X. Cárcel de piedra y cristal.

La celebración duró hasta el anochecer, justo cuando los invitados estaban mucho más activos y podían ser quienes realmente eran sin temor alguno de que alguien pudiera vernos. André no me había permitido que me separara de su lado ni un solo segundo y me había pasado toda la celebración saludando a vampiros cuyos nombres apenas ya recordaba que no paraban de deshacerse en felicitaciones y buenos deseos.

Victoria, que se había mantenido relegada en un discreto segundo plano, se acercó hacia donde nos encontrábamos y nos sonrió con amabilidad. Una amabilidad que no me gustó en absoluto.

-Conde –lo saludó y le dedicó una caída de pestañas bastante provocativa aunque pretendía parecer dócil-, es hora de que nos llevemos a la princesa para los preparativos.

Me tensé bajo la mano que André había colocado en la parte baja de mi espalda al escucharla. Me había esforzado mucho durante toda la ceremonia para no pensar en lo que me esperaba a su finalización, pero el hecho de que Victoria lo hubiera mencionado había sido como si hubiera abierto las puertas de una presa y un torrente de agua saliera en tropel por ella. Me retorcí las manos con nerviosismo mientras esperaba escuchar de André que quería quedarse un poco más conmigo para seguir saludando invitados.

-Por supuesto –concedió mi marido con una sonrisa torcida-. Creo recordar que aún se tarda bastante en preparar a la novia para su noche de bodas –añadió con malicia.

Noté como si una garra helada apresara mis entrañas y dejé que Victoria tirara de mi mano para que comenzara a ponerme en marcha mientras la vampira le dedicaba una última sonrisa a André. Me condujo entre la multitud hacia el interior de la mansión y, ya dentro de ella, me llevó hacia unas escaleras de caracol que subían al segundo piso; durante todo el trayecto me mantuve en silencio y procurando controlar los temblores que sacudían todo mi cuerpo ante la cercanía de la última prueba que me esperaba.

Al contrario que en el edificio donde había vivido el último mes, la mansión de André parecía estar más llena de calor por la multitud de tapices y cuadros que cubrían las paredes y las alfombras que lo hacían con los suelos de madera; las doncellas que correteaban por los pasillos se detenían y se deshacían en reverencias al vernos pasar. Yo quería encogerme hasta hacerme diminuta, pero Victoria parecía estar disfrutando de todo aquello más que nadie yendo a la cabeza y guiándome como si fuera una niña que necesitara su cuidado constante.

Nuestro destino llegó al final del pasillo. Una enorme habitación que estaba amueblada en exceso y con una chimenea que ya estaba encendida y calentando la sala era el territorio desconocido en el que tenía que entregarme a André; allí ya me esperaban las doncellas de André junto a Jezebel y Delphina, quienes habían venido para brindarme un poco de apoyo. Agradecí profundamente que ellas dos estuvieran también y comencé a mentalizarme para lo peor mientras la conversación que había mantenido con Victoria se repetía en mis oídos una y otra vez.

Me desvistieron en silencio y me quitaron las joyas y accesorios que llevaba en el pelo, trenzándomelo después. Victoria se acercó a uno de los armarios que había en la habitación y sacó de él un atrevido camisón con demasiadas transparencias y una bata a conjunto. Me pasaron el camisón por la cabeza y noté cómo me iba sonrojando al ver que mostraba demasiado mi escote y realzaba mis pechos; después una de las doncellas trajo consigo un frasquito de perfume y Dephina me echó un par de gotas por el escote mientras me sonreía con amabilidad.

-Debéis meteos en la cama, Alteza –me sugirió Victoria, señalándomela con la mano-. Nosotras saldremos de aquí y deberéis aguardar hasta que el Conde venga; cuando termine todo, yo misma pasaré para llevarme conmigo la manta que demuestre vuestra pureza –me recordó

Balbuceé una seca afirmación mientras me dirigía a la cama, que tenía un tamaño desproporcional, con dosel y me colaba en su interior. Las doncellas comenzaron a arreglar la ropa de cama, intentando alisarla, mientras yo la aferraba con fuerza e intentaba cubrirme todo lo posible con ella.

Miré a Jezebel y Delphina una última vez y ellas me sonrieron con ternura y orgullo. Fue como si estuviera mirando a mi madre y a mi hermana Irina mientras ellas me observaban con cariño y me pedían que fuera fuerte y que podría lograrlo; seguramente estuvieran orgullosas de mí. Pero no podía saberlo.

Jezebel instó a todas las mujeres que estaban en la habitación que salieran fuera y ella fue la última que salió, dedicándome antes otra de sus maternales sonrisas, y dejándome sola.

Fue entonces cuando vinieron de golpe las dudas y los temores.

Aquel era el momento que había estado anhelando con tanta fuerza André durante tanto tiempo, pues el mismo André me lo había dicho en tono burlón aquella noche en la que accedí a casarme con él debido a su fuerte poder de persuasión.

Retorcí las mantas bajo mis manos, presa de los nervios, mientras me preguntaba cómo sería mi noche. Iba a entregarme a un hombre que odiaba y no podía hacer nada por remediarlo. No tenía salida alguna.

Me mordí el labio con fuerza para evitar echarme a llorar por sentirme tan desgraciada a pesar de que tendría que estar pletórica por haber logrado casarme.

André apareció un rato después, justo cuando estaba segura que no iba a aparecer, ataviado con una bata que llevaba cerrada. Podía escuchar los murmullos al otro lado del pasillo, la gente que se había congregado allí movida por la curiosidad y el morbo; me sentí expuesta. No quería hacerlo con tanta gente escuchando. Simplemente, no podía.

La sonrisa que me dedicó André tampoco me ayudó a tranquilizarme, sino que acrecentó aún más los nervios que sentía y, cuando el vampiro se acercó a la cama, deshaciendo el nudo de su bata y quitándosela, mostrando únicamente unos pantalones, sentí pánico.

Estaba aterrada.

Las palabras de Victoria, el mensaje que había querido darme, me habían asustado. Pero la presencia, el saber que el momento estaba cerca y que no tenía escapatoria alguna, hizo que me echara a temblar del miedo que sentía.

André, si quisiera, podría hacerme daño.

Cuando el colchón se hundió bajo su peso, no pude evitar que se me escapara un respingo que le arrancó una risita. Descubrí entonces que, para él, todo aquello era un juego y que no era la primera vez que se encontraba con una mujer en la cama; André era una persona experimentada en este asunto, pero ni siquiera ese pensamiento logró calmarme.

-¿Estás preparada, mi dulce esposa? –me preguntó con falsa ternura.

Sus ojos se habían oscurecido y relampagueaban de deseo. Un deseo animal por poseerme que consiguieron que las lágrimas empezaran a correr por mis mejillas sin que yo pudiera hacer nada por detenerlas.

André sonrió y se acercó más a mí.

-Por favor –le supliqué-. No lo hagas, por favor…

El vampiro alzó una ceja, sorprendido, mientras recogía mi trenza y la giraba entre sus dedos con fingido interés.

-Este momento es lo que toda novia espera después de la boda, Zsóka –me aseguró-. Vamos a divertirnos mucho tú y yo…

No aguanté más la presión de estar tan cerca de él así que opté por huir como un animalillo ante la inminente certeza de saber que iba a morir a manos de su depredador. Me esforcé por intentar escapar de la cama, pero los brazos de André me sujetaron con firmeza antes incluso que hubiera podido poner un pie sobre el suelo; podría haberme debatido e intentado soltarme, pero sabía que era una batalla perdida. Dejé que André me arrastrara de nuevo hacia la cama y se colocara encima de mí. Sus ojos devoraron con ansia la visión que le proporcionaba las prendas que llevaba y su mano comenzó a acariciarme la rodilla, ascendiendo por el muslo.

-Eso no ha estado nada bien –me regañó con suavidad mientras su mano iba acercándose poco a poco hasta el borde de mi camisón-. Demuéstrame de lo que sois capaces los Dracul –me retó.

Sus labios descendieron hacia mi cuello y comenzaron a besarlo con cuidado mientras soltaba gruñidos. Fue ascendiendo hacia mi mandíbula y después a mis labios; me besó con fuerza y con anhelo, pegando más su cuerpo al mío y demostrándome cuánto me deseaba. Un deseo que no era correspondido.

Yo tenía las mejillas empapadas por las lágrimas y era incapaz de contener las que seguían deslizándose por ellas; me obligué a cerrar los ojos y entregarme a los besos y caricias de André, pero me resultaba imposible hacerlo. Las escenas de la violación de mi hermana Irina y de André tocándome sin mi permiso en mi habitación se turnaban en mi cabeza, provocando que mi corazón se encogiera de temor por lo que me esperaba.

Era como una estatua de piedra bajo el cuerpo de André, que no paraba de besarme y acariciar cada centímetro de mi piel esperando algún tipo de respuesta por mi parte. Me había subido el camisón, dejando al descubierto mis piernas y vientre, y pegaba su cuerpo al mío como si quisiera que nos fundiéramos en uno solo.

Cuando se separó de mí para recuperar el aliento chasqueó la lengua con fastidio y me arrancó el camisón sin muchos miramientos. Yo lo miré atemorizada mientras él se deshacía del trozo de tela inservible que había sido antes mi camisón y mis brazos se movieron automáticamente para cubrir mis pechos expuestos.

-Si no te relajas esto te va a doler –me aconsejó mientras me rozaba de pasada el pecho-. Y no va a ser agradable para ninguno de los dos, te lo aseguro.

-No puedo hacerlo, André –sollocé, muerta del miedo-. No puedo hacerlo. Usa tu persuasión de nuevo –le supliqué, pidiéndole aquello que había sido la causa de que nos encontráramos en aquella situación-. Por favor.

El vampiro negó con la cabeza y a mí se me cayó el alma a los pies al ver su negativa.

-Eso sería demasiado injusto para ti, Zsóka –se excusó, deleitándose de mi sufrimiento-. Quiero que disfrutemos ambos. Que sea una experiencia que recuerdes toda tu vida. Y, ahora, relájate.

Cerré los ojos, pensando que así sería más fácil lidiar con todo aquello, y mi mente me mostró la imagen de Luka. Me obligué a pensar que era él quien estaba conmigo y que no iba a sucederme nada malo; cuando noté la mano de André tanteando bajo mi ropa interior, apreté los dientes con fuerza y seguí repitiéndome que dejara de pensar en ello. Que me dejara llevar.

Si lo hacía, las cosas terminarían antes.

Arqueé la espalda de manera involuntaria cuando los dedos de André comenzaron a rozar mi zona íntima y sus labios volvieron a chocar contra los míos. Le pasé las manos por el pelo, acariciándoselo, y después clavé mis uñas en la espalda del vampiro con rabia. No sabía cuándo iba a llegar el momento culmen, pero esperaba que fuera pronto. Me atreví a abrir los ojos de nuevo para mirar a André y vi que en sus ojos grises había… cierta ternura. De inmediato pensé que mi mente me estaba jugando malas pasadas, pues André lo único que quería de mí era tenerme exactamente como me tenía en esos momentos y mi trono.

Cuando noté que André se estaba preparando para ello, cogí aire y recé para que todo saliera bien. Se me escapó un gemido de puro dolor al sentirlo adentrándose en mi interior; André jadeó con fuerza mientras se aferraba a las almohadas que había debajo de mi cabeza. Victoria no se equivocaba en absoluto cuando me había asegurado que, al principio, podía parecer una agonía… una agonía para mí realmente lo era y que parecía no tener fin. Y más aún lo fue cuando André comenzó a moverse con suavidad mientras yo le clavaba las uñas en la espalda con más fuerza, intentando mitigar el dolor que me provocaban sus movimientos.

Éste empezó a desaparecer conforme André iba cambiando de ritmo y yo procuraba adaptarme a él. Volvió a besarme mientras me penetraba una y otra vez sin descanso hasta que empecé a sentir un extraño cosquilleo en el vientre. Me mordí el labio inferior haciéndome sangre mientras intentaba contener los gemidos que se quedaban atrapados en mi garganta sin poder salir; André jadeaba y gemía, además de apretar la mandíbula con fuerza mientras se movía encima de mí.

Me obligó a que alzara las rodillas para poder llegar más hondo y darle más brío a sus movimientos. Sentir su piel contra la mía, la manera en la que estábamos unidos y las advertencias de Victoria sobre ser obediente y complaciente hicieron que me sintiera sucia conmigo misma y que quisiera quitármelo de encima. Pero no lo hice.

El dolor había dejado paso al placer y yo me sentía culpable por ello. No quería demostrarle a André lo mucho que me estaba gustando todo aquello porque no era lo que yo quería y porque no quería darle esa satisfacción. Jadeé con más fuerza cuando André me embistió por última vez antes de soltar un gruñido animal y desplomarse sobre mí, con el cuerpo cubierto de sudor, y comenzara a mordisquearme el cuello.

Había llegado el momento en el que debíamos beber el uno del otro.

André me levantó y me sonrió con malicia, mostrándome sus colmillos, antes de sujetarme por la nuca y pegar mi rostro a su cuello.

-Bebe –me ordenó en tono oscuro.

Abrí la boca de manera sumisa y noté mis colmillos desprenderse; el olor de André me mareaba e impedía pensar con claridad. El sonido de la sangre corriendo por debajo de la piel de André tampoco ayudaba mucho.

Solamente oí el gruñido de satisfacción de André cuando hundí mis colmillos en su cuello y comencé a beber su sangre; un pinchazo en la misma zona de mi cuello me indicó que el vampiro había hecho lo mismo conmigo.

Nos quedamos unos minutos así hasta que André se apartó de mí, con los labios manchados por mi sangre, y volvió a besarme mientras me tumbaba de nuevo sobre el colchón.

Mi cara se contrajo en una mueca de dolor cuando André salió de mí y me miró con un brillo de triunfo en sus ojos grises. De manera automática me refugié bajo las mantas y lo observé con fastidio; André se colocó de nuevo los pantalones y la bata antes de que Victoria irrumpiera en la habitación para recoger la manta que se había llenado de mi sangre. Salió de nuevo, dejándonos a André y a mí a solas otra vez, y el vampiro se me acercó.

-Tampoco ha estado tan mal como pensabas en un principio, ¿verdad? –fanfarroneó y yo me puse colorada.

Mi marido me tendió la bata que había acabado en el suelo para que me la pusiera y cubriera mi desnudez; la cogí con ganas y me la puse rápidamente, antes de que pudiera entrar alguien más. Al otro lado de la puerta se podían oír las exclamaciones y gritos de alivio y alegría de comprobar que había cumplido, al menos, con uno de mis cometidos.

Quería hundirme en la tierra y no volver a salir más.

André me miraba con aspecto pensativo.

-Al final terminarás acostumbrándote, Zsóka –me prometió-. Todo esto… es una especie de recompensa por el sacrificio que se hace.

Se marchó de la habitación sin decir nada más, dejándome completamente sola y aterrorizada por lo que había empezado a sentir. Me cubrí aún más con las mantas mientras mis ojos estaban clavados en la puerta, a la espera de que André regresara, quizá con ganas de más.

Me sentía como un objeto utilizado y después abandonado.

Me sentía sucia conmigo misma.

Las lágrimas se habían enroscado en mi garganta y, ahora que estaba sola, pudieron brotar al fin con libertad. Me tapé la boca para ahogar los sollozos mientras me balanceaba sobre el colchón.

Aquello era una nueva lección para mí.

Una lección demasiado dura que había tenido que aprender a la fuerza.

A la mañana siguiente, tras estar casi toda la noche en vela esperando el regreso de André que no se produjo, las nuevas doncellas aparecieron en la habitación trayendo consigo un vestido nuevo de color marfil. Me ayudaron a limpiarme sin hacer mención alguna a la sangre y me dedicaron sonrisas cargadas de compasión mientras terminaban de prepararme; no conocía a ninguna de ellas y no sabía cómo sentirme respecto a mis nuevas doncellas.

Lo único que quería era salir de aquella habitación y de aquella mansión para no volver nunca más.

Delphina irrumpió en mi habitación justo cuando las doncellas estaban terminando de retocarme el vestido; la vampira había escogido un llamativo vestido rojo que le llegaba por encima de la rodilla y se le estrechaba en el pecho, resaltándoselo. Sus ojos se dulcificaron al verme y despachó rápidamente a las chicas, que se marcharon sin atreverse a mirarla siquiera.

Al quedarnos solas, avanzó hacia mí y me cogió por las manos, mirándome fijamente. Sabía que no tenía buen aspecto porque me había visto reflejada en el espejo y había visto mis ojos hundidos y las ojeras. No era ningún secreto que no había pasado una buena noche.

-¿Cómo fue todo? –fue lo primero que me preguntó, escudriñando mi rostro con atención-. Me parece absurdo que, en estos tiempos, se hiciera toda esa pantomima de la prueba de pureza, Erzsébet.

Me encogí de hombros y Delphina me miró llena de ternura, de la misma manera que había mirado yo a mis hermanos cuando sabía que tenían un problema y que debía ayudarles en todo lo que pudiera. Me conmovía demasiado el hecho de que Delphina me quisiera ya como a una hermana.

La vampira me guiñó un ojo con picardía y empezamos a andar, saliendo de la habitación y adentrándonos en los pasillos.

-Dicen que la primera vez es dolorosa –me comentó Delphina en tono pensativo-. ¿Es eso cierto? Tú eres la única de las dos que… ya sabes –alzó ambas cejas en un gesto elocuente.

Sonreí con tristeza y un escalofrío me recorrió toda la columna al recordar cómo había sido todo. André no había mostrado ni una pizca de romanticismo o interés en que estuviera bien. Simplemente me había doblegado y había hecho caso omiso a mis súplicas y lágrimas.

-Solamente duele al principio –reconocí, con la mirada gacha-. Después las cosas… mejoran. André me aseguró que esto sucedería un par de veces antes de que… bueno, antes de que me acostumbrara.

Contuve un temblor al recordar que André vendría a visitarme todas las noches que él quisiera y que nunca podría negarme. Era mi marido, sí, y, por ello, le debía obediencia y sumisión en todo lo que me pidiera. Incluso en mantener relaciones.

Delphina apretó el paso mientras recorríamos el pasillo hacia la escalera de caracol para bajar a la planta baja.

Tenía los labios fruncidos en un mohín encantador.

-¿Tú nunca…? –empecé, sin atreverme a continuar por vergüenza.

Delphina sonrió con calidez.

-Le prometí a Françoise que esperaría a que nos casáramos –me confesó Delphina con un leve rubor en sus mejillas-. Me parece el momento adecuado, ¿no crees?

Si era con el hombre con el que querías pasar el resto de tus días, a mí me parecía una idea muy romántica y perfecta. Envidiaba a Delphina por ello, por haber tenido esa oportunidad de elegir, pero me alegraba por ella. La vampira me había demostrado que se preocupaba demasiado por mí y que su interés era real.

Esperaba que sus sueños pudieran cumplirse tal y como ella quería.

Le estreché la mano con fuerza.

-Me parece una idea muy romántica, Delphina –contesté.

Ella me sonrió.

-André  me ha comentado que quiere que os vengáis a vivir aquí –dijo entonces, cambiando de tema-. Dice que te gustaría más que estar en ese edificio tan anodino y aburrido. Aquí, al menos, tienes un buen jardín por donde pasear –reflexionó.

Bajamos lentamente la escalera mientras yo procuraba que no se me notara cuánto me había molestado que André hubiera comenzado a tomar decisiones respecto a nuestro futuro sin tan consultarme siquiera; la mansión era mucho más agradable y cálida que el edificio, pero yo tenía allí a todos mis amigos.

Entramos a un comedor enorme donde nos esperaban André, Jezebel y, ¡cómo no!, Victoria. Mi marido me dedicó una rápida mirada y volvió a centrarse en Victoria, quien conversaba con él sobre algún asunto que parecía requerir su atención más incluso que su propia esposa.

Me senté al lado de Delphina y extendí la servilleta sobre mi regazo con parsimonia, evitando deliberadamente volver a mirar a André. De todas formas, dudaba mucho que André siquiera se dignara a mirarme de nuevo. Ya había conseguido demasiado de mí y no le era tan valiosa.

-¿Quieres un poco de esto, Erzsébet? –me preguntó Delphina, tendiéndome una bandeja llena de pastelitos.

Cogí un par de ellos y musité un «gracias» mientras me sumía de nuevo en mi habitual silencio y procuraba pasar desapercibida hasta que terminara el desayuno y pudiera escaparme de allí a algún rincón de la casa donde nadie me molestara.

Agradecí en silencio que aquel incómodo momento no durara tanto como había pensado en un principio. Nada más ponerme en pie para marcharme de allí, André me llamó mientras el resto salía del comedor en silencio.

Yo me mantuve de pie, esperando pacientemente a que André decidiera arrancarse a hablar. Él carraspeó.

-Quería comentarte algo –empezó uniendo las manos y apoyando los codos en la mesa- que he estado pensando sobre nuestro futuro…

Alcé ambas cejas con escepticismo.

-¿Algo sobre que nos mudemos aquí? –le ayudé con frialdad y sus ojos se estrecharon-. Tendrías que habérmelo consultado antes, André; el mero hecho de que ahora estemos casados no significa que puedas tomar tú las decisiones por ambos sin tan siquiera tenerme en cuenta…

-Por eso mismo te lo estoy diciendo ahora, Zsóka –me cortó el vampiro con suavidad-. Entiendo que le hayas tomado aprecio a ese insulso edificio, pero no es saludable para ti estar encerrada entre esas paredes de hormigón sin poder salir. En cambio, si aceptas mudarte aquí, conmigo, podrías salir a pasear por los jardines y no tendrías porqué sentirte tan agobiada.

Fruncí el ceño ante la idea de quedarme en aquella gigantesca mansión; tal y como había indicado André, la ventaja de aquella sugerencia era que podía pasearme libremente por los jardines y podía aspirar aire puro. Sin embargo, había algo que no terminaba de gustarme en todo aquello…

-¿Y Vladimir? –pregunté de golpe-. ¿Y Luka?

La mirada de mi marido se oscureció cuando nombré al caballero vampiro.

-Pasas mucho tiempo con ese vampiro –observó con un tono molesto-. No me gusta ni una pizca eso.

Cuadré los hombros y alcé un poco la barbilla. La presencia de André, su poder de persuasión, no parecía ser tan fuerte ahora que lo tenía delante. Ya no me amedrentaba tanto como antes.

-Luka se encarga de mi protección –le recordé-. Y acudo a Vladimir siempre que tengo un problema. No puedes negarme que renuncie a algo que me beneficia y que tanto me ayuda.

André se masajeó la frente con fuerza mientras respiraba hondo. ¿Haría algún comentario sobre lo que había sucedido ayer o no tendría ningún interés para él?

-Está bien –concedió al final con un suspiro imperceptible-. Luka podrán instalarse aquí. Incluso los miembros de la Orden del Dragón que tú creas necesarias para tu propia seguridad. Respecto a Vladimir, me temo que está demasiado encantado en ese maldito edificio; podrás ir a verlo regularmente y cuando tú quieras.

Se me hinchó el pecho de orgullo al escucharlo. Pero André no parecía haber terminado aún porque faltaba que me expusiera las condiciones a las que estaban sujetas aquel nuevo trato al que habíamos llegado.

-Le pediré a Luka que me mande un informe regular sobre tu seguridad –continuó, inflexible-. Y, además, quiero que Victoria siga aquí, contigo, y que traigas como doncella a Annette y a algún par de chicas más.

La petición sobre mis doncellas me desconcertó un poco al principio. Quizá quería que Annette siguiera conmigo porque le había demostrado su fidelidad al irle con el cuento de que nos había visto a Luka y a mí juntos en mi habitación; no seguí pensando más en ello. Había avanzado mucho a la hora de intentar convencer a André de que me diera más libertad para tomar mis propias decisiones.

Eso, para mí, fue un gran logro.

El vampiro se puso en pie y se me acercó con lentitud. Cuando llegó a mi altura, sonriéndome, me susurró:

-Espero que anoche disfrutaras tanto como disfruté yo.

Apreté los dientes con fuerza y no dije nada.

No lo merecía.

André me tendió el brazo y yo enlacé el mío de mala gana. Salimos del comedor en silencio y nos topamos con su familia; Jezebel nos sonrió a ambos con alegría, disfrutando de aquella estampa tan encantadora, mientras Delphina nos suplicaba que saliéramos a dar un paseo por los jardines.

Aquello iba a ser el inicio de mi nueva rutina y no estaba muy segura de cómo se me iba a dar.

Pero lo que sí estaba segura es que, aunque parecía que me había liberado, lo cierto es que no era del todo cierto: mi cárcel de hormigón, el edificio, había sido sustituida por una cárcel de piedra y cristal que tendría que convertirse en mi nuevo hogar.

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