XI. Rebelión.
Mi nueva rutina como esposa de André había resultado ser algo completamente agotador. El vampiro se encargaba de darme órdenes sobre cualquier nimiedad que se le ocurría, procurando mantenerme alejada de cualquier foco de información que pudiera darme alguna pista de cómo estaban las cosas; no había salido de la mansión desde el día de la boda y los paseos por los jardines ya se habían vuelto una rutina demasiado monótona y aburrida.
Jezebel y Delphina habían decidido trasladarse definitivamente desde París a la mansión y su compañía era como un pequeño bálsamo para mi marchito corazón. Annette había llegado aquella misma mañana, acompañada con un séquito de doncellas que había seleccionado yo misma sin prestar mucha atención; me dedicó una reverencia y me fulminó con la mirada. Delphina, que se había situado a mi lado para acompañarme, le siseó y yo le sonreí con auténtico agradecimiento.
Victoria se había quedado un poco rezagada, junto a la ventana del salón, y observaba distraídamente lo que sucedía en los jardines sin prestarnos la más mínima atención. Era como si tuviera la cabeza en otro sitio.
Cuando despaché al séquito de doncellas, con Annette a la cabeza, solté un suspiro cansado y me masajeé la frente con fuerza. Habían pasado ya dos días desde la boda y había tenido la habitación para mí misma. Tendría que sentirme tranquila y feliz de que así fuera, que André no volviera a visitarme en mucho tiempo y durmiera sola, pero el temor de la posibilidad de que André apareciera en cualquier momento me había tenido las dos noches anteriores en vela. Con la vista clavada en la puerta. Esperando que se abriera y apareciera el vampiro de nuevo.
Y luego estaba Luka. Había dado orden de que le informaran que había decidido trasladarme a la mansión de André y que, por ello, tendría que mudarse allí junto a un pequeño grupo de sus hombres para protegerme. Pero él no había venido. Y eso hacía que André estuviera de buen humor y no parara de lanzarme miradas de «Te lo dije». ¿Vendría al final o se quedaría en el edificio de cristal? Me arrepentía de las palabras que había pronunciado, de mi amenaza, pero no me arrepentía de lo que había hecho. Eso nunca.
Delphina me dio un golpecito en el brazo, llamando mi atención. Enfoqué la vista y la miré. Mi cuñada me sonrió con inocencia; estaba nerviosa porque su prometido, quien lamentablemente no había podido asistir a la boda por motivos relacionados con su trabajo, le había prometido que vendría a pasar unos días a Londres. Sospechaba que la decisión de venirse a vivir a Londres había sido más dura para Delphine que para Jezebel; la vampira había escogido dejar París y poner una gran distancia entre ella y su prometido. La separación debía serle demasiado dolorosa.
Y me sentía culpable de ello en parte.
-¿Vamos a ver cómo están dejando la habitación de Françoise? –le propuse, esperando que esto lograra animarla un poco.
Sus ojos azules se iluminaron nada más pronunciar el nombre de su prometido. Sentí una pequeña punzada de celos por el amor sincero que se profesaban ambos y que, lamentablemente, no tenía oportunidad de comprobarlo por mí misma.
Le ofrecí mi brazo en una invitación silenciosa y ella enroscó el suyo al mío. Su rostro resplandecía con una enorme sonrisa de pura ilusión que provocaba que todos los que estaban cerca de ella tuvieran una imperiosa necesidad de sonreír también. Su alegría se contagiaba pero para mí no era suficiente.
Salimos del salón hacia las escaleras de caracol. Por el camino nos encontrábamos doncellas yendo de un lado para otro con cosas entre los brazos u hombres vestidos de negro que pertenecían a la seguridad que André había apostado en la mansión y que se encargaban de controlar todo lo que sucedía de verjas hacia dentro.
Subimos hacia el segundo piso y echamos a andar en dirección contraria de donde se encontraba mi habitación. Toda la planta estaba llena de habitaciones que podían acoger a varios invitados durante días; la mansión era demasiado grande y, aunque diera la sensación de calidez, lo cierto es que era un poco… solitaria. Únicamente contaba con la presencia de Jezebel, Delphina, Victoria y el servicio. Según me habían informado, André se parecía haber encerrado en su despacho y apenas salía de allí.
Esa circunstancia me parecía bastante favorable.
La habitación que había ordenado que prepararan estaba al lado del dormitorio de Delphina. Había escogido ese dormitorio precisamente por la cercanía; entendía que Delphina echara tanto de menos a su prometido y, por ello y a modo de compensación, lo había colocado a su lado. Incluso había una puerta que comunicaba ambas habitaciones.
Nos detuvimos en la puerta y Delphina aplaudió como una niña pequeña ante la mejor sorpresa que hubiera recibido en su vida. Las doncellas habían apartado las enormes cortinas que cubrían las ventanas, permitiendo que la luz natural de afuera iluminara toda la estancia, y estaban preparando la cama, cuyo tamaño era mucho más proporcional que la mía.
Me sentí un poco mejor conmigo misma cuando vi que Delphina estaba mucho más alegre.
Nos quedamos un poco más allí, observando cómo trabajaban las doncellas y cómo la habitación iba tomando forma poco a poco. Esperaba que Françoise decidiera dar el paso y le dijera a Delphina las ganas que tenía de que se casaran y volvieran juntos a París. Me dolería su marcha, pero sabría que era feliz. Y eso era todo lo que me importaba.
Alguien carraspeó a nuestras espaldas y nos giramos, sorprendidas. Un hombre vestido completamente de negro se irguió tras hacernos una profunda reverencia y me miró directamente a mí.
-El Conde quiere verla en su despacho –me informó con voz monótona, como si estuviera recitando la lección-. Lord Hodges también se encuentra allí.
Inspiré con fuerza cuando oí que Luka estaba con André. Y esa reunión, más el hecho de que quisiera que fuera allí, no me daba buenas vibraciones; quizá Luka había decidido hablar… Aparté esos pensamientos de golpe de mi cabeza porque confiaba en el vampiro. Me había asegurado que no se lo contaría bajo ningún concepto a André nuestro pequeño acuerdo, pero…
¿Y si André le había ofrecido una generosa cantidad o cualquier cosa que pudiera interesarle a Luka para que hablara? ¿Habría caído Luka en su trampa y me habría vendido? Eran tantas las dudas y preguntas que me asaltaban conforme iba caminando que tuve ganas de romper algo.
El corazón me martilleaba dentro del pecho con demasiada fuerza, sabedor que aquella reunión no podía tener ningún buen fin. La presencia silenciosa de Victoria a mi espalda consiguió que me pusiera de peor humor aún.
Llamé con rabia a la puerta de madera que conducía al despacho privado de André y giré la cabeza para espetarle a Victoria de muy malas maneras:
-No hace falta que me sigas hasta dentro. Creo que podré arreglármelas sola.
La vampira me miró con espanto y asintió, marchándose por el pasillo mientras mi marido me pedía amablemente que entrara. Contuve el aliento mientras cerraba la puerta con cuidado a mi espalda y me giraba hacia ellos para salir de dudas de una vez por todas.
El despacho de André estaba repleto de estanterías y armarios acristalados que contenían la historia de su familia, supuse. Había armas de todo tipo y escudos con el blasón de su familia colocados pulcramente dentro de los armarios acristalados; al fondo, en la pared de atrás de donde había colocado un imponente escritorio, había un fastuoso retrato de óleo de su familia al completo.
Los dos vampiros me esperaban en el escritorio; Luka había apoyado ambas manos sobre la mesa y se había inclinado hacia André mientras éste se mantenía en su sillón, con una sonrisa divertida. Como si estuviera disfrutando de algo.
Luka se apartó de golpe de la mesa, quedándose rígido al verme allí.
André, con un gesto de mano, me indicó que me acercara más a ellos.
-Apenas he tenido tiempo de ocuparme de mi esposa en estos días debido al revuelo que todo esto ha causado… -le explicó André a Luka con falsa modestia.
Los ojos verdes de Luka resplandecieron de rabia y frunció los labios con fuerza, sin decir nada.
Lo miré fijamente durante unos segundos, esperando que me devolviera la mirada, pero él se mantuvo con la vista clavada en el rostro de mi marido, que sonreía con socarronería. Ahora fui yo quien frunció los labios con fuerza.
-No entiendo por qué me necesitas aquí si esto, claramente, es una competición entre vosotros –le dije a André con un mohín.
La sonrisa de mi marido se hizo más amplia, complacido de que hubiera centrado toda mi atención en él.
-Oh, no, por supuesto que no, querida –negó él-. Lord Hodges está aquí porque le estaba explicando en qué consistirá su función dentro de la mansión y porque le había pedido que reuniera información sobre dos incendios que tuvieron lugar hace un par de semanas y que han llamado mi atención.
El estómago se me contrajo. Los dos incendios a los que se refería André eran los que yo misma había mandado de provocar para calcinar a los cadáveres de los dhampiros y que habían logrado ser noticia durante un par de días en la televisión. Supuse que su repentina desaparición de los medios de comunicación había sido obra de los dhampiros, quienes no querían que se supiera mucho más de ello. ¿Qué información le habría proporcionado Luka sobre los incendios? ¿Me habría delatado?
Pestañeé con inocencia y miré a André con fingida sorpresa. Cada vez iba resultándome más y más fácil hacer todo aquel teatro.
-¿Incendios? –repetí, poniéndole énfasis a la palabra-. ¿Acaso han muerto más vampiros…? –lo miré de manera acusatoria.
Tenía que darle veracidad a mis palabras. Tenía que hacerlo si no quería que André pudiera establecer cualquier relación que me uniera directamente con la causa de los incendios; por ello mismo había optado por fingir que no sabía nada y que sospechaba que André me había estado ocultando información.
Algo que me había prometido que no iba a volver a suceder tras haber aceptado que la boda se adelantara.
-Por supuesto que no, cariño –me respondió y me irritó que usara tantos apelativos cariñosos conmigo que iban a provocar que me dieran ganas de vomitar allí mismo-. Las víctimas, por sorpresa, eran dhampiros.
Me obligué a abrir los ojos de golpe y parecer sorprendida. Muy sorprendida.
-Lord Hodges ha podido colarse dentro de los archivos del caso y ha descubierto detalles muy interesantes –continuó mi marido, adoptando una postura reflexiva-. Los cadáveres descubiertos en el primer incendio, a pesar de estar casi calcinados por completo, mostraban señales de… violencia –las imágenes de lo que les había hecho se repitieron y noté un agradable cosquilleo de placer al recordarlo-. En el otro incendio, el cadáver tenía una bala en la nuca. Una bala que fue extraída para que no pudieran identificar el arma usada.
-¿Alguien…? –empecé.
-Un vampiro fue quien provocó los tres asesinatos –completó André, frunciendo el ceño-. Fue muy cuidadoso de no dejar pistas para que pudiéramos reconocerlo y ha provocado que los dhampiros estén planeando algo gordo. No se quedarán quietos hasta que venguen la muerte de sus compañeros.
«Pues que lo intenten –pensé con enfado-. Estoy deseando seguir viéndolos sufrir y suplicar por sus miserables vidas».
Luka carraspeó y André lo miró como si hubiera reparado en su presencia y hubiera olvidado que había estado allí desde un principio.
Yo no me atreví a mirarlo. Supe que él no me miraría a mí.
-Si ya no me necesita aquí, Conde –empezó con voz pausada-, quizá debería marcharme para poder poner en orden el perímetro de seguridad para la princesa –habló como si yo no estuviera presente allí, como si fuera una presencia incorpórea.
André asintió y lo despachó con un simple movimiento de mano. Luka se movió con rapidez para salir de allí cuanto antes; al pasar a mi lado, hizo una forzada reverencia y, musitando un frío «Alteza», salió del despacho a toda prisa.
No me permití soltar un suspiro de tristeza al ver cómo se había enfriado mi relación con Luka después de lo sucedido aquella noche. La dulce voz de André me pidió que me acercara a él y, cuando lo hice, me cogió por la cintura y me sentó sobre su regazo; sus labios se movieron con anhelo hacia mi cuello y yo me quedé paralizada.
Aunque André me había avisado que, con el tiempo, todo aquello no sería tan violento como al principio, no estaba muy segura de que pudiera acostumbrarme a sus caricias y a su presencia.
-Te he echado tanto de menos… -suspiró contra mi piel.
-Has estado muy ocupado –repuse yo, tratando de calmarme-. Es compresible que apenas tuvieras tiempo para mí… -lo cual me había sentado de maravilla.
Las manos de André se estrecharon contra mi cintura y pegó su cuerpo más al mío.
-Procuraré sacar tiempo para poder estar juntos, Zsóka –me prometió-. Haremos lo que tú quieras.
«¿Incluso mantener tus manos y todo tu cuerpo en general lejos de mí?», me pregunté interiormente. Me incomodaba la idea de tener mi cuerpo pegado al suyo y que no existiera casi espacio entre ambos; no me gustaba estar en presencia de André porque conocía las formas que tenía de conseguir todo lo que quisiera.
En su lugar compuse mi sonrisa más convincente y me pegué más a su cuerpo.
-¿De verdad? –ronroneé.
Tenía que recordarme continuamente que todo aquel teatro que estaba llevando a cabo era por mi bien. André como aliado era poderoso y, con su ayuda y financiación, podría tener una oportunidad real de poder contra los dhampiros si éstos decidían unirse y atacarnos.
Era un gran sacrificio para mí, uno de los más grandes que había tenido que hacer en toda mi vida, pero la recompensa de ver muertos a todos esos dhampiros valía la pena. Por supuesto que la valía.
André me dio un casto beso en la sien y se puso en pie, llevándome con él para después dejarme suavemente sobre la punta de mis pies. Mis ojos se clavaron de nuevo en el retrato familiar que nos observaba desde la pared y me pregunté dónde estaría el padre de André.
Mi marido siguió la dirección de mi mirada y esbozó una media sonrisa.
-Algún día tendremos el nuestro propio –me prometió-. Con nuestros futuros hijos. Con el heredero.
Me aparté con cuidado de él para que no pudiera notar que me había echado a temblar ante la simple mención de nuestros «futuros hijos»; los niños no habían entrado en ningún momento en mis planes de futuro. Y menos aún ahora que estaba casada con André.
Era obvio que tendría que replantearme seriamente este punto ahora que las cosas habían cambiado.
Me alegré enormemente cuando André cogió mi mano con suavidad y ambos salimos de su despacho. La conversación sobre nuestro futuro y sobre sus intenciones de que pasáramos más tiempo juntos me habían puesto nerviosa y debía mantener las apariencias bajo cualquier tipo de circunstancia o situación; la gente creía que amaba a André, el vampiro creía que había comenzado a enamorarme de él.
Tenía que conseguir que la mentira siguiera manteniéndose tal y como estaba en aquellos momentos.
Me chirriaron los dientes cuando Victoria nos recibió al otro lado de la puerta, ya en el pasillo, con una profunda reverencia. André le sonrió a la vampira y ésta se sonrojó mientras le devolvía la sonrisa. No entendía qué tipo de relación había entre ambos, pero no me daban buenas vibraciones respecto a ella; Victoria aún estaba allí debido a la cabezonería de André porque así siguiera.
Y yo quería deshacerme de ella a toda costa.
No me crucé con Luka en todo el día. A pesar de que era su protegida y su misión era la de cuidar de mí, parecía haber relegado esa responsabilidad a otros; mientras que antes me había acompañado él a cualquier lado, como si fuera mi sombra, ahora ese lugar lo habían ocupado otros vampiros. Me molestaba profundamente el comportamiento que estaba teniendo conmigo, pero no me veía con valor suficiente para enfrentarme a Luka y exigirle una buena explicación. Recordaba las duras palabras que le había dirigido y, en el fondo, quería disculparme por ello. Por haber perdido los nervios con él, cuando el vampiro solamente había intentado cumplir con su cometido.
Aquella tarde, mientras me preparaba para ir a visitar a Vladimir para empezar mis primeras clases, fue la primera vez después de todos aquellos días en los que pude ver cara a cara a Luka; el vampiro me esperaba fuera de mi nueva habitación con la espalda apoyada sobre la pared y parecía absorto contemplando los cuadros que decoraban los pasillos. Cuando me oyó cerrar la puerta a mi espalda giró sus ojos hacia mí y me observó en silencio.
La tensión del ambiente era más que palpable.
Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa para romper el bloque de hielo que parecía haberse formado entre nosotros, pero Luka me dio la espalda y echó a andar por el pasillo. Lo seguí en silencio, quebrándome la cabeza en busca de una buena disculpa que pudiera hacer que Luka me perdonara.
Al bajar la escalinata de piedra de la entrada sentí que las piernas me temblaban al ver que había podido salir de la mansión tras dos días encerrada. Abajo nos esperaba un enorme todoterreno negro que no se parecía nada al furgón que habíamos usado aquella noche.
Me subí al coche y esperé pacientemente a que Luka rodeara el vehículo y ocupara su sitio al volante. Metió la llave en el contacto y arrancó sin tan siquiera dignarse a mirarme. Cuando nos dirigimos hacia las verjas de hierro se me escapó un suspiro de alivio de poder salir de allí.
Fue entonces cuando sí conseguí que Luka se dignara a mirarme. Aunque fuera de refilón y por un segundo.
Aquello fue un gran paso para mí.
-Debe ser muy duro para ti tener que hacer todo este trabajo –comenté, animada por mi avance respecto a Luka-. Seguramente preferirías estar en Estados Unidos con tu rutina…
Los dedos de Luka se cerraron con fuerza en torno al volante hasta que sus nudillos se le pusieron blancos.
-Hice una promesa –replicó con tono molesto-. Y no creo que te importen mucho lo que quiera o no. Lo dejaste bastante claro en ese momento…
Mi cara se crispó en una mueca de dolor al recordarlo.
-¡Estaba furiosa! –me defendí, cruzándome de brazos-. Me molestó mucho que me dijeras todas esas cosas; yo siempre había creído que odiabas a los dhampiros y que compartías mis deseos de acabar con ellos…
Luka golpeó con fuerza el volante y yo di un pequeño sobresalto en mi asiento.
-¡¡Por supuesto que los comparto, joder, pero no creo que sea necesario hacer las cosas tal y como tú las hiciste!! –estalló, desatando toda su furia sobre mí-. No te reconocí, Erzsébet. Por un momento no supe si eras tú porque no te comportabas como si fueras la Erzsébet que saqué de aquella casa de piedra; creí fielmente que nos librarías a todos de la amenaza de los dhampiros, pero nunca imaginé que pudieras comportarte… como ellos.
Me encogí en mi asiento.
-Lo que aún no eres capaz de entender es que lo necesito, Luka –le confesé en un susurro-. Es mi forma de afrontar el dolor de haber perdido a toda mi familia, de haber sido chantajeada y obligada a casarme con alguien a quien desprecio profundamente. Y tú –dije, mirándolo fijamente-, precisamente tú, tendrías que comprenderme. Que apoyarme.
Luka apretó los labios con fuerza.
-Sabes que no puedo compartir lo que haces –reiteró y sentí que el corazón me empezaba a doler ante su evidente negativa-. De cómo lo haces –especificó después en voz baja.
Las comisuras de los ojos comenzaron a escocerme ante la proximidad de las lágrimas.
-Quizá debería liberarte de tu promesa –murmuré-. Es obvio que todo esto… no eres capaz de soportarlo. Sería mejor que volvieras a Estados Unidos –concluí casi en un susurro.
Si Luka aceptaba lo que le estaba dando, su libertad, me dolería verlo irse. Volvería a quedarme sola, sin posible protección contra André, pero aquello era lo correcto: no podía obligar a nadie a quedarse a mi lado cuando era más que evidente que no se encontraba cómodo. Aunque había empezado a darme cuenta de la pequeña conexión que me unía a aquel vampiro, sabía que lo mejor era dejarlo marchar.
Era lo mejor para ambos, en realidad.
-No puedo hacerlo. Te prometí que…
Negué con la cabeza.
-No me importa tu promesa –le aseguré-. No quiero que estés aquí viendo cosas que no te gustan; por eso mismo creo que es una buena idea que regreses a Estados Unidos, Luka: yo estoy cómoda haciendo lo que hago. Me hace sentir bien. Y no quiero obligarte a que estés viendo todo esto si tanto te desagrada.
-Pero yo quiero quedarme aquí –protestó-. Quiero hacerte ver que puede haber otras formas de hacer todo esto…
-¿Cómo, Luka? –inquirí-. Los dhampiros asesinaron a una familia entera de vampiros con una niña sin mostrar una pizca de compasión. ¿Y tú pretendes que yo actue de otra manera distinta? No puedo permitirme que parezcamos un pueblo débil, Luka; no puedo permitir que crean que tienen tan siquiera una oportunidad contra nosotros.
Luka no tuvo oportunidad siquiera de responderme porque habíamos llegado al edificio de cristal donde había vivido desde que había despertado; Luka metió el coche en el garaje y me acompañó hasta la misma puerta del despacho de Vladimir. Mientras recorríamos los pasillos no pude evitar sentir añoranza por todo ello.
Aquel sitio, con el paso del tiempo, había terminado por convertirse en mi nuevo hogar.
Llamé a la puerta con timidez y la cálida voz de Vladimir me respondió, invitándome a entrar amablemente.
Sentí como si hubiera regresado a casa después de mucho, mucho tiempo.
Tuvimos que cortar las clases porque el propio André se encargó de recordarle personalmente por teléfono a Luka que debíamos regresar a la mansión antes de las diez, pues era el momento en el que se conectaban todos los sistemas de seguridad de la mansión y los terrenos colindantes.
Me despedí de Vladimir con auténtica aflicción por no haber tenido más tiempo para poder aprender más cosas del que fue en su día preceptor de mi padre y le prometí que volvería en cuanto tuviera oportunidad. Vladimir me informó que todas mis pertenencias habían sido trasladadas a la mansión de André y, cuando nombró a Anya, me quedé un poco sorprendida y azorada, sin saber muy bien cómo responder.
-Quizá… eh… quizá podría llamarla algún día –dije al final.
Vladimir asintió y nos despidió a ambos con una amable sonrisa.
El trayecto de regreso fue mucho menos tenso que el de ida y, aunque procuramos no tocar el tema sobre los dhampiros, no me quedé del todo conforme sabiendo que Luka pensaba que lo que estaba haciendo no era correcto. Al cruzar las verjas que rodeaban la esplendorosa mansión me sentí como si estuviera regresando casi al infierno.
Un mayordomo salió a recibirnos mientras ascendíamos por las escaleras de piedra y nos informó que la cena ya estaba servida, pero que los comensales estaban esperando mi regreso. También le pidió a Luka que se uniera a ellos por expresa petición de André.
Entramos en el comedor y ocupamos nuestros respectivos asientos mientras los comensales empezaban a servirse la comida en sus platos y toda la habitación se llenaba de animadas conversaciones. André estaba charlando con Luka y eso me produjo una extraña sensación de desasosiego. No era ningún secreto para mí que Luka no era del agrado de André y no entendía a qué venía todo aquello de invitarlo a cenar y sentarlo a su lado como si fueran viejos amigos.
Procuré centrarme en la divertida historia que estaba contando Delphina, quien tenía a su lado a un apuesto vampiro que debía ser Françoise, a quien le brillaban los ojos como si fueran dos luces incandescentes.
Tras la cena Delphina me presentó formalmente a su prometido y yo lo saludé con cordialidad, creyendo ver lo que Delphina había visto en él. Tenía el pelo de color azabache y unos llamativos ojos castaños; según me estuvo explicando, se dedicaba a un negocio familiar de cadena de hoteles por todo el mundo y estaba encantado con sugerirnos a André y a mí alguno si nosotros decidíamos marcharnos de luna de miel. Después de charlar un poco con Delphina y su prometido me excusé alegando que necesitaba descansar. La vampira se despidió de mí con un par de sonoros besos en mis mejillas y me siguió con la vista hasta que salí del salón al que habíamos ido tras la cena.
Los pasillos estaban despejados y silenciosos. Estaba sola, sin tan siquiera la habitual presencia de Victoria tras de mí; subí los escalones lentamente y me apoyé en la jamba de la puerta antes de pasar a su interior. Me desvestí en silencio y me puse un camisón que encontré dentro de uno de los armarios, que estaban llenos de ropa que alguien parecía haber elegido para mí.
Me deslicé bajo las pesadas mantas y solté un suspiro de puro placer. Procuraba no pensar en lo que había ocurrido en esa cama y me centraba únicamente en lo cómoda y amplia que era.
Cerré los ojos y dejé que el sueño me venciera.
Ni siquiera sé cuánto tiempo pasó hasta que noté que una presencia se había colado en mi habitación. Fue como si en mi cabeza hubieran saltado todas las alarmas y me instaran a que abriera los ojos.
Y eso hice.
Se me escapó un grito ahogado cuando vi a André caminando de un lado a otro de la habitación quitándose prendas y colocándolas pulcramente sobre los cajones de la cómoda que tenía más cerca.
Ladeó su cabeza y me miró mientras cerraba el cajón con suavidad y sin hacer casi ruido.
Automáticamente me cubrí aún más con las sábanas en un acto reflejo.
-¿Qué haces tú aquí? –grazné.
André enarcó una ceja.
-Duermo aquí –me aclaró-. Esto es la suite nupcial, donde vamos a dormir ambos de ahora en adelante.
-Pero… pero… -tartamudeé.
Había creído fielmente que André preferiría tener sus propios aposentos privados y, además, habría elegido los más alejados de mí. Eso había llegado a creer tras dos días sin verlo aparecer por allí.
Era obvio que me había equivocado.
Observé cómo André iba acortando la distancia que lo separaba de la cama, vistiendo únicamente unos pantalones de pijama, y su aspecto me recordó a la noche que se coló en mi habitación para empezar a poner en funcionamiento su plan.
Inspiré con fuerza cuando el colchón se hundió bajo el peso de André y él se movió hasta ocupar su lugar al otro lado de la cama. El tamaño de la cama tan desproporcionado fue toda una suerte para mí, ya que ponía una distancia considerable entre André y yo.
Se me escapó un respingo mientras me revolvía cuando algo me rozó el cuello; André había alargado su brazo y me había acariciado la zona donde él había bebido de mí en nuestra noche de bodas. Lo miré fijamente, procurando que no se me notara lo nerviosa que me había puesto toda aquella situación.
«Debéis recordar, Alteza –irrumpió la voz de Victoria en mis pensamientos, que es muy posible que el Conde os busque durante algunas noches. Cuando esto suceda no podéis negaros: es vuestra responsabilidad como esposa complacerlo en cualquier cosa que él desee.
»Incluso la búsqueda de un heredero. Esa será vuestra máxima prioridad».
Sus últimas palabras resonaron en mis oídos con fuerza mientras André se acercaba a mí y su respiración se había vuelto un sonido ronco y casi animal; habían pasado dos días y no me sentía con fuerzas de volver a entregarme a él.
Sin embargo, si me negaba… Conocía lo suficiente a André como para saber que no se conformaría con ello. Él quería conseguir lo que se proponía. Siempre. Sin importarle lo más mínimo nada más.
Mis dedos se agarrotaron cuando André tiró de la manta que tenía fuertemente sujeta entre mis manos y pasó una pierna por encima de mí, sentándose a horcajadas y observándome con aquellos iris oscurecidos por el deseo de hacer de mí lo que le viniera en gana.
Cuando sus manos comenzaron a ascender lentamente por mis piernas desnudas cerré los ojos con fuerza, rindiéndome.
Al menos André había tenido razón en una cosa: aquella vez no dolió tanto como la primera.
A la mañana siguiente me desperté sola en la habitación. Pestañeé varias veces para lograr despejarme por completo y comprobé que André no hacía mucho que se había marchado de allí; recogí mi ropa del suelo de la habitación y una muda para dejar las prendas que había llevado anoche sobre la cama y llevarme la muda conmigo al baño para poder asearme bien.
Una vez estuve lista, salí de la habitación en silencio, encontrándome a Luka aguardando pacientemente al otro lado. Tenía muy mal aspecto: su tez estaba pálida, más que de costumbre, y las ojeras se le marcaban. Además parecía estar exhausto.
Alzó sus ojos verdes hacia mí y volvió a desviarlos como si le costara mirarme a la cara.
-Buenos días, Alteza –me saludó con cierta rigidez.
No entendía a qué venía ese cambio de humor tan repentino. Habíamos logrado llegar a un cierto entendimiento ayer y había mantenido la esperanza de que las cosas pudieran volver de nuevo a su cauce. ¿Habría hecho algo mal? No recordaba haber vuelto a hablar con él desde que habíamos regresado a la mansión y me había retirado temprano a mi habitación. ¿Qué había sucedido? ¿En qué había fallado?
Luka me dirigió una rápida mirada, como si estuviera buscando algo concreto en mí, y yo fruncí el ceño.
-¿Estás bien? –le pregunté, preocupada-. Parece que no hayas podido dormir en toda la noche…
La mirada que me dedicó fue devastadora.
-Estuve toda la noche de guardia –me desveló y todo su cuerpo se tensó-. Lo escuché… lo escuché todo –reconoció al final, rompiéndosele la voz.
Toda mi cara enrojeció de golpe al comprender a lo que se refería Luka. Él había estado al otro lado durante todo el tiempo que André y yo estuvimos juntos; Luka había sido un testigo mudo de lo que había sucedido. Un atroz sentimiento de culpa comenzó a enroscárseme en la garganta mientras buscaba desesperadamente algo que decir. Pero ¿qué podía decir de aquella incómoda situación?
El vampiro siguió andando. Sus hombros se habían vuelto a hundir y no parecía igual de activo que ayer. Lo cierto es que parecía demasiado afectado por ello.
De una manera inconsciente me incliné hacia delante y lo retuve por la muñeca. Luka giró un poco la cabeza para poder observarme en silencio. Sus ojos verdes estaban cargados de aflicción, culpabilidad y un profundo dolor que no supe muy bien cómo interpretar.
-Lo siento –me disculpé.
El vampiro sacudió la cabeza y trató de soltarse, pero no se lo permití: aún no había terminado de hablar.
-Sé perfectamente cuál es mi papel por el momento –continué, con aplomo-. No he sido la primera mujer que se ha casado porque le han obligado a ello; no he sido la primera que se ha entregado a una persona a la que no amaba y ha sido muy duro para mí. No amo a André y nunca lo haré. Sin embargo sé que tengo unas responsabilidades y trato de lidiar con ellas como bien puedo.
-No creo que debas darme ninguna explicación sobre qué haces dentro de tu matrimonio –me regañó Luka.
Solté un suspiro.
-Pero quiero hacerlo. André se encuentra amenazado por tu presencia aquí… por eso mismo te pidió que nos acompañaras en la cena y, seguramente, te pidió que fueras tú quien hiciera la guardia –sus ojos me dieron la razón-. Él lo tenía todo planeado, Luka. André buscaba… esto.
El vampiro consiguió soltarse de mí y me observó con cautela, como si tuviera miedo de algo. O de alguien.
-No entiendo a qué te refieres con «esto» -declaró con rotundidad-. Soy solamente un guardia más. Alguien al que se le ha dejado a cargo tu protección. Pero nada más…
Quizá me había hecho demasiadas ilusiones al respecto, pero sus palabras me sentaron como si me hubiera abofeteado. Lo miré mientras parpadeaba, tratando de controlar las lágrimas y repitiéndome una y otra vez que Luka no estaba interesado en mí de ningún modo. Que lo único que quería era mantenerme a salvo.
Retrocedí un par de pasos, alejándome de él. Necesitaba crear de nuevo esa coraza que me había protegido y que había comenzado a resquebrajarse poco a poco.
-Por supuesto –respondí-. Qué estúpida soy. Perdona mi desconsideración y discúlpame si te he hecho sentir incómodo con todo esto…
El resto del día estuve esperando que André apareciera para que pudiera advertirle que no me gustaba nada sus jueguecitos. Que tendría que saber que, al convertirme en su esposa, estaba aceptando incondicionalmente el trato que me había ofrecido y que no iba a cometer ninguna tontería. Además, era más que evidente que Luka no parecía sentir el más mínimo afecto hacia mí y únicamente velaba por mi protección y seguridad.
Sin embargo, y pese a mi decepción, no vi a André por ningún lado. Era como si se hubiera evaporado.
Regresé a mi habitación nada más acabar la cena y mis doncellas, encabezadas por Annette, me ayudaron a ponerme mi camisón para poder irme a la cama. Esperaba que André no decidiera irrumpir como la noche anterior y pudiera recuperar horas de sueño y descanso que tanto me hacían falta.
A pesar de mis continuos intentos por dormirme no podía. Tenía una extraña sensación en el pecho que me impedía conciliar el sueño y que me mantenía en vela; el lado de la cama de André estaba vacío y no se oía ni un alma en toda la mansión.
Quizá si me daba un pequeño paseo por la mansión podría dormir.
Me puse la bata sobre los hombros y salí de la habitación en sigilo. No había nadie esperando en el pasillo, así que aproveché la oportunidad y me dirigí hacia las escaleras, como si alguien me estuviera guiando; llegué a la planta baja y seguí el camino que llevaba hacia el despacho de André. Vi una franja de luz que se colaba por la rendija que había dejado abierta la puerta y escuché algo. Me acerqué poco a poco, movida por la curiosidad, hasta que pude ver lo que sucedía en el interior de la habitación con mis propios ojos.
Y la verdad es que deseé no haberlo hecho.
Sobre el escritorio de André estaba tendida Annette, completamente desnuda, mientras André le masajeaba los pechos con fuerza y tenía su cabeza enterrada en la parte baja de la doncella. Las manos de Annette estaban enterradas en el pelo rubio de mi marido y le empujaban la cabeza con fuerza mientras su espalda se arqueaba sobre la superficie de la mesa y gemía de placer.
Me tapé la boca con una mano, horrorizada mientras era testigo de lo que ocurría allí dentro.
André obligó a Annette a ponerse de pie y le dio la vuelta; la chica se aferró con fuerza al borde del escritorio y el vampiro le introdujo los dedos en su interior, provocando que Annette jadeara y se sujetara con más fuerza a la madera. Después mi marido sacó los dedos de su vagina con una sonrisa satisfecha y la penetró con un solo movimiento; la doncella alzó más su culo para que André acelerara y llegara más dentro y los gritos, jadeos y gemidos de ambos se volvieron insoportables para mis oídos.
Lo último que vi antes de apartar la mirada fue a André bebiendo del cuello de la doncella, que parecía haber alcanzado el cielo con ese gesto de puro éxtasis que tenía mientras le suplicaba que lo hiciera de nuevo. Que quería más.
Deshice el camino de regreso a mi habitación con parsimonia, volviendo a ver en mi mente una y otra vez la tórrida escena que había presenciado. Ahora entendía por qué André se había mostrado tan obcecado con la idea de que Annette se mudara a la mansión: aparte de espiarme para él, la doncella parecía haberse convertido en su puta personal.
Quizá a eso se debían las ausencias nocturnas de André: había encontrado en Annette la compañera perfecta para sus necesidades. Quizá la doncella no ponía ningún tipo de límite y le permitía que hiciera con ella lo que quisiera, cuando quisiera.
Me sentía destrozada. No quería el amor de André, no estaba enamorada de él… pero me había molestado profundamente que el vampiro tuviera ese tipo de diversiones. Que jugara conmigo de aquella manera.
Que me hubiera robado mi virginidad de aquella manera y que la noche pasada hubiera estado conmigo de aquella forma cuando, seguramente, estuviera pensando en Annette.
Divisé a Luka al final del pasillo, junto a la puerta de mi dormitorio, y sentí que el mundo se me venía encima.
El vampiro acudió raudo a mi encuentro mientras me dirigía a mi habitación y frunció el ceño mientras yo me abrazaba a mí misma y me frotaba los brazos, intentando darme algo de calor.
-¿Por qué no estabas en tu habitación? –exigió saber-. ¿Y por qué estás llorando?
No fui consciente de ese detalle hasta que Luka lo dijo. Me froté las mejillas y comprobé que las tenía húmedas; ni siquiera me había dado cuenta de que me había echado a llorar en algún momento. Continué andando en silencio y apoyé la frente sobre la puerta.
-André… Annette… -balbuceé y los ojos de Luka se estrecharon-. Ellos… ellos estaban ahí… en la mesa…
Luka me abrió la puerta y me acompañó en todo el trayecto que hice hasta la cama. Me metí dentro de ella y me quedé hecha un ovillo mientras Luka estaba frente a mí, mirándome con lástima.
-Lo siento muchísimo –ahora fue él quien se disculpó.
Me encogí de hombros.
-No me duele de la forma que piensas –le dejé claro-. No me importa con quién haga o deje de hacer. Lo que me duele de verdad es haberme entregado a él porque no tenía otra opción. Me siento como un juguete –le confesé-. André me trata como si fuera un juguete…
Luka siguió mirándome con pena durante el tiempo que se quedó allí conmigo. Después me acarició el pelo con suavidad y salió de la habitación, dejándome a solas; quizá creyendo que necesitaba algo de soledad para poder llorar tranquila. Se equivocaba de cabo a cabo.
No derramé ni una sola lágrima.
Pero me juré que me vengaría de André por aquella humillación y que le devolvería uno a uno todo el daño que me hiciera.
E iba a empezar por Annette.
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