11. La próxima reina.

En el pueblo.

"Debes hallar la forma de entrar al castillo y encontrar a las demás. Es la única manera en la que podremos liberarnos de esto y entender lo que está sucediendo".

Las ideas que Sylvie le compartió la noche anterior seguían dando vueltas en su cabeza. Todo le parecía una locura, incluso para alguien tan osada y valiente como consideraba que era. Así que simplemente desistió y regresó a su casa para descansar y mejorarse de la lesión en el tobillo. A la mañana, en vez de ayudar con la panadería, su madre la envió a la costurera de Ross, la madre de Odette, porque tenía muchos encargos y necesitaba más manos. Por lo que Helen no se negó y fue a ayudar sin ningún pretexto.

Entre alrededor de 6 mujeres, terminaron de tejer, adornar y empacar los vestidos en sus cajas correspondientes para ser llevados hasta el reino y la nobleza puntualmente. Lucas era parte de los repartidores de esas entregas.

—¿Por qué tantos vestidos? — Helen pregunta, mientras termina de tejer un bordado muy hermoso.

—Son para todas las princesas de la nobleza. Se dice que convocarán un baile para encontrar a la próxima reina de Francia. La afortunada que se casará con el príncipe Alan. — Ross contesta, dándole últimos toques al vestido más ostentoso que ha diseñado hasta el momento.

—No pensé que tendría tanta prisa. — esto a Helen, por alguna razón que desconoce, no la pone muy feliz. — ¿Y ese vestido tan perfecto? ¿Para quién es? — toca la tela del vestido ostentoso.

—Es de Turquesa Robledo, la hija del comendador. Su madre ordenó el mejor vestido para esta ocasión y creo que hice un buen trabajo.

—Indudablemente. — sonríen. Helen recuerda que "Turquesa" fue el nombre que Vittorio mencionó cuando fue a buscar al príncipe. Daba por hecho que era la primera opción de Alan para convertirla en su esposa. — De seguro con este vestido obtendrá toda su atención.

—No me cabe duda. — sigue cortando tela.

—¿Y estos? — se acerca a una pila de vestidos que parecen algo viejos pero en buenas condiciones aún. Dentro de tantos, uno llama su atención. Uno rojo oscuro. Sencillo y muy delicado, pero por falta de dinero jamás podría comprar uno igual.

—¿Te gusta? — le pregunta Ross al notarlo.

—Sí, es muy hermoso. Lástima no tener suficientes monedas para tener uno igual.

—Puedes quedártelo si quieres.

—¿De verdad? — Helen se sorprende. — No, no puedo aceptarlo, es demasiado.

—No, no es nada. Es un vestido viejo, por eso lo tenía arrinconado. Si te gusta, nos hacemos un favor las dos. — contesta amablemente.

—Se lo pagaré, lo prometo.

—No hace falta. Solo ayúdame un poco más por aquí y podrás llevarte todos los que ya no necesitaré. — esto la emociona mucho y hace que le ponga más ganas a sus manos de obra para terminar con las entregas cuanto antes.

En el castillo.

Mucha gente estaba implicada en la organización del evento al que toda la nobleza y realeza asistirían esta noche. Todo para conseguir a la doncella que conquiste el corazón del príncipe.

—¡Alan! ¿Estás escuchando? — Gertrudis lo regresa a la realidad. Ha estado sumergido en sus pensamientos sobre las guerras contra Inglaterra, la rebeldía de los paganos y su posición contra el rey. Por lo que no ha escuchado nada de lo que el mayordomo y consejero oficial del reino le ha dicho.

—Por supuesto. ¿Qué decías? — intenta prestar atención.

—Decía que su elegida, a pesar de que sea una princesa, debe tener cualidades para que el papa dé su aprobación. Como ser católica, ser pura, asistir a las actividades cotidianas de la realeza, tener conocimiento sobre la literatura...

—¿Y quién de los dos se supone que se casará: el papa o yo? ¿No es el esposo quién debe poner sus propios criterios? — Alan lo interrumpe.

—Hijo por favor, no entorpezcas las tradiciones. — Gertrudis intenta calmar la situación.

—Una vez que escoja, la presentará ante el papa para recibir su bendición y después todo podrá proseguir a su preferencia.

—Bien. Me quedó bastante claro. — Alan no está nada emocionado por esto pero hace el intento de aparentar que sí. El mayordomo se inclina y se retira para seguir con la organización, dejando a la madre y al hijo a solas en el trono.

—Pensé que esto sería más fácil para ti pero no lo parece. Si solo aceptarías a Turquesa como la elegida todo sería más sencillo.

—A Turquesa tampoco le interesa esto. Solo acepta lo que su madre quiere para ella, como justamente intentas hacerlo tú. Es una buena chica, merece ser desposada por amor y no por intereses. Evidentemente ese nunca podría ser yo, así que no la condenaré a este infierno. — está muy seguro de su posición ante Tessa.

—Está bien, lo entiendo. — Gertrudis se da por vencida. — Solo espero que todo salga bien esta noche y que este tormento termine pronto.

—Lo mismo deseo.

—Seguiré con los preparativos. Suerte que Josefina está aquí y está ayudándome mucho con todo esto.

—Tómatelo con calma, no quiero que te estreses. — Alan acaricia su mano.

—Estaré bien. Por cierto, ¿sabes dónde está tu hermano?

—En el pueblo, seguramente. Parece más un pueblerino que un príncipe.

—Creo que lo necesitaré por aquí. Enviaré a alguien por él.

—Puedo ir yo mismo, no te preocupes. Me servirá para despejar la mente. — toma una manzana del frutero, le da un beso en la frente y sale del pabellón. Estaba esperando cualquier excusa para alejarse de todo el estrés que estas cosas le provocan.

Entre tanto revuelo, Turquesa se alejó hasta llegar al Alcázar donde vivían algunos guerreros del rey cerca de las tierras del castillo. En el que se encontraba a quien específicamente quería encontrar: Owen. Un guerrero de piel oscura, con abdominales marcados y una sonrisa encantadora.

—Pensé que ya no volvería por estos lados, mi lady. — le dice en cuanto abre la puerta.

—¿Estás solo? — hala los lazos que unen el escote de su vestido.

—Siempre lo estoy. — la sujeta de la cintura y colisiona los labios con los suyos. Cierran la puerta a su paso y la lanza bruscamente contra la estrecha cama. — Espero que no hayas copulado con un extranjero, mi esmeralda. — le llama así por el color de sus ojos.

—Me acuesto con quien quiera. Lo único que importa ahora es que estoy aquí...contigo. — se quita todo lo que lleva encima hasta quedarse completamente desnuda. Owen disfruta de las vistas y también se quita toda la ropa. — Tómame. — le ordena y se acerca hasta colocarse sobre ella. Desciende su mano hasta su vagina y la toca hasta volverla loca de placer. No era su primera vez y mucho menos lo había sido con él.

Vivió su primera experiencia con uno de los amigos de su padre, uno que acudía a su mansión constantemente por trabajo. Siempre se intercambiaban miradas intensas y cortas palabras, pero todo detonó cuando en una de esas visitas, sus padres no estaban. Solo ella. Solo ellos. Para ese entonces no entendía la importancia de la virtud en una mujer, así que no le importó las consecuencias. Solo quería saciar su sed y así lo hizo desde los 15 años. Después conoció a Owen y desde entonces, es el único lugar donde puede volver a ser ella misma. El perverso lado de Turquesa.

Después de humedecerla, entra en ella y la hace revolcarse del placer. Aumenta la velocidad tras cada embestida y luego ella toma el control. Se coloca sobre él, mueve sus caderas de arriba hacia abajo y en círculos mientras él gime y toca sus sensibles pezones.

Así continúan hasta que ambos se corren y se apartan para recuperar el aliento.

—¿Te estás quedando en el palacio? — Owen empieza la conversación.

—Sí. Mi padre está en el extranjero por unas semanas.

—Escuché que el príncipe está buscando una esposa, ¿quién crees que pueda ser? — Turquesa solo sonríe como respuesta. — ¿No te estarías postulando para estar en la lista o sí?

—¿Y desaprovechar esta oportunidad?

—Pero no eres una doncella. El príncipe no puede desposar a una mujer impura.

—Pero no tiene que saberlo. No antes de nuestra noche de bodas. He sido muy discreta con mis aventuras, nadie podría poner en juego mi reputación.

—Falsa reputación, querrás decir. — Owen parece un tanto molesto por esta idea.

—Ante todos soy la opción perfecta para ser la esposa del futuro rey. Incluso su madre parece estar de mi lado. — Turquesa tiene muchas cosas a su favor. — Imagínate tener toda Francia a mis pies. Podría tener y hacer lo que quiera.

—Pero tú no lo amas, ni él te ama a ti. ¿Hasta dónde llega tu vanidad?

—Pero puedo hacer que me ame. Puedo darle lo que quizás muchas no puedan. — toca el pene de Owen por debajo de las sábanas. — Ante la lujuria y el deseo el amor no tiene lugar.

—¿Y qué tal si encuentra a alguien que le ofrezca todas esas cosas juntas? — Turquesa borra su sonrisa. — El príncipe puede ser rico y educado pero también es hombre. Si descubre que tu pureza fue una falsa, si descubre que lo engañaste para conseguir la corona...será tu fin.

—No tiene manera de saberlo.

—Claro que sí. Una vez que algo rompe la flor de tu pureza... ya no hay vuelta atrás. — desliza sus dedos por su entrepierna y los introduce inesperadamente en ella.

—Alan no es como todos los salvajes que he conocido. — retira su mano y se levanta para ponerse el vestido nuevamente. — Haré todo lo que sea necesario para que el príncipe sea mío y después... — se acerca a su oído. — Haré que destruya a todo aquel que se interponga en mi camino. — tiene mucha seguridad de que sus palabras se harán realidad.

En el pueblo.

Después de una larga búsqueda por todas las cantinas y burdeles del pueblo, Alan encuentra a su hermano en uno de ellos, borrachamente dormido en una de las mesas. Al cual despierta echándole un balde de agua fría.

—¿Qué...? — Aarón se queda en silencio cuando lo ve. Dos guardias más han venido con el príncipe y todos mantienen distancia de ellos.

—Cuando dejarás de comportarte como un idiota. Esto es una vergüenza. — Aarón apesta a alcohol.

—Solo me estaba divirtiendo y...me quedé dormido al parecer. — quita el agua de su cara con sus manos y revisa los bolsillos de su pantalón. — Y también parece que me robaron. — no lleva nada de lo que había traído.

—Ya fue suficiente, regresemos al castillo, nuestra madre te necesita.

—¿Para qué? Me duele todo el cuerpo.

—Y no es para menos. A veces creo que olvidas que también eres un príncipe con responsabilidades. — le lanza un pañuelo para que termine de secarse el agua que le ha arrojado. — Andando. — los guardias se mantienen cerca por si tienen que evitar que su estado de resaca le haga desmayar.

Al salir, Aarón se detiene frente a una fuente de agua y se sigue lavando la cara, a lo que Alan tiene que detenerse y esperar. Los guardias se adelantan y los esperan en los caballos de las carrozas mientras los pueblerinos le dedican una reverencia cada que pasan de su lado. Entre la espera, como si fuese el destino, el príncipe ve a Helen caminar con la bolsa de vestidos que Ross le había regalado mientras regresa a casa. La cual cuando logra verlo también, se detiene.

A través del silencio, la distancia que los divide y su extraña situación, algo desesperante consume sus cuerpos y los sumerge en esa tensión inaudita que ni ellos comprenden.

—¿Nos vamos? — Aarón regresa a su hermano a la realidad.

—Sí, claro. — le dice y cuando vuelve a mirar, Helen ya no está. Se ha ido en la primera oportunidad. Alan resopla, sube a la carroza y mientras van de regreso, no deja de juzgar a su hermanito menor con la mirada.

—Ya deja de verme así. No volverá a ocurrir.

—Siempre dices lo mismo. Es difícil creerte.

—Todavía es muy temprano, tu espectáculo no se arruinará.

—Estuve a punto de hacer algo adrede para joderlo todo, pero pensándolo mejor, creo que me servirá de mucho.

—Encontrarás una buena esposa, estoy seguro.

—No hablo de eso. — esboza una media sonrisa y Aarón lo mira con sospecha.

—¿Qué estás planeando? — los planes de Alan siempre lo atemorizan.

—Todos estarán en la fiesta, incluyendo el abuelo. Necesito que lo vigiles mientras me ausento y encuentro un pasadizo secreto en la biblioteca.

—¿Un qué? — Aarón frunce el ceño.

—Te explicaré todo después, lo prometo pero ahora necesito saber que cuento contigo. — si todo sale bien, le contará todo sobre Sylvie y lo que ha encontrado hasta el momento. — ¿Cuento contigo?

—Por supuesto que sí. — se estrechan de las manos y vuelven a ser cómplices como en los viejos tiempos. Esta será la única oportunidad para saber la verdad. Ahora solo espera que nada salga mal.

Cae la noche.

Después de muchos arreglos, llegadas de invitados, princesas, bailes, música y demás, el príncipe Alan hace su entrada. Lleva un nuevo traje de tela negra con cadenillas y bordados plateados. Su cabello lacio bien peinado y una exquisita fragancia. Todos agachan las cabezas mientras pasa y se sienta en el trono con el rey de su lado. El vocero hace su presentación y cada una de las familias que han venido presentan a su princesa. Todas parecen ser educadas pero ninguna parece ser del agrado del príncipe. Lo que complica más tomar una decisión.

Mientras todos se quedan bailando y comiendo, el príncipe va a un espacio preparado con una lujosa mesa, dos sillones de oro, velas, rosas y demás para conocer a todas las princesas de una manera más privada y personal.

Princesa de Aquitania.

—Dime, ¿por qué deberías ser tú la próxima reina de Francia? — Alan le pregunta, lo que la pone muy nerviosa.

—Pues...porque...soy bonita. — contesta con una sonrisa.

—¿Y aparte de eso no tienes nada más que ofrecer?

—¿Qué más necesitaría para ser una reina? — deja al príncipe en completo silencio.

Princesa de Borgoña.

—¿Le gusta la literatura?

—Sí, me encanta. Mi sueño es construir bibliotecas en todos los pueblos para facilitar la educación de los niños. Así todos aprenderán a leer y escribir. — esta respuesta es de más agrado para el príncipe.

—¿Y qué tiene en mente para conseguir el capital que eso conlleva?

—Bueno, el reino tiene mucho oro. Eso será más que suficiente para pagar todo. Contrataría a los mejores obreros.

—¿Y de dónde se sostendría el ingreso diario que necesitaría el mantenimiento de una biblioteca? Los pueblos no tienen dinero para comprar libros, así que esos servicios serían gratuitos.

—Pero somos ricos ¿no? No pienso que el dinero sea un problema. — el príncipe se queda en silencio.

Princesa de Normandía.

—Disculpe, es que...los nervios me dan ataques de risa. — se ríe chillonamente sin parar solo por ver la cara de Alan.

—¿Se encuentra bien? — frunce el ceño y ella solo sigue riendo.

Princesa de Carennac.

—¿Por qué cree que debería escogerla como mi esposa?

—Porque...le daría todo lo que un hombre quiere. — le da una mirada seductora. — Noches intensas de placer cada que quiera y todos los herederos que necesite.

—¿Y usted...qué es lo que desea?

—Nada. Solo lo que usted desee. — deja al príncipe en silencio otra vez.

Princesa Turquesa Robledo.

En cuanto entra, el vestido que lleva puesto (diseñado por Ross) llama mucho su atención. El escote un tanto provocativo, los diamantes, el color, la textura, es una absoluta maravilla visual y Alan lo toma en cuenta. Le arrastra la silla para que pueda sentarse y luego lo hace él.

—Esto es raro. — dice y ella sonríe.

—Mi madre jamás habría permitido que me perdiera esto. Espero que no te incomode.

—Para nada. Solo hagamos nuestro papel.

—¿Alguna ha llamado tu atención?

—No. Empiezo a creer que el del problema soy yo. Suelo ser muy exigente.

—Dentro de tantas princesas debe haber una que te merezca. — Alan la mira a los ojos. — Eres el único heredero del trono, ser exigente es necesario. Pondrás a toda una nación a sus pies.

—¿Acaso es tan difícil de entender? — sonríen. — Aunque...pensándolo bien, creo que seguiré los consejos de mi madre por esta noche. — Turquesa frunce el ceño. — Tú y yo nos conocemos, crecimos juntos. Ahora pareces ser la única salida a mi desesperación. — la mira fijamente. — ¿Aceptarías ser la elegida de esta noche? — en el momento en que escucha sus palabras, Turquesa se queda sin habla ante tal sorpresa. Estaba en sus planes hacer lo necesario para tener su atención pero la ansia de Alan por cumplir con el deber es mucho más fuerte que lo que realmente quiere reconocer. — Entiendo que es demasiado...

—Sí quiero. — lo interrumpe. — Es todo lo que anhelo. Ser tu esposa...podría significarlo todo para mí. — acaricia su mano sobre la mesa y Alan la observa con confusión.

—Entonces que así sea.

Por lo corredores, el nerviosismo de Aarón por el plan de su hermano provoca que tropiece con Claudia mientras llevaba en manos una bandeja de copas. La que cae al suelo y mancha parte de su vestido.

—¡Lo siento muchísimo mi señor! No lo había visto. — Claudia se disculpa, mientras intenta recoger el desastre.

—No, tranquila. Yo fui el culpable. — se agacha y le ayuda. Sus manos rozan al tocar una de las copas y con una inusual sensación, se miran a los ojos. Ambos admiraron la belleza del otro hasta que otros guardias pasando destruyen el momento. Claudia se levanta y muy avergonzada, regresa a la cocina para cambiarse de ropa y traer nuevas copas.

Anuncian el comienzo del baile y entre todas las princesas, Alan escoge a Turquesa. Le extiende su mano delante de todos y con mucha felicidad, ella acepta. Josefina y Gertrudis, muy sorprendidas con lo que sus ojos ven, se miran y sonríen. Unos murmuran de alegría y otras por disgusto de no ser las elegidas, pero aun así, deben mostrar respeto. Y el rey tampoco está nada contento con esta decisión, puesto a que cree que Turquesa podría ser lo que tanto ha esperado por años. No quiere ver a su nieto sufrir por algo que luego él mismo destruirá, así que esto lo complica todo.

En el pueblo.

¿Cómo sería la vida de una princesa? ¿Qué se sentiría usar estos vestidos a diario y mostrar tanta formalidad ante gente moralmente insignificante? ¿Cómo sería poder participar para ser la próxima reina de Francia? Helen se pregunta mientras se ve el vestido rojo que Ross le ha obsequiado en el circular espejo de su aposento. Una parte en su interior desearía poder asistir a uno de esos eventos, hacer su entrada y que todos los ojos estén sobre ella. Pero parecía ser algo imposible de suceder.

Nunca podría casarse con un príncipe, nunca podría cumplir todos sus propósitos por mucho que trabaje y luche por ello. El reino es muy cruel y el peligro que la rodea parece ser mayor. Las respuestas de todas sus preguntas parecían estar solo dentro del castillo, pero aún con sus muchas locuras, jamás pondría un pie allí. Pensó que Sylvie la ayudaría pero ahora cree todo lo contrario. Ya no es una opción.

Mientras toda su familia disfrutaba en el pueblo, se sentó en la cama de su aposento mientras veía a todos pasar a través de su circular ventana de piedra y hierro. Su tobillo había mejorado mucho así que podría caminar con normalidad. Todo gracias al príncipe Alan y su bondad al colocarle esa mezcla de hojas. Era un momento que no salía de su cabeza fácilmente. Jamás había tenido a un hombre tan cerca, como lo ha estado con él en los últimos días.

"Cálmate, Helen. Esa gente no te merece". Se repite constantemente para no caer en ninguna tentación de la que después se arrepienta.

En el castillo.

La melodía suena y todos están en posición para comenzar el baile. Las chicas dan el primer paso y luego le siguen ellos. Sin mucho contacto físico, hacen una de las mejores danzas de la realeza. Protagonizada por el príncipe Alan y la princesa Turquesa. Su vestido, sin duda, es el mejor de todos. Y eso despierta la envidia de muchas doncellas que desearían estar en su lugar. Alan la toma de la cintura y se deslizan por todo el pabellón al ritmo de la música.

Rato después.

Cuando el baile terminó, Alan respondió muchas preguntas del consejo del reino por su elección. Aún no era oficial, puesto a que debían reunirse con el papa pronto para que les dé su aprobación pero parecía estar muy seguro de su decisión de todos modos. Cuando Aarón se les une en la fiesta, intercambia miradas con Alan y se le acerca.

—¿De verdad lo harás? — Aarón le pregunta disimuladamente.

—No hay vuelta atrás. ¿Has visto a Vittorio? — mira a su alrededor.

—No, lo vi irse hace unas horas. Me extraña que no esté cuidando el trasero de nuestro abuelo en estos momentos. — Aarón comenta, con lo que Alan está de acuerdo.

—Si no está mejor, quédate aquí y no levantes sospechas. Si preguntan por mí diles que fui al baño.

—De acuerdo. — dice.

El príncipe camina hasta la biblioteca que Sylvie describió, pero está protegida por dos guardias. Alan toca la daga que lleva en su espalda y se acerca sigilosamente a ellos. El corredor está muy oscuro, la única iluminación, son las enormes antorchas de las esquinas.

—¿Se le ofrece algo, mi señor? — le pregunta uno de ellos.

—Sí. El rey me envió por unos libros que le serán obsequiados a la princesa Turquesa por ser mi futura esposa. Quería buscarlos personalmente, si me permiten. — finge su papel.

—Discúlpenos señor, pero no puede pasar. — se interponen.

—¿Qué has dicho?

—Son órdenes del rey, señor. — inclinan la cabeza.

—Ok. — el príncipe sonríe, saca su daga y ágilmente los mata. A uno cortándole el cuello y a otro lo asfixia con sus brazos desde la espalda. Arrastra sus cuerpos hasta el interior de la biblioteca y cierra la puerta antes de que alguien lo vea. Era un lugar espacioso con cientos de viejos, enormes y pesados libros colocados perfectamente en las estanterías. Habían muchos bancos y atriles de madera, pero a simple vista no podría saber dónde aquello que tanto busca se escondería.

Mientras observa y observa, logra notar que uno de los libros no está donde debería, lo que le despierta el instinto, se acerca y al retirarlo de su posición, aquella estantería se gira. Dejando frente a sus ojos la oscura entrada que supone que le llevaría hasta lo que quiere encontrar. Toma una farola de mano y camina a través de la tenebrosidad del pasillo. No hay ventanas ni puertas, solo muchas antorchas y al final, las celdas donde tiene a las mismas mujeres que vio 18 años atrás en las mismas condiciones. Le parece increíble que después de tanto finalmente las pudo encontrar, pero es más aterrorizante saber la razón de que hayan estado así durante tanto tiempo.

—Tranquilas, no les haré daño. — les dice, al notar su miedo. Deja la farola en el suelo, ya que la zona está iluminada con más antorchas. — Vengo a ayudar. — se acerca a una de las celdas.

—Sabemos quién eres. — responde Tres. — Estábamos esperando este momento.

—¿Esperando este momento? — Alan frunce el ceño.

—La sangre del guerrero corre por tus venas. El elegido, el que cambiaría nuestro destino. — Cinco comienza a decir.

—No sé a qué se refieren pero las sacaré de aquí. — intenta romper las cadenas de sus celdas pero ella lo detiene.

—He visto el futuro. No debemos salir de aquí. No hasta que cumplamos nuestro propósito.

—¿Qué quieres decir con eso? — el príncipe parece estar más confundido que antes.

—Debemos destruir al rey antes de que sea demasiado tarde. Si dejamos que cumpla el ritual cosas muy malas pasarán en todas partes. Nadie sobrevivirá.

—Disculpa pero no entiendo lo que me estás diciendo. — incluso para Alan, nada de esto tiene sentido.

—Existe una profecía. Cuando alguien osa a romper la ley natural con los misterios del ocultismo, la maldición del balance cósmico se activa y nacen siete mujeres con el poder de sietes constelaciones en su interior. Cada una con un orden. Esta marca nos diferencia. — le muestra los cincos puntos en su antebrazo izquierdo. — Estamos aquí por un propósito y eso depende de nosotras.

—¿Y por qué el rey las tiene aquí? ¿Qué gana con eso?

—Sabe de la profecía. Después de realizar el ritual cumpliendo las instrucciones con excelencia, obtendrá la vida eterna y con eso un gran poder. Nosotras somos el sacrificio.

—¿Qué? — Alan no puede creer lo que escucha. — ¿Estás diciéndome que están aquí desde hace 18 años para ser parte de un sacrificio? No tiene sentido. ¿Por qué el rey querría ser inmortal si me cederá el trono?

—Quizás solo sea parte de su plan. — el príncipe estaba preparado para escuchar cualquier locura, pero jamás pensó que sería de esta manera. Su abuelo parecía ser peor de lo que imaginó. — Quiere tomar nuestra sangre y después matarnos. Pero para eso primero necesita encontrar a dos más.

—Sylvie es una de ellas, ¿cierto? — está entendiendo la conexión de todo.

—Así es.

—¿Y quién es la otra? — todas se miran entre sí. — Aún no conocemos su rostro pero ya está aquí, podemos sentirla.

—¿Pueden...sentirla? — aún le cuesta comprender.

—Todas tenemos dones diferentes. Es lo que nos ha mantenido con vida.

—¿Y por qué no usan esos...dones para salir de aquí?

—Lo intentamos, muchas veces pero de nada sirvió. Nos capturaba una y otra vez y castigaba a otra por los errores de una, así que nos rendimos. Ahora solo esperemos a que ella nos salve, y sabemos que lo hará.

—¿Ella quién?

—La séptima estrella. La más poderosa de todas.

—Podría sacarlas de aquí justo ahora, ¿por qué debería confiar en lo que dicen?

—Porque no hay otra opción. — se aleja de las rejas de la celda, dejando al príncipe muy anonadado. Ahora que ya sabe la verdad, ¿qué debería hacer? No lo tenía muy claro, pero al menos ya sabía dónde estaban y encontraría la manera de solucionar el problema estratégicamente.

En el pueblo.

El sonido de una roca contra la ventanilla de madera en el aposento de Helen, la despierta. Sin darse cuenta se había quedado dormida, aún con el vestido puesto. Cuando se acerca y abre las puertecillas de madera de la ventana, ve al que menos esperaba: al príncipe Alan. Estaba allí parado con las manos en su espalda y mirándola fijamente.

Le hace señas para que salga y así lo hace.

—¿Qué hace aquí señor? ¿No debería estar escogiendo a su futura esposa? — le dice con ironía, aun manteniendo distancia.

—Si, así es...pero estoy aquí. — camina lentamente hacia ella. — Estoy aquí frente a ti. — la mira a los ojos.

—¿Y eso qué significa? — se acerca aún más, casi rozando sus labios con los suyos.

—¿No te ha quedado muy claro? — coloca un mechón de cabello detrás de su oreja. — Eres todo lo que he deseado desde el primer momento. — su confesión la estremece. — Quiero que seas tú la elegida. Mi compañera de vida y mi futura esposa. — acaricia sus labios con su dedo pulgar. Entre el asombro y los deseos impuros que su tacto está provocando en ella, no sabe qué responder. Todo le parece una locura. Pero una locura que estaría dispuesta a cometer. Su sonrisa para el príncipe era una buena respuesta, así que solo acerca sus labios para besarla pero antes de que lo logre...Helen abre los ojos.

Se sienta bruscamente sobre su cama con el corazón muy acelerado. ¿Qué había sido ese sueño? ¿Desde cuándo podía soñar así? Se pregunta mientras intenta regresar a su realidad. Le han pasado cosas muy extrañas, pero este sueño ha sido lo que más la ha atormentado. Para asegurarse, mira por la ventana y no hay nada. Solo el ruido de la cántico que tienen en la fiesta donde está toda su familia a solo una cuadra. ¿Qué te está pasando, Helen? Vuelve a preguntarse.

Sale de casa e intenta tomar aire fresco.

El príncipe Alan había hecho más efecto en ella del que quisiera reconocer, de ahí la razón de porqué de repente es parte de sus sueños. Pero ¿de qué le serviría? Piensa que seguramente a estas horas ya debe de estar bailando con la que pronto se convertiría en su esposa y aunque le afectaba, estaba bien. Era su responsabilidad como príncipe y futuro rey.

El sonido de unas pisadas cerca de ella la hacen sospechar. Alguien (otra vez) la está vigilando desde la oscuridad. ¿Paganos o Vittorio? Ya no sabía a quién se podría encontrar. Para tomar precaución, se esconde detrás de un muro para esperar a quien sea que la esté siguiendo. Lo que tiene resultado cuando un hombre con túnica pasa cerca de ella y lo empuja fuertemente hasta hacerlo caer.

Antes de que pueda levantarse completamente y hacer algo al respecto, le apunta con la daga que el príncipe le había obsequiado en la garganta.

—¿Quién eres? Déjame verte. — le pide y cuando se retira la capucha, se queda helada. Tiene al príncipe Alan frente a frente. Sus manos comienzan a temblar pero aun así, no aparta la daga de su cuello.

—¿Qué crees que haces? — le pregunta sin ninguna expresión.

—No dejaré que nadie vuelva a tomarme desprevenida. — mantiene su semblante y el príncipe solo sonríe.

—Mira mi mano. — Helen frunce el ceño y lo hace. Con dos dedos arriba, parece estar dándole la orden a alguien de detenerse. — Ahora mira a tu alrededor. — le dice y cuando lo hace, ve a cuatro guerreros apuntándole con sus flechas desde la distancia. Estuvieron a punto de matarla por atacar al príncipe. — Ahora, ¿quieres soltar eso? Podrías lastimarte. — se refiere a la daga en su cuello.

—No lo creo. — mantiene su rebeldía pero de un ágil movimiento, el príncipe aparta la mano con la que sostiene la daga lejos de su cuello, se la quita, pega su espalda contra él, le aprisiona el cuello con su brazo y le apunta con la daga misma.

—Te lo advertí. — le susurra y Helen logra apartarse con toda la fuerza que tiene. Los guerreros bajan sus arcos y mantienen la calma. — ¿Por qué llevas ese vestido? ¿Querías estar en la lista? — observa de arriba abajo el vestido rojo que lleva.

—¿Estar en la lista? Ni en sus sueños. — cruza los brazos. Está algo molesta.

—¿Por qué no? Apuesto que desearías ser mi esposa para clavar una daga en mi pecho mientras esté dormido. — bromea, aunque la da capaz de hacerlo.

Le devuelve la daga.

—Nunca estaría en la lista de nadie porque yo soy la que elijo. No me elijen a mí. — contesta, dejando una enorme sonrisa en la cara del príncipe. Inclina la cabeza y antes de que pueda marcharse, la hala del brazo y hace que sus labios casi rocen.

—Podría llevarte ahora mismo a donde quisiera, cogerte tan duro que ni siquiera recordarías tu nombre y hacer contigo lo que me plazca. — el tono de su voz incendia algo muy fuerte dentro de ella.

—Entonces me convertiría en su peor pesadilla. — le advierte. — Valgo más que todo lo que usted podría ofrecerme.

—Entonces me temo que se quedará sola por la eternidad, señorita Laurent. — esboza una sonrisa burlona.

—Si usted fuera mi última opción, con mucho gusto. Pero como ya supongo que está comprometido, es un problema menos para mí.

—Entonces sí me considera como alguien merecedor de su afecto. — más que preguntarlo, casi lo afirma.

—Si no fuera tan...

—¿Tan...? — la presiona, acercándose más.

—¡Señor! — un soldado corriendo los alcanza.

—¿Qué pasa? — el príncipe odia que lo interrumpan de tal forma.

—Me gustaría decírselo en privado. — mira a Helen de reojo.

—No hay ningún problema, puedes decirlo aquí. — se aparta un poco de ella para prestarle atención.

—Se trata de uno de sus alcázares. — hace una pausa. — Donde se encontraba la señorita Sylvie. — le da miedo terminar la oración porque sabe que el príncipe se puede enojar. — Fue encontrado en llamas hace unos instantes. Alguien acaba de atacarlo. — en cuanto lo confiesa, toda pizca de alegría que existía dentro del príncipe desvaneció.

—¿Qué? ¿Pero Sylvie está bien? — Helen muy preocupada pregunta.

—Aún estamos apagando el fuego, pero los guardias estaban muertos. Alguien los mató. — el guerrero contesta.

—Vamos de inmediato. — Alan les dice a sus demás guerreros caminando hasta su carroza.

—Espere, quiero ir con usted. — intenta alcanzarlo.

—De ninguna manera, es muy peligroso. Te quedarás aquí. — el príncipe le contesta seriamente, sube a su carroza y sus guardias lo escoltan hasta el lugar, dejando a Helen muy preocupada por el estado de Sylvie.

Después de muchas carreteras recorridas en carroza, llegan. Ya se encuentran a varios de sus guerreros intentando apagar el fuego pero es más difícil de lo que parece. Los que cuidaban del lugar están muertos por heridas de espadas en diversas partes del cuerpo, pero de Sylvie no habían señales aún. ¿Estaría dentro? ¿Estaría muerta? ¿Se la habrían llevado? Se pregunta el príncipe mientras baja de su carroza y observa las llamas del fuego quemar todo el Alcázar.

¿Quién habría sido el responsable de aquel ataque?

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