Capítulo XXVII
Soltó un suspiro al cristalino ocaso bermejo entre los filamentos del bosque que los apartaba de la ciudad. Inquieta y a la vez, calmada. Observó el lustre anillo en su anular, resultaba más cómodo y hermoso desde hace unos minutos; quizás Gelda tenía razón y él buscó una sortija única que encajara con ella.
Pero el misterio de: ¿Cómo adivinó la talla de su dedo?, seguía flotando en su mente.
Rio en bajo ignorando esto. Sin embargo, ¿quería terminar así tan fatídico día? Sus labios aún ardían recordando ese beso. Quería probarlos de nuevo hasta hastiarse, quería ahogarse y morir en él por más dramático que eso sonara.
Tocando la superficie de sus mohines, volteó a ver a su marido: algo sereno y concentrado en seguir en esa fastidiosa llamada con Chandler, hablando sobre esos malditos papeles que los envolvieron en una extraña historia de ironías. ¿Dejaría pasar la oportunidad? El bajó el teléfono con un bufido.
— Sigues molesto con Chandler. — los esmeraldas le miraron perezosos, moviendo la cabeza en afirmación.
— No debió decirte esas cosas. Quizás no lo sabe, pero no deberías pasar por tantas inquietudes. — fatigado, se dejó caer sobre el lecho soltando un suspiro largo y espeso, perdiéndose en su mente en busca de alternativas para que la albina se sintiese tranquila en su alrededor.
Pero Elizabeth necesitaba otro tipo de alivio.
— Mel... — succionó ligeramente su labio inferior.
— ¿Qué pasa Eli?
— Yo... hmm... — La mirada verde se dirigió a verla. Ella estaba algo inquieta y con un extraño tono rubescente en sus mejillas, y su ojos... Lo devoraban con otras intenciones.
— ¿Qué necesitas? — La albina no soportaba la necesidad de ver destellos y satisfacer el calor de su cuerpo complementándose con el del rubio; por ende, sin vacilar y con sus dedos titubeantes tomó el extremo del suéter holgado y lo retiró, prosiguiendo con el delgado vestido que pronto cayó al suelo.
Meliodas pestañeó ligeramente al adquirir un ligero rubor en sus mejillas al ver tan hermosa diosa a los pies de la amplia cama: sus pequeñas curvas, la inocente y alba ropa interior ajustada a su cuerpo y su cabello cayendo en cascada, era tan perfecta que lejos de sus pensamiento pecaminosos, solo pensaba en encerrarla bajo su cuerpo y las sábanas para protegerla de cualquiera que se atreviera a hacerle daño mientras le murmuraba lo mucho que significaba para él. Sin embargo, Elizabeth quería que fueran sus tersas manos quienes le transmitieran todos esos genuinos sentimientos.
Tan pronto como arrastró sus rodillas sobre la cama hacia él, quedando a la altura de sus caderas, acunó su barbilla y atrapó su mirada esmeralda, hablando en silencio lo que quería que hiciera en ella.
— Con que era eso ¿huh? — sonrió con coquetería.
Verla tomar la iniciativa con unos ojos brillantes que lo incitaban a pecar sobre su ser y sus dientes mordiendo su labio inferior... ¡Carajo! Él quería ser quien los mordiera hasta escucharla gritar. Lanzaría al vacío cada muro con tal de mostrarle lo lejos que podría llegar por ella, lo dispuesto que estaba a renunciar a su desinterés por mostrar cada emoción y sentimiento que tenía guardado bajo su coraza.
Reconfortado por su aliento cerca de sus labios, su pecho agitándose paulatinamente y las palomas de sus manos deslizándose en su quijada, Meliodas deshizo la distancia en busca de su boca, trenzándose en un beso suave, tierno e inocente, mostrándose susceptible y vulnerable ante ella. Dejando al descubierto cada parte de él.
— Necesito... — corrigió. — Q- Quiero que me toques. — entre espacios para jadear, espetó elocuente y melosa. — Hagamos el amor, ahora. — Entrecerrando sus ojos, conectando con los de ella, se vio algo conmovido por la manera en que lo pedía: cohibida, pero directa y firme.
El rubio se reincorporó con la platinada sobre su mitad inferior, tomando con suavidad sus caderas para juntarla a su pelvis, suspirando con el aroma femenino restregándose en su cuerpo. Una diosa cegada por el placer y ansiosa de las manos del espécimen en cada curva de su piel.
Pronto sus labios se encontraron nuevamente en un baile lento y cálido, robando suspiros en cada bocanada, encendiendo la hoguera en sus manos inquietas. Meliodas entrelazó sus dedos con los de la mujer en sus caderas, amando la manera en que jugaba con su cabello y pidiendo que perdiera la compostura. Sus manos caminaron por sus delgados brazos hasta los hombros, tirando sin prisas el sujetador a medida que el beso avivaba sus impulsivos sentidos.
— Eli... — jadeó antes de intervenir con su lengua entre sus labios cerezas, buscando el acceso a su ironía. Dulce ironía, así lo describiría.
— ¡Ah! — abrió su boca en un suave vaho, callando con la intervención de su lengua y sonrojándose hasta las orejas con el frío endureciendo sus tiernos pezones desnudos. La prenda se perdió en algún punto de la morada.
La apresó por su cintura suavemente, envolviendo su espalda baja y tomándola por detrás de sus cabellos albinos, sujetando su nuca al momento de maniobrar con su cuerpo y dejarla tumbada sobre las sábanas con él sobre su figura.
— M- Mel... — alcanzó a jadear. En estado ansioso por el calor extendiéndose por su cuerpo desde su pecho y mejillas, desde la piel que era tenuemente tocada por su marido, Elizabeth arañó la camisa que cubría su ancha espalda, enterrando sus yemas y recorrer hasta sus hombros.
Al fin se soltó de ella con la falta de aire.
Exhalaron con un pequeño hilo de saliva que terminó en sus comisuras, aspirando su aroma y su aliento jadeante. Sus esmeraldas chocaron en un parpadeo lento contra sus ojos heterocromáticos en un tono lujurioso y ansioso. La necesitaba más que nunca; como todas las veces anteriores, como si nunca la hubiese tenido entre su brazos.
Extrañamente, una sonrisa que pintó en su rostro, juntando su frente con la de ella soltando un resoplido.
— ¿Qué pasa? — Cuestionó ante su silencio minucioso por su figura. Este le negó con un sonrisa antes de pasar su manos por su mejilla, acariciándola con el pulgar sobre su acendrada piel que fue mil veces opacadas por lágrimas, queriendo borrar todos esos dolores que crecieron de sus ojos y terminaron en sus labios.
¿Por qué llegaba a ser tan cursi con ella? Tal vez, siempre lo fue; cegado por un aborrecimiento al que se acostumbró y falsamente creyó. Al menos, solo sería con ella.
— Te quiero. — Como zafiro y oro sus iris brillaron entre el abrasador sonrojo. Quería llorar ahí mismo y pedir jamás despertar si se encontraba soñando.
— Te amo. — respondió. Se abrazó a su cuello, escondiendo sus suspiros en su hombro.
Sus manos interpusieron entre ellos para comenzar a desabrochar cada botón de su camisa, dejando a su mirada la leonada piel que amaba arañar y morder. Quería hacerlo en ese instante.
— Hmm, Eli... — gruñó al sentir sus labios recorrer su cuello, sus manos adentrándose bajo su camisa masajeando los músculos de su espalda. Sus mohines succionaban su mandíbula, rosaba con sus dientes la extendió de su yugular hasta su hombro a la vez que tiraba de la estorbosa prenda.
Meliodas se apartó ligeramente para ayudarle con la labor de desvestirse, acción que no tardó antes estar sobre ella con solo su ropa interior. No tardó en volver a estampar sus labios contra ella, fulminándose en el calor de su excitación que la impulsaba a abrazarlo por las caderas, motivando las suyas a frotarse continuamente entre respiraciones agitadas.
— Uh, Meliodas. — arqueó ligeramente su espalda insistiendo cada vez más deseosa sobre la erección del rubio tocando puntos erógenos.
— E- Espera, Eli... — forzó a tomar sus caderas y apartarla suavemente de las suyas. Si continuaba así, no soportaría la necesidad de hacerla suya una y otra vez; sin embargo, quería tomar su tiempo para recorrerla por completo. — Tranquila, tenemos esta y todas las noches que quieras. — Murmuró en un tenue tono ronco, consiguiendo un suspiro en respuesta.
La albina no dijo nada. Sé dedicó a ver como el rubio relamía sus labios antes de dar un casto beso en los suyos, continuando con en la nariz y su frente, prosiguiendo en sus mejillas y su mandíbula antes de seguir la odisea en su oreja, causándole escalofríos.
— Hmm... más... — jadeó. Sentía sus dientes mordisquear ligeramente el lóbulo, succionaba su piel ligeramente, frunciendo sus labios en cualquier punto de su piel. Pronto dejó de torturarla y bajó por su cuello.
Embriagado con su aroma y la manera en que se agitaba, no dudó en trazar su silueta con su mano izquierda, sintiéndola temblar de anticipo al dar una casta caricia en el costado de su pecho y caderas. Continuó haciendo esta acción por varias veces hasta que sus labios llegaron al nacimiento de su par de montañas albas, erguidas y frustradas.
— Ah, Meliodas ~ — Rápidamente atrapó sus cabellos rubios entre sus dedos, invitándolo a que continuara con esa deliciosa acción al atrapar su pezón entre sus labios.
Jugaba con el, usaba la punta de su lengua en movimientos circulares sobre su aureola antes de succionar su botón melocotón; a la vez, su otra mano se ocupaba de estimular al gemelo, dándole masajes suaves y utilizando su pulgar sobre su pezón. Elizabeth no podía detenerse a tomar aire. Jadeaba cada vez más ruidosa, el hormigueo en la unión de sus piernas era a cada caricia insoportable. Quizás era porque estaba más sensible de costumbre pues, sentía que podría llegar a su clímax con solo la estimulación en sus pechos.
Sin embargo, el rubio soltó su pecho, pasando en un puente de besos al seno izquierdo para darle las mismas atenciones, esta vez siendo más vehemente.
— Ngh... — gruñó el rubio sobre el botón, Elizabeth no quedó atrás sobre el juego previo: alzó su rodilla entre las del rubio para comenzar a frotarse contra su dura entrepierna, presionando su longitud con tentativa. — ¡Elizabeth! — comenzó a jadear, contrayendo su vientre de los hormigueos que provocaban esa caricias y los rasguños en el inicio de su espalda.
Le excitaba su manía de enterrar las uñas en su piel y su atrevimiento al tocarlo de esa manera. La oji bicolor se percató de esto.
— Alguien por aquí también está ansioso. — se burló con una risita, insistiendo sobre su miembro aún más marcado sobre su prenda interior. Los ojos opacos en lujuria se dirigieron a ella con una picardía en su sonrisa ladina.
— Solo por ti. — deposito un último beso entre sus senos y continuó su camino.
Sus besos se exparcían por su cuerpo a la altura de su vientre, donde se detuvo a admirar el tenue hinchazón. Apenas se notaba, pero eso le causaba una extraña emoción y necesidad de protegerla celosamente con uñas y dientes, como un vil demonio resguardando la sombra de un bello ángel.
— N- No te quedes ahí solo mirando. — insistió inquieta al ver como Meliodas se quedaba perdido en la vista de su zona femenina. Por otro lado, el aludido sonrió al salir de sus pensamientos.
— Hemos hecho esto varias veces. — acariciando el interior de sus muslos, logró darle a su rostro un mejor acceso. — Creo que ya no hay nada que no haya visto.
— Uuh... P- Pervertido. — mordió su labio inferior al sentir su aliento cálido recorriendo su piel sensible al mismo tiempo que apoyaba sus pantorrillas sobre sus hombros.
— ¿Te confieso algo? — Murmuró con una voz ronca que erizó su punto más sensible. — Me encanta esta vista.
— ¡Meliodas! Aah, ah ~ — su cabeza se tiró contra la almohada y sus manos se aferraron desesperadamente en las sábanas blancas al sentir los labios masculinos presionarse contra la humedad de sus bragas.
Podía sentir como se mojaba cada vez que empeñaba su boca sobre la tela, cataba su casto sabor cada vez que su lengua presionaba en su hendidura. Amaba como se retorcía sobre él y sus muslos lo aprisionándolo. Sus gemidos aglomerados en su nombre era un divina tortura para su audición y sus caderas moviéndose en busca de terminar su frustración, tuvo que sujetarla para mantenerla quieta.
— Kgh... por favor... — sus manos volaron a sus cabellos rubios, llorando de placer al sentir usar su pulgar para estimular su perla hinchada, rogando que se detuviera. — ¿Huh?
— ¿No quieres que siga? — lo vio relamerse los labios antes de continuar succionando al interior de su pierna, recorriendo su lechosa piel y dejando pequeñas marcas. Elizabeth no lo soportaría más; la manera en que sus dedos engancharon su ropa interior para apartarla lentamente de su feminidad era tan seductora que no podía esperar a aliviar ese hormigueo abrazador.
Una vez estando dispuesta, tomó su rostro guiándolo al suyo para tomar posesión de su boca, sorprendiéndolo por la manera tan voraz de reclamarlo. Para su satisfacción, la albina arañó su pecho, guiándose entre los músculos de su estómago hasta su zona v, donde liberó un siseo al tomar su virilidad: erguida, dura y ansiosa por adentrarse en su interior.
— Quiero sentirte dentro de mí. — Jadeando, comenzó a mover su mano de arriba a abajo, motivándolo a acatar sus rigurosa petición.
Meliodas gruñó. La manera en que apretaba su miembro y pasaba su pulgar sobre la punta aceleraba su ritmo cardíaco, obligándose a respirar entre bocanadas. Rápidamente la apartó por su muñeca, tomándola por ambas sobre su cabeza con su mano diestra a la vez que la zurda se encargaba de tomar la base de su pene, guiándolo entre sus pliegues.
La peli plata se removió agitada e inquieta, tratando de impulsar sus caderas, pero el rubio -por más deseoso que estuviera por hundirse en su estrechez- solo se restregaba entre sus labios mayores, presionaba su botón rosado logrando desesperarla.
— Pídelo. — sus pies empujaban su espalda baja, pero Meliodas se empeñaba en mantener una tortuosa distancia. Tampoco podía arañar como quisiera, su vulnerabilidad no podía competir con la fuerza apresando sus manos inquietas. — Ruega por lo que quieres, preciosa. — esta vez se acercó a su oído para soltar un gemido, pasando su cálida lengua detrás de su oreja, siendo este lugar no el único en mojarse.
— Hmm. — arqueó su espalda, la corriente acariciándola hasta la unión de sus piernas fue suficiente para borrar cualquier vergüenza. — ¡Quiero que entres en mí, Meliodas! — su grito fue callado enseguida con sus labios contra los de ella, dándole la oportunidad de entrar en ella en una suave estocada, tragando su alarido.
Una bocanada se evaporó en su garganta, suspirando con la lenta oscilación entre sus caderas y sus cuerpos complementándose. El calor sólo se avivó en la unión de sus cuerpos y mejillas, descontrolando sus respiraciones y el bombeo de sus corazones.
— Mel... — el golpeaba dentro de ella una y otra vez con fuerza, aumentando la velocidad de sus embestidas continuamente hasta que la respiración fue exigente y sus grandes pechos comenzaron a balancearse al compás. La forma en que la reclamaba en contraparte de sus caricias, hablaban más de lo que podía exprés.
Sus plañidos de gozo y nombres titubeantes apenas lograban ser audibles. Siseos y jadeos se unieron en la migración de sus cinco sentidos, erizado cada tramo de piel.
— Hmm... Elizabeth. — La aludida cerraba los ojos, lo abrazaba por las caderas, echaba su cabeza hacia atrás y su cavidad lo recibía tiernamente que tenía que concentrarse en no perder por completo la cordura y penetrarla con violencia. Sin embargo, justo antes de llegar a la cúspide del clímax, el rubio detuvo sus movimientos, dejándola caer nuevamente a las faldas del éxtasis.
Los ojos bicolores le vieron frustrada y reprochando en silencio.
— ¿Por qué... Por qué t- te detienes? — jadeó con un fuerte sonrojo en sus mejillas e incómoda por la sensación en su clítoris. Demon liberó sus presas muñecas y lentamente salió de ella, con la sensación de frío envolviéndolo.
— Volteáte, preciosa. — los ojos bicolores se ampliaron bochornosa y callando un chillido de sorpresa. — ¿Tienes objeción? — reprimió un gemido al ver su rostro imperativo y dominante.
— Honestamente, era muy tímida para pedirte que intentáramos algo diferente. — admitió en un ligero tono coqueto, empujándolo por el pecho para tener mejor movilidad al momento de posarse sobre sus cuatro extremidades sobre el lecho para darle un buen panorama de su trasero. — No dejes esperando a tu señora, Demon. — tirando una mirada intensa sobre su hombro y contoneando sus caderas, jadeó al ser tomada por sorpresa. — ¡Aah!
El rubio empujó su mitad superior contra el colchón, teniendo la oportunidad de alzar sus caderas a la altura de las suyas.
— Relájate, Eli. — aconsejó al momento de entrar nuevamente en ella, sintiéndola más apretada alrededor de su miembro.
— ¡Aah! ¡M- Meliodas! — una vez completamente en su interior, el rubio se dio la tarea de empezar sus embestidas, chocando su piel contra ella hasta lograr un ritmo gratificante que seducía cada parte de sus cuerpos. — Más, más... ¡Así!
— Elizabeth... Eli... — Tomó sus manos y las mantuvo sujetas sobre sus espaldas, teniendo otro método para impulsar su frenético vaivén vehemente. Su pecho ardía del calor en su corazón, apenas podía respirar, su cuerpo se roció en sudor que caían a perderse entre las sábanas.
Por otro lado, la mujer lloraba y se desmoronaba en las deliciosas sensaciones provocadas por su rubio. Cada vez que golpeaba contra su cuerpo, la agitación incrementaba a modo que no lograba pronunciar su nombre completamente. El oji esmeralda se inclinó sobre su espalda húmeda, succionado la piel rociada en gotas de calor, desocupando una de sus manos para entrometer su dedo medio e índice sobre su perla en movimientos circulares que lograron un grito cargado en éxtasis.
— ¡Kyaaa! — su rostro se escondió en la almohada, sus piernas temblaron y su vientre se contrajo en sincronía de sus embestidas, logrando que sus muslos escurrieran y apretaran su longitud, llevándolo a su tan esperado orgasmo, uniéndose a ella en busca de un suspiro.
Elizabeth -cansada- cayó rendida boca abajo mientras su esposo se posó a su lado, jadeando ruidosamente por unos segundos. Buscó su mirada, encontrándose con uno peculiar brillo resaltando entre su sonrojo y una sonrisa satisfecha escondida en la almohada.
— ¿Estás bien? — se acercó a ella, deslizando un inoportuno mechón detrás de su oreja. — ¿Te gustó? — se hundió entre sus hombros algo avergonzada, cambiando su postura para poder perder su vista en el techo. Asintió ligeramente.
— Por poco no siento las piernas. — relamió sus labios con una traviesa sonrisa. — Hmm, deberíamos hacerlo más seguido. — el rubio negó ligeramente oprimiendo el sentimiento penoso.
— Nishishi, Eli... — la estrecho entre sus brazos, depositando un beso en su frente. — Mi Eli. — Recalcó causando nuevamente el bombeo turbio de su corazón.
Tanto su cuerpo como corazón estaban más que satisfechos. Esta tembló ligeramente.
— Uh, ¿A qué hora comenzó a hacer tanto frío? — Meliodas buscó las sábanas y se encargó de arroparla del repentino ambiente que gélido que se transpiraba del exterior.
— Ya anocheció. — el manto nocturno se asomaba entre las cortinas de las ventanas, pero poca atención prestó al horario. Para extrañeza de su mujer, el pelirrubio se ocultó por debajo de las sábanas hasta quedar a la altura de su estómago.
— Hum. ¿Qué haces? — apenada, alzó la sábana para ver su curiosa acción de mantener un sereno -y a la vez gracioso- ceño fruncido.
— Estoy pensando. — pero la albina soltó una risita mientras negaba por tal acción indescriptible. — ¿Qué?
— Soy feliz. — suspiró volteando la mirada, dejando sus manos jugueteando sobre sus cabellos rubios. — Sigo sin creérmelo; por un momento creí que estarías molesto o te enfadarías.
— ¿Por qué lo dices, preciosa? — arqueó la ceja.
— No sabía como reaccionarías respecto al bebé. Tenía miedo a decírtelo. — tragó saliva volviendo al encuentro de los iris esmeraldas.
— Honestamente estaba molesto como angustiado por ti. Te notaba algo extraña e incómoda y no me decías que te ocurría. — relamió sus labios. — Cuando vi la prueba de embarazo, fue que entendí muchas cosas y creí que había sido muy duro contigo. ¿No pensabas decírmelo si yo no me enteraba?
Era obvio que en un punto se hubiese visto obligada a decírselo, sea con sentimientos de por medio o no, era un derecho obligatorio que él tenía por saber.
— Quería que primero supieras de mis sentimientos por ti. No quería que estuviéramos juntos solo por un hijo de por medio. ¿Entiendes? — Torció una mueca a lo que este apretó los labios en una línea pensativa. — Aún así, en algún momento lo habría hecho.
— Lamento haberte hecho dudar. — gruñó ligeramente, a la vez que se abrazaba a su estómago de forma infantil. — Prometo mejorar mis expresiones y ser más abierto contigo. — una segunda risita escapó de sus labios.
— Zel tiene razón. Tienes tu lado sensible.
— Hmm, solo lo seré contigo. Nadie más tiene que saberlo. — Dijo para girar su rostro y concentrarse la superficie de su estómago donde albergaba su descendiente, mismo que lo llenaba de preguntas. — ¿Cuánto tiempo lleva el intruso aquí?
— No sabría decirlo. Me voy enterando apenas unos días. — esta vez, se tornó roja y avergonzada. — Recordando las veces que tu y yo hemos tenido intimidad, podría decir que casi los dos meses. — el rubio trazó un puchero.
— De cualquier forma, ya hice una cita en una clínica y con una ginecóloga para que lo confirme. — esta vez, Elizabeth frunció el ceño. — ¿Qué? No me iba a quedar tranquilo sabiendo que ibas de un lado a otro como si nada. — explicó logrando que su molestia se suavizara.
— Está bien. — no podía negarse a un chequeo. — Fui muy descuidada y no analicé los riesgos. Podemos decir que seguiste tu instinto paterno. — se alzó de hombros.
— Es muy pronto para eso y dudo que eso exista. Eres mi mujer, es normal que me preocupe por ti. — Esta vez dejó un beso sobre su vientre y regresó a su lado. — Deberías dormir, mañana haré los ajustes para que puedas trabajar sin muchos esfuerzos.
— Meliodas, estoy embarazada, no soy inútil. — Tal vez estaba esforzándose demás, pero debió pensar que por la actitud del blondo, este tomaría métodos drásticos.
— Sabes que no me refiero a eso. — reposó su sien sobre su mano para poder verle, detonando su preocupación. — Has pasado tanta presión y estrés; puede afectarte a ti y al pequeño inquilino.
Esto se le hizo algo gracioso.
— ¿Por qué lo llamaste hace rato "intruso"?
— Como tú, llegó cuando menos lo esperé; como un intruso en mi monotonía. — Alzó sus comisuras en ternura. — Pero eso no significa que no lo quiera o me no me haga feliz tenerlo. Aunque, me hubiese gustado no tener que compartirte por un tiempo más.
— Solo espero que no te pongas celoso de tu propio hijo. — el entrecejo de Meliodas se arrugó levemente con una mueca.
— No soy celoso. — aclaró.
— Claro que si. Eres el más celoso que he conocido. — se mofó entre dientes.
— ¿Quieres decir que conoces a más celosos? — en ese instante la ceja de Elizabeth se alzó y los esmeraldas se ampliaron al darse cuenta de sus palabras. — Carajo. — chistó.
— Aún así, no quiero que cambies. — cansada, se aferró a las orillas de las sábanas para buscar calor.
— Te dará frío si duermes así. ¿Quieres tu pijama? — pero antes de responder, el rugido del estómago resonó en el corto silencio.
— Lo siento. — musitó avergonzada. — Tanta actividad me abrió el apetito. — Meliodas negó divertido por esto. Se levantó de la cama y se sentó a las orillas para buscarlo su ropa en el suelo.
— Entonces, primero a vestirnos, y luego bajaremos a comer algo. — la albina asintió eufórica.
— Me parece perfecto. — se reincorporó sobre su lugar con las telas sobre su pecho, observando a su cónyuge deslizar sus pantalones. — Meliodas... — el aludido le volteó a ver con atención. — Te amo.
Y mientras tuviera la oportunidad de poder decírselo, lo aprovecharía en cada momento. Demon solo sonrió y se acercó a ella, alzando su rostro por la barbilla para atrapar sus labios con ternura, respondiendo a sus palabras.
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Bueno, pues dije un lemon de reconciliación xD
Algo tierno y a la vez candente. ¿Qué les pareció?
Puede que los sentimientos entre ellos estén ahora más que claros, pero esta historia va para largo y cualquier cosa puede pasar >:3
Sin más, gracias por leerlo.
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