Capítulo LVI
Pasó de distraerse en la empresa de su madre por largas horas a perderse bajo los árboles del parque más cercano que quedaba de paso, caminando sin preocupación alguna, dado por las miradas vagas que la reconocían y bocas susurrando a sus espaldas, más no se atrevían a acercarse por aquellas calamidades que se rumoreaban de ella o por simple hecho de pertenecer a los Demon. Como fuera, eso no le impidió disfrutar de una caminata lejos de los demás y la hostilidad que la seguía a cada paso, sin saber que cada movimiento de ella era registrado por una intensa chica de cabello cobrizo.
La albina no deseo tardar más en su momento libre, al menos no después de una llamada pérdida del rubio le notificara de la hora antes de que su batería del teléfono terminara apenas contestada la llamada por el chico alterado, por lo que decidió no darle mucha atención y regresar a la casa, encontrándose con un muy preocupado y enojado rubio que apenas y le dio tiempo de hablar apenas puesto un pie dentro la casa.
—Elizabeth, ¿en dónde estabas?, me tenías muy preocupado. — habló algo exaltado dejando a la mujer algo desconcertada. Solo dio una vuelta y ya la tenían como si fuese una adolescente rebelde. —Te dije que te llevaría a donde fuera que fueras, ¿por qué eres tan insolente? ¿Por qué no escuchas? — rodó los ojos con diversión.
—Lo siento, pero exageras un poco ¿no crees? — arqueo la ceja, incrédulo a lo que decía con simpleza.
—Y la última vez que lo hice también lo fue. — chistó en bajo calmando su intranquilidad. —Solo no lo vuelvas a hacer, mínimo si no me vas a escuchar, avísame que estas bien.
—Perdón, pero no quería interrumpirte. Estabas tan ocupado y cansado que no quise molestarte y aparte de que has estado tan distraído...
—Está bien, déjalo así. — mencionó para después darle la espalda dando a entender a Elizabeth que realmente no era mera exageración su actitud.
"Realmente se enojó".
[...]
La ciudad de New Jersey era de vez en cuando tranquila y en algunos lugares para pasar un rato sin aglomeraciones, solitaria con esos departamentos no tan lujosos, pero lo suficiente para las comodidades básicas para cualquier ciudadano veterano o citadino. Era un buen lugar para pasar desapercibido por el simple hecho de no querer socializar o para desaparecer del mapa como prófugo del exterior.
El de cabello morado, desesperado bajo el templado clima de la ciudad contaminada, tocaba con insistencia a la puerta del departamento por un par de instantes antes de que esta se abriera y con ella, la tenue luz del exterior dejase a la vista de los ojos ónix a un hombre mayor peli blanco de ojos sorprendidos; después de años de no volver a ver a ese que le ayudó a huir años atrás, estaba ahora mismo ahí.
—¡Vaya! Fue un muy largo tiempo, Fraudrin. Veo que no has podido hacer nada bien. — se burló ligeramente por el hecho que sabía que, si se encontraba ahí, era porque fue descubierto después de tantos años y recurrió a él para seguramente que le ayudara a esconderse; sin embargo, los planes de el aludido eran totalmente diferentes.
—Todo se salió de nuestras manos, tuve que huir. — jadeó exasperado.
—¿Solo huiste para venir a verme? — este negó. Hendricksen rodo los ojos soltando una bocanada mientras negaba. —Por favor, déjalo así, te puedo cambiar la identidad y...
—Froi Demon, murió. — esto le cayó por sorpresa y fuera de sus planes, ya que eso solo significaba una sola cosa: regresar a Inglaterra. —Estoy dispuesto a cumplir mi condena por eso, pero no por la muerte de la señora Demon. — se negaba rotundamente a hacerlo, se supone que viviría una vida plena con el peso de la culpa cada día y lo había logrado. Cumplido parte de su trato, pero no quería terminar con aquello que había comenzado. ¡Ya tenía una vida hecha en la ciudad! Solo quería vivir en paz sin tener que huir del pasado.
—Por favor, amigo; eso ya es pasado y no quiero revivir malos momentos. Si, estuvo muy mal lo que pasó y no quería que se dieran, así las cosas, pero Melías Demon... — Fraudrin negó.
—A mí también me tuvo contra las cuerdas, por favor, sus hijos sufrieron mucho y merecen la verdad ya, necesitan saber lo que pasó realmente. — no podía soportar ser perseguido y aunque su condena sería muy larga y seguramente Meliodas se encargaría de hacerlo sufrir, era mejor que vivir atormentado con el gesto de quien fue su amigo al momento de morir.
—Sí, sí. — respingo volteando a ver al interior de su hogar con abatimiento antes de darle la cara en súplica. —Amigo, escucha por favor. Mi mujer está allá y no quiero que te escuche. Luché mucho para estar tranquilo, no puedes aparecerte así de la nada en mi casa. Estoy casado y estoy más que feliz de dejar todo atrás y... —, pero Fraudrin no aceptaría esa respuesta negativa. Regresaría al continente, aunque fuera con él a la fuerza.
—¡Mejor!, porque no de una vez le hablas a tu mujer y le cuentes lo que hiciste, lo que ha pasado, que se entere la clase de monstruo que eres, lo que Froi...
—¿Hendricksen? — ambos hombres se tensaron con la delicada y somnolienta voz de la cónyuge del peli blanco. Se veía preocupada y desorbitada por el escándalo entre estos dos. —¿Qué sucede? — miró a su esposo quien no soporto ver esa espera en sus ojos. Bajó la mirada, ella seguramente lo odiaría por esto, pero debía enfrentarlo.
—Mierda.
[...]
Terminó de secar su largo cabello después de esa larga ducha de agua fría para calmar el mal momento entre ambos. Su pequeño camisón dejaba mucho a la imaginación, pero eso no llamó mucho la atención del rubio que pasaba de largo al entrar a la habitación; Elizabeth frunció un poco el ceño, no podía ignorarla por más tiempo, como una necesidad intensa por ser su centro de atención.
—¿Sigues molesto? — el rubio no respondió a lo que soltó un gruñido en bajo. —Ya me disculpé, ¿qué más quieres que haga? — berreó cruzada de brazos logrando hacer que sus pechos resaltaran más sobre su escote, por su parte, el más bajo chasqueó la lengua.
—Así déjalo Elizabeth. Creo que, si puedo cruzar el límite, pero ser inseguro ha sido parte de mí. — no tenía sentido darle contrarias, pero tampoco era deshonesto al respecto, realmente temía no estar en el momento que ella lo necesitara. —No desconfió de ti, sé que eres capaz de cuidarte a ti misma, solo me alteré. Solo sé un poco más precavida y no salgas sin avisar. — una sensación de culpabilidad llegó a su pecho, claro que sabía de la inseguridad de su esposo, pero en ese momento no le dio importancia.
—Debí avisarte, lo siento, pero solo déjame transportarme sola. Sé que ya nadie hará algo en mi contra —, pero solo consiguió una respuesta negativa.
—No, eso seguirá como siempre. — insistió autoritario. —Ya no des la contraria mujer y acepta lo que te digo. — indignada, torció una mueca como si de una infanta se tratara.
—Solo digo que no necesito niñeras. — exigió. Odiaba que la trataban como una mujer frágil, aunque ignoró que el rubio dijo que no la veía a sí, pero no comprendía su paranoia, su necesidad de protegerla por un pequeño incidente.
—Te comportas como una niña.
—Por favor, lo dice quien solo está como mi padre, sobreprotegiendo con exageración mientras repite una y otra vez el mismo sermón hasta el cansancio, reclamando y reprochándome que no puedo salir sin un permiso previo. — comenzó a reprochar y parlotear sin parar, mareándolo solamente con sus palabras reclamantes; no tenía de otra si es que quería callarla.
—Y tú no paras de hablar. — sin darle oportunidad, Meliodas tiró del brazo de su esposa con suavidad para tomar posesión de sus labios para mantenerla callada por un rato, disolviendo el enojo en una expresión de pasmo; sin embargo, no tardó para que ese pequeño gesto se intensificara cada vez más en una lucha por respirar.
Elizabeth jadeo extasiada y anonada; si quería robarle el aliento, había perdido hasta el alma. Él le veía un deseo incontrolable, deseaba más que solo tocarla, deseaba hundirse en ella y complacerla que no dudó en comenzar a tantear sobre ella. Volvió a reclamar sus labios, está vez tomándose el tiempo de probar todo de sus mohines cerezas a la vez que sus torpes pasos le hicieron caer de espaldas sobre el colchón con la chica sobre él escuchando su suave respingo.
Las manos no tardaron en trazar su cintura hasta las caderas, animando en pegarla más contra él, acción que la chica accedió al instante gimiendo en su boca. Lo quería, lo anhelaba tan profundo que no pensaba en otra cosa que solo echarle leña a ese fuego abrasador de su cuerpo, empezando con sus pálidas mejillas encendidas.
—Meliodas. — vociferó con temblor, sus caderas no tardaron en moverse sutilmente en su entrepierna con sus manos apoyadas a cada lado de la cabeza del rubio antes de hundirse en su cuello, comenzando a repartir tímidos besos en su yugular, comenzando a arañar sobre su camisa buscando apartarla del camino.
—Eli... — siguió sus caderas dejando que ella hiciera lo que le apeteciera, no quería detenerla ni a sus manos perdiéndose en la orilla del pequeño camisón. Solo bastó con separarla por un momento para quitar la prenda por encima de su cabeza y dejarla con solo sus bragas blancas. —Eres hermosa... — se le escapó decir logrando sonrojarla.
Pasó sus manos por esas caderas que bailaban contra las de ellas, enmarcando la curva de su cintura hasta envolver sus pechos descubiertos, soltando una bocanada con el ligero apretón en sus pezones.
—Ah, ah... — este la atrajo por la espalda, acercando sus senos a él y comenzar a chupar sus botones rosados. —Hmm, Mel... — gimió en bajo, temblando por sus atenciones ansiosas en su aureola, el movimiento de su lengua sobre el pezón duro para pasar al otro y darle las mismas atenciones.
Gozaba de cómo gemía por él sin restricciones, su centro frotándose cada vez más insistente en su longitud ansioso por unirse a ella. Sus manos deleitándose con la suavidad; no se lo admitiría, pero gustaba de los pechos grandes.
Meliodas se separó de sus pechos para mirar su rostro colorado, lleno de brillo en sus ojos y brazos temblorosos; tan hermosa como si Afrodita hubiese soplado en ella. La abochornada mujer lo volvió a besar, mordiendo sus labios y tirando de ellos antes de meter atrevida su lengua y jugar con la de él
La albina bajó sus mimos a sus mejillas, succionaba con lentitud su cuello, sus dedos delicados desabrochando los botones para despejarlo de esa prenda blanca y la creciente erección que humedecía su ropa interior. Amaba el cosquilleo de sus cabellos rubios en su nariz, el aroma que desprendía desde su ropa, lo tersa que era la piel de su pecho donde arrastró sus labios, dejando una odisea entre dulce saliva y un par de marcas rojizas.
Meliodas se encontraba algo ruborizado, sus ojos verdes se oscurecieron soltando suspiros con las plumas de sus manos acariciando cada tramo de él con mucho cariño, sus senos raspándose contra su cuerpo y dedicando su tiempo en los músculos de su estómago. Sin embargo, tragó grueso cuando esta comenzó desabrochando la hebilla del cinturón. prosiguiendo con el pantalón.
—Espera, Elizabeth... no tienes que... — repentinamente estaba nervioso, los ojos brillan como zafiro y oro, lujuriosas y codiciosas.
—Has estado muy estresado... — comenzó a besar la línea "v" que sobresalía a un costado de su vientre cuidando de bajar con cuidado su pantalón. —Deja que te ayude a relajarte. — no sabía de dónde salió ese valor para decir tales palabras aterciopeladas llenas de deseo, pero no qería detenerse.
Bajó la última prenda que cubría esa parte de su cuerpo, dejando libre su erección. La mujer tragó duro algo nerviosa, tomando su largo como lo más delicado, soltando un jadeo al momento de comenzar a masajearlo de arriba a abajo.
—Mmm, Eli... — gruñó en bajo, lo hacía con tal lentitud que también lo desesperaba a la vez que lo cegaba en ola de placer. El calor de su mano envolviendo y su pulgar trazando círculos en la punta donde comenzaba a brillar en excitación.
"Vamos Elizabeth". Se animó mentalmente respirando paulatinamente, retirando los cabellos estorbosos de su rostro para llevar la punta a su boca y lamer un poco, agitándolo por su repentina acción. No esperó más y abarcó su vara de poco a poco con su boca.
—¡Elizabeth! — gruñó en un tono grave, con sus manos en su cabeza a la vez que comenzaba un vaivén de arriba a abajo, siendo sus dedos los que cubrieran lo que su boca no alcanzaba. Los esmeraldas expectante, ligeramente nublados se concentraban en el trabajo casi torpe de la albina que mantenía sus ojos conectados con los de él, asegurándose que sus atenciones fueran de su gusto.
No imaginó que escucharlo gemir y aclamar su nombre en un tono grave en su voz era igual de excitante. Su piel se erizaba con cada suspiro, sus bragas se mojaron incómodamente sintiendo su flor hormigueaba, su lengua cató un sabor salado y su miembro se hinchó dentro de su paladar, el hombre comenzó a hiperventilar al fruncir un poco su ceño tirando de los cabellos plateados.
—Eli... Preciosa, voy a... ¡Ngh! — la chica aumentó sus movimientos, lo succiono con más fuerza sintiendo como se desbordaba al momento de acariciar con su pulgar sus esferas. El rubio soltó un largo suspiró mantenido a su mujer quieta al momento de terminar corriéndose en su boca.
—Aah — jadeó con ojos cristalizados soltando su miembro para tomar algo de aire a bocanadas ligeras, relamiendo sus fluidos. El rubio agitado, la tomó por el rostro para acercarla a él, limpiando con el pulgar los restos blanquecinos que quedaron manchando sus labios rosados antes de tomar posesión de ellos con urgencia.
Sus piernas a cada lado de su cadera, siendo solo la ropa interior de la mujer la capa que separaba su contacto. Su virilidad comenzó a reaccionar de nuevo a su calor, la humedad de su prenda, la punta chocando contra su clítoris; era como un dulce postre al que solo mirabas y no podías comer.
—Meliodas, no lo soporto... — se abrazó a su cuerpo, arañando su espalda temblorosa.
—¿Qué necesitas, preciosa? — se burló un poco colando su mano zurda dentro de sus bragas, buscando su manojo de nervios que le hizo soltar un gritillo al momento de masajearlo en círculos. —Dime lo que quieres. — pasó su lengua del inicio de su cuello hasta la mejilla roja, estremeciéndola en el acto.
—Yo... ¡Aah! — su marido tiró ligeramente de su pezón sin hacer más que arañar su espalda antes de tomarlo por los hombros y tumbarlo al lecho. Sus esmeraldas pestañearon un par de veces aturdido, siguiendo sus movimientos sutiles al momento de retirar su ropa interior y subirse sobre su erección, acomodándose encima de él.
—¡Elizabeth! — su mujer se dejó caer sobre su vara, entrando en contacto con su cavidad húmeda y cálida. Tomó una de sus muñecas posadas sobre su pecho y otra en su cadera, ayudándole a impulsarse de arriba a abajo, comenzando ondeando rápidamente sobre él.
—Aaah, Meliodas... Meliodas... — chilló entre gimoteos, subiendo y bajando, sus pechos en un compás hipnóticos, sus cabellos ondeando sobre su espalda. Ella era hermosa con cada gesto, cada quejido, la manera elegante en que balanceaba sus caderas de adelante a atrás; solo podía soltar siseos jadeantes y mover sus caderas contra las de ella.
Su corazón nuevamente vacilaba, se aceleraba cada vez más rápido que podía explotar, el sudor perlaba sus cuerpos desnudos, sus ojos soltaban lágrimas de placer, su boca salivaba de lo mucho que gustaba golpeando dentro de ella hasta sentir ese familiar cosquilleo en sus intimidades.
—¡Meliodas! — echó su cabeza hacia atrás soltando un alarido, sus fluidos resbalaban de la unión de sus cuerpos dándole una facilidad para moverse con más rapidez hasta que él rubio vibró dentro de ella.
—Aah, Elizabeth... — gruñó al terminar derramándose dentro de ella, bastándole un par de estocadas para terminar agotado entre fuertes bocanadas, abrazando a la chica que cayó exhausta en su fornido pecho, escuchando su corazón bailando en euforia.
—Hmm. — jadeó contra su piel, sus mejillas estaban muy iluminadas en llamas, dichosa de poder compartir esos momentos que solo lo hacían quererlo más. Sin querer se abrazó aun más a su cuerpo, escondiendo su rostro en su cuello, provocándole cosquillas revoltosas.
—¿Qué pasa Eli? — acarició la parte posterior de su cabeza plateada a lo que esta negó escondiendo sus sentimientos de él. Aún no era el momento.
—Nada. — soltó una risita, alzando su faz bermeja viéndole con extraña ilusión difícil de traducir. —¿Significa que me dejaras andas sola por la ciudad? — Meliodas frunció el ceño con un puchero, ¿acaba de arruinar el momento? Y decían que él era el insensible.
—No. — soltó un resoplido tirando de las sábanas para taparse.
—Bueno, lo intente. — finalizó abrazándose a su cuerpo, dejando que la yema de los dedos varoniles trazaran círculos en su espalda desnuda y sudorosa.
Soltó un suspiro largo cerrando los ojos, el movimiento arduo fue realmente cansado que sus piernas, aún las sentía temblorosas y su pulso frenético contra los vasos sanguíneos de sus pómulos. Por otro lado, el rubio estaba indeciso e inquieto, lucía tan tranquila y relajada.
—¿Quieres salir mañana? — le vio abrir sus ojos algo confusa por su pregunta. —Saldré antes de lo acordado y creí que te gustaría salir un poco de la rutina. — se sentía algo ridículo pidiéndole una "cita" a su esposa, pero ella solo le miró con ternura.
—Si, quiero salir contigo. — finalizó besando su mejilla antes de arrullarse nuevamente en su pequeño cuerpo hasta que el sueño la alcanzó.
Meliodas no entendía cómo podía vacilar después de tanto alegar que no lo haría. Quererla era el primer paso, pero sencillamente tenía miedo a amarla no por ella, se le hacía muy complicado y a la vez gratificante sentir como su corazón se retorcía en un campo de relajación.
El cansancio comenzó a acunar su cuerpo que solo se dejó acomodar entre los brazos de la albina como un pequeño entre sus pechos, aspirando su dulce fragancia dejando que sus preocupaciones se marcharan junto a su sueño.
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No tengo mucho que decir de esto, ¿qué creen que haga Hendricksen y Fraudrin si es que vuelven?, ¿lo harán si quiera? Díganme todas sus teorías hasta el momento :3
Si quieren saberlo, de verdad, el siguiente capítulo es muy problemático e incluso pude dejarlos más confusos >:3
Estoy tan nerviosa por el próximo, muchas cosas se revelan y otras te dejan con incógnitas e incluso estoy temiendo por mí estabilidad. *w*
Sin más, gracias por leer.
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