Capítulo XXXV
— ¡Eli!, ¡Gelda! — Exclamó la pelirroja con alegría al encontrarse -después de un largo tiempo desde su última reunión- con aquellas mujeres cómplices de tardes quisquillosas. — ¡Cuánto tiempo sin vernos!
— ¡Liz, que alegría que vinieras! ¡Hay tanto de que hablar! — la recibió con un abrazo fraternal. La ojizarca soltó un respingo de cansancio pues, apenas había sido posible conseguir un día de descanso entre tanta explotación laboral.
— Te juro que necesitaba un poco de compañía de rostros ajenos al trabajo. Sentía que me volvería loca en cualquier instante. — Rio un poco con nerviosismo antes de posar su mirada a la peli plateada mayor. —Gracias por la invitación, Señora Goddess. Es usted muy amable. — La aludida solo negó.
— Gracias a ti por presentarte. Eres bienvenida cuando gustes — respondió con una sonrisa antes de abandonar la sala e ir a la cocina.
— Bien, ¡ya suéltalo! — Con los puños reposando a cada lado de sus caderas, Liz regresó su mirada a la albina quien se tornó nerviosa por su sonrisa carmín. — ¿Por qué una repentina reunión? No creo que haya sido pura casualidad, y tampoco creo que sea por una razón tan simple para no decirlo por teléfono, así que... — buscó la verdad en sus gestos vacilantes, pero no veía intensiones de responder.
— Eso te lo diré después — dijo amortiguando el rubor de sus mejillas. — Primero cuéntame de ti y de Estarossa. ¿Cómo le ha ido en su relación? ¿Ya tienen planes a largo plazo? — Fue turno de la pelirroja bajar la mirada apenada con una boba sonrisa ilusa.
— Uff ¿Cómo empezar?
Por otro lado, de la sala, Estarossa ya estaba conviviendo animadamente con sus parientes, agraciado y jocoso omitiéndose las aburridas salutaciones y esas "cursilerías" como ellos apodaban.
— ¡Que alegría es ver a mis primos favoritos! Ha pasado tanto desde la última vez. — Diferente a Zeldris, que se mostraba alegre con la presencia del platinado, Meliodas solo rogaba por no tener que pasar un momento ocurrente y bochornoso a causa de algún comentario por fuera de contexto.
Y estaba seguro que en algún momento lo haría.
— Y a ti que sorpresa verte con Liz. ¿Cuándo es la boda? — Cuestionó entre risas el azabache causando una vaga vergüenza en el más alto.
— Es muy pronto para eso. — Aseguró. — Iremos despacio y a nuestro ritmo. El trabajo ha sido muy ajetreado y queremos nuestro tiempo.
— Sigo sin entender como lograste convencerla. — Se cuestionó el rubio, a lo que Estarossa solo sonrió por el hilarante escenario.
— Con comida. — Se hundió de hombros. — Fue una buena estrategia.
— Te dije, eso siempre funciona. — Apoyó Zeldris pensando ahora que su propuesta de matrimonio a mitad de una orden de comida rápida no sonaba como algo fuera de lugar.
Por largos minutos no hacían más que charlar, reír, responder preguntas ocurrentes y dar el más mínimo detalle de los últimos días. Era agradable no tener que soportar el estrés de la ciudad, de caras muy familiares en el ámbito laboral o simplemente evitar a toda costa cualquier acontecimiento respecto al trabajó; sin embargo, no podían dejar pasar por alto pequeñas inconformidades del mismo.
— Ya veo — dijo con algo de recelo y preocupación. — Ha habido mucho revuelo por el título de la "señora de Demon". — Elizabeth concordó con pesadez.
— Sé que dijo que mataría por ello, pero no creí que literalmente. — Soltó casi exaltada dibujando una mueca. — Creo que la ambición y la desesperación la llevaron a actuar de esa forma. — Trató de justificar con la misma ligera creencia que toda esa falsa esperanza se le había insertado a causa de un tercero. Nadie le quitaba del pensamiento que había alguien más rondando en su contra.
— ¿La gente de hoy en día tiene tan baja la autoestima que necesitan un título para definirse? — Agregó Liz refunfuñando. — Yo que tu haría que la encierren en un manicomio de por vida.
— No es para tanto. Con que no se acerque de nuevo a mi es más que suficiente. — La pelirroja suspiró entendiendo que la albina no era alguien de rencores, y no discutiría con ella solo por hacerle dar a entender que ella prefería castigos mucho más severos.
— ¿Y cómo has estado? Me imagino que has descansado lo suficiente. — Asintió ofuscada.
— Meliodas insistió en que me quedara postrada. — Esbozó una sonrisa enternecida, dispuesta a darle la noticia de una forma disimulada. — Pero no lo culpo por protegerme tanto, teniendo a este pequeño que consume una parte de mis energías es normal que se preocupara porque lo hiciera. — Terminó posando sus manos sobre su vientre, soltando un suspiro muy silencioso.
— En eso tienes razón. Por lo regular un bebé... — La ojizarca pestañeó un par de veces antes de exhalar con asombro al caer en cuenta de lo que había dicho. — ¡Espera! ¡Espera! ¿Quieres decir que tú y esa cosa sin sentimientos...?
— ¡No necesitas detalles! — Balbuceó exaltada al deducir que lo que iba a preguntar terminaría por avergonzarla más que cualquier otra persona.
— ¿De qué tanto me he perdido? — posó sus manos en la cintura buscando una explicación. — ¡Por supuesto que necesito muchos detalles!
•
«Prácticamente, ahora estoy sola con... Isabel». Deseaba pensar que no era así, pero prácticamente lo estaba. Mael cedió por su cuenta por mera cobardía mientras Vivian se había convertido en un punto de exterminio e inservible; se había quedado sin estrategias y opciones.
Solo quedaba impresionar a Goddess y obtener su confianza.
A medida que sus pasos resonaban con muda violencia y su cabeza se mantenía absorta en sus pensamientos, la azabache fue a encontrarse infortunadamente con Ban y su ladina sonrisa fanfarrona.
— Oh, Merlín. Te ves de muy mal humor ~ — Bromeó sin pensarlo y sabiendo de antemano qué ella era una mujer la cual no congeniaba con las burlas. — ¿Alguna razón? Si puedo saber, claro. — Su ceño cayó un poco más sobre sus párpados.
— Incompetentes que no cumplen su simple trabajo, es todo. — Suspiró en berrido. Sin embargo, la curiosidad cruzó por su cabeza al mismo tiempo que un plan se ideaba. — Ban, de casualidad, ¿tienes la información de los empleados y asociados? Me ayudaría mucho — El albino dudó por unos momentos. No era como si le importara que haría con dicha información, pero su momentánea petición resultaba algo... ¿sospecho?
— Eso lo maneja Elizabeth — respondió sin bajar la jovialidad de su tono. — Dudo que pueda atender eso. Lo más cercano que puedes estar de ella es Melascula y el capitán, pero dudó que alguno de los dos te ceda esa información. — Merlín no evitó detonar su molestia por su burla.
— Simplemente pudiste haber dicho que no puedo tener acceso a esa información y ahorrarte las palabras. — Ban se hundió se hombros.
— Lo siento, pero me pareces alguien que necesita explicaciones — dijo para darse la vuelta y continuar su camino mientras sílaba, ignorando la rubia silenciosa en los ojos dorados.
Lo maldijo de diversas formas, tensando la quijada antes de seguir puliendo su nueva estrategia para sacar a Elizabeth de su objetivo. Se aseguraría de no cometer una segunda falla y, de paso, perjudicar a unos cuantos; Ban, por ejemplo.
•
— Por tercera vez, Liz, no es necesario tanto alboroto por un bebé. — Elizabeth insistió tratando de calmar la emoción y euforia de la pelirroja, misma que no había parado de hacer todo un cuestionario al rededor del tema de la maternidad.
Durante este tiempo, el tema de su hijo era el único que existía por más que insistiera cambiar el tema o desviar la atención; Liz era muy intensa y siempre volvía al mismo punto.
— ¡No puedo evitarlo! — chilló. — Solo me lleno de preguntas. No puedo esperar el día en que nazca y ver a quien se parecerá — admitió. — Esperemos que no sea un gruñón sereno de habla altisonante como su padre. No quisiera verme humillada por un niño con mayor léxico que yo.
Elizabeth negó un par de veces entre risas. La verdad es que lo había pensado unas cuantas veces y, honestamente, le parecía adorable tener que ver una copia pequeña del rubio, a la vez escurridizo y terco con un par de mechones saltando en su cabeza.
— Iré por más agua. — Se levantó del sillón tomando la jarra ya vacía. — Siento que esta conversación va para largo — dijo para posteriormente ir a la cocina, encontrándose con su madre finalizando una llamada. — ¿Sucede algo, mamá? Te veo frustrada — cuestionó al verla tirar una bocanada.
— Oh, lo siento, Nero me llamó de la oficina. Al parecer tu tío Uther se empeña en mantenerse orgulloso y apático a las circunstancias. — Trazó una mueca. — Tendré que hablar con él, discúlpame con el resto. Te veré más tarde.
— No te preocupes. Me avisas si cambia de parecer. — Inés sonrió agradecida antes de salir mientras asentía e ir en camino de regreso a su espacio laboral.
Elizabeth rellenó la jarra de agua y volvió con una apacible sonrisa esperando seguir con la conversación que dejaron en pausa, pero al momento de tomar su asiento, Liz se colocó en una posición más demandante y exigente.
— Bien... — Su sonrisa no transmitía tranquilidad, por lo que tragó saliva consternada por el cambio de personalidad. — Necesito detalles.
— ¿Detalles? — balbuceó temiendo a preguntar. — No entiendo. ¿Qué detalles? — Tomó un poco de agua para aclarar su garganta y prepararse para lo peor, pero no esperó que la pelirroja fuera tan explicita.
— Ya sabes, ese bebé no llego ahí por obra de la cigüeña. — Elizabeth por poco se atragantaba mientras de sonrojaba furiosamente. — Cuéntanos, ¿es cierto que los más callados son muy impetuosos? — Terminó esbozando una sonrisa muy descarada.
— ¡Liz, de eso no se habla! Meliodas está ahí — regañó negándose a hablar de su vida privada. Quizás porque el tema le avergonzaba o porque el sentimiento de privacidad se le había contagiado de Meliodas. De cualquier modo, no era como si a la ojizarca le importara.
— Dios mío. No debería escuchar esto por respeto a mi cuñado... — dijo Gelda con un tenue sonrojo en sus mejillas. — Pero honestamente tengo algo de curiosidad. — Su confesión no fue de ayuda, solo desconcertó a su concuñada. — ¿Eso quiere decir que al menos si pasaron una noche juntos en su luna de miel? Digo, ambos volvieron con unas miradas muy...
— ¡Gelda! — chilló totalmente avergonzada. — No... — Su ceja arqueada no le creyó. Soltó una bocanada. — Bueno, sí, pero... ¡Ugh!
— Al menos dime si pusiste en práctica algunos de los consejos que te di. — Interrumpió Liz consiguiendo un sonrojo mucho más fuerte que el anterior. — No seas penosa, ¿cuántas veces tomaste tú la iniciativa?
— Bueno yo... — ¿Cómo decía que en la mayoría ella era quien iniciaba? — Él... — Aunque el rubio no se quedaba atrás cada vez que la encontraba vulnerable y sumisa. — ¡No voy de decirles esas cosas! Son privadas y.... y...
— ¿Al menos te gustó? — El silencio de la albina dijo más que el calor de sus mejillas. ¿Gustarle? Era poca palabra para todas las explosiones que provocaba en todo su cuerpo, el ardor en su piel, el cosquilleo de sus piernas y el dolor placentero de su corazón golpeado en su pecho. — Ya decía yo que esa serenidad solo era un disfraz. Ese Demon es todo un semental. — Alzó un par de veces las cejas de manera pícara. — ¿Cuántas veces fueron?
— ¡¿Qué?! — frunció el entrecejo para tratar de ocultar su bochorno. — Esto... eh... ¡Mira! El cambio climático últimamente es muy grotesco, ¿no crees? — finalizó con una risa totalmente nerviosa y sin afán de responder.
— ¿Fue más de una vez? ¿Fueron tres? — ella no respondió. Se dedicaba a morder su labio inferior con vergüenza.
— ¿Cuatro? — cuestionó Gelda algo pasmada como intrigada.
— ¡Por favor...! Yo no llevo la cuenta — rogó un hilo de voz, mintiendo claramente al respecto.
— ¡¿Diez?! — La pobre oji bicolor terminó cubriendo su rostro más que apenada, ignorando las miradas sorpresivas de ambas mujeres. — ¡Vaya! ¡Salieron peor que conejillos de primavera! Ya decía yo que concebiste muy rápido. — suspiró antes de continuar cuestionando. — ¿Y ya lo intentaron atándose de manos?
— ¿Podríamos simplemente cambiar el tema? — exigió. No iba a dar detalles de sus encuentros íntimos con el rubio, ni mucho menos responder que claramente que sí, él ya la había atado de manos para torturarla de una manera tan dulce y acalorada.
— Al menos dinos si fue hecho con amor.
Por otro lado, a diferencia de las féminas, los hombres se habían tomado de la manera más tranquila y serena la noticia del embarazo de Elizabeth, llevándolos a discutir el tema de la forma más relajada y menos vergonzosa.
— Vaya, te felicito. — comento Estarossa. —Sinceramente no me esperaba eso. ¿Cuánto tiene?
— ¡Dos meses! — se adelantó a decir Zeldris con emoción ganándose la furtiva mirada molesta de su hermano mayor. — Lo siento. — El más alto soltó una carcajada.
— ¿Y ya tienen previsto el género? — curioseó a lo que el rubio negó.
— Aún es pronto para distinguirlo, eso me dijo la médico. Pero no hay prisa por saberlo, digo, no es para tanto. — Era un hecho que no le importaba su género, lo amaría sin cuestionarios ni vacilar.
Distinto a lo que pensaba, su respuesta no fue bien recibida tanto por su hermano y su primo quienes pensaban de una forma más vieja y tradicional.
— ¿Ya discutieron los nombres, por si acaso? — Meliodas negó. — Deberían. Ya saben, no les vaya a pasar como a esos padres primerizos que se les ocurre el nombre el mismo día que nacen. — Se alzó de hombros. — Eso le pasó a mi madre y ve, me puso el nombre del perro de su vecino. — gruñó causando las carcajadas de Zeldris.
Demon rodó los ojos y solo movió la cabeza en negación mientras se ponía a pensar por unos segundos: ¿Cuál sería un buen nombre? Claro, debía debatirlo con su esposa y esperar a saber su género para especificarlo, pero, por un recuerdo algo cómico, ese detalle ya lo tenía casi resuelto.
Sólo tenía que confirmarlo.
— Lo hablaré con ella, pero será en otra ocasión. — Está vez desvió la atención de él y se dirigió a su hermano. — Por cierto, Zel, ¿qué me ibas a decir la otra vez? Ya no hablamos por el tema de Elizabeth y de los negocios con Witcher. — Una extraña sonrisa agraciada se esbozó entre sus comisuras. La alegría desbordaba de sus ojos, así como la inminente emoción con solo pensar en las palabras.
— Oh, eso. — Carraspeó causando un pequeño suspenso de algunos segundos. — Solo te daré un nombre: Derwin, y tiene cinco años. — Tanto los ojos de Meliodas como los de Estarossa se ampliaron en sorpresa. Para el de cabello blanco fue inesperada la noticia, pero para el de ojos verdes era algo que solo esperaba pacientemente que se lo confirmara. No por eso no se emocionó menos, estaba orgulloso de saber que su hermano estaba formando su propio espacio.
— ¿De verdad? — Zeldris asintió. — Mis congratulaciones, hermano. Estoy seguro que Amice será muy feliz de tener un hermano. — No lo dudaba, conociendo lo energética, amigable y social que llegaba a ser su sobrina, no dudaba en verlos mintiéndose juntos en problemas. Aunque tampoco se le haría de extrañar ver que su hermano estuviese acompañándolos en aventuras quisquillosas. — ¿Cuándo lo conoceremos? — Curioseó.
— Si todo sale bien, en unos dos meses o tres lo tendremos en casa. — Estarossa lo abrazó por el hombro en muestra de felicitación, dando un par de palmadas en la espalda.
— ¡Esto está para celebrarse un fin de semana!
•
Después de despedir en la puerta a sus cuñados, a Liz y Estarossa, la albina por fin había caído rendida en el sofá, dejando caer su cabeza en un cojín mientras soltaba una bocanada sonora causando la gracia de su marido. La conversación se había tornado cada vez más intensa y privada que no tuvo más que buscar como desviarse el tema, siendo Gelda quien por fin tomara la palabra y diera a conocer la novedad de que ella y Zeldris terminarían adoptando a un pequeño infante de la edad de su hija. Claro, fue de gran emoción para ella que incluso sentía ternura de verlos tan amorosos y construyendo su familia.
Sin embargo, cosas tan simples como el exceso de emociones repentinamente le empezaban a pesar en sus energías.
— ¿Estás cansada? — la vio bostezar mientras asentía. — Deberíamos irnos también, necesitas dormir. — Ella negó pegando otro bostezo logrando que sus orbes se cristalizaran.
— Esperaré a mi madre. Dijo que hablaría con Pendragón — dijo con pesadez, dejando caer su sien sobre su puño, suspirando algo cansada. Meliodas sonrió antes de sentarse a su lado y dejarla recostarse sobre su hombro.
Por largos minutos ninguno dijo nada, Meliodas se perdía en un punto en blanco de la habitación, jugando con una de las manos de su esposa a la vez que la escuchaba suspirar cansada. Por otro lado, la albina cerraba sus ojos, distraída en vagos pensamientos dispersos en su cabeza.
— ¿Qué sucedió con Gilfrost? — cuestionó.
— Parece que esta vez se encargarán de no caer en falsas tentativas — informó el rubio. — Al parecer Vivian estuvo manipulando las estadísticas, así que... — hizo una mueca jocosa. — Dudo que si quiera vuelvan a involucrarla. Sabes que yo iba a resolverlo.
No era reclamo o algo parecido, pero no le pareció sensato que ella se encargará de un problema que ya llevaba tiempo ignorando sin saberlo. Elizabeth solo negó entre risas.
— Teniendo más peso encima, sería mucho para que te concentraras. Además... — soltó un tercer bostezo. — Es mi área, tenía que supervisarla.
— Bueno, ya no te puedo contradecir. — Le miró con una sonrisa antes de dejar caer su mejilla sobre su coronilla. Por otro tiempo se quedaron en silencio, disfrutando del efímero instante de tranquilidad compartiendo su compañía; sin embargo, Elizabeth tenía algo que la mantenía inquieta.
Cada vez que algo más le preocupaba Ignoraba la sensación de intranquilidad a su alrededor, sobre todo en la empresa, pero este sentimiento solo se logró más intenso con la llegada de su abuela. Tenía la horrible esperanza que no se quedaría de brazos cruzados por tanto tiempo. Si de algo estaba segura -y de lo que había aprendido con ella- es que no te daba tiempo de asimilar su jugada.
Sus habilidades no eran de pensar ni de obviedad, Isabel era de montar una piscina de cálidas aguas que te relajan hasta perder la noción de tu entorno sin saber que ella no pensaba ahogarte, si no aumentar de poco a poco la temperatura de modo que no notaras la diferencia y solo te adaptaras; sin embargo, tu cuerpo no aguantaría el infernal calor y posteriormente, sin tener ya nada que hacer, morirías en una sauna del cual tu no supiste cuando escapar solo por pensar que era agradable.
Por ello, Elizabeth nunca estaba tranquila. Sabía que por una razón ella siempre estuvo enfrascada en aguas cálidas.
— Meliodas... — algo vacilante, llamó la atención del rubio. — ¿Confías en mí? — Su pregunta fue algo desconcertante y momentánea, pero le daría respuesta antes de curiosear.
— Ciegamente — respondió. — ¿A qué viene esa cuestión? — estaba preocupada, lo sabía. La albina relamió sus labios, buscando como responder sin mucha explicación.
— Corazonada. — Sus presentimientos no fallaban, por más paranoica que sonara, no bajaría la guardia.
Antes de que Meliodas dijera algo para consolarla o que demostrara su apoyo incondicional en cualquier duda, la puerta frontal se abrió para dejar en la mira a la exhausta señora Goddess. Ambos tomaron relativo espacio.
— Uff. Lamento hacerlos esperar tanto tiempo — suspiró cerrando la puerta. — Fue difícil y tedioso, pero logré convencer a Uther Pendragón de asistir al evento de la siguiente semana. — Los ojos verdes pestañearon en alivio.
— ¿De verdad? — recibió asentimiento en respuesta. — Se lo agradezco. Espero que podamos congeniar las diferencias que nos quedan.
— Lionés también asistirá sin problemas, así que será una noche muy ocupada.
Mientras tanto, en el piso superior del edificio Demon, las luces aún escapaban a través de los cristales que conformaban los ventanales, iluminando un área ya abandonada por los empleados, excepto por Merlín y la secretaria.
— Merlín, es muy tarde para que te quedes — dijo la mujer sosteniendo su bolsa en el antebrazo. — Ya muchos se fueron, solo quedas tu.
La aludida no se molestó en voltear a verle y distraerse de las hojas que se encontraba analizando tan cuidadosamente.
— Demon me dejó pedido estos expedientes — dijo sin causar ninguna sospecha. — Tú puedes irte a descansar. Nos vemos mañana. — Deldrey no dijo nada más y solo se marchó hundiéndose de hombros, dejando completamente sola a la azabache. Sin embargo, asegurándose que ya nadie estuviera divagando, dejó los papeles de lado y se encaminó a la oficina de recursos humanos. — Bien, ahora... — comenzó a buscar entre los archivos. — Aquí debería haber una base de las acciones de Elizabeth.
Sería más sencillo entrar a la oficina del rubio y obtener la información de cada uno de los movimientos accesibles de la albina, pero dudaba que los guardias de seguridad le propiciaran la llave de dicha oficina. Tendría que buscarlo manualmente, aunque se llevara toda la noche.
Sin embargo, por más horas que tardó buscando y leyendo cada uno de los fajos ordenados, no encontró la información de la albina.
— Si no están aquí, debería estar en manos de Meliodas, o quizás... — mordió su labio inferior dubitativa. — Quizás esté en la compañía Goddess.
[...]
— Te duermes temprano, ¿sí? No quiero que te develes mucho — pidió a la rubia mientras acunaba el rostro de su pequeña hija, misma que sintió frenética.
— Si, mami. — Gelda se levantó de su lugar para regresar al lado de su marido que ya la esperaba con paciencia para ir a la reunión de esa noche y por la que tanto estrés había pasado.
— Ren, no dudes en llamarme si ocurre algún inconveniente o en caso de una emergencia. — La mujer de largo cabello negro asintió despreocupada.
— Ustedes estense tranquilos. —Se agachó un poco para tomar a su sobrina entre brazos, jugueteando con la punta de su nariz. — Váyanse antes de que se les haga más noche, Amice y yo nos contaremos cuentos.
La rubia suspiró en bajo confiando en su hermana; dio un último beso en la frente de la pequeña y se apresuró a ir con Zeldris.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top