Capítulo XXVI
Después de casi mandar a la máuser todo wattpad y calmar mis niveles de estrés, decidí dejarlo como un capítulo aparte. No quería que tuviesen la molestia de releer el capítulo anterior y mejor lo dejaré así.
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El alivio de tenerla y estrechar entre sus brazos, saber que no la perdería, ni faltaría su presencia en cada segundo de su vida, era un reconfortante viaje en el abismo: profundo, asfixiante de tantos sentimientos, lleno de sorpresas y, contrario a la superficie, estaba en calma con ella. Se hundiría con ella hasta tocar el fondo.
Temblorosa al sollozar, su nariz enterrándose en su cuello buscando jadear en una oportunidad de no despertar, se separó lentamente de ella, buscando sus ojos llorosos sobre su sonrisa. ¿Por qué tuvo que hacerla llorar? Su sonrisa era hermosa, pero ¿Cuánto dolor le costó? ¿Cuántas lágrimas se derramaron para que lo lograr?
¿Cuantas tristezas más costarían para ser feliz? Esa simple pregunta le aterraba.
Se maldijo. Mil y una veces más por cada lágrima que derramó por su culpa.
— Lo siento. — su gesto transmitió duda por su disculpa. — Por tener que llegar a esto para que yo tuviera que ser honesto contigo. Jamás fue mi intención lastimarte de esta manera y hacerte sentir obligada a renunciar. — sus ojos verdes titubeaban, como si en algún punto entre sus palabras se quebraría en llanto.
Nunca lo admitió, pero llorar en silencio es lo mejor que sabía hacer cuando requería reforzar su coraza de serenidad.
— Shh... — pasó su índice sobre sus labios antes de acunar su rostro. — Esta bien. Tu no eres muy expresivo y yo me precipité drásticamente por lo que dijo Chandler que me fue sencillo querer huir antes de que algo más hiriera mis sentimientos. — apartó esos mechones que cubrían sus ojos avergonzados para apreciar su vivo color. — Solo me importa estar contigo, sin importar los demás.
Pese a lo que decía, habían muchas cosas que se contradecían entre sí. Una parte de ella era honestidad; la otra mostraba confusa vacilación.
— Creí que odiabas los compromisos. Eso dijiste. — relamió sus labios. — No dudé en que pedirías el divorcio en seguida, en cuanto tuvieras la oportunidad de alejarte de mí, pero jamás esperé lo mucho que eso me iba a doler. — Elizabeth negó un par de veces.
No iba a negar que era cierto. En la mínima oportunidad que tuviese de escapar, lo haría sin pensarlo; sin embargo, eso fue antes de caer rendida ante el rubio.
— Viví aferrada a la palabra de muchas personas, e inclusive a la tuya. Me convencí que si yo no te amaba, no saldría lastimada otra vez. Al final, nos lastimé a los dos por ser tan dramática y precipitada. — limpió sus mejillas mientras soltaba una risita irónica seguido de un suspiro. — Lamento ser inoportuna y haber escuchado tu conversación con Chandler. No debí insistir en venir y...
— ¿Quién te trajo? Yo iba a ir por ti. — volvió a preocuparse.
— Me preocupé de tu retardo que le pedí al chófer el favor. — rascó su mejilla algo avergonzada. — De no haber venido, no me hubiese puesto tan dramática.
— De cualquier modo te lo hubiese dicho. — Tomó sus manos entre las suyas, acariciando sus nudillos con los pulgares antes de besarlos con cierto cariño que robo más de un suspiro. — Voy a deshacerme de los contratos. — Dijo con firmeza, logrando un jadeo de la albina. — No quiero que sean unos papeles los que nos tenga juntos, así, cuando te aburras de mí, puedas tener la libertad que querías. — Elizabeth sonrió, incapaz de apartar la mirada de sus esmeraldas que tanto amaba.
— Con o sin contrato... — acercó su rostro al suyo, aspirando su aliento en una vigorosa necesidad de complementarse mutuamente. — Siempre seré tu señora, Demon. — no dudó en pegar sus labios a los de él, insistiendo en poner empeño en transmitir todos esos intensos sentimientos que Meliodas recibió con gusto.
Entrelazando sus dedos, pegó su cuerpo con el suyo, ladeando su cabeza para tener un mayor acceso a su boca; sin embargo, no evitó musitar un gemido al sentir su lengua rozar sus labios cerezas. Por segunda ocasión, su gesto fue interrumpido antes de que la emoción cargara sus cuerpos y no tuvieran más alternativa que culminar en combustión. Pero simplemente, Elizabeth no quería detenerse.
— Hmm... Creo tu abuela me odiara aún más. — La albina pestañeó un par de veces. Una nueva preocupación se asomaba sobre sus párpados. — Lo menos que quería era que tu y yo tuviéramos una relación. ¿Qué dirá cuando se entere de tu embarazo? ¡Creerá que es un error! — podría olvidar el tema y dejarlo para después, pero las preocupaciones pesaban sobre él y sobre cualquier consecuencia que pudiese ser perjudicar para su mujer.
No se arriesgaría a exponerla de una forma u otra.
— No me interesa lo que piense ella. Si no le parece lo nuestro, no tengo porqué acatar sus opiniones. — Aseguró.
— ¿Y si insiste? Elizabeth, perdóname que desconfíe de ella, pero no quiero que pase algo de lo que podamos arrepentirnos. — No se arriesgaría a que los acontecimientos sucedieran. La necesidad de protegerla era muy fuerte como para ignorarlo. — Deberé tomar medidas más preventivas.
— ¿No exageras? — Negó rápidamente.
— Mael pudo herirte mientras no estuve. Pudiste estar en peligro tu y...
— Contigo me siento segura. — posó sus manos sobre su vientre, sonriendo tímidamente. — Estaremos seguros. Por favor, deja de tener miedo.
— Es solo que no soportaría perder por segunda ocasión algo tan preciado para mí. — Vivirlo de nuevo. Tenía miedo que en la cúspide de su felicidad volviera a repetirse la tormenta en la que tanto luchó para estar en calma. Perder a alguien mucho más cercano sería una avalancha que terminaría por destrozarlo, bajo capas de frialdad y pena.
Elizabeth mostró una mirada cálida, sin ninguna pizca de temor o inseguridad.
— Tu y yo, vamos a hablar en claro. — pestañeó un par de veces. — Pondremos la orden de restricción y dejaremos en claro a todos los que se opongan que este niño no es un error, ¿si? — suspiró recuperando su compostura.
Debía calmar su inquietud y confiar más en su mujer.
Esbozó un curva y asintió ligeramente; algo cansado y amortiguando un quejido, y es que, soltar tantos sentimientos a la vez sin estar acostumbrado era agotador.
— Primero tendremos que darle la noticia a tu madre. Estoy seguro que ella nos apoyará en esto. — la emoción inundó los ojos bicolores.
— Mañana después de la jornada, iremos. Sirve que puedes decirle a tu hermano. — esta vez, una mueca nerviosa acompañó al rubio.
— Ugh, no quiero imaginar su expresión. — Soltó una bocanada en bajo rascando su nuca. — Primero gritará por todos lados de emoción y después terminará con malas bromas al respecto. — no quería ni imaginarlo. Tanto Zeldris como Ban no perderán tiempo en soltar de sus ridículas mofas alrededor del tema de su hijo.
Sin embargo, Elizabeth seguía entusiasmada en la idea de no tener que seguir ocultando su embarazo.
— Estoy ansiosa por decírselo a Liz, a tu tía Derieri, mis primas... — Meliodas se volvió a alertar.
— Elizabeth, preciosa. — se detuvo a verle enseguida. — Solo hay que ser discretos. No quiero que nuestro hijo sea farándula, tampoco quiero entrometidos ni que todo el mundo se entere como si fuese entretenimiento.
Una cosa era que su imagen fuese alterada para alimentar el amarillismo, otra era que afectaran su vida personal.
— Lo sé. Hablo de los más cercanos. — esto le alivió un poco. — Sé lo importante que es para ti la privacidad. Aunque tampoco me agrada la idea que crezca rodeado de cámaras. — Pero, por más que las vacilaciones desaparecieran, otra nueva llegaba a su cabeza. — Algo más te preocupa.
Soltó el aire atormentado en su pecho; era imposible ocultarse de ella por más que tratara de mantenerse sosegado. Apretó los labios y bajó la mirada en un ademán temeroso poco familiar para la albina.
— ¿Qué pasará si no soy un buen padre? — por un rato le dio la espalda a la mujer, abrazando su cuerpo algo ansioso. — Eli, dije que estoy dispuesto a pasar cada momento y cumplir mi responsabilidad; estoy dispuesto a fracasar para comprenderlo, pero ¿si no soy suficiente? ¿Si no llego a ser comprensible? ¿Qué pasará cuando tenga diez años y yo no pueda cambiar mi manía de serenidad? — Elizabeth sonrió con ternura, aliviada de no ser la única con ese sentimiento de miedo a fallar como progenitora.
Dejó que vagara por sus temores antes de abrazarlo por la espalda, posando su barbilla sobre el par de mechones y acomodando su cabeza entre sus senos.
— No apresures mucho las cosas y lo que pasará. ¿Te haría mejor ir con Zaratras? — el rubio alzó la ceja, buscando respuesta en su pregunta. — Ya sabes, pedir un consejo o que te ayude a no pensar en eso. Te has abierto completamente a mí, ya es un gran paso. Lo importante es que no retrocedas.
Su terquedad y orgullo gritaba en negarse; su cordura lo invitaba en tomar en silencio la mano al la idea de Elizabeth.
— Tienes razón. — un recordatorio volvió a su cabeza. — Por cierto... — Su mano zurda buscó en los bolsillos de su pantalón antes de tomar la mano de su esposa y mostrar la sortija. — ¿Me permites?
— Por favor, no quiero volver a pasar por arreglos de boda. — ambos rieron despreocupados, a la vez que deslizaba el anillo de vuelta al anular de la albina.
[...]
Horas de charlas triviales entre risas, bochornos y recordando épocas pasadas donde se encontraban sentimientos en un oleaje con cada cambio de tema, el anochecer se acercaba poco a poco, y con ello la culminación de ese planeado encuentro con el afán de comenzar a diestras las pases con Briar. Era incómodo, aún, pero de cierta manera seguía pareciendo una idea agradable.
— ¡No tenía idea que cocinaras maravilloso! — felicitó la mujer ante el plato de pastas. — ¿Dónde aprendiste?
— Quiero creer que es de familia. — Indicó Zeldris con algo de vanidad. — Meliodas es quien heredó la mala mano culinaria de mi padre. — Soltó una risa y pinchó un porción para degustarlo con tranquilidad.
La pelinegra negó en una risita. Llegó a probar lo que su exmarido intentó cocinar en insistentes ocasiones, siendo su estómago la víctima de albergar un temible dolor después de ingerir un sebosa comida de sabor asqueroso. Aun siendo la comida más simple, terminaba siendo el peor platillo por más que su apariencia engañara.
— Debe ser la falta de práctica. — Trató de convencer, pero el Demon negó. Conocía a su hermano a la perfección como para sostenerse a su afirmación: ni practicando por un milenio mejoraría ese sazón asqueroso.
— Con mi hermanos, nada se soluciona ni con práctica. En cambio, Gelda y yo de vez en cuando nos gusta experimentar en la cocina. — le tiró una mirada enternecedora a su esposa, quien cerró sus ojos con un tenue sonrojo.
— Pero mami termina enojada porque papá se come todo antes de servirlo. — Interrumpió Amice, avergonzando a su mayor con sus palabras. — Papá es algo egoísta cuando se trata de postres. — se cruzó de brazos con un puchero, causando ternura a Briar.
— No me quejo. — el acusado se hundió de hombros y siguió comiendo.
— Recuerdo que cada vez que cocinaba, tu siempre estabas ahí curioseando en todo lo que hacía. — Comenzó la mujer mayor con ensoñación al volver en esas alegres época. — Terminabas bañándose más de una vez. Cada vez que entrabas a la cocina, salías manchado de dulce, sin olvidar el desastre que hacías con tu hermano. — La rubia soltó una risa por esto.
— El señor Froi me mostró esas imágenes de Zel. Era tan adorable verlo ahí. — inevitable, el oji verde terminó sonrojándose a regañadientes mientras negaba.
— Alguien tenía que terminar avergonzando. — suspiró. Ese día, en la primera vez que presento a Gelda como su novia ante su padre, este no perdió el tiempo en llevarla a la sala y darle el álbum familiar, mostrándole -en su mayoría- fotografía de Zeldris en distintos años y distintos acontecimientos.
Una imagen peor que la anterior que, por un momento, creyó que la rubia saldría huyendo.
— ¿Entonces, tú y Meliodas siguen al mando de la empresa Demon? — cambió el curso de la conversación, esperando que el bochorno del varón se desviara. — Me imagino que deben hacer un trabajo impecable e inmensurable. — Este carraspeó.
— Creo que Elizabeth se lleva más el crédito. — admitió rascando su nuca. — Claro que mi hermano y yo hacemos nuestro mayor esfuerzo a nuestro alcance, pero desde que ella pisó su lugar, las cosas avanzaron muy rápido. — sin embargo, había algo que aún no convencía a la mujer y, debido a la situación, no se atrevió a cuestionar.
— Creí que Demon odiaba a Goddess.
— ¿Por qué dice eso? — Curioseó la rubia.
— La principal razón por la que Melias me obligó a firmar el contrato fue porque no quería relacionarse con esa familia. — posó su índice sobre la barbilla con dubitativa. — Por lo poco que sabía, ambos acordaron un contrato o algo parecido. — tanto los ojos rojos como verdes se vieron confusos.
— Mi padre juntó a Meliodas y Elizabeth precisamente por esa razón; porque quería terminar con esa enemistad. — Agregó para la inquietud de Briar. Por otro lado, prefirió dejarlo de lado y no indagar más en el asunto.
— Tendré que preguntarles directamente. Eso si acepta hablar conmigo. — sonrió con ligera tristeza. Era más que sabido que el rubio pudo aceptar la presencia y cercanía de la mujer, pero parecía no querer dirigirle la palabra.
— Solo dale tiempo. Podrá ser muy terco y cerrado, pero estoy seguro que no podrá ignorarte para siempre. — la pelinegra soltó un suspiro en bajo.
— Papi, quiero ir con el tío Meliodas y la tía bonita. — Exigió Amice al tratar de entra a la conversación que claramente aún no comprendía. — ¡Vamos ahora!
— Es muy tarde para eso cariño. — su puchero se torció por esto. — Otro día será, mi niña; además, ha habido mucho trabajo y deben estar muy ocupados. — está vez Zeldris torció una mueca perezosa. — Se acerca una importante reunión de gala con extranjeros.
— Tal vez unas vacaciones de verano no harían mal, cariño. — Animó Gelda. — Aún faltan unos meses, pero ya tiene mucho que no nos apartamos de la urbe.
— Entonces, tengo tiempo para convencer a Meliodas de un viaje familiar. — los ojos de la menor de la familia brillaron en emoción. — Espero no se ponga de aguafiestas como la última vez.
— ¿Cuándo fue la última vez que salimos juntos? — Gelda suspiró.
— Hace años. Casi ni lo recuerdo. — Habían pasado casi tres años de su último respiro lejos de la urbanización y la contaminación de la ciudad que la idea de vacacionar y pasar un buen rato fraternal con el rubio no le parecía una mala idea. — ¿Nos acompañarás, verdad? — se dirigió a Briar, pensando que dejando el estrés en su lugar de origen suavizarían la convivencia entre su hermano mayor y su progenitora.
La mujer sonrió.
— Si me lo permiten, si.
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Bien, hice las correcciones prometidas y traté de hacerlo más sincero para los personajes. Espero que les haya gustado QwQ
Si todo sale bien, para mañana estaré publicando el siguiente en la tarde-noche.
Otra cosa:...
¡Enhorabuena! Esta vaina llegó a 2k☆ . Ya saben cuál es la tradición ;3 Una pregunta por persona y yo respondo "si" o "no" (aunque sé que algunos se emocionan de más y hacen más de una pregunta) xD
Sin más, gracias por leer.
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