16. Lujuria.

—¿Segura que estás bien? ¿No te hizo daño? — el príncipe Alan le pregunta a Helen mientras entran al castillo.

—Sí, estoy bien, no se preocupe. — le asegura.

—¡Hijo! Qué bueno que ya estás aquí. — el coronel Cristóbal se acerca. — ¿Estás bien? — coloca la mano en su hombro y Alan frunce el ceño.

—Por supuesto. ¿Qué sucede? — por un momento, cree que sabe lo que acababa de pasar con los tenebris en el pueblo, pero no habría manera de que lo supiera tan pronto. O quizás sí, los chismes suelen esparcirse muy rápido.

—Atacaron a la princesa Robledo, suponemos que ha sido para hacerte daño. — en cuanto lo explica, Turquesa corre hasta los brazos del príncipe sin que pueda asimilar lo que sucede.

—Amor mío, qué bueno que ya estás aquí. — dice mientras lo abraza. Helen, por más que intente fingir, no puede evitar sentirse molesta e incómoda cada que ve a la princesa cerca de Alan. ¿Por qué me siento así? Se pregunta así misma mientras desvía su mirada. El príncipe, aún sin corresponder el abrazo de Turquesa, nota el disgusto de Helen y la aparta.

—Tranquila, ya pasó. Estarás bien. — intenta calmarla. — ¿Atraparon al intruso?

—Sí, tu abuelo está con él en las mazmorras en estos momentos. — contesta el coronel. — Menos mal que pudimos evitar lo peor. — toda la familia Robledo está preocupada, sobre todo el comendador.

—Tenemos que marcharnos ahora mismo. — el comendador dice, tomando a su hija del brazo. — Ya no es seguro aquí.

—Si no lo es aquí, mucho menos lo será en nuestra casa. — refuta Josefina.

—Mi hija seguirá en peligro mientras esté aquí y siga comprometida con el príncipe. — mira a Alan, quien no puede hacer más que comprender su situación.

—¡Esto no es su culpa, padre! — Turquesa lo defiende.

—Lo sé, pero aún así, debemos irnos. Suban a sus aposentos y recojan sus cosas.

—No se preocupe, las siervas se encargarán de eso. — dice Gertrudis, está muy apenada con la situación. — Les ofrezco una disculpa por todo, no solo por lo de esta noche pero como entenderán, toda monarquía tiene sus enemigos. Es el precio que se paga. Lamento que mi ahijada casi sea víctima de eso.

—No, princesa, no tiene porqué disculparse. Acepté ser la prometida de su hijo estando consciente de todo el peligro que eso conlleva. — Turquesa toma las manos de Gertrudis. — Seré la reina que todos necesitan que sea: fuerte. — en cuanto lo dice, Helen pone los ojos en blanco y deja escapar una risa que todos escuchan.

—¿Qué te parece gracioso, niña? — Josefina le pregunta de mala manera. Antes de que Helen pueda responderle, el príncipe Alan se disculpa y la lleva hasta su aposento. Se veían más guerreros de lo habitual por todos los corredores del castillo, sin saber que el principal enemigo, era a quien todos servían.

—Gracias por acompañarme en la aventura esta noche, pero no se repetirá.

—¿Qué? Esto no fue una aventura, el pueblo está en peligro. ¿Qué quiere decir con que no se repetirá? — se altera.

—Puedo parar esto solo, no puedo ponernos en peligro a los dos, ¿lo entiendes? Suficiente tengo con que tú seas la primera sospechosa de la desaparición de Sylvie.

—¡Pero sabe que no he sido yo! ¿Cuántas veces tengo que decírselo?

—¿Entonces no contestarás mi pregunta de hace rato?

—No tengo nada que decirle porque no tengo nada que ocultarle. Y si tanto desconfía de mí entonces regréseme a mi casa y no volverá a verme nunca más. — intenta entrar a su aposento pero Alan la sujeta fuertemente del brazo.

—Escúchame, recuerda que estás bajo mis órdenes y me debes respeto. Cosa que claramente no me has tenido desde el primer momento pero si quieres mantenerte a salvo, muchas cosas deberán cambiar. — la mira directamente a los ojos. — No puedo resolverlo todo a la vez y si también tengo la preocupación de que podrías estar en peligro todo se iría a la mierda. — Helen frunce el ceño. — Casi te pierdo una vez, no dejaré que se repita. — al confesarlo, puede sentir que un enorme nudo en su garganta se ha liberado y no se arrepiente de ello.

—¿Por qué teme tanto perderme, príncipe Alan? — le pregunta directamente. — Ahora es usted quien deberá responderme.

—Porque eres... eres... — tartamudea. — Eres la única persona en la que siento que puedo confiar.

—Eso no fue lo que me demostró hace rato. — suelta su brazo de su mano. — Entiendo que confíe en mí, porque yo sí soy una persona que haría cualquier cosa para proteger a los que amo y lo sabe, en cambio usted, no lo sé. A veces pienso que será igual que su abuelo.

—¿Y qué más necesitas para confiar en alguien? — Helen agacha la cabeza cuando recuerda las tantas veces que el príncipe ha salvado su vida. Aunque sienta que es desconsiderada en algunas ocasiones, sigue manteniendo su posición. De nada le servía salvarla un millón de veces si a su pueblo le daba la espalda. — Buenas noches, señorita Laurent. — dice ante su silencio y se marcha de su presencia. Cada día y noche que pasaba, tenía algo nuevo con lo que lidiar. Solía quejarse casi todo el tiempo por la monotonía en la que vivía pero ahora, daría lo que fuera para regresar a tener solo el tormento de los borrachos acosándola por doquier.

En el castillo real de Inglaterra. Rey Enrique Estuardo.

Al contrario de Francia, todo permanecía bajo control en Inglaterra, pero el odio y el rencor, quedó en los corazones de toda la población y parte importante de la realeza, principalmente de Enrique. A penas era un niño cuando su padre murió en aquella batalla de la que todavía no encuentran explicación.

—¿Qué piensa hacer con la invitación del rey de Francia, mi señor? Llegó hace varios días y no ha dado una respuesta. — le pregunta uno de sus consejeros reales.

—Acepté su invitación, así que muy pronto emprenderé un largo viaje. — contesta mientras come frutas en su trono. El rey Enrique también era joven, apuesto, no muy musculoso pero sí fuerte, de piel blanca, cabello castaño y ojos cafés.

—Pero señor, dicen que sus tierras están malditas, ¿cómo podría confiar en alguien como él?

—Tranquilo, tengo un plan. Tengo muchos, en realidad. Juré vengar la muerte de mi padre y eso es justamente lo que haré. Voy a destruir todo lo que tienen desde adentro hacia afuera, lentamente.

—¿Quiere ganarse su confianza?

—Quiero ganarme su respeto. Lo haré sufrir tanto que haré que implore por su vida. Él y quien se interponga en mi camino. Tengo todo fríamente calculado. — bebe vino de su copa bañada en oro.

—¿Y si falla, señor? ¿Y si lo descubren? ¿Qué pasará después?

—Eso sucederá en cualquier momento pero cuento con que con sea en los primeros 15 días. Si después de eso me voy a la mierda, entonces dejaré ciertos decretos que ustedes deberán seguir en mi memoria. — baja del trono. — Llevo mucho tiempo esperando por esto. Nada podrá detenerme. — lo ve directamente a los ojos, por lo que el consejero agacha la mirada. — ¡Jacob! — llama su mayordomo, quien entra de inmediato.

—¿Si, mi señor? — hace una reverencia.

—Prepara mis cosas, partiremos a Francia mañana. — le ordena y se pone en ello de inmediato. El viaje en barco podría tardar muchas horas pero la llegada estaba asegurada.

En el pueblo, Francia.

Jason se levantó antes que todos para ir y tocar la puerta de aquel experto en lenguas con el que tenía muchas ganas de conversar. Muy disgustado por haberle interrumpido el sueño, aquel hombre se levanta y le abre la puerta.

—¿Qué quieres a estas horas, jovencito? — se ata los lazos de su bata.

—Disculpe las horas pero necesito saber exactamente lo que el príncipe Alan dijo anoche, frente aquella bestia. — el señor frunce el ceño. — Sé que estuvo ahí, yo lo vi. Parecía estar muy asustado después de escucharlos. ¿Qué decían?

—No puedo decirte nada, lo siento mucho.

—¿Por qué? Claro que sí puede. Escuche, no haré nada malo con esta información, solo necesito saber. El príncipe Alan es mi amigo, me salvó en el bosque de aquellas criaturas y también dijo algunas palabras en latín.

—¿Cómo sabes que es latín?

—Porque él me lo dijo. Por eso necesito saber si lo de anoche, está relacionado con esto. — Jason espera poder convencerlo.

—He leído cosas sobre esta lengua y su origen. Es inofensiva hasta que salen de las bocas de esas criaturas del infierno. — se coloca sus lentes y abre un libro con símbolos extraños. — No tengo idea de cómo llegaron hasta ese grado de putrefacción pero...si no es del mal entonces no entendería porqué si son franceses dominan muy bien el latín.

—El príncipe también parece dominarlo muy bien y usted.

—Es lógico que lo aprendas si te dedicas a estudiarlo, como es mi caso y el del príncipe, pero ¿cómo todos ellos, sin estos medios, podrían hacerlo? — Jason también se lo pregunta. — Al contrario de todos nosotros, el príncipe y sus guerreros no parecían muy sorprendidos. Es como si ya supieran de su existencia.

—Sí pero ese no es el punto más importante ahora, si podría traducirme la conversación que tuvieron, se lo agradecería infinitamente. — está ansioso por saberlo.

—Hablaban sobre un acuerdo que el príncipe parecía haber roto cuando entró al bosque. Sentían que invadiéndonos, pagarían de la misma forma y por la manera en que se fue, da entender que podría repetirse. Podrían regresar en cualquier momento.

—¿Está seguro de que no hablaron sobre algo más?

—No, eso fue todo. ¿Querías que se complicara más?

—No, no, está bien. Solo tenía mucha curiosidad.

—Pues ya te dije todo lo que sé, ahora si me permites, quiero desayunar en paz. — le abre la puerta y Jason se retira. Muy conforme y aún confundido por la información que consiguió.

En el castillo.

Helen se estaba adaptando muy rápido a su nueva vida como sierva del príncipe, pero aún así, no dejaba de cumplir sus tareas con muy mala cara. Extrañaba mucho a su familia y echaba de menos a su padre. Su vida se había convertido en una porquería desde que falleció. Mientras camina por los corredores hasta el aposento del príncipe, aquellas voces polifónicas que tanto la atormentaban volvieron a sonar acompañadas de una extraña sensación de que alguien la seguía, sin embargo al voltear, no había nadie.

¿Y ahora qué pasa?

Esta vez sí supo abrir los portones y entrar sin caerse. Se asegura de que Alan no se encuentre tal y como la mucama le dijo, y coloca las sábanas limpias en su lugar. La cama ya estaba perfectamente tendida y todo muy bien ordenado; era evidente que era muy cuidadoso con sus pertenencias. El aposento era incluso más grande que dos de sus casas juntas. Tenía un enorme cuadro de un gigante cuervo negro pintado.

Cuando termina de apreciarla, intenta buscar qué más hacer pero de momento todo estaba tranquilo, así que sale a tomar un poco de aire fresco por las afueras del castillo. Es entonces cuando se encuentra a la reina Tomasia sentada en un banco con un siervo echándole aire.

—Su majestad. — hace una reverencia frente a ella.

—Buenos días, querida. — contesta con una sonrisa. — ¿Tú eres la señorita Laurent, la hija de Benjamín, no es así? — cree reconocerla.

—Sí, la misma. ¿Necesita que le ayude en algo?

—Ya que estás aquí, ¿te gustaría conversar un poco conmigo? — señala el otro lado del asiento.

—Si eso quiere, por supuesto. — se sienta a su lado y los siervos se retiran.

—Supe que eres la sierva de Alan, ¿estoy en lo correcto?

—Si, así es. Solo por siete meses.

—Lamento lo que pasó con tu padre, fue una tragedia.

—Se lo agradezco. — recordarlo aún la conmueve. — Casi no la he visto compartiendo con su familia, ¿no se lleva bien con ellos? — su curiosidad la obliga a preguntar.

—Sí, todo está bien entre nosotros. Es solo que...aprecio mucho el tiempo que tengo solo conmigo misma. Nunca lo tuve hasta ahora. Es la única ventaja de ser vieja. — Tomasia sonríe.

—Ojalá llegar a la vejez y tener su belleza. — la hace reír de nuevo. — Y puedo comprenderla. A veces la mejor compañía que podríamos tener es uno mismo. Poder disfrutar de cosas simples sin tener la necesidad de encajar en ningún lugar, es un regalo.

—Así es. Cuando tenía tu edad ya estaba en cinta, era mi primer bebé.

—¿La princesa Gertrudis?

—No, le llamaríamos Williams pero murió dos horas después de nacer. Era un niño, un hermoso niño. — su vista se pierde en el suelo y Helen percibe su dolor. — Después de esa pérdida, Belmont siempre estuvo de mi lado hasta recuperarme y volvimos a intentarlo. Quedé en cinta no una, sino siete veces, y todos murieron dentro de mí. Hasta que finalmente pude llevar una gestación normal. Estaba tan feliz pero resultó ser una niña. Y aunque nunca pude darle al rey el heredero que necesitaba, Gertrudis ha sido el sol que ilumina todas mis mañanas desde entonces.

—Qué triste historia. Lo lamento mucho, mi reina. Ahora entiendo mejor su dolor.

—No te preocupes, ya quedó en el pasado. Ahora mis nietos son mi segunda adoración. Alan será el futuro rey de Francia y estoy muy orgullosa.

—Me lo imagino. Ahora que se casará pronto, supongo que debe estar muy contenta. La princesa Robledo parece ser la chica perfecta.

—Sí, es una buena chica, pero no solo se trata de eso. Esperaba que Alan tuviera su propia historia, no una obligada por la corona. Al menos espero que pueda gozar de un matrimonio feliz. — un lado egoísta de Helen desea que no sea así. ¿Cuál sería la razón de su desprecio? ¿Acaso estaba enamorada del príncipe y no podía admitirlo? — Fue muy agradable conversar contigo, ¿podríamos hacerlo más a menudo?

—Por supuesto. Cuando usted lo desee.

—Muchas gracias. — se levanta. — Ya debo irme. Hay cosas de reina que debo resolver. — sus siervos se acercan, Helen le sonríe y camina hasta el interior del castillo. Poco a poco iba conociendo a todos los miembros de la realeza que tanto juraba odiar y de momento, la reina Tomasia no era uno de ellos.

En el bosque.

Después de la conversación con Silas, Loana debía comunicarse con el príncipe Alan lo antes posible para contarle todo lo que este le había confesado sobre la verdadera razón de la peste en el campo de los condenados. Pero para eso, debían salir del bosque y aunque no estaba muy segura de poder hacerlo, con cuatro más de su equipo, emprendió un viaje hasta el castillo.

Por otro lado, los tenebris no se rendirían ante las amenazantes palabras de Alan, al contrario, ahora tenían otro motivo para seguir buscando la manera de destruir el reino y hallar a Helen.

—Pude verla, finalmente. La leyenda es real. — les dice el líder a los demás.

—¿Qué se lo asegura? — están reunidos en su cueva de seguridad.

—La vi usar su poder con uno de los nuestros. Quemó su cara en un instante.

—¿Y eso no debería ser malo para nosotros?

—Es malo para quien la haga enojar y nosotros no queremos eso ¿verdad? Es la única que puede curarnos de esta maldita rareza y devolvernos nuestras vidas. La vida que Belmont Rutherford nos arrebató.

—¿Y cuál es el plan? ¿No necesitaremos a las demás como ella también?

—Las demás no nos interesan, ella sola puede hacerlo. Puede curar a Francia. Puede curarnos. — camina entre ellos. — Parece que ahora está bajo el mando del príncipe. El plan será liberarla y traerla con nosotros, cueste lo que cueste. Maten a todo lo que se los impida y recuerden que no pueden lastimarla. La necesitamos con vida. — les deja claro, pero para llevar a cabo dicho plan, debían estar más preparados.

Luego de que Helen cumpliera con todas sus obligaciones, adornó y organizó su nuevo aposento a su gusto. Le gustaban mucho las mariposas y las estrellas, así que algunas pinturas que encontró en la basura con ciertos diseños, las limpió y las colocó en las paredes de esta. Todas las noches antes de dormir, oraba y se comunicaba con su padre. Sentía que de alguna manera podía escucharla y eso la hacía sentir mejor. Le ayudaba a aprender a vivir en esta nueva realidad.

La princesa Robledo había regresado a su castillo como su padre, el comendador, lo quiso y aunque estaba disgustada, todos sabían que era lo mejor por diversas razones. Gertrudis seguía muy ocupada con la preparación de la boda real y el rey seguía cubriendo su paso mientras terminaba de condicionar el lugar donde pronto realizaría el ritual. Mientras tenía a Turquesa en la mira, envió a Vittorio (quien no estaba suspendido después de todo) a buscar los nombres que faltaban en la lista de mujeres nacidas el 7 de diciembre del 1557. El cual, después de revisar sus brazos por el falso motivo de "evitar una infestación", descartaba a todas las que no le servirían de nada.

En el castillo.

Al atardecer, el príncipe Alan practicaba con su arco junto a su hermano Aarón. Habían tenido una mañana muy movida y esta era una de sus formas para relajarse. Descanso que se ve interrumpido por el acercamiento del rey.

—Extrañaba volver a verlos así. ¿Recuerdan cuando lo hacíamos a menudo? — les dice.

—Creo que ya me tengo que ir. — Aarón deja el arco en su lugar y se retira. Desde aquella noche en el pabellón, no ha querido volver a ser el mismo nieto obediente con su abuelo.

—Parece que seguirá enojado conmigo un par de semanas más.

—Y no lo culpo. — Alan sigue lanzando flechas justo en el blanco. Su puntería nunca falla.

—¿Hasta cuándo estaremos en esta situación? Un abuelo y su nieto; un rey y su heredero sin tener una buena relación es lo más lamentable.

—Te lo has ganado a pulso, así que no te quejes. Tú eres el único problema aquí. — guarda el arco.

—Y todo por esas chicas, ¿no es así?

—¿Y te parece poco? — Belmont guarda silencio. — En cuanto tenga la oportunidad las sacaré de ahí y te expondré delante de todo el consejo.

—No vas a destruir lo que tanto me ha costado conseguir. Si no las liberaste cuando tuviste la oportunidad, no lo harás jamás.

—¿Por qué? ¿Por qué haces esto? — se acerca. — Cuando las vi por primera vez solo tenía casi 6 años y crecí con esa pesadilla en mi cabeza. Lo que haces es horrible. Tú eres horrible.

—Ahora entiendo por qué siempre fuiste más rebelde conmigo. Quizás era demasiado evidente.

—¿Qué piensas hacer con ellas que en 18 años no has hecho? ¿Qué más buscas?

—Dímelo tú, pareces saber incluso más que yo. — Alan se queda en silencio porque sí sabe de las profecías, solo que le cuesta creerlo. — Supe lo que pasó anoche en el pueblo con los tenebris. Parece que ambos tenemos nuestros secretos.

—Ellos y los malditos paganos son de los que deberías preocuparte y hacer algo. Atacan el pueblo porque saben que no te importan, pero ¿qué harás cuando el castillo sea su próximo objetivo? ¿Huirás? ¿Te esconderás? ¿O simplemente no harás nada como siempre? — lo enfrenta.

—Ellos son la razón por la que hago todo esto. Si cumplo la profecía y completo el ritual, obtendré el poder necesario para extinguirlos. Al final todos queremos lo mismo, pero me temo que el proceso es lo que nos divide. Podrías estar de mi lado y vencerlos juntos.

—¿Sacrificando a personas inocentes? No, gracias. — camina lejos de él.

—El rey de Inglaterra vendrá mañana. La paz no está asegurada pero si llega y presencia estos desacuerdos entre un rey y su sucesor, ¿qué crees que pensará? ¿qué decisiones crees que tomará? — Alan se detiene mientras lo escucha. — Tengo muchas cosas de las qué preocuparme y quitarme a los malditos Ingleses de encima es necesario. ¿Te opondrás a eso también? — el príncipe se da la vuelta y lo mira.

—Tranquilo. Si pude fingir ser el nieto obediente durante 18 años, podré hacerlo por unos días. — esboza una irónica media sonrisa y sigue su camino hasta el interior del castillo. Va a la cocina y pregunta a Claudia por Helen, la cual le responde que fue a darse una ducha antes de seguir con su trabajo. Cuando Alan va hasta allí, se queda parado y mira a través del entreabierto de la puerta. Helen estaba completamente desnuda sumergida en las burbujeantes aguas de la bañera y con los ojos cerrados. Por lo que Alan entra, cierra la puerta y se sienta en una de las sillas del baño mientras la observa detenidamente.

Cuando Helen abre los ojos y lo ve, se espanta y se cubre los pezones instintivamente.

—¿Qué cree que hace? ¿Qué hace aquí?

—Buscándote.

—Pues ya me encontró, ahora salga, por favor. Estoy desnuda.

—¿Me tienes vergüenza? — se ríe. — He visto a muchas mujeres desnudas, Helen. Cálmate. — contesta con mucha calma. Aunque su respuesta la ofenda mínimamente, no se dejará amedrentar tan fácilmente. Así que con mucha intrepidez, se levanta sin cubrirse y sale de la bañera, captando la cara de asombro del príncipe. Nunca dejaba que predijera sus próximos movimientos.

—Entonces aprecie muy bien mi desnudez, porque será el único cuerpo que jamás podrá tocar. — le dice firmemente con la osadía que la caracteriza. El príncipe se levanta y se acerca a ella lentamente. Verla desnuda encendió más la llama que ya existía entre ellos.

—No me provoques, Helen. Tengo límites que no puedo cruzar. — observa sus pezones con mucha lujuria.

—¿Por qué? ¿No es capaz de controlarse? — mira sus labios. — ¿Qué tan lejos podría llegar si decide cruzar esos límites? — Helen quiere poner a prueba su paciencia y la caballerosidad que siempre aparenta tener.

Alan la fulmina con la mirada, la sujeta del cuello y la estampa cuidadosamente contra la pared.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Qué más quieres de mí aparte de tenerme a tus pies, Helen Laurent? — incluso ella no puede entender porqué su cuerpo reacciona de tal manera cuando lo tiene tan cerca. Dichas palabras le daban más poder del que ya posee sobre un hombre al que creía inalcanzable. — Es peligroso jugar con algo que no entiendes. — desliza su mano sobre sus pezones y desciende hasta su vagina. Aunque Helen tiene miedo, no aparta sus manos de su cuerpo y se sumerge en el placer que le está provocando.

—¿Qué hace? — dice entre susurros.

—Mostrándote solo un poco de los límites que podríamos cruzar. — con tres de sus dedos presiona su clítoris en círculos hasta hacerla retorcer del placer y hacerla conocer el mundo de la excitación y la lujuria que hasta hace poco desconocía. Le gustaba cómo se sentía y cada vez quería más, aunque probablemente todo esto estaba mal. El príncipe sabía cómo seducir y tocar a una mujer, así que no se detuvo hasta hacerla humedecer lo suficiente.

Un grupo de siervos hablando por los corredores interrumpe su momento.

Alan se aparta de ella y mientras la mira, abre la puerta y se marcha. ¿Qué había sido eso? Se pregunta mientras intenta recuperar el aliento. ¿Cómo se había permitido perder el control de tal manera con un hombre que nunca pondría un anillo en su dedo? Antes de que cualquiera pudiera juzgarla, su propios principios ya lo estaban haciendo. ¿Qué pasaría después de esto?

Cae la noche.

Mientras toda la familia real cenaba, Helen debía estar parada a un costado del asiento del príncipe. Le avergonzaba siquiera mirarlo pero tenía que cumplir con su trabajo y servirle lo que quisiera de la mesa. Después de lo que hace horas pasó, una nueva extraña tensión los dominaba por completo y Gertrudis lo notaba. La tan simple forma en la que el príncipe comía de su tenedor, hacia que Helen fantaseara con cosas que quizás jamás pasarían. ¿Qué está pasando conmigo? Cálmate, Helen. Se dice así misma para actuar con normalidad.

—¿Puedes traerme dos limones por favor? — Alan le pide, lo que Helen hace de inmediato. Va hasta la cocina y se encuentra con otra sierva.

—Hola. — la saluda.

—Hola. — parece nerviosa.

—¿Tú quién eres? No te había visto por aquí. — Helen intenta conversar mientras busca los limones.

—Es porque el castillo es muy grande. Soy Junilda. Sierva de la princesa Gertrudis. — Helen nota que el frasco lleno de fresas que ha sacado del refrigerador es de Gertrudis. Ya que le ayudaba a reducir la hipertensión.

—Mucho gusto. Soy Helen pero supongo que ya lo sabías. — con todo el revuelo que ha causado desde su llegada, debería ser más que obvio. — No te vi en la mesa, ¿eres nueva? — vuelve a preguntar.

—Solo...quiero asegurarme de que todo esté en orden. ¿Tienes algún problema con eso? — Helen la nota algo exaltada.

—No, tranquila. Solo intentaba mantener una conversación. — Helen frunce el ceño. — ¿Todo bien con las fresas? — ya lleva mucho tiempo con ellas en las manos.

—Sí, las dejaré en su lugar. — así lo hace, sonríe y se marcha sospechosamente. ¿Qué le pasa? Se pregunta mientras solo se enfoca en encontrar un cuchillo para cortar los limones. Aún no se familiarizaba con los cajones de la cocina. Es justo cuando llega otro siervo de la princesa Gertrudis que sí estaba en la mesa hace segundos para sacar y llevarle las fresas que siempre solía comer después de cenar.

—Qué ricas y hermosas fresas. Es la única parte de la noche que me gusta. — dice sonrientemente mientras toma una de ellas y se la come.

—Me temo que alguien ya hizo tu trabajo.

—¿Qué dices? — frunce el ceño pero antes de que Helen pueda contestar, Claudia llega y lo apura para que le lleve las fresas a la princesa.

—Oye, ¿de casualidad sabes dónde están los cuchillos? — Helen aprovecha su presencia.

—Sí, están en el gabinete izquierdo. — lo señala y Helen lo toma. — ¿Cómo va tu día?

—Igual de raro y estresante que siempre. — y lo que había pasado en el baño hace rato, lo complicaba aún más. — Oye, creo que se te escapó presentarme a una de las siervas de la princesa. Al menos ya sé que su nombre es Junilda. — sonríe y Claudia frunce el ceño.

—¿Qué? ¿De qué sierva hablas?

—De Junilda, acabo de verla hace nada. Estaba revisando las fresas de la princesa pero se veía muy nerviosa. Casi parece que es su primer día.

—Helen, no hay ninguna Junilda aquí y menos que sea sierva de la princesa. Todos están en la mesa ahora. — esas palabras eran todo lo que necesitaba para darse cuenta de que algo andaba mal.

—No puede ser. — deja todo lo que estaba haciendo y corre hasta el comedor. — ¡No coma las fresas! ¡No las coma! — entra gritando cuando eso es lo que Gertrudis estaba a punto de hacer. — ¡No las coma! — tumba el frasco de sus manos, haciendo que todos se levanten del espanto.

—¿Qué te sucede, niña? — Gertrudis está disgustada. Parte de su vestido se había manchado.

—Helen, ¿qué sucede? — Alan le pregunta con más calma y cuando aquel siervo que comió una de las fresas previamente comienza a convulsionar, creen entender lo que ocurre.

—¿Qué le pasa? — pregunta Aarón. — ¡Traigan asistencia médica ahora! — les ordena a los guardias y lo hacen de inmediato. Entre la angustia y la desesperación, aquel chico que sirvió durante muchos años a la princesa muere. Habían intentado envenenar a la madre del príncipe Alan y Helen la había salvado.

—Lleven a todas las damas a sus aposentos de inmediato hasta que encuentren al responsable. — el rey ordena muy preocupado, ya que por primera vez, no estaba detrás de ello. — ¿Qué demonios ha sido esto? — mira a Helen. 

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