14. Alan vs Vittorio.
La mañana siguiente.
Helen despierta muy desconcertada, sin saber en dónde está. Físicamente se encuentra mucho mejor pero su mente aún está al borde del colapso. ¿Dónde estoy? Se pregunta mientras observa el aposento y la cómoda cama en la que ha pasado casi toda la noche.
—Buenos días. — suena la dulce voz de Claudia en la puerta antes de que pueda salir.
—¿Tú...? ¿Tú quién eres? — frunce el ceño.
—Soy Claudia, parte de la servidumbre del castillo. — le extiende su mano pero Helen, aún muy desconfiada, no se la estrecha. — Tranquila, solo vengo a ayudar. Te traje sábanas limpias, lociones y vestidos. Cualquier otra cosa que necesites solo dímelo. — coloca una enorme canasta sobre la cama.
—Lo que necesito es irme de aquí ahora.
—Me temo que eso no será posible. La trajeron aquí para ser castigada y ahora el príncipe Alan peleará por su libertad.
—¿Por mi libertad? ¿Qué demonios significa eso?
—Podrás verlo con tus propios ojos esta tarde. Tendrá una justa batalla contra Vittorio que espero que pueda ganar. Aun así, tendrá que pagar el precio de siete meses siendo parte de la servidumbre. — a Helen le cuesta creer lo que escucha. — Sé que has pasado por muchas cosas pero todas estas tormentas pronto terminarán. El príncipe está de tu lado y eso ya es mucho decir. Él te rescató de esos calabozos y me pidió que cuidara de ti.
—No necesito que nadie cuide de mí.
—Oh sí, sí que lo necesitas. Todos lo necesitamos en algún momento. — se acerca. — Te ayudaré a preparar la ducha. — Helen asiente y cuando Claudia está lo suficientemente alejada de la puerta, la empuja y corre hasta la salida.
Después de recorrer varios pasillos, llega hasta los enormes muros que protegían la entrada al reino. Todo estaba muy reforzado, era imposible entrar o salir sin que movieran las gigantescas compuertas.
—Deja de intentarlo, no lo conseguirás. — se oye la voz del príncipe Alan detrás de ella, arrimado a uno de los muros y con los brazos cruzados. — Me alegra que ya estés mejor.
—¿Mejor? No estoy nada mejor. Necesito volver a casa. — está desesperada.
—Lo sé pero eso no será posible. No por ahora.
—¿No por ahora? ¡No puedo quedarme aquí!
—Pero tendrás que hacerlo. — se acerca. — Cortaste la cara de Vittorio y está en todo su derecho de hacer lo que quiera para castigarte. Así son las reglas.
—¡Él se lo buscó! ¡Él lo provocó! — está muy enojada.
—Y lo sé, pero ellos no y tampoco les importará. Así funciona esto. Muy injusto, lo sé pero si queremos justicia debemos jugar de la misma manera.
—¿Jugar de la misma manera? Sería un juego bastante inmundo. — trata de calmar su ira.
—Exacto. — sigue acercándose. — Pero es de la única forma en la que podríamos ganar. — el intenso azul de su mirada le resulta tentador. Aunque Helen no entendía exactamente qué cosas tenía en mente como parte del juego, solo tenía cabeza para recordar que su padre estaba muerto.
—Él...él me confesó que asesinó a mi padre. También que fue responsable del incendio en el campo y quién sabe cuántas cosas más. Es capaz de hacer cualquier cosa. — las lágrimas descienden por sus mejillas.
—Y es por eso por lo que lo haremos pagar. Lo haré pedazos dentro de un par de horas y tendremos un problema menos.
—No, la muerte es demasiado sencilla para él. Debe sufrir. — el lado vengativo que Helen no sabía que tenía, empieza a relucir.
—¿Y qué harás para lograr eso? ¿Qué podría causar el sufrimiento de un animal como él? — ella observa las palmas de sus manos, recordando aquel desconcertante poder que tiene y aunque no sabe cómo sobrellevarlo, está consciente de que podría destruir con el lo que quisiera.
—Ya me las ingeniaré. — el príncipe sospecha que puede estar ocultándole algo más pero no la cuestiona de momento. — ¿Y qué pasará con mi familia? Debo volver con ellos.
—Tu familia está en crisis. Tu madre vendió todo lo que tenía para poder encontrarte, a tu hermano mayor le cuesta reintegrarse en el mismo lugar donde murió su padre y Lucas...es solo un niño que necesita atención. — Helen pasa la mano por su cabello. — Enviaré una carta con mis guardias y algo de comida con lo que puedan sobrevivir. Al menos hasta que puedan reponerse.
—¿Y quién escribirá la carta? ¿Usted?
—No me queda de otra.
—Preferiría hacerlo yo misma. Mi madre conoce mi letra, así que la dejará más tranquila.
—¿Sabes escribir? — parece impresionado.
—No todos los pueblerinos somos analfabetos. — casi suena como un regaño. Helen empieza a sentirse mareada y e1 príncipe se acerca para asegurar que no se caiga.
—Aún no estás del todo bien. Necesitas comer y refrescarte.
—¡Oh! Aquí están. Estuve buscándola por todo el castillo. — Claudia los alcanza.
—Sí, es un poco terca. Ya te acostumbrarás. — dice y Helen pone los ojos en blanco. — Entonces... ¿harás esto por las buenas o por las malas? — ¿tendría otra opción? Helen se pregunta. El príncipe acababa de salvar su vida y ahora su familia se encontraba en una apretada situación. Si las cosas salían bien en la pelea, tendría que trabajar para el reino por 7 meses y al menos el sueldo le serviría para ayudar a su familia. Aparte de que parecía ser una oportunidad para destruir al asesino de su padre teniéndolo más de cerca.
—Está bien. Puedo resistirlo. — nada podría ser peor que el dolor tras la pérdida de un ser amado.
—Ve con Claudia y déjate ayudar. Es de confianza. — Alan le asegura y Helen obedece. Camina detrás de Claudia hasta el aposento donde parece que se estará quedando durante los siguientes meses. La bañera está preparada y a simple vista parece tener todo lo que necesita: vestidos, lociones, zapatos, prendas para el cabello y demás.
—¿Es normal que hagas todo esto por mí? — Helen se siente extraña.
—No, pero el príncipe así lo quiere. Al menos hasta que te recuperes.
—No hace falta, ya estoy bien. Estoy acostumbrada a hacer todo sola, puedo con esto.
—Lo sé, probablemente eres una de las chicas más fuertes que he conocido.
—Tengo la impresión de que tú también. ¿Por qué estás aquí? Me parece que te he visto por el pueblo.
—Es una...dolorosa historia. — le cuesta responder. — Mi familia me vendió al reino a cambio de unas monedas. Tenían muchas deudas así que supongo que esta era la única manera. — confiesa, ya que Helen le inspira confianza.
—Tu familia es una mierda. — en el momento que lo dice, se arrepiente. — Perdón, soy...un poco malhablada algunas veces.
—Está bien, tranquila. Es lo que todos piensan cuando cuento mi historia. Al menos tú y el príncipe son los únicos que han podido decirlo en voz alta. — aunque el amor de Claudia por su familia jamás podría acabar, sabe que lo que hicieron con ella solo por unas monedas, no fue justo. — Te dejaré a solas para que puedas asearte. Sé que tienes mucha hambre, así que cuando termines ve a la cocina para que puedas comer lo que quieras. — es lo último que dice antes de retirarse.
Con miedo, coloca una mesa detrás de la puerta para que nadie más pueda pasar. Quizás todos los recientes acontecimientos le han afectado más de lo que podría imaginarse. Sobre todo la muerte injusta de su padre. Su sed de venganza era lo que la mantenía con fuerzas y dispuesta a pagar cualquier precio dentro del castillo. Vittorio sería su primer objetivo, así que pensaría muy bien cómo ejecutaría su plan.
Una vez desnuda, entra a la bañera y pasa la esponja por su piel, lo suficiente para retirar la suciedad. ¿Qué demonios soy? Se pregunta mientras observa los siete puntos en su antebrazo izquierdo. ¿Qué es ese poder brillante que salía de sus manos? Sigue preguntándose mientras las une, concentra todo su impulso y cuando las aparta, aquella esfera de luz emerge otra vez. Aunque puede parecer escalofriante, cuanto más fija su mirada en los pequeños detalles, más hermoso le resulta. Y algo en su interior le decía que no había nada que temer, pero mientras no los controlara del todo, sería confuso para ella.
Por otro lado, antes de que el príncipe pueda escabullirse de sus responsabilidades como prometido de Turquesa, su madre entra a su aposento sin previo aviso. Anoche no tuvo la oportunidad de cuestionar sus decisiones pero ahora era el momento.
—¿Puedo saber a qué se debe todo esto? — se encuentra algo molesta.
—Si hablas de la pelea con Vittorio, no te preocupes. Lo tengo todo controlado.1
—Hijo, no puedes desafiar a todos porque sí y menos por una pueblerina. ¿Qué tanto significa para ti?
—Es una vida. Una mujer inocente que estuvo a punto de morir injustamente después de que asesinaran a su padre.
—¿De que asesinaran? Pensé que había muerto por causas naturales. — frunce el ceño.
—No, Vittorio lo mató y solo como una advertencia para que no volviera acercarse a mí. — Gertrudis se esperaba cualquier cosa menos esta. — Y todo bajo el consentimiento del abuelo, ¿ahora entiendes por qué los detesto?
—¿Pero realmente se acercaba a ti? ¿Cómo? — está intrigada.
—Solo actuaba como un futuro rey que quiere conocer a su pueblo, y ahí estaba ella. Fui yo todo el tiempo. Ella no tenía que pasar por esto. — cada que Alan lo recuerda, alimenta más su aborrecimiento hacia Vittorio.
—¿Y te sientes culpable, verdad? ¿Por eso estás haciendo todo esto? — su madre intenta entenderlo.
—No. Vittorio siempre ha sido un dolor de cabeza para mí, solo estaba esperando una razón para que justifiquen su muerte en mis manos. — arregla los botones de su camisa.
Gertrudis resopla.
—Esto es una demencia.
—Tranquila, madre, estaré bien. Ya me conoces. Nadie me gana en una batalla.
—Y no lo pongo en duda, pero se trata de Vittorio y no resistiría siquiera verte un moretón en la cara. — arregla un mechón del cabello que sobresale en su frente. — Pase lo que pase, recuerda que estás comprometido. Me siento muy apenada con la familia Robledo. Desde que llegaron solo han presenciado nuestra desgracia.
—Y nuestra riqueza. — Aarón se hace presente. — Nada de esto será importante para ellas porque saben que serán parte de la realeza cuando Alan y Tessa se casen.
—¡Aarón! No hables así de ellas. — Gertrudis le regaña. — Este día ya es demasiado tenso.
—¿Listo para la pelea? — Aarón se acerca a su hermano. — Ya quiero ver cómo le pateas el trasero.
—¡Aarón! — su madre vuelve a regañarlo.
—No pensé que una pelea causaría tanto revuelo.
—Un príncipe contra el mejor guerrero del rey por la vida de una pueblerina. ¿No te parece suficiente? — Gertrudis está muy disgustada con el tema.
—Pero esta no es cualquier pueblerina. Es la primera doncella de la que Alan se enamora. — Aarón sonríe.
—¿Qué estás diciendo? — Alan refuta de inmediato. — Deja de inventar estupideces.
—Uy, ahora está molesto. — sigue burlándose.
—Príncipe Alan, el rey solicita su presencia en el pabellón en este momento. — interviene uno de los guardias. Todos se miran con mucho suspenso pero Alan solo sale del aposento y camina hasta el pabellón. Los guardias abren los portones para cederle el paso y se coloca frente al trono donde Belmont está sentado.
—¿Quería verme? — pregunta.
—Sí. Estoy un poco angustiado con esta situación.
—¿Ah sí? Pues no se nota. — Alan solo percibe la tranquilidad del rey.
Belmont libera una sonrisa nerviosa.
—Quiero proponerte un trato sobre otro que ya pactamos. Te dije que si ganabas la batalla de esta tarde, tendrías el control de la hija de Benjamín, pero su libertad depende de mí.
—Solo durante siete meses. — le recuerda.
—Correcto. Pero ahora te ofrezco su libertad absoluta. — al príncipe le cuesta creer lo que escucha.
—¿A cambio de qué? — lo mira con sospechas.
—A cambio...de que te alejes de mis...asuntos. — ambos saben a qué se refiere.
—¿Cuáles asuntos, abuelo? — finge no saber.
—Lo sabes perfectamente. Sé que fuiste tú quién entró a la biblioteca y nunca te dije nada al respecto, hasta ahora. Deja de involucrarte en esto y la señorita Laurent podrá regresar a casa sin ningún conflicto que saldar.
—Tienes a cinco mujeres secuestradas, ¿por qué no me involucraría?
—Porque solo están aquí para cumplir un propósito. Uno que te beneficiará después. — Alan frunce el ceño y ladea la cabeza. — Solo aléjate de esto y tendremos un trato nuevo.
—¿En qué podría beneficiarme semejante barbaridad?
—La respuesta a esa pregunta, es por la que te pido que te mantengas al margen. Y no es una petición, sino un trato justo. — esta situación pone al príncipe entre la espada y la pared; entre sus propios deseos y proteger a Helen. — Al final es tu decisión.
—¿Y qué pasa si deseo seguir involucrándome hasta destruir tu...propósito?
—Entonces tomaré cartas en el asunto. — eso para Alan, suena más como un reto que una amenaza. — ¿Hay...o no hay trato? — insiste. El príncipe lo fulmina con la mirada y sonríe.
—Qué más da. Solo son siete meses. — y con esas palabras, le deja suficientemente claro que no hay más tratos. Por lo que esta constante tensión entre abuelo y nieto; entre rey y príncipe, continuarán. — Ahora, si me permite, tengo una pelea por la que me tengo que preparar. — hace una irónica reverencia y se retira del pabellón, dejando al rey muy disgustado.
Helen.
A pesar de todo y de lo agradecida que está con Alan, también está consciente de que si quiere sobrevivir, tiene que aceptar esta nueva realidad. No puede dejar de pensar en su madre y sus hermanos. ¿Cómo la estarían pasando? Este ha sido el peor mes de sus vidas. Ahora solo esperaba que el príncipe enviara la carta que acaba de escribir para que al menos supieran que estaba bien.
Como Claudia dijo, fue a la cocina para comer pero en lugar de eso, algunos guardias la trasladaron hasta un comedor más privado, lleno de diferentes y deliciosos platos, y muchas flores por todos lados.
—¿Qué es esto? — pregunta.
—Cortesía del príncipe. — uno de ellos hala su asiento y cuando se acomoda, se van. ¿Por qué el príncipe Alan está haciendo todo esto por mí? Se pregunta mientras no sabe ni por dónde empezar. Hay muchas frutas, carnes, queso y jugo que nunca había visto en su vida, mucho menos comido. Comienza probando las frutas y poco después, le resulta imposible parar. Tenía casi dos días sin alimentarse y esto era la gloria para ella.
Su familia.
Cuando ellos llegan a su mente, se detiene. Estaba allí disfrutando de manjares mientras su madre y hermanos seguramente seguían pasándola mal. Siete meses sin seguramente poder ver a su familia, era demasiado para ella. ¿Llegaría a acostumbrarse? ¿Qué destino le esperaba en aquel lugar?
6:30 de la tarde.
«Hace muchos años, un niño merodeando por los pasillos del castillo seguía las voces provenientes de la discusión entre sus padres. Cosas como: "estás enfermo", "no le dejaremos esta maldición a nuestro hijo", eran las que se escuchaban. El niño, muy desconcertado, siempre presenciaba el constante desacuerdo entre sus padres por cosas que para ese entonces todavía no entendía. Hasta que creció.»
Ese niño, era Belmont Rutherford. Aquellas pesadillas lo atormentaban la mayoría de las noches y solo la reina Tomasia, lo sabía. Mientras está sentado en el trono, recordando su pasado, Gertrudis entra muy molesta, sin antes ser avisada.
—¿No crees que deberías pensar mejor antes de hacer las cosas, padre? — le dice directamente.
—La que faltaba. Todas las decisiones que tomo son por el bien de este reino y sobre todo, de esta familia. No sé cuántas veces tendré que repetirlo.
—¿Por el bien de esta familia? Ni siquiera eres un ejemplo para mis hijos, te has convertido en todo lo que no quiero que sean ellos. Para mi suerte, son mucho más inteligentes que yo y se dan cuenta de todo lo que haces mal. ¿No crees que es suficiente? — expresa su disgusto.
—Creo que no somos tan diferentes después de todo, hija. Dices que soy un mal ejemplo pero al menos yo les doy la libertad de escoger, algo que tú no haces. Como el compromiso con Turquesa, por ejemplo.
—¿Y te atreves a culparme? ¡Todo esto es por ti! ¡Tú eres quién quiere este compromiso lo más pronto posible para asegurar el trono!
—Ya me estoy cansando de todos estos reclamos.
—¿Sabes qué? Me da mucha pena en lo que te has convertido, pero solo te recuerdo que por mis hijos, soy capaz de cualquier cosa. No dejaré que hagas con ellos lo mismo que hiciste conmigo. — es lo último que le dice antes de retirarse.
No se hablaba de otra cosa en el castillo más que de Alan y la pelea que el rey estableció para debatir lo que harían con Helen. Por lo cual, no podía sentirse más avergonzada. Nadie sabía cómo terminaría este día.
Llega la hora.
Los guardias la escoltan hasta el campo de batalla bajo mucha vigilancia mientras todos los miembros de la realeza la observan. Sus despectivas miradas eran suficiente para saber que tenían muchas preguntas en su interior respecto a la importancia de la vida de alguien como ella. El rey estaba a unos metros, sentado junto a su familia en lo más alto donde lo presenciarían todo.
—Así que tú eres la chica por la que mi hijo está arriesgando su vida. — dice Gertrudis, acercándose a Helen. Después de observarla, puede darse cuenta de que es la princesa, madre de Aarón y Alan (Claudia le había dado una breve introducción) así que hace una reverencia.
—Lamento mucho todo esto. No fue mi decisión. — mantiene la cabeza agachada.
—Lo sé pero aun así no dejas de ser la responsable. — respira profundo. — Ya que mi hijo te salvará la vida, espero que sepas agradecerlo y no des más problemas.
—Así será, princesa. Se lo aseguro. — Helen entiende que solo es una madre preocupada.
—Eso espero. — dice y se retira, colocándose en el mirador donde todos los Rutherford están sentados. Helen tenía una imagen diferente de ella. A simple vista se ve muy dulce pero cuando se trata de sus hijos, es algo complicada.
Cuando finalmente todos están en posición, el vocero real presenta a los guerreros: a Alan y a Vittorio, quienes entran con sus armaduras puestas y sus espadas en manos. Aunque Vittorio sea cruel, es muy leal a la corona y tener que golpear al príncipe, no era de su agrado. Las intensas previas miradas que ambos se dedicaban llenaban todo el campo de adrenalina, hasta que la pelea empezó.
Lo único que Alan necesitaba para tener las fuerzas de combatirlo era recordar que había asesinado al padre de Helen y que había sido un tormento para él durante mucho tiempo. Luego de muchos espadazos, ninguno parecía caer, ambos estaban al mismo nivel de combate y eso aumentaba la angustia entre los espectadores, sobre todo de la princesa Gertrudis y Helen. Alan detiene la espada de Vittorio con la suya y con mucho impulso, la empuja hasta hacerla caer de sus manos. Sin dejarlo tener oportunidad, aprieta los puños y lo golpea una y otra vez con mucha furia hasta dejarlo inmóvil en la arena. Camina hasta él, toma su propia espada y justo antes de enterrarla en su corazón, se detiene.
"No, la muerte es demasiado sencilla para él. Debe sufrir."
Las palabras de Helen llegan a su mente justo en ese momento. Su mirada busca la suya y cuando nota que está muy angustiada por lo que pueda llegar a hacer, clava la espada en la arena en vez de en el corazón de Vittorio. Tenían un trato que cumpliría aunque su ira le impulsara a todo lo contrario.
—Tenemos otros planes para ti. — le dice y se levanta, siendo el príncipe Alan declarado como ganador de la batalla. Otros guardias se llevan a Vittorio con la cara muy ensangrentada para que reciba atenciones médicas y aunque este final era algo predecible, no dejaba de decepcionar al rey.
—La batalla ha terminado. — anuncia el vocero real, con todos los espectadores festejando la victoria.
Minutos más tarde.
Alan también tiene algunos rasguños y golpes en la espalda, pero nada de lo que no se pueda sanar. Cuando algunas siervas curan sus heridas, Helen entra con algo de timidez para poder ver que esté bien. Al notarlo, el príncipe les pide dejarlos a solas, algo que hacen instantáneamente.
—¿Está bien? — le apena ver su torso al descubierto.
—Sí, he tenido heridas peores. — intenta colocarse la camisa pero al ver que le cuesta, ella le ayuda. Con mucho cuidado lo hace y abrocha sus botones sin que Alan pueda dejar de mirarla.
—Está completamente loco. ¿Por qué hacer todo esto por mí? — dice en voz baja pero él puede escucharla.
—Sí, es cierto. ¿Por qué? ¿Por qué hago todo esto por ti? ¿Lo vales? — le sigue el juego.
—Si se lo pregunta después de hacerlo, creo que ya tiene la respuesta. — esboza una media sonrisa. — Estoy muy agradecida.
—Bien. — termina de abrocharle los botones y se coloca el resto de la ropa limpia.
—¿Ahora qué sigue?
—Tendremos una última reunión en el trono. — contesta.
Y dicho así, llega el momento en el que están frente al rey y el consejo real. Como lo acordado, suspendieron a Vittorio por algunas semanas hasta que pudiera recuperarse y perdonaron la vida de Helen, aunque todavía debía cumplir siete meses de servicio en el palacio por órdenes del rey. No era necesario pero al ver que esta doncella era importante para su nieto, quería sentirse con el derecho de poder decidir también.
—Ahora que tienes el control de esta doncella, ¿qué cargo le darás? — pregunta uno de los consejeros reales. Para Helen todo esto era humillante. Hombres con poder decidiendo delante de sus narices qué hacer con su vida pero tampoco tenía otra opción. Al menos no por las buenas.
—Ya lo tengo muy claro. Será mi sierva personal. — en el momento en que lo dice, Helen abre los ojos como platos porque esperaba cualquier cosa, menos esa. — Estará única y exclusivamente bajos mis órdenes durante los siguientes siete meses. — sabe que esto la irrita y por ende lo está disfrutando.
—Muy bien, que así sea entonces. — ya es un hecho.
Cae la noche.
Helen no había visto al príncipe desde aquella declaración y no dejaba de dar vueltas en su aposento. Estar encerrada la estaba agobiando y poco a poco sentía que perdía la razón.
—Señorita Laurent, el príncipe solicita su presencia en las caballerizas. — un guardia abre la puerta y sin pensarlo dos veces, sale detrás de él. No había tenido la oportunidad de apreciar la belleza del castillo por afuera en la oscuridad. Suponía que tendría que familiarizarse con este lugar si tenía que quedarse.
Cuando llegan, los guardias se retiran y los dejan a solas.
—¿Cómo vas?
—¿Cómo voy? ¿Cree que teniéndome encerrada me ayudará? — está muy molesta.
—Qué raro. Yo no di la orden de dejarte encerrada. — nota su sarcasmo.
—O tal vez solo se aseguraba de que no me escapara después de escuchar su terrible declaración.
—Qué raro. Parece que ya me conoces muy bien. — sonríe. Su ironía la fastidia cada vez más. — Mira, te presento a Morpheus. Mi caballo. Realmente es como un hijo para mí. — Helen se acerca. — Cuidado, los desconocidos lo ponen agre... — cuando ve que está muy clamado ante el tacto de Helen, deja de hablar.
—Hola, Morpheus. — sigue acariciando su pelaje. — Es muy hermoso.
—¿Te gustan los caballos?
—No sabía que me gustaban hasta ahora. Jamás había tenido uno tan cerca. — Morpheus era tan negro como la oscuridad misma. — ¿Por qué me trae hasta aquí?
—Porque...quiero llevarte a un lugar, pero nadie debe enterarse. — se acomoda la capucha de su túnica.
—¿A dónde? — frunce el ceño.
—A ver a tu familia. — muchas emociones recorren todo el interior de Helen. — Pero solo serán algunos minutos. Solo quiero que estés bien antes de que tengas que adaptarte a este lugar. No será sencillo, Helen. — lo dice con mucha seriedad.
—Lo sé, está bien, está bien. Solo quiero verlos. — está muy emocionada por abrazarlos de nuevo.
—Bien. Toma. — le extiende una túnica. — Para el frío. — Helen la toma y se la coloca de inmediato. Alan sube al caballo y extiende su mano para que ella pueda subirse también. — Sujétate bien. — hala las cuerdas del caballo y empieza a cabalgar rápidamente hasta llegar al pueblo.
Mientras María leía la carta que su hija había escrito, tenía dudas sobre su veracidad, al igual que sus hermanos. Todos seguían afectados pero Jason y Lucas confiaban en el príncipe, mucho más después de lo que hizo en el bosque; de lo que Jason aún tenía muchas dudas.
—Es su letra pero... — alguien toca la puerta. Luego de una mirada de suspenso entre todos ellos, María abre.
—Mamá. — Helen deja caer sus lágrimas.
—¡Hija! ¡Santo Dios! ¡Hija mía! — la abraza fuertemente de inmediato. — ¡Niña mía! — toca su cabello como si quisiera asegurarse de que fuera real. — ¿Estás bien? ¿Qué pasó? — la observa de arriba abajo.
—Tranquila, mamá. Estoy bien. Gracias al príncipe. — lo mira.
—Oh, lo siento mucho. No me di cuenta que también estaba aquí. — hacen una reverencia.
—Descuide, lo entiendo.
—Siéntese, ¿puedo ofrecerle algo?
—No, estoy bien. Esperaré afuera. — sabe que necesitan un momento en familia, así que sale de la casa y alimenta a su caballo mientras terminan.
—Qué bueno que estás bien. — Jason le dice y se abrazan. Lucas también se les une y su madre presencia uno de los momentos más emotivos de su vida: el abrazo entre hermanos.
—Necesitamos saber lo que pasó. — Lucas dice y se sientan para hablar.
Jason observa al príncipe a través de la ventana mientras recuerda aquellas extrañas palabras que le dijo a aquella criatura en el bosque, por lo que no puede evitar salir e intentar obtener respuestas.
—No tenemos cómo pagarle que nos haya devuelto a nuestra hermana. Está viva gracias a usted. — se acerca mientras Alan sigue alimentando a su caballo.
—No agradezcas, de todos modos se quedará en el palacio por siete meses más.
—Será difícil pero al menos...está viva. Es suficiente para nosotros, aunque nuestra madre no lo sabrá sobrellevar muy bien. — las observan conversando y sonriendo a través de la ventana.
—La vida viene llena de sacrificios, pero Helen y tu madre son mujeres valientes.
—Eso me queda muy claro. — sonríe. — Y...hablando de sacrificios...usted en el bosque dijo algunas palabras en un idioma extraño. ¿Podría saber qué dijo? Aquella...criatura infernal parecía entenderlo. — suelta sus dudas.
—Es latín. Lo que dije fue: por la sangre y el fuego que condena a todas las almas impuras del bosque, les ordeno retroceder o sentirán la ira de la oscuridad de la madre naturaleza que me respalda. En pocas palabras hice un trato con él para que te dejara libre. — contesta con mucha calma.
—¿Por eso cortó su mano?
—Sí. Aunque ellos habiten en la oscuridad, el bosque tiene vida propia. Si derramas tu sangre te vuelves parte de ella.
—¿Entonces usted es parte del bosque ahora?
—Todos tenemos nuestros secretos, Jason. No es algo de lo que debas preocuparte. — no quiere darle muchos detalles.
—Claro. Una disculpa, mi señor. — agacha la cabeza.
—Ahora solo enfócate en proteger a tu madre. Te necesitará más que nunca. — le da dos palmadas en el hombro y Helen sale.
—Supongo que ya tenemos que irnos.
—Será muy difícil acostumbrarme a estar sin ti mi niña. — María besa la frente de Helen.
—No te preocupes, seguramente podré venir a verlos de vez en cuando, ¿no es así? — mira al príncipe y tienta a su suerte.
—Por supuesto. — Alan no podría decirle que no. María vuelve a agradecerle por salvar la vida de su hija y aunque para ellos es difícil dejarla ir, aceptan que debe hacerlo. Órdenes reales son órdenes reales y debían cumplirse. Vuelven a montarse sobre Morpheus y después de otra emotiva sonrisa entre Helen y su familia, regresan al castillo. Pero lo que estos no habían notado, es que estaban siendo vigilados desde la oscuridad por aquel hombre con deformaciones extrañas con el que cruzó aquellas palabras en latín en el bosque.
¿Qué planeaba hacer y por qué los vigilaba?
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