Capítulo LII

Eran pocas las veces en que se dedicaron en compartir un efímero momento como si fuesen una familia, nada entre ellos había cambiado: Inés como Froi se encargaban de las preguntas incómodas como de sus relatos emocionantes de como cuando eran unos adolescentes sin ninguna de las responsabilidades que ahora cargaban, compartían sus experiencias entre pequeñas risas y una que otra mirada incomodada por aquellas vergüenzas que también habían vivido, pero todo fue parte de esa aventura que los llevó hasta donde estaban sentados (literalmente). Los malos chistes del azabache complementaban cada vez que uno se avergonzaba con los comentarios del otro, solo recibiendo miradas fulminantes de su esposa a pesar de terminar riendo con él mientras la pequeña entre ellos solo hacía tiernas e inocentes preguntas cada vez que no entendía el motivo de una gracia. Por último, el blanco de la mayoría de esos chistes y situaciones para avergonzarlos eran el más reciente matrimonio. Elizabeth balbuceaba o sacaba ese lado hostil para evadir cualquier escenario para hacerle sonrojar a lo que su esposo, se mantenía igual que siempre, indiferente, torciendo los ojos o completamente sereno; sin embargo, lo que nadie notaba era de sus juegos bajo el mantel, como :deslizar sus dedos por debajo de su falda, jugueteando con su pierna para escucharla como se agitaba o simplemente tomar su mano para entrelazarla. Pequeños cambios por debajo de telas que nadie notaba.

Entre esas hermosas noches gratas cada vez que tenían la oportunidad de escapar del hábitat laboral y lejos de tantos números, no dejaban escapar ni un momento para disfrutar de esa compañía familiar cada vez más cercana, olvidando de lado cualquier cosa que arruinara el momento, algo de lo que la albina se comenzaba a preocupar internamente: "cuando nada mal va, es porque va a pasar". Tenía ese dilema siempre en su cabeza, no era por ser paranoica, pero siempre escuchaba sus corazonadas.

—Chicos... — llamó la atención del peli negro como del rubio. —... mañana tengo que ir a la oficina. Tranquilos, solo voy por unos contratos que debo revisar y regreso a la casa enseguida. — explicó antes de que estos pudiesen opinar negativas al respecto.

—¿Estás seguro padre? — vaciló Zeldris que, de los hermanos, parecía ser el más temeroso que algo sucediera en caso que el hombre se alterara o alguna noticia pesada le causara otro ataque.

—Totalmente. — sonrió despreocupado. —Solo tengo que atender unas anomalías que deje pendientes y es todo, yo los mantendré al tanto. — el color verde de los más bajos no se vieron del todo convencidos de esto, sobre todo de la albina. Si de algo le había servido indagar en asuntos externos por simple curiosidad, era que al tener el conocimiento necesario era suficiente para decir que no había ninguna anomalía en ninguna área.

—Yo puedo revisarlo. — ofreció el rubio sin cambiar su expresión, pero conociendo a su padre, no le sorprendió cuando simplemente negó testarudo con una risa relajada.

—Necesito salir un rato, me siento sofocado. Tranquilo, todo estará bien y llegaré aquí a casa para decir: Se los dije. —estaba más que confiado, tanto era su anhelo por volver a donde le gustaba pasar los momentos que, encerrado en una habitación antigua, que su mente no tenía espacio para negatividades, pero así era Demon y no había como contradecirle.

[...]

—¿Irá a empeorar el clima? — con su pijama puesta, la albina veía el pasaje aún más nublado que la vez anterior, incluso algunos relámpagos se contemplaban a los lejos por sobre las copas de los árboles.

—Tal vez. — dijo sin importancia. Elizabeth se encaminó a su bolsa en donde guardó las gráficas que le pidió al de cabello morado, estaba segura que esas cifras eran generales. —¿Qué haces? — cuestionó al verla tan inquieta analizando sus hojas que se detuvo a su lado para curiosear.

—Leyendo estos papeles, estoy segura que no hay anomalías ni en la empresa ni con ninguna extensión. — el rubio se detuvo a tomar las hojas, confirmando las palabras de su esposa. — Meliodas... — respiró algo temerosa. —Fraudrin dijo algo respecto al respecto del presunto asesino de tu madre. Dijo que Hendricksen puede que se encuentra refugiado en el continente americano. Tenía información confidencial de Briar y otras personas más, pero luego comenzó a vacilar cuando dije que comenzaría una búsqueda independiente, se puso muy nervioso y...

—¿Por qué harías eso? — no se escuchaba molesto, pero si tenía un ceño fruncido sospechoso.

—Porque estoy segura que sería fácilmente inculpada si tengo conocimiento de esto. — dijo serena apretando los labios antes de mirarle fijamente a sus orbes. —Te lo digo porque no quiero que haya malos entendidos o que te enojaras conmigo por no decirte la verdad. — bajó la mirada nuevamente solo para que esta vez fuera el rubio quien la alzara por la quijada.

—Lo entiendo, está bien. — sonrió levemente para dar un beso en su frente. —Vamos a dormir. — asintió con los colores en su rostro y su corazón bailando de felicidad. Quizás era poco lo que él le podía demostrar, pero esos pocos eran verdaderos y era feliz con ellos que, incluso llegaban cuando menos se los esperaba.

Comúnmente era de ellos dormir dándose la espalda, salvo ese par de veces donde sus cuerpos se agitaron como locos, de ahí Meliodas no se detuvo a dar esos mismos gestos como abrazarla, pero esta vez, simplemente se pegó a sus espaldas, perdiéndose en ese aroma dulzón a la vez que buscaba su mano para entrelazarla con la suya, dejando a Elizabeth tanto desconcertada como ruborizada. No lo pensó y se dejó mimar por ese rubio a su lado, olvidando esa preocupación en su cabeza.

Mientras tanto, en la habitación que compartían Gelda y Zeldris, mantenían hablando de asuntos pendientes, organizando su tiempo respecto a sus planes pendientes como su mudanza y sus planes a futuro junto a su hija y el futuro del pequeño o pequeña que pensaban en adoptar.

—¿Cuándo nos mudaremos, Zel? — cuestionó la rubia recostada sobre el pecho del azabache, dejando que este acariciara sus largos cabellos rubios. —¿Ya le dijiste a tu padre y hermano?

—Mi padre lo sabe, está feliz por querer tener nuestro espacio, así que ya mandó a hacer las remodelaciones. En dos semanas aproximadamente estaremos a solas. — dijo con cierta pillería en su voz causándole un sonrojo en sus mejillas. —Respecto a Meliodas, aún no le he dicho; pronto lo haré, lo juro. — la mujer los vio a los ojos encontrando su preocupación difícil de negar.

—No tenemos que irnos si no lo quieres, entiendo que quieras estar cerca de tu hermano y lo quieres. — este negó en un suspiro alentador.

—Es por eso que lo quiero. También está casado y ambos necesitamos nuestro espacio, ¿sabes? Además, ya quiero que estemos a solas. Este es un lugar muy apartado y Amice debe socializar más, no lo hará si nos quedamos solo aquí. — explicó. El azabache lo pensó pensando por el bien de todos y el suyo; quería un ambiente donde su hija pudiese llevar a sus amigos a jugar, que su esposa tuviera mayor movimiento por la ciudad y cercanía de su hermana, él tendría la privacidad de un hogar e independencia, así como darle la suya a su hermano mayor y su esposa.

—Ya dime, ¿Cuántos hijos más vas a pedir? Te recuerdo que tu no vas a parir. — soltó una risita insinuadora, siendo su turno para verlo sonrojarse.

—Podemos esperar después de que adoptemos, pero podemos ir practicando si lo quieres así. — la rubia traviesa se posó encima de su amado hombre con una sonrisita.

—Eres un insaciable Demon. — posó su dedo índice en la punta de su nariz con travesura logrando ver la ceja negra arquearse a la vez que sus manos caminaban de sus rodillas a los muslos de su mujer hasta detenerse en sus caderas.

Gelda inclinó su cuerpo superior para acunar su pálido rostro y besar sus labios detenidamente; sin embargo, antes de siquiera dar inicio a su juego previo y al no notar el mal clima de la noche, la pequeña pelinegra entró a la habitación totalmente asustada que no se dio cuenta de la posición comprometedora en la que se encontraban sus padres.

—Mami, papi... — se lanzó a la cama de la pareja que se vio obligada a separarse. —¡Me dan miedo los truenos! — su labio inferior titubeaba en un puchero derritiendo el corazón sensible de su padre.

—Tranquila Amice, yo te cuidaré de ellos. — simplemente la atrapó la atrapó entre sus brazos de padre sobreprotector y comenzó a distraerla con pequeñas cosquillas en su estómago, escuchándola reír a carcajadas pensando que una buena dosis de risas la agotarían lo suficiente para dejarla caer dormida y así continuar con lo que interrumpió con su esposa.

[Día siguiente]

—Buen día señor Demon. — exclamó una sorprendida mujercita de largo cabello morado y ojos negros brillando como carbón encendido; Demon correspondió esa sonrisa de media luna con gran entusiasmo. Una semana, preso de su hogar era asfixiante.

—Buen día Melascula, ¿qué ha pasado en mi ausencia? — la mujer trazó un pequeño puchero recordando cada suceso relevante.

—Sus hijos han hecho un grandioso trabajo, a decir verdad, todo va a un buen paso. Estoy segura que pronto lograran empatizar con la sociedad como siempre deseo. — el hombre no podía estar más orgulloso de sus descendientes, fue increíble como con el paso soso del año, se volvieron a unos más firmes y de orgullosa resistencia.

—No lo dudo. — suspiró. —Estaré con Fraudrin discutiendo unas cosas pendientes, puedes retirarte. — la mujer accedió sin ninguna sospecha de lo que estaba a sus espaldas incluyendo a su pareja pelirrojo y su compañero peli morado o estaría segura que hubiese preferido no dejarlo solo en ese lugar.

—Con permiso.

Froi se mantuvo reviviéndose de energía nuevamente detrás de su escritorio donde tanto tiempo dedicó durante largos años, hasta que la puerta se abrió sin avisar dejando pasar al su amigo más confiable, Fraudrin; aunque ahora que lo veía no evito sentir un ligero escalofrío de mala fe.

—Es bueno verte de nuevo, amigo. — la manera tan ácida de pronunciar algo tan simple pudo ser comparada con el hablar del peor enemigo, más no quiso prestarle atención a ese intento de sexto sentido.

—Bien, aquí me tienes. ¿Qué es lo que va mal? — el intruso cerró la puerta, después de todo sería una muy larga y descriptible explicación donde seguramente, uno acabaría peor que otro. Una oficina que pronto se inundaría de pecados y declaraciones que muchos creyeron muertas e inconclusas, aquella mentira que sostenía el misterio de Demon se derrumbaría sobre el rubio.

Los minutos pasaban burlándose al lado de la albina que caminaba por los pisos de la empresa en un vociferante eco de tacones preocupados. El rubio a su lado le veía morderse intencionalmente el labio, no sabía ocultar el nerviosismo que su cuerpo albergaba cada vez que recordaba que Froi se encontraba en el mismo edificio ahora mismo y con él, el de cabellos morados que, por cierto, no había visto en la mañana.

—Insisto, hay algo que no me agrada. — su corazón retumbaba dolorosamente contra su pecho, la presión y preocupación la agotaban al punto de querer desmayarse que Meliodas tuvo que intervenir en el camino.

—Cálmate Elizabeth. ¿No exageras? — por más que quisiera convencerla que deliraba, él era quien terminaba a llenarse de esa inseguridad, como si algo le susurraba que estaba en lo correcto en preocuparse.

—Es que... — relamió sus labios. —Es que tengo una fuerte corazonada, por favor. — nunca la vio así, ese temor comenzó a asomarse en sus ojos desde la noche anterior y ahora tenía posesión de ella.

—Vamos con mi padre y haces las preguntas que tengas. Respecto a Fraudrin, hay que buscarlo y pedir una explicación, necesito hablar con él. — le dio la razón a su mujer y fueron directo a la oficina de Demon que quedaba dos pisos más arriba.

Durante el lapso de tiempo que Froi comenzó a recuperarse, las dudas de los hermanos quedaron en el aire después de que su padre no recordara que fue exactamente lo que había causado su primer paro y el de cabellos morado, sospechosamente daba la misma estúpida excusa. Necesitaba hacerle frente y con la información que la albina le confió, más que ahora lo obligaría a hablar.

Debieron imaginar que no solo la tardanza del elevador era casi infinita e insoportable, también lo era el dolor en el que ahora mismo el señor Demon se retorcía.

—¡¿Qué?!... eso no, pero ella... — soltó un quejido con el familiar dolor punzante en la parte izquierda de su pecho. Una traición, el dolor insoportable en su cabeza, las lágrimas que comenzaban a acumularse en los orbes verdes, la difícil toma de aire que ardía como humo en los pulmones. —T-Tu lo sabías todo este tiempo... —soltó un quejido más débil con el puño en las telas de la camisa. —¡¡Sabías que estaba planeado provocar todo esto!! ¡¡Por eso tomé ese viaje!!

En un intento desesperado por no caer inconsciente, las cosas sobre el escritorio cayeron con un bullicio al suelo mientras los ojos negros solo le veían retorcerse de dolor. Estaba agitado, su cabeza mareada, la visión picaba y nublada... no era nada comparado contra esa verdad que tanto lo mantuvo presa del arrepentimiento y dolor que le causó a su familia, el abandono en Zeldris, el trauma en Meliodas... Esa última pelea con su mujer, todo fue calculado para acabar con su familia a sangre fría o ente caso, en una sucia jugada por la avaricia de las apuestas.

—Lo siento Froi, tu padre me hizo prometerlo. — sus ojos le miraron con furia y repulsión, debió imaginar que aquel Demon despiadado hizo de sus últimos alientos de vida un tormento para su familia. —Briar era una mujer no apta para el puesto de la Señora de Demon que solo pasó lo que pasa con la gente que no sirve: desaparecer. Tranquilo, ella nunca te amó después de todo, solo era otra perra interesada, yo solo te quité un estorbo. — soltó un berrido rodando los ojos, insensible al ver a ese rubio sufrir con desesperación. —Bien, fui culpable que tu hijo quedara con traumas, que Zeldris sufriera... Te hice desdichado mi amigo, pero esa niña Elizabeth es más ágil que todos los Demon juntos, no podía arriesgarme a que me echara todo a perder y ser el único en caer. Ella caerá también.

Lo que temía pasaba, no solo se llevaría arrastrando a sus hijos, la albina de por medio caería por ello si no era más cuidadosa... toda esa dinastía comenzaba a acabar con su vida lentamente. Sin poder soportar más el dolor punzante de su corazón frenético y sudor en su rostro, cayó jadeante sin despegar la mirada repulsiva de aquel hombre en el que confió.

—E-Eras mi mejor amigo... Tienes que decirles la verdad a M-Meliodas y a Zeldris, tienes que... — imploró con su último aliento de vida antes de que el palpitar cardiaco se detuviera abruptamente, cayendo en un lecho de muerte después de una larga tortura.

Fraudrin se hundió en cuclillas al cuerpo sin signos vitales de aquel rubio que traicionó durante largos años, dándose el tiempo de cerrar sus ojos carentes de alma, soltando un largo suspiro y mirada melancólica por sus acciones. ¿Por qué tuvo que involucrarse con ellos?, ¿por qué tuvo que formar una amistad con él?, ¿cómo pudo acceder a encubrir un crimen? Fuera lo que haya pasado, no podía retroceder.

—Lo siento Froi, pero yo no me veré involucrado en un segundo asesinato. La señora de Demon pagará tu muerte. — con esto, se levantó del suelo y salió de la oficina encontrándose con la secretaría de cabellos lilas. —Mela, ¿qué haces aquí? — vaciló nervioso.

—Vengo a traerle el calendario al señor Demon. — la mujer entró sin preocupación a dicho despacho, horrorizándose al ver el cuerpo tumbado en el suelo del aludido. —Pero ¡¿qué carajos...?! — su boca fue cubierta antes de que pudiese gritar o pedir auxilio, sacándola al pasillo donde nadie rondaba.

—Lo siento, pero no puedo dejarte escapar. Dile a Galand "gracias" de mi parte. — dicho esto le dio un fuerte golpe a su cabeza contra la pared para dejarla inconsciente. —Aunque él también fue muy estúpido. — asegurándose que nadie más estuviese cerca, fue directamente al ascensor cercano y esperar pacientemente con solo un objetivo en mente: escapar.

Mientras tanto, una oji bicolor jugueteaba con sus manos dentro del pequeño espacio del elevador, viendo el número de los pisos iluminarse con lentitud que le desesperaba.

—Elizabeth ya cálmate, de verdad me estas asustando. — no mentía, el dolor en su pecho incrementó que muy apenas lograba disimular.

—Perdón Meliodas, pero es que... — las puertas del elevador se abrieron, encontrándose frente a frente con los ojos inexpresivos del de cabello morado.

—¿Fraudrin? Oye, por qué... — este no respondió, solo entró al pequeño espacio al momento que ellos salieron para presionar rápidamente la primera planta. Un escalofrío recorrió la columna de la platinada que no dudo en ir con rapidez en dirección a la oficina del rubio. —¡Elizabeth, espera!

Su corazón palpitaba ansioso, sus pies corrían torpemente con los tacones hasta encontrar a la secretaria en el suelo inconsciente.

—Oh dios mío... ¡Melascula! — la aludida se despertó aturdida en dolor proveniente de la parte posterior de su cabeza soltando un quejido. —¿Qué fue lo que te sucedió?, ¿Quién...?

—Ugh, e-el señor... Demon...— logró mencionar apenas audible. Meliodas llegó detrás de ella temiendo lo peor cuando su esposa entró desesperada a la oficina de su padre.

Las cosas del escritorio estaban regadas en el suelo, su corazón se detuvo por un lapso de tiempo al momento que su piel se sintió debajo de agua helada, sus ojos se ampliaron incrédula soltando un grito ahogado entre sus palmas.

—Diosas... ¡¡Señor Froi!! — se tumbó de rodillas al suelo tratando es lograr descubrir que solo era un desmayo y realmente no estaba... No lo estaba, no quería creerlo, no podía.

—¡¡Papá!! ¡Mierda! — la desesperación lo acompañó junto a su esposa que soltaba sollozos amargos intentando buscar su pulso en su cuello y muñeca izquierda, pero no había ningún trabajo que estuviese haciendo su corazón.

—¡Rápido, Meliodas! ¡Llama a urgencias, ahora! — imploró con una voz rota. —Por favor Froi, no... — Meliodas se levantó del suelo marcando el número correspondiente siendo atendido enseguida por el personal médico.

—Señorita, necesito una ambulancia ahora. Empresa Demon... — colgó respingando con fuerza, se sentía terrible que simplemente apartó la mirada golpeando la pared más cercana. —Maldita sea, Fraudrin estuvo aquí. — salió hecho una furia del lugar directo al ascensor mientras llamaba ahora al albino al que no le dejó hablar al responder su insistencia. —Ban, rápido, llama a seguridad y que no dejen salir a nadie del edificio. — gruñó dejando al albino pasmado por su tono grave de voz y exasperación.

"Carajo, capitán, ¿por qué...? "

—¡¡Maldita sea, Ban!! Haz lo que te pido de una puta vez. — dicho esto colgó golpeando las puertas del elevador que aún se encontraba en curso por alguien más. —¡¡Mierda!! — corrió por las escaleras que descendían entre los niveles del edificio, apresurándose a llegar al primer piso.

—Señor Froi, por favor... — la albina cerró los ojos dejando caer sus lágrimas apretando la mano del hombre, pensando en cómo fue que dejó que pasara. ¡Fue su culpa! Provocó al de cabellos morados al arrinconarlo de esa manera que no pensó que utilizaría a alguien más de escudo; algo pasó para que tuviera que tomar esa decisión y ahora solo quedaba preguntarse, ¿Cuáles fueron esas palabras que utilizó para provocarle una muerte tan cruel?

Por otro lado, un agitado y cegado en furia llegó a la puerta principal donde el personal de seguridad rondaba por el área, pero no había rastro alguno del de cabellos morados. Tensó la mandíbula y apretó los puños en un gruñido bajo. ¡Fue estúpido al no creer antes las advertencias que daba su mujer! Ahora temía que ella corriera un peligro, su hermano, su cuñada, su sobrina, Inés...

—Meliodas... — volteo a ver a su hermano que llegó a sus espaldas. —¿Qué sucedió? Ban me habló muy alterado. — apretó los labios con un gesto que destrozaba sin palabras, si no hasta que la ambulancia llegó con una vociferante sirena que dejó muy en claro muchas cosas a los que se quedaron con esa pregunta.

[...]

Esta vez fueron menos los minutos en que tuvieron que esperar en aquel hospital para que confirmaran con pesar lo que temían: Froi Demon, dueño de una de la empresa central corporativa de la economía del país, así como de hileras de bancos y sucursales, murió desafortunadamente ese día gris; dicha noticia fue rápidamente conocida entre la sociedad a lo que entre mensajes de pésame y condolencias por la pérdida, también hubo imprudentes con micrófonos, cámaras y preguntas absurdas directamente para cualquier integrante de la familia y los cercanos, acto que fue mal visto por el rubio y azabache al ver que su privacidad no era respetada.

Pero eso no les impidió retirarse de cualquier entrometido y pasar el mal momento entre ellos con lágrimas y lamentos.

Inés vestida en negro estaba destrozada, no paró de llorar en el escritorio, abrazada a la pequeña urna donde yacían las cenizas del rubio dejando que sus lamentos hicieran eco en la residencia luctuosa de los Demon que, cualquiera que la escuchara se le rompería el alma. Su mente solo la torturaba con los recuerdos congelados de su amistad, cada risa, cada enojo y discusión, cada vez que lo regañaba por su terquedad... El aire la faltaba con cada gemido entre su llanto.

No soportó las palabras: El señor Demon ha muerto de un paro cardiaco; solo se derrumbó en el suelo a soltar su pesar después de perder a su mejor amigo, casi su hermano. Elizabeth solo la consolaba dando palmadas a su espalda, sus ojos aún estaban cristalizados, pero ya no tenía más lágrimas para dejar caer. Le mataba el alma ver a su madre así, no se imaginaba el dolor que debía estar sintiendo su esposo y cuñado. Suficiente habían tenido al perder a su madre siendo tan jóvenes.

Gelda abrazaba al oji verde de mirada afligida mientras lloraba silenciosamente, limpiando las lágrimas antes de que desbordaran de sus orbes a la vez que tenía su niña entre brazos que no terminaba de analizar lo que pasaba, pero entendía las razones. Solo podía corresponder el abrazo de su padre escondiéndose en su pecho al verlo tan desanimado.

Por otro lado, Meliodas solo daba la espalda con las manos escondidas en su pantalón negro mirando a la nada y sus ojos escondidos bajo sus cabellos rubios. No lograba cómo expresar su dolor que solo hizo lo único mejor que sabía hacer: reprimirse al punto que su cuerpo manifestaba esa acumulación de fuertes emociones negativas en dolores físicos en ciertos puntos de su cuerpo.

Gruñó y gritó a todos a su alrededor, Fraudrin, el causante que su padre muriera logró escapar sin ser visto que no dudó en mantener al país entero en alerta para que en cuanto fuera localizado, lo llevaran personalmente con él para encargarse de aquel hombre que deseaba matar con sus propias manos, provocarle el mismo dolor que su familia sentía en ese instante.

—Me las pagarás esta y todas las que has hecho... — no le cabía duda, él sabía muchas cosas y no descansaría hasta desenvolver cada una de sus mentiras y descubrir cuál fue su propósito inicial con Elizabeth como para ahora decidiera matar a su progenitor.

—Meliodas... — el dulce llamado de su esposa y su toque en el hombro esfumó sus humos de enojo volteándola a ver. Con cuidado limpió el rastro de sus lágrimas esbozando una sonrisa que le decía que "todo estaría bien" cuando ni él se la creía.

—¿Qué sucede, Eli? — ella descubrió un poco su mirada, desalmada por su expresión cada vez más vacía en sus ojos.

—El capitán Dreyfus ya está aquí.

.

.

. 

¿Alguien quiere un pañuelo? Aquí porfis :3

Lo voy a admitir, no me arrepiento de nada, era necesario. Lamento si no fue muy sentimental, pero estaba tan emocionada y feliz por esta parte que se me fue el sentimentalismo XD ¿qué les pareció?

Debo decir que por la única que me siento mal en hacer sufrir, es a Inés U_U me rompe imaginarme lo mal que lo ha estado pasando. Esto se pondrá mejor para los personajes, pero eso no significa que más tormentos lleguen. Hay más personas al acecho que buscan dañar a Meliodas y Elizabeth...

Sin más, gracias por leer.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top