12. Una muerte inesperada.

En el pueblo.

Luego de una larga noche llena de angustia y desesperación, Helen se despierta muy temprano para enfrentarse a un nuevo día. Su hermano Lucas amaneció con resaca después de haber tomado demasiado en la fiesta de anoche. Su padre y su hermano mayor se fueron muy temprano a trabajar. Y ella y su madre abrieron muy temprano la panadería como de costumbre. Helen está desesperada por saber nuevas noticias sobre el incendio y Sylvie, pero sabe que se le hará difícil conseguir dicha información, a menos que vea a uno de los guerreros que trabajan para el príncipe Alan. Los cuales esta mañana, no aparecen por ningún lado.

—¿Cómo sigues del tobillo amor? — su madre le pregunta mientras amasa la masa de los panes.

—Estoy mucho mejor, ya no duele. — Helen les hace la forma a las masas (corazones, círculos y estrellas) y los mete en el horno.

—No quiero que vuelvas a entrar en ese bosque, por ninguna razón. Todo lo que tocan esos malditos paganos, lo destruyen. — María está muy molesta. Helen ni siquiera puede contarle todas las cosas que realmente le han estado pasando en estas semanas porque seguramente no lo creerá. Ni ella ni nadie. Excepto Sylvie y los mismos paganos, al parecer.

—¿Por qué el rey les prohibió su entrada? ¿Sabes cuál fue la razón principal? — tiene curiosidad.

—Solo sé lo que todos dicen. El que hoy lidera a los paganos solía ser su amigo, de hecho, por muchas ocasiones, antes de incluso casarme, recorrían el pueblo juntos. Eran muy unidos. Nadie sabe lo que pasó, posiblemente la ambición fue más fuerte que la amistad y como empezaron a querer cosas distintas, se volvieron enemigos. — María explica.

—¿Y cómo sabemos quién es el bueno o malo aquí?

—Los paganos son los que infestan, los que matan, los que amenazan nuestra seguridad. Aunque las normas de nuestro reino son injustas, podemos tenerlos de frente y sentirnos a salvo. Con los paganos nunca podrás sentirte igual. — con esta respuesta, Helen le da la razón. Ella misma ha vivido en carne propia cómo muchos de ellos han querido asesinarla por algo que ni siquiera entiende aún. ¿Aquellos poderes seguirán dentro de ella? Se pregunta mientras se toca disimuladamente las marcas de su brazo que cubre su manga.

En el castillo.

El príncipe no ha estado de buen humor después del incendio de anoche. Como solo encontraron los cuerpos de los guerreros, deduce que sean quienes sean, se han llevado a Sylvie a otro lugar. ¿Paganos o el rey? Es lo que investigaría el día de hoy.

—Hijo, ¿dónde estuviste? — Gertrudis lo alcanza por los pasillos. — Tuvimos que culminar la fiesta sin ti.

—Salí a tomar aire, me estaba agobiando.

—Al menos hubieras avisado. — Alan se queda en silencio. — Supongo que sabes que mañana tú y Turquesa tendrán que visitar al papa.

—¿Es necesario? Tengo muchas cosas que hacer.

—Sí, lo es. Además, tendremos una cena esta noche para formalizar su matrimonio entre las familias. El comendador regresará y también necesitan su bendición.

—Entonces estaré aquí, pero ahora no tengo cabeza para eso. — le dice y antes de marcharse, su madre sostiene su mano.

—Tenía la esperanza de que disfrutaras este proceso, que te emocionaras por casarte con la mujer que amas, pero en vez de eso solo noto en ti lo mismo que yo sentí: peso. El peso de saber que debes cumplir con una responsabilidad sin que importen tus sentimientos.

—No es tu culpa, madre. Ya haces mucho por mí. — la mira a los ojos. — Casarme con Turquesa no me molesta, al final era lo que querías ¿no? Solo estoy cumpliendo con mi deber y ella será parte de eso. Estaremos bien. Estoy bien. — quiere dejarla más tranquila.

—De acuerdo. — Alan le da un beso en la frente y sigue con su camino.

Mientras tanto, en las afueras del castillo, Turquesa recibía de manera secreta una poción que ha estado bebiendo constantemente para evitar quedar en cinta tras sus encuentros sexuales con Owen, principalmente. A cambio de aquello, le pagaba con una pequeña bolsa de oro a la bruja con la que desde hace años tenía contacto.

—Nadie puede saber de esto, ¿entendido? — Turquesa le recuerda.

—¿Le creerían a una anciana hechicera de todos modos? — tenía rasgos similares a la mujer que el rey utilizó durante años: uñas negras, pelo gris, túnica negra y una sombría presencia. — Si sigue bebiendo eso, podría dañar todo lo que Dios le concedió.

—Será la última vez. Estás delante de tu futura reina. — dice con orgullo.

—¿Futura reina? ¿Una mujer impura? — la observa con repulsión. — ¿Cómo pretende engañar al príncipe con semejante barbaridad?

—Ese no es y nunca será su problema. Jamás tendré que volver a verla. Cuando me case con Alan solo seré suya y dejaré que engendre en mí a sus próximos herederos.

—¿Sus próximos herederos? — la anciana se ríe. — Ruegue para que su corrompido vientre pueda concebir a una criatura. Si hay alguien que no es digna de la maternidad, es usted. — es lo último que la bruja le dice, se acomoda la capucha y se marcha. Dejando a Turquesa más preocupada que enojada.

En uno de los establos, el príncipe espera a Vittorio paciente y silenciosamente. Cuando este llega, se asusta al verlo allí.

—Mi señor, no lo había visto. — hace una reverencia.

—¿Seguro? Porque tal parece que has sido ordenado a seguir todo mis pasos, ¿o me equivoco? — con las manos en su espalda, camina por todo su alrededor.

—Su abuelo solo quiere cuidar de usted, mi señor. — Vittorio responde, aún con la cabeza agachada. El príncipe lo fulmina con la mirada, lo sujeta del cuello y lo estampa contra la pared.

—No necesito que nadie cuide de mí, aunque estoy seguro de que eso no era lo que hacías realmente. — Vittorio guarda silencio. — Si me llego a enterar, y lo haré, de que estuviste metiendo tus narices en donde no debes...yo mismo te mataré. — le amenaza. Sabe que por más que le pregunte, mentirá. Así que se ahorrará el tiempo.

Se aparta y se marcha, dejando a Vittorio muy molesto.

Belmont ha estado en el pabellón real, sentado en la sillón del reino mientras lee los papiros que aquel hombre le había entregado. Quería asegurarse que lo de Turquesa fuera un error, pero evidentemente sí está en la lista. Lo que complica su posición frente al matrimonio entre su nieto y ella.

Es entonces, cuando Vittorio entra.

—Dime que tienes buenas noticias. — el rey está algo agotado.

—Hay buenas y malas señor, ¿cuál desea escuchar primero?

—Las malas. — ya el rey está acostumbrado a ellas.

—El príncipe Alan sospecha de lo que hicimos, acaba de amenazarme. Y estoy seguro de que la hija de Benjamín es su cómplice.

—¿Qué te lo asegura?

—Hace un par de noches la seguí, se dirigió hasta el Alcázar del príncipe donde sorprendentemente tenía a Sylvie escondida. Fue como lo supe.

—¿Sylvie? ¿Estás diciéndome que Alan sabe sobre mis planes?

—Sí señor. También encontré los cadáveres de los guardias que protegían la biblioteca. Debe haber sido él. — Belmont siente mucha preocupación.

—¿Y cuál es la buena noticia en todo esto?

—La tenemos, a Sylvie. Mandé a algunos guerreros vestidos de paganos para raptarla y funcionó. Aunque...hubo un pequeño incendio. — confiesa con algo de temor de que el rey se enoje por tomar decisiones sin habérselas consultado.

—Me sorprendes, Vittorio. Cada vez estoy más orgulloso de tenerte como mi halcón. — el rey sonríe. — ¿Dónde está Sylvie?

—En uno de los calabozos, no pensé que sería inteligente encerrarla con las demás prisioneras otra vez.

—Bien hecho. Tendré una extensa plática con ella. Cada vez estoy más cerca de mi objetivo.

—¿Y con la hija de Benjamín, qué quiere que haga?

—Termina lo que empezaste. Dale una advertencia y aléjala de mi nieto. No quiero más estorbos, suficientes problemas tenemos ya. — lo de Turquesa aún lo atormenta pero no quiere que Vittorio lo sepa de momento. No hasta que sepa claramente qué hacer.

—Esa jovencita es muy rebelde. Nada de lo que le diga la hará desistir. — Vittorio ya ha tenido experiencia.

—Haz lo que sea necesario. Si hace falta, tráela hasta aquí. Y asegúrate de que no vuelva a meterse en nuestro camino. — el rey solo quiere eliminar los obstáculos sin importar la manera o las consecuencias. Vittorio solo asiente y se retira del trono, con una idea muy aterradora en mente.

En el pueblo.

Antes de que Helen pueda terminar su jornada de ventas por el pueblo, el príncipe Aarón se le acerca, baja de su caballo y la saluda con una sonrisa.

—Príncipe Aarón. — hace una reverencia. — ¿Puedo ayudarle en algo?

—Los panecillos de tu familia son muy prestigiosos, me gustaría probarlos.

—Por supuesto. Usted escoja. — le muestra la canasta y él toma dos de ellos.

—¿Cuánto te debo?

—No se preocupe, hoy serán gratis. — le sonríe.

—Olvida que soy un príncipe, tampoco quiero abusar.

—No, de verdad, hoy serán como su muestra. Si le gustan, su próxima compra será efectiva.

—Vaya, eres buena negociando.

—Soy buena en muchas cosas. — vuelven a reír.

—Por cierto, quiero pedirte una disculpa por aquella noche en la que no me comporté de la mejor forma que digamos. No quiero que te quedes con esa mala imagen de mí, no soy así. — se refiere a la noche de la fiesta del pueblo.

—Descuide, no hay problema. Ya lo olvidé. No es importante de todos modos lo que una pueblerina pueda pensar de usted. — dice en tono irónico.

—Bueno, para mi hermano sí pareces ser muy importante y lo que es importante para él, también lo es para mí. Entonces... ¿podríamos ser amigos? — deja a Helen sin saber qué responder.

—No tengo ningún problema. Aunque no entiendo a qué se refiere con que soy muy importante para el príncipe Alan. — tiene curiosidad.

—La verdad es que yo tampoco lo entiendo, pero está en el lago justo ahora. Si quieres respuestas, ve y búscalo. Está solo. — le da otra mordida a su panecillo. — Espero vernos más seguido y...gracias por el pan. — dice, sube a su caballo y se marcha, dejando a Helen muy intrigada. ¿Qué hacia el príncipe en su lago, en el lugar más importante para ella? Da muchas vueltas hasta que decide averiguarlo por su propia cuenta.

Al llegar, ahí está. Bañándose, completamente desnudo en las aguas del lago.

Helen se esconde detrás de un tronco mientras lo observa sin que note su presencia. Jamás había estado tan cerca de un hombre desnudo y que provocara en ella deseos impuros que quizás nunca pueda consumar. Lo ve nadar y salir a la superficie pasando su mano por su lacio y mojado cabello negro.

— ¿No saludas? — dice aún sin verla, lo que la pone muy nerviosa.

—¿Cómo sabías que era yo? No me viste. — camina hacia él, que aún sigue dándole la espalda.

—Porque puedo sentirte. — se voltea y la ve. Su cabello mojado sobresale en su frente y eso lo hace ver más apuesto. Helen solo se queda en silencio viéndolo con el ceño fruncido.

Sale del lago desnudo.

Antes de que pueda ver algo que no debería, se gira inmediatamente para no hacerlo, a lo que el príncipe solo sonríe, se coloca la ropa paso a paso y la mira.

—¿Me estabas espiando? — le pregunta.

—Su hermano, el príncipe Aarón, me dijo cosas raras. — cuando ya tiene puesto el pantalón y parte de su camisa desabotonada, se da la vuelta.

—¿Qué cosas?

—Se disculpó por la otra noche y dijo algo sobre...que era muy importante para usted. — contesta algo apenada.

—Mi hermano suele ser algo irritante ciertas veces. No le hagas caso a todo lo que dice.

—¿Entonces no es cierto lo que dijo sobre mí? — en cuanto la pregunta sale de su boca, se arrepiente.

—¿Y qué tan importante es saberlo para ti? — se acerca y mira sus labios sin ningún pudor.

—Depende de cuan cierto sea. — le es sincera, lo que vuelve loco al príncipe. Con sus manos, va acariciándole desde los muslos hasta por encima de la cintura y la pega a él fuertemente.

Helen intenta escaparse pero no puede, la tiene acorralada.

—¿Lo averiguamos? — sostiene su mejilla con una de sus manos, haciendo que todo dentro y fuera de Helen se estremezca. Sabe que lo que está a punto de hacer está mal pero está dispuesta a correr el riesgo y dejarse llevar.

Cierra los ojos y antes de que sus labios puedan tocarse completamente, Odette los interrumpe.

—¡Helen! — grita, sin importarle que el príncipe esté presente. — Tienes que volver ahora. — parece muy angustiada.

—¿Odette? ¿Qué sucede? — está nerviosa.

—Es tu padre. Tuvo un accidente en el trabajo. — confiesa.

Helen siente cómo lentamente algo se rompe por dentro y la deja sin fuerzas. Su cerebro no puede asimilar lo que acaba de escuchar. Siente que se derrumba pero unas fuertes manos la sostienen. El príncipe Alan no la deja caer y le ayuda a mantenerse de pie mientras ella oprime su brazo. Sin pensarlo más, corre de regreso a la aldea y ahí lo ve, rodeado de personas.

Se acerca y está empapado de su propia sangre, con una barra de hierro atravesada en su abdomen.

—¡No! ¡Padre! — Helen cae de rodillas frente a él. Sus hermanos también están igual. — ¿Qué pasó? — rompe en llanto.

—¡Traigan al médico, ahora! — el príncipe les ordena a sus guerreros.

—Hija mía. — Benjamín toca su mejilla. — No podía morir...sin ver esos hermosos ojos...por última vez. — dice con dificultad.

—No digas eso, no morirás. El médico vendrá y te recuperarás.

—Ya llegó mi hora, lo siento.

—No digas eso padre, estarás bien. Solo resiste. — Lucas llorando le implora, sosteniendo una de sus manos.

—Ustedes son...mi mayor regalo. Los amo. — Jason, a cambio de ellos, está alejado conteniendo sus lágrimas. En parte se siente culpable por no haberlo salvado de aquella caída que le está costando la vida. — Díganle a su madre que la amo. Nunca la dejen sola.

—Se lo dirás tú mismo, se lo dirás. — Helen mantiene la esperanza.

—Tú...siempre serás mi guerrera. Mi princesa... y nunca te conformes... con menos de eso. — son sus últimas palabras hacia ella.

—¿Padre? ¡Padre! — le grita, notando que ya no respira y sus ojos ya no parpadean. — ¡Padre! — golpea su torso mientras todos los presentes sueltan sus lágrimas de dolor. Benjamín era querido por todos. Siempre fue un hombre ejemplar y digno de admiración. — ¡No! — algo desgarra el alma de Helen y no le permite ponerse de pie. El dolor que siente es demasiado fuerte, más del que creía poder resistir.

—Helen, ven. — Alan le ayuda a levantarse y por su bien, se la lleva a otro lugar mientras se encargan de preparar el cadáver en una sandapila para darle su merecida sepultura.

Cuando regresan al lago, se deja caer en las tierras mientras sigue llorando por la muerte de su padre. Él está muy preocupado por ella, sabe que pasar por esto es muy doloroso, así que se sienta a su lado también.

—Lo siento mucho. — dice, entre su llanto.

—¿Lo siente mucho? ¿Lo siente? — está triste y molesta. — Murió trabajando para alguien a quien no le importaba su vida, ¿le parece justo? ¡Ustedes son los culpables de esto! — se levanta pero antes de que pueda irse, Alan la sujeta del brazo.

—¡No me toques! — lo empuja. — ¡No te atrevas a volver a tocarme! ¡No te quiero cerca de mí! — sigue empujándolo hasta que le sujeta las manos sobre su torso para evitar que continúe.

—¡Ya basta! Es suficiente. Deja de hacerte más daño. — el príncipe le dice. — Insúltame si quieres, golpéame, saca todo lo que sientas dentro pero no busques culpables donde no los hay. — suelta sus manos, para que haga lo que quiera.

Helen lo mira a los ojos y en vez de seguir golpeándolo, deja caer su cabeza sobre su torso para abrazarlo. Para sentir su calor. Alan acaricia su cabello y deja que llore todo lo que necesite sobre su hombro.

—Duele. — dice cerca de su oído mientras las lágrimas descienden sobre sus mejillas.

—Lo sé, lo sé. — el príncipe sigue abrazándola. Mientras tienen su momento, son observados por Vittorio desde la distancia y detrás de muchos árboles secos. El que tuvo mucho que ver con la no tan casual muerte de Benjamín Laurent.

Rato más tarde.

Todos los pueblerinos están en la despedida de Benjamín vestidos de negro con velones encendidos que dejan frente a su entierro. Él lo era todo para Helen, para sus hermanos y para su esposa. Era su consentidor y su razón para seguir luchando. Nada volvería a ser igual sin él. María se había desmayado al enterarse de la trágica noticia, pero ahora no le queda más que ser fuerte para sus hijos. Todos están muy afectados por esto.

—Te fuiste, pero jamás olvidaré todo lo que me enseñaste. — dice Helen, dejando una rosa blanca frente a la sepultura. — Y si alguien fue el responsable de tu muerte, no descansaré hasta hacerle pagar. — hace la promesa. Se persigna y se acerca a Odette, quien la abraza y le da su más sentido pésame.

Cae la noche.

Solo han pasado 7 horas después de la muerte de Benjamín y toda la familia Laurent sigue igual. Su hogar ya no es lo mismo sin él. Todos sienten un gran vacío tras su partida. No tienen apetito, ni ganas de hacer nada, por lo que Ross les llevó cena que aún no han podido comer.

—Todo esto es mi culpa. — Jason dice.

—No lo es, por supuesto que no lo es. No te atrevas a repetir eso. — María lo mira.

—Debí estar más atento.

—Jason, no digas tonterías ¿quieres? No hagas esto más difícil. — Lucas le pide.

—Somos una familia fuerte, seguiremos adelante juntos. Es lo que él hubiera querido. — María se consuela en sus propias palabras. — Benjamín siempre permanecerá en nuestros corazones, como el hombre fuerte y valiente que siempre fue, ¿de acuerdo? — Lucas y Jason asienten. — Vengan aquí. — le abre los brazos y se acercan para abrazar a su madre. Menos Helen, quien los mira sin saber qué hacer y solo sale corriendo de casa para poder tomar aire fresco.

—¡Helen! — Jason intenta ir tras ella pero María lo detiene.

—Déjala, necesita sobrellevarlo a su modo. — conoce muy bien a su pequeño retoño.

Helen corre lejos de casa y cuando encuentra un buen lugar, se detiene a llorar. Pasa las manos por su cabeza y trata de calmar su ira y su tristeza. ¿Por qué? ¿Por qué me está pasando todo esto a mí? Se pregunta mientras lo único que la acompaña, es la soledad. ¿Cómo podría retomar su vida, la alegría de cada mañana si su padre no está? ¿Cómo podría acostumbrarse a ello?

—Pobrecito, era un hombre tan bueno, lástima que haya terminado de esa forma. — escucha la burlona voz de Vittorio detrás de ella. — Qué dura es la vida ¿no? — se da la vuelta y se acerca.

—No se me acerque. — le advierte.

—Tranquila. Solo quiero terminar lo que empecé. No me gusta tener asuntos pendientes. La vida en el castillo suele ser estresante algunas veces.

—¿Qué quiere? — está perdiendo su poca paciencia.

—Solo dejarte muy claro lo que les pasa a las personas que meten sus narices donde no deben. No te acerques al príncipe Alan o la próxima que morirá, será tu madre. — confiesa, haciendo que Helen sienta un fuerte golpe en el pecho que no la deja respirar.

—¿Qué...? — una parte de ella no quiere creer lo que acaba de confirmarle.

—Sí, así es. Primero hice que el huerto se incendiara y quise castigar a tu padre, pero te interpusiste. Luego colocar algunas herramientas donde no deberían provocaron la caída de tu padre y con ello su muerte. No esperé que terminara de tal manera pero tampoco me importa. Y todo para darte una lección. — dice sin remordimiento alguno.

—¡Eres...! ¡Eres un maldito bastardo! ¡¿Cómo pudiste hacerle esto?! ¡Nunca te hizo nada, maldito imbécil! — le grita, lanzándose sobre él para golpearlo pero la aparta de un fuerte golpe en la cara. Se queda tirada en el suelo mientras siente que todo se le quema por dentro. Cuando el dolor pasa, la ira toma su lugar y algo agrava. El mismo viento, las mismas voces polifónicas y el brillo en sus sietes puntos vuelven a ocurrir.

Respira profundo y calma toda la energía en su interior. Si es cierto todo lo que ha escuchado hasta ahora, lo que menos quiere es que llegue a oídos del rey sobre lo que realmente es. "No necesito ser poderosa para mostrar mi poder". Se dice a sí misma. Aunque suene redundante mientras más la recitas, más sentido tendrá.

Saca la daga que el príncipe le había obsequiado, deja que Vittorio se acerque y cuando lo tiene justo detrás, se levanta y le hace una gran cortada en todo un lado de su horrible cara. Intenta correr pero la alcanza, la toma del cabello y la lanza contra el suelo.

—Acabas de empeorar tu destino. — está muy furioso. — ¡Llévensela! — les grita a sus demás guardias y entre todos, la sujetan y la meten en la carroza para llevársela al castillo.

—¡No! ¡No! — Helen grita pero no sirve de nada. Aseguran las puertas para que no pueda escapar mientras Vittorio se queda un rato más y toca la sangre que sale de su herida.

La carroza vieja donde la llevan se adentra en las profundidades del bosque para llegar más rápido hasta el castillo, pese a los posibles obstáculos que saben que se pueden encontrar. A medio camino, los caballos comienzan a detenerse y mostrarse agresivos ante la maldad que emerge del bosque. Varias sombras comienzan a moverse rápidamente alrededor de la carroza y los guerreros deducen que son los paganos.

—Malditos paganos. — uno de ellos dice y se bajan de los caballos mientras sacan sus espadas. — ¡Ya sabemos quiénes son! ¡Solo den la cara!

—No deben estar aquí. — suena una voz femenina, casi como un susurro.

—Llevamos a una rebelde para ser confinada en el reino. Déjennos seguir y estaremos en deuda. — un silencio abrumador se adueña del momento hasta que algo golpea la carroza fuertemente y la voltea. Helen se cubre la cabeza para no lastimarse mientras está dentro. —¡Todos, enciendan sus antorchas! — el guerrero ordena y así lo hacen.

—Morirán. — suena la misma voz y dos de los guerreros son colgados de las piernas de los troncos más fuertes del bosque. Cuando uno de los paganos se revela, un guerrero le lanza su antorcha y lo quema instantáneamente. Desatando con ello, una nueva guerra entre paganos y súbditos del rey.

Las criaturas del bosque asesinan a todos los guerreros y aunque Helen intenta pasar desapercibida con su silencio dentro de la carroza, detectan su presencia, abren las puertas y la sacan halándola de los pies.

—¡Déjenme! ¡Suéltenme! — les grita pero es inservible.

—Tú fuiste quien asesinó a nuestros hermanos. — uno de ellos dice, refiriéndose a los dos chicos que enfrentó en aquel bosque mediante la tormenta.

—Entonces sabrás que no te conviene meterte conmigo. — Helen esconde su miedo. Después de la muerte de su padre, no hay peor cosa que la pueda herir.

—Tú no puedes ser la séptima estrella. Eres solo una vil debilucha que estaba a punto de ser asesinada por los peones del rey. — una pagana de cabello blanco y un diamante diminuto incrustado en su frente le dice mientras se acerca y la observa. — La séptima estrella es imponente, de ojos brillantes, cabello blanco y poseedora de una energía que quemaría todo a su paso. Y mírate, estás ahí tirada...como un insecto.

—No tengo porqué demostrarte nada.

—Entonces morirás. — le da una mirada de aprobación al pagano que la ha sacado de la carroza para que saque su daga y la mate, pero antes de eso Helen le clava la suya en el cuello, quitándole la vida al instante.

Echa el cuerpo a un lado y se levanta.

—¿Quieres jugar a las dagas, muñeca? — dice la de pelo blanco, sacando la suya de entre los dedos y volteándose para verla fijamente.

—Creo que jugaré con algo mejor. — suelta la daga y cierra los ojos, invocando aquel poder que la salvó en aquel bosque. El viento, las voces y el brillo en sus marcas de nacimiento, son señales únicas de que su energía se está manifestando. Los paganos retroceden lentamente mientras no pueden creer lo que ven.

La tierra vibra y una esfera enorme de energía se forma en sus manos, la que poco después lanza contra la carroza en la que era llevada hasta el castillo. Aquella luz resplandeciente la destruye por completo, dejando caer cada pieza por casi todo el bosque.

—Sí es ella. — es lo último que dicen los paganos antes de desaparecer en la oscuridad. Una vez más, aquello que Helen aún no entiende acaba de salvarla. ¿Por qué todos parecían saber su historia y conocer su poder más que ella misma? Cierra los ojos para calmarse y cuando piensa que está a salvo, al girarse, alguien la golpea fuertemente en la cabeza hasta hacerla desmayar.

Es Vittorio.

No fue testigo de su poder pero por el desastre que sus ojos ven, deduce que ha sido lo que en parte sí sucedió: un enfrentamiento entre paganos y guerreros. Ya los conocía. Toma a Helen, la sube en su caballo hasta llevarla al castillo sin que nadie se dé cuenta y la encierra en uno de los más ocultos calabozos. Sin agua, ni comida, ni ropa, ni cama, ni luz. Completamente inconsciente.

Por otro lado, en el pasadizo secreto de la biblioteca, todas las marcas de las cincos estrellas, se iluminan. Incluyendo a Sylvie, quien todavía está inconsciente en otra celda oculta del castillo. Todas se despiertan y los ven. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué está cambiando? Se preguntan mientras se ven entre sí.

—Es ella. — dice Cuarta, abriendo sus ojos. — La séptima estrella está aquí. — todas pueden sentirla.

Con Helen dentro del castillo, muchas cosas empezarán a cambiar. 

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