Capítulo XXXVI
No son horas de publicar, pero bueno...
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— Eli, preciosa — llamó el rubio al mismo tiempo que terminaba de ajustar la corbata alrededor de su cuello. — ¿Estás lista?
— ¡Ya casi! — respondió desde el interior del baño. Después de unos minutos, la albina salió luciendo un entallado y largo vestido rojo vivo, una hendidura dejaba a la vista su larga y tersa pierna derecha, y su cintura se remarcaba en perfectas curvas. Hermosa, eso sostenía el rubio. Pero su gesto lucía un poco nauseabundo. — Lo siento, no soporté las arcadas.
Meliodas tomó su mano, algo preocupado al analizar sus gestos tenuemente maquillados.
— ¿Segura de asistir? ¿Estarás bien? — Recibió un despreocupado asentimiento por respuesta.
— Tu tranquilo, estoy segura. — Su mirada se desvió al espejo de cuerpo completo, avizorando su silueta con un puchero pensativo. — ¿Crees que mi panza ya se nota mucho? Tal vez debería ponerme otra cosa menos ajustada. — Esta vez fue el rubio quien negó con la cabeza, abrazándola por la espalda.
— Apenas se ve algo, y aunque la tuvieras, eso no me importaría. Te ves hermosa. — Aludo con un beso en su hombro descubierto, consiguiendo que esbozara una sonrisa tímida como fanfarrona.
— Vámonos galán. No hay que dejarlos esperando. — Sin darle tiempo a decir algo más, encadenó su brazo al de él e hizo sonar sus bajos tacones en cada paso con su cónyuge al lado.
Así, como los recuerdos de hacía casi un año atrás, Elizabeth se aferraba a su marido hasta llegar al destino prefijo: la compañía. Esta vez no se sentía intimidada, ni como una extraña con todas las miradas posadas en ella con curiosidad voraz; solo como una más congeniando entre los empleados.
Una vez presentes donde los ávidos hombres, de nombres resonantes entre negocios y rostros reconocidos, estaban reunidos, la albina soltó una risita nasal llamando la atención del más bajo.
— Esto me trae varios recuerdos. — Suspiró tirándole una fugaz mirada arqueada. — ¿Recuerdas tu bromita esa, donde me pusiste una prueba de fidelidad con Ban? — Su voz detonaba seriedad, pero el brillo de sus ojos era traviesa. Meliodas no evitó fruncir el entrecejo mientras se sonrojaba.
— Por favor, no me lo recuerdes. — Elizabeth se rio de su expresión avergonzada. — La verdad... no sé cómo fue que se me ocurrió tal ridiculez. Luego Ban tratando de besarte... — ladeó una mueca. Esa memoria seguía siendo molesta y detallada que, cada vez que regresaba para recordarle de su tontería, unas inquietantes sensaciones de bochorno y molestia se manifestaban en cada parte de él. Debía admitirlo, no hubiese permitido que, después de haber probado los labios de la albina, alguien más tuviera el gusto de hacerlo. — Estaba tan molesto que no pensaba. ¿Te he dicho que lo lamento? Porque lo hago y me arrepiento.
Aunque también debía recalcar que, a causa de esa calamidad, sus diferencias habían disminuido notaría mente, llevándolos a reforzar su confianza desde la raíz. Cada uno fue más abierto y expresivo, entendiéndose desde otro ángulo que ignoraban.
— Lo admitiste; ya es algo. — Los labios del rubio se abrieron, pero ningún sonido salió de ellos al verse interrumpido por el llamado grave de Drole, uno de sus socios.
— Te veré después, Eli. — Besó sus nudillos y soltó su mano. — Asegúrate de no beber alcohol, te hará daño.
— Estoy segura que ya tienes ojos en mi por todos lados. — Se cruzó de brazos. No lo dudaba, estaba completamente afirmado que más de un empleado le llamaría la atención en caso de querer desafiar su autoridad sobre su salud. — Puedes estar tranquilo, no lo haré.
— No dudes en hablarme en caso que te sientas indispuesta. — Elizabeth asintió. El pelirrubio confió en ella. Guardó sus manos en los bolsillos y se acercó al hombre robusto de cabello castaño.
— Elizabeth. — Los ojos bicolores voltearon con el reconocido hombre de cabellos naranjas, sonrisa cansada y una copa de vino blanco en mano.
— Buenas noches Uther. Arthur. — Saludó con emoción a cada uno con un pequeño gesto. — Muchas gracias por asistir.
— ¡Yo no me hubiese perdido ningún momento para pasar el rato con mi prima de toda la vida! — exclamó el de ojos violetas abrazándola por los hombros, siendo correspondido con la misma euforia. Uther solo negó al escenario, ese par desde pequeños habían sido inseparables y un dúo de desastres mayores, siendo el peli naranja el de las ingeniosas ideas caóticos y Elizabeth su fiel seguidora junto a Verónica.
Era como verlos nuevamente interrumpiéndolo en su oficina, entre peleas, risas y acusaciones, corriendo a su alrededor, con la diferencia que ahora cesarían esa energía en el campo laboral.
— Hermosa velada puedo decir. — Añadió el mayor. — Ahora entiendo porque Inés insistía tanto hasta persuadirme. — Dio un sorbo a su copa.
— ¿Qué tal los negocios? ¿Han consumado los acuerdos? — curioseó la albina.
— La confianza es algo difícil de conseguir; será a su tiempo. Lo prometo. — Sonrió de oreja a oreja. — Mejor hazme un recuento del desempeño de Arthur.
Mientras se perdían en las simples palabras inconclusas por culpa de las interrupciones abruptas del joven Pendragón o los comentarios sarcásticos de Goddess; Meliodas no evitaba darle un vistazo en cada pequeña oportunidad que tuviese, asegurándose que se encontrara tranquila y sin ningún mal que la asechara. Una vez calmado, se dirigió a su hermano menos quien terminaba una tediosa conversación con Galand.
— Zeldris... — el aludido le miró sonriente y optimista, agradecido de ya no tener que lidiar con más chistes sin gracia, y tampoco entendía. — ¿Está todo listo? ¿Hablaste con Melascula? — movió la cabeza en ademán asertivo.
— ¿No estás nervioso? Después de todo, papá era quien solía dar la voz al frente, sin olvidar sus comentarios jocosos y fuera de contexto. Ya sabes cómo era él en esta categoría de eventos. — Rascó su nuca algo dubitativo, hundiéndose ligeramente de hombros. — Pero supongo que tú serás centrado y del todo serio. Irás directo al contexto.
De nuevo esos recuerdos nostálgicos, protagonizados por su progenitor: era del todo menos formal, serio, pero modesto. Siempre tenía una forma peculiar para referirse a la empresa como un simple eslabón entre todos, sin olvidar los comentarios sin sentido o comentarios ridículos. Pero Meliodas, no veía gracia alguna.
— Aunque lo intente, no es lo mío ser alguien "simpático". — Recalcó entre ironía y burla
— Solo provocaría un escenario del todo vergonzoso e incómodo frente a todos. ¿No lo crees?
— Mejor quédate en tu posición serena. — Palmeó sobre su hombro mostrando un gesto torcido. Antes de que el rubio diera comienzo a su alocución, se detuvo a preguntar:
— Por cierto, ¿también hiciste lo "otro"? — Zeldris asintió alzando graciosamente el pulgar.
— Todo está resuelto para este fin de semana.
•
— Elaine. — El dulce rostro de la oji miel brilló en un aura exclamativo de emoción. Pronto se apresuró a saludar con beso en la mejilla a la albina. — Que gusto verte por aquí.
— Por poco y no asisto. — Soltó una bocanada exasperada. — Lancelot. Está aprendiendo a caminar antes de tiempo, eso lo vuelve más escurridizo y un tanto... peligroso.
— Suena como un diabólico angelito. — No evitó reír entre dientes con la punta de los dedos rosando sus labios.
— Lo son. Sin embargo, vale la pena acompañarlos en cada travesura; sea para bien o para mal. Es algo que comprobarás, espero. — Elizabeth se tornó algo nerviosa.
— La verdad es que me asusta lo travieso qué podría llegar a ser. ¡Imagínate!, tendrá literalmente el apellido 'Demon'. Creo que necesitaré de tus consejos. — Las mujeres rieron por segunda vez ante evidente juego de palabras. Sin embargo, ese ambiente de sentido maternal que compartían se vio severamente opacado por la interrupción de Merlín.
La mujer de cabello oscuro al igual que su entallado vestido negro resaltaba con un aroma embriagante a rosas espinosas y buqué, y un color rojo abrasador en su sonrisa melosa. Incluso Elizabeth admitía la peligrosa belleza de esa mujer imperativa. Lástima que se sentía asechada.
— Elizabeth... — se erizó por su mención tan amable. — Escuché de tu embarazo; mis sinceras congratulaciones. Y quiero disculparme si he sido muy exigente contigo, no tenía idea de tu situación.
— No te preocupes, yo había decidido esconderlo por petición de Meliodas. — Explicó, ayudando -sin saber- que sacaba de dudas a la mujer.
— Por cierto... — carraspeó. — Hay otro asunto del cual también quería discutir contigo.
— ¿De qué se trata? — Merlín dio un pequeño sorbo de la copa qué sostenía entre sus dedos fingiendo encontrarse vacilante y pensativa.
— Respecto a la información de asocia...
— Lamento tener que interrumpir su grandiosa y entretenida charla, pero mi amigo Meliodas solicita la presencia de su bellísima esposa ya que está impaciente por tenerla. — Interrumpió el burlón albino tomando la muñeca de Elizabeth, deseando carcajearse de la silenciosa mirada molesta de Merlín bajo esa sonrisa. — ¿Nos disculpas?
— Perdón, Merlín. Hablaremos después de esto. — Sonrió y no le quedó más que seguir al albino junto a Elaine.
La de ojos auro solo rezongó contra el borde de la delgada copa antes de dar un trago más largo qué los anteriores, siendo el punto de atención de peculiares ojos violetas.
— Buenas noches. Una magnífica velada, ¿no lo cree? — Merlín vio con pocos ánimos al joven jocoso, sin responder. — ¿Trabajas para Demon o eres un socio más? — insistió por segunda vez, sin lograr un sonido aparente. El joven peli naranja se sonrojó apenado. — Que poco cortés de mi parte. — Rascó su nuca. — Me llamo Arthur Pendragón, trabajo en Goddess, un gusto.
Los ojos se ampliaron ligeramente, observando al más joven, está vez extendiéndole la mano con formalidad. Esta acepto en seguida con una postura más flexible.
— Por supuesto, que torpe. Merlín Belialuin, contadora de Demon. — Sus manos se estrecharon tal cual pacto desconocido el uno por el otro.
— ¿Contadora? — exclamó inocentemente. — ¡Vaya!, debes ser muy influyente en los negocios para tener el privilegio de laborar directamente con Demon. — La mujer negó acomodando un mechón detrás de su oreja.
— Solo hago mi trabajo. — Su cadencia y tono convencional causó la completa atención de Arthur.
Tal vez tenía otra ruta, indirecta, pero silenciosa.
•
Era pasado de la medianoche, poco a poco los invitados se dispersaron a sus hogares antes de que una posible lluvia los alcanzara pues, el cielo estaba peligrosamente tapizado de oscuras nubes a punto de reventar y algunas gotas diminutas comenzaron a fugarse.
— Salió todo bien, ¿no crees, Mel?
— Lo fue. — Suspiró de alivio, agradecido de no tener que pasar más tiempo encerrado entre tanta aglomeración de aroma financiera. Hizo sonar las llaves del vehículo al tomarlas, pero distinto a lo que Elizabeth esperaba, Demon abrió la puerta trasera y de sobre el asiento, sacó un paraguas.
— Creí que ya nos iríamos. — Ladeó la mirada, curiosa después de que este abrirá la sombrilla suficientemente grande para cubrirlos a los dos de la serena llovizna.
— ¿Te gustaría dar un paseo? — sus grandes ojos bicolores pestañearon un par de veces algo desconcertada; sin embargo, asintió ligeramente.
Un par de minutos transcurriendo, caminando con una mano entre ellos, sin más que hablar alrededor de la labor y los pendientes ligeros que aún quedaban, disfrutando del calor que emanaba su piel cada vez que sus hombros rosaban, Meliodas terminó llevándola a la zona apartada de un parque cercano, deteniéndose bajo la cubierta de un kiosco alumbrado de hermosos faroles. Un lugar perfecto para descansar y pasar un rato envueltos en la fría noche.
— Había olvidado del hermoso panorama nocturno — dijo. Cerró la sombrilla negra para después mirar a la albina tomar asiento en la banca, notando su piel erizada.
En acto seguido e instintivo, dejó el paraguas reposar verticalmente antes de quitarse el saco que vestía para colocarlo sobre los hombros de su mujer.
— Gracias. — No evitó sonrojarse por su actitud, aferrándose a la tela de delicioso aroma varonil. — Creí que no te gustaba la cursilería ni los momentos románticos. — El rubio a su lado rascó su nuca.
— Caminar y pasar el tiempo con mi esposa no me parece precisamente un gesto romántico. Solo quería estar contigo. — Se hundió de hombros.
Elizabeth no evitó torcer una mueca incómoda. Sabía que él no tomaba los gestos de cariño tan a pecho; más bien los veía como un gesto cortés y modesto.
— El hecho que pensaras en mi lo hace romántico. — Admitió, pero no evitó sentirse algo ilusa. — Está bien, tú no tienes que verlo de la misma forma.
— Lo siento, no fue mi intención arruinarlo... — había echado a perder el momento, lo sabía por el ligero tono desilusionado que usó, pero no podía evitarlo. — Solo olvídalo y... Bueno... — bufó exasperado. — L- La verdad, no sé nada sobre romanticismos ni este tipo de escenarios en pareja. Solo quería que...
Estaba avergonzado. Ese lado cursi qué desconocía emergía solo cuando se trataba de ella, como si realmente su corazón fuera el piloto de sus emociones, algo que su cabeza rechazaba constantemente, conduciéndolo a situaciones como esta. En cambio, Elizabeth soltó una risa nasal.
— Tranquilo. Hemos cambiado tanto a diferencia de un año. — Suspiró con la mirada perdida en las gotas entre el follaje de los árboles. — Tu diccionario se fue disolviendo y mi miedo al compromiso solo resultó ser miedo al porvenir. ¿Quién lo diría? De ser dos perfectos contrincantes que solo sabía repelerse y cortejarte como adolescentes inmaduros, a tener una dinastía entre manos y un hijo en común. Y los que faltan. — Un pequeño sonrojo adornó sus mejillas. —Es algo extraño, pero... me gusta esta sensación.
Aunque también le aterraba tanta tranquilidad.
— ¿Debo recordarte que tu empezabas las discusiones, así como los juegos de cortejo? — sus cejas ligeramente arqueadas tentaban pillería y burla.
— ¡Eso no fue verdad! — se defendió. — Tu invadías mi espacio personal. En mi defensa, eras muy callado y anticuado para mi gusto.
— Eso no es lo que recuerdo el día que comenzaste a subirte en mi rezago. — Un chillido escapó de la albina, ruborizada hasta las orejas mientras su lengua se enredaba con sus palabras. — Nishishi~
— Uh, eh... yo no... Me gustaba molestarte, es todo. — Se cruzó de brazos frunciendo un mohín. Era vergonzoso recordar aquella vez que sus insinuaciones escalaron la temperatura de más. Decidió ignorar el tema y desviarse a uno menos bochornoso. — ¿Hay alguna otra razón por la que hayas deseado dar una caminata nocturna? — curioseó sin atreverse a mirarlo.
— Quería respirar después del evento. Y quería hablar contigo. — Captó su atención. — Cuando lleguemos a casa haremos una maleta. Nos vamos el fin de semana a Escocia.
— ¿De verdad? — arqueó la ceja. — ¿Cuál es el motivo? — Meliodas no hizo más que tomar su mano y entrelazar sus dedos con los de ella, relamiendo un poco sus labios.
— Descansar de la ciudad, el trabajo y el resto. Un par de días sin estrés.
— Me parece perfecto. — Su sien reposó sobre su coronilla, dejando qué el par de mechones rubios cosquillearan en sus pálidas mejillas. El oji verde suspiró acostumbrado al cosquilleo de sus sentidos y su bombeo tranquilamente inquieto de su corazón. — Mi amor... — Le escuchó murmurar, a lo que respondió con un sonido. — Tengo hambre.
Sería difícil encontrar algún lugar abierto a estas horas, por lo que tendrían que improvisar con alguna tienda abierta a las 24hrs.
[...]
— Entonces eres de procedencia escocesa. — Gelda asintió a lo que su cuñada jadeó asombrada. — ¡¿Por qué nunca me lo dijiste?!
— Es una historia del todo aburrida; no es la gran cosa. — Rascó su mejilla apenada. — La verdad es que Edinburgh es un lugar hermoso y perfecto para relajarte, pero vivir en él es algo totalmente distinto. Necesitaba escapar a un lugar más urbano donde pudiera prosperar y no vivir de momentos predecibles. — Su mirada roja se posó con ternura en su marido e hija. — Y no me equivoqué. Zeldris fue la cosa más impredecible y maravillosa que me ha sucedido. Incluso él lo es.
— Sin duda un lugar muy turístico por lo que veo. Seguramente Amice disfrutará de este lugar. Me alegra que nos acompañará también, Señora Briar.
— Zel me insistió tanto, no pude negarme. — Pero, a pesar de esa felicidad que tan repentina invitación le provocaba, su mirada verde se veía opacada en humos de preocupación y desasosiego.
— Por favor, no se decaiga de esa forma, Zel es alguien muy sincero y estoy segura que la razón por la que le pidió que nos acompañara es porque quiere olvidar el pasado y comenzar a incluirla en su familia.
— Meliodas... bueno, puede que él no lo demuestre, pero también agradece su presencia, no se sienta incómoda. Lo importante es recuperar el tiempo.
— Pero no puedo aceptar su generosidad. No por ahora. — Ambas mujeres se vieron sin entender la calidad de sus palabras, pero omitieron cualquier pregunta que circulara por curiosidad.
— Elizabeth... — la aludida volteó la mirada. — Ya puedes acomodar tus cosas en el closet — habló Meliodas. — Sé que no te gusta que meta las manos en tus pertenencias, así que...
— Ya vuelvo. — Informó con una sonrisa para después perderse en la habitación que compartía con su cónyuge.
— Bueno, yo tengo que ayudar a Zeldris a bajar las cosas restantes del auto.
— Meliodas, ¿podrías decirle a Amice que venga? No quiero que vaya a alejarse con Zel distraído — le dijo al rubio para después retirarse del ambiente tenso y tímido que desprendía Briar. Ni siquiera podía sostener la mirada por más de diez segundos, solo lo evitaba abatida.
— Se ve incómodo. — Gelda le vio dudosa. — Con lo poco que conviví con Melías aprendí a leer su silencio, descubriendo que incluso yo era alguien invasivo para él. Meliodas es igual. — No podía evitarlo, eran dos gotas de agua. Le causaba pavor y temor, su deseo por acercársele era opacado por su recelo; por otro lado, también se sentía culpable. —Dios, esto hubiese sido distinto si...
— Creo que lo principal es que deje de compararlo con su abuelo. — Interrumpió la rubia. — Primero, Meliodas no es pedante ni abusivo, mucho menos infiel a su palabra. Dijo que trataría con usted. — Esbozó una sonrisa. — Segundo, solo dele algo de tiempo, es obvio que se sentirá inquieto o buscando moverse lejos a su alrededor, pero nunca incómodo. De lo contrario, se lo hubiese dicho.
•
" Compañía Goddess. ¿En qué puedo servir?" Atendió la inocente y quisquillosa voz de Arthur.
— Hola, Arturo. Soy Merlín, ¿me recuerdas? Nos conocimos ayer. — El joven exhaló al otro lado de la vía telefónica.
— ¡Por supuesto! ¿Cómo puedo ayudarte? — Cuestionó inocentemente, sin imaginarse de la perfecta sonrisa ambiciosa de la pelinegra.
— Verás...
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Whichiii entró en un modo muy empalagoso por culpa del estrés, así que el siguiente será algo... prometedor.
Por cierto, debo decir que aquí Arthur y Elizabeth son mi dúo preferido. Ya verán porque ^^
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