Prólogo.
Mihaela me despertó bien entrada la noche. Gritaba incoherencias sobre un ataque al castillo y que debíamos salir de allí inmediatamente; la miré desde mi cama, aún amodorrada y sin saber a qué se refería exactamente. Dudaba mucho que los humanos hubieran decidido atacarnos porque Padre había conseguido apaciguarlos todo este tiempo mediante impuestos bajos y porcentajes de cosechas generosos. Además, lo único que quería era volver a dormir, pues se trataría de una falsa alarma.
La insistencia de Mihaela me hizo entender que no se trataba, al menos, de una falsa alarma; tenía los ojos dilatados por el terror y me instaba a que me pusiera en pie, fuera de la cama. Cogió mi bata y me la puso sobre los hombros, tirando de mí para que saliéramos de la habitación. En el pasillo, las cosas no estaban mucho mejor: había gente corriendo de un lado a otro; guardias que iban y venían de otras partes del castillo.
Mihaela tenía razón: algo no iba bien.
Cuando quiso tirar de mí, la sujeté con firmeza de la muñeca y la obligué a que me mirara a los ojos.
-¿Qué sucede? -quise saber.
-Son ellos, señorita Zsóka -me respondió apresuradamente, tirando de mí-. Ellos han venido por nosotros.
Eché a correr tras ella mientras recordaba las historias que Madre nos contaba a mis hermanos y a mí sobre los dhampiros; ella decía, o más bien aseguraba, que no tardarían en venir para vengarse de nosotros. Mi corazón empezó a latir con fuerza al comprender que tenía razón.
Frené el paso, provocando que Mihaela me mirara con terror y tirara de mí. Sin embargo, antes tenía que saber algo.
-¿Y mis hermanos? -pregunté, esquivando criadas que huían despavoridas. Me pregunté si los dhampiros también asesinarían a esos humanos que nos servían o si, simplemente, los dejarían vivos para obtener información sobre nosotros-. ¿Y Padre y Madre?
La idea de que alguno de mis hermanos menores hubiera muerto a manos de aquellas bestias hacía que se me encogiera el corazón y que me escociera la garganta; si algo así sucediera, me encargaría personalmente de abrirles las gargantas a sus asesinos. No entendía por qué se habían vuelto contra nosotros aquellos híbridos que habíamos creado; deberían estarnos agradecidos. Nosotros éramos el motivo de su existencia, incluso debían reverenciarnos.
-Están todos a salvo, niña -Mihaela resollaba, pero una sensación de alivio me inundó por completo al saberlo y aceleré un poco el paso, deseando encontrarme con mi familia-. Solamente faltabas tú.
Conseguimos no encontrarnos con ningún dhampiro y llegar a la sala del trono, donde nos esperaban un destacamento importante de los hombres de Padre y mi familia. Se me escapó un grito de felicidad al verlos y corrí hacia ellos. Mis hermanos menores: Nicolae, Irina y Orsolya corrieron a mi encuentro y todos nos fundimos en un fuerte abrazo. Miklós, nuestro hermano mayor, hacía tiempo que se había marchado de palacio porque, según él, quería buscar su propia fortuna en tierras lejanas. Era la primera vez que me alegraba de que no estuviera en estos momentos en el castillo.
Padre y Madre estaban cerca de donde nos encontrábamos apiñados; Madre, a pesar de llevar un sencillo camisón, se mostraba igual de regia y de fiera. Ella provenía de una larga estirpe húngara, los Báthory, y su firmeza en la mirada demostraba que sus raíces seguían ahí, a pesar de haber tenido que venir a Rumania para convertirse en la esposa del futuro soberano.
Con ese matrimonio habían conseguido algo que nunca antes había tenido lugar en nuestra comunidad: la unión de los linajes Dracul y Báthory. Eran dos de los linajes más importantes y con más poder.
-Erzsébet -me saludó Madre y vi un destello de alivio de verme allí en sus ojos oscuros. En aquella ocasión tampoco me llamó por mi diminutivo, quizá por las circunstancias en las que nos encontrábamos.
Incliné la cabeza mientras Orsolya, la más pequeña de todos los hermanos, tiraba de mi camisón con insistencia. Sus rizos oscuros rebotaban con cada tirón y sus ojillos verdes me miraban con ansiedad.
-¡Están aquí! -chilló, con su vocecilla mientras sus manitas no paraban de aferrarse a mí, como si temiera que fuera a desvanecerme-. Han venido por nosotros, quieren hacerse con todo lo nuestro.
No habíamos tenido noticias de los dhampiros desde hacía siglos, cuando un antepasado de Padre había decidido que nos comportáramos como humanos y desapareciéramos del objetivo de aquellas criaturas que nos cazaban. Muchos vampiros, con el paso del tiempo, creyeron incluso que eran leyendas y cuentos de terror que se contaban a los más pequeños para que se portaran bien.
Estaba claro que eran más reales que unas simples leyendas.
Apreté contra mi pecho a mi hermana menor mientras observaba al resto: Nicolae intentaba mantenerse tranquilo, pero le temblaba el labio inferior, donde sus dientes se habían clavado; Irina, por el contrario, no se había sucumbido al pánico y miraba fijamente a nuestros padres. En sus ojos azules se veía la fe ciega que tenía en ellos; estaba segura de que esos dhampiros que nos estaban atacando caerían y todo quedaría en eso, en un ataque.
Yo también quería creerlo, pero los gritos que se oían al otro lado de la puerta hacían que me encogiera de temor.
-Katarina -la severa voz de mi padre resonó en toda la sala; también llevaba puesto una bata sobre su camisón-. Los guardias no podrán aguantar mucho más, estas criaturas han sacado lo mejor de nosotros; tenéis que iros.
Miré a mi padre, incapaz de creerme lo que acababa de decir. ¿Irnos? No podíamos huir de aquí, el castillo era lo único que conocía en aquellos dieciséis años de vida que tenía; si nos marchábamos... ¿dónde iríamos? Tendríamos que pedirle ayuda a alguien de la familia, pero estaban demasiado lejos. No nos daría tiempo.
Igual que si quisieran enviarnos ayuda. Cuando hubieran venido, ya estaríamos todos muertos.
Mi madre, serena, miró a Padre como si no hubiera escuchado bien lo que mi padre acababa de decir. Mihaela me había contado que, al principio, Madre se había mostrado un tanto reticente con él pero... con el paso del tiempo, al final se enamoraron. Entendía que la idea de abandonar a mi padre le resultase tan dura.
-No, querido -respondió, con aplomo-. No puedo abandonarte.
Los ojos de mi padre se clavaron en los de mi padre y pude comprobar la conversación silenciosa que mantenían; la batalla sin palabras que tenían en la que mi padre intentaba convencer a mi madre de que teníamos que huir. La tensión entre ellos era más que palpable y Mihaela se mantenía en silencio, aguardando pacientemente a que se tomara una decisión. No tenía ningún recuerdo en el que no apareciera Mihaela; ella había cuidado antes a Madre y, cuando Miklós nació, se encargó de él. Y de mí y del resto de mis hermanos cuando nacieron.
Al final, fue Padre quien desvió la mirada primero. Entendía su dilema entre dejarnos marchar y permitir que nos quedáramos allí, ante el peligro. No iba a permitir que nosotros, lo que más amaba en este mundo, pudieran caer en manos de los dhampiros; ellos nos torturarían de las formas más brutales para luego matarnos.
Era lo único que buscaban: muerte y sangre.
La puerta retumbó de nuevo y la pequeña Orsolya soltó un grito de puro terror. El impacto no derrumbó la puerta, pero no iban a tardar mucho en conseguirlo. Y los pocos guardias que había reunido mi padre no iban a poder hacerles frente. A Irina se le llenaron los ojos de lágrimas y mi madre apretó los labios con fuerza. Dos vampiros, tres a lo sumo si contábamos a Mihaela, no eran suficientes para detener a los dhampiros.
Si conseguían entrar aquí, estábamos perdidos.
-Katarina -la voz de mi padre nos interrumpió de nuevo. En esta ocasión había un deje de súplica; él había llegado a la misma conclusión que yo-. Katarina, debéis marcharos de aquí y poneros a salvo. Intenta ponerte en contacto con mi hermano, él os ayudará...
-¡Venid con nosotros! -le suplicó mi madre, perdiendo el control y dejando que los ojos le brillasen-. Huyamos de aquí, dejemos que se queden con el castillo y que hagan lo que quieran con él.
Un simple vistazo a mi padre me hizo entender que, para él, dejar el castillo, su símbolo de poder, significaría perderlo todo. Su familia, los Dracul, habían conservado el castillo y las tierras desde el inicio de los tiempos. Sin castillo, no seríamos nadie. Mantendríamos el apellido y el poder que tenía, pero nada más.
Mi padre negó secamente con la cabeza.
-No puedo permitirlo -respondió, con pesar-. El castillo es lo único que tenemos Katarina, no podría permitir que cayera en manos de esos híbridos -escupió la palabra con odio.
-Volveremos a Hungría y le pediré a mi hermana Gizella ayuda para que podamos recuperarlo, pero debemos irnos -volvió a suplicarle mi madre, cada vez perdiendo el poco control que le quedaba. Ir a Hungría a pedir ayuda a la familia Báthory sería una deshonra para los Dracul, pero no había otra opción.
Mi padre volvió a negar con la cabeza, con más pesar. Sabía que se le partía el corazón al dejarnos marchar, siendo esta vez, posiblemente, la última que pudiéramos vernos. Mihaela cogió aire de forma ruidosa, atrayendo mi mirada. Eso significaba que tenía algo que decir.
-Mi señora -empezó, con un hilillo de voz-. Mi señora, es mejor que hagáis caso a su marido; he sido testigo de la fiereza de los dhampiros y, puedo aseguraos, que son temibles. No distinguen siquiera de si son simples humanos o vampiros, los asesinan a todos por igual; estas bestias están sedientas de sangre y no pararan hasta dar con todos vosotros.
En mi mente se formó la imagen de un hombre, completamente vestido de negro, que tenía entre sus brazos el cadáver de mi hermana pequeña, Orsolya, con una enorme brecha en el cuello de la que no paraba de manar sangre; los ojos, que parecían estar hechos de cristal, de mi hermana me miraban fijamente.
Se me revolvió el estómago y sacudí varias veces la cabeza para alejar ese maldito pensamiento. No nos iba a pasar nada, saldríamos de ésta. Los vampiros éramos supervivientes, podíamos hacerlo.
Las palabras de Mihaela fueron el incentivo que había necesitado mi madre para tomar una decisión: se acercó a mi padre y ambos se fundieron en un abrazo que decía tantas cosas. Mis hermanos y yo nos acercamos más los unos a los otros y nos los quedamos observando; quizá Orsolya no entendía qué sucedía, pero Irina y Nicolae sí que sospechaban algo. Yo, por supuesto, que entendía a la perfección todo lo que significaba aquello: era la despedida de nuestros padres porque sabían que era muy difícil que nos volviéramos a encontrar. Mi padre estaba sacrificándose para darnos una oportunidad de vivir.
Cuando terminó toda la parafernalia, Mihaela nos condujo hasta la zona que se encontraba detrás de los tronos. Apartó unas cortinas que tenían estampadas el escudo de nuestra familia y tanteó la pared, buscando algo. Irina dejó escapar un grito de puro terror cuando la puerta retumbó de nuevo, incapaz de aguantar mucho más, y mi madre miró a Mihaela de manera frenética.
-¡Deprisa! -siseó mi madre, sujetando a mi hermano por los hombros con firmeza. Nicolae estaba a punto de echarse a llorar.
La mujer nos dirigió una mirada de disculpa mientras sus manos recorrían la pared de piedra. Sus manos se pararon frente a un ladrillo que parecía ser más nuevo que el resto; lo presionó con suavidad y se apartó un poco. La pared se corrió, mostrando un pasadizo que no sabía hacia dónde conducía. Nicolae fue el primero que pasó, seguido por Orsolya e Irina; yo me quedé rezagada, intentando descubrir qué estaba sucediendo. El cuerpo de mi madre se interpuso y me dio un leve empujoncito en los hombros para que avanzara.
-¡Vamos, Zsóka, date prisa! -me instó mi madre.
La obedecí en silencio, pasando al interior del pasadizo y siguiendo a mis hermanos pequeños, que iban en cabeza. A mis espaldas, Mihaela cerró la puerta del pasadizo para que, al menos, tardaran un tiempo en poder seguirnos. Avanzábamos casi a oscuras y tenía que apoyarme en la pared para no tropezar; el hecho de llevar un camisón tampoco ayudaba mucho. Igual que ir descalza.
No había tenido mucho tiempo de poder ponerme algo de abrigo, pero no era el momento de quejarme. A mis espaldas, unas criaturas debían haber irrumpido ya en el salón del trono y mi padre... Tragué saliva y me obligué a continuar. No debía pensar en nada. Teníamos que escapar de allí, eso era lo único importante.
-Anyu -dijo la vocecilla de Orsolya en la oscuridad-. Anyu, ¿qué va a suceder con Miklós?
La simple mención de nuestro hermano mayor hizo que la garganta se me quedara seca. Él se había marchado del castillo un par de meses antes, era imposible que lo hubieran podido capturar. Miklós debía estar a salvo y, cuando saliéramos de allí, iríamos en su busca; estaba casi segura que se había convertido en el nuevo soberano de los vampiros. Él era el primogénito, el heredero.
Miklós sería quien, de ahora en adelante, guiase a todos los vampiros.
Cuando mi madre respondió a mi hermana pequeña, fui consciente del esfuerzo que estaba haciendo por no asustarla. Ella tenía sus dudas sobre mi hermano.
-Miklós está en algún lugar, szeretet -oí que cogía aire-. Pronto nos reuniremos con él, pero antes tenemos que llegar hasta la Orden del Dragón.
Ah, la Orden del Dragón. Era una institución legendaria que se encargaba de proteger y castigar a los vampiros; estaba conformado por miembros de la nobleza vampírica, aunque se les permitía a algunos humanos que formaran parte de ella.
Quizá ellos pudieran ayudarnos.
Oí cómo Nicolae soltaba un grito de alegría y cómo Irina respiraba de alivio cuando vimos un pequeño foco de luz al final de aquel pasillo. La travesía se me había hecho eterna y ver la luz de la luna me sirvió para tranquilizarme y permitirme soltar un suspiro de alivio.
Sin embargo, no era para nada lo que me esperaba: el pasadizo nos había conducido hasta un bosque demasiado frondoso y que estaba lleno de gente. Gente que parecía sacada de mis peores pesadillas; todos ellos iban vestidos de negro y nos miraban con los ojos reluciendo de odio.
Dhampiros.
Sentí que los colmillos se me clavaban en el labio inferior ante la sensación de amenaza que me había embargado. Mi madre arrastró a mis hermanos hasta situarlos a su espalda; ella y Mihaela se habían colocado delante de nosotros para intentar cubrirnos.
Una idea se me pasó por la mente: ¿cómo era posible que hubiera tantos? Los vampiros apenas, según había logrado escuchar, intimaban ahora con las mujeres humanas. Y, pese a ello, eso no parecía haber cortado la reproducción de los dhampiros; nos superaban en número.
Uno de ellos se adelantó a su grupo y nos observó con evidente desagrado. El sentimiento era mutuo; yo aún era joven para estos asuntos y, más aún, no estaba preparada para llevarlos pues no era la heredera de la familia, pero algo que tenía bastante claro era la idea de que mezclarnos con humanos para dar esa raza había sido un completo error.
Mi madre mostró los colmillos y yo me asomé por encima de su hombro. El hombre que se había atrevido a acercarse un poco más a nosotros era un hombre que parecía rondar la treintena de años; detrás de él, un chiquillo de mi edad me devolvió la mirada. Sus ojos no tenían el mismo brillo de odio que el que había mostrado aquel hombre pero era evidente que no éramos de su agrado.
-Katarina Rozália Báthory -pronunció el nombre completo de mi madre como si fuera puro veneno, no pude evitar encogerme de puro terror-. No puedo creer la suerte que hemos tenido de dar con vos, Alteza.
Mi madre se irguió.
-No entiendo a qué ha venido todo esto, señor, pero os pido que nos dejéis pasar -dijo, con altivez.
El hombre sonrió, enseñándonos toda la dentadura. Al contrario que los vampiros, los dhampiros no habían heredado nuestros colmillos y, lo único que podía asemejarse a los nuestros, eran que los suyos parecían más afilados.
-¿No lo entendéis? -repitió, con una fingida sorpresa-. Oh, ¿insinuáis que nos hemos equivocado?
Los dientes de Mihaela rechinaron de frustración pero mi madre se mostró impertérrita.
-Insinúo que deberíais dejarnos pasar, mi señor -respondió mi madre.
La sonrisa del señor se volvió cruel.
-Yo creo que no, mi señora -replicó él y se giró hacia los hombres-. Capturadlas a todas esas criaturas.
Se nos abalanzaron todos de golpe, sin darnos siquiera tiempo a reaccionar. Mi madre, superada la sorpresa inicial, intentó defenderse de sus captores mostrando los colmillos y lanzando mordiscos al aire en señal de aviso; muchos de los vampiros que había por ahí dispersos seguramente habrían intentado desangrar a aquellos dhampiros, pero mi madre no. Ella no era ninguna asesina. Aunque ellos sí.
Un dhampiro se me acercó, sonriéndome de una manera bastante sucia, e intentó cogerme, atrapándome de la muñeca. En un intento de liberarme, le mordí en el brazo y él soltó un grito de asco.
-¡Esta zorra chupasangres me ha mordido! -le gritó a sus compañeros.
-¡Anyu, anyu! -lloriqueaba Orsolya, que estaba atrapada en los brazos de uno de esos dhampiros.
Nicolae e Irina intentaban zafarse de sus captores y, cuando Irina trató de morder a uno de ellos, éste le dio un puñetazo que hizo que mi hermana menor soltara un grito de puro dolor y viera cómo comenzaba a salirle sangre, que corría por sus labios. Nicolae abrió los ojos desmesuradamente y comenzó a moverse con más insistencia, enfurecido por las malas formas que habían usado con nuestra hermana.
-¡Sois unos monstruos! -vociferaba Mihaela, a quien tenían sujeta por varios hombres-. ¡Sois unos desalmados!
Al final, todos fuimos cayendo en los brazos de aquel grupo de dhampiros. El líder nos observó con una mezcla de satisfacción y asco. Intenté removerme, pero las manos que me sujetaban se apretaron más sobre mis brazos, provocando que soltara un siseo de dolor. El chico que había visto antes era uno de los que mantenía sujetas las cadenas que habían usado para apresado a mi madre; verla rodeada de aquellas cadenas, como si fuera un mero animal, hizo que el corazón se me destrozase. Sin embargo, mi madre se mostró igual de regia que cualquier día, cuando estaba junto a mi padre.
-Lleváoslos de aquí -les ordenó el hombre, con desgana.
Nos taparon a todos la cabeza con trozos de tela negra y nos empujaron para que nos pusiéramos en marcha. Tras lo que parecieron horas andando, me quitaron el trozo de tela y tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a la poca luz que había en lo que parecían ser unas mazmorras. Las paredes eran de piedra y había antorchas en las paredes, no había ni una pizca de calidez entre esos muros. Añoré enormemente el castillo y mi habitación.
Mis hermanos se acercaron a mí, buscando calor. No había ni rastro de mi madre y Mihaela estaba en un rincón, apoyada en la pared. Parecía exhausta.
-¿Dónde está mamá? -musitó Orsolya.
Irina se había tapado la boca con ambas manos y sollozaba en silencio. Le cogí las manos y se las bajé lentamente, intentando ver el daño que le habían causado. Sus hombros se convulsionaban y, cuando se las bajé por completo, tuve que apretar los dientes con fuerza para no soltar un grito de rabia. El golpe que le habían propinado había conseguido partirle el labio y se había mordido la lengua.
Centré mi atención en mi hermana pequeña, que se había abrazado a sí misma y temblaba violentamente.
-No lo sé -respondí, en voz baja.
-Mihaela -la llamó Nicolae, llamando su atención-. Mihaela, ¿qué quieren estos hombres de nosotros? ¿Por qué nos tienen aquí?
Ella se giró un poco hacia nosotros.
-Estos hombres son monstruos -resolló-. Nosotros les dimos la vida y ellos nos lo pagan así... ¡Ojalá se pudran en el infierno!
La respuesta no pareció satisfacer a mi hermano, que se inclinó hacia ella, con los ojos atentos a cualquier movimiento.
-Pero, ¿quiénes son? -insistió.
-Dhampiros -musitó Irina, hablando por primera vez-. Hace un par de días que oí a Padre hablar con uno de sus hombres sobre un movimiento que parecía estar teniendo lugar en las zonas colindantes al castillo. Eran los dhampiros, que venían por nosotros.
-¿Por qué ahora? -se me escapó y todos me miraron fijamente.
Mihaela se encogió de hombros.
-No lo sé, queridos -respondió, con un tono abatido-. Hacía mucho tiempo que no oía hablar de estas criaturas, pensé que se habían quedado extintos. Siempre quisieron el poder de los vampiros, nos envidiaban.
No quería darle la razón a Mihaela sobre sus hipótesis que explicaban por qué los dhampiros habían regresado de nuevo de su destierro para intentar arrebatarnos todo el poder que teníamos. Pero debía haber algo que había provocado que hubieran decidido atacarnos ahora.
Abrí la boca para decir algo más, pero un sonido de una puerta oxidada al abrirse hizo que todos enmudeciéramos. Se oyeron unos pasos bajando y el mismo hombre, el líder dhampiro, que nos había ordenado que nos capturaran apareció al otro lado de las rejas. Lo fulminé con la mirada y mis hermanos sisearon; Irina, por el contrario, se movió un poco, procurando que ese hombre no reparara en ella.
El hombre nos dedicó una sardónica sonrisa.
-Creo que nos vamos a divertir mucho -comentó y le hizo un par de señas a los hombres que le habían acompañado para que nos cogieran.
Ninguno de nosotros pudimos hacer nada debido al reducido espacio en el que nos encontrábamos. El hombre que me había tocado para que me apresara me colocó unas pesadas cadenas sobre mis muñecas y, además, me tapó la boca con un trozo de tela negra. Hicieron lo mismo con el resto de mis hermanos.
El líder de los dhampiros me dedicó una heladora sonrisa al captar qué estaba observando.
-Son para evitar molestias -me explicó amablemente, dentro de lo que cabe-. He visto en el bosque cómo te lanzabas a morder a uno de mis chicos.
Me hubiera gustado responderle que no había tenido intención alguna de probar su apestosa sangre por nada del mundo, pero la mordaza que me habían colocado me impedía articular palabra. Únicamente pude fulminarle con la mirada, hecho que hizo que soltara una breve risotada.
-Vamos a ir a un sitio muy especial -les dijo a mis hermanos, con el tono que utilizaría si estuviera dirigiéndose a alguien estúpido-. Estoy seguro que os va a gustar. ¡En marcha!
Nos sacaron de la mazmorra sin muchas ceremonias. Tiraron de mí con brusquedad, provocando que me raspara contra la pared de piedra; incluso el dhampiro que se encargaba de conducirme hacia Dios sabía dónde se encargó de tocar más de la cuenta. Cuando una de sus asquerosas manos rozó mi pecho, me puse rígida y tiré un poco para mantener las distancias.
No iba a permitir que un sucio bastardo como ese hombre volviera a tocarme de esa forma tan... sucia y pervertida.
-Si no te matamos antes, tú y yo tendremos algo más que esto -me advirtió al oído.
Su voz destilaba odio y deseo a partes iguales. El vello se me erizó al entender a qué se refería y el corazón se me aceleró. Si ese hombre intentaba propasarse conmigo... lo cierto es que no tendría muchas oportunidades para deshacerme de él; los ojos me escocieron de pura impotencia al imaginarme junto a ese bruto, incapaz de hacer nada para defenderme.
Me dio un empujón para que entrara a una sala mucho más iluminada y repleta de distintos aparatos... de tortura. Los reconocí vagamente de algunos libros prohibidos que había conseguido robar de la biblioteca de Padre y que había leído con un gesto de horror. Miré frenéticamente a mis hermanos, que estaban igual de aterrados que yo.
Cuando me giré para observar más cosas de la sala, se me escapó un grito agónico: el cadáver de mi madre había sido colocado en una cruz de madera; tenía el camisón destrozado y empapado en sangre. Y eso sin contar con la cantidad de cortes que tenía su cuerpo... y su garganta. Tal y como había sucedido en mi mente, le habían abierto un profundo tajo en la garganta.
Gruñí de rabia e intenté liberarme de mi captor, que parecía estar disfrutando de todo aquello. Mis hermanos descubrieron el cadáver y se derrumbaron; tuvieron que obligarlos que se pusieran en pie y siguieran caminando hacia el centro de la sala, donde habían colocado cuatro postes de madera.
Alcé las manos dócilmente para que pudieran colocar las cadenas sobre el poste y mis hermanos me imitaron. El cadáver destrozado y maltratado de mamá nos observaba desde su cruz de madera y sus ojos sin vida nos observaban mientras nosotros intentábamos contener el llanto.
Miré a mi hermana Orsolya y oí que murmuraba:
-Anyu, anyu... ¡ANYU! -su lamento agónico y roto me perforaba los tímpanos y provocaba que mi corazón fuera deshaciéndose en miles de pedacitos.
Primero Padre, ahora Madre... ¿seríamos nosotros los siguientes? Habían conseguido capturarnos, habían asesinado a nuestros padres... nosotros sólo éramos unos niños; Orsolya ni siquiera había llegado a cumplir los ocho años. La brutalidad de estas criaturas no conocía límites.
Tragué saliva mientras el líder se paseaba por delante de nosotros, con su habitual sonrisa. Tenía ganas de arrancarle la tráquea de un mordisco y dejarle congelado ese mismo gesto en ese rostro para siempre.
Mis ganas de asesinar a ese hombre se vieron interrumpidas cuando entró en la sala el chico del bosque, el que me había mirado con un poco de lástima. Tenía los cabellos oscuros y ensortijados por la nuca; sus ojos de color ámbar se clavaron en los míos una fracción de segundo antes de posarse en la cara del hombre.
Él pareció enojado de encontrarlo allí.
-¡Nikodim! -dijo el hombre-. ¡Te dije que no bajaras aquí!
El chico, Nikodim, cuadró los hombros y adoptó un aire desafiante.
-Quiero estar aquí, padre -respondió-. Yo también tengo derecho de estar aquí. No puedes negármelo.
El hombre que se me había insinuado soltó una breve carcajada que se granjeó una mirada de aviso por parte del padre de Nikodim.
-Vamos, Pyotr -intervino-. Déjale al chico, ya tiene la edad suficiente para ver cómo debe hacerse con estas malditas sanguijuelas.
El líder, Pyotr, los evaluó con la mirada y se quedó unos instantes reflexionando sobre si debía o no dejar que su hijo estuviera presente.
Antes de que pudiera decir nada, no pude evitar exclamar:
-¡No somos sanguijuelas!
Todos se giraron hacia mí y me mantuve resuelta. No podía mostrar debilidad alguna delante de esos asesinos, no lo merecían. Quería que mi madre, estuviera donde estuviese, se sintiera orgullosa de mí. Me habían puesto mi nombre, Erzsébet, en honor a una antepasada de la familia Báthory, la primera vampiresa de ese linaje; era una costumbre la de poner ese nombre a la primogénita hija y mi madre había querido seguir la tradición.
-Zsóka -me suplicó mi hermano, que estaba a mi lado-. Zsóka, por favor, no digas nada más. No digas nada...
Una estruendosa carcajada procedente de Pyotr nos hizo enmudecer a todos; incluso sorprendió a su propio hijo, que me dirigió otra de sus habituales miradas cargadas de lástima. No podía creerme que un dhampiro pudiera sentir lástima por nosotros, no después de todo lo que nos habían hecho.
-Vaya, vaya. La pequeña colmillitos sabe hablar... -se burló, provocando que el hombre que estaba allí soltara otra risa.
Apreté los dientes con fuerza, ordenándome mentalmente a quedarme en silencio. Miré el cadáver de mamá de nuevo y sentí un escalofrío. ¿Terminaríamos todos así? Después de matarnos, ¿nos exhibirían como meros trofeos de guerra? No quería derramar ni una sola lágrima delante de esos hombres, pero cada vez me costaba más mantener mi control sobre mis emociones.
-¿Por cuál de todos estos empezamos? -inquirió el hombre.
Pyotr y su hijo nos observaron a todos, como si fuéramos meros animales que hay que sacrificar. Descripción que se acercaba peligrosamente a la imagen que tenían ellos de nosotros.
-Dejemos a la muchachita bocazas la última -propuso el hombre-. Me gustaría que probara algo antes de morir.
Pyotr se echó a reír entre dientes, pero Nikodim puso cara de asco ante la insinuación del dhampiro que había intentado tocarme mientras nos conducía hasta allí.
-Calma, Viktor -ordenó Pyotr-. Habrá tiempo para todo.
Los dos hombres nos estudiaron y mis hermanos se echaron a temblar. Una única pregunta ocupaba nuestra mente: ¿quién de nosotros iba a ser el siguiente? Mi mente formuló algunas más: ¿utilizarían las mismas torturas y actos atroces que habían usado con nuestra madre? ¿Qué sería de nosotros? ¿Acaso no existía un Dios que cuidaba de gente como nosotros? Nuestra familia jamás le había hecho daño a nadie, nos alimentábamos de gente que se ofrecía voluntariamente a ello.
Me quedé paraliza al escuchar las palabras que pronunció Viktor sin una pizca de vergüenza:
-Empecemos por la niñita de los cabellos pelirrojos -se refería a Irina. Mi dulce y pequeña hermana Irina.
La mera idea de que ese hombre, o cualquiera de los otros, le pusiera un simple dedo encima me ponía enferma. Viktor se acercó al poste donde estaba mi hermana menor y la agarró por el pelo, haciendo que levantara la cabeza; Irina dejó escapar un chillido de dolor y sus ojos se abrieron de golpe de puro terror.
Pyotr se cruzó de brazos.
-Lárgate de aquí, hijo -le espetó a Nikodim-. Esto no es algo que estés preparado para ver.
Él intentó responderle, pero su padre lo cogió por el hombro y lo sacó a empujones de la sala. Antes de que se marchara quería que supiera que no iba a descansar hasta que no los viera a todos muertos por todo el daño que habían causado a mi familia; con todas mis fuerzas grité:
-¡Juro que me vengaré de todos vosotros! Y tú, pequeño dhampiro, tú y todos los tuyos sufriréis por lo que nos habéis hecho.
Nikodim me dirigió una mirada asustada y su padre terminó de sacarlo de la sala. Esperaba que no se le olvidaran mis palabras y, algo me decía, que ese chico se las había aprendido de memoria.
Viktor me propinó una bofetada y mi hermano intentó morderle, sin éxito. Sentí la fuerza del golpe y el sabor de mi propia sangre en la boca. No me amedrentó.
-Prosigamos -comentó Pyotr, sin emoción alguna.
Viktor liberó del poste a Irina y la condujo hacia una de las paredes que tenía grilletes fijados en ella. Mi hermana gemía y suplicaba que no había hecho nada malo y que haría cualquier cosa para ganarse un perdón que no entendía aún por qué debía ganárselo.
La encadenaron contra la pared y la dejaron sollozando ahí, sin tan siquiera hacer nada. Viktor le dirigió una mirada a Pyotr, como si estuviera pidiéndole permiso para hacer algo, y éste asintió. Cuando el hombre empezó a toquitear su cinturón, caí en la cuenta de lo que quería hacer. Empecé a revolverme mientras Irina miraba con horror a Viktor, que había logrado deshacerse del cinturón y se había acercado demasiado a mi hermana menor.
-¡NO! -vociferé, haciéndome daño en la garganta-. ¡NO! ¡APARTAOS DE ELLA, MONSTRUO!
Las cadenas reducían mi movilidad y era incapaz de deshacerme de ellas para ir hasta donde se encontraba mi hermana y liberarla de las garras de ese animal. Viktor giró un poco la cabeza para que viera que sonreía con maldad, disfrutando de mi sufrimiento. Irina sollozó y cerró los ojos, rindiéndose a su destino.
Me mordí el labio con fuerza cuando Viktor la embistió por primera vez, Irina dejó escapar un gemido de dolor y se mantuvo firme. Sentí náuseas cuando aquel hombre siguió mancillando a mi hermana menor ante la mirada impotente de sus hermanos. Nicolae rechinó los dientes y le gritó auténticas barbaridades a un concentrado Viktor que no nos hacía ningún caso.
Al final tuve que cerrar los ojos para contener las náuseas mientras se grababan en mi mente los gritos y las súplicas de Irina, incapaz de poder seguir aguantando tanta brutalidad y dolor. Cuando el dhampiro terminó con Irina, se apartó un poco para que pudiéramos verla llena de sangre, sudor y lágrimas; estaba pálida y temblaba tanto que me temía que no pudiera aguantar mucho más en pie.
Pyotr se acercó a la pared donde había multitud de armas y cogió un hacha de aspecto imponente. Se acercó a Irina y, en un parpadeó, descargó el filo del arma contra el cuello de mi hermana; su cabeza se separó del cuerpo y cayó pesadamente sobre el suelo. Orsolya profirió un chillido agónico de dolor y yo también grité.
No podía creerlo. Sinceramente, todo aquello me superaba. No podía creerme que ayer hubiéramos estado jugando en el jardín y que ahora... ahora mi hermana hubiera muerto de aquella forma tan horrible.
Volví a removerme, provocando que me rozaran las muñecas y me hicieran daño. Pyotr y Viktor estaban degustando todo nuestro sufrimiento y dolor.
El siguiente fue Nicolae. Con él decidieron divertirse un poco y lo encadenaron a un instrumento que tenía una enorme palanca; Viktor empezó a girarla, provocando que las extremidades de Nicolae comenzaran a estirarse. Los gritos de dolor de mi hermano se instalaron en mi corazón, junto a los alaridos que había proferido Irina al ser violada y al lado de la sensación de haberle fallado a todos.
-¿Has visto, Viktor? -comentó con auténtico interés Pyotr-. Tiene muchísima más resistencia que cualquier humano. Es sumamente emocionante ver cómo un vampiro tan joven puede aguantar tanto tiempo sin acabar descuartizado.
La rueda siguió girando y mi hermano continuó gritando de dolor mientras sus extremidades iban expandiéndose hasta que se oyó un horrible y escalofriante crujido que no podía significar nada bueno. Grité junto a mi hermana, la única que me quedaba, cuando, al girar de nuevo la rueda Viktor, los brazos y piernas de Nicolae se separaron del cuerpo. Sin embargo, seguía vivo: los vampiros teníamos una gran resistencia y, si alguien quería acabar con nosotros, debían decapitarnos, prendernos fuego o dejarnos desangrarnos.
Pyotr hizo una seña.
-Y, ahora, continuemos con la cabeza.
Aquello fue más rápido que lo anterior. Con un par de giros, Viktor consiguió separar la cabeza de Nicolae de su cuerpo. Miré a Orsolya y me pregunté qué le harían a ella; quizá tuvieran sentimientos y perdonaran la vida a una niña como lo era ella. Era incapaz de creer que tuvieran tan pocos escrúpulos de asesinar a una niña como Orsolya; aunque es que tampoco hubieran tenido muchos reparos con mis hermanos...
Desvié la mirada de los cadáveres de Irina y Nicolae pero, mirara donde mirara, todo estaba lleno de muerte.
-Nos estamos acercando al final, preciosa -me dijo Viktor-. Y créeme cuando te digo que ansío verte gritar, como tu hermana pequeña... Aunque contigo no voy a ser tan cuidadoso.
Le escupí y conseguí darle en una de las mejillas. Pyotr me miraba con curiosidad y Viktor... su cara me demostraba que, de haber estado a solas, hubiera acabado suplicándole que me matara.
Tragué saliva y noté cómo se me pegaba el pelo en las mejillas debido a las lágrimas. En cuanto al camisón que llevaba, debido al sudor y la suciedad... estaba casi destrozado. Una vista complaciente para Viktor, supuse.
-Pasemos a la siguiente -anunció y se encargó personalmente de llevar a una sollozante y suplicante Orsolya hacia una improvisada pira que estaba cerca de mí.
La ató al poste que había y se apartó un poco, admirando la obra en su conjunto. Mi hermana no paraba de llorar y las lágrimas caían en abundancia por sus mejillas. Sentí las mías y la miré fijamente; quería liberarme de las cadenas, correr y liberarla. Quería consolarla y asegurarle que todo iba a ir bien.
Pero no podía moverme. Estaba paralizada.
Orsolya clavó sus ojillos en los míos. Era una mirada de súplica silenciosa.
Me partió el corazón.
-¡Zsóka! -me gritó, con la voz ronca-. ¡Zsóka, ayúdame! Ayúdame, hermana... ¡Por favor!
Sin embargo, no había nada que yo pudiera hacer. Aquel era nuestro último día y ni siquiera había tenido oportunidad de despedirme de ellos de la manera que hubiera querido; nuestro padre había muerto intentando salvar el castillo e intentando protegernos las espaldas para que consiguiéramos huir; nuestra madre había muerto intentando protegernos y nuestros hermanos y nosotras íbamos a morir por el mero hecho de ser lo que éramos.
Las palabras que pronuncié fueron las más difíciles que había llegado a decir en toda mi vida:
-¡Sé fuerte, Orsolya! Sé fuerte... ¡Te quiero!
-Basta de tanta palabrería, me pone enfermo -nos cortó Pyotr, que había aparecido con una de las antorchas en la mano.
Con un simple gesto, la soltó sobre la pira, provocando que todo comenzara a arder. Las llamas cubrieron el cuerpecito de Orsolya y los alaridos de dolor llenaron toda la habitación. No había sido testigo de la muerte de nuestra madre, pero cada una de las muertes de mis hermanos había sido peor que la anterior. No quería ni imaginarme lo que me esperaba a mí.
Cerré los ojos, tal y como había hecho al no poder seguir soportando los gritos agónicos de mi hermana menor. Mi cuerpo no pudo más con todo mi peso y me dejé caer sobre el suelo, sollozando. No quería ver el cuerpo carbonizado de mi hermana y tampoco la satisfacción pintada en los rostros de aquellos dos monstruos.
Unas manos me sujetaron por los brazos y de un tirón me pusieron en pie. Abrí los ojos y contemplé el rostro de Viktor, que me sonreía cruelmente.
-Es tu turno.
Me liberó del poste y me abalancé sobre él, enseñándole los colmillos y clavándoselos en el cuello, que era la zona que tenía más cerca. Viktor aulló de sorpresa y dolor y me apartó de un empujón, consiguiendo que le rasgara parte del cuello. Me soltó otra bofetada y caí sobre el suelo; tenía sangre de dhampiro en la boca y sentí como las fuerzas iban renovándose. Pero eso no cambiaba el hecho de que ellos eran dos y yo solamente era una.
-Maldita puta -me maldijo Viktor, taponándose la herida.
Siseé y retrocedí hacia la pared mientras esos dos me cerraban el paso. Mis ojos se movían frenéticos por toda la sala, buscando algún punto de escape. No hallé ninguno y sentí que la poca esperanza que había conseguido al beber la sangre de aquel dhampiro se apagara casi por completo.
En aquel momento se abrió la puerta de golpe y entraron en la sala varios hombres que reconocí vagamente como pertenecientes a la Orden del Dragón: todos ellos vestían ropas carmesís y llevaban el blasón de un dragón sobre el pecho. Nos rodearon y obligaron a que Pyotr y Viktor se olvidaran instantáneamente de mí para centrarse en aquella horda de vampiros que habían conseguido colarse allí.
El primero en caer fue Viktor y no pude evitar sentirme pletórica cuando vi caer su cuerpo sobre el suelo, muerto. Le siguió Pyotr, que fue mucho más complicado de abatir que su compañero; peleó con fiereza antes de que consiguieran acabar con él.
Cuando hubieron acabado con la amenaza, uno de los caballeros-vampiro se me acercó y me tendió una mano. Era joven, quizá rondaría los dieciocho, y tenía los cabellos rubios oscuros; sus ojos verdes me observaban con una mezcla de auténtica preocupación y lástima. Miré la mano durante unos segundos antes de aceptarla.
-Princesa Erzsébet -murmuró, haciendo una pronunciada reverencia-. Es milagro y una celebración para todos nosotros encontrarla con vida...
Mi mirada se desvió hacia los cuerpos de mi familia. Sentía un peso en el corazón al comprender que era la única superviviente de mi familia; la última Dracul, puesto que no sabía si mi hermano Miklós estaba con vida o no.
Tuve que parpadear varias veces para mantener a raya las lágrimas. Al ser la última Dracul me convertía automáticamente en la soberana de todos los vampiros, un puesto para el que no había sido preparada y en el que nunca me imaginé que pudiera verme inmersa.
-¿Y... y mi hermano? -pregunté con esfuerzo.
El vampiro me miró como si no comprendiera mis palabras. Vi que miraba de reojo el cadáver de Nicolae y negué varias veces con la cabeza, dándole a entender que no me refería a ese hermano exactamente.
Otro vampiro se adelantó y me miró con pesar.
-No tenemos noticia alguna del príncipe Miklós, Alteza. No sabemos si consiguió escapar o si... o si los dhampiros consiguieron acabar también con él.
«No sabemos si consiguió escapar». Había muchas probabilidades de que hubiera logrado huir y que se encontrara en aquellos precisos instantes en otro sitio. ¿Y si había decidido regresar a Hungría para visitar a la familia de Madre?
-Tenemos que encontrarlo -dije, con resolución-. Debemos encontrarle. Miklós es el verdadero rey, es él quien debería ocupar el lugar de nuestro padre. No yo.
Los caballeros de la Orden del Dragón se miraron entre ellos con escepticismo. En sus rostros podía ver la duda sobre si mi hermano aún seguía vivo, muchos de ellos creían que no y que yo era la última de mi estirpe que quedaba.
El vampiro que me había tendido la mano me miró con severidad.
-Haremos lo que esté en nuestra mano, Alteza -me aseguró y, por muy tonto que parezca, le creí-. Pero antes debemos ponerla a salvo.
Salimos de aquella sala de torturas y no miré hacia atrás. Me sacaron de la casa donde nos habían encerrado y regresamos al castillo, que había sufrido daños considerables; me condujeron allí a mi habitación, que había resultado intacta después del ataque, y me dejaron sobre la cama.
El único que se quedó conmigo fue el vampiro que me había asegurado que haría todo lo posible por encontrar a Miklós. Mi salvador, pensé.
-¿Necesitáis algo, Alteza? -preguntó, escrutándome con la mirada.
Quería responderle que lo único que quería en aquellos momentos era hundirme en mi dolor, pero no lo dije en voz alta. Ahora que había ocupado provisionalmente el lugar de mi hermano a la cabeza de la casi inexistente familia Dracul tenía que ser fuerte, no podía permitirme llorar. Aún no.
Negué con la cabeza.
Antes tenía que saber algo...
-Mi padre... -empecé.
El vampiro negó con la cabeza una sola vez.
-Defendió el castillo de los dhampiros, pero no logró sobrevivir, mi señora -me contó y noté que verdaderamente le dolía la pérdida de mi padre-. Él... -titubeó antes de seguir hablando- él hubiera estado orgulloso de usted.
Abandonó la habitación sin decir nada más y me permití cerrar los ojos. Todo lo que había sucedido aquella noche se repitió en mi cabeza, una y otra vez sin darme ningún tipo de tregua. Las lágrimas corrieron por mis mejillas y me pregunté por qué yo. ¿Por qué había sido yo la única que había sobrevivido? Cualquiera de mis hermanos hubiera merecido esa salvación más que yo.
No pude seguir ahondando más en mi dolor porque un grupo de vampiros volvió a irrumpir en mi habitación, obligándome a abrir los ojos. Se trataba de un variopinto grupo de vampiros con túnicas de un color borgoña: eran el Consejo de la Orden del Dragón.
Un vampiro anciano se me acercó y me tomó por las manos. Al igual que el otro vampiro, a quien se me había olvidado preguntar su nombre, me miró con una honda tristeza, como si compartiera mi misma pérdida y dolor.
-Alteza -dijo-, hemos conseguido repeler el primer ataque dhampírico que hemos sufrido tras muchos años de paz. Esta victoria se ha llevado a mucho de los nuestros, incluyendo a su familia, y creemos que lo más seguro para usted, por el momento, es que desaparezca.
Me erguí en la cama y lo miré con atención. ¿Desaparecer? ¿Cómo iba a desaparecer? ¡Tenía que encontrar a mi hermano! Abrí la boca para decírselo, pero alzó una mano que me hizo que enmudeciera y no pudiera decir ni una palabra.
-Entiendo que vuestra principal preocupación ahora es buscar a un hermano que no sabéis si está vivo o no pero nosotros velamos por su seguridad y hemos llegado a esta conclusión: desaparecerá hasta que llegue el momento y se enfrentará a los dhampiros.
-¿Cómo pretendéis que desaparezca? -me atreví a preguntar.
El anciano miró a sus compañeros, esperando su aprobación para lo que iba a desvelarme.
-Deberéis entrar en hibernación, Alteza -dijo, muy serio-. Nosotros os protegeremos mientras vos estéis en ese estado.
Hibernar, para nosotros, era igual que si estuviéramos en coma: seguíamos vivos, pero sin dar muchas más señales. Para ello se nos debía clavar una estaca y, hasta que no se retirara, no podríamos despertar.
Miré a todos los presentes, digiriendo la cantidad de información y lo que había sucedido aquella noche. ¿Qué debía hacer? No estaba preparada para tomar este tipo de decisiones, no había sido instruida para ello.
Solté un diminuto suspiro.
-Está bien -acepté.
Bajamos hacia el sótano del castillo, donde nos esperaban un grupo de personas con todo lo necesario ya preparado. Miré el ataúd donde iba a ser confinada durante no sabía cuánto tiempo y cogí aire. Mientras estuviera hibernando no tendría el problema de lidiar con lo sucedido aquella noche. Podría descansar y calmarme, que era lo que más necesitaba en aquellos momentos.
Dirigí una breve mirada a todos los presentes antes de meterme en el ataúd, que resultó ser bastante cómodo y aguardé hasta que apareció el mismo anciano con una estaca entre las manos. Me miró, como si estuviera pidiéndome permiso, y yo asentí, cerrando los ojos.
Cuando la estaca entró en contacto con mi cuerpo, sentí alivio. Sé que sonaba egoísta, pero aquella decisión me daba un breve período de tiempo para poder pasar el duelo por toda mi familia y conseguir un buen plan para poder vengarlos.
Esperaba que, mientras estuviera en ese estado, no tuviera pesadillas, aunque los gritos de mis hermanos antes de morir me acompañaron hasta que el anciano introdujo más la estaca, sumiéndome en la oscuridad.
Una oscuridad de la que no sabía cuándo podría salir de ella.
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