Capítulo IX

—Mael, ¿Qué haces aquí? — cuestionó temerosa, calmando la poca tos que se quedó atorado en su garganta.

—Elizabeth, ¿lo conoces? — interrumpió el rubio, a lo que el hombre de cabello plateado carcajeo mientras negaba.

—¡¿Conocerla?! De hace algunos años, ¿no es así preciosa? — la albina retrocedió un poco, pero este la tomó de la muñeca para atraerla hacia él, posando su brazo alrededor de su hombro. —Cariño, ¿Qué haces con él? — ella no dijo nada, solo apretó los labios, temblando bajo su agarre buscando zafarse de esa prisión.

—No escuché tu nombre. — mencionó sintiéndose repentinamente extrañado por el comportamiento tan cercano que tenía hacia su pareja.

—Mael, ¿y tú, hombrecito? — el aludido no mostró expresión ante la burla dicha a su persona.

—Meliodas. — respondió observando a la platinada que parecía decirle con la mirada que se callara, pero él solo la ignoró. —Elizabeth es mi novia, por eso te pido que la sueltes. — la sorpresa no tardó en reflejarse en los azules del contrario, aun así no tardó para soltar una risa irónica.

—Que curioso, ¿no te parece? — se burló acariciando su cabeza tensándola en el acto. —Al final, la princesa no pudo estar sola. ¿En dónde quedó ese orgullo que me demostrabas, mujer? — los ojos de Elizabeth comenzaron a titubear mientras se cristalizaban. —Sigues siendo la misma tímida e ilusa de la que todos se burlaban. — carcajeo aun más fuerte, logrando romper la fragilidad de la albina; por otro lado, un sentimiento rencoroso empezó a emerger del oji verde al ver las lágrimas de la platinada caer en el suelo.

—Déjala. — Mael le vio con una ceja arqueada. —Te voy a pedir de manera amable que la sueltes, ahora. — su sonrisa se ensancho negando levemente.

—Siempre tienen que salvarte, como siempre Elizabeth. — la memoria de la jovencita se vio atormentada por el recuerdo de las risas de los demás niños al rededor, las burlas en la secundaria, el rechazo en el bachillerato. No quería que él se entrometiera.

—Meliodas, cállate. — musitó no porque le molestara, solo no deseaba que la reputación de este se viera afectado por un pleito causado por su cobardía. —Yo... Yo puedo sola. — musito sin mirar la mirada burlona del más alto.

—A ver pequeña, ¿qué tanto haz avanzado?, ¿realmente me has superado?, ¿superaste lo que pasó entre nosotros? — el rubio amplió los ojos al escuchar esto, ¿acaso ellos...? —¿No te lo dijo?, tuvimos una hermosa relación de dos años, solo que ella era muy aburrida e inútil como para llegar más lejos, sabes de lo que hablo. — su agarre se volvió mas fuerte, tanto que casi la asfixiaba y temblaba a causa de su impotencia al no poder moverse, ignorando el creciente enojo del de baja estatura.

—¿Inútil? Inútil es venir a lamentar una relación fallida solo porque tu no fuiste lo suficientemente bueno. Si solo querías sexo pudiste ser directo con ella desde un principio; sin embargo, ella es mucho más inteligente para valorarse que solo pasar una "buena noche" de dos minutos contigo. — el platinado frunció el ceño al ver como este desabrochaba las mangas de su camisa blanca para empezar a doblarlas hasta la altura del codo.  —Escucha, no me gusta pelear, pero si tengo que callarte de una forma u otra, de acuerdo. — otra risa sínica salió de Mael.

—¿En serio?, ¡vaya que siempre es la damisela en apuros!

—No es eso. — sin verla venir, Meliodas logró quitar a Elizabeth de sus brazos para proseguir a darle un golpe en el rostro, tumbándolo a el suelo, haciendo que se cayera sobre una de las mesas llamando la atención de los más alejados con el ruido de los vidrios estrellarse contra el suelo. —Solo que... no voy a permitir que Elizabeth se ensucie las manos con alguien tan insignificante como tú. — este tembló al ver esa mirada oscurecida y una siniestra sonrisa ladina. —¿Qué sucede?, de repente te acobardaste.

El oji azul vio a su alrededor como algunos murmuraban entre sí y otros fotografiaban la escena. Era un chico que gustaba de intimidar, pero no sabía pelear, no tuvo de otra que darse por vencido; con pesar, se levantó del suelo, encarando a la causante del alboroto, según él.

—No olvides lo que te dije preciosa. — se inclinó lo suficiente para que su boca quedara a la altura de su oído. —Es mejor que estés sola, de una forma u otra lo estarás pronto. — dicho esto, se marchó, dejando un sabor amargo en la fémina.

—Elizabeth, ¿estás bien? — la aludida se mantuvo con la mirada baja, conteniendo sus ganas de llorar. Tenía razón, siempre necesito ser salvada, nunca pudo defenderse por sí sola; solo pudo fingir una sonrisa al rubio.

—Gracias. — dijo para salir del establecimiento sin nada mas que decir. Meliodas rápidamente pagó la cuenta y por los daños y salió detrás de ella, sin saber que esto seguramente se vería en alguna sección de periódico o revista nacional.

[...]

El camino de regreso fue muy calmado, incluso para el rubio. Siempre se escuchaba una ocurrencia de ella, pero esta vez no decía nada. Por más que él dijera algo para calmarla y esperar un respuesta sarcástica o irónica, está solo hacía sonidos afirmativos sin despegar la mirada de la ventana. ¿Tan dañada estaba? No, simplemente Elizabeth no quería ser grosera después de lo que había hecho por ella, trataría de no serlo aunque eso ya era casi imposible.

Estaciono el vehículo frente a la propiedad Goddess, siendo ella quien bajara rápido sin esperar para entrar a su casa, donde la mujer descansaba en la sala después de una larga mañana en varias empresas caritativas.

—Oh, Elizabeth, cariño... — le sonrió, pero esta pasó de largo a su habitación, escuchando el azote de la puerta. Antes de que la mujer fuera detrás de ella, su mirada se enfoco en el rubio que aparente iba detrás, solo que no la logró alcanzar.  —Meliodas, ¿Qué sucedió?

—Mael. Así se llama el hombre que la ofendió. — suspiró mientras esta le miraba con horror en sus ojos.

—Oh, no. De nuevo. — negó cayendo en el sillón blanco. Meliodas por su parte, se vio intrigado por esa extraña relación, cosa que la mujer notó. —Siéntate querido, creo que hay algo que contarte. — este asintió tomando asiento al otro lado del mueble.

—Por favor. — la mujer soltó el aire jugando con sus manos nerviosamente.

—Hace unos años, Elizabeth conoció a Mael en la escuela. — comenzó. —Elizabeth siempre fue muy tímida y temerosa y eso empeoró desde que me divorcie de su padre. Sus compañeros abusaban de su "ingenuidad" para acosarla y hacerle bromas. — el rubio cada vez se veía mas sorprendido, más no intervino. —Mael la defendió una vez y después de ahí, ella empezó a tener una dependencia y él se aprovechó de esto. Mi hija no sabía defenderse, por lo que acepto ser su pareja con la condición quería él fuera quien siempre la salvara. Así fue por un largo tiempo. —suspiró relamiendo sus labios.  —Él decía protegerla porque la amaba, pero un día sacó sus verdaderas intenciones. Él quería forzarla a tener intimidad, pero Elizabeth siempre desconfió de él.

—¿Acepto entonces? — cuestionó con cierto enojo ante esa idea; sin embargo, la madre negó para su alivio.

—Por más que accediera terminaba con miedo y huía. —bajó a mirada apretando los labios. —Elizabeth tenía tanto miedo a quedarse sola y aun así, logró terminar con él, sin saber que Mael convenció a la mayoría de la escuela para hacerle broma tras broma. Los acosos incrementaron, llegaron a burlarse tanto que no quería salir de la casa. — la imagen recordó con dolor la imagen de su hija llorando desconsolada con un par de golpes en su brazos debido a su forcejeo cuando la tuvieron sujetada. —Él le dijo algo que le dolió y la marcó.

Un salón de secundaria llena de alumnos muriendo a carcajadas mientras grababan, acorralando a una albina que lloraba a mares con su ropa llena de lodo, el olor de la basura enredada en su cabello era insoportable, los mechones de su cabello mal cortados. Solo le pidieron un favor y ella ingenuamente había caído, nuevamente.

El peli plata se acercó a ella mientras moría de risa al verla tan inmóvil llorando.

Eres tan patética e ilusa, una inútil nunca puede estar sola. De cualquier manera, lo estarás y no sabrás como defenderte. — un profundo rencor creció en ella y con los pies arrasando, empezó a empujar a todos a su paso para salir de ese lugar.

—Desde entonces se ha portado hostil, indiferente y grosera. Por eso ella busca ser independiente ya que no quiere que alguien la esté defendiendo o tener un compromiso que la amarre. — la mujer tomó las manos del rubio que no mostraba algo más que seriedad, pero en el fondo, había un odio había el hombre que acababa de conocer. —Por favor, ella muy en el fondo sigue siendo tímida y temerosa, ella solo reacciona así cuando se siente amenazada y sé que no es una excusa a su comportamiento, pero Mael realmente fue lo peor que le pudo haber pasado.

Mientras tanto, Elizabeth se mantenía acostada boca arriba con una almohada cubriendo su rostro; se maldecía internamente. Había enfrentado a todos los que le hicieron daño mientras el oji azul fue expulsado, podía defenderse de cualquier otro, pero no del causante principal de su dolor, aun no podía hacerle frente, ¿por qué? Ni ella lo sabía.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un par de suaves toques sonaron en su puerta.

—Elizabeth, ¿puedo pasar? — ella emitió un sonido afirmativo, escuchando la puerta abrirse a la vez unos pasos se acercaban. —Tu madre me contó lo que sucedió. — se sentó a la orilla de la cama. —Espero no te haya molestado. — esta descubrió su rostro lloroso sin atreverse a mirarlo a los ojos, pero este no se iba a quedar callado. —¿Por qué nunca me lo contaste? — esta chasqueo con una mueca.

—No tenía caso, ni siquiera fue una relación formal. — se giro sobre su cuerpo para darle la espalda. —¿Qué clase de persona hace que todos se pongan en tu contra? — calló un sollozo que él claramente escuchó, más no se atrevió a hacer algo para consolarla y no porque no quisiera, realmente no era bueno en eso y además, prefería darle su espacio personal.

—Te hizo daño, pero no significa que todos sean así. — la albina suspiró con enfado.

—No tenías que protegerme, tu reputación se verá manchada por un pleito. — comentó evadiendo lo antes dicho, tenía claro que no todos era así, pero era un miedo irracional a confiar y ser aferrada a la persona para que la defendiera; su propósito era ser libre e independiente, pero solo había caído nuevamente a esa burbuja aisladora.

—Eres mi novia, es normal que quiera protegerte. — esto le hizo abrir los ojos a la par mientras un sonrojo invadía sus mejillas, su corazón empezó a latir descontrolado temiendo que el rubio fuera capaz de escuchar ese fuerte palpitar. ¿Por que esas palabras proviniendo de el rubio tenían ese efecto en su cuerpo?

—Meliodas... — se volteó a verle con una mirada serena. —Después de todo esta farsa, ¿tú me abandonaras? — mordió su labio ligeramente espetando su respuesta.

—Claro que no. — frunció el ceño. —No soy ese tipo de hombre que obtiene lo que quiere y lo desecha por que no le sirve. Te estas volviendo alguien importante para mí Elizabeth y eso nunca se olvida. — este siguió sus movimientos con la mirada, la vio enderezarse sobre su lugar hasta quedar arrodillada frente a él con una mirada que le dio escalofríos.

Esperando un posible reproche o reclamo por un cursi discurso; para sorpresa de Meliodas, no fue así. Ella acunó su rostro mirándolo firmemente a los ojos. Este se tenso ante su agarre, se vio desprevenido y ahora no podía parar de verla a los ojos, sin embargo, ella solo se abrazo a él con fuerza, rodeando su cuello y pegando su pecho contra él.

—Gracias. — murmuró tímidamente. Meliodas no sabía como reaccionar, pocas veces dejaba que le dieran muestras de afecto, pero ella abrazaba de una manera que le hacía sentir una calidez nostálgica.

Antes de decidir si corresponder o no el abrazo, esta lo soltó con una miraba baja.

—¿Qué pasa? — cuestionó, a lo que esta puso su mano en su rostro, apartándolo bruscamente mientras fruncía el ceño al caer en cuenta lo abierta que estaba siendo con sus sentimientos.

—Por tu culpa me puse sentimental, idiota. — rechistó ante la interrogante del rubio.

—Pareces una bipolar y quita tu mano de encima. — tomó su muñeca para retirarla, pero esta aplicó más fuerza, aferrando sus yemas en su rostro mientras desviaba su mirada dándose un golpe mental. Había dejado que viera lo débil que puede ser y ahora volvía a tener miedo aun después de sus palabras, llevándola a hacer lo mejor que podía hacer para defenderse: ser indiferente y grosera.

—¡No! No puedo ver tu cara de niño bueno. — gruño negando un par de veces. —¡También me engañaras! — el rubio forcejeo un poco más sobre su muñeca.

—No digas estupideces y deja de enterrarme la uñas, duele.

—¡¡No!! — este aplicó más fuerza, de modo a que pudiera quitársela; sin embargo, debido a la fuerza al empujarla, terminó cayendo de espaldas sobre la cama con él encima. —¡Auch! — se quejó antes de abrir los ojos y encéntraselo encima suyo que, también se quejaba por el dolor en su rostro.

Ambos se voltearon a ver con un sonrojo, con su rostro peligrosamente cerca y una posición que dejaba todo a la imaginación. Ninguno se movió ni dijo nada, sino hasta que inesperadamente, la madre de Elizabeth entró a la habitación, encontrándolos en una posición comprometedora. Meliodas encima, con sus brazos a cada lado de su cabeza y una pierna entre las de la albina mientras esta parecía darle acceso a cualquier movimiento.

—Elizabeth, ya es hora de... — ambos la vieron confusos. —Ooh, ¡perdónenme!.. eh, estaré en la cocina. Bajen cuando terminen. — vaciló hablando con rapidez para cerrar la puerta, dejando a su hija con los colores en la cabeza.

—¡¡¡Mamá!!! — chilló volteándolo a ver con enojo.  —Y tú, quítate de encima. — posó su mano sobre su pecho para empujarlo, a lo que este se mantuvo quieto en su lugar sin intenciones de hacer algo más.

—Tú tuviste la culpa. — reprochó aun sin entender su cambio de actitud.

—¿Perdón?, pero eres tú quien está encima de mi. — este se dio cuenta que seguían en la misma forma, por lo que rápidamente se quitó de ella para alivio de la peli plata.—Gracias. — suspiro levantándose de la cama.

—Sigo sin entenderte, ¿Por qué el cambio de personalidad?, ¿a qué le tienes miedo? — la oji bicolor quedó acallada apretando los labios, sabiendo a lo que se refería.

—Eso... Eso no te interesa. Si tienes mejores cosas que hacer, pues ahí hay una puerta, en un momento bajo. — el oji verde rodó los ojos, al menos seguía siendo ella misma, pero las interrogantes y la curiosidad de descubrirlo seguían ahí.

—Una última cosa. — le volteo a ver antes de salir. —No eres inútil, solo eres muy benevolente para este mundo. — dicho esto, dejó a la platinada con un sonrojo y un latir frenético de su corazón.

—Tonto.

[...]

La tarde del siguiente día era hermoso y agradable, se podía notar en la rubia y la platinada que carcajeaban sentadas en el jardín mientras la pequeña azabache jugaba en el verde pasto.

—¡Hay dios!, siempre es bueno con quien hablar. — suspiró limpiando la lágrima de su ojo. —Te juro que me vuelvo loca solo cuidando a Amice. — tomó un poco de la limonada que había en la mesa dejando a Elizabeth con una pregunta aun rondando en su cabeza.

—Si no es molesto, ¿Por qué tu y Zeldris no han tenido hijos propios? — la rubia dio un largo trago haciendo un puchero.

—Oh, no es un problema grave en realidad, solo que yo tengo dificultades para concebir. — explicó con una sonrisa. —A parte de que Zel y yo no lo hacemos seguido por nuestras responsabilidades laborales, y el estrés dificulta mis probabilidades de quedar embarazada. Aun así, no nos arrepentimos de adoptar a Amice. — sonrió con ternura a la pequeña que parcia distraída jugando, pero en realidad estaba más que concentrada en lo que decían las mayores.

—¿Ella lo sabe? — Gelda asintió.

—Si. No queríamos esconderle nada. Es una niña linda, ambos no queríamos esperar a tener un hijo que quisimos adoptar, aunque eso no nos quita la idea de querer tener uno propio en el futuro , pero ya habrá tiempo para eso. — dio un suspiro guardando silencio por unos segundos. —¿Y qué me dices tú?, ¿Cuántos hijos piensas pedirle a Meliodas? — esto le cayó en sorpresa, provocando que sus mejillas se tornaran rojas.

—Ehh... yo... — vacilo con nerviosismo.

—Tranquila, no diré nada. — rio en bajo. —Si vieras a Zeldris, cuando fuimos a elegir un niño, él casi se lleva el orfanato. Adora a los niños y, aunque Meliodas no lo demuestre, también tiene su lado cariñoso. — esta pareció pensarlo por un rato dejando que una ilusión floreciera.

—Bueno, yo,... tal vez es algo en que no piense ahora, ni siquiera pensaba en casarme, pero me gustaría tres, dos niños y una niña. — suspiro con una sonrisa algo tonta.

—Adorable. — la sonrisa de la de ojos bicolor desapareció al instante que cayó en vuelta a la realidad.

—Pero no será así. — la contraria le vio confusa. —Dejaré que Meliodas cobre su herencia y en seguida me divorciare de él. — respondió con frialdad mientras Gelda arqueaba la ceja.

—¿Divorcio? Elizabeth, firmaste un contrato, ¿no? — esta asintió —No creo que eso... — el sonido de la puerta interrumpió y llamó la atención de las féminas.

—Ya llegué cariño. — indicó el pelinegro exhausto, siendo la más pequeña en ir corriendo.

—¡¡Papi!!, ¡Tío Meliodas! — saltó con emoción y con una sonrisa quisquillosa, una futura travesura se veía reflejada en sus ojos.

—Hola preciosa. — el pelinegro abrazo a la pequeña entre sus brazos. —¿Te portaste bien? — esta asintió.

—Sii. Oye tío... — este le volteo a ver. —Mi tía dijo que quiere tres bebés, ¿eso significa que tendré tres primos? — la albina se sonrojo por completo a lo que cubrió su mirada de la del rubio que solo se mantuvo con la ceja arqueada.

—Tal vez, pero no deberías... — trató de explicar pero se vio interrumpido de su hija.

—Y mami también dijo que quería la casa llena de niños, y yo también quiero muchos hermanitos. — saltó aun más entusiasmada. —¡¡Seré la mayor y ellos mi ejército!!

—Eh... ve con Cusack, ve y dile que te acompañe a buscar un...eh, ¡¡cerdo parlante!!; eso, ve a molestarlo. — dicho esto la bajó de sus brazos, dejando que se marchara con una ilusión de encontrar a un porcino inexistente. —¿Qué tanto hablaban? — cuestionó a su esposa a lo que esta sonrió relajada.

—Nada en especial. — fue directamente a él para abrazarlo, sin saber que el pobre no se imaginaba una casa llena de niños. Bien le encantaban, pero si con su pequeña pelinegra apenas y podía tener un momento a solas con su esposa, con un "ejercito", sería imposible. Por otro lado, Meliodas se acercó a su pareja que seguía con su rostro cubierto.

—Deberías dejar hablar de más. — se burló ligeramente a lo que esta se descubrió ignorando su mirada.

—Yo no sabía que estaba escuchando. — se excusó mirando al otro lado.

—¿O sea que es verdad?, ¿quieres tres hijos? — la albina volvió a sonrojarse ignorando la pequeña risa del rubio.

—Mierda.

—¡¡Papááá!! — se escuchó un reclamo de la menor —¡¡Cusack no me quiere ayudar a buscar el cerdo parlante!!

.

.

.
Pues buenooo, ¿qué les pareció?

Ya dimos un vistazo de como sería Meliodas defendiendo a su novia, así como fue la antigua relación con Mael y el trauma de Elizabeth por la dependencia y el abandono.

Y también un poco de la situación de Gelda y Zeldris, como ven no es tan grave y quizás pronto decida darles esa bendición *-*

Bueno, sin más me despido y nos vemos la siguiente semana y puedo decir que en el siguiente capítulo, las cosas entre Meliodas y Elizabeth se pondrán algo... Interesantes 7w7

Ahora si, gracias por leer

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