaremos, pero debes guardar silencio hasta que sea necesario. — el misterio y la intriga carcomen todo su interior mientras se prepara para escuchar cada detalle.
En el trono.
El rey Enrique estaba frente al rey Belmont mientras esperaba sus explicaciones. Sus guardias ya no confiaban en la seguridad del castillo, así que lo acompañarían a todas partes de ahora en adelante.
—Debo pedirle una disculpa por lo ocurrido esta noche. Francia oculta muchos misterios y a veces tenemos que enfrentarnos a ellos. — Belmont dice con la reina Tomasia, la princesa Gertrudis, el coronel Cristóbal y sus nietos de su lado. — La chica de hace rato, era una bruja. Mis guerreros la tenían encerrada por precaución. Hay muchas como ella en las oscuridades del pueblo. — Alan y Aarón se miran porque saben que es mentira.
—Ya veo. ¿Y dónde está ahora? — Enrique pregunta.
—Ha sido decapitada en las mazmorras. — vuelve a mentir.
—¿Y cómo podemos comprobar eso?
—Si quiere puedo pedirles a mis guardias que traigan su cabeza hasta aquí, solo que lamentaría mucho si el hedor o la sangre no se quite por algunos días.
—Está bien, no lo doy por necesario. Al menos no ahora. El baile me dejo algo...cansado pero agradezco la hospitalidad. Resultó increíble. El baile fue increíble. — mira al príncipe Alan, quizás sabe que se refiere a su baile con Helen en específico. — Princesa Gertrudis, es usted muy buena en esto. No lo olvidaré. — ambos se dedican una ligera reverencia.
—Si decide firmar el acuerdo antes y regresar a su país por temas de seguridad, lo comprendería.
—No. El viaje fue muy largo y estresante, así que haré que valga la pena. Me quedaré un poco más. Francia resultó ser aún más interesante de lo que me imaginé. — Alan pone los ojos en blanco. — Espero que se encuentre bien. — señala su corazón por lo que sucedió.
—Sí, está bien, no se preocupe. Debe guardar reposo y estar tranquilo por unos días pero se recuperará. — Tomasia responde con una sonrisa.
—Perfecto. Con su permiso entonces me retiraré. Ha sido una noche muy larga.
—Que descanse, Rey Enrique. — la princesa Gertrudis le dice y los guardias lo acompañan hasta su aposento.
—Creo que yo también debería irme a descansar. — Belmont intenta levantarse pero al casi caerse, Alan y Aarón lo sujetan fuertemente. — Parece que también me están fallando las piernas. — se ríe de sí mismo.
—Casi mueres hoy padre. Es un poco comprensible. — la princesa Gertrudis también se acerca. Con ayuda del coronel Cristóbal, lo llevan hasta su aposento y lo acomodan en la cama. Mientras todos se aseguran de que tenga lo que necesite, les pide un momento a solas con su nieto Alan.
—¿Qué más necesitas, abuelo? — se queda de pie.
—Creo que a ti también te debo una disculpa.
—No es necesario en este momento.
—Para mí sí lo es. Ven, siéntate. — con palmadas, le indica un espacio de la cama en el que Alan se sienta. — Sé que nuestra relación ha sido un tanto defectuosa pero...el amor sigue ahí. La sangre Rutherford sigue ahí. — sostiene su mano. — Y hoy me lo demostraste cuando quisiste protegerme de esa chica y sostuviste mi mano hasta asegurarte de que estuviera bien. Eso es lo que se hace cuando amas a alguien.
—No creo que conozcas el amor. De hecho, ni siquiera yo.
—El amor no es algo que conoces, es algo que se siente. — casi parece sorprendido por sus palabras. El despiadado rey Belmont hablando de amor. — Es lo que siento por tu abuela. Aunque no lo parezca, me enamoré perdidamente de ella en cuanto la vi. — se sumerge en sus recuerdos. — Éramos un matrimonio arreglado pero...poco a poco fue lo mejor que nos pudo pasar.
—Nunca nos habías contado esto.
—Pensé que no era relevante. O quizás...tenía la cabeza en otras cosas. — Alan resopla. — Pero a cambio de otros esposos, yo jamás le fui infiel. Jamás tuve amantes ni siquiera en sus tantos 9 meses en cinta. Siempre la respeté, al menos en ese sentido. Algunas veces... cuando algo no iba bien, descargaba toda mi rabia en ella. No la golpeaba, pero...le alzaba la voz y...la lastimaba en la cama. — Alan incluso ni podría imaginárselo. — Ahora ya estamos viejos para remediar todo eso y en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo nos pasó. Ahora que pronto te casarás, quiero que aprecies cada momento de un buen matrimonio antes de convertirte en rey. Quiero que seas feliz.
—Parece que haces todo para que eso no suceda. ¿Cómo podría ser feliz mientras sigas haciendo todo esto? — mantiene la voz baja. No quiere exaltarse y empeorar su salud.
—Sé que es cruel pero quiero que tengas una vida sin sufrimiento que yo no pude tener. Vi a toda mi familia morir cuando apenas era un niño y no pude hacer nada. Mi abuela, mi madre, incluso mi padre y tuve que asumir la corona con 11 años. No tuve una linda niñez que pueda recordar. Ellas solo son un alto precio que estoy dispuesto a pagar con tal de proteger y asegurar la vida eterna de mi familia.
—¿La vida eterna? ¿Acaso puedes darte cuenta de lo ridículo que eso se escucha?
—Es posible. Todo en Francia, es posible y tú mismo lo has visto. Los Tenebris, los paganos, las brujas, todo lo raro que pasa. Todo eso ya no sería un problema. No tendrías que ver a tus seres queridos morir en frente de ti.
—Pero siete mujeres inocentes morirían.
—No es necesario que mueran. — Alan lo ve con impresión. — Las he tenido encerradas durante mucho tiempo pero nada les ha faltado. Buena cama, comida, ropa. Quizás no puedan ver la luz del sol pero están aquí por un propósito que incluso ellas entienden. Por algo no las pudiste liberar en cuanto tuviste la oportunidad.
—Quizás ya están tan traumatizadas que lo único que conocen es tu prisión. — deja al rey en silencio por algunos segundos. — No estoy de acuerdo con esto y jamás lo estaré, digas lo que digas. Pero viéndote ahora, creo que la vida no te dará lo que quieres. Tú mismo lo dijiste: el tiempo nos pasó. Si no pudiste cumplirlo en 18 años, menos lo harás ahora. — se levanta. — Buenas noches, abuelo. — es lo último que dice y sale del aposento.
Amanece.
Helen no pudo pegar el ojo en toda la noche pero aun así, se levantó y se integró a sus actividades del día puntualmente. Si algo bueno tenía, era acostumbrarse rápido a nuevos horarios.
—El príncipe Alan desayunará en sus aposentos esta mañana. — le avisa la mucama. — Parece que no está de buen humor hoy. No lo agobies. — le dice como si ya la conociera. — Acata todas sus órdenes sin cuestionar y si no tienes nada que hacer, ven a ayudar en la cocina en vez de pasearte y cantar junto a los músicos del castillo. — deduce que la había visto cantar y bailar con ellos ayer. — Aquí está todo. Prepara la bandeja y llévala a sus aposentos. — le muestra todos los ingredientes y después de prepararlos, los coloca en una bandeja plateada y camina cuidadosamente con ella. El rey estaría descansando por algunos días, así que quizás desayunar en los aposentos se deba a eso.
Toca la puerta y al oírlo permitirle pasar, lo hace. Sin mirarlo, coloca la bandeja sobre la mesa de su lujoso comedor de aposento y acomoda su silla.
— ¿Desayunará ahora? — le pregunta y nota que hay un... ¿corsés de mujer en el suelo? Y aunque se muere de la intriga, no le pregunta nada.
—Sí, después de que ella se vaya. — contesta cortantemente. ¿Ella, quién? En cuanto se lo pregunta, sale una chica peli roja del baño, recogiendo todas sus pertenencias. Se veía muy animada, dándole miradas provocativas al príncipe antes de salir. Helen no podía ocultar su mala cara y la miraba como tal. ¿Qué esperaba? Era un hombre con "necesidades" después de todo. El príncipe termina de arreglarse el traje y se sienta para desayunar mientras le sirve jugo.
—¿Dormiste bien? — Alan nota su molestia.
—No mejor que usted, seguramente. — está muy enojada. ¿O celosa sería la palabra adecuada?
—¿Estás celosa?
—No diga tonterías. No tendría porqué. — el príncipe esboza una media sonrisa y sigue desayunando. Parece disfrutarlo.
—¿Ya viste al rey Enrique? ¿Ya le diste los buenos días? — cambia de tema.
—¿Por qué debería darle los buenos días?
—No sé, pareces disfrutar de su presencia. Anoche se veían muy bonitos bailando. — cualquiera podría notar su ironía.
—¿Está celoso? — juega con sus monedas. — A veces parece que siente que tiene poder sobre mí.
—¿Y no lo tengo?
—Sabe muy bien que no. Nunca lo ha tenido. Estoy aquí por una razón.
—Sí, porque yo decidí que fueras mi sierva.
—Eso solo es algo colateral.
—Me sorprende que todavía no preguntes nada sobre Sylvie. Anoche parecías estar muy preocupada. — el tema la pone nerviosa pero sabe sobrellevarlo.
—La gente piensa que es una bruja y escuché esta mañana que dijeron que la habían decapitado. Sea donde sea que esté, está mejor ahí. Si no la mata el rey la matarán las personas que crean en eso.
—Cuando dijo que tenía estos dones me costaba creerlo. Ahora todo me queda claro. Son más peligrosas de lo que pensé. Quizás que estén encerradas es lo mejor. — que el príncipe diga esto, la decepciona mucho.
—Pensé que Sylvie era su amiga. ¿Cómo puede decir eso?
—La salvaría de ser necesario pero ya lo dijiste. De momento, será mejor que se quede donde esté. Ahora tengo otras prioridades.
—¿Cómo cuáles?
—Librarme del rey de Inglaterra, antes de que me vuelva loco y ponerle un alto a los Tenebris. Todavía no sabemos quién intentó asesinar a mi madre pero Aarón se encargará de eso. — se levanta de la mesa. — Iremos al pueblo más tarde, quizás puedas ver a tu madre. — esto sí que la pone muy contenta.
—Eso me pondría muy feliz. — sonríe y Alan contempla a su belleza.
—Te ves hermosa cuando sonríes. — mira sus labios, haciéndola ruborizarse. — Si no fueras tan necia...
—No seré una más del montón. Sé que le debo mucho pero jamás podría pagarle de esa manera. Tengo sueños que cumplir.
—¿De qué estamos hablando? — frunce el ceño con una sonrisa. — ¿Qué sueños?
—Es algo que no entendería. — y sí lo hace, pero es muy orgulloso para decirlo primero. — ¿Necesita algo más? Si no es así, limpiaré la mesa. — ante su silencio, ella solo recoge los platos y los lleva hasta la cocina. Dejando al príncipe muy fascinado.
—Hijo, ¿puedo pasar? — la princesa Gertrudis se asoma.
—Por supuesto madre.
—¿Cómo estás? No vi a Aarón en sus aposentos, ¿sabes dónde está?
—Investigando, seguramente. Alguien intentó envenenarte, ¿lo recuerdas? — se arregla el cabello en el espejo.
—Honestamente no es algo que me preocupe en este momento.
—¿También te abruma la presencia del rey Enrique?
—No, al contrario, me parece un joven agradable aunque...algo extraño. Lo que me atormenta ahora es otro tema. — lo mira a través del espejo.
—¿Qué cosa? — frunce el ceño.
—Tus...aparentes sentimientos por la jovencita Laurent. — se queda en silencio mientras lo asimila. — Todos vimos cómo se miraban en el baile. Cómo la protegiste. Y si nos ponemos a recapitular cada cosa que has hecho solo para mantenerla a salvo, me hace deducir lo que ahora pienso.
—Dilo. — le da luz verde.
—Estás enamorado de ella, pero también eres muy orgulloso para reconocerlo. También estás en una balanza de lo que el reino te exige a lo que quiere tu corazón y sé lo asfixiante que eso puede llegar a ser. — Alan intenta calmar el choque de sentimientos que tiene en este momento mientras respira profundamente. — ¿Estoy en lo correcto verdad?
—No importa lo que sienta. No te decepcionaré, puedes estar tranquila.
—No se trata de eso, Alan. Solo velo por tu felicidad.
—¿Mi felicidad? ¿Y qué harás? ¿Tocarás la puerta de la familia Robledo y les dirás: mi hijo decidió no casarse de la noche a la mañana? ¿Con qué corazón podría poner a Turquesa en tal vergüenza?
—Entonces no es a Turquesa a quien amas, sino a...Helen, ¿verdad? — mira a los ojos a su hijo. Sabe que no podría mentirle, al menos no a su madre.
—No sé lo que es pero...no la quiero perder. Cuando...está en peligro yo... dejo de ser yo. Es como si todo desapareciera a mi alrededor y solo esté ella. — intenta describirlo para sí mismo.
—¿Y ella? ¿Siente lo mismo por ti?
—No lo creo. Siento que siempre me odiará.
—¿Por qué?
—Por simplemente ser yo. Aborrece todo lo que soy.
—Yo no creo que ese sea el caso. — muchas preguntas se crean en su cabeza tras escuchar esto. — Dentro de dos meses será tu boda, Alan. Una vez que le coloques esa corona, ya no habrá vuelta atrás. Aún estás a tiempo de escoger cómo pasarás el resto de tu vida.
—¿Y si decido no casarme con Tessa qué harás? ¿Después de todo lo que has hecho para que esto suceda qué posición tendrás?
—Estaré del lado de cualquier decisión que haga feliz a mis hijos. ¿Recuerdas el reloj que te di para tu cumpleaños?
—Sí.
—Entonces recuerda las palabras que te dije ese día. El tiempo está en tus manos y solo tú sabrás qué hacer con él. — le da un beso en las mejillas y se retira, dejándolo muy atormentado.
Horas más tarde.
Helen y el príncipe Alan, iban de camino hasta el pueblo en la carroza real sin dirigirse una sola palabra. Todos se quedaban viéndolos llegar, agachando sus cabezas ante la presencia de Alan. Unos estaban a favor y otros en contra de que Helen estuviera tan cerca del futuro rey de Francia. Pero eso no le quitaba la emoción de ver a su madre y a sus hermanos.
—Príncipe, qué gusto verlo de nuevo. — Jason se acerca mientras Helen habla con su madre en casa.
—Sí. Lo que sea para que Helen esté tranquila. — sonríen. — ¿Pudiste regresar al trabajo?
—Debería hacerlo pero...aún...es difícil.
—Entonces te propongo algo mejor. Trabaja como mi guardián. El peligro aumenta cada vez más para mí así que no me vendría mal protección extra. Te pagaré muy bien. — Jason no podría estar más impresionado por su propuesta.
—¡Eso sería estupendo! Pero...yo ni siquiera sé cómo...no tengo ese tipo de entrenamiento.
—Max te puede enseñar. Tienes buena altura, buena forma y eres ágil. Aprenderás rápido. ¿Qué dices? ¿Estás de acuerdo? — el príncipe está muy seguro.
—Emm...sí. Por supuesto que sí. ¿Cuándo empezaría?
—Te daré un día para que lo disfrutes con tu familia pero entrarás al equipo cuando estés listo. — Jason no podría estar más contento. — Ahora iré a hablar con alguien. Dile a Helen de esto y que no se mueva de aquí hasta que regrese. — asiente con la cabeza y el príncipe se marcha hasta encontrarse con Loana en las afueras del bosque.
—Pensé que no llegarías. — le sonríe. — Supe que una "bruja" atacó al rey anoche. Qué tragedia. Me pregunto si era una bruja de verdad. — dice irónicamente.
—No, era Sylvie. Una de ellas. La que sacaron de mi alcázar.
—Me alegra que te dieras cuenta de que mi padre no tuvo nada que ver. ¿Qué harás con la información que te di?
—¿Qué podría hacer? El campo de los condenados del que me hablas es donde el padre del rey de Inglaterra murió y ahora se encuentra en el castillo, compartiendo la mesa conmigo y toda mi familia. Por más que enfrente al abuelo no hará nada al respecto. Todo le da igual. No hay manera de que lo convenza de algo.
—Pero tú sí puedes hacer mucho. Debes liberarlas.
—No liberaré a alguien que no quiera ser libre y ahora ya lidio con suficiente. Los Tenebris tienen sus garras en mi cuello y en cualquier momento atacarán de nuevo.
—Están enojados y con todo el derecho. La peste que tu abuelo provocó es la responsable de su situación. Yo en su lugar, también querría venganza. Solo es triste ver cómo vidas inocentes se pierden por los errores de otros.
—Gracias por tu gran ayuda, Loana. No sé qué haría sin ti. — sonríe sarcásticamente.
—Sí. Seguramente soy la única que te dice la verdad.
—No, de hecho, hay alguien que te supera. Es mucho más irritante todavía.
—Pues me encantaría conocerla.
—Todo a su tiempo, no hay prisa.
—Por cierto, ¿qué sabes de la séptima estrella? La chica de la que te hablé. La que Vittorio se llevó aquella noche en el bosque.
—No tengo idea. Aunque creo que quizás solo se trataba de Sylvie. Aunque, con ella solo serían seis, entonces...todavía faltaría una.
—Debe ser ella, la que vi esa noche. Destruyó una carroza con su poder, ¿crees que esta tal... Sylvie podría hacer eso?
—No lo sé. Rompió todos los cristales del baile y mató a más de cinco guardias deteniéndoles los latidos del corazón. ¿Tú qué piensas?
—Esto es tan confuso. Me volveré loca en cualquier momento.
—Entonces hazlo sencillo. De momento mis únicos problemas son: los tenebris y el rey de Inglaterra. Cuando me deshaga de ellos, podré ayudarte en lo que quieras. Tus...estrellas no son mi prioridad ahora. Mucho menos cuando una de ellas casi mata al abuelo.
—Dices que quieres darle al rey una lección pero mira cómo te preocupas por él. Al final, si tienes que escoger, lo salvarías antes que a cualquiera. Y es tu familia, lo entiendo, pero eso ya no te hace un aliado en el que se pueda confiar. — lo deja en silencio. — Buenas tardes, príncipe Alan. — le dedica una última sonrisa y se marcha.
En la casa de Helen.
—El príncipe Alan tiene palabra. Nos prometió que te protegería y así fue. Ahora sé que estás a salvo en sus manos. — María dice con mucha nostalgia.
—Sí, él es... él es especial, muy especial para mí. Nuestra amistad es algo extraña pero...me gusta. — María parece impresionada.
—¡Vaya! No esperaba esto. Nunca pensé que estuviera interesado en ti pero de todos modos ten cuidado.
—¡No, madre! No me refería a eso. Él y yo...jamás podríamos ser algo más que amigos. Es solo que...ni siquiera yo lo sé. — está confundida. — Saca lo peor de mí. Es... irritante. — sonríen.
—Quizás ya no te vea mucho pero conozco a mi hija. Tus ojos brillan cuando hablas de él. — se sonroja. — Solo ten cuidado y recuerda mis consejos. Nunca confíes demasiado en hombres poderosos. A veces solo quieren poner a prueba tu paciencia. — y Helen sabía que tenía razón, pero quiera reconocerlo o no, sabía que poco a poco el fuego de Alan Rutherford la estaba quemando.
En el castillo.
Después de aquel largo recorrido, el príncipe Alan observa a sus guerreros entrenar mientras Helen lo acompaña. ¿Por qué la llevaba a todas partes? Antes de que el rey Enrique llegara, le daba más tiempo libre para salir a caminar. Ahora no le permite despegarse de él.
—¿Sabes sostener un arco? — le pregunta. Helen casi duda de que se esté dirigiendo a ella. — Podría enseñarte.
—¿Para qué debería aprender eso?
—Bueno, ya que pasas mucho tiempo con el futuro rey de Francia, deberías ampliar tus conocimientos. Las flechas siempre vienen bien. — Helen pone los ojos en blanco mientras Alan se coloca detrás de ella. — Relájate. Estás muy tensa. — levanta sus brazos, coloca el arco en una de sus manos y con la otra le ayuda a sujetar la flecha. — Estírala hacia atrás con mucha fuerza hasta que sientas que no pueda fallar. Y cuando tengas el impulso y el objetivo correcto, suéltala. — lanza la flecha y le da justo en el centro del muñeco de prueba. — ¿Crees que puedas hacerlo sola? — se aparta, dejándole el arco solo a ella.
—Seguro que puedo. — sin la ayuda de Alan, el arco parece ser más pesado pero aún así, puede con él. Apunta lo suficiente, siguiendo sus consejos y lanza la flecha pero lamentablemente, no le da al blanco.
—Buen intento. Hazlo otra vez. — cuando quiere hacerlo, los recuerdos de aquellas visiones en donde Alan parecía apuntarle con su arco y lanzarle una flecha llegan a su cabeza. ¿Cómo podría ser eso posible? ¿Por qué tuvo que verlo? — ¿Estás bien? — nota su estado de recelo.
—No puedo. — deja caer el arco en la arena.
—¿Por qué no? Lo estabas haciendo muy bien.
—Hablo de esto. No puedo. — se señala a los dos. — No podemos seguir destruyéndonos así. No si no tendremos una bonita historia que contar después.
—¿De qué estás hablando? — frunce el ceño. Está muy confundido.
—Si estamos juntos por más tiempo, ¿cómo sé que no me enterrará una de sus flechas en el corazón? — las visiones de Cinco parecieron haberle afectado más de lo que se podría imaginar.
—¿Qué? Helen, yo jamás te lastimaría. ¿Es que acaso no te das cuenta de que todo lo que he hecho es para protegerte?
—Son puras mentiras. Al final no velará por nadie más que no sea por usted. Jamás podré tener un lugar especial a su lado. Nada de eso puede ser real. — habla de las visiones pero Alan no lo comprende.
—Helen... — camina lejos de él. — ¡Helen! — la sigue. — ¿Qué demonios pasa contigo? — logran alejarse lo suficiente del castillo, casi llegando al río.
—Solo déjeme sola un momento. — le pide pero no le hace caso. La toma del brazo y la obliga a detenerse frente a él.
—O me dices que te pasa...
—¿O qué? — lo interrumpe. — Clavará una daga en mí, enterrará una flecha en mi corazón... ¿cómo va a asesinarme?
—¡O vas a volverme loco! — pasa de mirar sus ojos a sus labios. — ¿Por qué de repente estás diciendo todo esto? ¿Qué te sucede?
—El futuro puede ser aterrador. — jamás creyó que una visión pudiera causarle tanto miedo como el que siente ahora. — Si no ponemos un límite ahora, usted va a matarme. — una lágrima desciende por sus mejillas y libera el brazo de sus manos.
—¿Tú también lo sientes, no es así? — se acerca más a ella. — Esto también te está consumiendo. Me alegra no ser el único. — Helen frunce el ceño. — Pensé que me odiabas pero ahora estoy casi seguro de que no es así. Nos hemos mentido a nosotros mismos desde que nos conocimos.
—Y lo hago, lo odio. A todos ustedes. — intenta mentirse a sí misma.
—¿Ah si? Pues toma. — hala su brazo, coloca una daga en su mano y presiona el filo de esta en su garganta. — Adelante, mátame. Libérate de todo ese odio de una buena vez. — y quien parecía ser invencible, estaba dispuesto a ser asesinado por la mujer que creía amar. — Si no me matas ahora confirmaré que lo que dices es mentira. — las manos de Helen temblaban, así que solo apartó la daga de su cuello y la dejó caer al suelo.
Mientras negaba con la cabeza y con los ojos inyectados en sangre, el príncipe no dejaba de mirarla con una inmensa confusión en su interior. No lo odiaba después de todo, no pudo enterrar la daga en su cuello y eso parecía darle la respuesta que necesitaba. Todo su cuerpo lo impulsaba a acercarse y estampar los labios con los suyos, así que no pudo controlarse y lo hizo.
Toma sus mejillas en sus manos y colisionan sus labios. Esos tan dulces y suaves que se moría por besar. Helen intenta apartarse pero él no la deja escapar, adhiriéndola a él cada vez más. Después de luchar con el miedo y sus desasosiegos, logra dejarse llevar y sigue el ritmo de los labios del príncipe. Cierra los ojos y se funde en el exquisito sabor a menta de su boca. Coloca sus dóciles manos en sus mejillas y lo acaricia mientras intenta no perder la cordura con lo inteligentemente que su lengua está jugando con la suya. Era su primer beso y él lo sabía. El primer e intenso beso de Helen Laurent acababa de pertenecerle al príncipe Alan.
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