Capítulo XXXII
— ¿Elizabeth, no crees que deberías dejar usar calzado alto? — la albina -quien escogía entre sus zapatos cuál usar- le miró intrigada. — Puedes padecer dolores de espalda o podrías dar un mal paso y lastimarte. El trabajo últimamente es más riguroso que de costumbre y no me gustaría que te exigieras. Ya sabes, sería favorable para ti. — desconforme, soltó un suspiro.
— Mi madre también lo comentó, pero... — hizo un puchero al no tener argumentos para contradecir. Los zapatos altos realmente eran más cansados de lo normal que era veces se los quitaba en los tiempos libres para soltar un quejido. — De acuerdo. No es como si me gustaran los tacones de todos modos. — dicho esto, descartó sus adorados tacones azules y tomó unos zapatos bajos de color blanco.
Mientras tanto, Meliodas no apartaba la mirada de su mujer desde su cómoda ociosidad sentada a las orillas de la cama; embelesado en cómo se movía ligeramente, la manera que trazaba un mohín indeciso al momento de polemizar dentro de su cabecita hiperactiva. Todo de ella lo tenía centrado y engatusado en su peculiar forma de llamarlo la noche anterior en el auto.
No le interesaban ese tipo de cursilerías ni alias románticos; en contraparte, él había adoptado sobre su mujer el llamado de "preciosa" con el fin de molestarla por un rato durante la evolución de su noviazgo; sin embargo, sin eludirlo se quedó grabado en su vocabulario, rechazando a morir de la nada. Algo así debía ser para ella, ¿no? Pero parecía que su mente aún quería darle vueltas al tema, y no estaría tranquilo hasta aclarar sus dilemas.
— Oye, respecto a lo que... — relamió sus labios secos por la vacilación. — lo que dijiste ayer... — algo confundida, Elizabeth volteó a verle con algo de preocupación.
— ¿Dije algo malo? — esto alzó la duda del rubio. — Perdón; si te escuchaba, pero no recuerdo que fue exactamente lo que respondí; estaba muy cansada como para pensar. — admitió avergonzada. — ¿Te disgustó algo que dije?
No encontró rastros de mentira en sus ojos y su faz temblaba en curiosidad, por lo que tal vez debería resignarse a pasarlo a un segundo plano y evitar avergonzarla con ese tema. Fue inconsciente, con eso se conformaba saber. Solo negó un par de veces esbozando un gesto reconfortante.
— Nada, no es relevante. — pero su esposa no le vio convencida. — No te preocupes, preciosa, no dijiste nada fuera de lugar. — la aludida entrecerró los ojos desconfiada antes de pasar por alto la conversación. Tampoco se esforzó en presionarlo para que hablara.
— ¿Crees que me hagan muchas preguntas? — cambió el tema posando su mano diestra sobre el vientre. — ¿Cuántos exámenes harán exactamente?
— Supongo que solo harán las cuestiones básicas. — se alzó de hombros. Claramente desconocía al respecto, así como las dudas se le eran contagiadas. — Honestamente no sé de esto, pero en mi última confirmación de la cita, Sennett dijo que no son tan extravagantes. No hay de que preocuparse. — recibió otra mirada recelosa y hasta envidiosa. — Tranquila, estaré contigo en cada momento.
— ¿Sennett? — El oji verde asintió.
— La ginecóloga que te atenderá. — aclaró. — Su padre es médico, así que puedes tener buenas referencias de ella. — Elizabeth volteó a verlo con repentina molestia. ¿Por qué tenía mucha cercanía con más féminas? Nunca se había preocupado por esto, pero los sentimientos posesivos sobre su marido comenzaban a filtrase de sus poros.
— ¿Cómo conoces a Sennett? — curioseó con un cruzar de brazos que resaltaron sus pechos, causando la gracia del blondo al apreciar su mueca.
— Era una ex compañera del bachillerato: reservada, benevolente y obsequiosa. Prácticamente es de las pocas personas con las que me siento cómodo conviviendo. — al terminar de explicar soltó una risita ante el gesto berrinchudo de la mujer. — No hagas esos pucheros, solo fuimos buenos compañeros. Además, confió en ella y en que tu estarás segura. —Negó caminado con garbo lentamente a él. No evitaba sentirse algo celosa de la susodicha al ser tan descrita detalladamente, pero no estaba centrada en recalcar sus sentimientos envidiosos y asustarlo; él de mostraba serenamente ansioso.
— ¿Tu sigues preocupado o solo estás nervioso por el bebé? — dicho esto, la albina se sentó sobre su regazo, descansando sus rodillas sobre el colchón a cada lado de las caderas de su pareja. Los ojos verdes no se sorprendieron en ninguna pregunta, debió suponer que ella fácilmente interpretaría cada una de sus expresiones silenciosas.
— Ambas. — respondió con naturalidad posando sus manos a cada lado de sus caderas y reposando su barbilla sobre el escote entre sus pechos. — Quizás sea la emoción también. — se hundió de hombros.
Elizabeth soltó una risita a la vez que le invitaba a una coquetería retadora, presionado sutilmente las uñas sobre los hombros y cuerpo inferior a su pelvis. Era adorable como seductor verlo impetuoso y ruidosamente sereno.
— ¿Demon siendo expresivo? Eso es nuevo. — atrapó su mirada lo suficiente para atraerla a la suya, rosando graciosamente sus narices y mezclando sus turbias respiraciones ansiosas de tan corta distancia.
— ¿La señora de Demon siendo flexible? Eso es novedad. — esta vez fue el rubio quien tomó la iniciativa de terminar el trecho y atrapar sus labios color cereza, ajustando el agarre avaricioso en su cadera y profundizar cada uno de sus gestos.
Por impulso e intensidad de la mujer, Meliodas terminó tumbado sobre el colchón con ella encima sin detener ese revoloteo ávido entre sus bocas, suspirando en la sorpresa. Las manos insatisfechas del rubio buscaron infiltrarse cautelosamente por debajo del modesto camisón para erizar la alba piel de sus muslos, apretando posteriormente su trasero, incitándola a restregarse contra él.
— Hmm. — Tomó distancia de su rostro para soltar un jadeo antes de mírale a los ojos y esbozar una sonrisa. Amaba cada calidez que dejaba su tacto, pero la hora no era convenida. — Andando, Demon, muero de hambre. — pasó su índice sobre la punta de su nariz y rápidamente se apartó de las manos del más bajo.
Meliodas se apoyó sobre sus ante brazos para verla perderse dentro del baño con una actitud muy entusiasta. Soltó un suspiro y negó graciosamente antes de levantarse y comenzar con su rutina matutina.
[...]
— A ver si te entendí bien... — suspiró la pequeña rubia oji miel en un intento mediocre de mantenerse calmada y no maldecir en alto a su marido y menos enfrente de su hijo, quien ya balbuceaba cada palabra que escuchaba. — ¿Me estás diciendo que te suspendieron dos días por ir ebrio y gritando albures por toda la oficina? — El aludido, sonriendo algo holgazán y poco arrepentido, asintió.
— Algo así. — Un tic nervioso retumbó en su entrecejo fruncido.
— ¡¿Qué te pasa, Ban?! — chistó tallando el puente de su rugosa nariz. — ¿Cómo es que Meliodas no te ha cancelado tus amadas vacaciones prometidas? O peor, ¿cómo no te ha despedido? — incomprendido solo se alzó de hombros con burla causando la negativa de Elaine. Resopló cruzándose de brazos. — Abusas mucho de su amistad.
Ban no evadió la culpa, la sentía; su mejor amigo era exigente e imperativo, pero su carácter hacía él era neutro a diferencia de sus compañeros de oficina.
— Me pasé un poco con tu hermano, es todo. Aunque él tampoco dejaba de lloriquear que no se quería ir del bar. — Si por alguien debía culpar de su ebriedad ese día, era King, su cuñado. Al menos para no sentir todo ese peso encima.
— Diane me llamó furiosa. ¿Qué les pasaba por la cabeza? — berreó rodando el gran par de ojos.
— Lo siento. Ya lo dije. — chistó como infante, pensando seriamente si existía manera de hacer que olvidara el lío. —Pero fue el cumpleaños de King, queríamos celebrarlo como se lo merecía. — Elaine arqueo la ceja.
— ¿Ahogándose en cerveza y tumbando postes? — Ban sonrió jugueteando con las manos sin encontrar como responder a eso. Su esposa no quiso darle más excusas al problema para continuar regañándolo, simplemente tomó su bolsa y se dispuso a marcharse. —Tengo cosas que hacer, como pagar tu multa, por ejemplo. Te encargo a Lance. — Tomando al testarudo bebé, lo dejó en el regazo de su padre.
— Bien. De cualquier modo, quería pasar más tiempo con mi hijo. — Dicho esto, y en la manera cariñosa en que el infante se aferraba a su padre, la rubia tuvo que gruñir para evitar sentir ternura y perdonarle sus ñañaras.
— Cuídalo, Ban. Ten cuidado al momento de darle de comer, suele aventar las cucharas. — advirtió en vano ya que su marido no le tomó importancia. ¿Qué tan malo podía ser? Seguramente sería el mismo quien comenzara el desastre. — Nos vemos. — Lanzó un beso al aire para el pequeño rubio y una última mirada asesina para su esposo antes de irse con un pequeño portazo.
El hombre peli blanco negó entre risas tomando a Lancelot por los costados, encontrando descontrol en sus ojos y sus ansias por hacer alguna travesura.
— Bien, ahora que tu mami se ha ido, tú y yo cocinaremos algo especial para que me pueda perdonar. — En esto el bebé comenzó a manotear balbuceando. Una risa nasal soltó y se dispuso a buscar los ingredientes sin antes dejar a su hijo en la seguridad se la sillita alta; no era tan malo después de todo, era la primera vez que pasaría más tiempo de calidad él desde su natalicio; aunque causó inconformidades en su mujer y mejor amigo, encontraría como compensarlo.
Por otro lado, en el sofocante aire de presión y trabajo, Zeldris discutía de las actualizaciones con el mayor alrededor de un desorden de papeles que quedaron por verificar. El día transcurría demasiado tranquilo para incomodidad del rubio. Estaba cansado.
— Entonces, suspendiste dos días a Ban. — escuchó hablar al menor.
— Fue una sanción de menor grado, pero no tengo alternativa. Requiero su ayuda para el próximo evento. — torció un gesto antes de posar ambos brazos detrás de su nuca y estirarse un poco. Zeldris se limitó a reír en bajo.
— ¡Debiste verlo! Los de seguridad no podían ni cargarlo. — Dijo a la vez que sus carcajadas se intensificaban y los recuerdos de tal escena volvían a su cabeza. Un escenario gracioso para cualquiera que lo hubiese presenciado pues, la mitad de trabajadores reían en como su compañero albino era arrastrado por los hombres de seguridad mientras soltaba palabras sin sentido. Sin embargo, no importa que tan contagiosa fuera la risa, para Meliodas no tenía lo más mínimo de comedia.
— Ni me digas nada, quiero ignorar ese tipo de escándalos y hacer de cuenta que no pasó. — Soltó una brusca bocanada tallando las sienes en ademán de tensión. Agradeció el momento de silencio qué amortiguó el instante entre los hermanos, hasta que la curiosidad volvió a Zeldris. No dudó en indagar.
— ¿De verdad vas a romper los contratos? — Los ojos fatigados del mayor le vieron antes de cerrar perezosamente los párpados y asentir en un suspiro.
— Tengo que, pero... — mordió su mejilla interior. — aún no hallo la manera. No encuentro como ordenar el tiempo; todavía tengo que revisar las últimas cifras de las pequeñas sucursales. Parece que una de ellas se está endeudando; para su infortunio, yo no podré intervenir.
— Según lo que estuve revisando, tienen problemas con las cifras capitales. — agregó. — Los socios parecen estar en desacuerdo.
—¿Y qué me dices con las compañías comerciales que los apoyaban? — Zeldris negó nesciente.
— Tengo que discutirlo con Elizabeth.
[...]
— ¿Segura que esto es todo? — Se aseguró una vez contadas las hojas y teniéndolas en orden. Melascula asintió en seguida, pero en su mirada no podía evitar ver dudas.
— ¿Hay un problema? — Cuestionó temerosa a lo que Elizabeth negó con una sonrisa despreocupada.
— No, para nada. — soltó un suspiro de alivio. — Solo iré a tesorería a guardarlos. Hay que pasar los datos por si acaso. — su compañera coincidió en un asentimiento y dejó que la albina se marchara a dicha oficina.
Tarareaba apenas para sí misma con la cabeza en alto y deslizándose en su camino algo perezosa; hacía contacto visual con alguno que otro saludo educado de los empleados y ella respondía amablemente. Agradecía que poco a poco esa mala fama que ganó con solo un pie dentro de la empresa se estuviera disolviendo en el pasado: ahora la mayoría la trataba como cualquier otro de ellos, segunda cosa que daba gracias pues, detestaba esa idolatría y falso respeto por caminar en la sombra del apellido de Demon.
Se sentía real y en calma; abstraída en su sosiego que no se percató de quien seguía con cinismo sus pasos. Esa mujer carraspeó.
— Elizabeth. — de voz temblorosa y urgida, la aludida no evitó frenar su camino en la cúspide de las escaleras para voltear a ver la dueña de esa voz.
— ¿Vivian? — arqueo la ceja. — ¿Cómo pasaste? — Algo en su faz no daba confianza. Ella tenía una sonrisa torcida, las ojeras pesaban en preocupaciones y la desesperación titilaba en su quijada tensa y frívola.
— Eso no importa, solo quiero pedirte un favor. — al momento de dar un paso adelante, Elizabeth retrocedió recelosa. – Te lo ruego, es muy importante para mí. — esta vez apretó los labios tragando saliva antes de hablar.
— ¿Cuál?
— Déjame a Meliodas. — sus comisuras se ensancharon tétricamente. — Déjame ser la "señora de Demon" en tu lugar.
— ¡Pft! — soltó incrédula. — ¿Segura estás bien? Estoy muy ocupada para chistes absurdos, así que...
— ¡Por favor, mi imagen me importa mucho! ¡Tanto que mataría por ello! — Esta vez no evitó sobresaltarse por la vehemencia desquiciada en su voz y la seguridad con la que se expresaba. No había ningún indicio de broma. — Dijiste que no te interesaba en lo absoluto ser la "señora", puedes ser reemplazable y, ¿Quién mejor que yo para aprovechar esa oportunidad? — sus ojos extasiados temblaban en locura. Su sexto sentido le gritaba alejarse de Vivian.
— Estás muy alterada. — Trató de no farfullar. — Cálmate y hablaremos tranquilamente en...
— ¡Estoy tranquila! — agravó la voz. — ¡Hazlo por mí! ¡Solo es un pequeño favor de amiga a amiga! — Bien, comenzaba a perder la paciencia sobre el miedo que causaba.
— Uno muy pequeño para una gran tonta como tu si crees que somos amigas o que haré tal estupidez. — Vivian gimió decaída. Respiró profundo y en silencio, esperando no tener que llegar a violentas soluciones como en el pasado. — Escucha, no quiero discutir y mucho menos por algo tan ridículo como ese título prepotente. No pierdas más tu tiempo y deja de rogar por algo de atención, me quitas el tiempo. — se dio la vuelta.
— ¡¿No me escuchaste?! ¡Renuncia! — Sus puños desquiciados se tensaron a los costados y un tic nervioso atacó su ojo. — ¡Yo debí ser la "señora de Demon"! — Y sin dar aviso previo, Vivian se abalanzó contra la albina, atacando sus cabellos plateados y evitar así su huida.
— ¡Agh! ¡Suéltame! — Quejándose, sus manos dejaron caer los papeles al suelo al momento de llevar sus manos en busca de las de su atacante.
Desesperada e incapaz de dar pelea, Elizabeth giró su cuerpo para mirar ese rostro destrozado en demencia, intentando apartar esas garras aferrándose aún más a su largo cabello sin importar los rasguños que repartía para lograr quitársela.
— ¡No hasta que accedas! — exigió por segunda vez esperando que la presión le hiciera ceder, pero solo lograba señales negativas; solo insistía en tirar de su cabello.
— ¡Que me sueltes, Vivian! — Casi gritó esperando que alguien escuchara sus quejidos y la socorriera a quitar a la mujer de encima; sin embargo, no pensó que acataría sus palabras literalmente.
— De acuerdo. — Un poco de fuerza se desvaneció de su agarre. — Entonces, lo tomaré por mi cuenta. — Y en un acto desesperado de cobardía e impotencia contra la imperativa voluntad de Elizabeth, no dudó en soltar sus cabellos para posteriormente posar sus manos en su pecho y empujarla de espalda contra las escaleras.
Perdió el equilibrio en la orilla del escalón, consecutivamente con el resto donde intentó en vano sujetarse y evitar su segura caída contra la el muro.
— ¡Elizabeth! — gritó Melascula horrorizada llegando por segundos tarde a la escena después de aquel gritó de la oji bicolor, alcanzando solo a ver como el cuerpo de la aludida caída sentada al final de la bajada, colisionando su espalda en la dura pared, quedando baldada.
— ¡Agh! — agonizo con las imágenes dando vueltas. — ¡Kgh! ¡Uh! — al menos no fue una larga caída que la hubiese puesto en peligro mortal, pero lo suficiente para que la fuerza también lastimara sus tobillos.
— ¡Estás loca! — bramó en contra de Vivian antes de ir en socorro de la mujer. — ¡Elizabeth! ¡¿Elizabeth, estás bien?! — se echó en cuclillas en el suelo, dejando a la de cabello cobre paralizada sobre su lugar.
El pecho convulsionaba por falta de aire, la razón fue un fuerte golpe para darse cuenta de lo que había hecho. No quería llegar tan lejos, no pretendió herirla o mucho peor, acabarla, pero no pudo controlar sus impulsos desesperados.
— ¡Oh, mis...! — jadeo en un sollozo antes de buscar como salir huyendo de la escena. Los de seguridad estaban buscándola.
— ¡Elizabeth! — Esta frunció sus ojos cerrados esperando que el dolor solo se amortiguara. Sin embargo, Melascula estaba al borde del llanto que solo insistía en ver sus ojos dar señales. —¡Reacciona!
— Hmm... — gimió de dolor. — Escucho borroso. ¡Auch! — Trató de bromear y reír, pero al interior de su cabeza solo se repartían punzadas. Incluso mover su cuello o abrir los ojos era jodidamente molesto.
— No es para bromear, Elizabeth. — Rápidamente comenzó a inspeccionar su cuerpo en busca de alguna lesión o que delatara algún daño grave.
— ¡¿Qué sucedió?! — apareció la secretaria -y unas cuantas miradas más asomándose por las escaleras- con preocupación y exaltación en su mirada. Quedó anonadada a mitad de los escalones al ver a la peli plata quejándose.
— Deldrey, no te quedes ahí y ve a avisarle al señor Meliodas. — A tropiezos y agitada, no cuestionó la orden; rápidamente se perdió entre los murmullos expectantes en dirección de la oficina de Demon. — Gracias a las Diosas no estás sangrando. No te muevas mucho, Meliodas vendrá. — No pudo responder más que mostrar una mueca. Lo menos que quería era darle más problemas y era lo primero en lo que caía; aunque eso sonaba como un mal chiste.
— ¿Crees que Pendragón acceda a venir? Son algo cerrados y no parece que gocen de reuniones tradicionales. — Aislados del alboroto fuera del despacho, cuestionó Zeldris a su absorto hermano mayor. No recibió respuesta. — Hey, ¿me escuchas?
— Lo siento, me dio un escalofrío. — aturdido pestañeo un par de veces para salir de su trance repentinamente inquieto. — ¿Decías? — una mueca burlesca apareció en los labios del menor.
— Seguramente son tus nervios. ¿Seguro no me dejas ir, aunque sean unos minutos? — E insistía necio como un crío inmaduro.
— Que terco eres, Zel. — frunció el ceño acoplando sus pertenecías ordenadamente sobre el escritorio.
— Por algo somos familia, ¿no? — Se alzó de hombros. Antes de que el rubio pudiese responder al respecto, el ruido de susurros turbios alcanzó a penetrar las puertas, mismas que fueron abiertas sin previo aviso por la peli verde.
— ¡Señor Demon! — exhalo a tomar aire. Inmediatamente un repentino nerviosismo sopló en su rostro, pero esperó a que su empleada hablara. — Perdón la interrupción, pero es urgente. Su esposa acaba de accidentarse en las escaleras. — la sangre se le heló.
— ¡¿Qué?! — se levantó bruscamente de su lugar y corrió en seguida por su mujer sin detenerse a preguntar detalles. El miedo y dolor zumbaron en su corazón, apenas logró recuperar la respiración cuando escuchó esto; no podía evitar maldecirse.
Miles de martirios nublaban su mente que no podía ni pensar, solo actuar.
— Deldrey... — se acercó el peli negro a la aludida. — ¿Qué sucedió? — sus labios exhalaron incapaz de dar una respuesta clara.
— No lo sé. Dicen que una mujer histérica llegó de la nada, discutió con ella y en un ataque de enojo la empujó por las escaleras. — Zeldris -igual de angustiado- no pregunto y fue detrás de su hermano.
Mientras tanto, Melascula hacía todo en sus manos por evitar que ella hiciera un movimiento brusco o en caso que tuviese una fuerte dolencia a parte de las que ya tenía. Elizabeth por su parte trataba de levantarse por su cuenta, pero el calambre de sus piernas lo impedía.
— Esta bien, no vayas a cerrar los ojos. — rezó al cielo porque no lo hiciera, pero la insistente Elizabeth se negaba a reconocer que se trataba de un accidente grave.
— Estoy bien, solo me duele la cabeza...
— ¡Elizabeth! — Sus ojos bicolores apenas lograron visualizar la figura de su cónyuge bajar los escalones hasta ella. — ¿Puedo moverte? — Ella no dijo nada, solo estaba concentrada en el dolor de sus tobillos; fue Melascula quien finalmente asintió, posteriormente Meliodas se agachó a ella para tomarla con cuidado y cargarla en modo nupcial. — Vámonos ahora.
— Estoy bien. — jadeó escondiendo su mueca pues, este rosó un -seguro- hematoma en su brazo. — Tu debes encargarte de...
— Zel, excusarme con todos. — Interrumpió sin intención de escuchar. — Deldrey, cancela mi agenda hasta que vuelva. Mela...
— No te preocupes, Demon, yo superviso el resto. — Aseguró la aludida antes de que pudiese darle sus indicaciones. Lo conocía de años, no era difícil para ella adivinar cuales serían sus peticiones.
— Gracias. — dicho esto, ascendió por las escaleras con la mujer entre sus brazos sin importarle el gentío cuchicheando alrededor. No tardó mucho antes de que llegarán al estacionamiento subterráneo donde el vehículo estaba aparcado. Abrió la puerta al lado del conductor y depositó a la albina con cuidado.
— Ngh... — se asustó al verla gruñir con el ceño fruncido.
— Lo siento. ¿Te duele algo? ¿El estómago? ¿Alguna contracción? — aterrado, se aventuró a curiosear posando su mano en el vientre. ¿Y si algo le pasaba a ella? ¿Si el caer le dejaba una lesión permanente? ¿Si perdía el bebé en su vientre? No quería ni pensarlo.
— Estamos bien. — sonriendo -a como pudo- como si adivinara sus pensamientos, posó su mano en la mejilla buscando calmarlo. — Solo me golpee la cabeza y parte de la espalda. Estoy... estoy mareada, es todo. — Meliodas posó su mano sobre su dorso antes de tomarla y depositar un beso en su palma.
Le ayudó a acomodarla de modo que el viaje a la clínica no le fuera brusca, colocó el cinturón de seguridad y cerró la puerta antes de ir a tomar su lugar frente al volante. Una vez arrancado el motor, condujo suave a una velocidad adecuada para no provocar saltos bruscos que empeoraran sus múltiples dolencias.
— ¿Cómo fue que te caíste? — curioseo sin despegar la mirada de la carretera.
— Vivian, ¿la recuerdas? — respondió, más que con molestia por atentar contra su vida, con una terrible confusión. — Llegó reclamándome un montón de cosas absurdas, yo le contesté groseramente y luego me tomó desprevenida. Terminó empujándome por las escaleras y huyó. — suspiró perdiendo su mirar contra el cristal, librándose del vaho en su garganta. — Ella quería ser la señora de Demon.
Culpa, eso era lo único que sentía el oji verde. Tantas féminas ambicionando una simple cadena por apellido al punto de atentar contra Elizabeth, quien nunca estuvo de acuerdo en ello; era absurdo.
— ¿Cómo fue que entró? — soltó con desprecio. — Ni siquiera... espera... — Arqueó la ceja al recordar lo que sería la posible causa de su ambición. — Su familia está endeudada con las utilidades. Eso explica el descenso en sus cifras y las fuertes demandas. — ¿Cómo pudo ser idiota?
Elizabeth hacía pequeños movimientos de calentamiento esperando a disminuir la tensión e inmovilización de sus músculos, acción que funcionó poco.
— Entiendo, quería una palanca que los salvara de la ruina. — Claro estaba; si ella pasaba a ser la nueva señora de Demon, prácticamente sería cuestión de movimientos para elevar dichosa sucursal. Bufó. — Que tonta... — sin embargo, otro dolor atacó sobre sus hombros en un movimiento falso.
— No hagas esfuerzos, trata de calmarte. — Por inercia separó su mano diestra del volante para tomar su mano, tallando sus nudillos con el pulgar.
La mirada bicolor de Elizabeth se sorprendió por su gesto y el calor que transmitía; giró a verlo para encontrar su mirada atenta al camino y con un ceño fruncido. Él estaba preocupado.
Por lo mientras, los pisos intermedios del prepotente edificio de la compañía Demon se encontraba tanto en alerta como susurrarte, pasando de boca en boca el incidente ocurrido en esa tarde, al punto que muchos comenzaron a teorizar tanto alrededor de Vivian, como de la actitud exagerada de Meliodas, y es que, ¿Por qué se mostraba tan alterado cuando en realidad jamás se molestaba por mostrar sentimiento alguno? Incluso a su propia esposa le era algo indiferente y distante. ¿Por qué cambiaría su postura de la noche a la mañana? Otros pocos prestaron atención lo suficiente para alzar las sospechas sobre Elizabeth. ¿Un triángulo amoroso tal vez?
Atenta a estos murmurios inteligibles, pero sin lograr comprender la realidad, Merlín se acercó curiosa a la secretaria de Meliodas al notar su ausencia tanto como el de su esposa.
— ¿Sucedió algo o por qué todos tienen cara de horror? — Deldrey no dudó en decir lo que sabía. Ya todo el edificio se convirtió en circo de rumores y habladurías.
— Se accidentó la señora Demon, o bueno, lo provocaron. — la impresión valió oro en el rostro de Merlín. — Parece que una mujer llamada Vivian enloqueció y tuvo un pleito fuerte que terminó lanzándola por las escaleras. — sudó en frío qué fue difícil ocultar su incomodidad.
"¡Maldita seas, Vivian!". Maldijo a la aludida tensando la mandíbula. Era un hecho que quería borrar a Elizabeth del camino, pero provocarle la muerte era una exageración que solo dejaría a Demon como un hombre aún más inalcanzable de lo que ya era. — ¿Ella está bien? — Curioseó más por morbo que preocupación.
— Pues, solo se quejaba de un dolor de cabeza, pero honestamente el jefe estaba muy preocupado. Bueno, nunca lo había visto tan exaltado.
— Hmm. Quizás porque es su esposa, es evidente. — la secretaria negó insegura.
— No lo sé. Muchos están rumorando que ella podría estar encinta. — Esa hipótesis nació a base en la manera que Elizabeth acunaba su vientre al momento que el rubio se la llevó. Por lo tanto, los ojos de la oji áureo se abrieron más de lo normal amortiguando un jadeo. — Pero solo son rumores, no está asegurado; con permiso.
Una vez sola y lejos de la mirada cuestionable de sus compañeros, tuvo la oportunidad de pensar detalladamente en esa probabilidad. ¿Podría ser cierto?
«A Demon le importa mucho las apariencias, eso tendría sentido del porque se niegan a separarse.» Si la albina resultaba con la espera de un primogénito de él, sería un derrocamiento brutal de su casilla, por ende, la meta de ser la "señora de Demon" se veía cada vez más borroso. «¡Maldición!»
[...]
— Señor Demon, no lo esperábamos tan temprano. — los recibió en la sala de espera una mujer morena de fuerte cabello morado. — Creí que su cita era en unas horas. — señaló el pequeño reloj de paso y Meliodas chasqueo la lengua.
— Lo sé, lo sé, pero es urgente que la revisen, ahora. — Insistió más como favor que usando su figura imperativa. La mujer pidió una razón en silencio. — Elizabeth cayó por unas escaleras. Por favor. — la mujer suspiró debatiendo en su cabeza. El hombre se veía realmente exaltado y no era como si en esa tarde estuviera ajetreada en pacientes; era un día de lo más neutro.
— Hablaré con Sennett, espere un momento. — Este asintió sin decir algo más viéndola perderse en un largo pasillo antes de entrar a un cubículo. Mientras, regreso a lado de su cónyuge donde esperaba sentada.
— ¿Estás bien? ¿Sigues mareada? — se vio preocupado al verla mover sus piernas insistentemente a la vez que arrugada la nariz constantemente.
— El olor... — Era de lo más repugnante el aroma a fármaco abrigándola. — ¡Ugh! — al sentir una arcada en su garganta, no dudó en caminar lo más rápido directo al baño más cercano para posteriormente volver minutos después abanicando su mano sobre su nariz. — Perdón... El olor a fármaco me dio asco. — de excusó de vuelta con el rubio.
Antes de decir algo u opinar al respecto de su paranoia, la enfermera de recepción volvió con la misma mansa sonrisa.
— Ella va a atenderlos; pasen por aquí. — suspiró en alivio. Tomó de la mano a Elizabeth y se dejó guiar por la mujer morena hasta el consultorio de una mujer de cabello castaño claro, anteojos, un flequillo por arriba de las cejas e impecables ropas albas.
— Buenas tardes, Sennett, gracias por recibirla. — la aludida sonrió de vuelta. — Perdón que esto sea repentino.
— Buenas tardes, señor Demon. No te preocupes, tienes suerte que mi paciente relevara su cita anteriormente. — Hablaba con el rubio con tanta cercanía qué Elizabeth no dudaba en que fuese digna de la confianza del rubio; debía ser más amable. — Buen día, señora Demon. Dice que tuvo un accidente. ¿Qué tanto se lastimó?
— Cayó por las escaleras. — El rubio tomó la palabra por ella.
— Solo me golpee la cabeza, la parte superior de la espalda y otras partes. No fue una caída tan larga. — Bufó cruzándose de brazos. Bien era verdad, fueron un total de diez escalones cortos, pero lo suficiente para lastimarse.
La doctora ajustó los lentes sobre el puente de su nariz y comenzó a sacar algunas hojas de las carpetas.
— Haré una revisión superficial. Meliodas, pediré que llenes estos datos mientras tanto. — Deslizó la hoja sobre el escritorio en dirección al aludido para después guiar a la albina a la camilla que estaba a un lado. — ¿Alguna dolencia en particular?
— La cabeza. — se sentó algo incomoda y ganándose la mirada negativa del rubio por tan grosero tono qué usó para dar respuesta. Sin embargo, Sennette se lo tomó con humor.
— Y un humor sarcástico, por lo visto. ¿Algún síntoma después del golpe? — Elizabeth negó algo torpe.
— Me maree un poco. — la doctora hizo un mohín pensativo antes de pasar a una revisión física y superficial: su cabeza, tanteo sobre sus muñecas, espalda y piernas, encontrando no más que ligeros moretones.
— Quizás solo fue una contusión leve, pero para que esté más tranquilo mi padre puede hacerle un análisis más a detalle. — informó para calmar los nervios del rubio quien terminaba de anotar los datos requeridos. — Bien, parece que no hay fracturas ni lesiones. — esta vez preparó el estetoscopio y posó a la mitad de su espalda. — Pediré que respires... — Elizabeth obedeció. — Ahora suelta el aire. — Exhaló sin problemas. — Otra vez. — Repitió el procedimiento detalladamente asegurándose que no hubiese problemas. — Perfecto, todo está en orden.
— Eso le dije a Meliodas, pero es muy paranoico. — se defendió con un puchero.
— Nervios de acero; es normal en los síntomas del embarazo. — Dijo como si fuese lo más banal, pero Demon dibujó una mueca.
— Ella ya es así. — musitó. Sennett continuó su trabajo con algunas pruebas básicas que Elizabeth no rechazó. Solo se dedicaba a mostrarse impaciente y molesta por estar encerrada en ese consultorio de olor farmacéutico que invadía sus fosas. Quería vomitar de nuevo.
— La presión arterial es normal, pero debes medir tus niveles de estrés. Lo más seguro es que necesitarás reposo. — advirtió. Está vez tomó su pequeña libreta de notas con el nombre la paciente y entre otros datos. — Empezaré con algunas preguntas básicas. ¿Último día del período?
— Hace cuatro semanas, bueno... — Lo dudó por un segundo. — Soy irregular y tuve un sangrado diferente hace dos meses, así que no sabría decir con certeza. — mordió su labio inferior
— A veces ocurren pequeños sangrados que muchas confunden con el ciclo. No hay de qué preocuparse. — suspiró en bajo. — ¿Algún síntoma fuera de lo común? Mucho dolor en el vientre, cólicos fuertes o... — esta vez negó. — Ok. Necesitaré un historial clínico en caso que tengas complicaciones futuras y descartar enfermedades que compliquen la gestación, ¿de acuerdo?
— ¿Es todo lo que necesita? — cuestionó de vuelta con algo de hostigamiento. Tendría que pasar los ratos de vuelta en vuelta a hospitales para hacerse estudios clínicos; era estresante pensarlo. Sennett asintió.
— Ahora, recuéstate y descubre tu vientre hasta el pecho. — Indicó a la vez que preparaba el equipo de ultrasonido, causando inquietud e impaciencia.
— ¿Para qué? — farfulló sonrojándose, sintiendo un extraño nerviosismo que atormentaba su pecho. Una ola de emoción y pánico inundaba su cabeza qué comenzaba a marearse.
— Debo hacer una ecografía para ver que todo esté en orden y confirmar el tiempo del embarazo. También para asegurarme que la caída no haya causado algún desprendimiento o lesión interna. — Elizabeth suspiró dejándose confiar por su sonrisa.
— D- De acuerdo. — dicho esto, accedió vacilante. Se recostó sobre la camilla y torpemente desabrochó los botones inferiores de su blusa para dejar su plano estómago descubierto.
— Relájese, esto no tardará. — rio entre dientes al notar su nerviosismo frío. — Supongo que quieres ver esto. — esta vez se dirigió al rubio quien no estaba lejos de portar la misma actitud nerviosa de su mujer. — No seas temeroso, todos los padres pasan por lo mismo. Sé lo que digo. — El aludido suspiró en silencio y se posó a la altura de la cabeza de la albina sin antes darle una mirada reconfortante. — Lamento esto, está frío.
— Uh, si... algo. — soltó una mueca a monumento que comenzó a esparcir un gel cristalino de tono azul por el área descubierta, comenzado a explorar con el ecógrafo.
— Veamos... — la albina limpiaba sus manos sudorosas en la sábana blanca, tratando de calmar su pecho agitado al momento que sus ojos se posaron en la pantalla de matices grises.
El aparato en su estómago rápidamente codificó la imagen interna de su vientre, dejándola con una extraña ilusión en sus ojos.
— Eso es... — El murmuro del rubio apenas logró ser escuchado. Sin querer una curva sumisa en ternura se esbozó en sus labios al ver la patente imagen.
— Su hijo. — completó la oración con emoción. Nunca se cansaría de ver las risueñas miradas de las parejas que tendía. — Si, aún es pequeñito. Parece que va para nueve semanas. — continuó explorando y analizando la ecografía, asegurándose de no encontrar anomalías. — No hay de qué preocuparse. Está bien.
¿Qué era esta euforia? No recordaba haber experimentado este tipo de emociones agradables a la vez, la sensación de tranquilidad y el ímpetu en querer protegerlos era tan gratificante que solo podía pensar en el tiempo que tenían por delante. La mirada de la fémina desviarse con sus ojos fruncidos y párpados fuertemente cerrados llamó su atención.
— Elizabeth, ¿qué tienes? — ¿A caso no estaba feliz? ¿Fue mucho para ella? No, ella estaba evitando soltar eufóricas lagrimas sobre su temblorosa sonrisa.
— Lo siento, es que... — respingó limpiando sus mejillas. — no sé. Ignórenme, soy algo sentimental. — Por más que limpiara su rostro nuevas gotas resbalaba de sus orbes. — Ni siquiera sé por qué me emociono tanto por una pequeña imagen. — Meliodas acaricio sus cabellos en consolación, encontrándose con su mirada diáfana.
— Lo estarás durante los próximos meses, por eso es importante no descuidarte.
.
.
.
Yo dándome cuenta que LSDD volverá a a tener capítulos extensos TwT Así que no se preocupen si es que tardo con las actualizaciones.
¿Qué les pareció? ¿Cuántos quieren matar a Vivian? XD
Perdonen tanto drama, pero me persigue y me atrapa xD Aunque debieron deducirlo por la conversación de Vivian y Merlín en el capítulo anterior :u
Sin más, gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top