Capítulo XXX
*se ríe misteriosamente >:3 *
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La ceja platinada de la mujer se curveo con indignación y hosca por la compostura berrinchuda de Demon. No podía cambiarlo, ese conspicuo temperamento prejuicioso y hostil a lo que no podía corregir, era lo mismo que lo caracterizaba y causaba temor al resto; por suerte, la Goddess sabía manejar ese estado de impertinencia.
—¿En serio Froi, eso te preocupa? — respirar y exhalar lentamente para calmar su propia inquietud. No apartó sus zarcos de los verdes de su amigo que parecía querer repelerla. —Deja a tu hijo ser. Si el decidió seguir con el trato...
Demon soltó un pequeño gruñido vilipendio a las palabras de la peli plata quien no perdió la compostura ante la repentina exaltación.
—No lo digo por él si no por Elizabeth. — corrigió. —¿Cómo puedes dejarla con mi hijo cuando es un...? — se quedaba sin palabras para ser tan resabiado y terco. —Ni siquiera sé cómo es que se me ocurrió esta estupidez. Creí que esto volvería a fortalecer esa alianza, creí que lo haría cambiar y olvidaría el pasado.
—Demon, también tú estás siendo inmaduro e injusto con tu hijo. — decretó en suave. —Puede que no lo olvide, pero lo superará y vivirá una vida tranquila sin temores. —, pero Froi seguía siendo negativo a la actitud terca de su hijo mayor.
—¿Y qué tal si nunca lo hace?, es un terco aferrado que no se preocupa por los sentimientos ajenos.
—Cuando murió tu esposa, ¿Qué fue lo hiciste? Lo mismo que pidió tu padre: cubrir lo sucedido para que nadie más se enterara. Dejaste que Meliodas lidiara solo con ese trauma mientras Zel no sabía nada. No sabía en dónde estaba su madre. ¿Quién es el que no piensa en los sentimientos ajenos? — el hombre rechisto cruzándose de brazos.
—Lo lleve a terapia psiquiátrica. — torció una mueca que solo dejó a la mujer con su impaciencia desbordándose.
—Muy tarde cuando descubriste que esa actitud agresiva no era normal en un niño de 13 años.
Finalmente, el señor Demon se levantó de su asiento con un arrastrar de silla violenta contra el suelo causando una ruidosa fricción. ¿Era el único que pensaba en frío?
—No puedo seguir discutiendo contigo. — ese semblante lo conocía perfectamente, no podía contradecir a sus palabras por el simple hecho de ser más que ciertas.
—Solo acepta que tampoco puedes superarlo, solo acepta que te sientes culpable por la actitud de tu hijo y ya. — insistió por última vez. —No seas como tu padre y no busques controlarlo. Recuerda que fue por él que todo esto comenzó.
—No sé ni para que trato de razonar contigo, siempre fuiste muy tenaz.
—Y tu muy terco. — peligrosas miradas en un silencio punzante, nuevamente como hacía años atrás antes de que tomaran rumbos separados. —Si solo querías citarme para decirme que mi hija y tu hijo no son lo suficientemente grandecitos como para que corran el riesgo por su cuenta, déjame decirte que conmigo pierdes el tiempo. — tomó su bolsa y se levantó con sutileza acomodando sus ropas. —Te recuerdo que el tiempo es contado, deberías simplemente darle ese apoyo que no le diste y dejar de preocuparte por cosas absurdas.
Con estas palabras dio el último golpe al ego prepotente del rubio, más sabía que ese orgullo no se dejaría arrastrar tan fácilmente y ni espero a que dijera nada más, solo dio la vuelta y regresó a su labor esperando que un par de calmantes y el trabajo la mantuvieran con la mente ocupada; sin embargo, preocuparse era lo último que no podía hacer.
[...]
¿Qué era más interesante que podía hacer un martes en la tarde? Solo escuchar como campanadas la pequeña cuchara chocar contra la porcelana de la taza de café dejando salir suspiros vagos que se refugiaban de la fría soledad de su hogar.
¿Hacía mal en dejar que su hija se involucrara con los Demon? Descartó esa idea. Fuera lo que Froi pensaba, la idea del matrimonio daba más resultados de los que esperaba; Elizabeth, pese a la desconfianza que tenía ahora con el rubio, aprendió a tomar las riendas. En un pasado ella hubiera actuado de manera inmadura e infantil con sus típicas rabietas que llamaban la atención del público, poco a poco formaba un carácter más decente.
Por otro lado, Meliodas solo era alguien directo, centrado y sereno. No era un insensible como su padre alegaba, malamente solo no sabía mostrar afecto o no le interesaba, los sentimientos eran difíciles para él por el hecho de no saber mostrar las suyas correctamente, solo era cuestión que aprendiera a abrirse de poco en poco. Al menos era un digno Demon que reconocía sus errores, aunque su "perdón" solo causaba más problemas que la misma ofensa.
Soltó una risa irónica negando con la cabeza; existían parejas complementarias, las ideales, perfectas, las de vida... y luego ellos, que no tenían ni idea de que hacían, pero solo existían como la cosa más bagatela. ¿Cómo explicaba eso al rubio sin que este renegara antes de que siquiera pudiera hablar?
—Maldito Demon. — maldijo en bajo tomando un sorbo de su café amargo. El pequeño timbre llamó su atención, no creía que fuese su hija, ella era insistente con el timbre. Soltó un suspiro acercándose a la puerta para abrirla, llevándose la sorpresa que se tratara de Meliodas. —Oh, cariño, ¿Qué haces aquí?
—Buenas tardes señora Goddess, ¿se encuentra Elizabeth? — cuestiono ignorando el apodo de la mujer.
—Salió de imprevisto con los Lionés. Chicas, ya sabes. — soltó una risa.
—Oh, entonces volveré más tarde. — no tuvo tiempo de retroceder pues la madre de su pareja tomó su hombro reteniéndolo.
—Para nada, estás en tu casa, puedes esperarla para no hacerte pasar molestias. — el más bajo soltó una resignación por la insistencia de la mujer. Asintió ingresando en el amplio lugar blanco de aroma a jazmín. —Sabes, algún día deberías traer a Zeldris y su familia me encantaría tenerlos aquí un rato. Tal vez cuidar a la pequeña Amice, es un amor. — detonó emoción causando intriga en Meliodas quien notó las aficiones similares entre madre e hija.
—Lo tendré en cuenta, gracias. — los ojos curiosos continuaron deambulando por los alrededores hasta encontrarse con aquel florero que entregó a la albina. Soltó una risa baja al ver que el adorno estaba cubierta por una tela semitransparente; esa mujer era extraña de una manera magnética.
—¿Te apetece comer algo? — volteo a ver a la mujer en la cocina. Asintió.
No dudó en esperar un momento perdiéndose en recuerdos melancólicos de lo poco que recordaba de su niñez y es que, la memoria de esa edad antes de la muerte de su madre era borrosa e inteligible, incluso ese día poco recordaba y ese poco era suficiente para sus migrañas. ¿Cuándo fue la última vez que se sintió cómodo en una casa ajena? Era difícil responder cuando la suya propia la sentía lejana.
—Listo, espero te guste el cerdo y la pasta. — sus ojos visualizaron el plato frente a él, su estómago no tardó en reaccionar por el apetitoso olor.
—Gracias por la comida. — indicó justo al momento de tomar los cubiertos y llevar un bocado a sus labios. Era exquisito que no pudo evitar que sus ojos iluminaran ese rostro de degustación que la mujer notó. —No creí que tuviera una sazón exquisita. — halagó.
—No es nada. Practicar me llevó mucho. — sus zarcos divagaron en el pasado. —Una vez tu madre y yo intentamos cocinas. Incendiamos la estufa y la cocina se inundó. — soltó una risa alta. —¿Qué ha hecho tu padre?
—Está en contra que continúe mi relación con Elizabeth. — lejos de molestarle esa pregunta, se la tomó con poca importancia. —Supongo que jamás nos entenderemos.
—Es curioso ya que me recuerdas mucho a él cuando era más joven; aunque era más irresponsable, rebelde y se creía el galán de todo un melodrama. — alzó los hombros con ironía. —Tal vez es que los dos son igual de testarudos, ¿Cómo sabría que su primer hijo saldría igual a él? Está lidiando con una versión más joven. Zel es más como tu madre: calmado y no le gustaban los problemas, claro que siempre tenía su temperamento escondido. — no lo negaba, era cierto que su hermano era menos propenso a molestarse y cuando lo hacía podría igualarlo en cuanto reacciones explosivas.
—Tal vez sea cierto.
—Lo puedo confirmar con Elizabeth. La actitud de mi ex marido siempre deteste, el problema es que Elizabeth es igual, ¿Qué debo hacer con eso? Aceptarla como es. — relamió sus labios ansiosa. —Me gustaría ayudarte, pero conozco a los Demon, son orgullosos.
—Tan mala fama hemos ganado por dignidad. — Inés negó.
—No confundas. La dignidad es el valor de aceptar la realidad de sus actos aun si la pierdes en el intento; el orgullo ya es un pecado. Hay quienes alardean no ser orgullosos y se sienten orgullosos de eso. Digamos que el orgullo es simple basura que se desecha todos los días, solo se acumula y estorba, si lo dejas ahí solo acumulas problema tras problema. — el rubio se quedó sin palabras. —Lo de ustedes es vanidad por las apariencias; la gente solo habla lo que ve.
—Al parecer tiene un alma sabia. — a la mujer le causo gracia sus palabras.
—Solo he cometido mil errores.
[...]
—¿A dónde fue tu hermano esta vez que te dejo el día libre? — cuestionó la rubia acostada sobre su pecho mientras este se aferraba a sus hombros. —Parece de buen humor en comparación a hace unos días.
—Hm, no lo sé, pero mejor ni lo cuestionemos. — se dedicó a cerrar los ojos y solo relajarse de las arduas jornadas en la que su padre lo sometía. —Es mejor que se mantenga así. Quien me preocupa es mi papá, es cada vez más... exigente.
La de ojos bermejos admiró su gesto tranquilo y sosegado dejando que las ideas inundaran su cabeza llena de perversión. La puerta estaba cerrada después de todo.
—Pobre de mi marido, necesitas relajarte. — sus pupilas se dilataron al abrirse y encontrase con su mujer sentada sobre su vientre con una mirada que delataba una sensual invitación.
—Me interesa. — una de sus comisuras se alzó con libio complaciendo a Gelda. Dejó su peso encima de él dejando su respiración acariciar su cuello escuchándolo jadear al momento que sus manos femeninas comenzaran a relajar los músculos de sus hombros. Nada como un masaje antes del juego previo, una de sus tantas rutinas que ambos disfrutaban.
—¡Papá! — el aludido quito a la mujer de encima justo a un segundo que la pequeña azabache ingresara a la habitación de sus padres con un teléfono insistente entre sus manos. —¡Papi!, ¡Papi! Alguien te llama. — la infanta saltaba sobre el colchón.
"Carajo." Reprocho internamente tomando el teléfono. —Gracias mi amor. — a regañadientes se levantó de la cama dejando a las féminas, siendo Gelda quien la atacara con pequeñas cosquillas sobre su estómago.
—Es extraño que me hables. — fue lo primero que dijo al tomar la llamada con un claro ceño fruncido. —Espera, ¡¿en serio? Él odiará ese tipo de sorpresa. — la voz burlona continúo parloteando por un buen rato en un afán de convencer a Zeldris y vaya que era fácil de persuadir con cualquier idea. —Bien, el fin de semana, pero no me hago cargo de su actitud. Hasta entonces. — advirtió con antemano.
Soltó un largo berrido de pereza, pero seguramente valdría la pena. Solo regreso a la habitación donde ambas mujeres seguían con sus juegos jocundos, sonrío con ternura.
—¿Qué sucede cielo? — sonrió con una bocanada.
—Reunión familiar.
[...]
El plató yacía frente a él con los cubiertos cruzados sobre el mismo después de satisfacer su apetito. La mujer tenía buenas habilidades culinarias y estaba más que comprobado, pero su charla aún no terminó ahí.
—Entonces, cuéntame ¿Por qué tu nerviosismo e inseguridad? — sus ojos se ampliaron ligeramente. —Un sentido materno, he aprendido a ver ciertas señales y créeme que ni con toda esa serenidad me engañas muchacho.
Estaba atrapado, esa mujer era sumamente minuciosa, aunque tampoco desconfiaba de ella, era más flexible que su progenitor y quizás lo ayudaría un poco.
—Verá, en realidad más que nada... — clavó su mirada con determinación. —Quiero pedir formalmente la mano de Elizabeth. — eso no se lo esperaba, esta vez su compostura se vio en duda ante tanta veracidad. —Puede que solo sea un acuerdo por un trato, pero no quiero hacerla sentir mal por eso.
—Definitivamente saldrá huyendo. — fue lo primero que se le ocurrió decir. —Lo siento, hablé sin pensar. Eh, claro que tienen mi bendición, pero no hay por qué ser tan formales. — rascó su mejilla nerviosamente. Se imaginaba a su hija salir corriendo en seguida.
—Honestamente, no sé de esto y realmente ni siquiera sé cómo es que debería pedírselo, pero Zeldris me recomendó averiguar la talla del anillo. Creí que usted podría ayudarme con eso. — explicó algo apenado causando ternura en la mujer.
Seguía teniendo un complejo de niño pequeño e inseguro o solo era un espejo de la persona que tenía enfrente.
—Hm, no se te da el romanticismo, no tienes que hacerlo de esa manera y Elizabeth se sentirá incómoda ya que sabe ese aspecto de ti. Se directo con ella y espera a que se calme. — aconsejó. —Respecto al anillo... creo que en la habitación de Elizabeth hay unos que tiene por ahí, podrías usarlo como referencia. Siéntete libre de entrar.
La mujer apresuró a recoger las cosas sobre la mesa y limpiar dejando al rubio algo titubeante por eso, ¿ella se molestará? Molestar era poca palabra para la reacción de dicha albina, pero realmente lo necesitaba. Bufó.
Con sus manos escondidas en los bolsillos siguió el camino hasta la habitación de su pareja encontrándose con un desorden. Negó a su curiosidad de inspeccionar y solo buscó sobre el buró dicho accesorio.
—A ver, a ver, a ver... — suspiro acercándose al mueble donde había joyería de plata y oro. Elizabeth era una chica muy simple, pocas veces veía adornadas sus muñecas o su cuello, incluso visualizó como le regalaba una de estas a su pequeña sobrina solo porque se encaprichó con su pulsera y ella encantada se lo cedió.
No tuvo que buscar mucho, encontró uno pequeño y por su fachada era muy sencillo. Solo necesitaba una referencia, se lo regresaría en contra de su incomodidad de tenerlo que tomar sin autoridad de la albina. Tenía que ser consciente que no podía ser directo.
Sus ojos se vieron traicionados por la curiosidad, ¿esa foto estaba antes o solo fue indiferente la última vez que estuvo ahí? Una o dos miradas no era para tanto, perder la noción del tiempo ahí curioseando fue algo que debió tener en cuenta, pues en cuestión de minutos, la dueña de la pieza se quedó de brazos cruzados en el marco de la puerta.
—¿Qué haces aquí Demon? — se exaltó ligeramente como un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Te parece que ando de turista en tu habitación? — su ceño se frunció por la respuesta. —Te esperaba. — la mujer ingresó al cuarto para dejarse caer de espaldas en la cama algo cansada. Verónica había sido muy intensa e insistente con las preguntas respecto a su relación.
—¿Se podría sabes para qué? — el aludido se sentó a la orilla algo pensativo, pero no logró dar con una excusa.
—Ya no tiene relevancia, a decir verdad.
—Como sea. — sus extremidades se relajaron, sus párpados descansaron cerrados sin percatarse de la mirada verde que solo la miró fugazmente de reojo antes de perderse en cualquier punto ciego. —Verónica sigue dudosa que tu cabello sea natural, ¿lo es? — la mirada volvió a ella mostrándose algo inquieto por la mencionada.
—¿No lo parece? Lo es. Ella parece que se lo tiñe. — respondió.
—También es natural, aunque no lo parezca. ¿Qué opinas del mío?, ¿no te parece un color extraño? — Meliodas ladeo la cabeza, claramente nunca se cuestionó por su apariencia física y no la llegó a juzgar.
—Es lindo plateado. No sabía que me gustara el cabello largo. — su mirada se desvió nuevamente mostrándose impasible; en cambio Elizabeth solo observaba el gracioso salto de aquel par de cabellos del rubio cada vez que se movía. La atraía como estambre a un gato de pupilas dilatadas.
Cuidadosamente, aprovechándose de la distracción del rubio, se acercó a su espalda admirando de cerca cada hilo dorado que conformaban esos mechones singulares de rumbos separados. Elizabeth se atrevió a enredar su índice en el más pequeño sintiendo la sedosidad del mismo. Meliodas amplio los ojos y entreabrió los labios, pero ni un sonido salió de ellos, solo sentía el cosquilleo en su cabeza al percatarse que la albina se veía entretenida con el ahoge.
Su nariz aspiró lentamente satisfecha del aroma cítrico y bosque. Tan deleitoso como adictivo que soltó un suspiro inconsciente.
—Estás muy curiosa el día de hoy. — murmuró con un ligero tono cosquilludo, más la mujer solo tentó revoltosamente en sus cabellos hasta encontrase en su rostro.
La albina aprecio sus ojos más de cerca, ¿siempre fueron así de hermosos y brillantes? No los perdía de vista solo esperando alguna respuesta negativa, pero no hubo objeción a sus intenciones ambiciosas.
Su cabeza se ladeó acercándose a él, Meliodas se quedó quieto y perplejo, solo esperando a que ella tomara ese avaricioso contacto, vacilando si acceder o no. Su respiración dulce y elocuente cosquilleando a pocos centímetros de sus labios, solo sería un pequeño roce lo que definiría el retorno de esa relación.
—Elizabeth, ¿deseas que te sirva algo de comer? — la susodicha parpadeo anonada saliendo de aquel trance tomando distancia del rubio.
—Eh, si madre, voy. — un mechón escondió detrás de su oreja buscando olvidar lo sucedido. —Hay que bajar. — Meliodas asintió yendo detrás de ella sin mencionar nada de lo sucedido.
Estaba aún extrañado por aquella actitud tan... ¿Instantánea?
Revisó la hora en el reloj, tardó más de lo planeado y ya tenía lo que necesitaba; no era necesario quedarse y causar alguna incomodidad.
—Yo me tengo que retirar, gracias Señora. —esta asintió.
—Gracias por tu visita. — las esmeraldas se fijaron en los bicolores distraídos.
— Nos vemos el siguiente fin de semana, Elizabeth.
—Si. — en cuanto desapareció de su espacio soltó el aire contenido en alivio; sin embargo, su madre mantenía una mirada cómplice que le hizo sonrojarse.
[...]
Los días corrieron mucho más rápido de lo que había esperado y el tema del casi beso quedó olvidado como simple momento de absurdo ensimismamiento, ni siquiera se molestaron en recordarlo mientras hablaban de sus trivialidades o una que otra pequeña discusión llena de ironía y sarcasmo para terminar riendo por quien se quedaba la última palabra siendo Elizabeth la de actitud exaltada mientras Meliodas solo perdía con su serenidad.
Nada fuera de lo común hasta llegar a la tan ansiada propiedad entre el bosque donde Gelda esperaba para recibirlos mientras su pequeña se mantenía entretenida jugando en los alrededores. Empezaba a amar la desolada vivienda lejos de la urbanidad.
—Eli. — la nombrada se acercó dejando a su pareja insistiendo con el contacto de su pariente menor.
—Hola Gelda, ¿hoy no está Derieri para acompañarnos? — la mujer de ojos carmín negó desanimada.
—Me temo que no. Hey, Meliodas. — el más bajo se les unió a las mujeres con una expresión impaciente soltando el teléfono que lo mandaba directamente al buzón.
—Gelda ¿Y mi hermano?
—No tarda en llegar. Salió de imprevisto y desbocado, dijo que era urgente. — chasqueó en una mueca.
—Me dijo que aguardara aquí, ¿Qué tanto está haciendo? — odiaba cuando el menor siempre hacía de las suyas dejándolo con la duda y no tanto porque le entusiasmara la "sorpresa", sino que siempre lo pasmaba con algo desagradable y seguramente en esta ocasión no sería la excepción.
Su espera no fue tardía, en seguida aquella camioneta fue aparcada en el jardín frontal dejando salir al de cabellos azabaches tranquilamente con las manos detrás de su nuca.
—Tranquilo hermano, ya estoy aquí. — comentó con extraño tono de voz. —Y con compañía especial. — los ojos verdes voltearon a la camioneta; sin embargo, los amplió ligeramente dejando un ceño semi fruncido al ver dos siluetas familiares bajar del vehículo.
—Hey, rubio; no me digas que te sorprende verme. — contoneó las caderas acercándose juguetonamente al sorprendido rubio y a una extrañada peli plata.
—¿Liz?
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Aquí es donde los dejo con la duda y me voy corriendo.
Pero antes, déjenme sus teorías. Esto es simplemente fácil y sencillo, no tiene mucha lógica ;3
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