Capítulo XI

Lamento la tardanza, pero creo que no hace falta excusarme, fueron muchas cosas las que pasaron así que... ¡meh!

.

Ambiente tensamente cálido, así como sublime y gratificante; no podía detenerse, él la embestía con fuerza a un ritmo constante que incrementaba con cada impulso de su cuerpo. La escuchaba gemir debajo de él, observaba su rostro sonrojado y sus facciones avergonzadas. Maldita mujer, lo había seducido y ahora no sabía cómo habían llegado hasta ahí. Solo había pasado un día desde que ella había comenzado el juego de seducción, y él le siguió ese juego.

—Aah, Meliodas. — no podía parar de verla, era excitante verla retorcerse debajo de él, gozando cada penetración. Faltaba poco, lo sabía por el hormigueo en su miembro, la tensión en su cuerpo, el ritmo acelerado de su corazón, el incremento en los clamores de la albina pidiendo más de lo que podía, solo un poco más...

La alarma sonó ruidosamente a su lado y él despertó agitado con el corazón acelerado. Jadeaba con el ceño fruncido y un sudoroso calor en su cuerpo. Apresurado, apagó aquel molesto aparato suspirando, aunque no sabía si maldecirlo o agradecer por haberlo despertado.

—Carajo. — talló su rostro avergonzado al ver una erección entre sus pantalones de pijama, musitó un par de obscenidades más para sí mismo, sintiéndose un adolescente de hormonas alborotadas pues ese era su segundo sueño húmedo con la oji bicolor.

No lo hacía a propósito, solo no podía evitar recordar esa experiencia tan efímeramente suficiente para confundirlo y traerlo en un aprieto. Bien, tuvo sus tentaciones, pero ella fue la primera en darle una experiencia tan buena para un corto tiempo que ansiaba que nuevamente se le lanzara, aunque su lado juicioso interviniera con eso.

[...]

—Oye, capitááááán... — cantó el hombre alto de ojos rojos. Un pequeño sonido malhumorado atravesó sus labios sin ver su semblante seguramente burlesco. —Te ves de mal humor y eso que no se te nota.

Siseo cansado, su mejor amigo eran de eso al que no podía ocultarle la más mínima cosa; como gran observador que era, logró ver esa indecisión y malogro en la serenidad del rubio.

—¿Qué sucede, Ban?

—¿Qué tal si vamos por unas cervezas?, digo es viernes y el cuerpo lo sabe. — cantó con un exagerado alargamiento en la última sílaba. Meliodas rechisto rodando los ojos, dando la espalda a esa actitud tan optimista y, hasta cierto punto, irritante.

—No quiero, estoy cansado. — resopló sin más. Por más que tratara de olvidar lo que pasó, no podía, esa escena se quedó impregnada en su memoria lo suficiente como para no querer dejarlo tranquilo y Ban lo sabía, no precisamente, pero tenía en claro que era algo lo suficientemente tumultuoso para no dejarle concentrarse.

—Algo te pasa, no... algo te inquieta mi amigo. — no consiguió respuesta, y tal vez descifró cual podría ser la causa. —Te está gustando la chica, ¿huh? — los ojos se ampliaron, el sonrojo estaba de más y una mirada hostil fue dirigido a su semblante asertivo.

—¡Cállate, zorro! — una risa se escuchó por parte del contrario.

—¡¿Que tiene que te guste?!, incluso a mí me podría gustar. — bromeo, pero su mirada no cambio; bien sabía lo peligroso que sería para su estado emocional, la recaída que tendría si pensaba en otra estupidez como amar, y gustar no está lejos de eso. Ban suspiro pesado negando en un silbido. —Vamos necesitas relajarte y sea lo que sea lo que te moleste, lo olvidarás.

Esta vez, su oferta sonó más tentadora y cuestionable, tal vez un poco de intoxicación alcohólica era lo que necesitaba para mantenerse fuera de sí e intentar olvidar un poco lo pasado, después de todo no tenía el valor de llamarle o enviarle un mensaje y Elizabeth tampoco se había tomado esa molestia.

—Déjame le hablo a Zeldris. — el peli blanco celebró victorioso al momento que marcaba al número del mencionado. Después de mucho había logrado sacarlo nuevamente.

[...]

La albina caminaba entre las calles de Londres con un extraño pesar, una vergüenza aún la inundaba después de recrear la escena en su cabeza, ¿de dónde salió esa valentía?, ¿dónde había quedado esa timidez?; ese extraño impulso solo salió de ella y le mandó a moverse, un hormigueo se había alojado en su vientre, deseaba volver hacerlo, deseaba provocarlo y sacarlo de ese confort de seriedad en la que estaba hundido, como si quisiera conocer ese lado salvaje.

Suspiro entre la multitud, cruzó la calle tratando de no perderse en sus pensamientos o provocar un accidente por andar caminando como sonámbulo, era tarde y la noche estaba que se acercaba.

—¡Elizabeth! — su mirada se posó en un vehículo que conducía a una velocidad mínima al lado suyo, sorprendiéndose de que era la rubia quien se mantenía al volante. Detuvo sus pasos al igual que ella.

—Gelda, ¿qué haces aquí? — se asomó un poco por la ventana, a lo que esta simplemente abrió la puerta indicándole que montara. —¿Sucede algo? — abrocho el cinturón esperando a que esta simplemente condujera.

—Nada de qué preocuparse, solo te vi de paso. — se hundió de hombros con alivio de haberla encontrado por casualidad. —Zel me llamó y por cómo lo escuche, no está nada bien. — resopló con un molesto rodar de ojos.

—No me digas que pasó algo grave. — sonó alarmada, por el contrario de Gelda que solo escupió un bufido sarcástico.

—Hombres. Si por grave te refieres a hombres, si fue eso. — aceleró un poco, dando vueltas en una esquina; Elizabeth prefirió no preguntar nada más, solo esperó a llegar al destino que no era nada más y nada menos que un bar apartado de la ciudad. —Vamos.

Las féminas salieron del vehículo, asegurándolo antes de adentrarse del lugar muy bien ambientado al siglo XV. Lámparas de cristales sustituían los faros modernos, el olor a alcohol se sentía en el lugar, en una esquina, un grupo de hombres sin sentidos cantaban con sentimiento acompañados de instrumentos de la época; era como dar un salto en el tiempo al pasado.

Siguió a la rubia a lo que parecía ser la barra, donde una mujer castaña y un hombre de bigote atendían a unos hombres bien conocidos por esos rumbos. Nuevamente ese nerviosismo le inundó al ver sus mechones rubios sobresaltando.

—¡Zeldris! — enunció con fulminantes ojos violetas a su marido de regular tez pálida, si no fuera por enorme sonrojo esparcido en su rostro.

—¡¡Amorcito!! — amplio ambos brazos, dispuesto a estrechar a su mujer, solo que esta puso su mano de por medio en su rostro para evitar que se le acercara.

—¡¡Qué "amorcito" ni qué ocho cuartos!! — soltó un resoplido —¿Cómo se te ocurre andar de borracho? — el pelinegro soltó un sollozo apenado.

La albina dejó a los esposos en una extraña discusión pacífica y sin sentido para acercarse al rubio que no paraba de beber mientras Ban se mantenía totalmente ebrio y balbuceando sobre la barra.

—¿Meliodas? — este arqueo la ceja, entre cerrando los ojos tratando de averiguar si no era un juego por parte del alcohol o de verdad estaba viendo a aquella mujer que... para empezar, ¿por qué le tenía miedo?

—¡¡¿Qué onda, Elizabeth?!! — enunció con una sonrisa que le desconcertó. ¿Meliodas?, ¿usando palabras comunes?, era nuevo. —Hum, ¿qué haces aquí?, ¿no deberías estar en tu casa o algo? — llevo el tarro a su boca, saboreando de la dulce amargura.

—Están ebrios. — mencionó a la rubia tomando espacio de él. —Nunca lo había visto así.

—Huh, Meliodas es el tipo de persona que tiene otra personalidad cuando se emborracha. — se alzó de hombros, aún se encontraba tratando de quitarse de encima al cariñoso azabache que no dejaba de soltar puchero con cada intento fallido por abrazarla.

—¿Estás bien?, pareces algo feliz. — el rubio no tardó en responder con una enorme euforia y relajación.

—¡Estoy feliz de que estés aquí! — al menos le alegraba que la bebida no afectara su fluidez al hablar, a diferencia de los demás que parecían haber inventado un nuevo idioma. —¿Quieres? — ofreció de su tarro, cosa que ella negó levemente.

—No, así estoy bien. — forzó con una risa falsa. —Creo que ya bebiste mucho. — trató de apartarle del vicio, pero este se mantuvo terco.

—¡Mira, es Elizabeth! — silbo el albino que recién había despertado de su pequeña siesta solo para continuar bebiendo. —¡¡Sírvete preciosa!! —su vergüenza no pudo aumentar más. Daba gracias que por el momento el rubio no recordara los últimos hechos con ellos, pero Ban seguía siendo un coqueto descarado frente a la novia de su mejor amigo.

—No gracias, estoy bien.

—No seas aguafiestas, princesa. — volvió a insistir. Un suspiro de fastidio salió de sus cerezos, no quería ser grosera y arriesgarse a que lo recordaran al siguiente día.

—Ya están lo suficientemente borrachos, hay que irnos. — Meliodas le ignoró pidiendo otro par de tragos, mientras el albino negaba ofendido.

—No estoy borracho, solo un poquito... poquito. — hizo un mohín con los labios ante la ceja arqueada de la mujer.

—A ver si es cierto que no lo estas. Respóndeme, ¿cuál es tu color favorito? — Ban carcajeo ante tal pregunta ridícula.

—El cuatro. — respondió.

Elizabeth solo golpeó su frente con la palma en señal de frustración, estos hombres ya estaban que veían el cielo; ahora entendía a la rubia cuando se refería a hombres.

Durante los siguientes cinco minutos se dedicó a beber limonada por pedido de su pareja; se dio cuenta que ebrio era un flojo y más terco que una cabra. Gelda no se quedó atrás, se encontraba ahora consolando a Zeldris que lloraba como infante solo porque se enteró que la rubia estaba casada, con él.

Sin duda, esto era de locos.

—...y luego le dije, "¡mira!, se te cayó el ojo", y el imbécil volteó. — ambos estallaron a carcajadas, ella se encontraba en medio de ambos, siendo hostigada por sus voces prominentes e incluso el olor a cerveza se había impregnado en su ropa.

—Nishishi, ¡que cabeza hueca! — termino de dar el último trago, ignorando que los ojos rojos se posaban en la platinada.

—Dime preciosa. — un mal presentimiento recorrió su cuerpo ante su tono de voz. — ¿son naturales o falsas? — los verdes y los bicolores se posaron a donde su índice señalaba, sus pechos.

Elizabeth se sonrojó terriblemente con un ceño fruncido ante su directa indiscreción. Justo antes de responder, Meliodas la tomó de la cintura para alejarla un poco de la mirada depredadora de su mejor amigo.

—Oye, ¿qué te pasa? 

—Solo curiosidad. — se alzó de hombros indiferente. —Tus anteriores novias, aparte de brujas, se veían de lejos lo falsas que eran. Si te elegiste una novia bonita, de carácter e inteligente, entonces también debe ser natural. — se cruzó de brazos en actitud lesa.

—¿Quieres saber?, veamos...

—¡¡Kya!! — un silencio inundo el lugar ante el repentino chillido de la oji bicolor, pues el rubio apretaba uno de sus atributos desvergonzadamente ante la vista sorprendida de varios presentes; Gelda se quedó con la boca abierta, Zeldris no entendía nada y Ban, pues solo le importaba un carajo, solo tenía curiosidad.

—Son reales. — soltó su pecho ignorando la mirada asesina de su pareja.

Gelda aguanto una carcajada, sin duda estaba más que sorprendida ya que no borracho había logrado ver esa parte de la personalidad del rubio; sin duda sería algo para molestarlo un buen rato.

—Zel cariño, vámonos. — insistió por cuarta vez a su marido.

—Ño, ¡jmp! — se cruzó de brazos como niño mimado a lo que la mujer soltó un bufido.

—Te dije que dejaras de beber ya. — este negó nuevamente. —Bien ...— resignada, utilizó su última técnica. —Si dejas de beber, cuando lleguemos ... — a medida que le susurraba en el oído, su sonrisa se agrandó y un sonrojo más fuerte acompañó su rostro.

—¡Vámonos! — enunció con entusiasmo tomándola de la mano, urgido por salir del lugar y llegar a su hogar.

—¿Quieres que te ayude? — cuestionó a la albina que aún se encontraba con el par de amigos.

—Ahorita te alcanzo. — esta asintió para ir directo a la salida de aquel lugar. —Meliodas es hora de irnos, deja a tu amigo... — con la mirada busco al albino que había desaparecido repentinamente. —¡¿Eh?!, ¿en dónde está? — el rubio se encogió de hombros.

—Tranquila señorita. — respondió el hombre delgado de lentes señalando a donde el buscado estaba. Su sorpresa fue cuando lo encontró bailando en el escenario con un vestido de la época victoriana mientras hombres que no tenían percepción del sentido, le alababan como si fuese prostituta. —Siempre se queda a dormir aquí, así que puede llevarse al otro. — suspiró pesadamente el pobre hombre.

—Gracias. Vámonos. — hizo que su brazo rodeara su cuello para levantarlo. —¡Ugh! Llevarte a tu casa será problemático. Hmm, ¿qué haré? — pensó encaminándolo a donde el auto del rubio estaba estacionado, dejándolo en el copiloto. —Tú vienes conmigo. — bufo sin opción.

[...]

En ese momento, sentía satisfacción que fin le fueran de utilidad esas clases de manejo, de lo contrario sería problemático. Conducía con facilidad a una velocidad constante indicada por los letreros en dirección a su casa; sin embargo, el rubio comenzaba a sentirse aún más mareado.

—Uuh. — balbuceo arrugando el entrecejo llamando la atención de la mujer.

—¿Qué tienes? — le vio por un breve momento, observando como este se cubría la boca con ambas manos. —Oh no, aquí no Meliodas, espera un momento. — exclamó acelerando hasta la capacidad máxima en la carretera, arriesgándose a que se mareara más. Escucho un quejido de su parte, obligándose a detenerse en un lugar apartado. —Espera, espera, espera...

Este simplemente se bajó del auto y se fue directamente detrás de un arbusto a ciegas de todos, expulsando todo ese líquido ácido retenido en su garganta en cada arcada; un alivio para su estómago.

—Eww — un escalofrío recorrió a la mujer, aun así, se acercó a él para palmear su espalda, cuidando que no cayera. —Ya, ya, ya...— después de un rato, este se enderezo aún tambaleante, limpiando el resto con la manga.

—Creo que... hip... ya estoy bien. — así como bajó del vehículo, entre tropiezos regresó si no fuera porque la albina estaba ahí para cuidarlo a regañadientes.

"Hombres"; pensó para sí tratando de no perder la calma. Para su suerte, el regreso fue corto por unos minutos.

Elizabeth aparcó y salió del vehículo para ir a sacar a somnoliento rubio que reposaba en el copiloto casi babeando como infante.

—¿Huh?, ¿en dónde estamos? — abrió sus ojos en un intento nulo de enfocar o procesar lo que sucedía. —Quiero dormir y dormir y... — unos delgados brazos lo ayudaron a levantarse. —Dormir mucho.

—Está bien, te llevaré a dormir. — bufó dando un portazo con el vehículo.

Meliodas tarareaba irritándola más, con dificultad abrió la puerta principal y, tratando de no hacer algún ruido que pueda delatar con su madre, ingresó a su hogar, cerrando a sus espaldas en un suave golpe.

"Es muy pesado para su tamaño"; pensó para sus adentros, un pequeño calambre empezaba a incomodar sobre su hombro. Suspiró ajustando su agarre al momento de comenzar a subir las escaleras con el jugueteando

—Nishishi. — le escucho reírse cosa que le molesto.

—Ahora, ¿de qué rayos te ríes? — se esforzó por llegar, faltaba poco para llegar a su habitación y el rubio solo jugaba.

—Te gusto y ahora me tientas otra vez. — respondió con una pillería en su voz que le hizo sonrojar.

—Cállate. — con recelo entró a la habitación para sentarlo a la orilla de la cama soltando un suspiro. —Hay que quitarte esto. — murmuró señalando su prenda totalmente manchada de cerveza y otras cosas dudosas.

Soltó el aire relajándose; se agacho a su altura para comenzar a desabotonar la camisa ante la mirada curiosa del oji verde.

—¿Me vas a manosear? — una segunda burla llegó a sus oídos. Le volteo a ver, sus mejillas rojas, un semblante confuso pero la picardía seguía en sus ojos. Se acercó a su rostro tomándolo de la barbilla; se volvió ansioso, no estaba consciente, pero si era un sueño quería que pegara sus labios.

—Ya quisieras, Demon. — demandó burlona, tomando los extremos de la camisa para retirarla, dejándolo con su playera de fondo, no sería necesario quitarle esa. Se vio sorprendida al ver un tatuaje rojo en su brazo izquierdo, un símbolo extraño pero atractivo. Por otro lado, el rubio se vio frustrado, aun así, se mantuvo quieto observando a la jovencita ir de un lado a otro con un paquete en manos. —A ver, quédate quieto. — sacó una toalla húmeda y comenzó a limpiar su rostro, tomó una segunda toalla y limpió las comisuras de sus labios. —¿Tienes hambre?, puedo hacerte algo ligero. — este simplemente negó.

—Tengo sueño. — dijo en semblante adormilado mientras bostezaba.

Elizabeth gruño ante esto, no sabía porque, pero esas facciones infantiles lo hacían ver adorable. Justo en su debilidad. A mala gana, bajó las sábanas de su cama para acomodarlo extendiendo su cuerpo, quitó sus zapatos y terminó de arroparlo como si de un niño se tratase.

—Bien, así debe ser suficiente— tomó un respiro sentándose a un lado sin notar la mirada verde. Cautelosamente se acercó a ella para abrazarse a su cintura dejando su cabeza en su rezago. —Meliodas, quítate... ¿huh? — claramente no escuchó ya que había caído en brazos de Morfeo.

—Mmm. — un sonrojo se apodero de ella al verlo dormir profundamente, era simplemente adorable a las otras veces.

—Maldito hijo del demonio. — bufo en bajo cubriéndolo con la sábana mientras comenzaba a jugar con sus cabellos dorados, descubriendo su frente —Descansa, Meliodas.

[...]

—Hum... — parpadeo un par de veces tratando de enfocar con la molesta luz que llovía en su rostro cegadoramente. "Mi cabeza, estúpido Ban"; talló un poco sus ojos bostezando, preguntándose de dónde vendría ese dulce aroma y ese calor tan familiar.

Sus esmeraldas se ampliaron al ver un par de ojos bicolores por encima de él.

—Buen día. — musito amable; sin embargo, por la posición sentada de la mujer, sus pechos estaban distrayéndolo de su rostro. —Oye quita esa cara de idiota. — esta vez utilizó un tono molesto provocado que este reaccionara.

—¿Qué pasó ayer? — cuestionó tratando de ignorar su jaqueca. Ella se quedó un poco pensativa, tal vez omitiría unas cosas.

—Gelda me pidió ayuda, estaban tan borrachos que no podía sola. Se llevo a tu hermano, Ban se quedó en el bar bailando y yo te traje aquí, a mi casa. — se alzó de hombros. —Mi madre no tarda en despertar también, así que si te quitas te lo voy a agradecer. — este se levantó casi en un salto percatándose de que algo le faltaba.

—Lo siento... ¿eh?, ¿en dónde está mi camisa? — la mujer estiró un poco los pies y su cuerpo, al parecer había dormido en la posición que vio al despertar haciéndolo sentir más culpable.

—En el cesto de ropa sucia. No iba a dejar que te acostaras con la ropa llena de vómito. — hizo una mueca de asco, hasta que una idea pasó por su cabeza. —Creo que tengo algo que papá solía usar, son algo grandes, pero puedo arreglarlos para tu tamaño. — comenzó rebuscando en su closet. —Esas manchas son difíciles de quitar, pero puedo limpiarlo después.

Meliodas aún se sentía incomodado por su presencia, no solo lo había cuidado, si no que el hecho que pasó ese día aún estaba ahí. Diosas, si quería podría acorralarla ahí, pero su sentido cordial seguía mandando sobre los impulsos carnales.

—Elizabeth... — la aludida lo volteo a ver, tal vez disculparse aclararía su mente, pero quizás ella ya lo habría superado y mencionarlo podría causar un nuevo conflicto entre ellos. —Gracias.

—No es nada. — por primera vez, le vio sonreír de una manera tan dulce y totalmente diferente a la chica asocial que siempre estaba presente. —Ahí está el baño, te dejé un cepillo de dientes nuevo, puedes usarlo.

La repentina y extraña amabilidad de la peli plata lo tenía aun dudando, ¿seguiría dormido o bajo los efectos del alcohol?; realmente no recordaba nada de lo que pasó, solo que Ban le había prometido solo una cerveza y se irían, pero no, cayó en la típica excusa de "una y nos vamos". Negó ante ese pensamiento, poco después su hermano los había alcanzado y de ahí, todo era borroso.

Observó el baño, era un poco más pequeño que el suyo con la diferencia que este tenía colores más claros. Observó el cepillo dentro del empaque y varias cosas de limpieza personal, ¿realmente hacía esto por él? Sin duda, conocerlo era una emoción distinta a los demás, pues parecía que nunca terminaría. Comenzó con enjuagar su rostro y hacer un lavado bucal, después comenzó curioseando el lugar. Era sorprendente pues precia una chica sencilla; ejemplo, no necesitaba un sin fin de productos para el cabello, la piel, etcétera. Cosas que comúnmente mujeres de su tipo hacen.

Salió del baño encontrándose con la chica en una máquina de coser junto a una tela verde oscuro.

—Qué bueno que sales. — cortó el hilo para voltear lo que parecía ser una camisa. —Creo que así debería quedarte bien. — hizo un mohín pensativo ayudando a vestirse. Meliodas se sorprendió ante la habilidad de la chica.

—Podrías ser un buen sastre. — halagó terminando de abotonar la prenda.

—Solo tuve que hacer algunos dobleces y bastillas, gran cosa. — rodó los ojos. —Es para no cortar todas las piezas y volverlas a coser. — suspiro guardando el aparato antes usado y los materiales.

—¿Cómo adivinaste mi talla?

—La camisa que te quite ayer. — respondió aun dándole la espalda. —Por cierto, mañana te la regreso; el labial rojo Mac, Maison Rouge no se va a quitar tan fácil. — esa mirada tan serena le dio un escalofrío.

—¡¿Qué?! — exclamó horrorizado, siempre había sido prudente respecto a el acercamiento de las demás féminas, aún cuando tenía unas copas encima, con el hecho de pensar que dejo que una se le encimara le daba pavor y de cierta forma, le hacía sentir aún más culpable por serle "infiel" a su pareja.

—Es broma. — carcajeo ante su mirada espantada que instantáneamente fue cambiada por una de indignación; debió suponer que en algún momento saldría con alguna de sus bromas pesadas. —Ya quita esa cara y vamos a bajo que tengo hambre y a ti... — golpeó ligeramente su frente sonriendo limpiamente. —... te falta algo para esa resaca.

.

.

.

Bueno, perdónenme la tardanza nuevamente TuT, si  no se vuelve a ir la luz por aquí, actualizare para el viernes en la noche.

En fin, solo me queda preguntar, ¿Qué les pareció el capitulo?, Meliodas es todo un loquillo borracho y Elizabeth de repente es amable XD.

Anyway... gracias por leer :'3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top