Capítulo XXXIV

— ¿Por qué tardaste tanto? ¿Le pasó algo a Eli? ¿En dónde está? — Le recibió con un aire intranquilo y pánico en su voz en cada pregunta que hacía.

— Todo está bien. Gracias por preocuparte, Zel. — dijo para tranquilidad de su hermano. — Ella está en casa, descansando.

— Menos mal, estaba tan angustiado. — soltó una bocanada. — Perdón que me ponga así, pero sabes que le tomé mucho cariño. Me imaginé lo peor. — Si él se mostraba así siendo solo cuñado de la albina, Meliodas, siendo su esposo, se encontraba de todo menos calmado.

Antes de pasar la situación a segundo plano e ignorar cualquier paranoia creciente en su cabeza, la intromisión en la oficina no causó buena compañía, al menos no pata Zeldris.

— Buenas tardes, Meliodas. Zeldris. — Apareció Merlín con un rostro de falsa empatía que el último aludido descifró. — Lamento mucho lo que sucedió con Elizabeth, ¿Ella está bien? — Meliodas asintió, algo incómodo por el hecho que el incidente ya había recorrido el edificio entero.

— Si. Pero por ahora no se presentará con nosotros. —La mujer no se vio satisfecha con esa respuesta. Debía aclarar sus dudas, aunque fuera un paso precipitado.

— Si no es mucha indiscreción, es cierto que ella está... — relamió sus labios. — ¿Encinta? — La expresión del rubio no cambió, pero si miró de reojo a su hermano menor buscando una explicación.

— Te juro que yo no he dicho nada, Melascula mucho menos. — Exclamó enseguida sin ninguna muestra de mentira. Una mueca se tensó en su serenidad.

— Lo siento, pero todo empleado cree eso; lo andan divulgando entre ellos. — Dijo Merlín buscando nuevamente una respuesta concreta, pero en base al nerviosismo del azabache con la mirada molesta de su hermano podía deducir que era un rumor certero. — Me entró por curiosidad y solo quería confirmarlo por boca propia. — Meliodas, por una razón ridícula y repentina, se sentía amenazado por su curiosidad.

— No es por ser grosero, pero agradecería que no indagues en mi vida privada y marital. Si algo quiero compartir públicamente será en su momento. — Después de todo, ser reservado con el resto era algo que siempre lo acompañó desde su temprana edad; no sería un complejo extraño de su parte.

— Claro, lo siento. — Carraspeó. — También venía a informarte que todo está listo para romper anexos con la distribuidora de Gilfrost. Usted solo ordene y llamaré a los propietarios. Con permiso. — Meliodas le dio un leve asentimiento antes de verla alejarse hasta salir de la oficina.

— Hermano... — llamó Zeldris. — Respeto tu privacidad y sé lo importante que es para ti, pero ¿no crees que si se sabe del estado de Elizabeth sería más fácil? Ya sabes, al menos habría más cuidado al respecto entre los empleados. — Pese a que sentía una fuerte desconfianza hacía la oji miel, pensaba en que sería más sensato tomar precauciones con el resto.

— Me lo pensaré. — respondió. Apretó los labios en una fina línea analizando la sugerencia de su hermano. — Quizás tengas razón. — Todos tendrían en mente la noticia en un futuro después de todo.

[...]

Sin contradecir y siguiendo las indicaciones de cuidados citados por Sennette, la única compañía de la albina -y único pasatiempo- eran las hermanas que trabajaban en las labores doméstica, así como su escasa ayuda en las mismas y, aunque Zaneri o Jenna insistieran en privarla de trabajos pesados, Elizabeth no podía mantenerse quieta; dos días seguidos de mantenerse en encierro era lo suficientemente sofocante como para quedarse en un solo sitio. Sobre todo, con la ausencia del oji verde.

— No llegaste anoche. ¿De nuevo te quedaste hasta tarde? — reprochó antes de dar un sorbo a su jugo de naranja y soltar un bufido contra el teléfono. El ambiente del otro lado de la línea sonaba atareado, así como el sonido de las hojeadas y varias llamadas insistentes de los teléfonos.

"Lo hice. Llegué a bañarme y regresé a la oficina. " Respondió su cónyuge atravesando los pasillos entre empleados. "Estabas dormida y no quería despertarte; lo necesitas."

— Pero ustedes también. — suspiró tallando su sien derecha. — Puedo trabajar desde aquí y ayudarte con los deberes. No puedo dejarte todo el trabajo a ti, a Zel, Mela o Merlín.

"Debes reposar, no seas necia. Sennett dijo que no te estresaras." Insistió dejándola con un sentimiento incómodo al sentirse inservible.

— No me gusta quedarme aquí encerrada. Me estreso más. — Soltó un suspiro negando ligeramente la cabeza.

" Lo sé. Pero no voy a arriesgarme a que esto se vuelva a repetir. " espetó con firmeza. " Elizabeth, es la segunda vez que te atacan e incrementar la seguridad la última vez parece que fue poco. Tu solo relájate por ahora y déjame esto a mí; recuerda que te debo el favor. " Pero ella no deseaba favores pagados.

— Bien, me relajaré. — se dio por vencida sabiendo que no le permitiría moverse de su sitio hasta entonces. — Te veré en la noche. — soltó una sonrisa perezosa.

"Hasta entonces, Eli." La llamada colgó.

Elizabeth dejó el teléfono y dio otro sorbo del vaso, reteniendo el líquido en su boca para saborearlo por pocos segundos, acto seguido tragó pensando en la posición que se encontraba. Sus lesiones mejoraron, lo que le permitió moverse cómodamente; los medicamentos relajaron su cabeza por lo que no había algo que le estresara -más que su incapacidad, claro-. Debía ingeniárselas para aportar un poco sin tener que esforzarse y no preocupar a su marido.

— ¿Ese Demon cree que puede mandarme como si fuera mi jefe? ¡Pues no! — Murmuró entre dientes jugueteando con sus dedos sobre su vientre. — Bien, dado que tu padre es un paranoico, terco y cabeza dura que no entiende; tal vez pueda ayudarle con una sencilla tarea menor.

Estaba claro que quizás el miedo de Meliodas solo se disfrazaba de autoridad y sobreprotección sobre ella, por lo que solo debía demostrarle confianza por medio de su mejoría, así como su destreza sin el menor esfuerzo. Dispuesta a hacerlo, se levantó de la mesa.

— ¿Elizabeth? — llamó Zaneri preocupada. — No has terminado de desayunar. — Ella sonrió.

— Solo voy un segundo a la recámara, ya vuelvo. Lo prometo. — la castaña terminó por acceder dejándola marcharse a la planta de arriba antes de volver con una pequeña agenda en sus manos. — Bien... — hojeó buscando una página en blanco, prosiguiendo con llamar a uno de sus contactos. El receptor rápidamente atendió. — Arthur, buen día. ¿Cómo has estado?

" Buen día, Eli." Respondió con el mismo optimismo. — Estoy con muchos registros que atender. Vaya que tus obligaciones internacionales son pesadas." No lo dudaba; su primo se encargaba práctica de solo una pequeña parte de esas tareas.

— El trabajo es arduo en esta temporada, pero por eso necesito que de favor me mandes el registro de las operaciones activas de Goddess.

" ¿Debo preocuparme por esto? " dijo en un tono entre la broma y el nerviosismo.

— No. Solo es... un asunto banal — respondió jocosa. — Te llamo por cualquier cosa. — Dicho esto, colgó. — Ahora... — volvió a marcar, está vez a un contacto distinto.

" ¿Elizabeth? ¡Que sorpresa! — su cuñado atendió con optimismo. — Creí que descansabas. ¿Cómo estás?

— Lo hago. Estoy bien, gracias, pero primero dime... — relamió sus labios. — ¿El paranoico de tu hermano está por ahí? — por la otra línea, los ojos verdes visualizaron al mencionado al otro extremo del pasillo.

" No, está charlando con los de recepción. ¿Ocupas algo? "

— ¿Sabes si llegaron a un acuerdo con el Señor Gilfrost? ¿O si se ha hecho algún movimiento en concreto? —Zel emitió un sonido de negación a lo que esta sonrió casi con aires de victoria. — Quiero su contacto. ¿Crees que me lo puedas dar?

" Me parece que Merlín estaba encargándose personalmente de eso. Por ahora no se ha hecho... " se quedó pensativo por unos instantes. "Un segundo, no piensas en negociar con ellos, ¿verdad? ¡Están quebrados; te doy sobre aviso!

— Estoy más que enterada, tranquilo — respondió. — Solo que no es conveniente perder asociaciones con compañías de bases prestigiosas, aunque solo sea de nivel internacional. Demon busca cambiar su imagen, ¿qué pensarían las compañías pequeñas de una ruptura con una asociación de años? Solo serían más pérdidas. — El hombre al otro lado de la llamada no contradijo su punto.

" Tienes razón. Algunos preferirían terminar pactos antes que salir perdiendo, pero... " dudó. "Meliodas me va a colgar del edificio más alto si accedo a ayudarte. En primera, porque no deberías tomar esas responsabilidades; en segunda, porque Meliodas es el único que puede decidir sobre ellos; y tercero, deberías estar descansando. " La oji bicolor rodó los ojos.

— Pero yo no voy a negociar con ellos y sus asociados, solo se discutirá respecto a su situación económica. Además, ¿quién dijo que yo haría eso? No tengo ni los fondos para levantar una pequeña sucursal. — Zeldris parecía querer aceptar, pero aun dudaba un poco. — Por favor.

" Hmm. De acuerdo." Un silencioso suspiro de alivio se disparó de entre sus labios. " Pero me tomará un tiempo. Meliodas no me cederá esa información si no tengo una buena razón."

— Gracias, Zel. Te debo una. — agradeció la mujer, acto seguido, colgó. — Bien. Ahora solo queda comentárselo a mi madre. — Y por tercera -y última vez- llamó por teléfono, esta vez a su progenitora.

"Hola, Eli. ¿Qué pasó? ¿Necesitas algo? ¿Quieres que vaya a verte?" respondió un con ligero pánico y preocupación a lo que, soltando una risita baja, Elizabeth negó un par de veces.

— Está bien, nos veremos mañana. — tranquilizó. — Y no, solo quiero pedirte un favor. ¿Tienes tiempo? — la ojizarca arqueó la ceja por detrás de la llamada.

"¿Ahora qué hiciste, jovencita?"

— Nada, aún.

Para altas horas de la noche, y gracias a que en los últimos tres días se dedicó a mantenerse en casa, el sueño era lo menos que necesitaba en esos momentos; solo dedicaba a hojear una revista trivial para pasar el rato en lo que esperaba la llegada del rubio de ojos verdes.

— Sigues despierta. — escuchó decir con leve sorpresa al entrar a la habitación con una mirada somnolienta y sus cejas fatigadas.

— No tenía sueño. — El rubio bostezó tirando del nudo de su corbata para poder quitársela y dejarla a un lado. — ¿Qué tal todo en la oficina?

— Hmm, estoy tan cansando. — soltó con un pequeño puchero al momento que desabotonar los primeros cuatro botones de la camisa, dejando a la vista su clavícula e inicio de su pecho. — A veces solo quisiera ser dueño de una taberna; sería más fácil. — resopló sobre sus cabellos esta vez retirando el cinto y zapatos. — ¿Te he dicho que solo quisiera tener un negocio como un bar, por ejemplo, así y ya? Pero mira que estoy cargando con todo un prestigio de doble cara.

Hasta cierto punto, ya se sentía molesto, hastiado de ocupar un lugar que nunca deseó ni en sus sueños más ambiciosos. Elizabeth sabía lo simple y ordinario que llegaba a ser; entendía que no estaba satisfecho, pero no era como si pudiese renunciar de un día a otro.

— Estamos. — corrigió. — No olvides a tu hermano, Ban, Mela... a cada uno de tus empleados. — Este soltó un suspiro asistiendo. Repentinamente para la albina, este se recostó boca abajo sobre su estómago, aferrándose a su cintura.

— Lo siento. Nunca te pregunté si querías encargarte de esto y solo te arrastré. — volvió suspirar volteando su mirada a la de ella. — Cuando los contratos estén rotos, ya no será necesario que...

— Calla y duerme, estás muy fatigado. — Interrumpió acariciando sus cabellos rubios, pasando las yemas de sus dedos sobre su nuca y por detrás sus orejas, masajeando su cabeza, acto que lo relajó. — Hablaremos de esto otro día.

— Me parece bien. — soltó otro bostezo queriendo cerrar los ojos a causa de sus mimos; sin embargo...

— Descansa, amor. — Masculló elocuente y melosa.

— ¿Hmm? — volvió a verla con interrogativa causando un fuerte sonrojo en su rostro combinando con su mueca.

— ¡L- Lo siento! — Chilló deteniendo sus acciones al caer en cuenta que este había alcanzado a escucharla. — Yo no quería... Bueno es que me nació y eh... — farfulló apartando la mirada avergonzada y sus ojos titubeando. — ¡No volveré a....!

— Si tú quieres, no me molesta. — respondió con una suave voz, volviendo a cerrar sus ojos. — Me gusta. — No la cuestionaría al respecto, seguramente comenzaba a sentirse más libre de expresarse ante él sin temor a su serenidad. ¿Para qué limitarla?

— Yo... — No encontró como dejar de sentirse apenada aún después de que este expresara comodidad. Solo atinó a fruncir el ceño en defensa y evadir el tema. — Pero muévete de mí. — Trató de apartarlo, pero este solo respiraba lento y apacible, inmóvil y sin dar indicios de que escuchaba. — ¿Meliodas? — soltó una risita al caer en cuenta que, por el agotador peso del día y los anteriores, este había caído profundamente dormido.

Acarició su coronilla, enredando uno de sus mechones en su índice antes de acomodarse entre las almohadas y quedarse perdida en un punto fijo mientras se adentraba en pensamientos del porvenir.

— Así que tú eres quien me citó. — alzó un poco su ceja plateada enmarcando más sus señales seniles del rostro. — Eres muy tenaz, pero debo decirte que me gusta administrar mi tiempo. — Merlín por su parte solo aclaró su garganta.

— Prometo que no le quitaré mucho tiempo, señora Goddess, pero pensé que necesitaría una motivación para que acceda a ayudarme. — La aludida le vio atenta y sin ninguna pizca de temor en sus palabras. Había lidiado con personas de esa categoría; ni el peor de los chantajes lograba perturbarla.

— Habla, niña, el constreñimiento no es mi punto débil. Si quieres tratar conmigo, quítate ese velo de antagonista ambiciosa y solo sé directa. — En cambio, Merlín si se vio inquieta ante Isabel; después de tantas opiniones alrededor de ella, no era diferente a las exageraciones.

— Mi intervención en la relación de su nieta, Elizabeth, y Meliodas solo ha sido contraproducente. A este punto no creo que pueda intervenir entre ellos, mucho menos ser directa. — la peli plata soltó una bocanada sin comprender el inconveniente.

— ¿Y qué es lo que te limita? — curioseó, sin saber que la respuesta rompería record de su desagrado.

— El primogénito. Dudo que Meliodas baje la guardia después de todo lo que ha pasado. — Por largos segundos, Goddess se mantuvo callada, ahogándose en su repulsión por el hecho de tener que tener lazos con ese apellido denigrante. Aborrecía la idea, lo odiaba, pero al final de sus hostiles pensamientos, se tranquilizó.

— Hm. Es patética la ideología de que los hijos son la base de un matrimonio estable. — dijo con simpleza. — Claramente eso no es un impedimento, solo un anexo irrompible; sin embargo, hay lazos más fuertes que conforman la confianza. — Isabel se burló internamente de su gesto indeciso.

— Pero...

— Para empezar, deja frustrarte. — interrumpió. — Vaya que a una mujer frustrada se le cierran las ideas. — dicho esto, la senil optó por marcharse. — Te agradezco tan desagradable acontecimiento, pero por ahora no puedo discutir de estrategias astutas con quien vacila. Por favor, mantenme informada. — Y aquella mujer de temible sonrisa se marchó dejando un sabor amargo en la azabache.

Por detrás del teléfono sonaba imperativa, segura y codiciosa, pero teniendo a Goddess frente a ella, sus pilares de seguridad cayeron por una extraña razón. La mujer destilaba una extraña empatía que causaba recelo y, a pesar de su apariencia frágil, su sonrisa soportaba una coraza de acero. Sus ambivalencias impresiones oscilaban entre confiar o no confiar en ella pues, parecía que realmente quería a Elizabeth lejos de Demon, pero ¿qué intenciones tenía con ella si le ayudaba?

[...]

Salió del baño no con más que sus pantalones blancos, secando sus cabellos rubios y soltando una bocanada de alivió que propicio esa ducha. No mentía en que no quería volver a acurrucarse junto a la mujer que aún dormía, pero aún quedaba un pequeño cabo suelto que atender antes de tomarse el resto de la tarde libre.

— Buen día. — habló somnolienta estirando ligeramente su cuerpo. — Al fin te levantaste. — Bostezó reincorporándose sobre la cama tallando su ojo zarco.

— Lo siento. ¿Por qué no me despertaste? — curioseó por el hecho que había dormido la mayor parte de la noche sobre su cuerpo, seguramente habría terminado entumecida. Elizabeth no le tomó importancia.

— Te veías muy cansado y, además pesas mucho para tu tamaño; no podía moverte. — Trató de moverse un poco, pero en efecto sentía una leve tensión en sus piernas. — Hmm, ya no siento nada.

— ¿Segura no las sientes? — Este dejó de lado la toalla antes de sentarse a las orillas de la cama para pasar su mano sobre su pierna causándole ligeras cosquillas en su toque. Su palma se deslizó a sus rodillas y luego hasta sus tobillos. — ¿Aún duele? — hacía ligera presión sobre ambos atendiendo con pequeños masajes circulares.

— No, estoy mejor. — dijo con afán de no preocuparlo más de lo que ya había estado; sin embargo, otra vez deslizó sus manos a lo largo de sus piernas hasta sus muslos, casi adentrándose por debajo de su pequeño camisón. — ¿A caso quieres hacer que no me mueva? — soltó con una risita algo coqueta.

— Yo creo que lo menos que harás es estar quieta... — se inclinó a su rostro, exactamente a la altura de su oído, a la vez que se acomodaba entre sus piernas. — Mucho menos quedarte callada. — Su piel se erizó por su tono ronco y el corto beso en su cuello.

Meliodas se reincorporó sin apartar la mirada de su gesto ligeramente sonrojado y emocionado. No le hizo esperar, tomó su pierna izquierda y primero besó la planta del pie escuchándola reír en bajo; continuó un lento camino de sus tobillos a sus rodillas, donde la gracia de la albina cambió a una tensa respiración. Sus labios se presionaban y succionaban su piel con más vehemencia, siendo más lento en su acercamiento.

— Meliodas — jadeó fuerte, dejándose complacer por los labios del rubio en el interior de su muslo, pasando su lengua en los vértices.

La mirada verde se centrada en su hendidura cubierta por la tela la vio ligeramente húmeda, tentadora y a la vez suplicante en ser tratada. Pasó a su pierna derecha y dio las mismas atenciones, está vez pasando su lengua por las costuras de sus bragas escuchándola soltar bocanadas ansiosas, ¿por qué dejarla esperando? Tan aferrado estaba a la idea de complacerla y hacerla llegar en su boca que no se percató ni de la hora; sin embargo, antes de que pudiese retirar la prenda, el teléfono comenzó a sonar.

Timbre que reventó la intensa burbuja que había formado la pareja: Elizabeth salió del trace perdiendo la relajación de su cuerpo en espera de un sentimiento que no llegó y Meliodas detuvo sus acciones.

— ¡Tsk! — Meliodas soltó un quejido por tal interrupción mientras la albina soltó una risita entre pequeños jadeos tratando de calmar el zumbido de su corazón.

— Atiende, debe ser urgente. — la mujer recuperó la compostura y cerró sus piernas temblorosas. El oji verde soltó una mueca de reproche y -a regañadientes- se levantó de la cama para tomar el teléfono.

— Que inoportuno.

— Apuesto que es Zeldris. — soltó entre risas ignorando el hormigueo en su centro, la humedad palpitando y la presión atascada en su vientre. Mentiría si no admitía que deseaba fulminar a su cuñado por tan grosera interrupción, pero no eran momento para dejar pasar incluso las más molestas llamadas.

— Hablando de... — afirmó el rubio escondiendo la molestia en su voz. — ¿Zel? — soltó una mueca al ver a su esposa esconderse en el baño a la vez que escuchaba atentamente al menor del otro lado del teléfono. — No, en una hora llego, ¿por qué? — Su ceño se frunció con incredulidad. — ¿Cómo?

— ¿Qué sucede? — Cuestionó la oji bicolor asomándose por el marco de la puerta, viendo como este colgaba la llamada.

— Elizabeth, ¿en serio salvaste a Gilfrost? — más que un reclamo, sonaba algo estupefacto. — ¿Por qué no esperaste a que se diera una reseña de su situación económica?

— Demon, el tiempo es oro. Cuando tu apenas vas, yo ya fui y vine... ¡y hasta me arreglé las uñas! — mostró sus dedos de claras uñas perfectamente impecables y de un tono rosaceo. — Y consté que me quedé en casa. — dijo para después proseguir con su ducha.

El pelirrubio negó. No le reclamaría por algo que solo había postergado, pero al menos se merecía un informe de ante mano, ¿no? 

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