Capítulo L

Temblando con ligeros escalofríos de aroma a bosquejo, su cuerpo sudando al echar su cabeza hacia atrás. Caderas bailando como los vientos del exterior sintiendo la calidez de sus manos entrelazadas cariñosamente mientras su mano desocupada se encargaba de enmarcar con dulzura los reos de su silueta escuchando siseantes clamores vaporosos.

Aquel causante de esas hermosas ondas sonoras se aventuró en su cuerpo entre la oscuridad, besando sobre cada lunar para trazar constelaciones en su cuello y pecho, descendiendo por su estómago hasta sus rincones más escondidos descubriendo nuevas sensaciones para brindarle, memorizando cada melodía acompañando su nombre.

—Meliodas... — gimoteo más alto, temblorosa, obligando al rubio a separarse de su labor para verle un breve momento a los ojos cristalinos.

—Shhh, no hagas mucho ruido, preciosa... — recordó con voz ronca por el hecho que ahora no se encontraban solos y lejos de alguien que pudiese escucharlos. Amaba sus clamores, pero debía mantenerla callada para evitar una vergüenza el día siguiente o quejidos por el ruido.

—Hmm... más... — El rubio volvió a su labor lamiendo su pequeño botón hinchado entre sus pliegues rosados sintiéndola retorcerse contra él, sus manos se soltaron para empujándolo más a su sensibilidad, sus piernas quedaron inmovilizadas sobre sus hombros, no podía mantenerse quieta contra su boca insistente. —M-Mel... a-así, no pares. — su gemido fue más bajo, pero suficiente para llegar a los oídos del aludido.

Movió su lengua con más vehemencia; chupó como si fuese lo más dulce, succionó buscando, la acarició con suavidad hasta que el cuerpo femenino comenzó a agitarse con rapidez, sus caderas se alzaron contra él temblando, sus jadeos eran más violentos que apenas lograron ser amortiguados con morder su labio inferior hasta que, sin contenerlo más, sus uñas se enterraron en su nuca al arquear la espalda soltando un quedito gemido meloso derramándose en la boca del rubio quien disfrutó catar de su dulce esencia.

Estaba agitada y relajada, sus ojos llorosos apenas lograron ver al rubio como daba una última lamida a su flor para subir por su estómago hasta llegar a sus pechos, succionando su tierna carne blanca y con ello, adorar sus botones rígidos.

Ella no lo soportó, de la comisura aún se veía como escurría algo de su excitación; lo acercó a ella para lamer ese hilo desde su barbilla hasta fundirse en su boca sin prisas, disfrutando del bailar de sus lenguas a la vez que descendía sus manos al marcado bulto entre sus pantalones, sacándole un gruñido al momento de frotarlo de arriba a abajo con un marcado ritmo.

—Elizabeth ~ — este se separó un poco de ella quedando de rodillas sobre sus caderas para quitar su pantalón lo suficiente y sacar su miembro erguido, con ello, hacer esa extraña acción de tomar las sábanas y cubrir sus cuerpos para crear un ambiente más privado entre ambos.

Con cuidado, mirándole fijamente a los ojos, entró en ella robándole un jadeo con un cerrar de ojos y un brillo bermejo adornando sus mejillas. Tan cálido y estrecho como si lo abrazara, que no tardó para empezar una oscilación suave y lenta como si fuese la primera vez.

—Hmm... ¡Ah! — Este salió de ella y volvió a entrar en una estocada escuchando sus respingos e intentos nulos por mantenerse callada con cada penetración. —Meliodas...

—Aah. — Solo la miraba cerrar los ojos soltando pequeños gemidos, mientras sin quererlo su corazón empezó a vacilar. Se abrazó a él, arañando su espalda cada vez sus movimientos incrementaban cada vez más impetuosos con tal de escuchar esos gemidos que hipnotizaban su audición.

¿Qué era ese sentimiento?, muy distinto a la vez anterior. La primera vez sintió una conexión mística y cercana, creyendo que solo era el momento de emoción, pero esta vez era más fuerte. Su corazón latía sin control y no por el trabajo que ahora hacía, ella provocaba que en su pecho floreciera un diferente cariño, un distinto tipo de afecto que nunca había sentido y sus palabras frías quedaron colgadas de un hilo.

Sus piernas se abrazaron a sus caderas al momento que sus cuerpos excitados convulsionaban juntos, pero sus bocas tomaban el tiempo de comunicarse entre ellos, amortiguando sus clamores. Él incrementó sus embestidas, incapaces de mantenerse callados. Tomó sus manos para entrelazarlas a cada lado de su cabeza a la vez que su liberación llegaba con un azote de éxtasis.

—¡¡Aah!! — Elizabeth se corrió por segunda vez en la noche, las sábanas húmedas se adhirieron a sus muslos, contrayéndose alrededor del miembro de su pareja llevándolo a terminar dentro de ella, soltando esa calidez que le hizo sentir plena y completa.

Cayó agitado en su pecho donde la albina lo arrulló entre sus brazos, acariciando sus cabellos rubios y ese par de mechones que la tenían entretenida por debajo de las sábanas hasta encontrar su adorable faz infantil sonrojada.

—Meliodas... — sus ojos nublados chocaron contra verdes oscuros. —Bésame por favor. — su sonrisa resplandeció entre la oscuridad, la ternura de pedir un pequeño gesto desbordó de sus ojos. No lo dudó y tomó posesión de sus labios con calma, tomándose el tiempo de catar sus mohines rosados.

Besó más allá de lo pedido; besó sus mejillas, su barbilla, sobre sus párpados y su frente. Besó su cuello y clavícula hasta despejar su rostro de cualquier cabello de su frente terminado por arrullarse en su pecho aún agitado.

—Descansa Eli. — su aliento chocó contra su piel abrazándola por la cintura para mantenerla cerca. Elizabeth acarició su cabello como si fuese un pequeño buscando consolación, hasta que lo escuchó caer dormido.

Sonrío dejando su mente divagar en sus fantasías; se imaginaba que quizás podría tener entre sus brazos a un pequeño de misma mirada brillante y rostro risueño como el de él, muy enérgico y a la vez malhumorado, tan audaz y escurridizo, y un par de mechones resaltando de su cabellera... Agitó su cabeza, comenzaba a pensar de más de un futuro incierto o quizás solo era la situación del momento. Como fuera, solamente se limitó a solo soltar un suspiro, dejándose caer en el sueño. 

[...]

Se removió inquieta sobre su lugar, el vociferante viento se hizo más fuerte de lo que pensó y con ella una ligera lluvia azotando contra las ventanas cubiertas de ligeras cortinas blancas dejando el paso de las tétricas sombras del exterior.

—Huh, ¿una tormenta? — a su lado lo vio dormir plácidamente entre pequeños suspiros. Admiró su perfil como si tuviese un Adonis. Se avergonzó ligeramente por aquella marca que dejó en su cuello. —Es tan lindo cuando duerme.

Su mente solo traía consigo de nuevo esa imagen de sus titubeantes labios diciendo:

"Te quiero, Elizabeth... " Volteó la mirada al techo con una extraña emoción derramándose de sus ojos obligándole a cerrándolos con fuerza. No podía aguantarlo y ni por más que se dijera que solo era gusto, que solo era amistad, solo era cariño... Claramente no lo era, ni siquiera sabía catalogarlo y tarde se dio cuenta.

—¿Por qué me siento así?, lo veo y mi corazón está tan tranquilo a pesar de acelerarse con su mirada. Maldito Demon, con toda y tu indiferencia te quiero; con toda y mi hostilidad dices que me quieres, pero... — al fin abrió los ojos derramando un par de lágrimas emotivas sonriéndole a la nada con sus mejillas sonrojadas. —¿Qué dirías si yo te digo que: te amo, Meliodas?

[...]

Esa mañana se adelantó antes que el sol para alcanzar a hablar con su padre antes de que saliera a cualquier lado; era más que terco, claramente no podría seguir con la misma rutina de trabajo y arriesgarse nuevamente contra la muerte. Lo estuvo pensando con seriedad, dejando de lado su enojo y poner en claro lo que realmente importaba en esos momentos: debía comenzar a tomar sus obligaciones como el próximo dueño.

De principio no había logrado entender las palabras dichas por la albina, pero ahora estaban más que en claro lo que quería decir con ellas; solo debía priorizar sus asuntos dependiendo la gravedad emocional que éste conllevaba. Después de todo, ya todo estaba hecho, no se podía retroceder en el tiempo y ni aunque pudiera hacerlo, no lo haría. Ya era feliz con esa vida presente.

Avisando con dos golpes de antelación en el despacho de su progenitor, se encontró al rubio ordenado sus cosas, trajeado y listo para marcharse al trabajo que claro, Meliodas no le iba a permitir sin antes hablar con él y darle ciertas restricciones médicas.

—Buen día, padre. — le miró de reojo algo extrañado por su tono suave y carente de serenidad. Como una actitud muy neutral a lo normal.

—Meliodas, buen día. ¿Se te ofrece algo? — soltó un quejido para aclarar su garganta.

—Seré directo. Necesito saber cuáles son tus labores de la empresa. — este le miró confuso por su manera autoritaria de hablar. —El médico dijo que debes estar descansando para bajar los niveles altos de presión; hablaré con Melascula para que tu tiempo en la oficina sea corto y no dejes tu puesto de la nada. — parpadeó un par de veces confuso, ¿realmente era su hijo o seguía soñando?

—Creí que estarías muy molesto. — se cruzó de brazos rodando los ojos fruncidos.

—Molesto es poco, pero lo importante ahora es tu salud, padre. No hay tiempo para estarme enojando por cosas que ya no puedo cambiar. — estaba más que desconcertado, de un momento a otro su hijo era más comprensivo que de costumbre, priorizando su bienestar antes que la propia; aun así se negó sin molestia alguna.

—Sabes que puedo trabajar desde aquí, no es necesario. — Meliodas le retó con una mirada más calmada y perspicaz insistiendo en su palabra, pero solo no entendía.

—Nada de trabajo por esta semana, debemos reducir tu tiempo en la oficina. Debes calmar tu estrés y cualquier cosa que empeore tu condición. — esta vez agudizó su voz a una preocupada que hizo dudar a Demon.

—No se preocupe Froi, dijo que Meliodas y yo somos un buen dúo, nos encargaremos de esto junto a Zel y Gelda. — apareció la albina bajo el marco de la puerta llamando la atención de ambos varones con su sonrisa llena de determinación. —Por favor, ya no hay secretos entre nosotros, mejor no desperdicie su tiempo y disfrute lo que le queda con sus hijos. — al igual que Inés, esa mujercita era demasiado persuasiva que no podía evitar para negarlo, y era cierto. El trabajo terminaría consumiéndolo tarde o temprano.

Soltó un resoplido vencido.

—Bien, llamaré a Melascula. — accedió tomando el teléfono entre sus manos buscando el contacto de la peli morada, su actual secretaria de confianza.

Meliodas y Elizabeth salieron del despacho para darle privacidad al hombre, aprovechado la soledad de la sala para mandarse miradas que solo conocían. La de ojos bicolor no evitó ruborizarse abochornada, recordar lo que le hacía a su cuerpo, logrando hacerle temblar de placer era tan sublime que lograba sentir de nuevo ese cosquilleo en sus zonas sensibles y las mariposas abrazar contra su piel.

—Creí que seguías durmiendo. — la contraria negó con suavidad estirando un poco sus brazos con pereza. Claramente deseaba dormir un poco más, pero ¿cómo resistirse a no ver como el rubio caminaba sin prendas e inhibiciones por la habitación hasta el baño.

Verlo caminar, su espalda al momento de estirarse, el movimiento de sus cabellos dorados, su fornido pecho escurriendo en agua después de bañarse, siguiendo a las afortunadas gotas de agua que terminaron perdidas en la toalla alrededor de su cintura... ¡Diosas! Tuvo que amortiguar un gemido involuntario, provocado con solo verlo y su flor humedeciéndose de nuevo.

—Si, pero escuché cuando te levantaste. No te iba a dejar toda la responsabilidad. — explicó evitando sus pecaminosos pensamientos. — Por cierto, tengo que revisar algunas cosas por allá, así que voy contigo esta vez. — y lo agradecía, anhelaba su constante compañía a cada rato.

—Gracias Eli. Iré con Jenna y Zaneri para pedir algo desayunar y en un rato más nos vamos. — indicó para desaparecer en la cocina donde las empleadas comenzaban sus labores.

—De acuerdo. — terminó suspirando inconscientemente.

—¿Sabes? Yo también me veía así de boba cuando me enamoré de Zel. — la albina se sobresaltó con la voz de la rubia repentinamente a su lado. ¿A qué horas apareció y cuanto estuvo escuchando?

—¿Qué cosa? —desvió la mirada avergonzada comenzando a sudar en frío.

—Tú sabes de qué hablo. — le dirigió una mirada delatadora. —No es coincidencia que desde que regresaron de su luna de miel han estado juntos de manera muy repentina y mucho más cercana. — alzó ambas cejas con pillería.

—Creo que confundes las cosas. — tartamudeo entre dientes. Gelda solo negó un par de veces, era terrible para mentir y ocultar lo que sentía en realidad.

—Y yo creo que esta ropa explica algunas cosas. — dijo refiriéndose a la singular blusa de cuello sin mangas que ella traía vestida para ocultar las pequeñas marcas que el rubio dejó la noche anterior. Elizabeth soltó un chillido.

—No, no... — se doblegó alejándose de la rubia. —Nada de eso, solo... solo...

—Solo estás enamorada de Meliodas. — interrumpió dejándola sin habla, tan obvia era que no tenía como negarlo. —¿Y lo sabe? — torció su mueca en desánimo.

—Sé cuál será su respuesta, desde un principio me advirtió que nunca podría enamorarse. — sus palabras antes de la boda fueron firmes y, aunque él aceptó ser considerado en caso de que ocurriera, no podía evitar sentirse temerosa y dolida.

—Le tomará su tiempo, pero yo sé que lo hará en su momento. Nunca es algo exagerado. — trato de animar. La rubia no era tonta, bien veía el trato especial que su cuñado le tenía a la oji bicolor y eso también lo delataba. —Aun así, pienso que deberías ser honesta con él. — tenía varias de perder que no veía el caso insistir, pero su amor por él solo crecía que solo optaba en darse por vencida.

—No lo espero de cualquier forma, lo que importa es que estemos bien y estar con él.

[...]

Una hora madrugadora donde el alba recién comenzaba a iluminar cada espacio del edificio entre cada una de las celosías que eran abiertas para dar bienvenida a los que comenzaban su turno con algo de luz. Con ello, Meliodas y Zeldris supervisaban que cada integrante comenzara sus labores mientras se dirigían a la oficina de su padre mientras la mujer se mantenía al corriente del nuevo horario laboral que se le sería empleado a Demon.

—Me sorprendió tu actitud. — comenzó el menor. —El Meliodas del pasado habrá sido indiferente y ni siquiera estaría aquí, estaría en la oficina ignorando a todos y refunfuñando. — cada vez que le hacían comparaciones de él con su "yo" de pasado no evitaba reírse por lo irónica que era la vida cuando en un principio le parecían molestos esos actos.

—Supongo que hay cambios buenos. — hablando de cambios, el peli negro aun debía notificarle de su decisión de irse a vivir con su esposa y su hija en la propiedad que Froi dejó a su nombre; sin embargo, aún no lo sentía el momento adecuado, debía esperara un poco más. —¿Estará Fraudrin en la oficina? — claramente, dentro del despacho de su padre provenía un movimiento y breve sonido.

—Debe ser que si. — no se le hacía extraño, constantemente se encontraba metido en dicho lugar acompañando a su mayor, pero ahora parecía precisamente desesperado hurgando entre los papeles que guardaba el rubio.

—Fraudrin. — su voz firme exalto al peli morado obligándose a detener sus acciones entre vacilaciones y palabras enredadas al tratar de justificarse.

—Que agradable sorpresa Meliodas, escucha... —, pero el rubio no están para rodeos.

—Fraudrin, estuviste con mi padre ese día. ¿Qué pasó exactamente? — olvidando su característica carácter educado, tocó precisamente el punto que quería tocar y realmente le preocupaba. Solo necesitaba una respuesta lógica para sentirse tranquilo.

—No lo sé, estábamos planeando nuestro viaje de negocios y de la nada se desplomó. — arqueó la ceja sin sentirse tan convencido de su respuesta, debía haber más que explicara ese ataque.

—¿Estas completamente seguro? — siguió el menor cruzado de brazos a la defensiva y es que pese a la amistad que siempre tuvo con su padre, jamás inspiró la confianza que siempre alardeaba.

—¿Insinúan algo, joven Demon? — Meliodas alzó la quijada.

—Solo pienso que no me dice la verdad. — Fraudrin se sentía acorralado, pero nada de lo que no pudiese librar fácilmente. Los Demon eran tercos y siempre usaba eso a su favor, más no esperaba con la presencia astuta de la albina.

—Meliodas. — le sonrío torpemente al de cabellos morados al momento de tomar al rubio por los hombros para intentar calmarle. —Discúlpalo, está muy cansado del trabajo extra. — fuera de eso, quería evitarle un mal rato en una discusión en vano, el hombre no diría nada sin darle más de una vuelta al asunto y lo sabía.

—Eli...

—Yo te alcanzo, empieza tú con tus labores, ¿sí? — su mirada imploraba que confiara en ella y así lo hizo sin desconfiar, saliendo junto a su hermano de aquel espacio que lo tenía más que inquieto. —Lo lamento, pero es que lo alteró el estado de salud de su padre. Bueno, a todos no tiene alterados. — sonrío con arrogancia, ella era aún más fácil de engañar y su amabilidad era un arma peligrosa.

—Lo entiendo señora Demon. ¿Se le ofrece algo más? — negó levemente.

—No por el momen... — su mirada se encontró con un par de legajos con nombres escritos en ellos, lo que parecía ser información confidencial como su mayor pista para averiguar qué es lo que pasaba con este hombre, o más bien, que era eso que ocultaba. —Pensándolo bien, hay una cosa que deseo preguntar respecto a las tazas de intereses. — no dudó en acceder con tal de estar momentos con ella para tomarse el tiempo de analizarla y lograr su cometido.

—Claro señorita. —; sin embargo, mientras él creía que había caído en su trampa, Elizabeth le hacía creer que no se había dado cuenta.

Mientras tanto en la oficina con los hermanos, Meliodas prácticamente ejecutó la orden de su esposa sin chistar ni objeciones mientras regresaba; había transcurrido tan solo media hora de eso y llevaba un monto de papeles de solicitudes de distintos aspirantes. Zeldris se encargaba de los nacionales y el rubio de las internacionales llevándolos a sorprenderse la cantidad grande de personas que esperaba un lugar en su compañía.

—Es agotador esto de leer, ¿Cuántas solicitudes faltan? — se quejó en menor después de leer alrededor de cien hojas llena de datos personales.

—No lo sé. Unos cuantos quizás. — no quería perder más tiempo de lo que requería, empezaba a apreciarlo. Por otro lado, para el menor, esa respuesta no le favorecía en nada a sus motivaciones de seguir cumpliendo.

—¿Unos cuantos? ¿Seguro que quieres adelantarlas ya? — golpeó su cabeza contra el escritorio en un quejido mostrando un puchero de aburrimiento.

—Entre más pronto llegue el personal capacitado, mejor. — suspiró hastiado buscando señales de los ojos bicolores, pero ni aires de ella desde que salieron de la oficina de su padre. —¿En dónde está Elizabeth?, dijo que no tardaba. — se quejó en bajo queriendo la cercanía de esta misma, acto que hizo que el menor le viera algo burlón por su insistencia.

—¿Qué?, ¿no puedes estar sin tu mujer un ratito? — rodó los ojos negándose un par de veces tomando una de las hojas para distraerse entre ellas.

—No digas estupideces

[...]

—Bien, ¿qué me puedes decir de la señorita Elizabeth? — cuestionó a la mujer que tenía en frente con cierta atención y curiosidad por la mencionada.

—¿Huh?, es inmadura y hostil. Muy grosera y una torpe cualquiera. — comenzó con cierta actitud de superficialidad, repudiado a la mencionada. —No voy a exagerar, pero mucho menos se preocupa por su esposo, se ve que ni se quieren. — no quería creerse esos rumores que afirmaban que ambos tenían sus acercamientos íntimos o que trabajaban mejor de lo que esperaban.

—¿Meliodas Demon muestra algo hacia ella? volvió a preguntar.

—Es más fácil que una roca ame antes que él. A su mujer no le presta mucha atención que digamos. — se hundió de hombros.

—Hmm... — no parecía mucha información, pero solo comenzaba; satisfaciendo esa gula que tenía por saber más de la platinada, conocer sus debilidades y fortalezas para usarlas en su contra. —Bien. Gracias Vivian, sigue manteniéndote cerca de Goddess y dime cualquier información importante de ella. — la mujer subestimo mucho a Elizabeth que tarde se daría que poco de lo que contó al desconocido eran solo especulaciones de terceros.

—Por supuesto, puede confiar en mí. — dijo segura de sí y a la vez algo dudosa. —Pero si no es mucha indiscreción, ¿qué quiere ganar con esto? — sonrió con cinismo, era más que claro lo que quería:

—La señora de Demon. 

.

.

.

Les dije, puede que se haya revelado a Hendricksen como posible asesino de la señora Demon, pero hay más personas alrededor buscando "derrocar" a Elizabeth, peor Elizabeth tiene sus estrategias ;3

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Que creen que pasé ahora que Elizabeth admite su amor por Meliodas?

¿Tienen teorías? Las estaré leyendo...

Sin más, gracias por leer y nos vemos más al rato uwu

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