Capítulo XXXVIII
— ¡Huh, estoy exhausta! Se me hizo largo el regreso. — Suspiró Elizabeth una vez terminando la labor de colgar su ropa ya desempacada. El viaje de regreso logró ser igual de tedioso, aburrido y algo soso respecto a conversaciones. El rubio no fue espontaneo y ella no se quejó; solo se dedicó a responder o escuchar. Su pobre cabecita ya estaba aturdida.
Poco después de unos segundos, un gruñido de estómago sofocó su cansancio. Se sonrojó con molestia con la ambivalente respuesta de su cuerpo: sus párpados pedían cerrarse, su lengua rogaba satisfacerse de sabores, y su piel... comenzaba a arder de una forma sofocante. ¿Cómo ignorar las tres a la vez?
— ¿Quieres cenar? — adivinó Meliodas sobre el rostro vacilante de su esposa, misma que negó frunciendo el ceño.
— Ya comimos hace una hora. Creo que no necesito ceder tanto a mi vulnerabilidad por la comida. — Su pancita no era tan pronunciada, aún. Temía que estaba aprovechándose del consentimiento de Meliodas con sus caprichos. En cambio, él solo negó suavemente.
— Ya lo presentía. Le dije a Jenna que te haga algo ligero de cenar. Necesitas dormir y dudo que puedas estarte quieta con el estómago vacío. — Sonrió una última vez antes de apartar su rostro y concentrase en buscar sus ropas de dormir. — Mañana iras con tu madre, ¿cierto?
— Si. — Deslizó su cuerpo en la mullida superficie de la cama. — Tengo un asunto pendiente con Arthur. Además, tenía tiempo que no me presentaba por ahí.
— En ese caso, yo te llevaré. — Eventualmente el silencio prevaleció por unos segundos sin qué la albina diera una respuesta en objeción. Un carraspeó se interpuso antes de continuar. — ¿Qué es eso que tienes que atender? Incluso el otro día te vi algo desconcertada. — Curioseó.
— Olvidé los registros de los fondos recaudados para las obras caritativas organizadas por mi madre. Quiero repartir el trabajo con Arthur. — Después de todo no era una mentira, pero tampoco era la verdad completa. Sus labores con su madre eran su excusa para no ser cuestionaba por el rubio y tener que dar una respuesta que claramente no tenía.
— De acuerdo. — Liberó una bocanada y se dispuso a ir al baño en busca de una relajante ducha; sin embargo, la delicada y fría mano de su esposa, enganchada a su muñeca, lo detuvo. — ¿Pasa algo?
Algo en su sonrojo hizo que la emoción emergiera en cosquilleos sobre sus manos, extendiéndose gradualmente por el resto de sus sentidos.
— Tu también me debes algo. — Incluso su voz cambio de cadencia. — La otra vez... ¿Recuerdas? — Meliodas hizo un puchero de falso pensamiento retrocesivo cuando claramente sabía lo que la albina quería.
— Si me das una pista de lo que era tal vez lo haga. — La mujer se vio retada por su mirada inocente y pulcra. Tal vez eran las hormonas o la necesidad ardiendo en su piel después de esos gestos grabados en su cuello, pero no se mostró tímida en ningún momento. Se atrevió a tumbarlo en la cama y subirse en su cuerpo, enjaulando la sorpresa en su faz.
— Creo que era algo como esto. — Una risa divertida salió de los labios del rubio. Arrastró sus manos en sus costados, de la curva de su cintura hasta las caderas, trazando pequeños círculos estremecedores que arrugaban la tela de su falda.
— Hmm... ¿Te parece que seamos rápidos? Sería descortés dejar a Jenna esperando por una respuesta. — Elizabeth apretó las piernas ante el tono grave de su voz y su respiración algo agitada. Sus feroces manos al fin se aventuraron debajo de esa capa de tela, arañando sobre sus muslos, tanteando sus bragas.
— Entonces ya no perdamos tiempo. — Si era rápido y directo, no importaba. Se aseguró de transmitir sus sentimientos entre miradas extasiadas y el sonido de sus gemidos hechos nudos en la garganta. No se cansaría nunca de la manera cariñosa en que la tocaba.
[...]
Un par de pasos a distinto ritmo resonaban en nulo eco al caminar por el largo pasillo hasta la puerta de la oficina donde la señora Goddess fue previamente citada. La mujer no terminaba de enumerar el largo listado de labores pendientes de ese día, así como su asistente no dejaba pasar ningún detalle sin escribir en el calendario.
— Necesito que Tarmiel atienda la junta de hoy. Debo presentarme en un auditorio más tarde. — Nerboasta meneo la pluma al escribir.
— Entendido. — Mordió el extremo del bolígrafo con un alargado sonido pensativo. — Puedo pedirle a Sariel que la acompañe. El conoce al presidente de la corporación, le daría más confianza su presencia. — A como pudo, Inés sonrió en agradecimiento.
— Si tiene la oportunidad de acompáñame, se lo voy a agradecer. ¿Es todo, Nero? — la aludida asintió. — Al rato terminamos de organizarnos. Y muchas gracias; no sé qué haría sin ti.
— Después me lo agradeces, Elizabeth está en la oficina. — El par de ojos zarcos pestañaron en sorpresa. Con un rápido gesto amable, ambas pospusieron su convivencia para que Goddess atendiera la tan temprana presencia de su hija.
— Elizabeth. Cariño, no te esperaba tan temprano — dijo su madre al entrar y encontrarla concentrada frente la pantalla de computadora. Los ojos bicolores miraron a la progenitora acercarse, por lo que rápidamente la saludo con un pequeño abrazo. — ¿Está todo bien cariño? ¿Cómo se comporta el pequeñito?
— Hasta ahora sigue inconforme con lo que ingiero. O como mucho o me hace devolverlo. — Respondió Elizabeth con una sonrisa incómoda. Esa mañana las náuseas habían vuelto después de varios días ausentes. Se vio obligada a amortiguarlas con agua carbonatada y un desayuno muy insípido para su gusto.
— Me lo puedo imaginar. Algo me dice que será igual de revoltoso que tú. — Soltó una risita enternecida. — No me sorprendería.
— Espero que no. La verdad espero que la seriedad de Meliodas se le herede. — No quería pensarlo mucho y estrenarse antes de tiempo pensando que tendría que estar persiguiendo un pequeño más energético que ella. Aunque ya también presentía que sería así.
— Te recuerdo que Meliodas, cuando era un niño, era igual de revoltoso. Su personalidad serena la adoptó con el tiempo, así que no esperes una criatura quieta y obediente. — Por lo relatos de su madre y algunos de Zeldris no desconfiaba de ese hecho. Inés suspiró antes de cambiar el tema. — ¿Qué tal el fin de semana? ¿Se divirtieron?
— Fue relajante — dijo mientras ayudaba a emparejar una pila de papeles mal acomodados. — Hubieras venido con nosotros. Edinburgh es un lugar hermoso.
Los ojos de la mayor se agudizaron en una pena, combinando con su triste sonrisa. El sentimiento de recelo, hacía mucho no la perseguía; reconocía la intensidad y la amargura.
— Claro que me hubiese encantado acompañarlos, pero sabes que yo no puedo perdonar a Briar. — Su pecho comenzó a doler, otra vez. — No quiero ni verla, por ahora. Aunque no tenga la culpa directamente, lastimó por años a quien más quería en la vida, después de ti. Sus actos no tienen justificación y realmente no estoy interesada en escuchar sus excusas. — Jamás perdonaría sus acciones. No se perdonaría el no haber puesto atención a su intuición. ¡Había perdido a su mejor amigo! Su hermano. El confidente de momentos compartidos. El que se lo arrebataran de esa manera era un dolor insuperable, pero no era la clase de persona que sembraba rencores y odios sobre los demás. Ese sentimiento era solo suyo. — Sin embargo... — musitó. — Ella necesitaba sincerarse con Meliodas y Zeldris. Comprendo que ellos necesitaban tiempo para mejorar su lazo con su madre y yo no soy quién para impedírselo si así lo decidieron. Mi presencia sobraba ahí.
— ¿Entonces, no te molesta que yo me relacione con ella? — Inés negó con una sonrisa.
— Claro que no. No tiene por qué afectarme. La relación entre ella y yo se queda entre las dos. Yo diré cuando perdonarla.
Ante la mirada de Elizabeth, y en opinión propia, podía decir que su madre poseía un corazón enorme; lo suficiente para albergar tanto odio como amor al mismo tiempo. Y eso, de cierta forma, daba algo de miedo.
— Tómate tu tiempo. — Solo eso pudo decir. No estaba en la posición para hacerle recapacitar.
La peli plateada mayor carraspeó en alto, mostrándose un poco más tranquila.
— Mejor cuéntame, ¿ya tienen el nombre previsto del bebé? — Elizabeth alzó la ceja. — Los meses van volando. También debes tener en cuenta tener varias cosas preparadas. Cosas básicas. Sobre todo, tener en cuenta que tu vida; todo aspecto de ello, incluso tu relación con Meliodas, va a cambiar. ¿Estás preparada mentalmente para eso?
— No tengo ninguna idea. No sé. Tengo poca imaginación para los nombres. — Juraría que en algún momento se le ocurrió uno, pero parecía ser un recuerdo inexistente. Por otro lado, la segunda cuestión de su madre tenía por respuesta mil pensamientos continuos. — Y sé muy bien que eso significa un cambio grande. Es lo primero que he estado analizando desde que me enteré de mi embarazo. — Ventajas y desventajas, tenía la lista y todavía más se agregaban.
— Solo espero saber pronto su género. ¡No puedo esperar a hacer las compras! — Soltó con emoción tensando a Elizabeth con su actitud. Conocía a su madre y no dudaba que sería muy consentidora y melosa.
— Sin duda me encantaría acompañarte en eso, así como escuchar todos tus consejos. — Sus ojos se desviaron a la puerta entreabierta, divisando a un curioso peli naranja asomándose por la abertura. — Y quisiera continuar esta charla, pero ahora quisiera discutir algo con Arthur.
— Buenos días, Señora Goddess. Buen día, Eli. — Por fin entró a la oficina sin temor a la descortesía de interrumpir. Él daba su misma imagen jovial y juguetona; como si nada le preocupara en la vida.
— Buen día, Arthur. Me alegra verte — respondió la mujer. — Bueno, en ese caso, yo los dejo para que atiendan sus labores. Después de que terminen, necesitaré tu ayuda en mi oficina, Elizabeth. — La mencionada asintió en confirmación. — Nos vemos más tarde.
— Por supuesto. — Una vez su madre fuera del perímetro y la puerta dando privacidad entre ellos, las miradas entre ambos congeniaron para verse con una seriedad no antes vista entre ellos. — Ahora sí. ¿Qué está pasando, Arthur? Nunca eres así de serio; al menos no conmigo.
El de ojos morados relamió sus labios buscando como empezar.
•
— Buen día, Meliodas. Me alegra verte de vuelta en la oficina. — Con voz más aguda de lo normal, Merlín se acercó de más al rubio con la excusa de entregarle el calendario respectivo del día. El rubio carraspeó con indiferencia.
— Solo fueron tres días. No es para tanto.
— Sin usted aquí todo es un caos. Parece interminable las horas de estrés — Meliodas se sintió algo incómodo con lo que dijo. Cada vez más se le hacía extraña la manera en que esta lo tratara. Su personalidad calculadora se tornaba seductora. Con segundas intenciones.
— No pensé que habría problemas. Mis empleados por lo regular son estrictos con las labores y Melascula no me reportó contradicciones — respondió ignorando su pestañeo agraciado.
— Solo no quería molestarlo. — Por un momento le miró con intensidad. Cada vez le preocupaba menos ser obvia con sus gestos. — Podemos empezar con el pendiente de la última vez, estoy segura que terminaremos antes de lo acordado. — Se sentó frente a él, cruzando su pierna, asegurándose de que su falda revelara poco más de sus muslos.
— Bien. Comencemos ahora, pero antes... — ignorando sus ingratas acciones, el de ojos verdes pasó a su lado sin molestarse en verla. Merlín gruñó internamente. — Tengo que discutir con mi hermano. ¿Tienes algo pendiente con Fairy o Pendragón?
— No. Hasta ahora, solo me falta registrar las sucursales pequeñas. — El rubio no esperó más respuestas. Salió de la oficina y se perdió del suspiro frustrante de la azabache. Sin embargo, su sonrisa fascinada se rehusaba a decaer. — Oh, Meliodas, me estás dejando la tarea más difícil. — Una de sus puntiagudas uñas largas se vio víctima de su estrés entre sus dientes incisivos. — Con lo mucho que me fascinan los retos difíciles.
•
Consternada, así podía describirse la expresión de Elizabeth después de escuchar con atención la descabellada teoría de Arthur. Sus ideas siempre incluían riesgo de por medio, volviéndolo un campo de caos impredecible y confuso. No podía acatar de la nada sabiendo lo que arrastraba entre sus pies.
— Es simple. No hay fallos en mis ideas. ¡Es brillante! — dijo con exaltación y brillo en los ojos como si fuese un pequeño descubriendo por por primera vez la curiosidad. — No tienes que pensarlo. — Pero su sugerencia fue interrumpida por una carcajada por parte de la albina. Fuera por lo ridículo que sonara o lo nerviosa que se encontraba.
— ¿Tanto misterio para esto? En serio que las cosas importantes nunca podemos tomarlas por mucho tiempo con seriedad. — Suspiró cesando sus risas —Pero no lo sé. Meliodas confía en mí y no creo que...
— Convéncelo. Solo tienes que acceder y firmarle. — Su actitud jovial desapareció antes de verle con seriedad. — Elizabeth, claramente no puedes seguir siendo "la señora de Demon". Por cómo me explicas las cosas, el contrato expiró un día antes de casarte, pero solo te libró de la confidencialidad, no del título. Por otro lado, el trato entre "Goddess y Demon" afirma que tú y Meliodas no pueden tener algo. Automáticamente dejas de ser "la señora de Demon" estando casada con Demon. Es una gran ventaja. Eso te dice todo: ¡Renuncia por completo!
Elizabeth lo analizó con cuidado. Técnicamente ella no podía tener ese privilegio, aunque seguía siendo contradictorio. Podría meterse en serios problemas jurídicos, pero tampoco había querido presionar al rubio.
— Primero, tú y yo no nos iremos de aquí sin estudiar los expedientes. Comprender cada paso es esencial en este nido de tratos — dijo cruzándose de brazos y accediendo a obedecer sus sugerencias. — Segundo, déjame pensarlo. Esto no me da buena corazonada. — Arthur, en señal de victoria, deslizó una sonrisa infantil.
— Ya comprendes.
[...]
Lo había pensado sigilosamente durante dos días y por más que diera vueltas contrarias al asunto, volvía a donde comenzaba. Solo había una forma de aclarar sus dudas, y claro, no le gustaría. Con lo poco que había estudiado los informes pendientes, fue a enterarse que debía comenzar a actuar o su matrimonio no sería lo único que prendiera de un hilo.
— Meliodas, tenemos que hablar. Es muy importante. — Trago saliva, colocando ambas manos extendidas sobre el escritorio para llamar su atención. Justamente lo consiguió.
— ¿Sucede algo, preciosa? — Alzó su mirada, notando una concentración y seguridad en sus iris cerúleo y dorado. Elizabeth respiró profundamente antes de soltar una suave bocanada.
— Tienes que romper el contrato — dijo aturdiendo al oji verde. Había sido específicamente directa. — Ya.
— A ver, a ver, a ver... — frunció el ceño negando un par de veces con ademán confundido. — ¿La señora de Demon? — Recibió asentimiento. — Solo va a mitad de proceso. ¿Por qué la urgencia, Elizabeth?
Sería difícil convencerlo. Tenía sus razones, y no necesitaba peroratas para hacerle entender su insistencia. Aunque, a decir por su mirada esmeralda, terminó inquietándolo.
— He decidido no seguir cargando ese título.
•
Mientras tanto, fuera de las miradas conocidas, Merlín veía con satisfacción el rostro poco impresionado de Isabel. Distinto a la arrogancia y molestia que siempre estaba acostumbrada a mostrar, debía admitir que la de cabello negro era astuta.
— Este todo listo. Con los métodos correctos y en poco tiempo, las cifras empezarán a decaer. Justo como tú lo has predicho. — Los ojos dorados se cerraron por unos instantes antes de mostrarse ligeramente cansada. Bien, pensaba que ella era inteligente, más no que corría riesgo de volver a cometer el mismo error.
— ¿En caso de que ni tu puedas volver a elevar el prestigio? Sabes que es riesgoso defraudar a Demon.
— Lo tengo presente. — Su sonrisa deslumbró en vanidad. — El difunto señor Demon, Froi, hizo algo parecido hace un año con el afán de mostrar que Meliodas era capaz de balancear una sucursal en quiebra. Fue un juego de niños, estoy segura que podrá volver a retomar el mando de la empresa. Sin embargo, mi ayuda es esencial para reconocer el problema: Elizabeth.
Era problemático callar el hecho que, a pesar de no haber convivido lo suficiente con Elizabeth, le guardó un cariño. Uno muy pequeño en comparación con su odio y orgullo. Al menos eso era el único motivo por el cual ayudaba ciegamente a Merlín.
— Si algo te falla, no cuentes conmigo. Ahora estas sola en esto. — Una vez enterada de lo único que deseaba escuchar, Isabel decidió retirarse. — Debo irme; no soporto mi aborigen.
— Senil pretenciosa. — Masculló antes de apretar los labios en busca de calmar la molestia que provocaba. Pero al menos le reconfortaba tener las herramientas para iniciar lo que sería el peor tropiezo de la albina. — Buen día Zel. — Una vez de vuelta en la empresa, su sonrisa amable y calmada también. — ¿Tu hermano está aquí?
— En la oficina. — Respondió sin prestarle atención ya que su mirada y sonrisa estaba pegada a la pantalla del teléfono pues, estaba manteniendo una conversación con su amada esposa.
Merlín lo ignoró e irrumpió en el despacho del rubio.
— Señor Meliodas... Oh, perdón. ¿Interrumpo? — Su ceja arqueó algo desconcertada al ver a la albina ligeramente inclinada sobre él, sujetándose con las manos sobre el escritorio como si estuviera exigiéndole. No podía ver la mirada de ella, pero la de Meliodas decía mucho.
Demon miró por unos segundos a la serena azabache, algo receloso y vacilante; después volvió a ver a su esposa, donde su mirada se volvió rigurosa y carente de cualquier emoción.
— Elizabeth... vuelve a tu puesto. — Ordenó a secas con soez. — Ahora.
— Bien. Que sea así. — Se le escuchó murmurara a la aludida al apartarse de su zona de trabajo. — Con permiso, Demon. — Estupefacta a la mirada relativamente furiosa de la bicolor, Merlín no se atrevió a saludarla, ni a seguirla con la mirada después de ese escalofrío que causó al pasar a su lado.
Segundos pasaron antes de que Meliodas soltara un quejido.
— ¿Está todo en orden? Parecía molesta. — Se le acercó con cuidado buscando sus ojos verdes, no diferente a la reacción de su esposa. — Reitero, tú estás molesto.
— Un desacuerdo de los dos. Es todo — desvió su mirada posando su barbilla sobre la palma de su mano, tratando de asimilar lo que estaba pensando y en como ejecutar su objeción. Sin embargo, Merlín pensó que esto solo había sido una causalidad a su favor, sin encontrar extrañeza en su respuesta. La oportunidad para agregar más acidez a una pequeña herida.
— No te preocupes. Siempre hay formas de... — Su mano se deslizó sobre la de él para llamar su atención. — ... solucionarlo.
Pero él no cambiaba de mirada, solo retiró su mano en ademán de evasión. Si su intención era animarlo, sabía que había otras formas que no incluyeran la cercanía física.
[...]
Así acordaron ese día. Ante la mirada de todos, el matrimonio que una vez vieron con un fuerte vínculo de comunicación, ahora el silencio invadía los espacios entre ellos. Salvo unas veces en que intercambiaban palabras solo por razones de trabajo o para discutir sus desacuerdos sin llegar a una solución.
Era molesto e hiriente, pero no había opción.
— Si eso es todo, con permiso. — Dicho esto, la albina salió de la oficina de su marido sin siquiera voltear a mirarle o sonreírle como acostumbraba.
— ¿Qué sucede con ustedes dos? — Exigió Zeldris con hastío. Dos días seguidos, viéndolos en esa posición cerrada fue suficiente para preocuparlo. Temía que la situación agravara.
— Nada. — suspiró. — No sé qué pretendes con esa pregunta.
— Elizabeth y tu... — el de cabello azabache berreó. — ¡Agh! Han estado algo... distantes últimamente. — El rubio alzó su ceja con poco interés en su descubrimiento. — De por sí no se les veía dándose cariñitos, ahora se tratan como simples empleados. — El mayor dejó su acción, así como dejó de mostrarse paciente en dar explicaciones. Cruzó sus dedos entre ellos y una mirada gélida trastornó el ambiente.
— Elizabeth es una empleada. La relación de empleado y jefe no debe verse opacada por una nube de sentimentalismo por un matrimonio. — Alzó ambos hombros causando estremecimiento en Zeldris. Incluso a él le dolería decir eso.
— No tienes que ser tan frío. A veces das miedo. — Incluso su mueca fue cínica. La sonrisa forzada antes de pasar a la soez que anteriormente era su característica más destacable. Estaba harto, no quería volver a tener ese amargado hermano, y mucho menos tener que retomar ese lugar en una familia ausente. — ¡Por todos los dioses, Meliodas! — Golpeó su puño contra el escritorio con impaciencia. — Estaba todo de maravilla, se te notaba todos los días lo feliz que estabas. En el momento donde más deberían estarse apoyando es cuando se les ocurre volver a esa relación de indiferencia. ¿Qué les pasa por la cabeza? Porque ni creas que no solo te regaño a ti. Elizabeth también está en este juego. Y dudo que me responda.
¿Qué debía decirle? Las cosas cambiaron después de ese acuerdo con Elizabeth. No querían a los demás interviniendo en una decisión ya tomada, pero la mirada nostálgica de su hermano lo orillaba a decirla la verdad. Lo comprendería. Era ya su elección a quien apoyar en el proceso.
— No te alarmes. — Suavizó sus rasgos. — Solo que ella dijo que...
— Señor Meliodas. — Entró Melascula, con la misma mirada confusa que Zeldris y los demás mantenían. — Chandler ya tiene el contrato. Dijo que está listo.
— Que pase. Debo revisarlo antes de anularlo. — La de ojos ónix y jade se ampliaron. ¿Por qué aceleraría el proceso de cancelación antes que el "trato entre Goddess y Demon"? No había otra razón más que una ruptura.
— Meliodas, ¿ahora que estás haciendo? — Cuestionó entre dientes sin lograr respuesta. Parecía más interesado en los papeles que el senil de cabello verde tenía entre manos.
•
— Entonces... — Su ceño se arrugó graciosamente. — ¿No le pareció buena idea? — Testarudamente negó.
— Al principio se vio confundido, pero al final accedió. — Soltó un gemido de resignación, frunciendo sus labios en berrinche. — No me agrada mostrarme molesta por esto, y menos con él. — Su primo le vio con lastima. No quería disturbios en el matrimonio de la albina o causarle conflictos, pero ya estaban previstos en esta disputa. Prácticamente eran inevitables.
— Confía en lo que digo. — Palmeó sobre su hombro. — Merlín está segura de esto saldrá bien. Es un buen contrato que incluso yo firmaría sin leerlo. — Soltó con jovialidad.
— ¿Has vuelto a hablar con ella? — Pero justo antes de decir algo, su teléfono comenzó a sonar, provocando la emoción en el de cabello naranja.
— Hablando de... — la pantalla claramente alarmaba el nombre de la mujer contadora. — ¿Merlín? ¡Que sorpresa! — atendió. — Claro que sí. Mañana será.
A los pocos segundos, sin interrumpir en la conversación entre su primo y Merlín, Elizabeth se distrajo con el sonido de un mensaje entrante. Era del rubio.
Meliodas
Mañana estará hecho.
Sin quererlo los nervios corrieron por su espalda tensa, acelerando su ritmo cardiaco y todos los pensamientos en su cabeza. Estaba nerviosa por lo que haría, pero incluso también era un peso menos en su persona.
.
Y yo que pensaba que Meliodas serio no volvería xD Pero bueno, cosas peores están por venir UwU
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