13. ¿Dónde está Helen?

Después de un mal día, el príncipe Alan debió volver al castillo para cumplir con su deber y asistir a la cena donde su matrimonio con Turquesa se definiría entre familias. Luego de ducharse, vestirse y peinarse, se unió al comedor 10 minutos tarde.

—Disculpen mi demora, tuve algunos imprevistos. — se sienta al lado de Tessa.

—No se preocupe, lo importante es que ya está aquí. — dice Josefina con una sonrisa.

—Por cierto, qué bueno que ya está de regreso. — le dice al comendador, quien como lo previsto, regresaría para esta noche.

—Muchas gracias príncipe. — inclina la cabeza.

—Pronto ya no lo llamarás príncipe, sino yerno. — comenta el rey.

—No...no estoy entendiendo. — el comendador frunce el ceño.

—En su ausencia pasaron muchas cosas, dentro de ellas que nuestro hijo escogió a Turquesa para ser su esposa. — explica Gertrudis, lo que no deja muy contento al comendador.

—¿Sin mi aprobación?

—Pero sí con el mío. — ratifica Josefina. — Ahora solo esperamos tu bendición para que nuestra hija pueda casarse plácidamente. — se miran con disconformidad, ya que el comendador sabe que mucho antes de Turquesa nacer, Josefina ya tenía cierta obsesión por casarla con el príncipe. Solo tiene cabeza para pensar en cómo obtener más poder.

—Esperamos contar tu apoyo, padre. Sería muy importante para mí. — Turquesa entrelaza su mano con la de Alan sobre la mesa.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? ¿Podríamos tener una conversación de padre e hija antes de tomar una decisión?

—Creo que no es necesario, mi amado. Nuestra hija está muy dispuesta, no hay que darle muchas vueltas al asunto. — Josefina interviene. El comendador la observa con mala cara y luego mira los ojos llenos de felicidad de su hija. Duda de las verdaderas intenciones de su madre pero si esto era lo que su pequeña princesa deseaba, no se interpondría en ello.

—De acuerdo. — guarda la calma. — Tienen mi bendición. — dice.

Turquesa se levanta de la mesa para abrazarlo fuertemente.

—Gracias padre. — le dice al oído. Alan también le asiente con la cabeza como agradecimiento mientras que el rey intenta hacer su papel pero está muy incómodo con la incertidumbre de si era o no aquella pieza que faltaba para completar el ritual por el que ha luchado muchos años de su vida.

—Entonces no hay mucho más que decir, a partir de este momento somos una sola familia. — Belmont levanta su copa y los demás hacen lo mismo para brindar. Momento que es interrumpido por la abrupta entrada de Vittorio cayendo en el suelo mientras se desangra de la herida en su cara. Todos se levantan de la mesa del espanto y el rey, junto a Cristóbal y Alan se acercan para observar. Logran ver la enorme cortada que tiene en su cara y Alan parece reconocer de qué arma ha provenido.

Después de varios minutos, le han cocido la herida y parece estar mucho mejor. El príncipe siente un poco de compasión por él pero es más el interés en saber quién le ha hecho esto y por qué.

Él, el rey y Aarón entran para que pueda explicarles mejor.

—¿Quién te hizo esto? — le pregunta Belmont.

—Ella otra vez, la hija de Benjamín. Ni siquiera controla su temperamento para respetar la memoria de su padre. — contesta, mirando de reojo al príncipe Alan.

—¿Qué hiciste para merecerte esto? — cruza los brazos y le pregunta.

—Me parece que no es la pregunta adecuada. — dice el rey.

—Perdón pero es que no me creo que lo haya hecho porque sí. Es una chica que no se mete con nadie a menos que la provoquen. — asegura.

—Solo me estaba asegurando de que todo estuviera en orden por el pueblo. La encontré y le di mis condolencias. Empezó a culparme de la muerte de su padre y se puso histérica, hasta que de repente me golpeó con algo filoso en la cara. Estoy seguro de que era una daga. Incluso creo que conozco ese material. — mira al príncipe Alan con sospechas.

—¿Y desde cuándo te gusta ir por el pueblo dando tus pésames? La última vez que te vi con ella estabas a punto de castigar a su familia injustamente ¿y ahora le das tus condolencias? Me parece más que comprensible su reacción.

—Independientemente de lo que haya sido, esto no está bien. Si pueden ir golpeando a nuestros guerreros sin consecuencias ¿quién podrá protegernos de ellos después? — exclama el rey.

—¿Protegernos de ellos? — Alan se ríe. — En 23 años jamás dijiste algo así sobre los paganos, de los cuales sí deberíamos hacerlo. — observa el aparente nerviosismo del rey tras mencionar a los paganos. — ¿Sabías que he encontrado a más de tres de ellos en nuestras tierras? — su cara le responde. — Pero eso tu perrito no te lo dice ¿verdad? — ante el nuevo silencio del rey, Alan vuelve a reírse. — Olvídense de la hija de Benjamín. Su nombre es Helen, por cierto. — le reprocha a Vittorio. — La enfrentaré yo mismo y tomaré cartas en el asunto. — les dice y se retira.

—¡Hey! ¿Qué harás con Helen? — Aarón lo alcanza por los pasillos mientras caminan.

—Hablar con ella. Escucharé lo que tenga que decirme al respecto. — se coloca la túnica negra.

—¿Tú crees que Vittorio haya sido el responsable de la muerte de su padre? — frunce el ceño.

—¿Con tantas cosas en su contra aún lo dudas? — Aarón resopla. — No le pasará nada, tranquilo.

—No me preocupa ella, me preocupa todo lo que estás haciendo para molestar al abuelo. Sé que tienes razón en todo lo que dices pero... ¡ni siquiera me has dicho si las encontraste o no! — está muy exaltado.

—¡Baja la voz! — Alan mira a su alrededor. — Y sí, ahí están. — antes dudaba en contárselo, puesto que a cambio de él, Aarón siempre ha sido el que todo lo cuestiona. — Han estado encerradas durante todos estos años, pero por una...extraña razón, ahora quieren quedarse. Es más como si...lo necesitaran. — Aarón no puede creer lo que escucha.

—¡Santo Dios! Necesito verlas. — intenta irse pero Alan lo detiene.

—No, nadie puede saber de esto. Seguramente ya saben que lo sé pero hasta que no den su movimiento no levantaremos más sospechas.

—¿Entonces? ¿Qué pretendes hacer? ¿Por qué querrían estar encerradas? — Aarón está confundido. — ¿Es sobre eso raro de la séptima estrella que me contaste? — después de todo pudo contarle brevemente lo más importante de la historia que necesitaba saber.

—Eso y mucho más, me parece. Dijeron que tenía que buscar a la séptima estrella. No tengo idea de qué podría significar. O quizás mi lógica básica no me deja comprenderlo. — Alan se siente muy aturdido con el tema. — En fin, es un tema aparte de lo de esta noche. Iré al pueblo.

—¿Ahora? Tienes que volver a la cena. Te recuerdo que estás comprometido con Turquesa y toda su familia necesita que estés presente. — le recuerda.

—Diles algo por mí, no tardaré.

—Alan... — lo sujeta del brazo por unos segundos. Sabe que no tolera el contacto físico mucho que digamos. — Sé que es tu deber pero si no estás listo para asumir las responsabilidades de un matrimonio, no lo hagas. Aún estás a tiempo.

—¿Te preocupa el amargado destino de Tessa a mi lado?

—El destino de Tessa no me interesa. La quiero mucho pero no para ti. Ustedes no pegan ni con cera. Lo que quiero es que tú estés bien y que cumplas con las normas, tanto fuera como dentro del castillo.

—No te preocupes hermanito, el abuelo jamás podrá hacer algo contra mí.

—¿Qué te lo asegura? — Alan solo se queda en silencio y esboza una media sonrisa.

—Tengo que irme, ¿te encargas? — le da dos palmadas en el hombro, camina hasta las caballerizas y saca a Morpheus para irse hasta el pueblo en él. Mientras lo equipa, la silueta de una mujer caminando hacia dentro del castillo obtiene toda su atención. Se detiene, frunce el ceño y camina lentamente hasta la puerta por la que parece que había entrado, pero no hay nada. ¿Era real o su mente le estaba haciendo una mala jugada? Se pregunta mientras vuelve a su caballo y cabalga hasta el pueblo.

Aquella silueta sí era real y se trataba de Sofía, la cuarta estrella prisionera que tenía el don de proyectarse de manera astral. En conjunto con las demás desde las celdas, trataba de seguir la energía de Helen hasta poder encontrarla y al menos saber dónde estaba. Con mucho esfuerzo y recorrido después a través de todo el castillo, logran hallarla. Aún estaba desmayada y herida en plena oscuridad.

Cuando la forma astral de Sofía se acerca a la celda, los siete puntos de Helen comienzan a brillar más fuerte que nunca. Al igual que a todas las demás.

—Aquí está. — dijo Sofía con los ojos cerrados y su naríz sangrando desde su celda. Ahora debían encontrar la manera de hacer que alguien la sacara de allí.

En el pueblo.

Después de que los hermanos Laurent buscaran a Helen por todos lados, principalmente en sus lugares favoritos, volvieron a casa con malas noticias: no la habían encontrado por ninguna parte. María estaba convencida de que estaría en cualquier lugar así que los envió a seguir buscando de nuevo. Ya era muy tarde pero aun así, nadie allí dormiría en paz. No después de la muerte de Benjamín y la aparente desaparición de Helen.

Por otro lado, el príncipe Alan, antes de ir hasta la casa de Helen se dirigió hacia el bosque. Tenía algo muy importante que hacer por esos tenebrosos lugares en los que nadie entraba. Dejó a Morpheus no muy lejos y caminó a través de las ramas secas y sombras moviéndose por doquier. Todos los sonidos extraños que provenían de las profundidades del bosque eran aterradores pero ni siquiera eso a Alan lo asustaba.

Parecía conocerse el lugar perfectamente.

—Ya sé que eres tú. Sal de donde estés, solo quiero hablar. — dice, observando todo su alrededor. Alguien se acerca rápidamente detrás de él, pero antes de que pueda hacer algo, esquiva su golpe, sujeta su brazo, la estampa contra el tronco enorme de un árbol y hace que suelte su daga bruscamente.

Al retirarle la capucha, ve el rostro que ya conocía.

—Loana.

—Príncipe Alan. — le sonríe y se aparta. Es la misma chica de pelo blanco y diminuto diamante incrustado en la frente que cuestionó el poder de Helen en ese mismo lugar.

—Veo que no han cambiado su espectáculo. — vuelve a mirar a su alrededor. Sabe que hay más paganos detrás de las sombras. — Qué extraño ¿no?

—Es de la única forma que podemos ahuyentarlos. Hay mucha gente curiosa por aquí. — se acerca. — Pero lo que sí es extraño, es que el futuro rey de Francia esté por estos lados después de tanto tiempo. ¿Podemos ayudarlo en algo?

—Es simple. — da dos pasos hacia ella. — Tenía un alcázar con dos guardias y una testigo dentro. Casualmente la misma noche de la fiesta en el castillo para la búsqueda de la próxima reina de Francia, alguien invadió el lugar, mató a mis guardias y se llevó a mi presa. — la fulmina con la mirada. — ¿Dónde está? — le pregunta directamente.

—¿Dónde está? — repite irónicamente. — No tengo ni idea de quién estás hablando. — cruza los brazos.

—Los rumores dicen que dichos invasores estaban vestidos de paganos.

—Los paganos, al contrario de ustedes, no tenemos ninguna vestimenta en específico que nos distinga. Podría ser cualquiera. Quizás querían que eso pensaras.

—Puede ser, pero ¿a quién más le interesaría una chica que es parte de una profecía de la que aún me cuesta creer? Aparte del rey, solo me quedan ustedes.

—Entonces sí seguiste mi consejo. — luego de tanto tiempo buscando alguna respuesta de lo que vio hace 18 años, en una época pudo conocer a Loana. Su abuelo los había enviado a destruir la aldea donde los paganos se escondían, entre una de esas moradas, estaba ella. Para su suerte, el príncipe Alan fue quién los encontró y en vez de asesinarlos o encarcelarlos, los dejó en libertad. Sabiendo que algún día se reencontrarían y buscaría alguna manera de cobrarle el favor. Ese favor, fue darle respuestas. Ya que era hija del que hoy se considera el líder de los paganos y el primer enemigo del rey.

—No exactamente, pero me sirvió de base.

—No tenemos nada que ver con esto, puedo jurarlo.

—Quizás tu gente no pero ¿qué hay de tu padre? — camina a su alrededor. — Ambos sabemos que no están en el mismo bando por las cosas que piensa hacer. Tu padre es el verdadero monstruo aquí.

—Mi padre puede ser muchas cosas, pero matar a dos hombres a sangre fría y quemar alcázares no es lo suyo. No es algo que haría.

—Encontré a dos de sus "alumnos" muertos en el bosque porque trataron de matar a alguien que no tiene nada que ver en esta tontería. Quiere matar a gente inocente por una maldita profecía absurda. ¿No te parece razón suficiente para darlo capaz de cualquier cosa?

—Lo que quiere...es salvarnos. De tu abuelo y de ellas.

—Y si con él tan de acuerdo estás, ¿por qué no estás de su lado?

—Porque soy lo suficientemente inteligente para reconocer que tiene una buena razón pero no la ejecuta de la mejor manera. No estoy de acuerdo con que quiera "liberarlas de la maldición" sin importar que se pierdan muchas vidas inocentes en el camino.

—¿Entonces puedes asegurarme que tus...paganitos y los de tu padre no tienen nada que ver aquí?

—Puedo asegurártelo. — pero la verdad es que por parte de su padre, no lo tiene del todo claro. — Como también te puedo asegurar que debes vigilar más de cerca los pasos de tu rey.

—No te preocupes, sé perfectamente que sabe que no soy estúpido. Pero él no tenía manera de saber que tenía a una de sus...piezas.

—Quizás él no pero su peón principal sí. — ahora ella es la que camina a su alrededor. — Estoy muy segura de que es incluso peor que a quien le sirve. Ya debería saber que no es bienvenido aquí.

—¿Bienvenido? ¿Acaso Vittorio ha entrado al bosque? — frunce el ceño.

—Hace apenas unas horas intentaron atravesarlo. Llevaban a una nueva prisionera hasta el castillo, pero no era una cualquiera.

—¿Quién era? — está intrigado.

—Una de ellas. La más poderosa. Casi no me la creo pero cuando la vi usar su poder...no tuve más opción. — su vista se pierde en las ramas secas del suelo mientras recuerda el momento. — Y solo cuando tú mismo también lo veas, creerás todo lo que te llevo diciendo desde hace mucho tiempo.

El príncipe resopla.

—Las encontré. — confiesa. — Después de tanto pude verlas otra vez. Siguen encerradas en el castillo, en un pasadizo secreto de la biblioteca.

—¿Qué? ¿Y qué hiciste? ¿Las liberaste? — Loana está nerviosa.

—Eso intenté pero no quisieron. Me dejaron muy claro que debían quedarse.

—¿Pero por qué?

—¿Tú crees que yo lo sé? Apenas mantengo al abuelo al margen de todos mis movimientos para proteger a mi gente y trato de descubrir qué es lo que intenta buscar con todo esto. No tengo tiempo para profecías estúpidas.

—No puede ser. — Loana parece haber completado un puzle en su mente. — Ellas lo saben. Sabían que la séptima estrella estaría dentro del castillo, por eso decidieron quedarse.

—¿Qué? — Alan frunce el ceño. — ¿Cómo podrían saber algo así?

—Escucha, debes encontrarlas antes que el rey complete el ritual. Solo necesita una gota de su sangre para condenar al mundo a un infierno. ¡Piénsalo! La chica que tenías ya no está y acaban de llevarse a otra esta noche. Si el rey las obtiene, ya no tiene nada más que buscar. — parece estar muy preocupada con el tema.

—Bien, hablaré con ellas de nuevo y escucharé lo que tengan que decirme al respecto. Pero de una vez te advierto que si quieren quedarse y seguir siendo esclavas del rey, no moveré un dedo para impedirlo. Suficiente tortura he soportado por encontrarlas y entender qué está pasando. Tengo cosas más importantes que hacer. — le deja claro.

—Lo comprendo.

—Ya tengo que irme. Y diles a tus amiguitos que no vuelvan a pisar nuestras tierras, la próxima vez no tendré piedad. — le advierte antes de darse la vuelta, regresar con Morpheus y cabalgar de regreso al castillo. Pospondría la visita a Helen para mañana a primera hora, ya que deduce que su familia debe estar muy agotada tras la muerte de Benjamín. Lo de Vittorio podría esperar, aunque la razón principal, no era esclarecer el tema, sino poder verla.

Al día siguiente en la mañana, el príncipe Alan se despertó antes que casi todos y se dirigió hacia el pueblo sin pensarlo dos veces. Hoy tenía que viajar hasta el vaticano para aprobar su matrimonio con Turquesa y eso llevaría tiempo. Muchas carreteras recorridas después, llega al pueblo en su carroza acompañada de sus guardias más leales. Los pueblerinos solían despertarse muy temprano para trabajar y saludar a sus vecinos, cosa que a Alan le parecía fantástico.

Camina hasta la puerta de la casa de Helen pero su madre abre antes de que pueda tocar. Va despeinada, trasnochada y muy inquieta.

—Príncipe Alan, buenos días. — apenas le sale la voz.

—Buenos días. Lamento mucho su pérdida. — dice de corazón, a lo que María se queda en silencio. — Me gustaría hablar con Helen, sí me lo permite.

—Ella no está. No la encontramos por ninguna parte, señor. — rompe en llanto. — Mi hija ha desaparecido.

—¿Qué? — frunce el ceño. — ¿Ya buscaron en el lago, en el bosque?

—Sí. Sus hermanos la han buscado por todas partes desde hace horas. No hay señales de ella.

—Ayúdenlos a buscarla, en donde sea necesario. — les ordena a sus guerreros y lo acatan de inmediato. — Quédese tranquila, María. Helen es muy...traviesa. Seguramente la encontrarán. — intenta tranquilizarla. Tiene fe en que estará bien.

—Tiene razón. Seguramente volverá, estoy segura. — al príncipe le empieza a preocupar la salud mental de María. Han sido demasiados golpes en un día. — Muchas gracias, mi señor. Es usted muy generoso. — se inclina, aún teniendo la certeza de que mientras no vea la cara de su hija, no podrá descansar. 

En el castillo.

—¿Qué fue lo que hiciste? — le pregunta el rey a Vittorio en sus aposentos, completamente solos. — Y quiero la verdad. — lo presiona, a lo que solo respira hondo y se acomoda en su lecho.

—Hubo un pequeño enfrentamiento en el bosque. — confiesa. El rey pone los ojos en blanco y camina de allá para acá. — Tuve que tomar la ruta más rápida.

—¡No! ¡No tuviste! — Belmont pierde la paciencia. — ¿Qué parte de que no puedes entrar al bosque no entiendes? ¡Tenemos un acuerdo que no debemos romper!

—Pero ellos ya lo rompieron, mi rey. Se están escondiendo en el pueblo como ratas y hacen lo que les plazca.

—Ellos no hacen nada sin una razón. Algo los está moviendo. Algo los está obligando a salir. — Belmont observa la luz del sol a través de la ventana.

—Y usted sabe muy bien cuál es esa razón. — aún sigue sintiendo dolor de la herida. — Quieren evitar que consiga lo que le otorgará un poder eterno. Como ya está muy cerca, están desesperados.

—Los paganos son mi problema menor en este momento. Lo que falta es la séptima estrella y ya creo saber dónde está. El único obstáculo parece ser mi nieto.

—Es lo que llevo diciéndole desde hace semanas. El príncipe Alan se acerca demasiado y usted no hace nada para impedirlo. Esto acabará con todo lo que hemos conseguido durante muchos años.

—Tengo todo bajo control. Todo menos lo que haré si Turquesa resulta ser la pieza faltante. — la tan solo posibilidad de que así sea, lo atormenta. — Ahora está comprometida con él y no sé qué hacer al respecto.

—Después de tanto... ¿sería capaz de redimirse para perdonar la vida de la princesa Turquesa? — Vittorio se atreve a preguntar.

—Redimirse nunca ha sido una opción. No he invertido la mitad de mi vida para nada y tú tampoco. Esto se llevará a cabo aunque muchos tengan que caer. La vida eterna nos recompensará después.

—¿Y qué hará con su nieto entonces? Cada vez está más cerca de hacer algo que lo joda todo. Ya sabe dónde están las demás y seguramente intentará liberarlas.

—Si no lo hizo cuando tuvo la oportunidad, no creo que esté en sus planes hacerlo ahora. Al menos no hasta que entienda los riesgos. Es muy estratégico.

—Solo pienso que está subestimando mucho a su nieto y no toma las medidas que desde hace tiempo debió tomar. Usted es el rey, dueño de todo. Espero que cuando se dé cuenta de lo que le estoy diciendo, no sea demasiado tarde. — Belmont agacha la mirada. Sabe que Vittorio tiene razón. — Al igual que usted, he invertido casi toda mi vida para esto, para servirle. Y velaré porque todo este esfuerzo valga la pena, así tenga que tomar decisiones que no consulte antes con usted. — coloca su mano sobre el vendaje de la herida en su cara y vuelve a recostarse en la cama. Se tomaría un par de horas de descanso antes de volver al trabajo.

Gertrudis, después del desayuno, va hasta los aposentos donde Turquesa y Josefina se hospedan para disculparse por la ausencia repentina de Alan, a lo que Turquesa reacciona de buena manera, diciendo que ya conocía los hábitos del príncipe. Siempre lo hacía de pequeño. Cuando la princesa se retira, Josefina y su hija celebran el éxito del plan para convertirla en la próxima reina de Francia, cosa que sorprendentemente para ellas, ha funcionado más pronto de lo que se pensó. Ya tenían la aprobación del comendador (quien en estos momentos esperaba a Josefina para hablar seriamente del tema) y más tarde, con suerte, tendrán la del Papa.

Horas más tarde. 

Después del almuerzo en el castillo, preparan las carrozas para emprender un viaje hasta el vaticano donde el compromiso de Alan y Turquesa se terminaría de formalizar. Tanto la familia Robledo como la Rutherford están listas, excepto Alan, quien decide ir con sus guerreros antes de marchar. Como de costumbre, lleva un bonito traje con su infaltable túnica negra y su pelo lacio bien peinado hacia atrás.

—Buenas tardes, mi señor. — uno de ellos le hace una reverencia. — ¿Podemos servirle en algo?

—Sí, necesito novedades. ¿La señorita Laurent ya está en casa? — está muy confiado en que la respuesta será un sí.

—No, señor. No la pudimos encontrar. — en cuanto lo escucha, una tensa e incómoda sensación de preocupación y desesperación recorre todo su interior, como si algo se le desgarrara por dentro. — Algunos dicen que fue vista por última vez cerca del bosque, pero nadie está muy seguro de lo que le podría haber pasado. Ni siquiera su familia. Ellos están muy seguros de que jamás desaparecería de tal manera por su voluntad.

—¿Estás diciéndome que pudo haber sido secuestrada? — intenta controlar sus emociones.

—Dada las circunstancias, es una posibilidad, mi lord. — en sus 23 años de vida, el príncipe jamás había tenido la sensación de estar perdiendo algo muy valioso en su vida y lo más complejo, es que no entiende porqué siente aquello que en el momento no cuestiona. Como si de estar congelado se tratase, se queda completamente inmóvil mientras los latidos de su corazón se aceleran cada vez más. — ¿Quiere que haga algo más? — el guerrero pregunta pero Alan se queda sin habla, con la vista perdida en la arena. — ¿Mi lord?

—¡Alan! — la voz de Turquesa lo regresa a la realidad. — ¿Estás bien? — nota su desconcierto.

—No, no lo estoy. — la honestidad es algo que lo caracteriza.

—Entiendo, yo también estoy nerviosa pero no te preocupes, todo saldrá bien. — sujeta su brazo. — Recibiremos la aprobación del Papa y después...podremos hacer lo que hacen todas las parejas: pasar más tiempo juntos. — piensa que el príncipe Alan está de tal manera por el hecho de comprometerse por primera vez, pero la razón está muy lejos de ser esa. Sin decirle nada, Alan solo camina junto a ella hasta las carrozas para emprender un no tan extenso viaje hasta el vaticano.

En ausencia de la familia real, Claudia (como todos los demás) cumple sus labores del día a día, incluyendo desechar toda la basura que se acumula en los alrededores del castillo. Es entonces, cuando ve a Vittorio ir sospechosamente a las mazmorras mientras observa a su alrededor, como si estuviera asegurándose de que nadie lo vea. ¿Por qué actúa de tal manera? Claudia se pregunta con mucha curiosidad. Y sin quedarse con la intriga, camina cautelosamente detrás de él. Logra perseguirlo por mucho rato hasta que no le queda de otra que quedarse detrás de un muro, ya que si avanza, logrará verla o escuchar sus pasos.

Cuando Vittorio se aleja lo suficiente, Claudia intenta avanzar pero la voz femenina que suena repentinamente detrás de ella la espanta.

—¿Puedo saber qué haces por estos lados? — es la mucama.

—Yo... — está muy nerviosa, el susto todavía no se le pasa. — Quería ver que todo estuviese limpio por aquí. — miente.

—La servidumbre tiene prohibido el acceso a muchas zonas del castillo, incluyendo esta. No puedes estar aquí, Claudia.

—Lo sé, ya lo entiendo, lo siento. No volverá a pasar. — se disculpa y regresa, dejando a la mucama muy consciente de lo que realmente intentaba hacer. Sabe que algo anda mal con Vittorio y lo que sea que esté haciendo dentro de este lugar. Quería proteger a Claudia de ello.

En el pueblo, después de la muerte de Benjamín, la familia Laurent no volvió a sentir tranquilidad. No fue suficiente con perder a un ser querido y ahora Helen está desaparecida. Sin pegar un ojo en toda la noche, María gastó todos sus ahorros para crear carteles con el retrato de Helen y colocarlos en todos lados. Sus hermanos también han preguntado casa por casa si la han visto en alguna parte, a lo que nadie sabe contestar. Al quedarse sin más dinero, María empeñó todo lo poco valioso que poseía para seguir sacando más carteles y pedirle a la gente que le ayuden a buscar a su hija. Dentro de ellos, Ross y Odette, quienes han estado muy preocupadas por el estado de Helen. Saben mejor que nadie que no suele desaparecer sin razón alguna y sin previo aviso.

Ya habían revisado más de 10 veces los lugares en los que siempre pasaba la mayor parte del tiempo, como el lago, la panadería, los barrios más marginados e incluso las afueras de los bosques.

—Disculpen, disculpen. — María entra a la imprenta y se acerca al mostrador. — Soy yo de nuevo. Necesito...necesito más carteles, pero esto es todo lo que tengo. — coloca seis monedas sobre el entablado. — Juro que le pagaré lo que falte cuando encuentre a mi hija y pueda reponer la panadería. Solo necesito ayuda. — está desesperada. Ni siquiera ha tenido tiempo para peinarse o cuidar de su imagen como solía hacerlo.

—Lo siento pero ya no puedo ayudarla. Ha sacado demasiados carteles en menos de un día. Se ha gastado casi todo el papel de un mes de mi negocio. — contesta el dueño.

—¡Es mi hija y está desaparecida! Lo mínimo que podría hacer como buen vecino es ayudar a una madre desesperada. — María está muy alterada.

—La entiendo, María. Sé que no ha sido fácil todo lo que ha tenido que pasar pero entienda que también debo velar por mi único sustento. Tengo mucho trabajo que hacer y no puedo invertir todo el papel que me queda en usted.

—Pero si tuviera dinero sí me ayudaría ¿verdad? — su silencio lo confirma. — No puedo creerlo. ¿Desde cuándo la gente es tan insensible? ¿Desde cuándo? — grita, mirando a todos los que se encuentran en la imprenta.

—Madre, ya basta. Ven. — Jason entra y la sujeta del brazo.

—Necesitamos más carteles hijo, tenemos que seguir buscando. — sus lágrimas caen por sus mejillas.

—Lo haremos pero ahora necesitas ir a casa y descansar.

—¿Cómo me pides que descanse? ¿Cómo puedes decirme eso?

—Está bien, solo salgamos de aquí. — mira al vendedor y sale con su madre de aquel lugar. La lleva con Ross, la cual, logra darle un té que pronto la hará dormir un poco (lo necesitaba) mientras Lucas, Jason y Odette, seguían buscando por alguna parte. Ross se encargaría de vigilar a María todo lo posible.

—¿Por dónde empezaremos? — Odette pregunta.

—Tú también la conocías, quizás mejor que nosotros, ya sabes, secretos entre chicas. ¿Podrías decirnos de algún lugar en el que nos falte por buscar? — Lucas le pregunta.

—Más que el lago, no tengo idea. Jamás me dijo algo que ahora nos sirva.

—El bosque. Es el único lugar donde nos falta por buscar. — Jason dice.

—Pero no podemos entrar al bosque. Si los paganos nos ven podrían...

—Matarnos, secuestrarnos, torturarnos, lo sé. Pero ¿no te has puesto a pensar que eso quizás es justamente lo que le ha pasado a nuestra hermana? — Jason lo interrumpe.

—Es muy peligroso, Jason. Si nuestra madre se entera de esto...

—No tiene porqué enterarse. — lo vuelve a interrumpir. — Partiré en unos minutos y tú te quedarás a cuidar de ella.

—¿Qué? ¿Quieres entrar a la boca del lobo tú solo? ¿Cómo se supone que me quedaré aquí tranquilo?

—Normalmente no suelo hacerlo pero esta vez estoy muy de acuerdo con Lucas. Si vas, al menos vamos todos juntos. Así tendremos más posibilidades de regresar a casa. — Odette comenta.

—Si vamos los tres y algo sale mal, ¿quién lo sabrá? ¿quién irá por nosotros? Lo mejor es que ustedes se queden y sepan qué hacer en caso de que no regrese. Ya sabrán dónde buscarme. — ninguno está de acuerdo con él. — Esta fue mi idea...y no arrastraré a nadie más a las consecuencias. — les deja claro. — Iré a preparar una mochila con todo lo necesario. Volveré mañana a primera hora, y si todo salen bien, con Helen.

—Estás loco.

—Nuestra hermana lo vale. — dice. Está muy decidido.

En el castillo.

Al anochecer, después del peor día en la vida del príncipe Alan, se lava la cara en una llave fuera del palacio. Tenía cosas más importantes que hacer pero entre la visita, el almuerzo y las costumbres dentro el vaticano, consumieron todo su día y su paciencia también. Después de enjuagarse la cara, apoya sus manos en el hierro y respira profundo. Helen. No salía de su cabeza desde que aquel guardia le dijo que podría estar secuestrada o en una mala situación.

¿Dónde estás? Se pregunta mientras intenta mantener la cordura.

—Mi lord, ¿se encuentra bien? — Claudia se acerca.

—Estoy todo menos bien. Han pasado demasiadas cosas en una semana. — la mira de reojo y se seca la cara con una toalla.

—¿Puedo hacer algo para reducir ese tormento? — se acerca más y Alan la fulmina con la mirada.

—Tú conoces tu pueblo. Necesito que me digas los lugares más peligrosos en los que podrían esconder a alguien.

—¿Esconder a alguien? ¿A qué se refiere? — frunce el ceño.

—No lo sé. Alguien desapareció y necesito encontrarla. — Claudia nota la desesperación del príncipe en sus ojos.

—Si a causa de eso está tan preocupado, es porque esta persona significa mucho para usted.

—Más de lo que podría reconocer. — lo confiesa. — Y esto me está matando.

—El amor quema, mi lord.

—No es...amor. Es...afecto. Lo que siento por todos mis guerreros. Si perdería a uno de ellos reaccionaría igual. — más que decírselo a Claudia, trata de convencerse a sí mismo.

—No lo creo. — el príncipe se queda en silencio. — Lamento no poder ayudarle mucho con eso pero hay otro tema que me atormenta.

—¿Cuál? — está intrigado.

—Supe que Vittorio fue herido en la cara anoche y justo hoy lo vi entrar sospechosamente a las mazmorras. Creo que está castigando al responsable de dicha agresión y... me da mucha curiosidad saber de quién se trata porque tengo hermanos, primos, incluso amigos que podrían terminar en estas circunstancias. — parece preocupada.

—No es sano que te atormentes con eso. No puedo preocuparme de cada persona a la que Vittorio torture. — Claudia logra comprenderlo pero su curiosidad parece ser más fuerte. — Tengo que descansar, he tenido un día de mierda. Buenas noches.

—¿Y qué tal si la persona que busca es la misma que lo golpeó y que tiene allí encerrada? — su pregunta lo detiene a medio camino. — ¿Cómo reaccionaría a ello? — Claudia no quiere darle pistas (no tiene forma de saber lo que verdaderamente pasó) pero su intención real tras todo esto es hacerle entender que torturar a gente inocente no está bien. Muchos pueblerinos han perdido familiares gracias a dicha injusticia: abuso de poder.

—¿Qué dijiste? — se da la vuelva con el ceño fruncido.

—Solo...estoy pensando, mi lord. — ella empieza a asustarse. Quizás hacer esos comentarios estuvo mal. Mientras el príncipe Alan se acerca nuevamente, una oleada de momentos precisos golpean sus pensamientos. Vittorio llegando herido por una daga acusando a Helen directamente de ello, Loana contándole que algunos guerreros del rey se llevaron a una chica a mitad de la noche, la extraña desaparición de Helen por todo su pueblo; son muchos detalles con los que se pueden deducir.

—Ese maldito. — dice con mucha ira y camina directamente a sus aposentos, pero no está allí. — Quédate aquí y no le digas a nadie sobre esto, ¿de acuerdo? — le dice a Claudia.

—Por supuesto. Pero... ¿A dónde va?

—A buscar respuestas. — es lo último que dice antes de colocarse guantes de cuero negro, ir por Morpheus y cabalgar hasta el pueblo.

En el pabellón, el rey solicitó la presencia de Turquesa, la cual acude acompañada de dos guardias que los dejan a solas poco después. Belmont la observa cautelosamente buscando alguna señal de que ella pueda ser la pieza faltante pero a simple vista, no hay nada. Tenía la esperanza de poder ver las marcas en su antebrazo izquierdo pero las mangas de su vestido no lo permiten.

—¿Para qué soy buena, mi rey? — hace una reverencia.

—Solo quería asegurarme de que la estés pasando bien. Hoy fue un día agobiante, supongo. — baja del trono y se le acerca.

—Lo fue pero son agobios que valen la pena. Deseo mucho casarme con el príncipe Alan.

—¿Por la corona o porque existen sentimientos reales?

—Por ambas. — le es honesta. — La corona no es algo que me haga perder la cordura pero saber que le dará estabilidad social y económica a mi familia es reconfortante. Le mentiría si le dijera que no. Y también porque...desde pequeña he estado enamorada de Alan.

—¿Enamorada?

—Mucho.

—¿Y cómo sabes que lo estás?

—Porque no hay cosa que no haría por él. — el rey tenía la esperanza de recibir una respuesta distinta, una que le diera motivos para "justificar" lo que sería capaz de hacer si confirma que Turquesa es la séptima estrella. Pero ahora que deduce que están enamorados, le complica la situación.

En el pueblo.

El príncipe Alan llega hasta la puerta de la vivienda de la familia Laurent y antes de que pueda tocar, Lucas abre nerviosamente mencionando el nombre de su hermano: Jason. Pero cuando ve que del príncipe se trata, controla sus emociones y hace una reverencia.

—¿Todo en orden? — Alan frunce el ceño.

—Sí. ¿Qué le trae por aquí, mi lord? — intenta calmar sus nervios.

—Estoy buscando a Vittorio, ¿lo has visto por aquí?

—No señor.

—¿Novedades de tu hermana?

—Tampoco señor. — Lucas intenta hacerse el fuerte pero las lágrimas descienden por sus mejillas sin control.

—La encontraremos, te doy mi palabra. — Alan coloca la mano en su hombro. — Ya creo saber dónde está y Vittorio tiene mucho que ver con ello.

—¿Dónde? ¿Dónde está?

—Primero necesito encontrar al bastardo de Vittorio. ¿Seguro que no lo has visto?

—No. Entonces... ¿Helen no está en el bosque?

—¿En el bosque? ¿Qué te hace pensar eso?

—Es que mi hermano, Jason, fue hasta el bosque para buscarla. Quería ir con él pero me obligó a quedarme.

—¿Qué hizo qué? — el príncipe no puede creer lo que escucha. — No puede ser. ¿Qué parte de que no pueden entrar al bosque no entienden?

—Es justo lo que intenté advertirle pero no me escuchó y ahora...ni siquiera sé si podrá regresar. — está muy preocupado y es comprensible.

—¡Mierda! — piensa en alguna rápida solución. — Iré a buscarlo. Ustedes quédense aquí. — les dice a sus guerreros y a Lucas.

—No, iré. Ya me quedé una vez, no se repetirá. Son mis hermanos. — tiene las agallas de decir, a lo que el príncipe lo observa y cuando lo entiende, mira a sus guerreros.

—No lo dejaremos solo, mi lord. — uno de ellos contesta, dándole el arco y las flechas que necesitarán. — Haremos todo lo que nos diga. — están listos para cualquier batalla.

—Si vienes conmigo, no te apartes en ningún momento, ¿entendiste? — el príncipe a Lucas le advierte, el cual está muy dispuesto a obedecer. Mientras María seguía dormida en casa de Ross y Odette, ellos emprendieron un peligroso camino hasta el centro del bosque con la esperanza de encontrar a Jason antes de que demasiado tarde fuera.

Entre ramas, neblina y oscuridad, Jason se adentraba en las zonas más peligrosas del bosque buscando alguna señal de Helen. La que de momento, no había encontrado. Sin desistir y a pesar de los extraños sonidos que escucha, sigue caminando mientras ilumina con el fuego de su antorcha. Poco a poco, llega al lugar donde los paganos acorralaron a su hermana. Donde destruyó una carroza completa con su poder. La tierra quemada y algunos restos seguían en aquella zona, lo que levantó más sus sospechas.

—¿Qué sucedió aquí? — pregunta mientras toca la tierra quemada. En aquel momento de tensión, algo pasa corriendo muy cerca de él, lo que hace que se levante instintivamente del susto. Cuando alumbra con el fuego, no logra ver nada pero aun así siente que está siendo observado. — ¡Vengo en son de paz! ¡Solo estoy buscando a mi hermana! — dice lo suficientemente alto, como si le sirviera de algo. Se siguen escuchando sonidos extraños y algo parece acercarse cada vez más. — ¿Hola? ¿Quién anda ahí? — tiene mucho miedo y como respuesta, un hombre con dientes afilados, ojos muy oscuros y piel manchada corre hasta él.

Jason, sin poder entender lo que ve, solo corre a través del bosque mientras es perseguido por aquella criatura y sus compañeros hasta que cae de golpe y uno de ellos logra alcanzarlo. Le golpea la cara con el fuego de su antorcha y cuando intenta escapar, pisa una trampa y es colgado del pie de un tronco muy fuerte.

—¡No! ¡Suéltenme! — grita con desesperación.

—Pueblerino. — dice otro de ellos con las mismas características físicas después de ver a Jason más de cerca. — Yo también era como tú y mira lo que tu rey nos ha hecho.

—¡Déjenme ir! Solo busco a mi hermana. — implora, aún sin querer verlo a la cara.

—Entonces escogiste un mal lugar para buscar. — se acercan más como él. — Nadie sale con vida de aquí. Hasta los paganos lo saben. — ¿Hasta los paganos lo saben? ¿Si aquello no era un pagano entonces qué era? Jason se pregunta mientras parece no tener escapatoria. — Ahora vas a morir. — pero antes de que pueda cortar su cuello, una flecha atraviesa su abdomen y cae de rodillas al suelo. Es el príncipe Alan. Como conoce muy bien el bosque, tomaron atajos que le ayudaron a llegar más rápido.

Cuando más como aquel aparecen, los guardias intervienen y los matan fácilmente con sus flechas y espadas. Batalla que se complica cuando parecen superarlos en números. Alan, al notarlo, sabe que no tendría más opción de la que está a punto de escoger. Deja caer su arco, saca su daga, corta la palma de su mano derecha y deja caer la sangre sobre el fuego uno de ellos provocó.

—Per sanguinem et ignis, qui damnat omnes animarum in silva, ut vos tergum et sentire iram et mater naturae, quae sustinet tenebris me. — el príncipe Alan recita, haciendo que dichas criaturas retrocedan con mucho temor. — Dejen a este hombre en paz. — mira a los ojos al que parece tener más raciocinio.

—Spero autem quod scis hoc pactum reddere debet. — le contesta con un tono de voz muy agudo.

—Scio. A anima mea. — el príncipe le responde, dejando a todos muy confundidos, ya que no entienden la lengua con la que acaban de conversar. Aquellas criaturas se marchan y Alan ladea la cabeza para que Lucas con ayuda de sus guerreros corten las cuerdas que sujetan a Jason del árbol y puedan marcharse.

—¿Príncipe Alan? — Jason no puede creer que esté allí. — No debía venir aquí.

—Tú tampoco. ¿Qué crees que hubiera pasado si no llegábamos a tiempo? — le reprocha.

—¿Qué eran esas cosas? ¿Por qué tenían los dientes así? — Jason pregunta.

—Supongo que paganos, ¿no? — dice Lucas.

—No, uno de ellos habló de paganos en tercera persona. Como si él no lo fuera. — está muy confundido.

—Si queremos salir con vida de aquí, debemos irnos ahora. — el príncipe insiste, recogen sus cosas y se marchan de regreso.

En el castillo.

Helen despierta. Aún sigue en aquel oscuro calabozo desde hace dos días. Sin haber comido nada, sin haberse duchado, ni curado las heridas. Y para empeorar, Vittorio la había colgado de las muñecas con resistentes cadenas en una tabla del techo. No podía ver nada además de sentir cómo todo su cuerpo estaba debilitado por múltiples lesiones.

—¡Ayuda! — grita pero no sirve de nada. Nadie la puede escuchar. Hala sus manos pero tampoco consigue liberarse, no tiene muchas opciones para salvarse y eso provoca que sus lágrimas salgan de sus ojos incontrolablemente. — ¡Dios... ayúdame! — solloza.

Aunque sus ojos están cerrados, puede sentir que algo ilumina sus párpados y cuando mira, presencia algo que jamás olvidará. Dos esferas de luz flotan delante de ella, alumbrando toda la celda. ¿Era esto una manifestación divina o...? Algo de ella. Se responde así misma cuando ve que aquello proviene de la magia que emerge de sus manos. Cuando sabe que tiene el control, intenta hacer algo con ello pero la debilidad de su cuerpo no se lo permite. Si usa más de su poder ahora no lo resistirá y teme lo que pueda pasar después.

Está estancada.

Después de una larga conversación con los hermanos Laurent, el príncipe Alan les prometió que encontraría a Helen, pero a cambio de que jamás intentaran entrar al bosque de nuevo, sin importar la razón. Ver los carteles de su rostro en casi todas partes, lo atormentaba aún más. No sabía lo que se sentía perder a alguien hasta que ella desapareció. Ese incomprensible sentimiento de un vacío en el pecho que no te deja respirar con normalidad. Algo que te mantiene ansioso todo el día.

Así era cómo se sentía el príncipe Alan.

Cuando regresa al castillo, se detiene un momento en las entradas para poder pensar con claridad dónde más buscar. Vittorio parecía estar muy ausente por alguna extraña razón y eso aumentaba sus sospechas. Todas las pistas que tenía de momento apuntaban a un único responsable y a un último lugar: la mazmorra de la que Claudia esta mañana dijo que lo vio salir. Alza la cabeza y mira el camino que conduce hasta los calabozos. Debe estar ahí. Tiene el presentimiento, así que camina rápidamente hasta allí, toma un hacha y comienza a golpear las cadenas que bloquean las puertas sin parar.

—¿Alan? ¿Alan qué haces? — Aarón lo alcanza. — ¿Qué estás haciendo?

—¡No lo sé! Pero como tenga razón...lo mataré. — le contesta, refiriéndose a Vittorio. Algo que lógicamente Aarón no logra entender. Sigue golpeando las cadenas con el hacha hasta romperlas y patea las puertas. Sin hacerle caso a su hermano, entra directamente hasta ver con sus propios ojos lo único que podría destrozarle el alma. Helen encadenada. Como si de algún Inglés se tratara.

—¡Por todos los dioses! — Aarón está pasmado. Jamás pensó que se trataría de esto.

—¡No! — Alan se acerca y se asegura de que siga con vida. — Trae el hacha. — le ordena, la busca y al regresar, rompe las cadenas hasta liberarla. El príncipe la sujeta fuertemente para que no caiga al suelo y se lastime más, así que toma sus piernas y su espalda en sus brazos hasta sacarla del lugar.

—Necesita un médico. ¡Traigan una camilla! — Aarón les ordena a los guardias. A simple vista pueden notarse sus heridas y su estado de inconciencia.

—¡Oh por Dios! ¿Es ella? — Claudia se les une. Los guardias llegan con la camilla y Alan la coloca cuidadosamente sobre ella.

—Llévenla con el doctor del castillo, que reciba todas las atenciones necesarias. Claudia, ¿puedes quedarte con ella? Dale ropa limpia y llévale algo de comer por si despierta. — Alan ordena.

—Por supuesto. — acompaña a los guardias.

—¿Quién le ha hecho esto? — Aarón está muy aturdido.

—¿Dónde está Vittorio? — Alan no tiene mucho autocontrol en estos momentos. La rabia que lo invade solo provoca en él deseos de matar.

—Está en el pabellón junto a nuestra familia y los Robledo. Parece que el consejo decidió visitarnos. ¿Pero Vittorio qué tiene que ver aquí? — frunce el ceño, pero Alan solo pierde la cordura y camina sin que nadie lo detenga hasta el pabellón donde todos se encuentran: el consejo real, el rey, la familia Robledo, la suya y Vittorio. — ¡Alan! — Aarón intenta evitar que cometa una locura pero no sirve de nada.

Cruza los portones, llevándose la atención de todos.

—¿Hijo? — Gertrudis nota la furia en su rostro. — ¡Alan! — pero sin escuchar a nadie, camina directamente hacia Vittorio y lo golpea fuertemente en la cara, haciendo que todos se levanten de la impresión. Por si fuera poco, lo sujeta del cuello y lo estrella contra los candelabros sobre una mesa que se rompe con su peso.

—¡Eres un maldito...!

—¡Ya basta! Alan, hijo. — el coronel Cristóbal lo detiene colocando una mano en su pecho. — Tranquilo. — logra tranquilizarlo aunque, al igual que todos los presentes (excepto por el rey), no comprenda la situación. Vittorio, muy adolorido y con su vendaje manchado de sangre, logra ponerse de pie.

—¿Se puede saber qué está ocurriendo aquí? — pregunta parte del consejo.

—¡Adelante! ¿Por qué no les dices? ¿Por qué no les dices que tenías a una inocente secuestrada injustamente en las mazmorras? — intenta acercarse de nuevo pero su padre lo detiene.

—¿Estamos hablando de la responsable de que Vittorio tenga el rostro cercenado? — inquiere el rey.

—Algún motivo debió darle. — Alan está muy seguro.

—Con motivo o no, si una pueblerina le falta al respeto a uno de los guardias del rey, debe ser castigada.

—¡Su padre acaba de fallecer! — Aarón estalla ante tal injusticia. — Y no me parece que castigarla por una tontería sea lo correcto. Como reino deberíamos saberlo.

—¿Qué le haya cortado la cara así te parece correcto? Si cosas como estas dejamos pasar, ¿qué respeto nos tendrán?

—No nos tienen respeto, nos tienen miedo. — por primera vez, Aarón dice lo que piensa en voz alta. Cosa que sorprende a todos, incluyendo a Alan. — Y todos aquí sabemos que Vittorio no es agradable para nadie. Todo lo que hace es para molestar.

—Hijo... — Cristóbal trata de calmar a Aarón pero este quita la mano de su hombro y se retira del pabellón.

—No dejaré que la sigan lastimando, es mi única advertencia. — Turquesa, presenciando todo aquello, se sorprende. ¿Quién es esta chica por la que los hermanos Rutherford están enfrentando al rey delante de todo el consejo? Se pregunta mientras intenta comprender qué sucede.

—Yo di luz verde para que Vittorio tomara cartas en el asunto. Está bajo mi merced.

—¡Entonces la reclamo! — todos vuelven a exaltarse.

—Alan... — Gertrudis intenta interceder.

—¿Qué harías tú con una pueblerina como ella? Si reclamas su vida tendrás que hacer algo útil con ella y regresarla a su familia no está dentro del reglamento. ¿Puede confirmarlo usted? — el rey mira al consejo.

—Efectivamente. La agresión física departe de cualquier súbdito a un miembro real debe ser sancionado. Si existen evidencias para llevar a cabo un juicio, se agotarán los debidos procedimientos. De lo contrario, pueden resolverlo internamente de la manera que deseen. Siempre y cuando no insulte las leyes de Francia. — contesta uno de ellos.

—¿Deseas llevar un juicio, Vittorio? — Belmont pregunta.

—No, mi rey. — aunque ha sido fuertemente golpeado por el príncipe, se mantiene de pie y con la mirada al suelo. Se ha negado porque sabe que él la provocó y aunque no hay manera de comprobarlo, quiere ahorrarse más problemas con el príncipe. — Acataré cualquier decisión. El príncipe puede hacer con ella lo que desee.

—¿Así de fácil? — Vittorio asiente con la cabeza. — Pues a mí no me parece que esa sea la manera. Si reclamas algo que no te pertenece, debes ganártelo. — Belmont mira fijamente a su nieto. — Propongo una pelea. Una batalla corta pero letal.

—¿Qué? — Gertrudis protesta de inmediato. — ¿Cómo puedes hacer eso?

—Es eso o nada.

—Está bien. Acepto. — nadie puede creer lo que escuchan. — Pelearé por ella.

—Bien. Entonces escojo a...Vittorio. — incluso él mismo, no esperaba que después de estar golpeado por todas partes, fuese escogido para pelear también.

—¿Es una broma, verdad? — Alan sonríe irónicamente.

—No me lo parece. Si él es parte del problema no arriesgaré a otro guerrero en su lugar. — recuesta más la espalda en su trono. — ¿Tú a quién escogerás? — todos están expectantes, mientras que su madre desea que se desista de lo que para ella, es una tontería.

—A mí mismo. No necesito que nadie pelee por mí. — responde con mucha seguridad. — ¿Cuándo será?

—Mañana. — Belmont solo quiere ponerle las cosas más difíciles a Alan y de cierta forma castigar a Vittorio por los desastres que últimamente ha hecho. — Al caer el atardecer, tú y Vittorio lucharán. El que gane hará con la hija de Benjamín lo que quiera. Si Vittorio gana y decide matarla, bien. Sí Alan gana, decidas lo que decidas, la señorita Laurent deberá cumplir el plazo de siete meses dentro del palacio.

—¿Siete meses? ¿Qué sentido tiene?

—Sin cuestionar. Solo lo tomas...o lo dejas. — después de tantas máscaras, el rey parece estar volviendo a usar sus sucias cartas.

—Entonces ve buscándote otro perro, porque este ya no te servirá. — mira por última vez a Vittorio y se retira del pabellón. Terminando así, el repentino ambiente de tensión.

Los médicos le proporcionaron a Helen todas las atenciones necesarias. Curaron sus heridas, Claudia le colocó un vestido limpio y ahora solo esperaban a que despertara.

—¿Cómo está? — el príncipe Alan se une a ellos.

—Está deshidratada y muy lastimada. Sus heridas sanarán pronto ya que no son muy profundas. Con buena alimentación y reposo podrá ponerse de pie antes de lo esperado. — el médico contesta.

—Muchas gracias, doctor.

—No hay de qué. Solo hago mi trabajo. — toma su maletín, hace una reverencia y se retira.

—Es un milagro que la haya encontrado. Quién sabe lo que hubiese pasado si no. — Claudia sigue acomodándola. — Ahora entiendo por qué estaba tan preocupado, es muy hermosa. — sonríen.

—Lo es, pero su carácter no. No nos llevamos muy bien que digamos.

—Los polos opuestos se atraen. Todo lo que ha hecho y hará por ella desde ahora demuestra que sus sentimientos son honestos. Eso no se ve mucho por aquí.

—¿Tanto se me nota? Entonces tendré que ser más precavido. — se acerca a Helen y acaricia un mechón de su cabello.

—¿Qué tiene de malo que la gente vea que tiene sentimientos?

—Para el futuro rey de Francia, tiene todo de malo. La gente no quiere un rey débil que ponga las emociones por encima del deber, saben que nos pone en desventaja con los enemigos.

—Siempre he escuchado que los sentimientos son los que nos hacen más fuertes, no más débiles. ¿De qué le vale tener poder si no será feliz?

—La felicidad es subjetiva. De cualquier manera estoy comprometido con la princesa Turquesa, así que no estaré solo en el trono.

—Pero estará al lado de una mujer que no ama. Será incluso peor que estar en completa soledad. — el príncipe se queda en silencio. — A pesar de que vengo del pueblo no sé quién es pero espero que nos llevemos bien. ¿Qué le pasó en la mano? — nota la cortada en su mano.

—Nada grave, cicatrizará pronto. — no quiere darle detalles de lo que realmente sucedió en aquel bosque. — Quédate con ella hasta que se recupere. Dale cualquier cosa que necesite y mantenme informado.

—¿No vendrá a verla?

—Sí, pero quizás después de la pelea.

—¿Pelea? ¿Cuál pelea? — Claudia frunce el ceño, pero el príncipe solo esboza una media sonrisa y sin responderle, se retira. 

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