17. Baile de máscaras.
Después de haber contado su versión de los hechos, Helen daba vueltas en su aposento. ¿Qué pasaba allí afuera? ¿Habían capturado a la falsa Junilda? ¿Cómo estaría la princesa Gertrudis ante todo esto? Son preguntas que dan vueltas en su cabeza sin parar. Podría abrir esa puerta y salir a averiguarlo por sí misma pero estaba prohibido, ya que estaban buscando a la impostora y solo así sería más sencillo. Lo que menos quería en estos momentos, era entorpecer esa búsqueda y meterse en más problemas.
—¿Cómo es posible que en menos de 24 horas dos intrusos pudieran acceder a los interiores del castillo? — el rey sermonea a todos sus guerreros en el pabellón, estando Alan y Aarón presentes. — ¿Para qué se supone que están aquí?
—Fue un descuido que no se repetirá. — el coronel sale en defensa, ya que es el responsable de que la seguridad tanto fuera como dentro del castillo, funcione.
—¡Un descuido que casi se lleva la vida de mi hija y de tu esposa! — el rey alza la voz, está muy enfadado. — Mañana el rey de Inglaterra pisará este lugar y lo último que quiero es que se burle de nuestras tropas. Arreglen todo este desastre antes del amanecer, encuentren a los responsables de esto y mátenlos. ¿Les quedó claro?
—¡Sí, señor! — todos responden simultáneamente y se retiran. Por primera vez, los hermanos Rutherford estaban de acuerdo con su abuelo. Perderla era su mayor miedo y harían lo que fuera para protegerla. Cuando Alan mira hasta los portones y ve a Max, su guerrero de confianza sale detrás de él porque sabe que si ha ido hasta allí, algo importante tendría que decirle.
—¿Qué sucede? — le pregunta en cuanto se alejan del pabellón del rey.
—Alguien lo está buscando, mi señor. — Alan frunce el ceño. — Es Loana, la hija de Silas. — aclara.
—¿Loana? — está muy impresionado. ¿Qué cosa sería tan importante que la obligó a salir de su escondite para pisar las tierras que más odia? — ¿Dónde está?
—En el segundo cobertizo. Dijo que era muy importante hablar con usted. — desde luego lo era. El príncipe no dudó ni un segundo y al llegar, la encontró. Saca la daga por instinto en cuanto lo ve entrar.
—¡Wow, tranquila, soy yo! — levanta las manos vacías.
—Perdón pero es que este lugar me pone de los nervios. — guarda la daga. — Ahora entiendo porqué todos tienen cara de pánico.
—No es por eso. Intentaron asesinar a mi madre y la sospechosa escapó. Todo el castillo está en alerta roja. Tuviste suerte de que Max te encontrara antes que cualquier otro. Te habrían matado sin pensarlo. — Loana respira profundo. — ¿Y qué es eso tan importante que tienes que decirme?
—Es sobre tu abuelo y la verdad detrás de la peste en el campo de los condenados.
—Lo siento, Loana pero no creo que tenga cabeza para esto ahora.
—Sí, sí deberías. Porque él fue quién lo provocó todo. — Alan la observa con el ceño fruncido. — Y te lo contaré todo aunque me creas o no. — dice, y sigue explicándole exactamente todo lo que Silas le había dicho.
En el pasadizo secreto de la biblioteca.
—¿Puedes ver algo Sofía? — Cinco le pregunta a Cuatro mientras se proyecta de forma astral desde su celda.
—Sí, ella está en su aposento. — contesta.
—¿Y qué esperamos? Debemos largarnos de aquí antes de que el rey haga el resto. — dice otra de ellas.
—Si el rey no ha hecho nada es porque no sabe que es la séptima estrella.
—Entonces deberíamos usarlo como ventaja. Es hora de poner en marcha el plan que desde hace años teníamos guardado. — todas se quedan en silencio, esperando la respuesta de Cinco. — ¿Estás bien? — notan su inestabilidad. Sostiene su cabeza como si de un fuerte dolor se tratara y cuando pasa, se queda completamente inmóvil levitando sobre su estrecha cama y con los ojos brillosos. Instantáneamente todas saben que está teniendo una visión.
"La visión de Cinco parecía atravesar los portones del castillo pero esta vez parecía ser un baile donde todos estaban vestidos de rojo. No podía ver los rostros con claridad, pero entre ellos se encontraban Helen y Alan. ¿Qué significaba esto? De un momento a otro y con una rápida transición, Cinco estaba parada completamente sola en un campo desierto donde el suelo era de piedra. Donde mucha neblina y humo de fuego cubrían todo a su alrededor. Al voltear y echar su vista al frente, queda atónita cuando ve a las siete estrellas (dentro de estas, ella) levitando sobre sietes enormes trozos de tierra que habían desnivelado el suelo. Todas llevaban un peculiar atuendo blanco que iba acorde con los puntos en su brazo izquierdo y sus ojos brillantes. Por sus caras parecían estar muy enojadas, mientras que figuradamente habían destruido todo a su paso".
Y dentro de todas ellas justo en el centro también se encontraba Helen Laurent.
Cinco regresa de sus visiones y cae bruscamente sobre su cama después de dejar de levitar. Esta vez había sido diferente y un intenso escalofrío recorría todas sus venas. ¿Qué había sido todo eso? Se pregunta mientras intenta recuperar el aliento y calmar sus nervios.
—¿Qué fue lo que viste? — Sofía le pregunta.
—Algo muy malo va a pasar. — responde casi sin aliento. — Todo lo que conocemos hoy va a desaparecer. Nosotras lo haremos.
Después de largas búsquedas sin éxito, los guerreros del rey regresan para proteger todas las entradas y salidas del castillo. Belmont sabía que se trataba de paganos, pero lo que menos quería en este momento era enfrentarse a ellos cuando el rey de Inglaterra estaba a punto de llegar. Mientras que Alan, a pesar de ya saber la verdad sobre el campo de los condenados, también haría su papel de buen heredero para asegurar la paz de su país. Al menos la del exterior.
6am.
Todo el servicio se despierta, desayunan y empiezan su labor. Incluso la cocina estaba rodeada de guardias después de lo acontecido con la princesa Gertrudis. Durante el desayuno todas se sentaron alrededor de Helen para saber su versión de la historia, la cual con mucho gusto se las contó. Y solo así, se ganó el cariño de casi todo el personal. Todos sabían de la llegada del rey Inglaterra, por lo que tenían mucho trabajo que hacer.
Cuando Helen organizó y limpió todo el aposento del príncipe, se encontró con Gertrudis al salir. Hace una reverencia y la saluda cordialmente.
—Si busca al príncipe, creo que está en la zona de armaduras.
—Lo sé, de hecho, a quien quería ver era a ti. — Helen alza las cejas con sorpresa. — Salvaste mi vida anoche, así que supongo que te debo las gracias. Tenía una cierta...mala impresión de ti por cómo empezaron las cosas pero me alegra ver que eres una doncella con valores.
—No se preocupe, princesa. Es lo que se hace cuando se tiene un buen corazón. — le sonríe.
—Ahora entiendo porqué Alan hizo todo lo que hizo por ti. Eres un encanto. — a Helen le resulta extraño estar conociendo el lado más dulce de la princesa. Se quedó para vengarse no solo de Vittorio, sino del que fuese necesario pero todos parecen estar ganándose su corazón poco a poco. O bueno, quizás no todos.
—¿Madre? — Alan las alcanza.
—Hijo mío. Buenos días. — le da un beso en las mejillas.
—Buenos días, mamá. — el príncipe mira a Helen pero ella evade el contacto con sus azules ojos. — ¿Cómo estás? — vuelve a mirar a su madre.
—Estoy bien, el susto pasó anoche. Ahora tengo otro baile que organizar.
—¿Otro baile? ¿No tendremos uno la semana que viene también? — estos eventos lo agobian mucho.
—Este es para darle la bienvenida al rey de Inglaterra. Algo casual de los ingleses es que aman las fiestas de máscaras y eso es justamente lo que haremos para que se sientan como en casa. — Alan pone los ojos en blanco. — Encargué tu traje y el de Aarón, antes de que caiga el sol estarán aquí. Envié una invitación a la casa de los Robledo así que espero que seas atento con tu prometida.
—Está bien madre, quédate tranquila.
—Bien, entonces me retiro. Tengo muchas cosas que hacer. Te veo en la noche. — le da otro beso en la mejilla y se retira con sus siervos detrás. Quedarse a solas con el príncipe después de lo que pasó entre ellos se está volviendo cada vez más incómodo para Helen.
—Tú y yo...creo que debemos hablar.
—No hace falta. — Helen contesta antes de que continúe. — No hace falta que nos avergoncemos de esta manera. Solo finjamos que nunca pasó. Ambos sabemos cuál es nuestro lugar, quedémonos ahí. — el príncipe alza las cejas y esboza una media sonrisa. No le dio siquiera la oportunidad de decirle nada pero si con eso ella se sentía mejor, lo respetaría.
—Está bien, como quieras. — un silencio incómodo se apodera del momento. — ¿Cómo va tu nuevo trabajo? ¿Tu jefe no está siendo muy rudo contigo? — se refiere a sí mismo en tercera persona mientras camina y Helen lo sigue.
—Este "trabajo" es todo lo que siempre odié desde niña. — Alan trata de esconder su sonrisa. — Pero agradezco la hospitalidad, me lo imaginé peor.
—¿No me ha dado una opinión de su jefe?
—No hay mucho que decir sobre él. Es evidente que tiene un ego exagerado pero es valiente y...tiene un buen corazón. — el príncipe se detiene y la mira.
—¿Crees que tengo un buen corazón? — le pregunta directamente.
—Se preocupa por la gente y...
—¿Y...? — se acerca más a ella, poniéndola nerviosa.
—Es valiente. — traga hondo mientras él la fulmina con la mirada.
—Ser valiente no es excepcional. — siguen caminando.
—En un mundo lleno de cobardes, por supuesto que lo es. — dice casi en voz baja pero el príncipe puede escucharla.
—¡Ah! ¡Príncipe! ¡Príncipe Alan! ¡Alabado sea Dios! — dice el mayordomo acercándose desde el otro lado del pasillo. — ¡Qué bueno que lo encontré!
—¿Qué pasa? — frunce el ceño y Helen también.
—Llevo media hora buscándolo por todas partes. Su madre me encargó mostrarle las etiquetas de Inglaterra para el baile de esta noche. — lleva un enorme libreto.
—Me sé todas las etiquetas de memoria. No es necesario perder el tiempo en esto.
—Sí, sí lo es. Su madre se pondrá muy furiosa si no hace esto. — parece indignado. De tan solo imaginarse a su madre regañándolo durante los siguientes días de su vida si no hace esto, es suficiente motivación para aceptar. — Solo serán algunos minutos.
—Bien, está bien. Que sea rápido.
—Entonces me retiraré.
—No, de hecho, tú también vendrás. — le dice antes de que Helen se marche.
—¿Disculpe? — deja escapar una risa nerviosa.
—Será divertido. — cualquiera podría notar su ironía. El sarcasmo del príncipe Alan que a Helen tanto fastidiaba. Entran al salón de baile y se acomoda mientras que ella se queda de pie cerca de él.
—Bien, empezaremos por el baile. Los ingleses tienen una manera peculiar para danzar pero no sigue siendo muy diferente al nuestro. — el mayordomo empieza a explicar. — Le mostraré pero para eso... tú, ya que estás aquí serás la compañera de baile. — señala a Helen.
—¿Qué? ¿Yo? — protesta y Alan se ríe.
—Esa sí que es una terrible idea. Seguramente tiene dos pies izquierdos. Los bailes en el pueblo solo consisten en...saltar, no tienen nada que ver con los nuestros. — Helen se ofende y lo mira con cara de pocos amigos. — Si te he ofendido puedo ofrecerte una disculpa, pero primero deberías demostrar que no estoy en lo cierto. — le señala al mayordomo, quien espera por ella en la pista de baile.
—Por supuesto que lo haré. — todo lo que sea un reto, para ella sería inadmisible de no cumplir. De cierta manera el príncipe lo sabe y por eso hace lo que hace. Camina hasta el mayordomo, quien endereza su espalda con un toque y relaja sus hombros.
—Levantarás y bajarás los brazos con sutileza dos veces. Justo así. — le muestra cómo hacerlo mientras lo imita y Alan los observa. — Mientras lo haces caminarás hacia tu pareja de baile y unirán solo la piel de sus muñecas mientras danzan en círculos. — aunque pone ejemplos con Helen, se lo explica a Alan, ya que es quien bailará con la princesa Turquesa. — Luego cambian de brazos y hacen exactamente lo mismo. — Helen intenta no perder el ritmo. — Giras y giras lejos de tu acompañante y vuelven a unirse todas las parejas del salón para hacer exactamente el mismo paso. — sigue y sigue explicándole mientras que Alan solo puede fijar sus ojos en ella.
—¿Qué le ha parecido? — le pregunta cuando terminan.
—No estuvo nada mal. La señorita Laurent siempre tiene algo con lo que sorprenderme.
—¿Cree poder hacerlo o necesita más explicaciones?
—No, no las necesito, gracias. — se levanta.
—Entonces demuéstrelo. Baile con la señorita. — señala a Helen. No se lo dejaría tan fácil.
—No creo que eso sea necesario. — Helen protesta.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te opaque? — se acerca.
—¿Cuándo dejará de hacer esos comentarios tan innecesarios? — está molesta. La música suena y sin pensarlo más, Alan y Helen repiten cada uno de los pasos que el mayordomo les acaba de explicar. Pese a algunos fallos y desequilibrios por parte de ella, el simple contacto de su piel con la suya y el intercambio de intensas y seductoras miradas, se volvían cada vez más significantes, quizás más de lo que jamás podrían reconocer.
—¿No entiendo por qué hacemos esto si se supone que quién bailará con usted será la princesa Robledo? — dice mientras siguen bailando.
—Seguramente alguien también está mostrándole cómo hacerlo en este momento. — le da una vuelta y la atrae nuevamente hacia él. — ¿Tiene algún problema con eso, señorita Laurent?
—Como si eso importara.
—Por supuesto que sí. Para mí sí.
—¿Por qué lo hace? ¿Por qué hace esto?
—¿Hacer qué?
—Tratarme como si tuviéramos oportunidad. Solo estoy aquí para vengar la muerte de mi padre y usted prometió ayudarme. Pero también solo soy su sierva, recuérdelo. — dejan de bailar.
—Tienes razón. — se toma la conversación con calma. — Entonces...mejor tráenos un té a los dos.
—¿Qué?
—Lo que oíste. El mayordomo y yo tendremos una mañana extensa, así que...mejor tráenos algo de tomar. — vuelve a sentarse y Helen pone los ojos en blanco. ¿A qué se cree que está jugando? Se pregunta mientras intenta no sacar su pésimo carácter otra vez.
—No hay problema, ya se los traigo. — esboza una falsa sonrisa y camina hasta la cocina. Para su suerte, en medio de tanto alboroto, la cocina estaba más solitaria. Tomó las hojas y todo lo necesario para hacer el té, y lo dejó hirviendo por algunos minutos.
—Tráenos algo de tomar. Tonto. — lo imita con mucha rabia mientras espera por el té. — ¿Quién se cree que es? ¿Por qué me hace enojar tanto? — intenta echarse aire con sus manos. Toma una bandeja con dos tazones y echa la cantidad justa en cada uno. Cuando abre una de las vitrinas, lo primero que ve son dos enormes frascos con sal y azúcar, lo que inmediatamente le dio una muy traviesa y arriesgada idea.
Al terminar, sirvió una taza al mayordomo y otra al príncipe Alan, quienes seguían hablando sobre los preparativos de su boda esta vez. El mayordomo dio un sorbo inmediatamente y elogió sus manos por el maravilloso té que acababa de preparar, a lo que Helen solo sonreía como agradecimiento. Solo deseaba que Alan probara el suyo.
Cuando lo hace, escupe el té en la taza nuevamente y la deja en la mesa mientras tose sin parar.
—¿Señor, se encuentra bien? — el mayordomo se preocupa. Alan sigue tosiendo con los ojos lacrimosos y solo cuando toma un poco de agua, logra calmarse. A todo esto, Helen lidiaba con intentar ocultar su sonrisa de victoria.
—¡Ay! Lo siento mucho, creo que confundí el azúcar con la sal. — retira la taza de la mesa mientras Alan la fulmina con la mirada. Sabe que lo ha hecho a propósito. — Le pido disculpas, príncipe Alan. — el mayordomo mira su taza, ya que acababa de beber de ella y estuvo delicioso.
—Debería tener más cuidado, jovencita. — la regaña.
—No lo hará. Lo hace todo a propósito. — el príncipe se levanta. — La clase terminó. — la mira de mala manera y se retira del salón de baile. Tal parece que se ha enfadado mucho pero esto a ella no le importaba. ¿O quizás sí? Ahora estaba sola sin saber qué hacer. Regresa las tazas a su lugar y camina por los alrededores del castillo para despejar la mente. Es entonces cuando sigue una melodía hasta encontrar a los músicos que la tocan. Estaban ensayando al aire libre todas las composiciones de esta noche.
Helen se acerca a ellos y los observa.
—¿De verdad eso es lo que tocan en todas las fiestas? Qué aburrido. Parece un funeral. — les dice cuando terminan.
—¿Qué quiere decir con eso jovencita?
—Que deberían tocar algo más alegre. Se supone que las fiestas son para divertirse. ¿Quién lo hará con esta melodía tan melancólica?
—Así se ha hecho siempre jovencita.
—Entonces los reto a salir de la monotonía. Tóquenme algo divertido, algo que pueda bailar. — los anima y todos se miran entre sí. — ¡Anden! Anímense. Será divertido. — empiezan a tocar y poco a poco consiguen un ritmo jovial que Helen comienza a bailar. Mientras más lo disfrutaban más de ellos se unían para danzar. Momento que Gertrudis, la mucama y el príncipe Alan pudieron presenciar. Por primera vez, la servidumbre se divertía. No se veía tanta buena energía en el castillo desde hace tantos años como ahora.
Helen. ¿Qué voy a hacer contigo? El príncipe se pregunta mientras la observa bailar y cantar.
—¿Qué creen que están haciendo? ¡A trabajar! ¡Ahora! — la mucama los interrumpe y todos vuelven a su labor. — El rey de Inglaterra llegará en 15 minutos. Quiero que todos estén en su posición y haciendo su trabajo, ¿entendido? — les informa. Helen mira al príncipe Alan para distinguir si seguía enojado con ella o no, pero su inexpresión le complicaba saberlo.
En el pueblo.
El rey Enrique, antes de llegar al castillo con todos sus súbditos, decidió caminar a solas por el pueblo de Francia y observar el amable comportamiento de la gente y sus comercios. Pudo comprobar que los rumores eran ciertos: no había una flor y ni siquiera algún árbol que decorara la naturaleza con sus hermosas hojas verdes.
Mientras recorre toda la zona, queda cautivado por la belleza de Odette, quien durante la ausencia de Helen, le ayudaba a María a vender sus panecillos por las aldeas.
—Disculpe, buenos días, señorita. — se acerca. Para disimular, llevaba una capa negra bastante decente. A simple vista no parecía un rey. — ¿Qué es lo que vende? — señala su canasta.
—Panecillos de primera calidad, ¿señor...? — entrecierra los ojos con confusión. No lo había visto por aquellos lados jamás.
—Enrique. Solo Enrique. — sonríe.
—Bonito nombre. Entonces... ¿me comprará o no?
—Por supuesto. Deme dos por favor. — así lo hace y con el exquisito aroma, lo convence. Le pregunta por el precio y le paga lo justo con algo de propina generosa.
— ¿Tú los preparas?
—No, es la madre de una amiga, pero después de que se la llevaran al castillo me he ofrecido a ayudarle mientras no esté.
—¿Por qué se la llevaron al castillo?
—Digamos que tiene un carácter fuerte e hizo cosas osadas. Al reino no le pareció, así que la encerraron hasta que agonizara. Suerte que el príncipe Alan la buscó hasta encontrarla. Movió mar y tierra para darle un juicio justo y después peleó por su libertad. — quizás esté diciéndole cosas demás.
—Qué interesante historia. ¿Quién es este Alan? — indaga.
—¿De verdad no lo sabe? Alan es el nieto del rey, futuro rey de Francia. Es muy guapo y valiente. Solo espero que Helen no cometa ninguna otra locura allí dentro. — está muy preocupada por su amiga.
—¿Helen? ¿Así se llama la chica?
—Sí, es muy hermosa. La extraño mucho. Dicen que volverá dentro de siete meses pero con el odio que siempre les ha tenido, creo que volverá antes. — Odette se ríe. — Creo que le he dado demasiada información sin conocerlo. Esta lengua mía.
—Tranquila, no haré nada malo con esta información. Solo estamos conversando.
—¿Y exactamente quién es usted? ¿Es nuevo por aquí? Su acento me parece diferente. — Odette siente mucha intriga.
—Soy extranjero. Solo vengo a visitar a mi madrina y a conocer este lugar un poco más. — miente.
—Ok, lo comprendo. Pues si necesita algo ya sabe dónde encontrarme. — sonríe.
—De seguro que sí. — pero Enrique ya tenía a alguien más a quien conocer. Si resultaba que el odio de Helen hacia la realeza era real, sería una buena opción para convertirla en su aliada.
15 minutos después.
Todos los guerreros y parte de la servidumbre, dentro de ellos Helen, Claudia y la mucama, estaban colocados en filas frente a frente dejando el camino libre para el paso del rey Enrique hasta los Rutherford. Todos estaban impresionados por lo joven y apuesto que era. Algunos lo esperaban más mayor, más pequeño pero parecía más intimidante que los rumores.
—Hasta que por fin estamos aquí. — es lo primero que dice Enrique cuando se coloca frente a Belmont.
—Bienvenido a Francia, rey Enrique. — Belmont le dice.
—Se lo agradezco. Su gente es muy hospitalaria.
—Desde luego. — traga hondo. — Les presento a mi esposa la reina, Tomasia. Mi hija, la princesa Gertrudis, y mi nieto y futuro sucesor, Alan Rutherford. — los señala.
—Encantado de conocerlos. — inclina la cabeza ante ellos.
Después de aquella presentación, entran al palacio y tienen un agradable pero muy intenso almuerzo con los platos que en Inglaterra solían ser más comunes. Todo para agradar al rey Enrique.
—Por un momento juré que aquellos rumores sobre la deforestación de este país era mentira. Pero hoy me di cuenta que no. ¿Cómo le hacen para poder siquiera respirar aire fresco? — Enrique rompe el silencio.
—Tenemos más tierras donde cultivamos todo lo que necesitamos. A pesar de las...circunstancias, no nos falta nada. — Belmont contesta y Alan se muerde la lengua para no decir la verdad que ya sabe gracias a Loana.
—¿Y por qué no ha hecho nada para solucionarlo? No sé. Quizás una bendición del vaticano podría revertir la peste.
—Lo hemos intentado todo, créame. Nada ha funcionado. Tampoco es algo de lo que deba preocuparse.
—Bueno, si recordamos que mi padre murió en esa peste creo que sí debería reconsiderarlo. — deja a todos en silencio. — Pero no estoy aquí para eso. Me quedaré un par de semanas así que...cada decisión se tomará a su debido tiempo. ¿No es así? — mira a Belmont, quien ya se está arrepintiendo de haberlo invitado a su reino.
—De hecho, hemos organizado un baile de máscaras para usted y su gente esta noche. Nos complacería tenerlo por aquí como invitado especial. — dice Gertrudis, para apaciguar la situación.
—¿Un baile de máscaras? Eso suena increíble.
—Así es. Habrá mucha bebida, baile, doncellas... — Aarón sonríe.
—Creo que ya me agradas. ¿Tú eres...?
—Aarón. Hermano del futuro rey de Francia. — se presenta. — Los que nunca poseeremos una corona a veces somos un cero a la izquierda, no te sientas culpable. — Belmont está cada vez más nervioso con estas conversaciones.
—Ya me lo imagino. Entonces con mucho gusto estaré aquí. — Alan solo analiza cada uno de sus gestos sin decir una palabra. Todo su equipo inglés estaban siendo instalados en sus respectivos aposentos por los siervos del castillo.
Minutos más tarde.
Aburrida y sin nada que hacer, Helen sigue lanzando piedras a un río detrás del castillo cuando una pelota golpea su pierna. ¿Quién ha sido? Su pregunta se contesta cuando un niño se acerca.
—Lo siento mucho, la pelota es mía. — se disculpa.
—Qué sorpresa. No había visto un niño por aquí. — Helen toma la pelota en sus manos y se acerca. — ¿Cómo te llamas?
—Alex. Soy hijo de una de las cocineras. Se nos tiene prohibido entrar al palacio, por eso no me has visto.
—Pues mucho gusto, Alex. Yo soy Helen. Aquí tienes tu pelota.
—Gracias Helen. — toma su juguete y se marcha corriendo.
—Buenas tardes, princesa. — el rey Enrique se acerca a ella con las manos en la espalda. — Me parece que les faltó alguien por presentar. — se refiere a ella.
—Rey Enrique. — hace una reverencia. — Creo que se confunde. Yo no soy una princesa. Soy la sierva del príncipe Alan. — aclara.
—¡Oh! ¿Cómo es posible que alguien tan hermosa no sea una princesa?
—Quizás lo sea de corazón pero me falta la corona.
—Muy buena respuesta. — Enrique se ríe. — ¿Y cómo es tu nombre?
—Helen. — en cuanto lo dice, sabe que es de quien Odette le había hablado esta mañana. Todo encajaba. — ¿Puedo ayudarle en algo?
—¿Estarás en el baile esta noche? — pregunta de la nada, dejándola confundida.
—Sirviendo algunas copas, quizás sí.
—¿Y no bailarás?
—No lo creo. Estas cosas no son para personas como nosotros. Al menos no aquí.
—Quizás pueda cambiar eso esta noche. Espero verte allí. — esboza una pícara sonrisa sin que Helen pueda entender nada.
7:30pm.
Mientras Alan se viste, Helen sostiene su túnica para colocársela adecuadamente. Lleva un sencillo pero bonito vestido rojo y el pelo suelto completamente. Si se movía con el príncipe entre la realeza, al menos debía estar presentable.
—¿Cuál crees que debería ponerme: esta o esta? — alza dos camisas en sus manos. Una negra y otra azul oscuro.
—Son casi lo mismo. No notarían la diferencia.
—¿Pero cuál te gusta más? — Alan insiste.
—Siempre va de negro, el azul le quedaría muy bien. — le obedece.
—¿Hijo, ya estás listo? — Gertrudis entra al aposento. — Qué hermoso estás mi niño. Tu padre y yo hicimos un excelente trabajo.
—Madre, ya basta. Deja de avergonzarme. — refunfuña y Helen esconde su sonrisa.
—Todos los invitados están en el salón de baile, incluyendo a Turquesa. Recuerda lo que te dije amor, ¿de acuerdo? — arregla su túnica. — Todo esto lo hacemos por el bien de Francia. Pronto todo acabará, confío en ello.
—Sí, que sea pronto por favor.
—Te esperamos. — sonríe y se retira.
—Su madre es muy linda.
—Sí, aunque puede ser irritante algunas veces.
—Todas lo son, pero es por nuestro bien.
—Sí, seguramente. — termina de arreglarse el cabello en el espejo. — ¿Nos vamos?
—Por supuesto. — Helen solo desea que esta noche termine y todo vuelva a la normalidad.
Mientras todos iban a la pista de baile, Belmont y Enrique tenían una previa conversación en sus aposentos privados. Enrique solo tenía una petición para el rey: que lo dejara bailar con Helen en la fiesta y aunque Belmont no comprendía la razón, tampoco permitiría que hiciera lo que quisiera en un reino que no le pertenecía.
—Me parece que está abusando de nuestra hospitalidad, rey Enrique. Le recuerdo cuáles son los términos de nuestra reunión. — le dice desde su sillón.
—Bueno, da la casualidad de que los términos de nuestra "reunión" es evaluar si vale la pena firmar un acuerdo de paz con usted. Estoy haciendo mucho con obviar el hecho de que mi padre murió en sus tierras de una inusual manera. — da vueltas por todo el salón mientras pone a Belmont algo tenso. — Lo único que estoy pidiendo es poder bailar con una de sus siervas. O quién sabe, quizás pueda tener una noche interesante con ella o mucho mejor aún, llevarla hasta Inglaterra y convertirla en mi esposa. — desliza sus dedos sobre la madera del escritorio. — Tiene demasiados problemas internos y encima tener a todo un país en su contra, yo que usted lo pensaría muy bien.
—No estamos hablando de cualquiera, se trata de la sierva personal de mi nieto y créeme, nunca permitirá que se vaya con ella. Hizo demasiadas cosas para ponerla donde está y al contrario de mí, él ni siquiera lo escuchará. Le recomiendo no hacerlo enojar. A veces ni yo lo puedo controlar.
—Esa no fue la impresión que me dio en el almuerzo. No dijo ni una sola palabra.
—No lo ponga a prueba. — se quedan en silencio por unos segundos. — ¿Podemos irnos ya? Los invitados nos esperan.
El pabellón estaba repleto de invitados con bonitos trajes, vestidos y máscaras. Incluso algunos eran difícil de reconocer. La princesa Turquesa había asistido como lo esperado, luciendo un bonito y costoso vestido púrpura acompañado de guantes y máscara de plumas.
—Su prometida sí que sabe cómo resaltar. — Helen le dice al príncipe, de pie a su lado. A lo que solo puede sonreír. — Parece que se ha divertido mucho conmigo el día de hoy, debería aumentarme el salario.
—Siempre tienes una respuesta para todo.
—¿Qué esperaba? Soy Helen Laurent. — vuelven a sonreír.
—Príncipe Alan, prometido mío. — Turquesa se acerca y se inclina ante él. — Gracias por la invitación. ¿Qué le parece mi vestido?
—¿A qué pobre ave habrá matado? — Helen dice en voz baja, refiriéndose a las plumas de su máscara pero han podido escucharla.
—¿Disculpa? — Turquesa frunce el ceño y la mira.
Alan se ríe.
—Te ves radiante, como siempre. — evita una posible discusión.
—No puedo quejarme. Tienen buen gusto para las fiestas. — el rey Enrique se les acerca. También llevaba un bonito traje rojo y máscara. — Príncipe Alan, no hemos tenido tiempo para presentarnos.
—Con lo que he visto creo que es suficiente.
—Veo que no es muy sociable. Un hombre de pocas palabras.
—Lo prefiero así. — Enrique observa a Helen, quien no va con máscara.
—Me presento, soy la princesa Turquesa, la prometida del príncipe Alan. — le extiende su mano y Enrique la besa.
—Es un placer conocerla, princesa. ¿Lista para el baile?
—Una princesa siempre debe estar preparada para cualquier cosa. — se sonríen y Helen vuelve a poner los ojos en blanco.
—Pero antes de que empiece el baile, me gustaría negociar un poco con usted. — el rey Enrique mira al príncipe Alan.
—¿Conmigo? ¿Sobre qué? — frunce el ceño.
—Como verá no he traído a ninguna de mis doncellas de Inglaterra y estaba pensando si podría escoger con quién bailar.
—Supongo que puede escoger a quien quiera, hay muchas princesas aquí.
—Desde luego. — Enrique mira a Helen y ella lo evade.
—¿A quién quiere? — Enrique se queda en silencio por unos segundos, lo que aumenta la tensión del momento.
—A su sierva, Helen. — en cuanto lo dice, algo borra cualquier pizca de alegría en Alan. Quien solo alza la mirada y lo fulmina. Helen queda tan sorprendida como Turquesa.
—No sé si se ha dado cuenta pero ella no está aquí para eso. — Alan refuta.
—Lo sé pero supongo que no habrá ningún problema. Después de todo es solo un baile.
—Pues le recomiendo que busque más opciones. La señorita está conmigo.
—Alan, cariño, solo es un baile. Estarás conmigo toda la noche, ni siquiera la necesitarás. — Turquesa interviene.
—Claro, solo si la señorita está de acuerdo. — Enrique mira a Helen, quien sigue sin poder articular ni una sola palabra. — Ya que se han tomado el tiempo para preparar este baile quiero disfrutarlo y no podré hacerlo con cualquiera. Nos conocimos previamente y creo que será agradable compartir este momento con usted. — Alan gira su cabeza hacia Helen lentamente. ¿Por qué no me había dicho esto? Se pregunta mientras intenta controlar su ira.
—¿Qué opinas querida? — Turquesa le pregunta.
—Yo...ni siquiera tengo una máscara. No sé cómo...
—Problema resuelto. — el rey Enrique saca una máscara y se la coloca. Gesto que casi hace que el príncipe Alan estalle de celos. — Espero que esto no le cause inconvenientes. ¿No sería capaz de lastimar a esta belleza, no es así? — se miran directamente a los ojos con cara de pocos amigos. Enrique ya cree entender lo que sucede con él. Lo que sucede entre ambos y eso lo motivaba más a querer salirse con la suya.
—¡Hora del baile! — grita el vocero y todos se ponen en posición. Una línea de mujeres y hombres frente a frente con máscaras y buena ambientación. Helen no podía creer que sería parte de un baile en el castillo y de lado del rey de Inglaterra.
Empieza la música y comienzan a bailar. Levantan y bajan los brazos con sutileza dos veces mientras caminan hacia su pareja de baile y unen la piel de sus muñecas al ritmo de la música mientras danzan en círculos. Tal y como el mayordomo les explicó. Luego cambian de brazos y hacen exactamente lo mismo mientras Alan no aparta los ojos de Helen.
Cuando la música entra en otra entonación, todos giran lejos de su acompañante y vuelven a unirse todas las parejas del salón para hacer exactamente el mismo paso, menos Helen y Alan. El príncipe aprovechó el cambio de movimiento para alejarse de Turquesa y sostener a Helen. Los cuales, no tuvieron de otra que seguir bailando juntos mientras ellos se adentraban en su propia burbuja.
—¿Qué hace? Debe seguir bailando con su prometida. — Helen intenta no perderse en los pasos.
—Mi prometida es lo que menos me importa ahora. ¿Por qué aceptaste bailar con él? ¿Por qué no me dijiste que ya se habían conocido?
—No pensé que fuera importante.
—¡Todo es importante, Helen! — está perdiendo la paciencia. — Es evidente que tiene otras intenciones contigo y no le permitiré que haga lo que quiera.
—¿De qué intenciones habla?
—Cosas de hombres.
—¿Cómo meter su mano en mis bragas? ¿A eso se refiere? — osa al decir.
—Si se atreve, soy capaz de cortarle esa mano.
—¿Aunque eso provoque una guerra?
—Aunque eso provoque una guerra. — afirma.
—Está loco.
—Sí, lo estoy. Tú me tienes así.
—¿Yo? Usted me vuelve loca a mí con sus...necedades.
—¿Ahora me culparás a mí de todo? Tú fuiste quien le echó sal a mi té esta mañana.
—Porque se lo merecía. — deja al príncipe en silencio, mientras Tomasia y Gertrudis notan la tensión con la que ambos se miran.
—Esto no puede seguir así. No lo resisto. — mira sus labios.
—Yo tampoco. Estos siete meses serán los peores de mi vida. — la música termina y por ende, el baile también. El rey Enrique besa la mano de Turquesa al culminar y se dedican una sonrisa. La fiesta parecía ir mejor de lo que esperaban, todos estaban disfrutando bastante. Pero alguien estaba a punto de arruinar toda aquella falsa felicidad después de liberarse de las cadenas que la ataban en la celda. Y se trataba de nada más y nada menos, que de Sylvie.
Su poder había llegado al clímax y no podía reconocerse. Su cabello estaba muy mojado y tenía lesiones por todas partes, pero eso no le impidió llegar hasta la entrada de la fiesta donde asesinó a todos los guardias principales deteniéndoles los latidos de sus corazones.
—¡Estoy....cansada! — grita justo en medio de los portones y todos los cristales del salón de baile estallan a causa de su poder, cayendo sobre todos los invitados. Alan corre hasta Helen para protegerla de inmediato, Aarón y el coronel cubren a la reina y a Gertrudis, y los guardias del rey Enrique lo alejan de la zona para asegurarlo. Cuando más guerreros se acercan a Sylvie para atacarla, alza sus manos y controla los latidos de sus corazones hasta detenerlos completamente.
—¡Es una bruja! — grita uno de los invitados y todos corren lejos para salvar sus vidas. Sylvie camina entre todos los que quedan directamente hacia el rey. Podía ver el miedo en su rostro pero no era nada comparado con el daño que les ha hecho a ellas durante tanto tiempo, Sylvie apenas llevaba meses pero era más que suficiente.
—Es hora... de que mueras. — alza una de sus manos en dirección a Belmont y siente cómo poco a poco, no puede respirar y algo en su pecho se encoje.
—¡Sylvie, no! — Alan intenta interceder pero ella usa su telekinesis para mover varios asientos y obstaculizarle el paso. Helen solo podía ver cómo los seis puntos en su antebrazo izquierdo brillaban, cosa que también solía sucederle cada que usaba el mínimo de su poder.
—Despídete de tu familia. — pero antes de que pueda matarlo por completo, Vittorio aparece y le clava una aguja en su cuello con alguna especie de poción dentro que la detuvo instantáneamente.
—Hoy no. — es lo único que dice cuando la ve desmayada en el suelo.
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