Capítulo XXXVII

— Te dije que fue una buena idea venir a darnos un respiro. — Inquirió Zeldris con una sonrisa antes de darse un gran sorbo a su taza de té sabor a manzanilla. El tenue vapor acariciaba su nariz, relajando su pequeño cuerpo tenso y lleno de tanto estrés urbano.

Su hermano a su lado esbozó una sonrisa sosegada, dándole la razón en un suave asentir de cabeza y, a diferencia del menor, este sostenía un vaso con whisky que degustaba con castos tragos.

— Mentiría si dijera lo contrario, pero estos días fueron ajetreados. — Su mirada verde se desvió a las dueñas de unas gratas risas, encontrándose tanto su cuñada como su mujer, sumidas en relatos incoherentes llenas de mofa. — Veo que mi cuñada está muy contenta. — Zeldris asintió embobado por los sentimientos hacia su rubia. — Creo que la sugerencia de venir a Escocia también tiene que ver con ella, ¿me equivoco?

El azabache se vio descubierto en sus intenciones, así como el rubor en sus mejillas. Claro, quería un espacio de alivio que compartir con su familia, pero el hecho de sugerir ir a Edinburgh específicamente, fue bajo la influencia de la imagen de Gelda en su mente. Y no hizo mal en su elección: hacía mucho no la veía tan emocionada y familiarizada en su alrededor.

— Tenía mucho que Gelda no visitaba al resto de sus hermanos. Pensé que le gustaría volver a su aborigen y compartir experiencias con ellos. — El mayor formó una pequeña mueca de burla.

— Sobre todo porque a ti te encanta convivir con tus cuñados. — El menor le vio con reproche.

— Vaya, tienes que alejarte un rato del sarcasmo de Elizabeth.

— Nishishi ~ ¿Tan malo es? — Le parecía algo fuera de lugar, considerando lo social y tolerante que era su hermano, le resultaba extraña la razón por la cual no podía encajar correctamente entre las personalidades de los hermanos mayores de Gelda. Cada vez que se detenía a preguntarle, se abstenía de aceptar la apatía de los mismos.

— O les caes bien o les caes mal. No hay un término medio. Pero quiero seguir pensando que es porque es de las menores de su familia — dijo soltando un siseo. No era como si tuviese quejas constantes en contra de sus tres cuñados, pero a veces sacaban sus facetas más frustrantes. — Tienes suerte que Elizabeth no tenga hermanos mayores, conociéndola a ella, estoy seguro que saldrías huyendo si tuviese una contraparte masculina.

— No tendrá hermanos, pero una de sus primas me pone los cabellos de punta. — Recordó a Verónica y sus sutiles amenazas justo después de casarse con la albina. No las veía constantemente cercanas o conviviendo, pero se notaba a lenguas qué se protegían como si fuesen hermanas.

— Entonces, suerte con ella — golpeó su hombro y soltó un bostezo. — Yo iré a dormir. Descansa, hermano.

Meliodas asintió bebiendo un sorbo más antes de terminar el contenido por completo, quedando solo con el recuerdo amargando su garganta. Su hermano no tardó en desaparecer en el piso superior, en varios minutos más tarde Gelda también lo acompañó, con Amice entre sus brazos totalmente dormida. Era casi media noche después de todo.

Tan solitario y absorto en sus preocupaciones futuras, Meliodas se acompañaba con un segundo vaso del famoso licor escocés, perdiendo su mirada en un punto ciego de la noche exterior. El tiempo pasó rápidamente sobre él que no se dio cuanta en el momento que Elizabeth decidió esperar en la habitación que compartirían, mucho menos de la coincidente compañía.

El rubio volteó a ver a sus espaldas, encontrándose con la titubeante mirada de la mujer azabache; cohibida y tímida al otro lado de la sala.

— Buenas noches, Briar. — Saludó con moderada cortesía, aunque su ser se encontraba incómodo, rechazando la idea de siquiera estar en el mismo ambiente estancado; sin embargo, se prometió dejar de huir.

— Oh, lo siento... — carraspeó mirando a cualquier lado que no fuera el rostro de su hijo. — No quería importunarte. — Meliodas suspiró con desdén.

— No lo hace — negó con la cabeza, pero, aun así, ni compensando su intento por apartar ese recelo entre ellos, Briar no se sentía digna de hablarle siquiera. El sentimiento de ofuscamiento no desaparecía. — ¿Me teme tanto como a Melias? — más que como pregunta, parecía ser una afirmación. Su expresión pálida lo decía todo.

La mujer suspiró en bajo, apretando sus labios mientras se le acercaba recelosamente, sin hallar retroceso o defensiva en la postura del oji verde. Estaba frente a él, con un metro de ansiosa distancia entre ambos.

— Temo y me avergüenzo de mí misma, no de ti — comenzó. — Me darás esa misma mirada que él me daba; toda expresión abrumada y molesta, pero, a fin de cuentas, siempre las merecí. No te comparo con él, solo... espero a que quizás me puedas dar la oportunidad de estar cerca de ti. — Relamió sus labios. — Al menos hasta después de que cumpla mi sentencia. — Meliodas apenas y alzó ambas cejas.

No era tonta ni ignorante. Sabía de antemano que sus actos impulsivos y cobardes tenían una solución predecible para poder mantener en paz su mente, y consigo misma. Un paso que la condenaría en tiempo.

— ¿Qué pretende? — Ambos se tornaron serenos.

— El abandono de hogar es algo ilícito. No estaré tranquila si no acepto mi castigo — dijo con resignación. — Quiero demostrar que mi perdón es genuino, aunque eso signifique separarme de ustedes por más tiempo. — Por largos segundos, muriendo en el frío de su silencio, la azabache bajo la mirada no esperando obtener, aunque sea una corta opinión.

Sin embargo...

— No puedo intervenir en términos legales; no puedo ayudarte en dado caso — dijo antes de soltar una bocanada y una curva apenas perceptible. — Pero estoy dispuesto a aceptarla de nuevo en mi vida. Se lo he dicho, no garantizo que la perdone o la reconsidere mi progenitora, pero lo olvidaré. Después de todo, fue importante para mí los primeros años de mi vida. — Briar soltó un jadeo quedito sintiendo sus ojos cristalizándose. Tanto arrepentimiento se esfumó con su gesto que se conformaba con lo más que podía recibir por parte de Meliodas.

— Podría... — Vaciló. — Podría... ¿abrazarte? — El rubio lo dudó y estaba seguro de negarse, pero su cabeza solo asintió ligeramente. Fue corto, hasta un poco distante y gélido, pero sentirlo nuevamente en sus brazos llenaba de confortante amor sus años de soledad. — Gracias — murmuró.

Meliodas no correspondió. Se sentía mareado y algo ajeno a ese acto que no sentía desde hacía casi veinte años, como si su mente le gritara borrar cada recuerdo del pasado, incluyéndola; sin embargo, dejó que ella terminara de buscar consolación hasta que tomó distancia por su cuenta.

— Tenga una buena noche. — Fue lo último que dijo antes de retirarse con esa sensación aun persiguiéndolo a cada paso.

Tal vez fue poco expresivo, le constaba que pude ser un poco más empático, pero al menos Briar sonreiría por el resto de sus días. Alguno de sus gestos forzados solo rompería el avance.

Después de eso se sentía cansado, relajado y con sus párpados pesados. No tardó en adentrarse a la habitación en donde se encontró a su hermosa esposa aún despierta, atenta a una revista entre sus manos y sus mejillas llenas antes de tratar lo que masticaba. Sus ojos le vieron sobre el papel, cautivando curiosidad en su brillo y se cuestionaba en silencio su gesto.

— Creí que seguirías con tu hermano. — Meliodas se acercó soltando un suspiro, dejándose caer de espaldas sobre el mullido colchón.

— Se fue a dormir hace ya un rato. — Sus dedos tiraron del nudo de su corbata, deslizándose por su cuello hasta el suelo. Luego continuó con los primeros tres botones de la camisa. — Deberías dormir, durante el camino venias bostezando mucho.

Elizabeth dio un bocado más para satisfacer su bipolar estómago, posteriormente tragó el contenido de su boca, señalando el empaque de galletas que traía en sus manos como su mejor excusa. Tenía hambre, era claro.

— Si sigo comiendo así, estaré subiendo de peso más rápido de lo que pensé. Pero no puedo evitarlo. — Soltó una bocanada de lamento y después llevó otra galleta a su boca. Esta vez masticaba con un ceño fruncido. — Estoy segura que en la mañana me darán náuseas.

Meliodas no evitó suavizar sus gestos, sonriendo algo perezoso. Se levantó y se posó a su lado, dándole un sorpresivo beso en su sien.

— Trata de no excederte de lo recomendado. — Advirtió antes de darse el momento de acomodarse con ella, manteniéndose como soporte para su cuerpo mientras posaba su barbilla sobre el hombro. Elizabeth sintió como la abrazaba por sus caderas, curioseando la revista que tenía entre sus manos; sin embargo, le vio algo extrañada y curiosa.

— Mi vida, ¿te pasa algo? — Este le miró a los ojos, arqueando la ceja en un ademán algo burlón.

— ¿Tan expresivo me he vuelto? — Ella hizo un puchero, a lo que soltó una risa nasal mientras negaba. — Nada en particular, solo estoy en calma. Tranquilo y aliviado, es todo. — No parecía mentir al respecto.

El alivio del rubio lo era para ella por lo que se abstuvo a preguntar razones.

— Se nota mucho. Me alegra verte feliz — dijo para después volver a enfocar su atención en la revista que traía consigo, pero los mimos del rubio la desviaron. — ¿Meliodas? — El aludido comenzó a besar su cuello de manera lenta para escuchar sus dulces suspiros y su respiración densa. Escondía su nariz en su cuello, inhalando su dulce aroma entre sus hileras plateadas y su piel erizada. — Hmm, espera... — jadeo soltando una risilla. —... me haces cosquillas.

Reía, de vez en cuando jadeaba cuando succionaba sus zonas vulnerables. Sus ojos de vez en cuando se cerraban con el estremecer de su cuerpo cuando sus manos apretaron sus caderas, removiendo la tela de su corto camisón.

— ¿Segura? Te siento algo ansiosa. — Se rio el más bajo deteniendo cada acción para dejarla recuperarse.

— Creí que querrías hablar del contrato p- primero. — Jadeó calmando su sonrojo. Admitía que no hubiese detenido sus toques o ella se hubiese lanzado a los brazos exigiendo más cercanía entre sus cuerpos, pero el pudor y conciencia de saber que más personas se encontraban, probablemente, dormidas bajo el mismo techo se lo impedía.

En cambio, Meliodas hizo un puchero. El tema del contrato seguía pesando en sus vidas como una maldición perpetua, una que estaba a un paso de romper.

— Si, pero no ahora. No te preocupes por eso. — Elizabeth no preguntó de nuevo y se dejó caer en su cuerpo, dejando que la barbilla del varón reposará en su hombro, posando atención en la revista que la tenía cautivada. — ¿Por qué estás leyendo esto?

"Consejos para madres asustadizas y primerizas", eso decía el dramático titular de esa página. La albina se avergonzó un poco comenzando a jugar con sus dedos sobre el papel.

— Me lo sugirió Sennette, es mejor irme preparando, ¿no crees? Eso del "instinto materno" no se me da. — Se escondió entre sus hombros, girando su mirada de reojo, encontrando empatía en su sonrisa. — ¿Te imaginas? De por sí ya soy algo distraída.

— Me parece bien. — Después de todo, prestar un poco de atención a la información le ayudaría a entender a su esposa en los próximos meses.

La rubia se estremeció bajo las sábanas rojas, bajo los toques intensos de las manos inquietas del azabache qué no paraba de mover sus caderas contra ella. Chocando los suficiente para sucumbir la cama.

— Hmm... Zel... — Sus pantorrillas se abrazaron con más fuerza en su espalda baja, impulsando sobre el vaivén de su cuerpo. — ¡Más!, ¡más, mi cielo! — gimió.

— G- Gelda... — con una voz ronca murmuró, algo avergonzado mientras sus embestidas disminuían de velocidad. — Alguien podría escucharnos.

La rubia acarició sus mejillas con ambas manos, acercándolo a su rostro para chupar y morder sus delgados labios, enrollando sus brazos por su cuello para arañar su nuca y espalda. Ambos jadearon después de separarse.

— Eres tan experto, cariño, que no puedo contenerme. — Zeldris se sonrojó aún más y su miembro sentía explotar pues, la rubia contraía sus paredes, apretándolo suavemente para motivarlo hola continuar. — Mejor deja de lado tanto juego y vamos al punto. — Besó su nariz con emoción.

— Como me ordene y mande. — Expreso el joven encima de ella, acomodando sus manos a cada lado de su cabeza para temer mejor palanca sobre su cuerpo, pero antes de cualquier otra acción, los verdes penetraron los rojos. — Te amo.

— Y yo a ti, mucho más. — suspiró para después de soltar una bocanada en alto ante la intrusión frenética que reanudaba en su zona más sensible.

— Tu sí que eres muy precipitada y tenaz. — La albina senil suspiró intentando mantener oculto su fastidio por esa mujer que no daba más que mediocres resultados. — Espero que esta no sea otra pérdida de tiempo. — Merlín sonrió con vanidad, jugueteando con sus uñas golpeando repetitivamente la superficie de la mesa.

— Estuve estudiando mucho sus estrategias de fraude de hace unos años — dijo dejando caer un historial de gráficos manipulados. — Veo que el que provocó la bancarrota de Melias Demon fue todo un éxito y sin levantar ninguna sospecha. — Isabel se vio molesta.

— ¿A qué viene todo esto? — Alzó la ceja. La mujer más joven carraspeó satisfecha de conseguir inquietarla, aunque tampoco quería ahuyentarla.

— Me refiero a que, si está dispuesta a ayudarme, puedo volver a ejecutar treta. Sería cuestión de pocas semanas en que la diferencia comience a notarse. — La peli plata bufó con una risa irónica.

Su familia era de dotada inteligencia persuasiva, capaces de lograr negocios impecables o sucios juegos, como una gracia heredándose; sin embargo, ni así había logrado engañar a Demon por segunda ocasión. ¿Quién decía que la tercera era la vencida? Sobre todo, ¿Merlín siquiera estaba a la altura? Parecía ser una persona igual o más fácil de manipular que los demás.

— Dudo que Demon lo permita. — La sonrisa de la azabache se amplió sus comisuras en una curva burlesca. Esta vez le deslizó una carpeta azul, con un monto de hojas que contenía toda información de Elizabeth dentro de la empresa Demon como su labor en Goddess.

— Yo no hablaba de él. — Isabel avizoró las hojas, preguntándose como había obtenido algo tan clasificado. — Me perdonara por lo que diré, pero Elizabeth es el blanco. Su incapacidad para tomar decisiones y actuar impulsivamente son las ventajas requeridas para tomarla por sorpresa.

— Según tú, ¿cómo piensas utilizar esto a tu favor? A parte de ese niño, Meliodas.

— Es simple. Por lo que he investigado, Elizabeth terminó contrayendo nupcias con Meliodas a causa de su ignorancia al contrato. No sé preocupo en leer la más pequeña línea. — La pobre señora Goddess se sintió humillada al enterarse de esto. — Convencerla de un falso negocio será la trampa perfecta para deteriorar la imagen de la compañía, así como la confianza entre ambos. Meliodas no perdonará un descuido de ese grado, mucho menos por un descuido muy patético, para ese momento yo tendré toda su confianza en la mano.

Goddess parecía reconsiderar su oferta, sobre todo después de enterarse de tal calamidad cometida por Elizabeth. No solo había cometido el error de involucrarse con el apellido más detestable, era más ilusa de lo que pensó. Sentía vergüenza de ella, más no la negaría aun así después de sus actos. Solo la quería lejos de él.

— Suponiendo que funcionará. — Merlín suspiró triunfante. — ¿Cómo piensas llegar a ella?

— Arthur Pendragón. — Volvió a sorprender a la senil. — Logré conseguir la base de datos de Elizabeth, así como la información de sus acciones dentro de la empresa gracias a él. — ¿Quién hubiese pensado que se niño, hijo de uno de los hombres más rigurosos de los negocios, sería igual de crédulo? — Será fácil manipularla teniendo esto en manos, pero necesito su ayuda.

— Demon es rencoroso, es cierto... — suspiró. — Lo único que tendría que tolerar sería al pequeño engendro que dará a luz, en caso que su ruptura se consumara, pero nos es nada que no pueda... aceptar. — Le miró fijamente, la adrenalina que sentía en épocas añejas cuando ella misma estructurada sus movimientos le volvía llamar. Todo fuera por su ilusa nieta. — Bien, te diré que hacer. ¿Segura que podrás? Esto toma tiempo.

— En cuanto Demon caiga en quiebra, seré la única que pueda alzarlo de nuevo. Usted tendrá lo que quiere y yo lo mío — dijo con certeza.

— De acuerdo. — Tenía sus dudas sobre ella, aun así. — Te ayudaré.

[...]

Lo único que podía consumir para evitar sus nauseas no era más que jugo o leche, Meliodas había sido muy riguroso con su consumo excesivo con el café y azúcar, algo que también le causaba estragos a su estómago, pero la tornaba tensa como si de una adicción se tratara. Sin embargo, no había intentado desobedecer ninguna indicación.

Sonrió un poco al ver como el rubio de vez en cuando entablaba una conversación con Briar, algo corto e incluso de respuestas muy recabadas, pero a fin de cuentas ya no la ignoraba del todo. Su teléfono soltó una notificación.

"Que extraño, Arthur nunca manda mensajes tan temprano". Extrañada, abrió el mensaje de su primo. Era algo desconcertante recibir mensajes de él sabiendo que prefería las llamadas, mismas que solo hacía para charlar de situaciones banales.

Arthur. 10:07 a.m.

Hay algo de lo que quiero hablar.

Frunció el entrecejo. ¿Hablar? Definitivamente algo debía estar pasando para que optara una postura muy severa.

Elizabeth. 10: 08 a.m.

El lunes en la mañana. ¿Está bien?

Respondió rápidamente.

— ¿Pasa algo, preciosa? — sus ojos zafiro se alzaron a encontrar los interrogativos verdes del rubio quien se había percatado del cambio en su gesto.

— Nada de qué preocuparse. Por ahora. — Se hundió entre hombros. Antes de que Meliodas pudiese preguntar de nuevo, la rubia los acompañó con una radiante sonrisa. — Buenos días, Gelda. Te ves de un buen humor.

— Dormir sin tener que escuchar la contaminación auditiva de ciudad es gratificante — respondió intentando esconder el sonrojo de sus mejillas. — Descanse de maravilla.

— ¿Zel no almorzara con nosotros? — mientras Gelda servía su café en una taza, negó con un suspiro.

— Sigue dormido. — Se sentó a su lado. — ¿Te puedo pedir un favor? — Elizabeth asintió curiosa por su repentina actitud penosa. — Quisiera que llevaras a Amice a caminar por el pueblo, por favor. Es que, me gustaría tener una buena mañana con Zel y...

— Claro, tu aprovecha el tiempo. — Le guiño el ojo con mirada picarona, obligando a la rubia a cubrir su sonrojo.

La pequeña de cabello azabache avizoraba a su alrededor con gran interés e impresión mientras daba salimos al caminar y columpiándose de la mano aferrada a Meliodas.

— ¿Y entonces al fin tendré con quien jugar a parte de mi nuevo hermano? — le preguntó con gran emoción.

— Primero tienes que ser paciente — respondió.

— Hmm... — hizo un mohín desdeñoso. ¡No quería ser Paciente! — ¿Piensas tener más hijos, así como mi mamá y papá? Yo quiero muchos, muchos, muchos hermanos y primos para jugar. ¡Y yo seré la líder! — El mayor se quedó pensativo. Era un hecho Claro que Elizabeth deseaba tener al menos tres, pero él todavía tenía sus dudas. No era un tema del que hubiesen discutido, aunque debía hacerlo en su momento.

— Bueno... no puedo responderte, pero seguro harás amigos en la escuela para que puedas jugar. Puedes aprender a ser una líder. — Amice bajó la mirada a sus piecitos jugueteando mientras más preguntas invadían su mente.

— Tío Meliodas... — llamó. — ¿Y cómo llegó un bebé al estómago de la tía Eli? — El aludido se sobresaltó. Por lo regular ella hablaba sin detenerse a curiosear, pero por primera vez, sentía nerviosismo. No era como si le pudiese explicar las cosas de la nada, o como si fuese una duda que le correspondiera responder.

— Ahí hay una tienda de recuerdos. ¿Quieres darle un vistazo? Tal vez encontremos algo que te guste. — Cambió la conversación llamando la atención de la pequeña cuyos ojos castaños se iluminaron de emoción.

— ¡Si!

"Ahora entiendo porque Zel le compra todo lo que pide." Este pensamiento solo le abrió un nuevo cuestionario en su mente aún aturdida.

Mientras tanto, a unos pocos metros los seguían Elizabeth y Briar, charlando sin despegar la mirada de la tierna escena de Meliodas conviviendo con su sobrina. Algo poco común de ver.

— Lo veo más relajado. Tal vez era yo quien lo evadía. — La albina soltó una risa nasal.

— Me lo dijo. Puede estar segura que quizás su apoyo es silencioso, pero es sincero, altruista y amable. Me alegra saber que hizo las paces con usted. — Pero su sonrisa pronto decayó en tristeza. — Lamento que tenga que separarse de nosotros por un largo tiempo. — La mujer imitó su gesto.

— En el momento que me enteré de que Froi había fallecido la culpa cayó en mí. — Apretó los labios. — Tomé la decisión y pienso seguirla. Me hubiese gustado estar presente en los acotamientos futuros de Zeldris y Meliodas, pero ya habrá tiempo. — Por ahora, solo podía verlos en sus recursos, atormentando en bonitas memorias dentro de un cuarto frívolo. Al menos le reconfortaba que sus dos niños ahora eran dos adultos con más compasión de la que ella nunca tuvo. — Será un buen padre.

La mirada de ambas se posó en el susodicho de semblante algo nervioso llevando a recorrer a su sobrina en una pequeña tienda. Paciente y atento a cada expresión de la pequeña.

— Tal vez no lo demuestra como Zeldris, pero él también tiene empatía por los niños. — Liberó un suspiró lleno de pereza. — Solo espero que no sea igual de consentidor que su hermano.

Podría imaginárselo, a la vez parecía descabellado, pero deducía que el rubio sería de esos padres apegados a cada acotamiento primordial de sus hijos. 

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