Capítulo XXX

— Oh, esto es... — largos segundos transcurrieron antes de que una sonrisa se pintara en los labios de la mujer y la euforia atormentara su pecho. La pareja se mostraba sonriente, siendo Elizabeth quien adquiriera un rubor tenue al palomear sus dedos sobre su vientre. — ¡Maravilloso! ¡Apenas lo creo! ¡Que emoción!

Las palabras ya no salían de su boca de la emoción. Solo pudo soltar esa cantidad de energía emotiva envolviendo a su hija entre sus brazos, estrujándola con gran amor y alegría, tomándola por sorpresa y algo de fuerza.

— M- Madre... — enunció entrecortada con una sonrisa nerviosa. — No respiro... — la mujer soltó su agarre al instante, tomándola por los hombros.

— Lo siento, pero es que estoy tan entusiasmada por esto. No creí que llegaría tan pronto. — ¿Cómo liberar esas emociones? Quería literalmente ir saltando por el mundo y expresar lo feliz que se encontraba y causar envidias por dondequiera. Carraspeó ligeramente. — Ya decía yo que eran más cercanos.

— ¡Mamá! — tanto Elizabeth como Meliodas se tensaron con un fulminante sonrojo en sus mejillas por el tal comentario atrevido de la mujer. Goddess por su parte se limitó a soltar una risita, suspirando cabizbaja.

— Me hubiese gustado compartir esta felicidad con Froi. — musitó con melancolía, añorando tener a su difunto mejor amigos a su lado y acompañándola en esa lluvia de comentarios vergonzosos. Volvió a suspirar y miró a la joven pareja. — Estoy muy feliz por ambos. Felicidades.

Meliodas sonrió incapaz de esconder su felicidad de la mujer, mucho menos se sintió avergonzado al reclamar la mano de su esposa, entrelazando sus dedos.

— Nosotros también lo estamos y, aunque suene increíble, también me hubiese gustado que mi padre soltara alguno de sus comentarios imprudentes o sus bromas de mal gusto. — No podía evitarlo, extrañaba a su padre como no lo imaginó posible.

Se sentía su ausencia en cada momento fatídico que podría ser resuelto con un comentario jocoso o una tarde de carcajadas entre relatos penosos. Pudo no haber tenido la mejor relación entre padre e hijo ni la mejor comunicación, pero él estaba ahí y eso fue suficiente.

— Pero no nos pongamos nostálgicos. — Animó Goddess al notar su tristeza reflejada en su mirada. — ¡Deberíamos celebrarlo! Bueno, eso es lo que él haría.

— Sería una buena idea para informárselo a los más cercanos. — agregó la albina. — Esto de decirlo de uno por uno es exhaustivo. — su círculo social confiable era pequeña, pero eso no quitaba que seguían siendo varias como para pasar de uno en uno la noticia.

— Eso déjenmelo a mí. Me aseguraré de organizar una reunión con los más cercanos. — Exclamó antes de que su instinto protector le alertara. — ¡Es cierto! Ahora más que nunca debes cuidarte, nena; nueve meses se pasan muy rápido, pero no lo suficiente para soportar los cambios. ¿Cuánto tienes de embarazo? — cuestionó.

Elizabeth trago saliva, rascando su mejilla en un ademán nervioso sabiendo que su madre se exaltaría con lo que diría.

— No lo sé. Tal vez hasta dos meses. — Como lo predijo, los ojos zarcos se ampliaron acompañando a su mueca.

— ¡Que irresponsable! — regañó posando sus manos a la cadera. — Desde un principio debiste comenzar a cuidarte. Con el primer síntoma debiste hacerte una prueba de embarazo y empezar a tomar recomendaciones; ahora entiendo porque algo en ti era diferente. — debió suponerlo. Esa mirada en los ojos de la albina era tan peculiar en ella que no quería hacerse ideas precipitadas.

— ¿Diferente? — cuestionó.

— Creí que era el único que había notado su cambio repentino. — Murmuró Meliodas ganándose una mirada desconcertada de su mujer. ¿Lo notaron antes que ella y nunca dijeron nada?

Parecía que la conocían mejor que ella misma o solo fue muy negativa al respecto.

— Pensé que eran los nervios de todo lo que había estado pasando. ¡Es una excusa válida! — se defendió cruzándose de brazos con un puchero. Siempre tuvo la singularidad de tener náuseas cuando entraba en un episodio de estrés y ansiedad que le pareció banal e irrelevante, al igual que su retraso irregular.

Inés suspiró mantenido la calma; conocía bien a su hija y no era la primera vez que confundía dolores con verdaderos padecimientos.

— ¿Hace cuando sentiste el primer síntoma? Si es que lo tuviste, claro. — Esta se puso a pensar tratando de recordar entre todos sus males la primera advertencia.

— Un mes atrás comencé a marearme y tener pequeños cólicos. — ladeó una mueca.

— ¿Qué te digo? — negó desesperada ante la terquedad de Elizabeth. — Cuando estabas pequeña y te enfermabas, siempre esperabas a que tus malestares fueran intensos para dejarte revisar por un médico porque según tu no eran nada para preocuparse. — la aludida se hundió de hombros ganándose una mirada molesta de la mayor, a lo que el rubio se vio obligado a intervenir.

— Puede estar tranquila, señora Inés; a partir de ahora yo estaré al pendiente de ella al 100%. — informó buscando calmar a su suegra. — Ya le hice citas con el médico y tomaré todas las medidas de cuidado para evitar algún problema. — Pero esto no la convenció por completo.

— El problema es que Elizabeth entienda, pero necia tenías que ser. — Tomó una bocanada buscando tranquilizarse de esos ataques que le provocaba la menor antes de proseguir con la conversación. — ¿Qué era eso segundo que querían hablar? — esta vez fue la serenidad la que se mostró en los rostros del matrimonio.

— Es respecto a el contrato de "La señora de Demon". — Meliodas se adelantó a tomar la palabra. — Tomé la decisión de anularlo.

[...]

— ¿Por qué tanta tu urgencia? — su sonrisa ladeada solo logró fastidiarla más de lo que ya estaba. — Algunos si tenemos vidas aparte de buscar como amarrar alguien prestigioso.

— Guarda tus ofensas que necesito que me expliques: ¿qué carajos hiciste? — Gruñó en reproche, cruzándose de brazos y alzando considerablemente la ceja.

Mael relamió sus labios sin tener nada que ocultar ni en molestarse en dar explicaciones de sus previos actos. Después de todo, tener una alianza por compartir el mismo objetivo no era razón para compartir la confianza.

— Hasta ahora, nada. — la mujer frunció el ceño por tal cinismo burlón en su gesto. Definitivamente él escondía algo.

— ¿Entonces, cómo explicas que Meliodas y Elizabeth siguen juntos? — no lo entendía, o más bien, no terminaba de encontrar en dónde falló su plan.

Bien, se había dado por vencida con el rubio desde que este regresó a su ciudad desde su visita, siendo la presencia de Elizabeth un obstáculo enorme entre ellos; sin embargo, al enterase por medios externos del pequeño "detalle" entre las familias Demon y Goddess, no dudó en buscar a fondo al respecto. Si existía la manera de entrar en su vida, la tomaría sin dudarlo. Por otro lado, Mael dejó caer un suave gesto de sorpresa, no muy diferente a la de Merlín.

— Ya veo... — Su asombro se transformó en una sonrisa irónica. — Después de todo, Elizabeth al fin se rehusó a la manipulación. Esa mujer es más reacia de lo que pensé. — negó un par de veces.

— Explícate.

— Yo hice lo mío, pero veo que he perdido las cuerdas que la mantenían a mi mereced. Si yo no logré traerla de regreso a mí, dudo mucho que alguien tan simple como tu pueda manejarla a su antojo. — Estas palabras indignaron a la contraria.

— ¿Te das por vencido? — Mael, a diferencia de Merlín, sabía cuándo echarse atrás cuando las paralelas, por más que fuerces a prolongarlas, jamás tocarían.

— No, solo que en este movimiento ya fui eliminado. Ella debía volver a mí por su propia decisión, si yo lo hago por la fuerza, no bastará para mantenerla a mi lado. Encontraría la manera de deshacerse de mí de una u otra forma, aún si le planteo una trampa a Meliodas. — suspiró. — Esos dos confían ciegamente en el otro; yo no puedo contra eso ni con la más sucia jugada. Tu deberías reconsidéralo. — Pero Merlín tenía mucha más fuerza de voluntad que la cesaban: su ambición.

— Romperé esa confianza. — este soltó una carcajada. ¿Por qué no comprendía? Él conoció por las buenas a Elizabeth; a ella le tocaría por las malas.

No era muy idiota; a este punto, si se atrevía a tocar el mínimo cabello de Goddess, Demon no tardaría en desatar su infierno sobre él. Apreciaba su vida como para arriesgarse a conocerlo y sufrir en ello, pero seguramente se divertiría presenciando la derrota de esa mujer corrompida por el prestigio.

— Llámame cuando lo logres. — y dispuesto a marcharse, la oji dorado volvió a llamar su atención. Las dudas aún flotaban en su cabeza.

— Una pregunta más. — los zarcos les vieron sereno y paciente a las femeninas acciones vacilantes. — ¿Cuál es esa "noticia"? — este arqueó su ceja algo confundido. — Empiezo a sospechar que es algo relativo en que el plan fracasara. Ese "algo" es esencial en todo esto.

Mael lo meditó por unos segundos sin ninguna idea corriendo por su mente.

— No se me ocurre nada. — se alzó de hombros posando en pulgar sobre su barbilla en ademán pensativo. — Desconozco que es lo que podría tenerlos cercanos y en una fuerte confianza. Ellos no estarían juntos si no fuese que Demon no lo aceptara, o a no ser que... — o quizás si había algo más suficiente fuerte para mantenerlos anexados, razón suficientemente primordial como para que Meliodas se rehusara a descuidarla.

— ¿Y....? — cuestionó por su silencio. Este negó un par de veces.

— Escucha, Merlín, si quieres una estrategia o quien pueda darte el punto débil de ellos, toma el número de Isabel Goddess. — Dicho esto, extendió el número de la mencionada. — Escuché que quiere conocerte. — la peli negra admiró el pequeño papel con una pequeña sonrisa detonado su último recurso.

— Alguien que ya arruinó a Demon una vez puede volver a hacerlo. — ¿Cómo olvidar aquel expediente? Las trampas detrás de la familia Goddess y su experiencia para los fraudes; la trampa ideal.

— Solo se cautelosa. — aconsejó. — Debes saber que a Elizabeth también ama el drama, tanto como el sarcasmo. — está bufó. Esa pequeña inexperta no era una buena ficha en su nuevo juego, sería sencillo.

— La vida es dramática. — se hundió de hombros. — Puedo con su teatro de matrimonio.

[...]

Inés, por segunda ocasión, quedó perpleja por tan repentina decisión de los amantes. Prácticamente era el contrato lo que los mantenía juntos, erradicarlo solo podía significar su futura ruptura.

— ¿Con romperlos te refieres al divorcio? — se animó a curiosear a lo que el rubio negó moviendo la cabeza. La mujer suspiró en alivio.

— Hablo que no queremos que nuestro matrimonio se base a un contrato de conveniencia. — se avergonzó ligeramente esbozando una sonrisa. — Realmente... tengo sentimientos por Elizabeth. — La aludida no evitó ruborizarse sin lograr acostumbrarse a sus abiertas expresiones. El rubio carraspeó antes de continuar. — Eli y yo lo hemos discutido y llegamos a la conclusión de: si "la señora de Demon" y el "acuerdo entre Goddess y Demon" es un obstáculo en nuestro matrimonio, no veo porque deben seguir existiendo.

— En pocas palabras, madre, el contrato nupcial es el único contrato que queremos vigente. — terminó de explicar la albina, esperado la opinión al respecto de su progenitora.

— Oh, vaya. — apretó los labios. — Debo admitir que esto si es inesperado. Pero, si no es indiscreción, ¿qué me relaciona esto con su decisión?

— Mamá, ¿tu sabías que Demon y Goddess no podían tener ningún tipo de relación? — ella negó. — Al parecer, lo que dijo mi abuela era cierto.

Isabel fue privilegiada de inteligencia, una persuasión y encanto natural dentro de una familia llena de arribistas que, claro estaba, aprovecharon para llenarse los bolsillos. Goddess no puso objeción y siguió los pasos de su familia; sin embargo, con Demon cerrando sus puertas no dudó en que ella accedería a una condición con tal de salvar su reputación. Nunca se me ocurrió que Isabel pactaría por última vez con Melías.

— Cuando Froi me habló de "la señora de Demon" mencionó algo sobre una pauta en una de las líneas que nunca entendió, pero ese segundo contrato nunca lo habían encontrado. — se tomó un segundo para recordar antes de seguir. — No le prestamos atención a las restricciones de Melías ya que solo deseábamos romper todo lo que nos separaba en cuanto negocios, ahí fue que concordamos que Elizabeth sería una buena candidata para ser desposada; aunque... — frunció el ceño. — Antes de perecer, él intentó contarme de un hallazgo que jamás discutimos.

— Mi padre debió descubrirlo, pero calló. — afirmó sin pensarlo, aunque eso desataba más dudas. — Es extraño porque Chandler era el único que sabía de este documento; sin embargo, no habló.

— Chandler fue muy leal a tu abuelo, pero era menos impasible. Creo que fue porque nunca me involucré con Froi de manera sentimental. — por alguna razón, esto le lastimó. Quizás no tenía conciencia que este siempre albergo sentimientos por ella, pero de haberlo sabido, le hubiese hecho más doloroso tener que rechazarlo.

— Tendré que cuestionarlo personalmente. Por ahora, debo encontrar como cancelarlos. — soltó una bocanada. — Puede que Elizabeth y yo aun estemos unidos en matrimonio, pero aún quedan sueltos algunos cabos políticos. Podría afectar nuestras acciones y negocios.

— Tienes razón. Mantenerlos intactos tampoco ayudaría mucho, así que no hay pociones. — el más bajo asintió. Inés no se dejó abatir por esto y mostró un gesto amable. — Entonces, tienen mi apoyo en cualquier cosa que yo pueda ayudar. No duden en consultarme.

— Gracias. — agradeció.

— Ahora, volviendo al tema de tu embarazo... — Elizabeth tragó saliva con anticipo al ver el gesto sereno que le dedicaba su madre, el mismo que mostraba cada vez que estaba a punto de darle un largo, largo sermón.

[...]

Esta noche, a diferencia de las anteriores, era un poco más seca y calurosa; tal vez por el cambio de estación, pero no resultaba ser tan incomoda para lograr conciliar el sueño o pasar una bella velada. Aún se mostraba un poco de movilidad peatonal y en las carreteras, como en algunos oficios y locales; sin embargo, era la hora en que el tráfico se encontraba en la cúspide de ruidoso claxon. Un dolor de cabeza para cualquiera que regresar de una estresante jornada.

— Tráfico del diablo. — Masculló el peli negro soltando un suspiro largo una vez dejando las llaves de auto sobre una pequeña mesita. — ¡Gelda, ya llegué! — enunció una vez más calmado y dejándose caer cansado sobre el sofá.

— ¡Papi! — tropezando con su pequeña manta y con una actitud muy hiperactiva para tales horas de la noche, la pequeña Amice lo recibió con un abrazo que él correspondió.

Tal vez no era mucho, pero verla tan revoltosa le regresaba la luz por más abatido que estuviera.

— Princesa. — la acunó entre sus brazos entre cosquillas. — Es tarde, ¿no deberías estar durmiendo? — la peli negra pestañeó con un puchero.

— ¡No tengo sueño! — se excusó causando negación en su padre.

— ¿En serio? — cuestionó en un tono juguetón a lo que esta asintió.

— ¡Amice! — Exclamó una voz femenina a las espaldas de ambos azabaches. — Yo te había dejado en cama, jovencita. — se cruzó de brazos con una mirada autoritaria que fue respondida por un adorable ceño fruncido.

— ¡Hum! ¡Quiero jugar con papi! — se cruzó de brazos causando la gracia de Zeldris al ver la negación de su esposa.

— Bien, jugaremos. — mientras Amice sonrió con alegría, Gelda gruñó al llevarle la contraria, pero antes de que pudiese reclamarle, el oji verde se adelantó. — Quién se duerma primero, gana.

— ¡Si! — y en un salto, la pequeña salió corriendo a su habitación a la vez que exclamaba: — ¡Te voy a ganar!

— En un rato te alcanzo. — negó un par de veces y soltó una risa. Quizás en unos años ese truco dejaría de funcionar, pero ya se preocuparía por eso más adelante. — Hola, Gelda. — se levantó en dirección de su mujer para estrecharla contra su cuerpo y besar sus mejillas.

De momento a otro, el enojo de la rubia se dispersó de su cuerpo para soltar rositas ante sus mimosos gestos.

— ¿A qué se debe tanta emoción? — cuestionó tomando distancia de él. Lo había notado, él nunca llega tan ilusionado después de horas atrapado en el tráfico; debía ser algo lo suficientemente bueno para que el estrés no lo agobiara por completo.

— Tendremos a nuestro primer sobrino, y ya me adelanté a pedir ser los padrinos. — dijo de golpe para sorpresa de Gelda; por un lado, la emoción se le contagio de su marido, por el otro, estaba alegrada que Elizabeth al fin tuviese el valor de decírselo a Meliodas.

— ¿De verdad? Eso es maravilloso. — respondió con euforia natural, como si fuese nuevo para ella saberlo. Sin embargo, Zeldris asintió con una sonrisa torcida.

— ¿Sabes que más es maravilloso? — su sonrisa pasó a un gesto de indignación. — Qué no me dijeras que sabías que mi cuñada estaba encinta. — finalizó cruzándose de brazos con una ceja arqueada.

— Oh, eso... — mordió su mejilla interior nerviosamente. — Me pidió que no dijera nada hasta entonces. Perdón cariño, pero eres muy impulsivo y sabíamos que tu irías en seguida a decírselo a tu hermano.

¡¿Por qué todo lo creían vocero?! Tal vez, no hubiese podido disimular su exaltación, pero si le hubiesen dado una buena razón para callar, hubiera hecho lo imposible para no delatarse frente a su hermano; incluso lo hubiera evitado por todos lados.

— ¿Soy el único que no creo eso? — el silencio de su esposa dijo todo. — En fin... — suspiró. — creo que merezco una compensación por eso.

— ¿Una compensación por algo que ni tú puedes callar? — soltó una risita. Se mostró pensativa por unos segundos antes de hablar. — Puedes dar la noticia también. — los verdes pestañearon confusos antes de caer en cuenta de sus palabras.

— ¿Quieres decir que vamos a....? — soltó un aire de impresión antes de ser callado por el índice sobre sus labios.

— Lo discutiremos ahora. — Dicho esto, tiró de su mano para guiarlo a la cocina. — Ven, te esperaba para cenar. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top