Capítulo XXXIX
A pesar de ser un momento cómodo y manso, teniendo el aroma a rosales espinosos y suavidad del cabello rubio en su pecho, la situación seguía siendo desagradable para Zeldris, quien no dejaba de darle vueltas al asunto de su hermano y cuñada. No lograba entender sus diferencias.
— ¡Te lo digo en serio, Gelda! No me gusta como están las cosas entre ellos. Es como si se conocieran por primera vez — dijo algo inseguro pues, una pieza no embonaba en las explicaciones de estos: Meliodas mencionó desacuerdos entre ellos, mientras Elizabeth dijo que era naturales diferencias. Claros sinónimos de diferente contexto.
A diferencia de Zeldris, Gelda alzó su ceja con duda. No encontraba el mismo error que halló su marido, pero si otra incongruencia.
— Es extraño. Elizabeth no me ha dicho nada; suele contarme todas sus inseguridades con Meliodas, sobre todo las situaciones serias. — Alzó su cuerpo y se giró a él para verle a sus ojos preocupados. — Tranquilo, amor. Es normal que tengan sus desacuerdos. No todo puede ser de color rosa.
— ¿Al punto de ignorarse? — La rubia alzó ambas cejas con incredulidad, incapaz de decir algo para ser indiferente. — Gelda, crecí viendo a mi hermano con esas facciones de indiferencia. Solo me despierta recuerdos melancólicos. No quiero revivir eso.
Si algo odiaba ver era esa fachada melancólica, pero tampoco podía evitarlo. El vínculo afectivo de Zeldris con Meliodas era mucho más fuerte, aunque este segundo le fuera, la mayor parte de su vida, indiferente. Era obvio que le dolería cualquier situación que estuviera agobiado a su hermano y su silencio, pero era terco como para ceder a ese sentimiento.
La rubia le sonrió en consolación, tomó ambas mejillas y besó su frente después de apartar su par de cabellos negros.
— No te preocupes por ellos. Sea lo que sea lo resolverán a su debido tiempo. Tú te preocupas demás por el resto; tu hermano y Elizabeth saben cómo lidiarse y si la distancia es necesaria para que encuentren solución, me temo que no hay más que respetar su privacidad marital. — El peli negro soltó un suspiro mirando a un lado con dubitativa. — Habla con tu hermano, mi cielo, dile lo que sientes; va a entenderlo.
— Tienes razón. — Soltó un segundo suspiro. — Tal vez exagero. Solo que... — chistó — ... no quiero que vuelva a estar solo, ni que lastime a alguien en el proceso.
— Lo entiendo. — Gelda se mostró complacida. Se levantó de la cama y estiró sus extremidades al soltar un bostezo. — ¿Quieres que te haga un té antes de dormir? Ayudaría a relajarte. — Su marido asintió.
De camino a la cocina se dedicó a fruncir el ceño, algo pensativa y curiosa. Al llenar la tetera para después dejarla al fuego alto se quejó en bajo al no encontrar congruencia. Después de colocar un par de tazas en la barra con el soluto de sabor, por largos minutos con el teléfono en la mano, vaciló si sería prudente buscar una respuesta directa de su cuñada. Sabía que ella confía en su discreción, pero no quería verse aprovechada de esa confianza para amortiguar el morbo que su marido le sembró.
"Sigo pensado que es extraño." Dejó de morder su uña una vez la tetera comenzara a silbar. "Tendré que hablarlo con Elizabeth en cuanto pueda, en persona."
Sin embargo, fuera de las suposiciones ajenas y promiscuas dentro del matrimonio aparentemente en disputa, en privacidad se mantenían calmados y menos tensos. Sin las miradas fugaces sobre el hombro, ni los cuchicheos inteligibles a sus espaldas, prácticamente su relación se mostraba menos apática. Claro, la molestia era mutua, pero eso no bajaba los niveles de preocupación sobre el otro.
Meliodas se dejó recargar sobre el marco de la puerta, escondiendo las manos en el bolsillo, viendo a la albina concentrada estudiando las carpetas y expedientes en la comodidad del sofá mientras comía barras de cereal. Suspiró y desvió su mirada al reloj, la única fuente de ruido en cada movimiento de manecillas; era pasado de la medianoche.
— ¿Por qué no duermes? Ya es tarde. — Sin alzar la mirada la albina negó.
— No he terminado de analizar estos. Mañana será estresante, necesito estar segura de cada movimiento. — El rubio se negaba a dejarla sola, aunque ella fuera altanera para impedir cualquier ayuda, no podía permitirle más peso del que ya tenía. Sin dudarlo, ocupó el asiento vaciló del sillón frente a ella, remangando la camisa antes de tomar una de las carpetas y comenzar con la labor de revisarlas.
— No dormiré tranquilo si tu sigues despierta. — Sentía la mirada confusa sobre él. Notaba que se encontraba inquieto con todo lo que había sucedido y algo estresado ya que ninguno se había detenido a discutirlo. Solo dejaban las situaciones a las perspectivas de los terceros.
— A mí también me incomoda tener que discutir — dijo para romper el silencio, pero no consiguió respuesta. — No es difícil para ti ser indiferente después de todo. — Está vez el oji verde soltó una inaudible bocanada alzando su mirada.
— Me preocupa que esto mortifique tu salud. Incluso Zeldris se está preocupando. Todos lo están. — Ladeó una mueca con esta última afirmación.
— Puedo imaginarlo y realmente no era mi intención preocuparlo, pero no quiero que nadie intervenga, lo sabes. — Recibió un asentimiento y luego todo fue de nuevo un largo silencio. — ¿Tardará mucho la reunión de mañana?
— Unos diez minutos. — Inclinó un poco su cuerpo hacía delante, apoyando sus ante brazos sobre sus rodillas. — ¿Segura que quieres precipitar las cosas? Aún quedaría vigente el segundo contrato. Sabes que nos puede perjudicar.
— Necesito hacer esto. Nada va a fallar. — Cuál reflejó hizo el mismo movimiento del rubio para poder alcanzar su mano y tomarla entre las suyas, buscando persuadirlo. — Déjamelo a mí, ¿sí?
Su sonrisa, sus ojos suplicantes, la manera en que su voz lo protegía en una coraza de firmeza; no desconfiaba de ella, desconfiaba del entorno en que se metía.
•
— Así es, la señora Demon los recibirá en la tarde. — Dijo Merlín con una satisfactoria sonrisa a la vez que mantenía la llamada con aquel hombre. Asegurando, sin decirlo, la "derrota" de la mencionada albina. — Entendido. Buenas noches. — Colgó y dejó el teléfono en la mesa de noche. Tomó su fina copa de vino y paseo por la poca luminosidad de su habitación.
Era una fresca noche, el aire entraba por el ventanal abierto del departamento, aclimatando a una agradable temperatura que erizó su piel descubierta.
Meliodas, el nombre que pensaba entre cada sorbo de su ácido vino. Saboreándolo tan exquisito y dulce como su cercana victoria. Tanto al punto de sentirse excitada por el resultado final: deseaba a Meliodas. Lo necesitaba. Lo quería.
Así como todas las noches en que ese sentimiento era su única compañía, tomó de un sorbo el líquido rojo y se apresuró a dejar la copa. Apagó las luces y se despojó de su bata azul marino, quedando en una ropa interior ajustada a su silueta y comenzó con su ya concurrida fantasía en la cama, recipiente de los movimientos bruscos de la mujer cada vez que se masturbaba con la figura de su jefe rubio mientras gemía en bajo su nombre.
— Hmm.... — sudaba y se agitaba con la rapidez en que sus dedos se hundían en su estrecha cavidad, imaginando que eran las manos ajenas. — Oh, Meliodas...
Claramente estaba frustrada; sus movimientos eran cada vez más vehementes y frenéticos hasta sentir las punzadas en su vientre; sin embargo, ya quería conocer y sentir en su interior esa suerte que Elizabeth disfrutaba. Rabia y placer juntos la llevo a su orgasmo, sonriendo cínicamente sin dejar de pensar en él y el porvenir.
No sabía que le excitaba más: el tener a Meliodas encima de su cuerpo para complacerla o el rostro de incredulidad de Elizabeth al ver todo perdido, incluido a su marido.
[...]
A pesar de que la noche anterior bebió un relajante té preparado por su esposa, esa mañana no evitó tomar más de tres buscando calmar su inquietud. Después de recibir la llamada de aviso de su hermano, sintió su cuerpo helarse con el tono severo con el que atendió. La vibra que transmitía se sentía cada vez más lejana, casi idéntica al Meliodas antes de la albina. Ya no sabía porque angustiarse más: la actitud de su hermano o las calumnias descritas en el periódico que sujetaba entre sus manos.
— Vaya, los rumores sí que van volando. — La primera plana ocupaba el dramático titular. Debió imaginar que más de un trabajador se percataría de la situación del matrimonio pilar de la empresa y que no tardaría en ser pasado en cadena por fuera hasta llegar a los oídos de los medios. — Elizabeth estará tranquila alejada de la prensa, pero eso no la salva de las preguntas invasivas de los empleados. Tengo que informarle a Meliodas de este disturbio.
A medio pasillo, después de recoger una botella de agua y una aspirina para el dolor de cabeza, se fue a encontrarse con la de cabello azabache, distraída con el teléfono.
— Buen día, Zeldris — dijo al alzar la mirada. — ¿Alguna novedad o por qué la cara larga?
— Nada que seguramente no hayas escuchado — respondió sin esa energía que lo caracterizaba, incluso usó un tono ligeramente irónico.
— Es una pena. Me pregunto qué es lo que les causó tanto conflicto — suspiró en repuesta, ocultando la sonrisa que deseaba extenderse gradualmente.
— ¡Tu! — exclamó el albino a paso pesado. — ¡Capitán 2.0! Me voy una semana de vacaciones... ¡Una semana! ¿Y me vengo enterando de esto? — Y tal como supuso, también se había enterado de los disturbios entre su hermano y su cuñada. — ¿Qué ratos pasa entre esos dos?
— No lo sé, Ban. Ni mi hermano ni mi cuñada ha querido hablar al respecto y yo no pienso insistir. Y te aconsejo qué no invadas su privacidad si es que quieres salir vivo. — Torció una sonrisa que ni él se creía. — Estoy seguro que lo resolverán.
— Tu hermano debe estar algo estresado por todo esto. Al menos puedes darle su apoyo — opinó Merlín ganándose la negativa del más bajo.
— Se nota que no lo conoces. Meliodas es frío e indiferente, siempre ha sido su personalidad. No puedo estar a favor de alguien que hiere con el silencio. — Porque al menos, a su perspectiva, Elizabeth mostraba más afecto a pesar del orgullo entre ellos. Apoyó a su hermano por años, empalizando con su trastorno, pero ahora era distinto. — Pero bueno, si te gusta no recibir respuestas como excusa, está a tu criterio.
— No sé tú. — La comisura izquierda del zanquilargo se alzó burlonamente para mostrar su colmillo, estirando sus dedos entrelazados haciéndolos crujir. — Pero yo si tengo el humor suficiente para hablar con él. Si me disculpan. — Y silbando con jovialidad y su mejor actitud, Ban se dirigió a la oficina de su mejor amigo dispuesto a molestarle un poco con un cuestionario.
El de ojos jade negó pellizcando el puente de su nariz.
— Hem... Zeldris. — Cuando pensó que su mañana no podía ser más frustrante, la vocecita confusa de Melascula llamó su atención. — Los abogados llegaron.
— ¿Tan temprano? — debatió ofuscado ante el asentimiento de la peli morada. Dejaría la discusión con su hermano para después de la junta. — ¡Tsk! Bueno, con permiso.
Mientras tanto, donde Meliodas atendía con poca empatía sus labores a la vez que su mente se ahogaba en los disturbios incomprendidos de su esposa, fruncía el ceño queriendo dejar todo de lado y terminar con todo. Odiaba dejar todo en puntos suspensivos. Para agregar de tensar la soga de su cuello, la voz cantaría de su mejor amigo, en esos momentos, era un martirio de campanas irritantes.
— ¡Capitán! He vuelto. — Meliodas suspiró desganado.
— Buen día, Ban. Espero vengas con entusiasmo porque hay mucho que hacer por aquí.
— Si que vengo con muchas intenciones — dijo sospechosamente sonriente. — Así que dime amigo. ¿Qué significa esto? — Dejó caer el periódico sobre el escritorio, manteniendo su forzada sonrisa. El rubio volvió a suspirar.
— Son calumnias. Deberías dejar de creer todo lo que viene en la sección de chismes. — Era gracioso ya que evidentemente solo era un periódico sensacionalista. No todo era mentira, pero tampoco la verdad completa; solo lo necesario para malinterpretar.
— Pero si tu hermano me lo confirmó. — Ni una respuesta brotó de sus labios tensos, ni se esforzó por mantener la mirada. — ¿Qué sucede capitán? Te veo inquieto.
Con toda paciencia que pudo retener, respiró profundamente, juntando sus manos sobre sus labios evitando decir algo antes de pensar. Posteriormente soltó una bocanada.
— ¿Puedo pedirles un favor? De amigo a amigo. — El albino dudosamente asintió. — Si de verdad te preocupa, por favor, deja de creerte todo lo que dicen. Tengo mis desacuerdos con Elizabeth, sí. Es normal que en un punto los tenga, pero mientras yo me rehúse a decir algo al respecto, no significa que sea el fin de mi matrimonio.
— De acuerdo, de acuerdo. — Hizo ademán con las manos. — Tienes razón. Exageré. Solo que me pareció extraño ya que por lo regular suelen arreglar las cosas rápidamente y, por lo que veo, esto ya es de días. Dime, ¿te mando a dormir en la sala? — Curioseo con afán del relajar la situación entre ellos, pero solo consiguió molestarlo más. — Es una duda. No me veas con esos gestos.
— Señor Demon. — Apareció Melascula. — Chandler y los abogados están en la sala de juntas. Zeldris ya está hablando con ellos. — El aludido tiró un poco de su ajustada corbata, sintiéndose más apretada e impidiéndole el aire.
— Te veo después, Ban.
•
— ¿Nerviosa? — preguntó Arthur a su lado al notar el tic ansioso de su pierna derecha. — Tranquila, estamos igual.
— ¿Se supone que eso me debería hacer sentir mejor? — Rio entre dientes.
— No, pero al menos estaremos nerviosos juntos. — Se hundió de hombros. Posó su mano sobre su hombro tratando de tranquilizarla mientras esperaban. — Tranquila, hablé con mi padre. — Pero ni teniendo todo asegurado, estaba quieta. Le preocupaba lo que pudiera pasar, y aunque ya estaba acordado todo con Meliodas, su actitud era tan convincente que dudaba si entre ellos todo seguiría funcionando.
Apenas fueron situaciones de frio silencio y pequeñas discusiones. ¿Qué sería después?
(Recuerdo)
— Elizabeth. ¿Por qué no me dijiste eso antes? — estaba molesto, claro estaba en su voz. — Arthur no debería...
— Perdón, te mentí un poco, lo sé. Pero solo pido que confíes en mí. Es un buen trato y puedo manejarlo. — Recelosamente, el de ojos verdes negó, reacio a ceder.
— Elizabeth. Es una suma enorme.
— ¿Y luego? — Meliodas se sorprendió por su actitud tan jovial que le parecía ridículamente increíble que estuviera tan confiada.
— No puedes ir derrochando como si nada. ¿Por eso te urge romper el contrato? — Elizabeth se limitó a asentir. — No puedo permitiré que hagas esto solo por...
— Son negocios. Siempre hay riesgos. — Interrumpió. Este negaba una y otra vez, tirando un poco de sus cabellos rubios en desespero; nada podía hacerla cambiar de opinión. — Por favor. Yo firmaría y te prometo que no será en vano.
— ¿Si te equivocas y no es lo que dices? ¿Cargaras con esa responsabilidad? — La albina calló. No quería pensarlo en esas probabilidades. — Elizabeth, sería mejor que yo me encargara de esto.
— ¿Y arriesgarte? — Esta vez fue la mujer que negó. — Meliodas, la única manera es que irrumpas el contrato. Sé que nuestro matrimonio puede afectarse, pero realmente no quiero que...
Sintió la ráfaga de viento en su espalda cuando la puerta se abrió, interrumpido su conversación.
— Meliodas... Oh, ¿interrumpo? — dijo la voz de Merlín.
Ella suplicó con la mirada. Los ojos se desviaron de ella para ver a la azabache detrás de ella y después la miró de vuelta, con una respuesta clara a sus peticiones.
— Elizabeth, vuelve a tu puesto. Ahora. — Su voz fría le dio a entender que ella ya estaba por su cuenta. Incluso su rigidez fue reflejada en ella, adquiriendo un aura sombría que ni Merlín se atrevió a hablar.
(Fin de recuerdo)
Desde ese instante se habían vuelto opuestos repelentes, discusión tras discusión, esmerándose en darle la contraria a su cónyuge en cada oportunidad imprudente. Tan obvios se habían vuelto sus rígidos silencios que alcanzaba a escuchar lo que los empleados murmuraban entre ellos. Su vida personal estaba sin riendas, la laboral era una cuerda tensa.
— Elizabeth. — Después de tanta espera, Merlín apareció con reluciente sonrisa misteriosa. Detrás de ella unos cinco hombres trajeados. — Ellos son Twigo y sus socios — presentó. — Veo que Arthur te ha mantenido al tanto sobre los intereses financieros de estos hombres.
— Creí que Meliodas podría ayudarte con esto.
— Oh, no, no — Twigo, el hombre de fachada ávida y arrogante, tomó la palabra. — Ahora que me enteré que Merlín trabajaba con Demon, me informó que solo puedo cerrar tratos con Demon o con usted. El señor Demon ya estaba más que ocupado, tengo entendido. Espero usted no tenga inconveniente. — Pero ni teniendo el calendario saturado, Meliodas hubiese hecho un espacio de minutos con tal de averiguar las intenciones de estos hombres.
Elizabeth dio la invitación a los presentes de tomar asiento frente su escritorio antes de comenzar.
— Lo escucho. — Tal como haría Meliodas en esas circunstancias, los ojos bicolores desafiaron los del hombre, con la diferencia que ella no usaba esa táctica para intimidad, sino para confundir.
Deslizando sus manos hasta entrelazar sus dedos y usarlos como soporte de su barbilla. Prestando atención a cada palabra que Twigo soltaba, así como los comentarios adicionales de sus colegas. Merlín supervisaba el proceso de debate entre ellos y Arthur fingía poco interés, así como decir bromas respecto al tema.
— Con buenas prestaciones, las ganancias son buenas. Las personas entran en confianza y tienden a ser más puntuales con sus pagos. — Elizabeth estaba sorprendida en la manera tan convincente y bien estructurada que planteó, cada detalle y jugada bien pulida que nadie notaría las grietas.
— En pocas palabras, dar beneficios pequeños atraerá a los más grandes. — Twigo asintió. —Necesitas ser bien financiado para no atorarte en caso que las personas se atrasen pagos o soliciten prórrogas masivas. Sería contraproducente los intereses o demandas legales.
— Necesitamos de su apoyo, señorita Demon. Este es el contrato. — La hoja se deslizó frente a ella junto a un bolígrafo, invitándola a garabatear sin pensarlo, pero antes de tomar la pluma, la peli morada entro con un par de toques en la puerta.
— Elizabeth. Lo siento la interrupción. Necesitan tu presencia en la sala de juntas.
— Ya vuelvo en un rato. — Deslizó la silla y se levantó para ir a la puerta. — Perdón. ¿Pueden explicarle a Arthur el contrato en lo que regreso? Por favor, negocien los términos.
"Estúpida". Pensó Merlín una vez que ella desapareció del alcance de su vista. Si ella era crédula, ese chico de cabello anaranjado lo era aún más.
Quizás Elizabeth se confió demasiado con su pariente, o Pendragón se lo estaba tomando a la ligera; a cualquier pensamiento de Twigo, eran exactamente igual de bisoños, nada diferentes en como Merlín los había descrito. Después de todo, él saldría beneficiado económicamente, solo debía preocuparse por extraer lo más que pudiera de la compañía Demon y desaparecer del mapa.
Ante todo, motivado por su avaricia, se esmeró en explicarle todo al de ojos morados, llegando a un acuerdo en tan solo unos minutos, lo suficiente para darle la oportunidad a la albina de ir a atender su "asunto" y volver a retomar el negocio.
— Wow. ¿Así nomás? — exclamó inocentemente el chico. El robusto de ojos amarillos afirmó.
— ¡Confirmado! Es así de simple y fácil, joven Pendragón. — Soltó una risa. — Sin duda, me gustaría negociar próximamente con su padre.
— Perdón la demora. — Regreso Elizabeth a pasos rápidos hasta tomar su lugar correspondiente. — Bien. ¿Qué dices, Arthur?
— Es un buen trato. Firma. — Dijo sin dudar. Goddess se vio firme y burlona al jugar con la pluma, dispuesta a deslizar la punta sobre el pie de página.
— ¿No vas a leerlo? — curioseo Merlín.
— Confío en Arthur. — Se alzó de hombros y firmo el contrato sin leerlo y sin notar la creciente sonrisa de la traicionera peli negra. — El trato está hecho. — Estrecho la mano con Twigo y sus colegas.
— Si, todo está hecho.
[...]
No pasó ni un par de días para que un minúsculo cambio empezará a brotar en las cifras. Era buenos números, buenas gráficas ascendentes qué Elizabeth no se molestó en supervisar cuidadosamente; tenía más hilos sueltos que sujetar como para estar quieta en un solo asunto: su matrimonio, y el tema de su padre.
— ¿Qué hicieron qué? — Inés estaba confundida con lo que su hija detallaba. Le pedía algo no imposible, pero las causas eran dudosas. — Elizabeth, necesito una buena razón para esto.
— No tengo más. Solo no quiero hacer esto con Meliodas. Lo entiendes, ¿cierto? — La ojizarca asintió con pesadez, afligida y con un gesto pobre que no se conformaba con lo que decía.
— Lo entiendo, pero... es extremista. Aprovecharse de esa manera del contrato me parece burdo y poco convencional. ¿Él qué dijo?
— Está de acuerdo. — Goddess suspiró en alto. No estaba al tanto de los conflictos dentro del matrimonio de su hija, mucho menos de que dicho contrato, y principal desastre natural dentro del apellido Demon, ya había desaparecido para siempre. Sin embargo, tampoco significaba alivio para nadie. — Por favor, ayúdame madre. Ese legado que me dejó mi padre es lo único que puede mantenerme.
— De acuerdo. — Se decidió después de pensarlo minuciosamente. — ¿Estás segura de esto? — Su hija asintió con entusiasmo causando una risa irónica. — Porque eres tan impulsiva.
— Algo tenía que heredar de ti, supongo. — Tomó su teléfono, llaves y se levantó de su asiento con agradecimiento en sus ojos. — Debo irme, madre. — Le dio un abrazo y salió de la oficina, dispuesta a regresar a la compañía Demon donde Meliodas seguramente estaría esperándola.
•
Ya era tarde, el sol vespertino estaba a pocas horas de empezar a ocultarse. La hora donde la mayoría de empleados soltaban un respiro de alivio antes de volver a casa u otros que suspiraban añorando ir a casa. El caso de Meliodas no estaba en ninguna opción, solo le calmaba el hecho de terminar todas las labores. Con ayuda, claro era.
— Con esto doy por terminado las labores del mes. — felicitó el rubio. — Solo falta que Elizabeth regrese y termine de supervisar lo que resta. ¿En dónde se metió esta vez? — suspiró. Recibió su mensaje avisando que ya volvería después de discutir con su madre, pero ya había tardado. No le sorprendería saber que se distrajo por algún lado.
— Has perdido el control sobre ella — comentó Merlín. — Me parece poco profesional.
— Que sea imprudente no significa que busque controlarla de alguna forma — respondió el más bajo con algo de molestia. — Si vas a demostrar control, que sean en los negocios y no en las personas. Es mejor influir que un ser un controlador.
— ¿Pero, no te parece que a veces actúa como si las cosas no le importaran realmente? — No quería verse molesto, pero realmente le incomodaba la conversación como la forma en lo decía.
— Parece que te importa mucho Elizabeth como para que sea tu único tema de conversación. — La de cabello negro amplió los ojos. Había dicho más de lo que quiso expresar. — Si tienes un desacuerdo con ella debes decírmelo. Ya dejémonos de actuaciones formales y dime porque cada vez que hablas de ella lo dices como si te molestara.
A pesar de estar nerviosa, Merlín guardó la calma y carraspeó.
— Lamento expresarme así — reiteró. — Su persona es amigable y agradable; sin embargo, en el ámbito laboral es muy relajada. Solo sugiero que tengas más firmeza sobre ella y le hagas entender que no puede estar saltando en el hilo de los negocios. Meliodas... — repentinamente se acercó al rubio. — ... siempre tendrás mi apoyo. Y si en algún punto consideras que necesites de alguien más, yo prometo estar a tu lado.
— Es considerado. Te lo agradezco. — Tranquilamente dio un paso atrás. — Así como agradecería que me dieras espacio. Pero dudó que puedas remplazar a Elizabeth.
¿Cómo podía insinuar algo así? Su Elizabeth era imprescindible en cada rama de su vida, así como un espacio difícil de llenar. Contrario a la respuesta que esperaba, Merlín volvió a acercarse a él soltando una risita, alzando su comisura izquierda.
— Señor Demon. Yo no busco reemplazar a nadie. — Sus ojos cayeron cegados por la admiración del rubio, ya no tenía firmeza sobre sus impulsos. — Solo quiero hacer justicia a un privilegio tan grande al lado del magnate. — Su aroma era fuerte. No envolvía, asfixiaba. Secuestraba los pensamientos y la concentración.
Quería huir groseramente, pero ella actuó rápidamente justo cuando la puerta de la oficina se abrió y Elizabeth entró.
— Meliodas, tengo los... — calló abruptamente al encontrarse la desagradable escena, exactamente donde Merlín impulsaba su rostro al de su marido para presionar los rojos labios con los fruncidos. Ella imponía empeño, Meliodas buscaba alejarse.
La albina consternada se sentía molesta y mareada. Su corazón lo sintió pinchado; a pesar de ser una astilla pequeña e indolora, era una sensación incómoda. No sabía reaccionar en el instante que el rubio por fin la había apartado con algo de brusquedad y la miró con sorpresa y desilusión. Todo en pocos segundos.
Posteriormente ambos se percataron de la presencia de la albina y su gesto tan amargo para unas facciones dulces.
•
MeLiODaszzzzzz imFiEL *inserte cheems llorando* *se va volando*
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