IX. Sangre y lágrimas.
André parecía encantado de que hubiera recibido de aquella manera tan afectuosa a su familia. Eso, o parecía estar pletórico de que pudiera seguir comportándose como si él fuera el heredero al trono. Sin embargo, aquellas dos mujeres no eran culpables de la maldad que residía en André y parecían apreciarme de verdad. Incluso me resultaban agradables.
Era como si hubiera recuperado a mi familia.
Dejé que, tanto Jezebel y Delphina, me trataran con más familiaridad que la que debía permitirse y me dejé llevar. Si cerraba los ojos y me olvidaba de todo, era como si hubiera regresado a casa; Delphina siempre estaba charlando sobre cualquier cosa con tal de que no hubiera ni un solo silencio. Jezebel, por el contrario, parecía haberme adoptado como a una hija más. Mi corazón destrozado agradecía aquella muestra de cariño fraternal que tanto había anhelado y me entregaba a ellas con la misma veneración que con mi auténtica familia.
Parecía haberme vuelto una chiquilla que disfrutaba de las atenciones de su familia y no era capaz de pensar con objetividad.
-Podríamos salir de compras en alguna ocasión, Erzsébet –me propuso Delphina mientras caminábamos con los brazos entrelazados por los pasillos.
Aún no lo habíamos comunicado oficialmente, pero André había empezado a dar órdenes para que los preparativos de la boda estuvieran en marcha de inmediato ante el poco tiempo que quedaba hasta su celebración. Todo el edificio bullía de energía y podían verse por todos los rincones doncellas y vampiros que iban de un lado hacia otro, cumpliendo los encargos que se les ordenaban.
Victoria, pese a mi desgracia, nos seguía a una distancia prudente. Dentro de poco tendríamos nuestra primera clase y estaba dilatando todo lo posible su llegada; me reuniría con Vladimir más tarde para empezar con mis clases particulares urgentes para mi inminente coronación. Quería estar más que preparada para cuando llegara la ocasión.
Sonreí a Delphina con cariño.
-Me encantaría –acepté-. Con tal de salir de este sitio… -Delphina se echó a reír ante mi comentario y me dio un apretón amistoso.
A pesar de que habían llegado un par de horas antes, Delphina no se había separado de mí ni un solo minuto. Sus comentarios me hacían reír y me contaba anécdotas sobre los lugares que había visitado recientemente; me había hecho desear visitar Italia y quería ver con mis propios ojos París. La presencia de Delphina a mi lado suplía la falta de Anya y me ayudaba a estar más… en calma.
Jezebel se había marchado con André para ayudarle con todos los preparativos y nos habían dejado solas y sin saber qué hacer para matar el tiempo. Así que habíamos optado por pasearnos por las distintas plantas del edificio mientras sentíamos a nuestra espalda la silenciosa presencia de Victoria, que no había abierto aún la boca y se había granjeado una mirada de puro desagrado por parte de la madre de André. Aquello hizo que me cayera muchísimo mejor.
Delphina me pellizcó con suavidad el brazo y me indicó con el dedo índice que me acercara más a ella. Cuando quedamos a poca distancia, Delphina cubrió su boca con la mano para evitar que nos escucharan.
-¿Siempre tienes a esa vampira siguiéndote a todos lados? –me preguntó con fastidio y yo asentí-. No entiendo cómo puedes tener tanta paciencia… A mí me está poniendo de los nervios, si te soy sincera.
Se me escapó una risita.
-Fue idea de André –le expliqué en voz baja.
Delphine soltó un bufido nada femenino que me hizo sonreír con muchas más ganas.
A pesar de mis recelos iniciales, la presencia de aquellas dos vampiras iba a convertir mis días en algo más divertido y alejado de la continua monotonía que tenía todos los días. Además, estaba empezando a tomarles cariño.
-Tendré que hablar seriamente con mi hermano sobre las mujeres que deben ayudarte, Erzsébet –me prometió-. Esa mujer no me da buena espina. ¿Has visto cómo mira a los hombres con los que se cruza? Es indecente.
Seguimos recorriendo el edificio cuchicheando sobre Victoria y sobre cómo habría conseguido ocupar una posición tan destacada dentro de la sociedad de nobles de los vampiros. Me sentía relajada en compañía de Delphina, pero no de la misma forma fascinante que había sentido al conocer a André; eso me demostraba que Delphina no tenía una persuasión tan fuerte como la de su hermano.
Nos reunimos con el resto de invitados en el comedor. Había aumentado el número y la mesa que antes parecía tan vacía se había ido llenando considerablemente; le pedí a Delphina que se sentara a mi lado y Victoria ocupó el otro asiento que quedaba libre a mi izquierda.
André se levantó y todos nos quedamos en silencio, aguardando a que pronunciara su discurso y pudieran empezar a servir la comida.
-Os agradezco que hayáis podido venir de manera tan repentina, amigos –empezó y esbozó su sonrisa torcida-. Pero os prometo que es por una buena razón: la princesa y yo hemos decidido adelantar la boda. Estamos deseando casarnos y, por ello, lo hemos decidido así.
»Espero que esto no suponga ningún problema para vosotros, queridos amigos –finalizó con una mirada cargada de su poder de persuasión.
Todos los invitados, incluidas Jezebel y Delphina, empezaron a murmurar que les parecía una idea maravillosa que hubiéramos decidido adelantar las cosas; incluso más de uno se conmovió ante la emotiva estampa que suponía que nosotros dos estuviéramos tan… enamorados.
No podía aguantar que pensaran que de verdad estábamos enamorados el uno del otro, pero lo estaba haciendo por mi pueblo. Por ellos.
El servicio entró entonces en el comedor, trayendo consigo grandes bandejas de plata que estaban cubiertas para mantener el calor. Las dispusieron sobre la mesa y se marcharon por donde habían venido en silencio y con la cabeza gacha.
Delphina se inclinó hacia mí, haciendo caso omiso a Victoria, y comenzó a hablarme de su prometido, quien no iba a tardar en viajar hacia Londres para poder estar presente en la celebración. Me sorprendió que hablara de él con tanta… admiración. Incluso con amor.
Yo no podía entenderlo porque no estaba enamorada de su hermano y nuestro compromiso había sido fruto de sus malas artes. Sin embargo, la envidié profundamente cuando sus ojos se iluminaron al hablar de Françoise, su prometido, un vampiro que había conocido en París y que había logrado conquistarla en muy poco tiempo. Me contó las miles de citas que habían tenido y cómo se había sentido la primera vez que se habían besado, que se había visto superada tras haberle pedido que se convirtiera en su esposa.
Me empapé de cada detalle y de su tono, envidiándola profundamente y preguntándome cómo habrían sido las cosas para mí de haber estado en otras circunstancias. Quizá hubiera conocido a alguien como Françoise y solamente hubiera tenido que preocuparme por elegir qué ropa iba a llevar para mi próxima cita.
Nunca podría saberlo porque nunca había tenido esa oportunidad.
Parpadeé para retener las lágrimas y mastiqué en silencio, mientras Delphine había decidido cambiar de tema a uno mucho más trivial y varios comensales más se habían unido a la conversación.
Nada más terminar, me disculpé y salí de allí procurando mantener un ritmo normal para que nadie sospechara que me sucedía algo. Cerré la puerta a mis espaldas y eché a andar por el desértico pasillo mientras me dirigía hacia mi habitación. Por el camino me topé con el cabello oscuro de Anya y se me escapó un gruñido de enfado. ¿Dónde demonios había estado cuando más la había necesitado? Ella se giró hacia mí, sobresaltada por mi presencia.
Sus ojos castaños se abrieron de golpe al reconocerme.
-¿Zsóka? –se cercioró, dubitativa.
Recorrí el espacio que nos distanciaba y la observé con el ceño fruncido. En su rostro había signos de evidente cansancio y sus ojeras estaban más marcadas, además de oscuras sobre su rostro pálido.
Entonces estallé.
-¿Se puede saber dónde te habías metido? –le espeté con resentimiento-. ¡Te he estado buscando durante días! Te he necesitado y tú no estabas, Anya. Me siento… decepcionada.
Una sombra de dolor cruzó su rostro. Parecía arrepentida de haberme dejado sola durante tantos días sin tan siquiera avisarme.
-Vladimir me hizo un… encargo –me explicó y sus ojos no paraban de moverse de un lado a otro-. Fue imprevisto y por eso no pude decirte nada. Tienes que creerme, por favor –me suplicó.
Desvié la mirada y me mordí el labio. ¿Qué era lo que podría haberle pedido Vladimir que hubiera sido tan importante? ¿Me lo diría, acaso? La había necesitado y no había estado allí. Me estaba ocultando cosas. ¿Quién sería realmente Anya? ¿Me consideraría una amiga o estaría burlándose de mí, buscando mi favor?
El único que había parecido sincero era Luka.
-No sé qué hacer –le confesé en un susurro. Me sentía perdida-. Te he echado tanto en falta… Creo que necesito algo de tiempo para poner en orden mis ideas. Han sucedido tantas cosas desde que te has ido…
No me siguió cuando me separé de ella y me dirigí hacia dormitorio. Me dolió que no hiciera nada por detenerme y que me demostrara que realmente le importaba nuestra amistad, aunque fuera un poco.
Me sequé las lágrimas que se me escapaban y corrían por mis mejillas antes de entrar a mi habitación y encontrarme con Luka allí dentro, esperándome sobre el escritorio con el ceño fruncido. Mis manos se movieron hacia mis mejillas de manera automática, comprobando que no estuvieran húmedas.
-Luka –lo saludé, pero no me acerqué.
-Erzsébet –me devolvió el saludo y él sí que comenzó a moverse hacia mí-. He venido porque he avisado a mis hombres. Están listos para cuando nos des la señal. Tú decides.
La idea de salir a cazar aquellos dhampiros y matarlos me animó bastante. Necesitaba despejarme y dejar de pensar durante un buen rato; cuando estuviera delante de aquellas dos criaturas me movería por puro instinto, sin pensar en nada.
Necesitaba hacerlo de inmediato.
-Esta noche –sentencié-. Quiero que sea esta misma noche.
Estaba ansiosa por ello. Luka asintió en conformidad a mi orden; se quedó observándome durante unos momentos y sus ojos se pusieron vidriosos cuando eliminó el poco espacio que nos separaba. Su cercanía hacía que su olor me rodeara por completo, impidiéndome pensar con claridad. Y, en este caso, no tenía nada que ver con su poder de persuasión, sino con la fascinación que despertaba en mí. Y que se remontaba al mismo momento en el que me tendió la mano en aquella cámara de tortura para sacarme de allí.
Sus pulgares acariciaron mis mejillas con suavidad y yo retuve un suspiro a duras penas.
-Has estado llorando… -murmuró él con preocupación.
Era la primera vez que me tocaba y mi piel se calentó en los puntos exactos donde él mantenía sus pulgares. Debía sentir un miedo irracional a que alguien me tocara de aquella forma, que sacara de nuevo a flote los recuerdos que había tratado de sepultar pero que siempre me instigaban cuando bajaba la guardia, pero no sentía nada de eso… Lo cierto era que me gustaba. Me gustaba sentir el contacto de su piel contra la mía.
Se me aceleró la respiración cuando su rostro se inclinó hacia el mío y sus ojos verdes me abrasaron como si alguien me hubiera prendido fuego.
-¿Ha pasado algo? –se interesó, con auténtica preocupación-. Si ha sido André…
Negué con la cabeza varias veces y contuve las ganas de sonreír al escucharlo. Me sentía muy afortunada de que alguien como Luka se preocupara tanto por mí… Era como si pudiera olvidarme durante unos instantes que estaba prometida con un monstruo que me chantajeaba y utilizaba como si fuera un simple juguete.
-Son tantas cosas –musité y de nuevo aparecieron las ganas de echarme a llorar-. Aún no he superado la pérdida de toda mi familia y ya he tenido que comprometerme con un hombre horrible… un hombre que me ve como un simple instrumento y no me valora lo suficiente.
»Le gusta tenerme controlada a todas horas y tengo miedo de que me quite a los pocos amigos que he conseguido hacer aquí. Sé que busca dejarme sola y a su merced. Estoy atemorizada de lo que se avecina… De que haya decidido adelantar la boda. No estoy preparada para casarme con él y para cumplir con las responsabilidades que eso conlleva.
Los ojos verdes de Luka se dulcificaron y me observaron con ternura. Era la primera vez que hablaba del tema con alguien en voz alta y consiguió hacer que se deshiciera el nudo que se me había formado en la garganta; no quería a André, lo detestaba profundamente, pero no tenía vía de escape. El vampiro había sido bastante claro al respecto: cualquier paso en falso y todo el mundo se pondría en mi contra. André podía usar su persuasión para hacerlo y yo no tenía las armas necesarias para defenderme.
No tenía otra opción.
-Recuerdo cuando eras más pequeña –me contó Luka, con una sonrisa nostálgica-. Tú apenas me recordarás porque empecé con mi entrenamiento desde muy joven, pero te observaba cuando salíamos por los jardines del castillo. Siempre estabas riéndote de algo y jugabas con tus hermanos mientras vuestra niñera os perseguía –no pude contener una sonrisa al recordar a Mihaela y mis hermanos jugando en los terrenos del castillo-. Parecías ser… feliz. Sin preocupaciones. Pero, en el fondo, sabía que eras fuerte y me lo demostraste aquella noche, cuando conseguimos rescatarte.
»Me gustaría verte sacar esa vena luchadora de nuevo, Erzsébet. Porque realmente lo eres. Siempre lo he sabido.
No tuve oportunidad de agradecerle lo que había dicho porque alguien empezó a llamar con insistencia a la puerta. Luka se separó de mi lado y yo lo observé en silencio antes de aclararme la garganta y pedir que pasara quienquiera que fuera la persona que estaba al otro lado.
El rostro pálido de Victoria se asomó por la puerta y nos estudió a ambos con un brillo calculador. Al igual que Annette, sospeché, estaba valorando cómo podía usar aquella información que a André no iba a hacerle ninguna gracia cuando se enterara.
-Ah, Victoria –suspiré con fingido cansancio-. Lord Hodges estaba informándome de las nuevas incorporaciones a mi equipo de seguridad. Le he pedido que aumente los hombres para que André no se sienta tan preocupado por ella.
Victoria siguió observándonos con cautela hasta que entró dentro de la habitación e hizo una reverencia. Miré a Luka y le sonreí con afecto antes de componer mi máscara de indiferencia.
Le hice un gesto a Luka y él se marchó en silencio, dejándome a solas con la vampira. Victoria se irguió y me dedicó una media sonrisa.
-El Conde me ha pedido que empecemos con algo sencillo –comenzó a hablar y adoptó un aire instructor-. Quizá deberíamos hablar en primer lugar sobre las responsabilidades que conlleva el matrimonio, Alteza –propuso.
Tragué saliva y me recoloqué en mi silla mientras Victoria se acercaba un poco más hacia mí.
-No creo que eso sea necesario, Victoria –respondí-. Mi madre ya me explicó todo lo que una esposa debe hacer respecto al hogar…
-Quizá entonces debamos hablar un poco sobre la noche de bodas y lo que sucederá –probó de nuevo Victoria y yo solté un leve bufido-. Sé que es un tema bastante delicado, pero la concepción ha cambiado con el paso del tiempo y todo este asunto se ha vuelto más… liberal.
Empezó entonces con su discurso sobre lo que debía esperar de mi noche de bodas y en lo que iba a consistir. Se me erizó el vello al escucharla hablar con tanta naturalidad sobre lo que André querría de mí esa noche y lo que buscaría en las sucesivas noches después de aquélla; me explicó que mi deber, aparte de gobernar, era la de darle hijos a André.
De darle un heredero.
En ese punto de la conversación tenía el estómago revuelto y las náuseas se habían vuelto algo insoportable. Victoria seguía con su monólogo, paseándose delante de mí y cogiendo más confianza en sí misma conforme seguía hablando. Me dio la sensación que era una entendida del tema y no por el hecho de haber logrado ser una esposa obediente. Delphina tenía razón en una cosa: aquella mujer estaba obcecada con cualquier vampiro que se le cruzara en su camino.
Cuando terminó con su charla, le pedí educadamente que me dejara unos instantes a solas para poder asimilar toda la información que me había proporcionado; esbozó una sonrisa satisfecha y salió de la habitación en silencio. Ya sola, me pregunté cómo demonios podría burlar la noche de bodas sin tener que hacer lo que Victoria me había explicado con demasiado detalle, para mi gusto.
No bajé a cenar alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza y nadie me molestó mientras me cambiaba de ropa y sustituía lo que llevaba por un ajustado traje negro que destacaba más de mi figura que si estuviera desnuda. Luka me había mandado un mensaje pidiéndome que permaneciera en la habitación hasta que él viniera a buscarme para poder salir de allí.
La conversación que había mantenido sobre Victoria seguía dándome vueltas en la cabeza, pero la emoción de salir a asesinar dhampiros había conseguido aplacar aquel enrevesado monólogo que me había dado Victoria sobre las responsabilidades de las mujeres con sus respectivos maridos.
A la una de la madrugada oí el suave repiqueteo de alguien que llamaba a la puerta. Me puse en pie de un salto y corrí a abrir la puerta; Luka me esperaba al otro lado y también llevaba un uniforme muy parecido al mío. Sin embargo, él llevaba una capa granate sobre los hombros con el blasón de la Orden del Dragón. Me tendió la mano y la cogí sin dudar mientras salía de la habitación y cerraba la puerta a mi espalda.
-Mis hombres nos esperan en la segunda planta del garaje –me informó Luka en un susurro mientras recorríamos los oscuros pasillos-. Llevaremos dos coches y tú vendrás conmigo. No quiero que te separes de mí en ningún momento a excepción de que yo te lo diga. ¿Lo harás? –me preguntó, dubitativo.
Cabeceé.
-Lo haré. Te lo prometo.
Cogimos el ascensor y bajamos hacia una zona del garaje que aún no había visto. Estaba lleno de furgones y todoterrenos de color negro y con cristales tintados; dos de ellos estaban ya en marcha, listos para salir.
Luka me abrió la puerta del copiloto y esperó pacientemente a que me subiera para que cerrara la puerta y ocupara el asiento del conductor. Detrás de nosotros podía oír los murmullos emocionados de los vampiros que iban a acompañarnos. Me sorprendí al descubrir que compartía la misma emoción por hacerlo.
Luka arrancó el vehículo y salimos del garaje en el más completo silencio. El vampiro me había informado que habían conseguido ubicar el domicilio de ambos dhampiros y que habían creado una ruta segura para poder llegar hasta ellos; ambos dhampiros vivían en sitios de fácil acceso, así que pillarlos por sorpresa no iba a ser ningún problema.
Avanzamos entre las calles que iban vaciándose poco a poco sin que Luka dijera nada y yo no me atreviera a preguntarle al respecto. Detrás de nosotros iba el segundo furgón con un vampiro completamente vestido de negro y gafas de sol a pesar de ser completamente de noche.
Llegamos a un barrio que parecía pertenecer a la clase media y que estaba lleno de chalets idénticos pegados los unos a los otros; Luka condujo hacia la parte trasera, donde estaban los patios interiores de cada casa y aparcó el coche entre varios cubos de basura. Me ayudó a bajar del coche y nos dirigimos al otro vehículo mientras el resto de vampiros se apeaban y reunían con nosotros; cuando todos estuvimos listos pude contar con cuántas personas contábamos para llevar a cabo la misión.
Doce vampiros, sin contarnos a Luka y a mí.
Todos ellos aguardaban pacientemente a que Luka empezara a dirigirlos y yo me mantuve erguida a su lado, aguantando estoicamente las distintas miradas por parte de los vampiros, que parecían sorprendidos de verme allí.
Luka chasqueó los dedos y se hizo el silencio.
-Nuestro objetivo vive en el número 7 –empezó, en un tono bajo-. Quiero que comprobéis el sistema de seguridad y lo desactivéis en su caso; también quiero que me informéis sobre cuántas personas viven en esa casa –les ordenó a dos de sus vampiros que, nada más terminar de hablar, desaparecieron en la oscuridad.
Luka hizo otra señal a otro vampiro y éste abrió el enorme maletero de la furgoneta, mostrándonos una amplia variedad de distintos tipos de armas. Todos se pusieron gruesos guantes y Luka me tendió unos igual de bastos que los que usaban el resto; su rostro se había ensombrecido y, de alguna manera, supe que seguía estando en desacuerdo conmigo por haberme llevado hasta allí.
Los caballeros vampiro se colocaron en orden y fueron cogiendo armas hasta que, finalmente, le llegó el turno a Luka, que eligió una enorme espada de doble hoja con aspecto de necesitar una buena limpieza; observé el interior del maletero, deseando tener algo con lo que defenderme, si se diera el caso. Luka me tendió una daga y me miró fijamente mientras la cogía.
-Son de hierro –me informó en un tono confidencial-. Los dhampiros han heredado de nosotros algunos puntos débiles y éste es uno de ellos –hizo una pausa y se acercó más a mí-. Me gustaría que te quedaras detrás de mis hombres, por favor. Por tu seguridad.
Sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por tenerme allí con él y yo no quería ser ningún estorbo para ninguno de ellos; lo único que buscaba era venganza y ver cómo se desangraban esas criaturas a mis pies mientras me miraban con los ojos llenos de súplicas mudas que nunca oiría.
Sopesé la daga en mi mano, comprobando su peso, y asentí.
Aquello pareció tranquilizar un poco a Luka.
La sombra de dos personas se interpusieron entre nosotros y Luka se giró para ver a los dos vampiros que había mandado antes a vigilar la casa de nuestro objetivo, que se habían arrodillado en el suelo en señal de sumisión.
-Mi señor –dijo uno de ellos-, hemos hecho lo que nos has ordenado y hemos desactivado todos los sistemas de seguridad que hemos encontrado; el dhampiro está en el piso superior y parece ajeno a todo. Es el momento de atacar.
Luka asintió y despachó a los dos vampiros mientras el resto de hombres se reunían de nuevo a nuestro alrededor, impacientes por saber cuáles iban a ser las órdenes de Luka; él empezó a explicarles que iban a dividirse en dos grupos y que iban ir por ambos lados de la casa. Tras una serie de órdenes con demasiados tecnicismos que me resultaban incomprensibles, todos ya estaban listos para la acción.
El grupo uno se dirigió a la entrada de la casa en un solo parpadeo y nosotros avanzamos hacia el patio trasero y nos quedamos en la puerta mientras uno de los hombres de Luka forzaba la cerradura con una facilidad pasmosa.
Se oyó un click y nos colamos en la cocina. Me quedé perpleja al observar aquella casa que parecía tan… normal. Nunca me hubiera imaginado que los dhampiros parecían demasiado humanos y que no se parecían en nada a la cámara de tortura que tenían aquellos dos dhampiros.
No se oía nada en la planta baja, así que seguimos avanzando hacia salir a un pasillo con unas escaleras que conducían al piso de arriba y una puerta que mostraba un salón-comedor. Obedeciendo la petición de Luka, me quedé rezagada mientras los vampiros se movían por delante de mí y comenzaban a subir las escaleras sin hacer ningún ruido. Los dhampiros tenían los sentidos más desarrollados que los humanos, aunque no llegaban a alcanzarnos; cualquier mínimo sonido que hiciéramos podría despertar al dhampiro y todo nuestro plan fallaría estrepitosamente.
No había ni rastro del primer grupo en la planta superior, así que continuamos hacia la puerta que había al fondo y que conducía a un dormitorio. El corazón quería palpitarme con fuerza, queriendo salírseme del pecho, pero no me lo permití porque no quería echar a perder todos nuestros esfuerzos.
No pude evitar mostrar los colmillos cuando vi la silueta del hombre y de una mujer a su lado durmiendo plácidamente; mis alarmas saltaron con fuerza, trayéndome a la memoria aquellos agrios recuerdos. Miré a Luka, que me devolvió la mirada antes de dar la orden de que todos cayeran sobre esos dos.
Aquellos dhampiros no tuvieron ninguna oportunidad de escapar debido al factor sorpresa. Los hombres de Luka los sacaron de la cama de malas maneras, provocando que los dos prisioneros se revolvieran sin lograr deshacerse de sus ataduras. La mujer me descubrió al lado de Luka y abrió los ojos desmesuradamente, reconociéndome o, quizá, horrorizada por el hecho de que una mujer colaborara en semejante actuación.
El rostro de Luka se mostraba impasible.
-Ponedles los grilletes de cobre –ordenó y dos vampiros colocaron los instrumentos sobre las muñecas de los dhampiros, que soltaron un siseo de dolor ante el contacto con el material del que estaban hechos.
Toda la comitiva pasó por delante de mí, siendo los últimos los prisioneros, quienes me miraron fijamente durante unos momentos, antes de que otro vampiro les diera una fuerte patada para que siguieran avanzando. Al final, solamente nos quedamos en la habitación Luka y yo.
Cuando lo miré, fue como si me atravesaran el corazón con una estaca: su rostro se había descompuesto en un gesto de puro sufrimiento, como si todo aquello fuera demasiado para él. Como si no estuviera preparado para hacerlo.
Me sentí mal por él. Quizá nuestros papeles se habían invertido: la que debía estar destrozada por lo que iba a suceder tenía que ser yo, no él. Sin embargo, yo estaba deseando que eso sucediera. Todo mi ser lo estaba anhelando.
-¿Estás bien? –le pregunté en un susurro.
Sus ojos verdes estaban cargados de sufrimiento a pesar de que se había recompuesto en un segundo. No entendía por qué.
-Se me hace difícil cuando hay más gente implicada –respondió.
Tuve un impulso de acariciarlo y consolarlo, pero la imperiosa necesidad de seguir a los vampiros y encargarme de aquellas criaturas me estaba quemando como fuego; me limité a dedicarle una sonrisa de consolación y salí de la habitación, dejándolo allí solo con sus pensamientos.
Los encontré en el salón. Habían apartado el mobiliario hacia las paredes, despejando toda la habitación, y habían colocado a los dos prisioneros en el centro; los hombres de Luka los rodeaban con las armas en ristre, dispuestos a usarlas cuando se les presentara la más mínima ocasión.
Me abrí paso entre ellos hasta quedar delante del grupo que me rodeaba y estar cara a cara con los dhampiros; ambos tenían un aspecto deplorable que no me conmovió lo más mínimo: la mujer tenía las mejillas húmedas y los ojos hinchados de tanto llorar mientras que a su compañero le sangraba el labio, seguramente después de recibir un par de golpes por intentar escaparse.
La mujer se inclinó hacia mí y el círculo de vampiros que me rodeaba se tensó, inclinándose hacia nosotras. Yo alcé una mano, pidiendo calma, y los vampiros volvieron a sus posiciones iniciales.
-Sois vos… -musitó la dhampiro casi con horror-. Siempre creímos… creímos que estabais muerta… Es lo que decían nuestros mayores…
Esbocé una sonrisa helada.
-Pues, como habéis podido comprobar ambos, no tengo el aspecto de estar muerta, ¿verdad? –respondí.
-¿Qué buscáis de nosotros…? –inquirió el hombre, que hablaba de manera pastosa-. Vivimos como los humanos, renunciamos a nuestra gente para poder convivir en paz y armonía. No le hemos hecho daño a nadie –dijo en una súplica.
Mi sonrisa se volvió más amplia.
-Los vuestros tampoco tuvieron esa misma consideración con vampiros que trataban de hacer lo mismo que vosotros –le espeté y el hombre desvió la mirada a propósito, quizá a causa de los remordimientos-. Los mataron a sangre fría. Los torturaron. Incluso a una niña. ¿Crees, de verdad, que deberíamos mostrar algún tipo de consideración con vosotros?
-Somos inocentes –lloriqueó la mujer-. Inocentes.
-Mis hermanos y mi madre también eran inocentes y siguieron el mismo camino –gruñí.
Sentí la presencia de Luka detrás de mí, pero no me giré para verlo. Ahora mismo me encontraba en el momento que más había anhelado durante mucho tiempo; sentía los colmillos clavándoseme en el labio inferior, pidiéndome a gritos que desgarrara sus gargantas y los colgara a la vista de todos.
Saqué la daga que llevaba escondida en la parte trasera del uniforme y la sostuve delante del rostro de la mujer, que miraba el arma con terror; el hombre, por su parte, comenzó a revolverse, intentando interponerse entre ella y yo.
Con una simple mirada por mi parte, dos vampiros se acercaron hacia el hombre y lo tumbaron en el suelo bocabajo. Yo me incliné hacia la mujer y fingí que contemplaba la daga con sumo interés. La respiración agitada de Luka me llegaba desde atrás.
-¿Por quién crees que debería empezar? –pregunté a nadie en concreto y le sonreí con maldad a la mujer-. Quizá tú me sirvas.
Rápida como la luz me abalancé sobre su cuello y mordí con fuerza. La mujer empezó a revolverse bajo mi cuerpo, soltando alaridos de dolor mientras yo apretaba aún más y comenzaba a sentir cómo la carne se desgarraba poco a poco bajo mis colmillos y la sangre comenzaba a fluir con mucha más fuerza.
Me separé un poco de ella y le solté un bofetón que provocó que la mujer comenzara a sollozar con ahínco mientras la sangre le cubría toda la piel. El hombre, que aún estaba en el suelo, apretaba los dientes y me miraba con profundo odio, tal y como lo había hecho yo cuando había sido testigo de cómo asesinaban uno por uno a mis hermanos menores. «Así es como me sentí yo, basura –quise decirle-. Siente lo mismo que yo antes de que acabe contigo».
La mujer había dejado de llorar a causa de la pérdida de sangre y tenía la barbilla apoyada sobre su pecho; los ojos estaban entrecerrados mientras el líquido de color casi negro bajaba hacia el suelo, formando un charco a sus pies. La daga que tenía en la mano me quemaba en la palma, exigiéndome que la usara ya de una vez. Pero yo quería divertirme un poco más con ellos…
Sin embargo, no lo hice. Recuperé el control y la serenidad; aquella mujer no iba a poder seguir sobreviviendo durante mucho más tiempo, había conseguido darle en la arteria aorta y la sangre no paraba de manar. Estaba sentenciada a muerte y estaba sufriendo por ello.
Con un rápido movimiento, le clavé la daga en el estómago y empujé con fuerza hasta que noté cómo la empuñadura tocaba la carne del estómago; la mujer me miró con horror antes de que repitiera el mismo movimiento en el pecho. Justo encima de donde se encontraba el corazón.
En ese momento, el hombre soltó un alarido de pura agonía y consiguió deshacerse de los dos hombres que lo retenían contra el suelo; sus ojos estaban oscurecidos por la furia y el dolor, pero eso no me amedrentó. El dhampiro se acercó como un rayo hacia donde me encontraba y, antes de que pudiera alcanzarme, lo rodeé, clavándole la daga entre los omóplatos. Después, con una oscura satisfacción, le di una fuerte patada que lo envió hacia el suelo de nuevo.
-Acabad con él –dije con un tono de aburrimiento y sacando de su espalda la daga llena de sangre-. Y quemadlo todo.
Salí de la casa seguida por Luka y el resto de vampiros mientras unos cuantos se quedaban allí para obedecer mis órdenes. No me detuve en ningún momento y tampoco me giré para ver qué hacían con los dos dhampiros; necesitaba alejarme de allí para poder recobrar el control. La experiencia… me había gustado.
Demasiado.
Luka me detuvo por la muñeca, obligándome a mirarlo justo cuando salíamos al callejón donde estaban aparcados los furgones. Nadie nos seguía y estábamos los dos solos.
-¿Por qué? –me exigió saber.
-¿Por qué que, Luka? –le respondí en un tono molesto.
Sus dedos me aferraron con fuerza la muñeca. En aquella ocasión no hubo ningún escalofrío de placer, sino un ramalazo de ira por el hecho de que estuviera regañándome como si yo fuera una niña pequeña cuando había hecho lo que se me pedía: acabar con las amenazas que nos acechaban a mi pueblo y a mí.
-Me prometiste que te quedarías atrás, conmigo –me espetó con enfado-. Y me has dejado allí abandonado, actuando por tu propia cuenta…
Alcé la barbilla con obstinación.
-Soy la futura reina –le respondí-. Y me prometí que acabaría con todos aquellos dhampiros. Por eso mismo, y de ahora en adelante, os acompañaré a cualquier cacería que os ordene. Y no acepto ningún tipo de orden por tu parte –le advertí, antes de que pudiera decir algo-. Además, si vuelves a amenazarme con ir a decírselo todo a André… -entrecerré los ojos, notando el sabor a hiel al estar haciéndole eso precisamente a él- puedes irte olvidando de seguir dentro de la Orden del Dragón. Te lo quitaré todo.
Los ojos de Luka resplandecieron en la oscuridad con un brillo de decepción. No me importó en absoluto que pudiera sentirse decepcionado conmigo por algo que debía hacerse, que era mi deber; lo que sí me dolía es que no compartiera mis mismos ideales. Él había podido ver en primera persona hasta qué puntos llegaba la crueldad de los dhampiros y, en aquella habitación, se había mostrado dolido por tener que hacerlo. No lo entendía.
Sus dedos me liberaron de su contacto como si mi piel fuera lava y le hubiera quemado. Se separó unos centímetros de mí y asintió con severidad.
-Perdonad mi intromisión, Alteza –se disculpó con aquel tono tan formal-. Lo recordaré la próxima vez que quiera ayudaros –añadió con frialdad.
Las llamas comenzaron a salir por las ventanas de la casa y los vampiros se reunieron a nuestro alrededor, aguardando a que Luka empezara a repartir órdenes; nos montamos en nuestros respectivos vehículos y salimos de allí a toda prisa, antes de que alguno de los vecinos pudiera vernos. Luka preguntó a uno de sus hombres la próxima parada y el vampiro recitó una dirección.
En aquella ocasión, la dirección nos condujo a un bloque de apartamentos. Al igual que en el caso anterior, aparcamos en un callejón lateral y nos reunimos bajo las escaleras de incendios que habían pegadas a la fachada del edificio. No necesitamos ningún plan y comenzamos a ascender por las escaleras hasta alcanzar el segundo piso; la ventana que había conducía a un salón bastante desordenado y que tenía todo el aspecto de pertenecer a un hombre con muy pocas preocupaciones en su vida. Uno de los vampiros forzó de nuevo la ventana y nos instó con la cabeza a que nos coláramos en el interior rápidamente. Desde abajo nos observaban el resto de vampiros que habían decidido quedarse como apoyo en caso que las cosas se pusieran feas.
Una vez dentro del apartamento, guié a los hombres hacia el dormitorio, de donde salían profundos y sonoros ronquidos, y empujé de golpe la puerta antes de que los vampiros que me acompañaban se abalanzaran en su interior y pillaran a un desprevenido joven de unos veintitantos años despertándose de golpe y mirándonos con un gesto somnoliento.
Era atractivo sí. Pero para mí tenía la misma belleza que una serpiente venenosa que aguardaba su oportunidad de clavarme su ponzoña y verme morir lentamente, con sufrimiento.
Lo sacaron de la cama de igual forma que a los otros dhampiros y lo arrastraron hasta que quedó de rodillas ante mí. El joven me observó con temor, pero sin llegar a reconocerme. Quizá su conocimiento no llegara hasta tan lejos como había imaginado.
Me incliné hacia él y lo miré con detenimiento. En sus ojos me vi reflejada llena de sangre y no pude evitar sentirme encantada con lo que había visto.
Ésa era quien quería ser: alguien a la que se la temía.
-Por favor… por favor –gemía el joven dhampiro-. No tengo nada de valor aquí…
Sonreí de nuevo.
-Creo que en eso te equivocas –dije y él me miró con desconcierto-. Tu vida tiene mucho valor, ¿no crees?
Los ojos del joven se fueron abriendo gradualmente al entender a lo que me refería. A mi alrededor todos los vampiros contenían el aliento y, en sus ojos, fui viendo auténtica veneración por mí. Conformes con lo que estaba haciendo. Apoyándome fielmente.
No como Luka.
Estaba frente a mí, detrás del joven dhampiro, y me miraba como si no me reconociera. Se había cruzado de brazos y fruncía los labios con fuerza, conteniendo todo lo que quería decirme y que mi alta posición no se lo permitía.
Alcé una mano y uno de los vampiros me entregó una pistola y yo apunté con ella a la frente del dhampiro, que se había echado a temblar delante de mí y había perdido todo el atractivo varonil que hubiera podido tener en algún momento. Le quité el seguro al arma y seguí apuntándole, esperando que hiciera algún movimiento antes de que decidiera apretar el gatillo.
Quería un poco de diversión.
-Señora… -lloriqueó entonces el dhampiro, agachando la cabeza-. Os pido piedad. Clemencia. Sé que he obrado mal y que no debí nunca haberme levantado contra vosotros. Ahora lo sé.
Era una disculpa patética.
-Suplica por tu vida –le ordené.
El dhampiro me miró con más temor aún y comenzó a llorar mientras unía las manos como si estuviera rezando y me pedía una y otra vez que le perdonara la vida, que se convertiría en uno de mis espías. Me prometió que me daría nombres de sus compañeros si quería. Todo lo que quisiera, él me lo intentaría proporcionar.
Levanté una bota y la balanceé delante de él con una sonrisa cruel.
-Besa mi bota y es posible que te perdone –le dije.
El dhampiro se abalanzó sobre mi pie y lo sostuvo entre las manos como si se tratara de un objeto de incalculable valor. Entonces alcé de nuevo la pistola y apunté de nuevo a su cabeza mientras el joven besaba con auténtica adoración mi bota.
Apreté el gatillo y la bala le atravesó la cabeza, provocando que su cuerpo se desplomara en el suelo mientras un charco de sangre se formaba debajo de ella.
Le devolví la pistola al vampiro que me la había prestado y me sacudí las manos con una sonrisa satisfecha.
-Cortadle la cabeza y quemadlo todo –ordené y salí por donde había venido.
Ya de regreso en el edificio, fui la primera en salir del coche y en subir por el ascensor. Luka me seguía como siempre, pero sin decir ni una palabra; palpaba el enfado y la tensión que lo rodeaban, pero yo no iba a disculparme por cumplir con mi papel. Había hecho lo correcto y punto.
Ni siquiera me giré para despedirme de él cuando llegué a mi habitación.
Me observé en el espejo y me toqué las manchas de sangre reseca que tenía en el rostro. A pesar de ese pequeño detalle, yo seguí igual que siempre. Mis ojos resplandecían de orgullo y satisfacción tras lo que había sucedido.
Por fin había comenzado a sentir aquella paz interior que tanto buscaba tras la muerte de toda mi familia.
Habían pasado las tres semanas que André me había dejado libres antes de que llegara la boda y sentía que quería volver a hibernar. Les pedí a todos que no me agobiaran con detalles y que delegaba todos esos asuntos relacionados con la boda en las manos de Delphina, que parecía encantada de poder hacerse cargo de todo aquello como si de su propia boda se tratase; por todos lados recibía felicitaciones y sonrisas por el enlace.
Aquella mañana sería la primera vez que viera mi vestido de novia y lo único que quería hacer era seguir durmiendo. Mis doncellas irrumpieron en mi habitación junto con Delphina y abrieron las ventanas, provocando que la luz me deslumbrara.
-¡Vamos, arriba! –canturreó la vampira-. Hoy es un día muy importante para ti.
Me incorporé sobre la cama y observé a todo el séquito colocando todo lo que iban a necesitar para prepararme para el gran momento. Llevaba días sin ver a André, lo que me había hecho sentir un poco más tranquila, y los dhampiros no habían hecho ningún movimiento más después de nuestra respuesta. Y luego estaba Luka. Se había comportado como un perfecto caballero conmigo, convirtiéndose en mi sombra, pero mantenía las distancias conmigo. Sabía que esa actitud era porque se sentía molesto conmigo y no entendía aún el por qué.
Yo había actuado correctamente. Mi familia se hubiera sentido orgullosa de mí.
Delphina me ayudó a salir de la cama y me condujo al interior del baño. Victoria ya nos esperaba dentro con la bañera lista y soltando vapor mientras mis doncellas me desvestían en silencio e instaban a que entrara dentro. Me lavaron con minuciosidad y me cubrieron de una loción que volvía a oler a lavanda.
Victoria trajo consigo un conjunto de lencería demasiado atrevido y me ayudó a ponérmelo. En aquel punto del proceso, ya tenía las mejillas ardiendo por la vergüenza de llevar todas aquellas prendas tan… transparentes. Una doncella trajo la funda que contenía mi vestido de novia y todas nosotras aguantamos la respiración por la emoción.
Se me escaparon un par de lágrimas cuando contemplé, absorta, el vestido que Jezebel y Delphina habían escogido para mí. Delphina, al ver mis lágrimas, sonrió con tristeza y me las secó con los pulgares mientras las doncellas bajaban la cremallera del vestido para que pudiera meterme en él.
Mantuve la vista gacha durante lo que duró mi preparación, sin atreverme a mirarme aún al espejo. Delphina me había cogido la mano y me la aferraba con fuerza, intentando infundirme ánimos. La voz autoritaria de Victoria me ordenó que me mirara en el espejo y yo así lo hice, con docilidad.
Las doncellas me habían recogido el pelo en un moño donde habían colocado un velo que caía a mis espaldas hasta llegar al suelo; el vestido, de un blanco inmaculado, era de palabra de honor con el escote en forma de corazón. Constaba de un corpiño, con un intrínseco diseño de hilos de plata y diamantes, y una falda con vuelo que terminaba en una imponente cola.
Quise echarme a llorar como una niña pero mantuve las formas. Yo había aceptado adelantar la boda y ahora tenía que aguantar las consecuencias con buena cara y una sonrisa en mi rostro.
La ceremonia iba a tener lugar en la mansión que André poseía a las afueras de Londres y que era lo suficientemente espaciosa para que pudieran caber sin problemas en los espacios habilitados para la ceremonia.
Tuve que necesitar ayuda para poder moverme con el vestido y, al salir de la habitación, me topé con Luka, como cada mañana. Sus ojos me observaron en silencio, contemplando el vestido que llevaba, y de nuevo tuve aquel acceso de llanto. No quería que me viera así. No podía soportarlo.
En el garaje me esperaba una limusina enorme de color negro. Delphina me abrió la puerta y me tendió la mano para que pudiera meterme en el coche sin muchos problemas; me introduje en el interior de la limusina y me hice a un lado para que Delphina, Jezebel y Victoria. Una vez dentro, Delphina le ordenó al chófer que nos marcháramos de inmediato.
Durante todo el trayecto, me mantuve en silencio, con la cabeza gacha. Jezebel había empezado una trivial conversación con Victoria sobre cuáles iban a ser sus planes después de nuestro enlace cuando sus funciones conmigo ya hubieran terminado; Victoria se alisó su vestido de color granate y compuso su mejor sonrisa.
-Me quedaré con el Conde y la princesa hasta que ya no requieran mis servicios –respondió con educación.
Delphina la miró con cara de pocos amigos mientras su madre asentía en conformidad con las palabras de Victoria. Sabía que la estancia de Victoria con nosotros sería larga, puesto que André no querría desprenderse de ella de forma tan rápida y más sabiendo que usaba a aquella mujer para vigilarme.
Si por mí fuera, aquella vampira habría regresado a Alemania el mismo día en que la conocí.
El trayecto se alargó un par de minutos más y agradecí en silencio que nadie hablara conmigo durante el tiempo que duró. Tenía un nudo atascado en la garganta que me impedía respirar y unas irrefrenables ganas de llorar. La gente podría pensar que era por la emoción de la ceremonia, pero yo conocía bastante bien los motivos: iba a quedar unida a ese hombre para siempre y, si era cierto todo lo que me había contado Victoria, estaba deseando escabullirme cuando me fuera posible.
Cuando el coche se detuvo, creí que iba a desmayarme allí mismo. Mis acompañantes fueron las primeras en apearse de la limusina y Delphina me tendió una mano generosamente para ayudarme mientras Jezebel y Victoria me echaban una mano con el vestido; eché en falta la presencia de Anya allí y deseé que hubiera podido verme vestida así. Habían pasado las semanas desde que le había pedido algo de tiempo para poder poner mis pensamientos en orden y ella no había vuelto a acercarse a mí; pensaba que era mi amiga y que intentaría algún acercamiento conmigo, pero no fue así.
Cogí aire de golpe al ver la imponente mansión estilo Tudor que nos aguardaba y Delphina me dio un apretón de manos para infundirme ánimos; Victoria iba detrás de nosotras, ayudando con la cola del vestido para que no me tropezara y cayera. Pasamos rápidamente por el interior de la casa, impidiéndome que pudiera observarla con más detenimiento hasta que salimos a un enorme jardín donde aguardaba una multitud emocionada que se giró para verme descender por la escalera de piedra blanca hacia el pasillo que habían formado y que me llevaba directa hacia André.
Mi prometido ya me esperaba bajo el arco lleno de flores que habían dispuesto al final, con un impecable esmoquin negro y con una rosa blanca en uno de los bolsillos; recordé que debía caminar de manera pausada y que bajo ningún concepto debía mirar a los invitados. Siempre al frente. Siempre mirando hacia André.
Me tendió las manos cuando estuve casi a su altura y yo se las cogí, mirándolo con cautela. No lo había visto desde hacía un par de días y su aspecto era el mismo que el de un niño el día de su cumpleaños: sonreía abiertamente y sus ojos resplandecían de orgullo. El vampiro que iba a oficiar la ceremonia me saludó con una breve reverencia y comenzó a hablar.
Conforme iba avanzando en su discurso yo sentía que las manos se me quedaban agarrotadas entre las de André. Sus ojos debían estar fijos en los míos, pero se encontraban mirando hacia alguien entre la multitud; supuse que debía ser alguien de su familia, pero no miré. Yo, por mi parte, sentía cómo las náuseas y el acceso de llanto iban intensificándose mientras el vampiro seguía hablando sobre la fidelidad en la pareja, el amor mutuo y la confianza. No entendía como una persona como ella podía estar oficiando esta ceremonia si estaba más que claro que ninguno de nosotros cumplíamos con lo que se exigía.
Deseé que alguien irrumpiera en la ceremonia y gritara la verdad; que dijera que André era un mentiroso y que había hecho uso de su persuasión para obligarme a que me casara con él, además de haberme amenazado de forma tan abierta si yo me atrevía a romper nuestro compromiso. Pese a ello, todo el mundo permaneció en silencio, maravillándose y emocionándose por la boda.
Cuando llegó el momento de repetir los votos, quise que la tierra se abriera bajo mis pies y me tragara. André los recitó con un fingido tono de chico enamorado y, con ello, se granjeó algún que otro suspiro por parte de algunas invitadas. Al llegar mi turno, la garganta se me cerró de golpe y tuve que tomar aire varias veces antes de repetir las mismas palabras que había recitado André antes y que nos iban a unir a ambos de por vida.
Cerré los ojos con fuerza, controlando las lágrimas que amenazaban con desbordarse en cualquier momento. «Ojalá estuvierais aquí todos –pensé con dolor-. De ser así, no estaría aquí con este monstruo y todo sería más fácil… Os echo tanto de menos que duele…»
Al terminar de pronunciar mis votos, el vampiro me sonrió con ternura y le pidió a André amablemente que me besara. Vi a cámara lenta cómo se acercaba el rostro de mi ya marido hacia el mío y cómo sus manos me sujetaba la cara por las mejillas antes de estampar sus labios contra los míos. Podía parecer una imagen idílica que mostraba amor, pero yo ya sabía que, precisamente ese sentimiento, no entraba dentro de lo que André sentía por mí.
Cuando nos separamos y nos giramos hacia la multitud que aplaudía educadamente no pude evitar que se me escaparan un par de lágrimas cargadas de amargura y sufrimiento por el futuro tan negro que me aguardaba al lado de André.
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