Capítulo XXVIII
Me desaparecí un rato de aquí, pero ya estoy un poco mejor para continuar ^^
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Colores primarios opuestos, repeliéndose constantemente en el silencio incómodo. El azul intenso perforaba la pobre alma mortal de los rojos asustadizos de Ban, ¿cómo carajos es que el rubio salió vivo de su ira? Y para su colmo, el muy desgraciado mantenía una serenidad que gritaba burla total por su tensión.
¡Maldito enano! Se suponía que él era de las ideas malas, y justo cuando accedió a ser arrastrado a una, no creyó que fuera muy tormentosa y de resultados agresivos por parte de ella y su rubia.
Sudó en frío. El entrecejo platinado de Elizabeth se arrugó más de lo posible si no hasta que apareció su tan hermosa y amable (cuando quería), esposa de cabello rubio con unas tazas de té para calmar los nervios de acero de su invitada. Debió suponer que Elaine la recibiría gustosa después de ese día; no tuvo tiempo de rechazar la solicitud del rubio por tener una "charla tranquila" antes de que su mujer accediera, y ahí estaba, lanzando miradas asesinas.
—¡Uf!, es difícil caminar con un pequeño muy activo. — palmeó ligeramente su estómago abultado causando una sonrisa de ternura por parte de la albina.
Elaine era una mujer dulce y muy amable, un carácter único y digno admirar, pues a diferencia de ella, la rubia se mantuvo en calma y lejos de los juegos de su marido que, sin éxito alguno, logró sacarle palabra a la mujer. El rencor seguía en ella y parte de la culpa pues dejo que esto ocurriera.
—Mi hadita, no deberías cargar con... — esta desvió la mirada de manera hostil ocasionando incomodidad en el peli blanco. —Entiendo. — la rubia liberó un suspiro.
—Lamento lo que sucedió Elizabeth; ten por seguro que aún no lo he perdonado. No comprendo a dónde fue mi mente en ese momento en que Ban me comento de todo esto, pero tampoco esperé que te enteraras de la peor manera. — mencionó abatida antes de llevar la taza de té a sus labios, degustándolo lentamente; la contraria negó.
—Pero tú no tienes la culpa de esto, solo fueron este par de ... — sus ojos fulminaron al par que solo se removieron inquietos. —Insensibles e inoportunos. — Meliodas no evitó rodar los ojos. Era molesto como podrían a veces compararlo con una piedra; muy diferente era ser empático y otra ser alguien que no mostraba tanto afecto.
Meliodas fue indiferente a las miradas ofensiva de su preciosa novia, podía estar tranquilo, pero a diferencia de Ban, no permitiría que el orgullo obstaculizaría su matrimonio con su pareja, ¡extrañaba abrazarla sin que ella se apartara con enojo!
—¿Puedo comentar algo?
—No, cállate Ban. — opuso la rubia sin dirigirle la mirada aún. El albino renegó como infante.
—En mi defensa, no lo hice para molestarte a ti, Elizabeth; sino al capitán. En serio. Él me lo pidió, dijo que dejara de confundirte ya que estaba seguro que tú eres una mujer honesta, pero yo tenía mis dudas hacia él. — ambos arquearon la ceja confundidos por su excusa. —Tenía curiosidad, nunca lo había visto tan molesto, o al menos no antes de que yo intentara besarte. — se alzó de hombros, pero no fue suficiente para convencer a las mujeres mientras dejaba a su mejor amigo con la duda.
—Sabes que pudiste comentármelo antes, ¿no crees? — torció una mueca acompañada de unos bicolores recelosos.
—¡¡Eso no me hará cambiar de opinión!! — se cruzó de brazos sobre la hinchazón de su vientre. —No hay justificación para un acto cruel, ¿acaso a ti te hubiese gustado que jugaran con mis sentimientos de la misma manera? — tal vez eran los síntomas del embarazo, pero de momento a otro la ojimiel cambio de un patente enojo a un sentimiento de tristeza.
—Una vez que lo dices así, no suena como buena idea. Yo no lo hubiese permitido. — se mordió el labio nerviosamente por el rostro de frustración de la mujer. Unas mejillas infladas y sonrojadas, pequeñas lágrimas acumuladas en sus orbes y sus mohines titubeando; adorable y temerosa a la vez.
—Pero lo hiciste indirectamente.
—Tranquila Elaine, ya todo está bien. Solo quería dejarlo en claro, sin rencores. — Elizabeth se apresuró a abrazarla, tomando el costado de su cabeza para consolarla dejándola que sollozara en su hombro. Ban se sintió celoso por el hecho que esta prefiriera estar en brazos de la mujer cuando regularmente recurría a él para calmarse.
—A ver mi... — otra de sus miradas amenazadoras que le hizo retroceder y alejarse de las féminas con el rubio. A regañadientes murmuraba y maldecía en bajo su suerte. —Pero me tendrá que hablar en algún momento, ya verá. Le dejaré el cereal hasta arriba de la alacena y me tendrá que hablar para que lo baje. — cruzó de brazos tomando una lata de cerveza y dar un largo trago amargo como pequeño encaprichado después de que le privaran de algo valioso.
—¿Qué sucede Ban? No creí que fueras tan infantil. — se burló el oji verde observando a las mujeres solo perderse en una conversación amena e indiferente de sus parejas.
—¿Eh?, ¿a quién le llamas infantil? Lo dice quién hizo una prueba de fidelidad a su mujer solo porque no confía lo suficiente en ella. — bufó. —Al menos tú podrás abrazarla mientras duermes, yo en cambio me quedo solito en el frío sofá sin ella. Empiezo a creer que duerme mejor sin mí. — suspiro berrinchudo.
—Yo no duermo con ella. — aclaró.
—Pero sé que te gustaría. Es lo más placentero y suave del mundo. — suspiro extrañando la suavidad que sentía cada vez que la acurrucaba en sus brazos y acunaba su estómago embarazado entre sus manos, dejando esas ilusiones acelerara su corazón.
Meliodas, por su parte; la verdad nunca lo llegó a pensar, ni siquiera a imaginar cómo sería dormir con ella. ¿Qué pasaría después de cuando ambos se casarán?, ¿Dormirían juntos como una pareja normal o separados?, ¿Ella estaría de acuerdo? Idearse esa escena le resultaba algo... ¿vergonzoso?
De acuerdo, no le emocionaba ni siquiera.
—Parece que se llevan mejor de lo que creí. — interrumpió el peli blanco soltando un suspiro soso lanzando la lata al bote de basura. —¿Crees que conspiren contra nosotros? — Ellas reían de la manera más calmada, solo adivinando lo que hablaban leyendo los labios de la albina.
Risas, anécdotas; no se dio cuenta de cuánto tiempo se quedó atrapado en sus pensamientos a futuro con aquella platinada. Soltó una risa por tan ridícula idea paranoica por parte de su mejor amigo.
—No exageres, zorro. ¿Qué es lo peor que podrían llegar a hacer?
—No subestimes a tu mujer, da miedo; creo que no volveré a provocarla y piénsalo antes si no quieres que nos cuelgue de allá abajo. — soltó otra carcajada. No subestimaba el temperamento de la albina, pero no era para tanto, ¿cierto?
Los minutos parecían simples segundos relativos del tiempo, las risas entre las anécdotas triviales de las cotidianas vidas de la rubia y la albina eran bien recibidas entre sus mutuos intercambios de experiencias. Una a la otra se comprendía a la perfección como si fuesen destinadas a ser (curiosamente) mejores amigas; simple coincidencia pudiese ser.
—Y luego... — tomó aire. —... mi hermano terminó con un terrible derrame nasal. Tuvimos que llevarlo de emergencias. — ambas soltaron risotadas que solo dejaron al par de varones por su incesante gimoteo al tratar de buscar aire. ¿En serio? Una mujer de apariencia tan dulce y adorable soltando una risa acompañada de gruñidos y demás ruidos comparados con el de un animal. Las apariencias guardaban mucho qué decir.
—Creí que era un mito. — Elizabeth fue la primera en calmar su compostura en un largo suspiro ruidoso. —Oh, no vi la hora ya que me divertí mucho contigo, pero ya tengo que irme. — soltó un puchero. Por la ventana se podía comprobar evidentemente la llegada del ocaso antes de la noche.
—Por supuesto, a cualquier hora que desees visitarme estaré disponible. — incitó la rubia con el mismo desánimo por tener que despedirse y es que, la mayor parte del tiempo se encontraba sola, salvo las pocas ocasiones en que su cuñada la visitaba para supervisar su salud.
—Créeme que lo haré. Nos vemos Elaine. — el rubio no tardó en despedirse de su compañero e ir detrás de la mujer.
—Nos vemos, Elizabeth. — la aludida se limitó a solo hacerle un formal gesto severo con la mano para proseguir a salir del departamento. —Creo que seguirá sin hablarme un largo tiempo. — rascó su nuca nerviosamente.
—Nos vemos, Ban. — la puerta se cerró, dejando al matrimonio en sus asuntos; mientras tanto, Meliodas solo posó su mano inocentemente detrás de la espada descubierta de la Goddess. —¿Quieres que te lleve a tu casa?
—Si no es mucha molestia. — accedió. —La verdad es que quiero dormir. Fue un día lleno de muchas emociones y créeme que podría dormir durante todo el día.
—Solo no te duermas en el asiento. — negó con la cabeza soltando una risa cómplice.
—¿Y arriesgarme a que hagas otra de las tuyas, Demon?, contigo sé que debo tener los ojos bien abiertos. — jugueteó un poco con el par de mechones que saltaban por encima de su cabeza tentadoramente causando gracia al varón por su metáfora. —Aunque tengo ganas de tirarte de esos lindos cabellos tuyos.
Meliodas no evitó recordar con una sonrisa aquella anécdota candorosa que la madre de ojos zarcos le narró la última vez; sin duda, ella se traía algo en contra de sus cabellos y existían actitudes que nunca cambiaban.
[Día siguiente]
Un rubio de fastidiosos ojos verdes solo buscaba distraerse con el dispositivo móvil mientras escuchaba a su hermano menor parlotear entre mofas de su situación actual con su novia.
—Aún me sorprende que te haya perdonado, no lo mereces después de lo que le hiciste. Fue imperdonable y desalmado. — una mezcla de asombro y burla salió acompañado de esa frase, su hermano solo sonrió con ironía.
—No me perdonó del todo, solo aún no confía en mí. — el azabache negó levemente.
—¿Y qué querías? ¿Qué se te aventara con los brazos abiertos lanzándote besos y flores? — soltó una carcajada. —¿Ya intentaste darle...?, no sé, ¿un presente como disculpa? — el rubio lo meditó un poco.
—La otra vez le di un florero. — Zeldris golpeo su frente, ¿un florero? —No soy bueno con los regalos y lo sabes, aun así, no lo aceptó. Cree que inserte un microchip de vigilancia en las flores.
—De verdad no confía en ti. Yo le hago algo a Gelda eso y doy por hecho que termino bien muerto y sin hijos. Aunque estoy orgulloso de ti, por fin hablaste de lo que sucedió. — los labios contrarios se fruncieron. Aún dolía tocar ese tema. —¿Le contaste todo?
—Ella dijo que me daría el tiempo, ya estaba en mi si yo le contaba todo o no. — respondió en un siseo dando a entender que su respuesta fue negativa. Soltó el teléfono para darle la cara al menor. —Solo le dije del estrés causado por la muerte de nuestra madre.
Hubo un largo silencio por parte de los hermanos.
—No la mereces. — las cejas rubias fruncieron. —Es que ustedes son unos raros; parece que se quieren y a la vez se odian, luego se muestran interés y después indiferencia... Pero bueno, no entiendo el amor ajeno. — negó exaltado por esto.
—No estoy enamorado de Elizabeth, solo le tengo aprecio como a cualquiera de ustedes.
—Si, claro. — ladeo una sonrisa. —Pero déjaselo en claro, no vaya a pasar como con Liz que se ilusionó solo porque le dijiste un "te quiero" tartamudo. — soltó un chasquido de lengua contra su paladar al recordar tan incómoda situación con dicha pelirroja.
—Ella fue diferente, a ella le dije la verdad y me golpeo.
—Bueno, es que piensa; en vez de decir: "lo siento, no puedo corresponder tus sentimientos", le dijiste: "perdón, pero nunca sentiré amor por ti". Eres un imbécil sin sentimientos, pero te quiero porque eres mi hermano y no tengo opción. — suspiro frustrado.
—Gracias por ser amable.
—Aun así, creo que deberías ser más considerado con ella. A las damas les gustan los regalos por más difíciles que sean. — aconsejo sabiendo de antemano que sería en vano; conocía al testarudo de su hermano como la palma de su mano.
—No creo que Elizabeth... — Zeldris interrumpió enseguida.
—Invítala a salir, cómprale al bonito como... — pensó por largos segundos antes de que este pudiese tomar la palabra. — ¡Ropa interior! Las chicas aman la ropa interior.
—Zel, eso suena más a una fantasía tuya. — volteo la mirada.
—Bueno, escríbele una carta romántica. Algo así como "si quieres dos hijos o más, podemos empezar a practicar" o ... — antes de que pudiese seguir con intentos de metáforas poéticas, Meliodas chito.
—¿De qué canción sacaste esa ridiculez?
—Te quiero ayudar y no te dejas. ¡Ash! — dramatizo cual diva dejando al mayor con un semblante negativo.
—No esperes que me ponga sombrero y le cante a los pies de un balcón a medianoche porque antes me lanza agua con todo y cubeta. — buscó tranquilizarse, no se imaginaba él, en una situación romántica y cursi que solo le causaba náuseas moribundas. ¡Jamás haría tal acto innecesariamente ridículo! —Ya te lo dije, no tengo porque hacer eso si no me nace hacerlo, no me voy a comportar como un cursi enamorado, porque no estoy enamorado de Elizabeth y nunca lo haré.
Sus palabras recalcaban seriedad y una seguridad nata, pero algo en su mirada verde comenzaba a dudar que siquiera pudiese cumplir esa promesa, después de todo, aún tenía toda una vida con ella para cambiar de opinión. Zeldris se dio por vencido en un intento de no perder los estribos contra su mayor.
—Luego porque te dejan tus novias, si ella tuviera opción ya lo habría hecho desde un principio y se habría ahorrado tanto dolor porque puede que ella no sienta amor por ti, pero ¿sabes cuánto duele una traición? ¡Piensa! Ella no es como tú. — cruzó de brazos en sermón. —Esta relación no es un juego.
—Ella ve esto como un juego, realmente no está interesada si soy romántico o no. — se hundió de hombros indiferente.
A este punto, no sabía a quien quería darle un golpe; a su hermano por imbécil o a su cuñada favorita por ser tan trivial al respecto. Ambos un concepto de la absurda ideología de Sócrates: irónicos y confusos.
—Ya sabes lo que dicen, lo que empieza jugando termina gustando. — bajó la mirada por unos momentos. —No sé, considero que como será tu mujer puedas tratarla como a una "novia" como tal, aunque es inteligente, conociendo lo obstinado que eres no sentirá nada por ti, aunque eso tampoco te interesa.
—No creí que me conocieras bien. — su comisura izquierda se alzó burlonamente.
El azabache tocó el fondo de la conversación. No importaba cuanto tratará de desviar ese camino lleno de grietas, siempre volvía al mismo para esconderse entre ellas. Era mejor solo darle vuelta al asunto y discutir otro tema que le causaba intriga como cavilación de corazonadas preocupantes.
—Como sea. Papá quiere que revises últimas gestaciones pasivas de los últimos meses. — Meliodas cambió su postura relajada a una más tensa sobre su lugar revisando las gráficas de dichas finanzas.
—Parece que últimamente solo se molesta en explotarme.
—Diría que te quejas mucho, pero estamos igual. — su mirada se dirigió curiosamente al de su hermano. —Él me dejó a cargo de los estados de flujo interior y exterior.
—Me parece extraño, pero nuestras quejas le parecen apáticas de cualquier modo. No hay más que simplemente ejecutar sus órdenes. — torció la boca ansiosamente.
—No podemos hacer nada contra su palabra, no queremos que nos ponga en sentencia. — un escalofrío atacó la columna del menor y es que, para ellos, su padre, era más un jefe sin ningún tipo de relación familiar o cercana. Era estricto cuando se trataba de los negocios y cualquier orden que no se cumpliera llevaba consecuencias sin importar la persona. —Por cierto ¿le comentaste que no terminaste con ella?
—Por ahora no. Quiero estar tranquilo y lo menos que necesito es otra frustración de un sermón sin sentido e innecesario para tratar de regresar mi estabilidad mental y emocional. Después de todo, no creo que haya algo más que pueda hacer.
Zeldris se preocupó por un momento.
—¿Y las pastillas?
—Están en el mismo cajón por si aún te preocupas que tome una sobredosis. — respondió de lo más calmado y sin renegar. —Puedes estar calmado, no las necesito por ahora, pero si las quieres esconder de mí, puedes tomarlas. — una sonrisa se asomó en su rostro negando levemente.
—No, para nada, confío en ti hermano.
Tal vez jamás lo demostraron de manera insistente, pero para el azabache, Meliodas era en quien podría confiar ciegamente mientras el rubio, de una manera u otra sobreprotegía a su hermano menor, aunque eso lo llevó a tener problemas.
Mientras tanto, el humor de Elizabeth podría estar en los aires contra las ráfagas del viento desplegándose como inmensas alas imparables. Perdida en su labor mientras siseaba una melodía tranquila y tranquila, ¿por qué ese cambio repentino de actitud? Ni ella se lo explicaba, sólo se sentía más que feliz sin causa aparente y su progenitora no lo pasó por desapercibido.
—Me alegra que te veas más animada, Eli. — su hija le sonrió ampliamente. —Veo que te emociona no tener problemas con Meliodas. — asintió con tal fluidez que podría compararse con un pequeño baile elocuente.
—Así fue madre. — soltó un largo suspiro. —He comprendido varias cosas de él.
—¿Y podría saber de qué se trata? — con falsa ignorancia se atrevió a preguntar, pero no esperaba la negatividad calmada por su parte.
—Lo siento; él me confió esto madre, no puedo contártelo ya que es personal. Espero lo entiendas. — se escondió en una risita quisquillosa ignorando la sonrisa cómplice de la peli plata mayor.
—Claro que sí, lo hago.
Tal vez no lo sabía, pero incluso Inés Goddess sabía más del rubio de lo que su propio padre podría saber, solo que no era necesario gritarlo a los vientos. Era mujer reservada y eso la volvía peor que un arma.
—Bien, terminé de organizar los calendarios del próximo mes. — soltó un jadeo exhaustiva. —Iré un rato con Gelda y Derieri a dar la vuelta. Nos vemos mamá. — esta dio un beso en su mejilla después de tomar sus cosas.
—Oye Elizabeth, tu padre habló. — observó una pequeña mueca, que su padre llamara de anticipo no eran buenas noticias. —No quiero que te ilusiones, no estoy segura que él quiera venir. — la menor soltó una risa irónica.
—Parece que las decepciones me siguen. No te preocupes mamá, ¿te veo al rato? — la mujer asintió.
—Cuidate, Eli.
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Si puedo, en un rato más les estaré subiendo el siguiente capítulo.
¿Qué les pareció? Fue algo simple, pero por ahí les dejé una cositas escondidas òuó
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