Capítulo XXXI
- "¿De verdad? ¿No juegas conmigo?" - se escuchó insistentemente esa voz quisquillosa a través de la línea telefónica causando la risita de la albina.
— Si. — sus mejillas se tiñeron ligeramente al escuchar el chillido de Gelda. — Fue de una manera muy extraña en que...
- "¡No me digas!, ¡no me digas!, ¡no me digas!, ¡no me digas!" - se apresuró a interrumpir desbordando de exaltación. - "Quiero que me lo digas con lujo de detalles y quiero ver tus expresiones para asegurarme que no mientes. "
— G- Gelda... — sudó en frío. Ya podía imaginarse las cuestiones pudorosas y desvergonzadas de las féminas, una peor que la anterior. — Seguramente tu y Liz conspiraran contra mí para avergonzarme. — la rubia carcajeó.
- "Por favor, sin importar la edad, un poco de romance ajeno siempre emociona. ¿Cuándo dices que es la reunión?"
— Hmm... mi madre planeó algo para el fin de semana. Para ese entonces tendremos más información del bebé. — soltó con ligera emoción mientras palmeaba sobre su vientre.
- "¡Ooh, eso es tan hermoso!" - la ternura en su voz no se hizo de esperar. - "¿Crees que sea muy temprano para averiguar el género? Es que... Zel y yo somos entusiastas de comprar ropa de bebé. Prácticamente eso fue lo primero que hicimos cuando empezamos los papeles de adopción de Amice: comprar ropa." - admitió en una risita, causando intriga en la albina quien no lo había pensado.
Honestamente no le importaba realmente el género, lo amaría por sobre todas las cosas; aunque, si le pedían una opinión específica, le parecía adorable el hecho de tener un niño con los mismos rasgos de Meliodas. Negó un par de veces al verse contagiada por la ternura emotiva de la blonda.
— No lo sé, primero debo saber la cantidad exacta que lleva este inquilino. — soltó una risita acariciando con afecto su vientre en pequeños círculos.
- "Entonces suerte en tu chequeo." - soltó un suspiro antes de continuar con ligera incredulidad. - "No puedo creer que hasta apenas se lo dijeras. Imagina que él te hubiese llevado al médico sin decirte nada para que se enterara en ese momento. Hubiese sido muy sorpresivo para él" - Elizabeth torció su gesto.
Llegó a temer esa posibilidad en que le llegara con esa sorpresa de repente y se fuera a enterar en el hecho. No hubiese podido luchar contra su decepción y su fría mirada. Sin embargo, eso no quitaba el hecho que realmente se enteró por su cuenta y, aunque no le reclamó al respecto, debió sospechar de su repentino sentido de sobre protección y preocupación sobre ella.
— Lo sé, lo sé... — suspiró. — seguramente no me hablaría, pero estaría muy pendiente de mí. — torció una mueca. — Cambiando el tema, ya no hablamos la otra vez, ¿qué tal te fue con Briar? — escuchó un pequeño carraspeo por parte de su cuñada.
- "Amice amó a su abuela. " - inició con emoción. - "Pese a que Zel estaba algo ansioso por su presencia, estaba muy feliz de verlos convivir tan pacíficamente. Briar es realmente agradable como amiga, pero si trato de hablar con ella como de madre a madre, realmente entraría en conflicto. " - resopló con ironía.
Estaba claro que ambas mujeres no justificaban los actos que llevó a cabo Briar en cuanto a desaparecer y dejar con traumas a sus dos hijos, llegando a compartir la idea de no olvidar ese daño hecho; sin embargo, solo había quedado en un rotundo perdón.
— No me lo imagino, yo tampoco podré olvidar el daño que causó su abandono ni lo que provocó con tal de fingir su muerte, pero es algo que debemos dejar en el pasado. — Gelda asintió detrás de la línea. Pero en unos segundos algo regresó a su cabeza.
- "Hablando de pasados, ella mencionó algo respecto a tu familia con Demon." - Elizabeth pestañeó confundida. - "Creo que tuvo que ver con un desacuerdo o algo parecido."
— No fue muy pequeño. — Torció consigo una mueca resoplando sobre. Su flequillo. — Es algo complejo de explicar, pero en pocas palabras Meliodas y yo no deberíamos tener ningún tipo de lazo.
Mientras las primeras horas de jornadas daban inicio con la paulatina llegada de los empleados a sus zonas, el sol de la mañana apenas tocaba el suelo a través de las ventanas del edificio; sin embargo, aún no llegaba el mediodía y Merlín ya se encontraba ardiendo como el sol mismo.
Sus pasos de elegante andar reflejaban su malhumor del momento mucho más que su ceño fruncido y sus labios mascullando en pequeñas muecas.
«Maldito Mael. ¿Cree que puede burlarse de mí con una absurda amenaza?» maldijo una y mil veces más al nombrado hombre de cabello blanco. Tan irónico como absurdo su intento de advertencia que en vez de tomarla como preventiva, solo logró inestabilizar su impaciencia.
Entre pensamientos y debates internos, se apresuró a llegar a la oficina donde Elizabeth seguramente ya estaría esperándola para comenzar con sus deberes pasivas de la empresa; sin embargo, la voz de la mencionada le llamo la atención, por lo que no evitó acercarse a la puerta a escuchar esa conversación ajena.
— ¿Huh? — en silencio abrió un poco la puerta solo para encontrarla en una posición incómoda mientras daba la espalda.
— Te digo, es algo difícil de asimilar como complejo, pero Meliodas está haciendo todo para deshacerse de ellos. — la azabache arqueó la ceja. — Lo único que nos tendrá unidos como pareja sería el acta nupcial. "La señora de Demon" pasará al olvido.
— ¿Habla del contrato? — soltó un pequeño jadeo en sorpresa. ¡No podía permitirlo!
Literalmente era el contrato su único pase al poder y prestigio de la empresa; si lo llegaban a erradicar, ni teniendo al rubio atado en matrimonio, ni con su mejor estrategia de manipulación, no podría tener ni la mitad de movimientos que tenía Elizabeth actualmente. "La señora de Demon" era lo único que podía validar sus acciones y seguro status socioeconómico.
— ¿Qué tanto escuchas, señorita Belialuin? — la aludida se sobresaltó con la voz de Melascula a sus espaldas. — No te apures, yo también soy algo inoportuna al escuchar conversaciones ajenas. — bromeó falsamente con tal de sacarse fuera de las sospechas de la misma.
— Oh, no... — tragando saliva logró disimular su nerviosismo. — yo solo no quería interrumpir a Elizabeth.
— Claro que no. Que considerada. — ¿eso fue sarcasmo? La de cabello lila sonreía de una manera aterradora al momento de interrumpir dentro de la oficina. — Con permiso, señora Demon.
La mujer de ojos bicolores les sonrió con naturalidad antes de centrarse en su llamada.
— Lo siento, tengo trabajo, Gelda. ¿Hablamos en otro momento? — soltó una pequeña carcajada. — ¡Hasta pronto! — una vez terminada la comunicación, dejó el móvil para prestar atención en ambas mujeres. — Perdón, buen día.
— Buen día. — contestó la de ojos ámbar en un estado sereno.
— Perdóname a mí por la hora. — mencionó Melascula en un tono más -extrañamente- energético. — Solo pasan unos días en que no estoy en recursos humanos y la oficina es un desorden. Galand está muy presionado. — finalizó con un aire exhaustivo por el drama causado por su pareja más que por el trabajo mismo.
— Si terminamos a tiempo, con gusto les doy una mano para ordenar un poco. — ofrecimientos que la de ojos ónix negó.
— Suficiente tiene con tus labores.
— Meliodas terminará muy tarde su jornada de estas semanas, me gustaría hacer tiempo en lo que espero. — en sus mejillas se mostró un tenue sonrojo del que Merlín sintió celos.
— ¡Entonces empecemos de una vez! — Animó comenzado a hojear los legajos que traía consigo.
— Merlín... — la aludida suavizo su rostro ante el llamado de la albina. — ¿Puedes darme las últimas cifras de Camelot? No queremos deudas, ¿verdad? — esta rápidamente se movió intranquila.
— Claro.
[...]
— ¡Por favor! — suplicó siguiéndole el paso.
— No. — negó en seco sin detenerse.
— ¡Por favor! — insistió más quisquilloso sin conseguir una expresión distinta.
— No. — entró a su oficina con un pequeño tic entre sus cejas fruncidas.
— ¡Por favor ~! — alargó esta última sílaba en un tono más irritante que solo logró molestar a su hermano mayor. ¡Zeldris cuando quería podía ser un niño caprichoso y berrinchudo!
— ¡Por doceava vez consecutiva, Zel, no es ¡no! — los ojos jade en compañía de un mohín suplicaron en su lugar.
— ¿Por qué? — el rubio acarició el puente de su nariz entre su índice y pulgar en un intento de calmar el dolor de cabeza que el peli negro causaba.
— Porque es algo entre Elizabeth y yo. Además, no te dejarán pasar. — Pero ya suponía que su hermano era igual o peor de terco.
— ¡Seré el padrino de ese bebé! Solo quiero enterarme antes que nadie sobre la vida de mi sobrino. — se cruzó de brazos. — Tu podrás haberte divertido creándolo durante nueve minutos, pero yo quiero saber todo de él durante los nueve meses. — Meliodas se sonrojó tanto de pena como de molestia.
— Lo sabrás en su momento. ¡Y deja de meterte en mi vida personal! — reclamó en un gruñido. — Haz otro comentario de esos y te vas de aquí.
— Pero...
— Pero nada. — Interrumpió antes de que pudiese decir algo más que lo avergonzara. — ¡A tu trabajo, ahora! — Zeldris se dio por vencido ante su voz autoritaria.
— Ya te escuchas como papá. — y a regañadientes -y sin conseguir una primicia en la cita de su cuñada con el médico- Zeldris salió del espacio del mayor, sin antes dar un último aviso. — Por cierto, Ban llegó borracho. — Meliodas torció una mueca. ¿De nuevo?
— ¿Qué tanto?
— Pues llegó diciendo: ¡Hay fiesta en mi boca, todos vénganse! — este no evitó soltar una carcajada por lo dicho, pero a diferencia de él, el oji esmeralda deslizó su mano en la frente en ademán conflictivo. Ban llevaba tiempo que no cometía ese tipo de insensateces, ¿cómo se le ocurría? — Ahora yo me voy. — como si hubiese hecho a propósito, Zeldris salió entre risas dejando al mayor hostigado.
Demon soltó el aire exasperado de la intensidad de su hermano. Por un lado, no pensó que la llegada de su hijo causaría tanta controversia en él; no quería imaginarse al mundo público enterándose de eso. Ser reservado siempre fue un aspecto importante de su vida, tener entrometidos opinando al respecto le molestaba. Por el otro, ¡¿Cómo se le ocurría a ese zorro llegar con albures en la boca?!
Un par de toques a la puerta llamaron después de unos minutos. Esperando que no fuera de nuevamente su hermano menor, dijo:
— Adelante.
— Mi señorito Meliodas. — se asomó Chandler antes de pasar con lentitud y dejar sobre su escritorio el gran fajo de hojas engrapadas. — Conseguí todos los papeles como pediste. — El rubio solo les dio una mirada superficial antes de ver a los ojos negros del senil.
— ¿Por qué hasta ahora?
— Su abuelo tenía muy bien guardado el contrato y fuera del alcance de cualquiera. En caso de que este día llegara. — terminó explicando dándole sentido a su excusa. ¿Por qué lo ocultaría? ¿Sabía que esto podía llegara a pasar? Estas cuestiones solo lo llevaban a una conclusión obvia.
— Entonces si hay modo de romperlo. De otro modo, no lo escondería. — saber esto le traía una tranquilidad sobre su relación con su esposa; después de todo, no estaban obligados a acatar del todo sus exigencias vengativas.
— Ahí está todo. Si necesita algo más, no dude en pedírmelo. Con permiso. — Soltando un suspiro, el hombre de cabello verde solo se dispuso a marcharse.
— Chandler... — detuvo este con una última pregunta andando en su cabeza. — ¿Por qué no hablaste de esto en un principio? Si sabías que no podía existir nada entre nosotros, ¿por qué te quedaste callado en lo mío con Elizabeth? — El aludido suspiró sin evitar mostrar resentimientos por la albina.
— Después que pisó su casa, tardé en reconocerla enseguida hasta que leí sus datos. Confiaba en que no la escogería como pareja, pero al final me tragué mis palabras. Sabía que usted no escucharía mis advertencias. — relamió sus labios y continuó. — Lo estimo mucho, Meliodas, te vi crecer e incluso reconocía tus gestos en la seriedad. Nunca lo había visto tan feliz por alguien que por simple empatía callé, hasta este momento. — Tal vez le costaba admitirlo hasta ahora, pero para tolerar la presencia de una pariente físicamente idéntica a la causante de tantos conflictos, realmente debía estar diciendo la verdad.
— ¿Entonces, por qué insultaste a Elizabeth? — esta vez exigió.
— Creo que parte de lo que dije eran más para Isabel que para esa niña. — los labios del más bajo se apretaron en una línea con los puños a los costados. No podía permitir un segundo pleito de ese tipo.
— Aun así, le debes una disculpa a Elizabeth. Fuiste muy insensible con ella y ahora en adelante quiero que dejes de causarle sobre saltos de esa magnitud. — soltó un suspiro mirando a un lado algo receloso. — Ella espera un hijo mío, y si no es por ella, hazlo por exigencia mía y por esa empatía que presumes tenerme. — Chandler, por supuesto, se sorprendió por la noticia que su boca torció un gesto al caer en cuenta lo que pudo haber causado.
Sería un golpe para su hostilidad contra Goddess, pero su cariño por Demon sobrepasa sus descontentos.
— No tengo opción.
[...]
Al paso corto de las próximas 48 horas, las arduas jornadas laborales se vean cada vez más ajetreados y pesadas, sin saber quién sufría más: Meliodas, quien no había momento en que buscara saber el bienestar de su terca esposa o Elizabeth quien gustaba de moverse de un lado a otro para evitar la paranoia del rubio. Era un campo divertido para algunos, para otros una mutua preocupación.
— Estás muy seria. — Dijo sin despegar la mirada del camino. Podía sentir su caída de energía y ver de reojo como ella se mantenía recargada contra la ventana.
— Hum... — soltó un bostezo contra el cristal sin evitar lagrimear un poco. — tengo algo de sueño, es todo. — sonrió algo perezosa siguiendo con la mirada las luces de los locales. Meliodas solo negó.
— Ayer te quedaste despierta hasta las cuatro de la madrugada. ¿Qué tanto hacías? — la mujer resopló arrugando la nariz. Durante la noche sintió su movimiento inquieto, sus pequeños quejidos asqueada a la vez que tiraba de las sábanas para cubrirse hasta la cabeza. Se levantó buscando algo y luego volvía a tratar de conciliar el sueño sin lograrlo.
— Porque no podía dormir. Había un olor muy molesto que no me dejaba tranquila. Así que eché todos los perfumes a un cajón y tiré el ambientador. — explicó sin darle mucha importancia.
Eso tuvo sentido para el rubio, desde porque todo lo del tocador de repente estaba amontonado sin cuidado en el cajón, hasta porque los jabones también estaban en el bote de basura. Pero, ¿no era exagerado? Muy apenas eran perceptibles los aromas como para que ella los captara desde la cama.
«Me pregunto si será normal.» Debatió pensativo arrugando el entrecejo. Otra duda más que agregar a su lista. — Recuerda que mañana tienes una cita al ginecólogo, ahí tomaré las medidas necesarias y de paso, comenzaré a restringirte.
— Zel me pidió que lo dejara ir con nosotros. Quiere estar pendiente del embarazo. — Soltó con jovialidad al recordar el escenario donde su cuñado casi estaba rogándole -como un infante- que lo llevaran a dicha cita.
— Ya se lo dije. Mi hermano es muy intenso y sinceramente no quiero que meta las narices. — incluso podría ser un instinto protector como celoso, pero el hecho de compartir ese momento no le agradaba. Quería tiempo a solas con su mujer, ¿era mucho pedir? — Además, ya lo conozco, suele ser muy imprudente.
— Pero no quiero que te preocupes demasiado. Eres muy exagerado a veces. — soltó una risita seguido de un segundo bostezo.
— Contigo todo es exageración. — Pero a diferencia de ella, el rubio era más severo al respecto. — Soy responsable de ti y nuestro hijo, es normal que me preocupe por ti. Además, somos primerizos, eso me causa algo de temor. — admitió soltando un suspiro amargo.
Carajo, estaba más que preocupado por su papel como padre. ¿Si cometía un error? Definitivamente necesitaba el consejo de Zaratras, o al menos para no sobre pensar todo y caer en pánico antes de siquiera tener su primogénito entre brazos. Elizabeth, por su parte, vio su ansiedad en la manera en que mantenía su ademán concentrado.
— Todo estará bien, amor. — bostezo por una última vez. — No te agobies. – Los pensamientos del rubio se detuvieron al instante con esa forma peculiar de llamarle. ¿Escuchó bien o solo fue un accidente en la lengua de la albina?
Estaba cansada y quizás no se dio cuenta de lo que había dicho, pero... y si, ¿sí? Esto cambió el debate interno, llevándolo a cuestionarse: ¿Debía mostrarse más abierto de lo que ya estaba intentando? Para Elizabeth no era difícil expresarse naturalmente, pero ¿para él? Nunca había intentado hablar de sus sentimientos con alguien más por el hecho de creer que sus acciones lo valían más, pese a que estas tampoco decían mucho. ¿Cómo decirlo sin estar seguro?
Elizabeth apreciaría sin duda que se lo confesara con esas dos palabras; aunque sea un "te quiero", pero ¿un "te amo"? Era algo demasiado grande e infalible, ¿no? Era más difícil decirlo que pensarlo, y eso que imaginarse en ese escenario le erizaba la piel.
Soltó un suspiro algo nervioso y hasta mareado.
— Elizabeth. — esta emitió un pequeño sonido de atención sin prestar atención al gesto vacilante del rubio. ¿Lo haría? Si era por ella, no importaba si farfullaba, pero... no podía,... o quizás si, o... — Eli, yo... Eh...
— Espera, Mel. ¡Detente ahí! — interrumpió abruptamente con sus ojos despiertos a la luz de un local comercial, obligando a su cónyuge a estacionarse cerca.
Quizás no era el momento, ni para él.
— ¿Para qué...? — pero su pregunta quedó al aire al verla bajar del vehículo con emoción y urgencia. — ¿Elizabeth, a dónde vas? — Sin recibir respuesta solo alcanzó a verla como se perdía en el interior de la tienda, por lo que terminó soltado un resoplido negando con la cabeza. — Esa mujer. — no tuvo más opción que salir e ir detrás de ella. Entró tan pronto como pudo al local encontrándola enseguida en la zona de dulces. — Eli...
— ¿Cuál será mejor? — cuestionó emocionada con dos barras de chocolate en las manos. — El grande o extra grande. — mostró las barras de un tamaño más grande que sus manos. Este sudó en frío.
— Eh, bueno...
— Tal vez lo dos o... ¡Llevaré uno de cada uno! — dicho esto, como si fuera una niña pequeña, comenzó a tomar una variedad grande de dulces chocolatadas con un brillo en sus ojos. Tal vez fue repentino, pero después de ver ese anuncio tentativo sus papilas exigieron ingerir azúcar. Como si su vida dependiera de eso que incluso el cansancio previo se desvaneció.
— Espera, es mucha azúcar. — la detuvo algo inquieto por la cantidad de chocolate que por las vagas miradas de la clientela a su alrededor. La oji bicolor frunció el ceño.
— No te estoy pidiendo que pagues. — dicho esto, se alejó del rubio sin afán de devolver algo de lo que ya sostenía entre sus manos; sin embargo, el pasillo de refrigeradores llamó su atención. — Ya sé, algo de nieve para acompañar. — se apresuró a escoger entre los postres fríos para descontento de su marido. Debía comenzar de ahora a ponerle "altos".
Antes de que esta pudiese abrir la nevera y tomar uno de los botes grandes, la mano del más bajo se lo impidió.
— Elizabeth, sé que quizás empezarás a tener unos antojos peculiares, pero no exageres. Por favor... deja algunas cosas y vámonos. — insistió ganándose una mirada de reproche.
— Claro que no. Te recuerdo que ahora tendré que compartir mi comida con un pequeño inquilino que me engendraste. — torció una mueca.
— Suena cruel si lo dices así. — bien, tenía que ser más insistente. — Por favor, preciosa, deja eso. Es mucho y te puede hacer daño, ¿sí? — esta vez suavizó sus gestos con una pequeña sonrisa mientras le extendía la mano. ¡Maldito Demon! Estaba siendo tan amable y encantador con esos ojos penetrantes que Elizabeth se sonrojó por tal jugada sucia.
— ¡Ugh! Bien... — a regañadientes le dio todos los dulces tomados para solo quedarse con uno pequeño. — Pero también me llevo esto. — advirtió tomando un bote de helado menor tamaño que el antes pensado, a lo que su marido asintió de acuerdo.
Una vez Meliodas devolviera las cosas a los estantes y pagara los caprichos de su pareja, pudieron reanudar su camino de vuelta a casa donde Elizabeth no cruzó palabras durante el trayecto por ir degustando su tan preciado postre helado con un notorio puchero. Era incluso intrigante ver como sus humores intercambiaban roles en determinados escenarios causándole más y más dudas en su pobre mente. Tendría que aprender a lidiar y a manejarlas para no sobresaltarla o causarle una emoción muy fuerte.
El resto de camino fue un poco más corto, por lo que en pocos minutos llegaron al patio, y en otros más, ambos ya se alistaban para descansar un poco del día.
— Creí que tenías sueño. — Salió el rubio de la ducha con sus pantalones cortos y su torso descubierto, encontrándose sorpresivamente a la albina vistiendo su modesta pijama mientras sus ojos se concentraban en la pantalla del televisor hasta detenerse en un canal.
— Ya no. Solo quiero ver alguna película y comer. — se hundió de hombros y prosiguió a tomar su barra de chocolate, desenvolverla para después darle un mordisco. — ¡Puaj! ¡Esto sabe horrible! — gruñó decepcionada del dulce cuyo empaque prometía mucho.
El oji verde tomó su lugar a su lado, tomando el empaque algo confundido. Comenzó revisando tanto la fecha como la información, pero no halló nada fuera de lugar.
— No ha caducado. — se le hizo extraño y curiosamente tampoco se veía deteriorado ni emanaba un olor distinto. Algo indeciso, tomo un pedazo para probarlo, percatándose que tampoco tenía un sabor repugnante, solo era muy empalagoso como todos los demás. — Elizabeth, está bien, no tiene nada desagradable. ¿Segura que no te confundiste y comiste un pedazo de papel? — la aludida confió en él y volvió a probarlo, recibiendo el mismo gesto.
— Eww, no... Muy segura. — molesta por esa mala experiencia en su boca, botó el chocolate y se acomodó entre las sábanas. — ¡Mejor ya no quiero chocolate nunca más en mi vida! — se cruzó de brazos y prestó atención al televisor, dejando caer su cabeza sobre el hombro desnudo del blondo. Su fanatismo por el azúcar se había ido por la borda gracias a la misma. ¡Hilarante!
Este le vio jocoso mientras negaba, asociando esto como un síntoma más de su embarazo. Tal vez debía agradecer por esto o sentirse culpable.
— No pongas comedias románticas. Son muy repetitivas. — Advirtió pese al cansancio que sentía en esos momentos.
— Estás demente si crees que veremos eso. — contestó en bajo con sus ojos pesando cada vez más al verse relajada por el aroma de su pareja. Cada vez que lo tenía cerca o cuando pasaban momentos más íntimos, aprovechaba a aspirar ese aroma fresco que emanaba y embriagar su nariz, agregando que el calor de su cuerpo era adictivo como reconfortante.
— ¿Segura que quieres ver eso?, luego te pones paranoica de tanta ciencia ficción que ves. — cuestionó Meliodas ajeno a la actitud de la fémina. — ¿Elizabeth? — cuestionó al no recibir respuesta, encontrándola con los ojos cerrados y una respiración lenta. Este sonrió con ternura. — Si que tenías sueño.
– Hmm... — suspiró buscando acomodarse a lo que Demon la separó un poco de él para acostarla correctamente y acomodar su cabeza en una almohada, terminado por arroparla con la sábana. Apagó la televisión y se unió a su lado.
— Descansa. — dejó un beso en su frente y terminó por dormir abrazándola por su cadera.
[...]
— ¿C- Cómo que no es posible una oportunidad con Meliodas? ¡Mi familia confiaba en mí! — lloriqueo la mujer desesperada frente a la azabache de mirada serena. No tenía caso mantenerla con unas esperanzas altas si ya no le podía ayudar en nada.
— Entonces has sido una decepción para ellos. — Vivían cayó en un profundo dolor por tan palabras crueles. — Te recomiendo dar la espalda y no meterte más en este asunto. Cuantos menos rivales en esto, mejor. — los puños golpearon contra la mesa.
— ¡Me niego! Haré lo que sea. — se sentía enloquecer. Una obsesión que la jaló a la locura y a futuros que no existían.
— No seas estúpida. No eres tan relevante, ni siquiera has podido ponerle una mano encima a Elizabeth, ¿y quieres empujarla de su sitio? ¡Por favor!
— ¿Empujarla? — masculló negando un par de veces. — ¡Pero, creí que me ayudarías a tener una oportunidad! — sonrió crédula. — ¿No?
— Esa oportunidad ya se perdió. — su sonrisa se apretó en una fina línea creyendo en el falso lamento de Merlín — No seas imprudente y desaparece, ya no me eres de utilidad. — acto seguido, apretó la quijada haciendo rechinar sus dientes.
— ¡Yo debí ser elegida por Meliodas, pero ella se interpuso! — golpeó con palmas abiertas sobre la mesa, levantándose de manera superficial.
— Hasta donde yo sé, ni siquiera te volteó a ver. — Merlín logró imitar su acción logrando acojonarla sobre su lugar.
— Bien, tú ganas. — Sería arriesgado, pero quizás era mejor actuar por su cuenta.
Una vez sola y con esta fuera de su alcancé, Merlín la dio por vencida y como un estorbo menos. Sin pensarlo tomó su teléfono y marcó al número otro ganó en la tarjeta que Mael le dio el otro día.
— Señora Goddess... — una sonrisa apareció en sus labios al ver su línea correspondida. — Escuché que quería hablar conmigo, ¿Cuándo será un día adecuado?
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Banda, ¿adivinen quién está tomando un pequeño curso de administración? :u
Podrá ser exagerado, pero pretendo hacer este conflicto lo más real posible. Hasta ahora lo único que he describido son conocimientos básicos de contabilidad xD, pero es hora de ponernos serios.
Fuera de eso, ¿qué les pareció el capítulo? Nuestros nenes avanzan a su ritmo, pero Meliodas es el indeciso xD y Elizabeth, bueno, ella tiene peleas consigo misma.
Sin más, gracias por leer. Y vayan afilando sus cuchillos :))
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