10. La tormenta.

Una gran tormenta asaltó el amanecer, por lo que no hubo mucho movimiento en las calles. Alan se sentía un poco hostigado con la presencia de Turquesa en el castillo y la insistencia de su madre al querer unirlos. Si antes no quería casarse ni perder el tiempo con el tema del matrimonio, ahora mucho menos. Odia actuar bajo presión. Por consiguiente, después del desayuno, va hasta las caballerizas para pasar tiempo con Morpheus y cepillar su largo pelaje.

—Buenos días. — Turquesa aparece son una sonrisa. Alan no esperaba que fuera hasta allí. — Lamento no haber podido estar en el desayuno, es que acostumbro a levantarme un poco tarde. — se excusa, cuando la verdad es que a él no le importa.

—Descuida. — sigue cepillando su caballo. — Veo que Morpheus ha crecido mucho. Está tan apuesto como su dueño. — se acerca y lo acaricia. Alan la mira y nota que está intentando coquetear con él.

—Gracias por el cumplido, supongo. — esboza una media sonrisa.

—Lamento mucho si la insistencia de mi madre resulta ser un problema. — frunce el ceño, fingiendo que no sabe de qué le habla. — Sé que sabes que tienen planes de unirnos como un matrimonio, yo también lo he notado. Nuestras madres quieren asegurarse de que nuestro futuro sea intachable.

—Qué bueno que también te percates de ello.

—¿Y qué opinas al respecto? — Turquesa juega con sus uñas mientras espera una buena reacción. El príncipe se detiene y resopla, pensando en cómo responderle sin herir sus sentimientos.

—Ni siquiera nos están dando la oportunidad de decidir qué es lo que queremos. Nos están presionando y nos privan la libertad de escoger. — la mira a los ojos. — Y yo amo... la libertad. — tenerlo tan cerca provoca que Turquesa pierda el control de los latidos de su corazón. — ¿Sabes qué es lo que pasa? Que mientras más me presionan a hacer algo, menos lo hago. Odio que intenten controlarme y espero que tú también. — se aparta y vuelve a dejar el caballo cómodamente en su lugar.

—Por supuesto. Pero si te soy honesta, no me parece tan mal plan. Me refiero a que...mi familia podrá pagar la dote sin inconvenientes y ambas se beneficiarían. Mi padre tiene muchas tierras que compartiría con el rey y sus contactos en el extranjero les servirían.

—Creo que sin la necesidad de casarme contigo, el rey obtiene lo que quiere de tu padre. Así que no sería una excusa.

—Pero seguirás necesitando una buena esposa para compartir el reino. Y bueno, yo soy educada, sé leer, escribir. Pensé que sería más fácil para ti hacer esto con alguien que ya conoces. — Turquesa parece estar muy ilusionada.

—Pero mereces casarte por amor y yo nunca podré darte eso. — el príncipe le es muy sincero. — Tú y tu madre pueden quedarse todo el tiempo que quieran, es un honor tenerlas aquí. Solo tratemos de llevar las cosas con calma, ¿sí?

—Por supuesto, mi lord. — inclina la cabeza.

—Tengo cosas que hacer, si me permites. Ten cuidado con el lodo. — le advierte y se marcha. Aunque la lluvia ha parado, ha dejado muchos charcos alrededor de todas las afueras del castillo. Las respuestas del príncipe le han dejado un mal sabor pero no sería un impedimento para seguir intentándolo. Ya no se trataba de lo que quería su madre, sino de lo que su avaricia le exigía.

Sale de las caballerizas y observa todo el castillo desde cierta distancia.

—No me daré por vencida tan fácilmente. Algún día todo esto debe ser mío también. — dice para sí misma y esboza una media sonrisa. Mira el suelo mojado con mucha repugnancia y sostiene su vestido para no mancharlo mientras camina de regreso al interior del castillo.

En el pueblo.

Todos están acobijados en sus casas hasta que pase la tormenta. Algunos tenían que colocar cantinas para que las filtraciones de agua no inundaran sus casas, por suerte, la de Helen resistía. Odette por ir a visitarla muy temprano, tuvo que quedarse en aquel lugar hasta que las lluvias se calmaran y pudiera regresar a su hogar.

— Y cuéntame... ¿cómo se conocieron tanto el príncipe Alan y tú? Lo pregunto porque anoche los vi muy juntitos en la fiesta. — Odette le pregunta mientras están sobre la cama del aposento de Helen.

—¿Por qué preguntas eso? ¿Qué importancia tiene? — intenta evadir el tema.

—Tiene todo de importante. Es el futuro rey. — insiste.

Helen resopla.

—Nos conocimos de la manera más extraña. El día de su presentación, cuando paseó por el pueblo en su cumpleaños, no quise arrodillarme y lo miré a los ojos pero no fue intencional. — recuerda aquel momento. — Verlo a los ojos mientras también me veía fue una coincidencia. Fue una casualidad que entre tanta gente sus ojos posaran sobre mí.

—Escuché algo sobre eso pero no de la manera romántica en la que me lo estás contando tú. La gente comenta que quizás te castigarán si sigues comportándote de esa manera.

—No hay nada de romántico en esto, Odette. Sabes muy bien que jamás podría sentir amor por esa gente.

—Eso no fue lo que vi anoche. — Odette sonríe. — Pero cuéntame, ¿qué pasó después?

—Seguía apareciendo en mi camino repentinamente y mi carácter lo impresionó. De alguna manera le agrada cómo soy y...seguimos hablando.

—¿Hablando sobre qué?

—Sobre el pueblo. Le interesa saber más de nuestras costumbres así que me ofrecí a ayudarlo.

—Se oye más como una excusa. Fácilmente podría pagarle suficiente a cualquier vocero o guardián del pueblo para que le dé toda la información que necesite. — Helen sabía que también era una posibilidad, así que comienza a sospechar de las verdaderas intenciones del príncipe. — El príncipe es muy apuesto. Es el deseo de todas las doncellas del pueblo y la nobleza. No te imaginas las que pagarían lo que no tienen para al menos tenerlo tan cerca como frecuentemente lo tienes tú.

—Pues nada de eso me interesa. Mientras más cerca al enemigo tengas, más lo podrás controlar. Eso es justamente lo que estoy haciendo.

—Pero el príncipe no te ha hecho nada malo. Serían ataques sin sentido, Helen. — le dice, dejándola sin respuesta. — Solo imagínate que pudieran tener la oportunidad de enamorarse y convertirte en la reina de Francia. — Odette crea un escenario romántico en su cabeza.

—Se escucha muy bonito desde tu cabeza pero ambas sabemos que eso jamás podría pasar. Hay muchas cosas de por medio y lo principal es que no siento nada más que...cierto respeto por él. — es como si intentara convencerse a sí misma de ello.

—Ya lo sé, qué pena. Rezaré para que al menos pueda casarse por amor y no solo por intereses. Seguramente sus únicas opciones están en la nobleza. — algo de esas palabras toca una fibra sensible de Helen en lo más profundo de su corazón pero lo evade fácilmente.

—Primero recemos para que esta lluvia pare. — cambia de tema y sonríen.

Cae el atardecer y cuando la lluvia cesa, todos los habitantes del pueblo salen a secar las calles y algunas de las pertenencias que se habían empapado. Gran parte de la panadería de María también se inundó, así que también debía sacar, lavar y tender muchas cosas.

—Helen, cariño ¿puedes lavarme esto en el río? — María le pide amablemente dándole una canasta de lienzos, a lo que Helen no puede negarse. Va por su túnica de capucha azul favorita y camina hasta llegar al río donde todos lavan su ropa. Escoge una buena zona para sumergir la indumentaria en el agua, frotarla sobre una tabla y luego con una piedra y un jabón quitarle la suciedad. Era una fatigosa labor pero ya estaba acostumbrada. Las aguas del río están heladas por la reciente tormenta, por lo que, a menos que no saliera el sol antes de anochecer, tendría que esperar hasta mañana para tenderlas y así se secaran.

De repente, cuando está a punto de terminar, siente a alguien detrás de ella, a unos pocos pasos de distancia. Mira de reojo y puede notar la figura oscura de la túnica de un hombre allí parado, viéndola fijamente. Intenta actuar con normalidad hasta que sea seguro correr y salvar su vida. ¿Quiénes son? Se pregunta mientras el miedo la consume por dentro. ¿Paganos?

Recoge su ropa recién lavada en su canasta y se levanta para irse de allí tranquilamente. Cuando logra alejarse unos cuantos pasos, la aparición de varios hombres encapuchados más la hacen retroceder. Su miedo crecía cada vez más y solo faltó ver un triángulo en la muñeca de uno de ellos para ratificar que se trataban de paganos; así que empezó a correr lejos de ellos hacia el bosque. Todos corren detrás de ella velozmente hasta que uno logra hacerla caer y lastimarse el tobillo. Intenta sujetarla pero con una roca del suelo, le pega fuertemente en la cabeza, cosa que le daría tiempo pero su tobillo está muy lastimado para levantarse en estos momentos.

Dos paganos más la sujetan de los brazos y la arrodillan frente a otro señor más mayor que se acerca a ella lentamente con un libro y una cruz en sus manos. Helen está muy asustada y enojada pero se siente tan lastimada que se resistirá por esta vez. ¿Qué hará este señor con ese libro y esa cruz? ¿Acaso cree que soy un demonio? Se pregunta mientras lo observa.

—Helen Laurent, ¿no es así? — le pregunta el señor y Helen se queda callada. — Se ha hablado mucho de ti en las profundidades del bosque.

—¿Qué quieren de mí? ¿Por qué quieren matarme? No le he hecho nada a nadie.

—No todavía pero pronto lo harás. El mal debe ser contenido antes de que se expanda y eso es lo que justo ahora... haremos. — abre el libro y coloca su cruz con símbolos extraños delante de Helen. — Mohat, rey del inframundo. Purifica el alma de esta jovencita y extingue todo lo que no cabe en este mundo que lleve en su interior. — recita una oración y cierra los ojos.

—Por favor... — Helen con mucho miedo suplica.

—Sé tú más fuerte que el desbalance cósmico, que la oscuridad del reino y que la fuerza sobrenatural que intenta sobrepasar las barreras. — continúa y Helen comienza a sentir que no puede respirar. — No permitas que ninguna profecía se cumpla y destruya todo el universo a su paso. He aquí a una convocadora de la constelación más poderosa que ha existido en todos los tiempos. Destruye todo su poder y debilita su alma para salvar a tus hijos. — aumenta el tono de voz cada vez más y ella sangra de la naríz.

No comprende lo que sucede y cómo es que sus palabras pueden hacerle esto, pero siente que poco a poco algo dentro de ella está sucumbiendo. Helen sostiene su cuello y sin poder recuperar el aliento se deja caer en la tierra que sus rodillas pisan.

—¡Destruye el poder de la séptima estrella que yace delante de ti! — grita, esperando que ocurra algo divino pero solo queda un desafiante silencio. Los paganos miran a su alrededor, como si sintieran que algo se acerca pero no pueden ver nada, lo que aumenta la tensión del momento.

—¿Qué está pasando señor? ¿Está muerta? — pregunta uno de ellos pero ni siquiera él lo sabe.

—No se pudo haber equivocado. Revisen su brazo izquierdo. — les ordena y así lo hacen. Toma su brazo y rompen la manga del vestido para confirmar que sí tiene la marca de su constelación. — Sí es ella.

—Sigue con vida, señor. — el otro revisa su pulso. — Quizás la oración no funcione. — le siembra la duda de si podría ser esa la razón de su fallo o no. Está muy confundido.

—¿Hemos herido a una chica inocente? — uno de ellos empieza a sentir remordimiento.

La tierra comienza a temblar, cosa que los desconcierta aún más. Un frío viento recorre toda la zona y las nubes en el cielo se vuelven cada vez más oscuras. Un intenso trueno retumba sus oídos y muchas mariposas azules posan sobre las ramas de los enormes árboles secos del bosque. Es cuando se dan cuenta de que no es normal, todo esto viene de ella. Se está manifestando como lo que verdaderamente es. ¿Qué está pasando? Se preguntan y cuando perciben que los puntos del brazo izquierdo de Helen comienzan a brillar de uno en uno, se alejan lo suficiente.

Helen abre los ojos y con ella, se levantan cientos de rocas de todos los tamaños con una energía luminosa y casi transparente a su alrededor. Los paganos están aterrorizados ante tal escena pero saben que por más que corran, jamás podrían escapar.

—¡No la mires a los ojos! — le advierte al que lo está haciendo. — ¡No lo hagas! — pero antes de que pueda escucharlo, lo hace. Helen lo mira a los ojos y de alguna forma hace que dicho pagano eche su cabeza hacia atrás, ponga los ojos en blanco como si de alguna posesión se tratara y se arrodille. De esto aquel le advertía pero fue demasiado tarde. El otro compañero se asusta y cuando intenta correr, Helen solo necesita fijar sus ojos en él para detenerlo, hacerlo levitar y girarlo hasta estar frente a ella.

—¡Déjalo ir, por favor! — el pagano suelta el libro y su cruz para salvar a su aprendiz. — ¡Déjalo ir, solo seguía mis pasos! — suplica y Helen se acerca, aun manteniendo al joven por los aires. Las rocas que también levitan se mueven de lugar para permitirle el paso hasta el que se hace llamar líder.

—Intentaron asesinarme y no entiendo cómo es que estoy haciendo esto pero... dame una buena razón para dejarte ir. — incluso en su forma más tenebrosa, sigue siendo de noble corazón.

—Tomaré mis cosas y jamás volveré. Ninguno de nosotros se acercará de nuevo. — mantiene su cabeza baja para no verla a los ojos.

—¿Me da su palabra?

—Le doy mi palabra.

—Entonces corra lo más rápido que pueda o me arrepentiré. — y así lo hace. Corre rápidamente por el bosque, dejando su cruz y su libro en el suelo. Helen cierra los ojos, respira profundo y calma toda la energía en su interior. Las rocas y el aquel pagano caen bruscamente al suelo y todo vuelve a la normalidad. No están muertos pero siguen inconscientes, así que ella los ignora y camina de regreso. Cuando mira al suelo, ve la cruz y el libro y se agacha para tomarlo, pero la cruz quema su mano, así que la deja donde está. En su lugar, el libro se llevó con ella. Alguna información valiosa sobre lo que acaba de pasar seguramente le dirá.

Intenta caminar y regresar a casa pero su tobillo está muy lastimado todavía. ¿Cómo podría hacer que un hombre levitara y no auto curarse? Se pregunta con mucha curiosidad. No entiende qué está pasando consigo y lo desconocido suele aterrarla. La única que podría responderle acerca de estos poderes que apenas conoce, es Sylvie. Mientras más camina y camina, su vista se nubla y pocos segundos después, se desmaya. Quedando tirada en medio del bosque y con otra tormenta por llegar.

Una hora después.

Helen despierta y extrañamente se siente mejor. Pasó de estar tirada en el bosque a estar cómodamente recostada en una cama. Mira a su alrededor y no parece estar en su casa, sino en otra parte. Escucha voces detrás de la puerta y cuando intenta salir, se encuentra con un guardia.

—Disculpe señorita pero no puede salir del aposento todavía. — le dice, interponiéndose. Helen aún siente dolor en el tobillo pero tiene una extraña mezcla de hojas y aceites en toda la pierna.

—¿No puedo salir del aposento todavía? ¿Qué significa eso? — está furiosa. — ¿Quién intenta tenerme de prisionera? — grita lo suficientemente alto para que cualquiera pueda escucharla.

—Solo obedezca. — el guardia no parece estar jugando, así que se calma y regresa a sentarse sobre la cama. ¿Quién me ha traído a este lugar y curó mis heridas? Se pregunta mientras sigue observando todo su alrededor con esperanza de encontrar alguna pista o salida, y nada.

Escucha mucho movimiento detrás de la puerta, así que se levanta, cojea hasta colocarse detrás y así poder oír lo que sea que dicen, con lo que tampoco tiene éxito, ya que solo escucha silencio. En el momento menos pensado alguien abre la puerta, haciéndola perder el equilibrio y sosteniéndose de sus brazos. De los brazos de nada más y nada menos que el príncipe Alan. Con delicadeza, con una mano sujeta su cintura y con la otra su brazo, asegurándose de no lastimarla.

Cuando logra estabilizarla, la mira a los ojos con mucha preocupación y confusión.

—¿Te encuentras bien? — le pregunta, a lo que Helen responde con varios fuertes empujones en su torso que Alan detiene encerrando sus manos con las suyas.

—¿Quién se cree que es para querer encerrarme? ¿Así quiere ganarse mi devoción? — le reprocha mientras intenta seguir empujándolo.

—Cálmate.

—¡No me quiero calmar! — está teniendo un ataque de pánico.

—Mírame. — sostiene sus mejillas y la hace mirar a sus intensos ojos azules. — Respira y deja que llegue la calma. — Helen sigue temblando mientras él aún no suelta sus manos. — Ven, acuéstate. — la lleva hasta la cama y la recuesta. — Esto te hará bien. — toma el resto de las hojas y se sienta en el borde.

Helen frunce el ceño y no puede asimilar lo que sus ojos están viendo. ¿El príncipe está a punto de colocarle con sus propias manos aquella mezcla?

—¿Qué hace? — incluso ella no se lo permitiría.

—Intento ayudarte.

—Pero no quiero que me ayude, no debe hacerlo. — Alan no comprende sus palabras. — ¿Por qué hace esto? ¿Por qué se acerca tanto?

—Pensé que nos estábamos volviendo amigos.

—Usted y yo jamás podríamos serlo.

—Te rescaté de ese bosque y ¿así me agradeces? — parece decepcionado.

—¿Usted me rescató?

—No personalmente. Mis guardias tenían órdenes de cuidarte y eso hicieron. Te encontraron en el bosque y te trajeron aquí. — contesta tranquilamente. — Traje un doctor y dijo que no era nada grave. Con estas mezclas dos veces al día y ejercicio podrás sanar. — cuando Helen recuerda lo que pasó en el bosque, vuelve a sentirse desprotegida y aturdida. — ¿Qué pasó en ese bosque? — nota el miedo en su rostro.

—Otros paganos intentaron matarme. — ya está más calmada.

—Sí. Mis guardias encontraron a dos de ellos inconscientes. Los llevaron a la mazmorra del castillo bajo mis órdenes. Recibirán su castigo.

—No es necesario que haga esto por mí.

—Es que no solo se trata de ti. Tienen prohibido pisar estas tierras, es un insulto al reino que lo hagan de todos modos. — Helen comprende. — ¿Pero qué hiciste para defenderte? ¿Cómo los enfrentaste? — estas preguntas la ponen nerviosa. No quiere ni siente que deba decir la verdad.

—Huí. Solo huí hasta que...desmayé. — el príncipe sabe que la historia es más larga pero aunque pudiera seguir haciendo preguntas, prefiere dejarlo así de momento. Ya encontrará la respuesta luego.

—Eres muy valiente. — se miran a los ojos. — ¿Ahora puedo ponerte esto? — toma parte de las hojas en sus manos.

—Es vergonzoso que lo haga. Estoy segura de que posiblemente tiene muchos amigos pero por ninguno haría lo que está a punto de hacer ahora, puesto a que es el futuro rey de Francia. Esto se lo hacen a usted, no usted a los demás.

—Pero estamos solos aquí ahora, los demás no importan. — vuelve a mirarla a los ojos. — Creo que tienes un problema: quieres convencerte a ti misma todos los días de que siempre has tenido razón al pensar que en la realeza todos somos personas despreciables. — comienza a acariciar su pie mientras coloca la mezcla de hojas suavemente. — Pasas tiempo conmigo, ves lo bueno en mí y te asustas. Porque eres muy orgullosa para redimirte de ello. — Helen traga hondo porque sabe que el príncipe tiene razón. — Y mi nuevo propósito personal a partir de ahora es demostrarte que no soy el monstruo que tus principios te dicen que soy. — no sabe cómo tomarse estas palabras.

La forma en que sus manos tocan su piel la estremece y despiertan en ella algo que no conocía: la lujuria. Alan nota que disfruta de su tacto y se toma el atrevimiento de subir su mano por encima de su rodilla, lo que le provoca dejar escapar un leve suspiro. El príncipe esboza una media sonrisa porque sabe lo que está haciendo.

Helen coloca su mano sobre la suya para detenerlo y apartarlo.

—Para cumplir ese propósito tendrá mucho que hacer, mi lord. — le dice y como puede, se levanta de la cama y se coloca sus sandalias aún húmedas. — ¿Puede llevarme a casa? Mi familia debería estar preocupada. — le pide con los brazos cruzados.

Alan se levanta y se acerca.

—No tienes que irte tan pronto. Puedes quedarte aquí, todavía habrá más tormentas.

—Mi lugar es con mi familia. — le deja claro y aunque Alan tendría mil formas de hacer que se quede, la deja escoger y respeta su decisión.

—Bien, entonces te llevo.

—Bien. — le indica la puerta y caminan hasta la salida. — ¿Cuántos alcázares posee? — vuelve a preguntar cuando salen.

—Los suficientes. — responde sin más. Helen pone los ojos en blanco ante su altanería y se sacude los hombros porque hace mucho frío. Alan lo nota, se quita una de las túnicas más acogedoras que lleva encima, se coloca detrás de ella y la pone sobre sus hombros. — Te calentará. — le susurra y vuelve a la carroza.

—¿Vienes? — le extiende su mano para subir pero ella solo camina y sube por su propia cuenta, dejando la generosa ayuda del príncipe en los aires.

Un largo recorrido después.

El príncipe deja a Helen en la puerta de casa otra vez, cosa que deja a todos los demás pueblerinos mosqueados. Los rumores se vuelven cada vez más fuertes pero no se atreven a decirles nada por respeto a la familia Laurent. Este acercamiento no tiene a María muy contenta porque tiene la certeza de que traerá problemas y sus hermanos empiezan a estar algo celosos de que otro hombre tenga la atención de su hermanita menor.

—¿Helen? ¿Qué te pasó? — María nota la suciedad del bosque en su vestido.

—Tranquila, madre. Solo me tropecé y me doblé el tobillo. El príncipe Alan fue muy generoso conmigo. — en parte, miente.

—Con todo respeto, creo que está siendo demasiado generoso con mi hija, señor. — María le dice, aún con la cabeza agachada. — La gente mira y comenta cosas que la desvergüenzan. Tenemos un honor que conservar.

—¡Madre!

—No, tranquila. Lo comprendo. — Alan impide que Helen reproche a su madre. — Pero ya conozco el concepto que la señorita Laurent tiene sobre nosotros, sobre mí. — María se espanta. — Su osadía podría costarle la muerte de no ser por la generosidad de la que se queja.

—Una disculpa, mi señor. Helen suele ser...

—Muy inteligente. — corrige con anticipación. — Hicieron muy buen trabajo con su formación. — la mira y se ruboriza.

—Gracias por las palabras, mi lord. Es un honor escucharlas de usted. — María le agradece.

—Pasen buena noche. — el príncipe se retira. Para Helen siempre es un reto actuar frente a las buenas acciones de los que juró por siempre odiar. Después de todo lo que ha hecho hoy por ella cree que ha sido un poco injusta.

—Helen, entra a casa, te preparé un té.

—Dame un momento, debo devolverle este abrigo. — le dice y se acerca al príncipe mientras se lo quita. — ¡Espere! — evita que se marche. — Su túnica. — se la extiende.

—No es necesario, puedes conservarla. Tengo muchas como esas. — intenta subir a la carroza pero Helen toca su brazo para detenerlo. Impresionado por su gesto, Alan mira su diminuta y delicada mano sobre el brazo que nadie se atrevería a tocar. Pero aún así, no se atrevía a apartarla a menos que ella lo decidiera.

—Disculpe. — la retira, pero el príncipe se acerca más a ella.

—¿Quieres decirme algo, Helen? — que pronuncie su nombre le estremece.

—Yo...quería agradecerle por haberme ayudado. — al príncipe casi le sorprende que le dé las gracias. — Sé que a veces soy muy desconfiada y...lo juzgo sin razón. Pero necesito preguntarle algo.

—Ya sabía que este agradecimiento no venía de gratis. — parece que en tan poco tiempo, el príncipe Alan la conoce muy bien. — Puedes hacer tu pregunta. — juega con sus uñas y se pone nerviosa.

—Respecto a su acercamiento hacia mí, tengo la misma duda. — Alan escucha pacientemente. — Perdonó mi... "pisoteada de honor" porque quería conseguir información de Sylvie pero contrató a un hombre para hacer ese trabajo. Luego me busca para que le enseñe sobre las costumbres del pueblo pero todos sabemos que solo debe chasquear los dedos y cualquiera de sus súbditos le daría cualquier pesquisa. Siempre aparece desde las sombras cuando estoy sola y...

—Y... — se acerca más, tanto que sus narices rozan.

—Y necesito saber qué es lo que quiere de mí. — Alan la fulmina con la mirada y esboza una media sonrisa. Mira sus labios con mucha lujuria y antes de que pueda tocar sus manos, Vittorio los interrumpe.

—Mi señor. Qué sorpresa verlo por aquí. — se les acerca con las manos en la espalda y varios guerreros más detrás. Alan cierra los ojos y respira profundo para no golpearlo por su interrupción y Helen se aparta lo suficiente para no dar malentendidos, pero al parecer es demasiado tarde. Vittorio comienza a sospechar de su inusual cercanía.

—Lo mismo digo. ¿Qué haces aquí? ¿Un mandado de mi abuelo?

—Me envió por usted. Dicen que la princesa Gertrudis organizó una cena con la princesa Turquesa. Quieren hablar de matrimonio. — en cuanto Helen escucha esas palabras, algo se remueve dentro de ella. Siente una inusual sensación en el pecho que no podría describir y eso la pone muy incómoda.

—Yo...con su permiso, me retiraré. — hace una reverencia, mira extrañamente al príncipe y camina de regreso a su casa. Algo en él le hace querer ir tras ella y explicarle la situación pero se contiene. ¿Por qué querría darle explicaciones? ¿Qué sentido tenía? Se pregunta mientras recuerda que Vittorio lo espera.

Gira la cabeza hacia él sin decirle una palabra y solo camina hasta su carruaje para regresar al castillo. No sin antes, dejarle a Helen el libro que llevaba cuando la encontraron con uno de sus guardias. Sabía que algo extraño pasaba con ella, que algo más pasó en ese bosque pero esperaría el momento para buscar esas respuestas. Por el momento tenía que resolver cosas en la realeza.

Cae la noche.

Tras días del rey haber enviado la carta hasta Inglaterra, finalmente recibió una respuesta. El rey de Inglaterra visitaría el castillo francés y llegarían a un acuerdo personalmente. Con lo que Belmont estaba intrigado. A cambio de los demás, de este no sabía nada. No conocía su cara ni su apariencia, por lo que sería todo un enigma.

—¿Qué pasó con las tierras? — le pregunta a Vittorio.

—No han vuelto a prosperar. Lo que es buena señal para usted.

—Bien. — el rey bebe de su copa. — ¿Mi nieto ya está aquí?

—Sí, lo traje de vuelta como lo pidió. Estaba en el pueblo, conversando con una pueblerina. — de alguna forma quería hacérselo saber.

—¿Con una...pueblerina?

—Así es mi señor. La gente comienza a hablar de ello en el pueblo. Parece tener mucha influencia sobre él.

—¿Mucha influencia? ¿En qué sentido? — al rey le cuesta creerlo.

—Deja que se acerque demasiado, incluso tocarlo. Deja que lo mire y lo trate como uno más y siempre la deja en la puerta de casa tras cada paseo.

—¡Lo que faltaba! — el rey está molesto.

—Pero si me permite opinar, creo que ella es la responsable, no él. A fin de cuentas es hombre y si ella se pone en bandeja de plata para él, caerá en sus encantos.

—Seguramente. Tengo entendido que Gertrudis tiene planes de arreglar un matrimonio entre Turquesa y mi nieto. Pretendo darles mi bendición esta noche en la cena. Y si esos rumores siguen, podrían manchar nuestro apellido. — parece estar pensando en algo. — ¿Quién es esta jovencita?

—La hija de Benjamín Laurent, el líder de la clase obrera, mi señor.

—Entonces tiene honor. — por lo que el rey conoce, Benjamín es un hombre ejemplar que sigue e inculca los buenos principios. — Dale una advertencia. Haz lo que sea necesario para alejarla del futuro rey.

—¿Qué quiere que haga?

—Lo que sea. — le ratifica y Vittorio asiente con la cabeza. Será fácil para él. Otro de sus guardias entra y le dedica una reverencia. Lleva en sus manos un grupo de papiros para el rey.

—He traído lo que me ha pedido, su majestad. Todos los nombres de las niñas nacidas el 7 de diciembre del 1557. Fue una larga búsqueda pero ha sido culminada con éxito. Espero que consiga lo que quiere. — le dice el señor.

—Se lo agradezco. Le pagarán por su servicio en la salida.

—Muchas gracias, su majestad. — se inclina y se retira del pabellón. El rey baja de su trono y se acerca a la pila de papiros.

—¿Qué es todo eso señor? — pregunta Vittorio.

—Una de estas jovencitas es lo que estoy buscando. — explica y Vittorio comprende de inmediato. Eso movilizaría lo que por años ha estado buscando.

Después de Alan llegar, va directo a los aposentos de su madre, la princesa Gertrudis para hablar a solas sobre sus planes de matrimonio. Les pide a todas sus siervas que se retiren y cuando se quedan a solas, se acomodan en los prestigiosos sillones.

—Te escucho, hijo mío. — dice con una sonrisa.

—¿Qué es lo que intentas con Turquesa y yo? Pensé que con lo que hablamos la última vez lo último que querrías era comprometerme con quien quisieras.

—Es que no se trata de eso, solo quiero que pasen tiempo juntos, se conozcan y decidas si la quieres como esposa o no.

—Pero te dejé muy claro que nunca podría verla como mi mujer. No puedo consumar el matrimonio con alguien a quien veo como una hermana.

—Pero no lo son y ese es el problema. De todas las clases sociales, ella es la más preparada. Sabe leer, escribir, conoce nuestras costumbres, se expresa bastante bien, tiene apariencia y es todo lo que necesita un rey a su lado. Solo intento quitarte más estrés y ponerte el camino más fácil. — Alan respira profundo.

—¿Es que acaso no te das cuenta? Te la pasas contando lo mal que lo pasaste cuando el abuelo te obligó a casarte con mi padre. Dices que anhelas que encuentre el amor verdadero pero ¿qué estás haciendo para ayudarme con eso? — la ve fijamente y Gertrudis agacha la mirada. — Estás haciendo lo mismo que el abuelo conmigo.

—Tienes razón. Perdóname, hijo. — está muy apenada. — Pero de todos modos es tu deber darle una nueva reina a la nación. ¿Qué planeas hacer por tu cuenta para eso? — Alan lo reconsidera y sabe que por sí solo, esos planes sería un desastre.

—¿De qué otra manera podría buscar una esposa?

—Puedo organizarte una fiesta. Enviaré invitaciones a toda la nobleza para que las familias traigan a sus princesas y elige a la que más te guste. A la que cumpla tus expectativas. — no le parece tan mal plan después de todo. — Pero no excluyas a Turquesa de la lista. Ambos sabemos que es tu mejor opción.

—Bien, organiza ese festejo mañana. Quiero acabar con esta agonía de una buena vez, tengo cosas más importantes de las qué preocuparme. — se levanta del sillón y Gertrudis también. — Buenas noches, madre. — le da un beso en las mejillas.

—Buenas noches, príncipe mío. — le dice con una sonrisa y Alan sale de su aposento. Dejando a Gertrudis con muchas cosas que preparar para mañana en la noche.

En el pueblo.

Helen, después de escuchar más sermones de su madre y de convencerla de que no hay nada de lo que deba preocuparse, aquel guardia le devolvió el libro que había dejado aquel pagano en el bosque. Del que leyó las oraciones que casi le matan. Tenía mucho miedo de abrirlo y encontrar algo que no le gustara pero tenía que salir de dudas. Así que buscó un buen lugar en las afueras de su casa para verlo. Tenía miedo de leerlo, pues no sabía si le harían daño las palabras que poseía pero de todos modos era una lengua que no entendía. ¿Qué dirán estos símbolos extraños? Se pregunta. Al pasar las hojas logra ver un dibujo de lo que parecen ser siete mujeres con capas y ojos sin pupilas. De sus manos emanan el poder de la luz según lo que está dibujado.

¿Qué era todo eso? ¿Qué significaba? ¿Tendría algo que ver con todo lo que Sylvie le había dicho?

Siquiera recordar todo lo que pudo hacer en aquel bosque era un reto. Lo que pensaba que era solo una simple marca de nacimiento se convirtió en un conector a toda la magia que poseía. O simplemente siempre lo fue. Por el momento solo Sylvie parecía poder entenderla y responderle muchas preguntas, así que antes de que todos fueran a dormir, emprendió una larga caminata hasta el Alcázar donde el príncipe Alan la escondía. Recorrido que le costó 35 minutos.

Aún con su tobillo lastimado, pudo llegar.

—¿Qué busca por aquí? — le pregunta uno de los guardias.

—Necesito ver a Sylvie.

—No puede pasar, el príncipe lo ordenó.

—Soy amiga del príncipe y de ella también, por supuesto que puedo pasar. — intenta entrar pero los guardias se interponen. — He caminado demasiado, incluso con el tobillo lastimado para ver a mi amiga. Tengo el permiso del príncipe ¿o por qué creen que me ha traído aquí aquella vez?

—Tendríamos que consultarlo con él primero.

—Muy bien, háganlo. Pero cuando se entere que he venido a pie aún herida y que ustedes no me dejaron pasar aún con su permiso, no haré nada para salvarlos de su castigo. — Helen tienta a su suerte. Los guardias con miedo se miran entre sí y le abren paso.

Helen suspira de alivio porque su plan ha funcionado y entra.

—¿Helen? Que gusto verte aquí de nuevo. — la abraza en cuanto la ve.

—También me da gusto verte.

—¿Y el príncipe, viniste con él? — Sylvie mira hacia la puerta esperando a que entre.

—No, esta vez vine sola. — se sientan. — Todo lo que me dijiste, es cierto. — confiesa, con mucho miedo. — Hoy descubrí que hay más en mí de lo que nunca podría reconocer.

—¿Qué pasó? ¿Tus dones se manifestaron? — Sylvie está muy intrigada.

—Sí.

—¿Y cuáles son? ¿Qué hiciste?

—Fueron muchos al mismo tiempo. Sentía que tenía el control de todo lo que me rodeaba. Desde la tierra hasta el aire.

—¿Qué provocó que salieran?

—Más paganos intentaron asesinarme. Pero esta vez no usaron espadas sino una plegaria.

—¿Una plegaria? — frunce el ceño.

—Parecía un exorcismo, como si quisieran sacar algo de mí. — se quedan en silencio por unos segundos. — ¿Por qué me está pasando esto? ¿Cuál es el propósito?

—Creo que solo ellas tienen la respuesta.

—¿Ellas quiénes?

—Las que el rey tiene encerradas en su pasadizo secreto dentro del castillo. Si querían que te encontrara es porque quizás creen que tú...con tus dones...eres la única que puede salvarnos.

—¿Por qué Dios nos daría estos dones? ¿Para detener la maldad del rey? ¿Él lo sabe?

—No creo que Dios tenga nada que ver aquí, quizás venga de alguna fuerza que todavía desconocemos. — Sylvie está muy segura de ello. — Estamos aquí por un propósito y creo que el rey lo sabe. Quizás no le convenga y por eso nos hace esto.

—¿Y los paganos qué tienen que ver aquí?

—Son los primeros enemigos del rey. De alguna forma quieren impedir que nos obtenga y se salga con las suyas. — ambas comienzan a entender mejor todo lo que está pasando.

—¿Por qué yo? Porque le pasarían estas cosas a una simple...panadera. — Helen no comprende en qué momento su vida cambió tanto.

—Si tienes esto, siempre debiste saberlo. — Sylvie le muestra los seis puntos que lleva en su brazo izquierdo. Exactamente igual que los de Helen, solo que en su lugar, son siete.

—También lo tengo. — le muestra los suyos y hace que de alguna forma se sientan más familiarizadas, ya que están en la misma situación.

—¿Qué haremos ahora?

—Tengo un plan pero posiblemente no te gustará. — Sylvie dice, dejándola muy intrigada.

En la realeza.

La cena ya está servida y todos comen de ella. Gertrudis había hablado del festejo que organizaría mañana para buscar a la doncella que compartiría el trono con Alan, lo que a Josefina le desencanta bastante. Su obsesión por darle ese lugar a su hija Turquesa para llenar su avaricia de poder, la está consumiendo.

—Me han dicho que últimamente vas mucho al pueblo, ¿hay algo que llame tu atención? — el rey le pregunta a Alan.

—Sí. Es mi deber conocer al pueblo que pronto regiré, ¿no lo crees?

—Por supuesto. Estás en todo tu derecho. — siguen comiendo tranquilamente. — Solo espero que ninguna pueblerina te esté haciendo perder el tiempo.

—No hay lugar para el amor en mi corazón, abuelo. Y eso tú me lo enseñaste. ¿Contento?

—Me alegra escuchar eso. Porque todos sabemos que un príncipe jamás podría desposar a una pueblerina.

—¿Por qué no? — Alan ya lo sabe pero quiere llevarle la contraria.

—No poseen nada que puedan ofrecerte, no hay manera de comprobar su pureza y tampoco podrían pagar la dote.

—Pero eso no sería necesario si así lo desea su futuro rey. — Alan refuta, dejando a todos anonadados. — Pero tranquilos, ninguna pueblerina ha conquistado mi...frío corazón. — esboza una falsa sonrisa para el rey y siguen cenando.

Belmont respira profundo.

—¿Y cómo ha sido su estadía en el palacio? ¿La están pasando bien? — les pregunta a Josefina y Turquesa.

—Sí, este lugar es increíble. Nos tratan muy bien. — Josefina contesta.

—¿Y tú, ahijada mía? ¿Seguro que no te estás aburriendo? Este lugar puede volverse una monotonía ciertas veces. Si algún día deseas organizar algún evento de tu agrado, tienes permiso.

—¿En serio? — Turquesa está muy sorprendida.

—Por supuesto. Desde tu regreso no he podido obsequiarte nada por los asuntos que hemos tenido que resolver, así que te lo debo. — Turquesa mira con una sonrisa a su madre y piensa bien lo que diría después.

—Bueno, emm...siempre he soñado con tener una fiesta de cumpleaños en el palacio. Me gustaría saber si ese sueño podría hacerse realidad. — les dice, algo nerviosa.

—No sabía que cumplías años pronto. ¿Cuándo es?

—El 7 de diciembre. — en el momento en que lo dice, el rey para de comer y su vista se pierde en la copa de su frente. Sabe que la séptima estrella que busca ha nacido ese día, ya que sus astrónomos se lo hicieron saber. No ha visto los registros que aquel señor de hace rato le ha traído pero seguramente el nombre de Turquesa estaría por allí. La simple incógnita de que su ahijada, la niña de ojos verdes a la que ha visto crecer podría ser la última pieza faltante para completar el ritual lo comienza a atormentar. ¿Es Turquesa la séptima estrella? Se pregunta mientras no disimula su cara de pánico. 

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