I. El despertar.
Cuando decides sumirte en la hibernación, o sueño profundo, como así lo llamaba mi madre, el concepto de «tiempo» perdía su sentido. Podían pasar tanto horas como años sin que fueras consciente del paso del tiempo. Sin embargo, cuando acepté a hacerlo, estaba agradecida de haber hallado una solución para contrarrestar ese dolor que me quemaba por dentro y que iba consumiéndome poco a poco. Estaba segura que, de haberme negado, el dolor y la culpa me hubieran cegado, conduciéndome a una solución que no habría ayudado a nadie. Mientras mi hermano Miklós estuviera desaparecido, yo era la última Dracul.
De la noche a la mañana me había convertido en algo que jamás hubiera deseado; antes de que masacraran a mi familia, yo me había dedicado a lo que todas las jovencitas hacían: buscar un buen marido para formar mi propia familia. Había aprendido junto a mi madre, y ante la mirada atenta de Mihaela, las tareas que, en un futuro, yo misma tendría que llevar a cabo; después, podía escaparme al jardín para jugar con mis hermanos pequeños o a la biblioteca para poder leer un poco. Estaba más que claro que yo jamás podría desempeñar bien el papel de líder de los vampiros, no había recibido la formación adecuada.
Al tragarme la oscuridad, me dejé llevar, aliviada por ello. Todos mis sentimientos y pensamientos, incluso los recuerdos, se apagaron de golpe, dejándome sola ante la oscuridad.
No sentí nada.
Después, me arrastraron de nuevo el dolor y la culpa que había logrado aplacar. Eso solamente podía significar que se había acabado mi retirada, mi sueño, y tenía que volver de nuevo a despertar. Noté como se retiraba la estaca de mi cuerpo e, inconscientemente, boqueé, como si emergiera del agua y buscara oxígeno. Me obligué a parpadear varias veces hasta que me acostumbré a la luz. Cuando mis ojos se acostumbraron, vi que el techo que observaba no se parecía en nada al que estaba acostumbrada.
No estaba hecho de piedra, sino que parecía estar hecho de distintos paneles de un material que me vi incapaz de reconocer. Giré un poco la cabeza dentro del ataúd y decidí incorporarme. Estaba débil después de haberme visto sometida a que me clavaran una estaca y necesitaba alimentarme. Pero antes quería saber qué había sucedido y si habían logrado dar con mi hermano mayor.
Casi volví a meterme y cerrar de golpe el ataúd cuando me vi rodeada de gente que no conocía y cuyas ropas… no se parecían en nada a los que estaba acostumbrada a ver. Ellos me miraban con una mezcla de adoración y miedo a partes iguales. Parecía que se hallaban delante de una diosa. Una vez recuperada de la sorpresa en ambos bandos, ellos y yo, entró en la habitación el vampiro antiguo que me había acompañado aquella noche y que me había explicado que la única solución que existía era que yo me sumiera en la hibernación para que pudieran protegerme hasta que llegara el momento propicio en el que yo tendría que hacerme cargo de lo que tendría que haber hecho Miklós, mi hermano mayor.
El vampiro se acercó hacia el ataúd con precaución, temeroso de que pudiera atacarle. Pero yo me encontraba perdida y sin fuerzas, la hibernación me había dejado desorientada y me había succionado todas las fuerzas que había tenido. La amenaza era él, no yo.
-Alteza –me saludó, alzando una mano-. Celebro ver que os habéis despertado perfectamente. Estoy encantado de os hayáis unido a nosotros.
Abrí la boca para responderle, pero no salió ningún sonido. No tenía fuerzas siquiera para poder responderle. El vampiro notó que algo no iba bien y le dijo algo que no entendí a uno de los hombres que había más cerca de él; el aludido salió a toda prisa de la habitación y regresó con una copa llena de un líquido de color granate. Sangre.
Comencé a ensalivar al observar la copa y no la perdí de vista mientras pasaba de unas manos a otras. Me obligué a desviar la mirada de la copa y la clavé en el vampiro anciano, que era quien la tenía ahora en aquellos momentos. Él percibió mi ansia de beber la sangre que me la tendió con una sonrisa de comprensión y se apartó un poco, dándome un poco de espacio.
Me llevé apresuradamente la copa a los labios y bebí con avidez, procurando mantener la compostura. Dejé que la sangre se deslizara por mi garganta y contuve un ronroneo de gusto. La herida que me había dejado la estaca había conseguido curarse y no dejarme cicatriz; notaba cómo las fuerzas volvían a mí y sentí que me recuperaba del todo. Le devolví la copa vacía al vampiro anciano y fui consciente de que aún llevaba mi viejo camisón, destrozado y lleno de sangre. Volví a tragar saliva pero, en esta ocasión, por un motivo completamente diferente: los recuerdos de la noche en que murieron toda mi familia me atacaron de nuevo, dejándome sin aire.
Me aferré con fuerza a los bordes del ataúd y empecé a hiperventilar. Todos los presentes se abalanzaron sobre mí y el vampiro anciano los frenó en seco, acercándose únicamente él.
Me cogió la cara entre las manos y me miró con ternura, incluso cariño. Él había estado presente cuando me trajeron de vuelta al castillo, al rescatarme de las garras de aquellos desalmados dhampiros que habían secuestrado a parte de mi familia y que los había asesinado con sarna, disfrutando de cada una de sus muertes.
-Alteza –dijo él, con un tono de urgencia-. Alteza, por favor, tranquilícese. La muerte de su familia sucedió hace mucho tiempo. Demasiado.
Sus palabras me sacaron de aquella vorágine de recuerdos y sonidos. Lo miré con curiosidad. Tampoco llevaba la túnica de color granate que había llevado la noche en que vino a mi habitación; llevaba un extraño traje de dos piezas que no había visto en mi vida. La habitación estaba decorada de una forma igual de extraña.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que decidí sumirme en la hibernación y ahora, cuando había despertado?
-¿Cuánto? –conseguí articular-. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
El vampiro anciano volvió a decirles algo a los que había en la habitación, provocando que todos abandonaran la sala. Miles de preguntas bullían en mi mente, impidiéndome pensar con claridad. Había tanto que quería saber que no sabía por dónde empezar; esperaba que la respuesta del vampiro pudiera ayudarme a continuar con el interrogatorio que tenía previsto hacerle.
Él desvió la mirada, como si estuviera buscando la mejor forma de decírmelo.
-Quinientos veinte años, mi señora –respondió, bajando la voz.
Su respuesta me golpeó como una maza. No entendía por qué me habían mantenido tanto tiempo y por qué ellos habían esperado tanto tiempo. Estudié de nuevo la habitación en la que me encontraba y me sentí un poco intimidada. ¿Cómo iba a poder acostumbrarme si las cosas habían cambiado tanto? ¿Cuánto tiempo iba a necesitar para poder integrarme en la sociedad de la actualidad?
El vampiro leyó las dudas y temores en mi rostro y esbozó una diminuta sonrisa tranquilizadora.
-Lo hemos preparado todo para este momento, Alteza –me aseguró-. Tenemos todo dispuesto para lo que pudierais necesitar.
Sin embargo, aquella respuesta no es la que yo me esperaba.
-¿Por qué habéis esperado tanto tiempo? –inquirí.
Los ojos del anciano se abrieron de golpe.
-Los dhampiros sabían que aún había un miembro de la familia vivo, mi señora –me respondió-. Habría sido peligroso despertaros antes.
Fruncí los labios cuando mencionó a esa raza que se había dedicado a exterminar a todos los miembros de mi raza y mi familia. Era incapaz de olvidar el odio que sentía hacia todos esos dhampiros, aunque ellos no hubieran participado directamente en el asesinato de mi familia.
Me erguí aún más. Me recordé que yo ahora era la reina y que tendría que empezar con mis deberes cuanto antes para ponerme al día con mi nuevo status dentro de la comunidad vampírica. Pero antes otra pregunta me quemaba en la boca.
-¿Se ha averiguado algo sobre… sobre mi hermano?
El vampiro negó con la cabeza.
-Nada, Alteza –parecía abatido y decepcionado por no haber logrado encontrar a mi hermano, al igual que yo-. No pudimos encontrar ningún rastro que nos condujera hasta el príncipe Miklós. Así que… supusimos que no logró salvarse, mi señora; vos sois la última Dracul.
Que alguien hubiera dicho en voz alta lo que me había repetido una y otra vez fue peor que habérmelo recordado a mí misma mentalmente. Lo que antes me había parecido una pesadilla, ahora se había vuelto demasiado real.
Era la última Dracul. No había nadie más de mi familia vivo. Era la única superviviente de la tragedia de mi familia. Había conseguido despertarme quinientos veinte años después. Ahora era, técnicamente, la reina de todos los vampiros.
Y no tenía ni idea de cómo hacer mi papel de reina de los vampiros.
-¿Qué voy a hacer ahora? –pregunté, llevándome una mano a la frente-. No estoy preparada para todo esto.
-Lo tenemos todo dispuesto para que podáis llegar a ser una buena soberana –volvió a asegurarme el anciano-. Sin embargo, con el trascurso del tiempo, el mundo ha… cambiado.
Ahora fui yo quien abrió los ojos desmesuradamente. Me encontraba cada vez más confusa y un pequeño dolor de cabeza apareció, debido a la gran cantidad de información que estaba recibiendo.
Era más que obvio que el mundo había cambiado. Un rápido vistazo a la habitación era una prueba más que concluyente. Sin embargo, y a pesar de mi confusión y dolor de cabeza, sentía curiosidad por conocer el nuevo mundo y ver por mis propios ojos cuánto había cambiado.
-¿Entonces? –pregunté de nuevo.
El anciano sonrió, agradecido de que hubiéramos cambiado a un tema mucho más ameno y fácil de responder. No era fácil para ninguno de nosotros, los que estuvimos allí esa noche, hablar del tema y era mejor que no lo tocáramos durante un tiempo, hasta que estuviera preparada para hablar de ello.
-No crea que no hemos trabajado durante todo este tiempo, majestad. Hemos conseguido hacer fortuna y hemos logrado pasar inadvertidos en la sociedad; los dhampiros piensan que estamos casi extintos y, en estos momentos, no son un problema. Tenemos edificios, materiales y personal suficiente para que pueda reinar sin ningún problema; cuenta con el apoyo de todos nosotros.
Por supuesto que contaba con su apoyo: era la última Dracul y su última esperanza de que mi estirpe siguiera en el poder. Mis antepasados habían sido convertidos en leyendas y sus historias corrían de boca en boca, causando respeto y temor. Aunque fuera mujer, me habían aceptado como soberana por mis raíces. Por el poder que corría por la sangre de mis venas. En mí se unían dos linajes legendarios. Tenían razones de sobra para que me hubieran dejado ser reina.
Seguramente habrían tenido que lidiar y aplacar a un montón de aspirantes al trono en mi ausencia, pero ninguno de ellos tendría en sus venas el poder que tenía yo. Ninguno de los aspirantes podía comparárseme a mí.
Me alisé distraídamente mi destrozado camisón. Desde ahora en adelante tendría que comportarme como todo el mundo esperaba que lo hiciera: como una reina. Recé en silencio para poder hacerlo como lo había hecho mi madre. Ella jamás había decepcionado a nadie en su papel como reina. Esperaba hacerlo igual.
-Necesito un baño urgentemente –dije-. Y saber más sobre todo lo que ha sucedido en todo este… tiempo –aún se me hacía difícil creer que hubiera transcurrido un período tan inmenso como quinientos veinte años. En mi fuero interno algo me decía que todo lo que había aprendido iba a resultarme inútil-. Me temo que no tuve oportunidad de preguntarte tu nombre –me sentí como una chiquilla cuando añadí eso a toda prisa. Él se había mostrado atento y me había protegido durante todo este tiempo que pasé en el ataúd, estaba segura.
Ni siquiera tuve tiempo de preguntarle a ese otro caballero cómo era su nombre, me recordé. Él me salvó la vida y yo fui tan maleducada que no me preocupé de saber su nombre. ¿Seguiría estando vivo o…?
El anciano me sonrió de forma comprensiva.
-No hubo tiempo para ello, majestad –intentó restarle importancia, pero para mí la tenía. Necesitaba conocer a todos aquellos que se encargarían de ayudarme a llevar todo aquel asunto de manejar a los vampiros-. Mi nombre es Vladimir, Alteza.
Vladimir, me repetí. No iba a serme difícil de recordar su nombre porque había un montón de antepasados míos que llevaban el mismo nombre y que me había encargado de aprenderme de memoria todo lo que habían hecho.
Sonreí.
La primera sonrisa que había esbozado desde aquella noche y desde que había despertado en aquella habitación.
-Lo recordaré de ahora en adelante –le prometí, arrancándole otra sonrisa.
-No lo dudo, majestad. Pero es el momento en que le presente a quien va a ayudarla en estos días hasta que se habitúe a todo esto –se acercó a una de las paredes que tenía un rectángulo metálico con botones y le habló en ese idioma que había usado en otras dos ocasiones. Un segundo después, la puerta se abrió y apareció una chica varios años mayor que yo con el pelo de color azabache y unos vivarachos ojos castaños; se situó al lado de Vladimir y me dedicó una amable sonrisa-. Ella es Anya, te ayudará en todo lo que necesites. Además –añadió en tono confidencial-, es la única, aparte de mí, que habla rumano.
No entendí muy bien sus palabras, pero dejé que Anya me ayudara a salir del ataúd y me condujera afuera de la habitación; al salir al pasillo me detuve de golpe, impresionada por la decoración y estilo tan distinto al que estaba acostumbrada a ver. Anya pareció percibir mi sorpresa e inquietud porque me dio un alentador apretón mientras tiraba de mí para que siguiéramos avanzando.
Tanta novedad iba a hacer que se me sobrecalentara la cabeza y me volviera loca.
-Como ha podido comprobar, el mundo ha conseguido avanzar desde que usted… eh, decidió hibernar –comenzó a explicarme Anya, en un intento de animarme-. Todo es mucho más cómodo y no tardará en darse cuenta de que se está mejor en este siglo. Ahora hay luz y agua corriente, además de electricidad. Sin duda alguna, ha mejorado la vida de mucha gente.
¿Elec… qué? Intentaba absorber toda la información que me proporcionaba y lo comparaba con todo a lo que estaba acostumbrada en mi hogar. Un hogar del que no tenía noticias aún sobre qué había sido de él. Me dejé arrastrar hasta otra habitación, ésta mucho más llena que la anterior, donde había despertado.
Aquella debía ser mi habitación personal. Era enorme y la habían dispuesto con todos los muebles que habían creído que iba a necesitar. Había varios armarios, incluso uno dentro de la pared; un tocador repleto de frasquitos que desprendían aromas demasiado exóticos y fuertes a los que yo había usado y una enorme cama con dosel. Había una mesa con un extraño aparato de aspecto bastante intimidante. Anya siguió la dirección de mi mirada y la clavó en el aparato.
-Es un ordenador –me explicó, con paciencia-. Un invento que ha revolucionado a todo el mundo debido a las varias cosas que puede hacer. Todas las familias tienen uno en su casa.
Me pareció fascinante aquella cosa. Ordenador. Me repetí el nombre hasta que conseguí aprendérmelo; algo me pedía a gritos que me acercara a él y lo tocara. Una necesidad imperiosa me tiraba para que usara aquel aparato.
Me acerqué con timidez al ordenador y pasé un dedo por su superficie. Era suave y estaba frío; Anya me observaba con curiosidad y un brillo de diversión, como un padre que es testigo de los primeros pasos de su hijo.
-¿Cómo funciona? –pregunté, mirándolo de todos los ángulos posibles-. Quiero… quiero saberlo todo de esta cosa.
La chica sonrió con satisfacción. Sus dedos se deslizaron por detrás del ordenador y observé cómo pulsaba un botón y una zona del ordenador se iluminaba, mostrando un paisaje. Me aparté abruptamente y solté un respingo.
-¡Brujería! –exclamé, mirando el ordenador con temor-. Hay atrapado un bosque ahí dentro…
A Anya se le escapó una risita y tocó otro instrumento que había sobre la mesa y que tenía varias letras y números, además de unos extraños símbolos que no reconocía, dispersas sobre su superficie.
Cada vez me hallaba más sorprendida y anonadada ante tanta novedad. Pero algo me instaba de nuevo a que atendiese y aprendiera. Los vampiros teníamos fácil todo aquello de mentalizar y aprender; teníamos que adaptarnos y, por ello, poseíamos una inteligencia más desarrollada que los humanos. No iba a ser un problema para mí, los vampiros sobrevivíamos y nos adaptábamos. Saldría adelante tras tanto tiempo estando fuera de la circulación.
-Enséñame más –le pedí, con avidez.
-Eso –dijo, señalando el instrumento que tenía atrapado en su interior un bosque- es un monitor, te mostrará cualquier cosa que quieras ver. Esto –prosiguió, señalando aquella tabla de letras, números y símbolos- es el teclado, que te ayudará a escribir lo que quieras que busques. Y, por último, el ratón –me mostró otra cosa mucho más pequeña-, que sirve para dirigir.
Memoricé cada uno de los términos que había usado y para qué servían. Cogí el ratón y lo deslicé sobre la superficie, mirando la pantalla del ordenador. Una flecha de color blanco se movió por allí, siguiendo la trayectoria que trazaba yo en la mesa. Era increíble. Miré a Anya, buscando su aprobación; ella asintió.
-Creo que ha llegado el momento de presentarte a Internet –comentó.
Me pregunté quién sería y formulé mi pregunta en voz alta, provocándole a Anya un ataque de risa que intentó silenciar colocándose ambas manos sobre la boca. Una vez hubo controlado su risa, me miró y me dedicó una sonrisa de disculpa.
-Lo siento, se me había olvidado por completo que no tienes ni idea de todo esto. Internet no es una persona, ni siquiera es una cosa: Internet es una serie de redes que nos ayuda a encontrar la información que buscamos.
Su explicación me resultó incomprensible, pues en lo único que podía pensar era en cómo un conjunto de redes a encontrar la información que necesitaba. Las redes que aparecían en mi mente servían para capturar a animales o para pescar. De nuevo me arrepentí de haber estado hibernando tanto tiempo, aunque no hubiera sido decisión mía el haberlo estado ese tiempo.
Anya percibió mis dudas e inquietud. Me dedicó otra sonrisa de las suyas y me dijo que era mejor que me lo mostrara: deslizó el ratón por la mesa, tal y como había hecho yo antes, y lo detuvo encima de lo que parecía un dibujo. Pulsó uno de los botones que había en el ratón y algo emergió de la pantalla. Era de color blanco y había unas letras de colores en mitad de la pantalla; podía leerse: Gugle o algo por el estilo.
-Bueno, éste es Google y es un navegador –me explicó Anya-. Solamente tienes que escribir lo que quieres buscar y él hará el resto. Aquí puedes encontrar noticias, imágenes, vídeos… ¡e incluso puedes visitar esos lugares con Google Maps! –al ver mi cara de desconcierto, añadió-: Dime algo, lo que quieras, y te lo enseñaré.
Le di vueltas a lo que acababa de decirme. ¿Aquella cosa podría encontrar a mi hermano? Anya me había asegurado que esa cosa llamada Google podía encontrar cualquier cosa que yo quisiera buscar. Había una oportunidad de encontrar a Miklós. Aunque, si había pasado tanto tiempo y nadie había logrado dar con él, ¿cómo iba a poder un aparatito como él encontrarlo? Pensé en otra cosa.
-¡Mi madre! –exclamé, con demasiada emoción.
Anya me dedicó una sonrisa extraña, como si supiera lo que le había sucedido, y tecleó algo en un cuadrito que había debajo del nombre y pulsó otra de las teclas del teclado. En la pantalla aparecieron una serie de palabras y algunas imágenes de mi madre. Algunas de las imágenes las reconocí porque eran cuadros que había dentro de nuestro castillo. Verla de nuevo, aunque fuera a través de aquellos cuadros, hizo que afloraran de nuevo recuerdos de cuando aún vivíamos en tranquilidad, sin la sombra amenazante de los dhampiros. Tuve que parpadear varias veces para espantar las lágrimas.
-Es… impresionante. Parece cosa de… magia.
-Se llama tecnología –repuso Anya, que apagó la pantalla y me llevó hacia una puerta que había al fondo de mi habitación.
Resultó conducir a un baño. Un baño mucho más lujoso y avanzado que el que había tenido en aquel entonces. Estaba equipado con una enorme bañera, una especie de silla que no supe lo que era y otra enorme superficie de mármol con sus respectivos espejos. Esperaba que Anya me hiciese otra explicación exhaustiva de todo aquello porque lo único que era capaz de reconocer era la bañera. Y, aun así, tenía unas serias dudas.
Anya me guió hacia la bañera y me ayudó a quitarme el camisón. Me introdujo en ella sin detenerse a mirar mi cuerpo, al contrario que había sucedido con las doncellas que me ayudaban en el castillo. Tocó un par de válvulas que había sobre la bañera y empezó a salir agua de ellas. Miré el agua caer fascinada.
-Son grifos –me explicó-. Conducen el agua y permiten que salga fría o caliente. Todo un invento, la verdad.
Me dejó jugueteando con los grifos mientras ella abría uno de los armarios que había dispuestos por las encimeras de mármol y sacaba varios botes que, con gran esfuerzo, rezaban: champú. Cuando me tendió uno de los botes, lo observé con curiosidad, preguntándome para qué serviría aquello. Quizá era veneno… un veneno que olía de maravilla.
Anya me lavó el pelo con aquello que se llamaba «champú» y que me dejó su aroma en el pelo. Después, me ayudó con el cuerpo, recurriendo a otro de los botes. Mientras me ayudaba con el baño, me explicaba todo lo que había cambiado en aquel tiempo; con cada historia, más sorprendida me encontraba. Al final, conseguí aprender un poco más sobre ese mundo y sus costumbres. Ahora entendía mejor cómo había que usar todo aquello e, incluso, no se me hacía tan raro ver a una mujer con pantalón o con un vestido que apenas le cubría las piernas.
-Tendrás que dejar a un lado tus prejuicios sobre la ropa que ahora se lleva porque tú también tendrás que llevarla, sería muy llamativo si fueses por ahí todo el día con esos vestidos tan opulentos que llevabais en tu tiempo –me advirtió, sacando de uno de los armarios un sencillo vestido de color azul oscuro-. Y tenemos que resolver otro problema: el idioma. Por no hablar de tu nueva vida.
Mientras me ponía aquel vestido que me había sacado Anya, me quedé paralizada. Había conseguido comunicarme sin problemas con Vladimir y con ella, pero recordaba que Vladimir había dicho cosas en otro idioma, uno que no había sido capaz de entender ni atribuir a alguna zona que yo conocía. Había conseguido aprender lo básico en lo referido a utensilios como, por ejemplo, el ordenador.
-¿Idioma? –repetí, un tanto perdida.
Anya asintió, cruzándose de brazos.
-Por supuesto. Desde que te sumiste en la hibernación, hemos tenido que ir moviéndote de un sitio a otro para que los dhampiros no pudieran dar contigo; al final conseguimos establecernos aquí, en Londres, para poder preparar tu despertar y convertirte la nueva soberana de los vampiros. Aquí no se habla el rumano, como habrás podido comprobar: tendrás que aprender el inglés.
-¿Inglés? –repetí otra vez.
Mi perplejidad debió divertirla, ya que soltó una risita.
-Tranquila, el señor Kozlov te explicará todo lo que necesites saber –me aseguró.
Alguien llamó a la puerta y Anya se apresuró a abrirla. Vladimir, respaldado por dos hombres más, esperaba al otro lado y nos dedicó una de sus sonrisas, antes de pasar. Me dedicó una mirada de aprobación al verme más «modernizada», como me había llamado Anya. En un par de días, una semana como máximo, sería una más de todas aquellas chicas. Dejaría atrás a la princesa que había sido en el pasado y me convertiría en una persona nueva.
-Ah, Alteza –suspiró el anciano, observándome fijamente-. Ha conseguido introducirse un poco más en el nuevo mundo. Estamos muy cerca de que esté preparada para ser presentada a la comunidad. Todos se alegrarán de verla, se lo aseguro.
Me recoloqué la falda del vestido, que me llegaba a la altura de la rodilla, en un gesto inconsciente de cuando llevaba vestidos más largos. Esperaba que Vladimir me contara más cosas sobre el lugar en el que nos encontrábamos, Londres. Pero él se mantuvo en silencio.
-Quiero empezar cuanto antes con mi preparación –dije-. Anya me ha contado que, mientras estuve durmiendo, tuvisteis que estar moviéndoos de un lado a otro hasta que os asentasteis en Londres. Es obvio que necesito cuanto antes ponerme al día.
Vladimir hizo una reverencia.
-Por supuesto, Alteza. Nos encargaremos hoy mismo de encontrar a alguien que se encargue de mostraros los nuevos avances y el funcionamiento de todos los instrumentos. Pronto os sentiréis como si estuvieseis en casa.
Eso esperaba, me dije a mí misma. Cuadré los hombros y alcé la barbilla, tal y como había visto hacer a mi madre cuando se trataba de dar órdenes. Si yo iba a ser la próxima reina de los vampiros, tendría que empezar a actuar como tal, ¿no?
-Me gustaría que fuera Anya mi mentora –dije, con toda la firmeza que fui capaz de reunir.
Vladimir pareció sorprendido de mi proposición, pero se recuperó rápidamente. Por lo que había podido averiguar por mi cuenta, Anya era humana pero parecía conocer toda mi trágica historia, incluso que éramos vampiros. No había querido preguntarle respecto a sus motivos para verse mezclada en todo este asunto, pero sospechaba que no tenía nada que ver con los motivos que habían empujado a las doncellas que habían trabajado para mi familia en el castillo. Todas ellas habían buscado a vampiros varones para acostarse con ellos; cuando éstas se quedaban embarazadas, Mihaela se encargaba de deshacerse de los niños no natos. Así se evitaban seguir ayudando a la continuidad de la raza de los dhampiros.
Aguardé pacientemente a que Vladimir diera su consentimiento o no ante mi petición. El vampiro anciano se quedó pensativo unos segundos, mirando alternativamente a Anya y a mí.
-Como digáis, Alteza –aceptó, al final.
Anya me dedicó una sonrisa de agradecimiento mientras Vladimir nos dio una charla sobre lo importante que era todo esto y la esperanza que depositaba en Anya para que pudiera ayudarme a adaptarme a Londres y a este tiempo.
Yo, por el contrario, lo único que me preocupaba era el fallar. El no ser la persona que los vampiros esperaban para que fuera su reina. Tenía miedo de no cubrir las expectativas que hubiera querido mi madre para mí de estar viva.
Y, sobre todo, quería averiguar más cosas sobre los dhampiros.
Quería destruirlos uno por uno y hacerles sufrir de igual modo que aquellos dos habían hecho sufrir a mi familia.
Pero, antes de eso, tenía que aprender. Aprender más sobre Londres, sus costumbres y sobre la época en la que ahora me encontraba y que era tan distinta a la que yo había pertenecido.
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