Capítulo XXV

— ¿Zel? ¿A dónde fuiste, cariño? Tardaste un largo rato. — cuestionó la oji rojo con cada una de sus manos a las caderas, viendo a su marido entrar con un desdeño tedioso.

— Cusack tenía algo que decirme, pero no fue gran cosa. — jadeó rascando su nuca. — Parece que hubo un problema algo tediosa con algunos contratos de papá. No lo sé, ya no me dijo más; solo se quedó discutiendo con Chandler. — se alzó de hombros y poca importancia le dio al asunto. Pero Gelda se mantuvo algo pensativa.

— ¿Tu hermano no estaba ahí? — recibió una negación en respuesta.

— Parece que Meliodas tuvo un mal día y una fuerte disputa con Chandler por eso mismo. Habrá metido las narices donde no le incumbía, ya lo conoces. — volvió a suspirar. — Por lo que estoy enterado, encontraron papeles sin supervisar y contratos vigentes.

— Espero no sea algo grave. — añidió la blonda. — Mañana le preguntaré a Eli, tal vez ella esté enterada de algo. — Si de algo podía estar segura es que el tema alrededor de contratos era un problema de temer, sobre todo cuando se trataban de términos personales: tanto los registros matrimoniales de Meliodas y Zeldris eran la cúspide de toda la dinastía; que estos fuesen manipulados conllevababan un severo problema dentro.

— Tal vez, pero por ahora no te preocupes por eso, linda. ¿En dónde está Amice? — cambio de tema, de un gesto fatigado a una sonrisa jovial. Gélida por su parte se cruzó de brazos y apretó los labios en serenidad.

— En su recamara, jugando con la ridícula colección de muñecas caras que "don consentidor" le compró por capricho. — el nerviosismo no se escondió de su gesto.

— Creí que ya no seguirías molesta por eso. Solo es una colección. — Pero antes de responder con algún regaño o protesta, el llamado a la puerta salvo por esta ocasión al más bajo.

— Lo discutiremos en otro momento. Tu madre seguramente ya llegó.

— Yo la recibiré. — se adelantó a decir dejando a su esposa con el suspiró en la boca.

— Iré por Amice.

A pesar de todo lo pasado y lo sucedido después  de enterarse sorpresivamente de que su madre seguía viviendo, se encontraba calmado y sin ninguna opinión al respecto. Estaba molesto por sus acciones y aún no terminaba de perdonar de la lista larga los errores que causaron tanto dolor en su padre, hermano y él; sin embargo, no guardaba rencores que pesaban en su conciencia. Permitirle que conociera a su hija y comenzara a tener acceso a la diaria convivencia era prueba de eso.

Al abrir la puerta se encontró con esos ojos esmeraldas que tanto lloraron en silencio y una corta cabellera negra.

— Zeldris. — sonrió.

.

Agradable, así se nombraría la tarde de visita. Briar quedó deslumbrada y encantada frente al espíritu impetuosa e inocente en Amice, recordándole nuevamente esos años pasados, cuando tenía una vida tranquila e incompleta; sin embargo, eso no la volvió infeliz. Amaba a sus hijos, extrañó con dolor y lamento haber confiado en alguien tan egoísta. Incluso, sus intensos deseos de llorar volvieron al ver a la pequeña peli negra corriendo por todos lado, con una lluvia de preguntas a cada segundo; como su pequeño Meliodas refunfuñando de curiosidad o Zeldris queriendo cualquier cosa que tuviese entre manos.

— Es una niña adorable y hermosa. — suspiró en melancolía antes de dirigir la mirada a ma pareja. — Mencionaron que adoptarían uno más. — Gelda asintió.

— Así es. Un niño más en la casa sería perfecto antes de tener propios. — Dijo en una risita, avergonzando a su cónyuge. Claramente sería un largo proceso, pero eso le daría el tiempo para tener más tiempo con su mujer. — No quiero que Amice se sienta tan sola con una niñera.

— ¿Por qué no pensaron en tenerlos antes? — Curioseó.

— Creo que en parte era el compromiso que conlleva el embarazo y las complicaciones. — Carraspeó. — El trabajo, el poco tiempo, las responsabilidades... es más fácil adopatar un niño de cuatro años que buscar tener la oportunidad de tenerlos y pasar por todo el proceso de crianza. Puedo decir que no estábamos listos para que yo me incapacitara por un embarazo. — finalizó.

— Veo que te gusta planear. ¿Madre estricta? — asintió sintiéndose comprendida.

— Alguien tiene que ponerle un control a este impulsivo. — No era como si en realidad no deseara tenerlos, pero ser cuidadosa y planear todo en tiempo y forma era prácticamente una obsesión en su vida; si fuera por el oji verde, llenaría la casa de niños mientras jugaba a la niñera.

— Que esperaban, al igual que mi padre, me gusta actuar y después pensar. — se defendió alzando los hombros. — Creo que tu mejor que nadie sabía lo testarudo que era papá. — Briar confirmó con una risita.

— Definitivamente, lo era. Y por mucho.

[...]

Su corazón entró al limbo por segundos, deslizándose en la línea limítrofe entre el dolor y la errónea felicidad. ¿Había escuchado bien sus palabras o solo su imaginación jugaba por el bien de sus sentimientos? Y si era así, ¿Por qué causarse más lamento?

Pronto parpadeo saliendo del trance apocalíptico que causó.

— ¡N- No juegues conmigo, Demon! — exigió. Contrario a una reacción positiva, se lo tomó como la peor de las ofensas. — No voy a tolerar que te burles más de mí con tus actitudes afectuosas para que después me seas indiferente. ¿Casarnos...? — negó incapaz de separarse de su tacto. — Fue un completo error.

Por más que su corazón estuviese emocionado y en su cabeza no hubiese dudas detectadas, la inseguridad era la astilla que se negaba a salir. Una piedra en el zapato que negaba a quitar por creer que el camino ya había terminado. Sin embargo, no esperó en que Meliodas impulsaría su rostro al de ella, tomando con suavidad sus labios de una forma desfallecedora: profundo, sin insistir y a la vez, vehemente, catando sus lágrimas previas. Para su ironía, Elizabeth correspondió sin querer. Estaba siendo tan sincero que su fragilidad se hacía añicos sedosos, pero no quería confiarse; no quería creerle. Su voluntad no tenía forma de librarse de sus cadenas que sollozaba indecisa.

En un jadeo sordo se separaron de sus labios. Elizabeth temió a la idea que quizás sería el último beso de ellos. La despedida.

— Elizabeth, no juego contigo, nunca lo hice. — Suspiró aferrándose a ella, envolviendo su espalda con sus brazos y mirándola a los ojos. — ¿Crees realmente que yo fingiría mis sentimientos por ti? Siempre he sido muy cerrado y directo. ¿Crees que me molestaría en mentirte así? — la duda en su cabeza tembló. — Si te di razones para desconfiar en mi, perdóname. Si crees que casarnos fue un error, ¡me volvería a equivocar!

Quería soltarse de sus brazos, huir lejos, pero su cuerpo solo se aferraba más a él como imán. Nadie sacaba de su pequeña cabecita que eran complementos de una u otra forma: hermosa y desastrosa.

— Solo me das razones para querer irme de aquí. No entiendo porqué me quieres aún a tu lado. — ¿Por qué le creyó la primera vez y no en esta ocasión? Solo quería exiliar las dudas que el mismo rubio plantó en ella. — ¿Qué es lo que realmente sientes por mí? ¿Cuál es tu excusa?

¿Excusa? Eran irrelevantes como herramientas de cobardía. Negó ante la idea de tenerlas, porque no había ninguna.

— No tengo excusas. Solo... — relamió sus labios, y titubeante dijo: — ¡Te quiero!... más de lo que te imaginas. — Esta vez se enfocó en tomar sus manos y mantener la miradas conectadas. — No sé como explicar lo que me haces sentir con cada intromisión tuya, con tus gestos, con tu sola presencia, la manera en que te emocionas por pequeñas cosas, tu sarcasmo. Cada vez que aparecías a mi alrededor no podía evitar alegrarme de verte tan revoltosa y curiosa. Cada vez que me sonreías, mi pecho dolía de tan fuerte que mi corazón bombeaba. — Nuevas lágrimas cayeron de sus ojos bicolores. — Elizabeth, ¿por qué no entiendes que yo sin ti ya no tengo razones para vivir? ¡Te quiero!... te quiero aún si no quieres estar a mi lado. Te quiero lo suficiente para aceptar que fue mi error no demostrártelo.

— Meliodas, basta... — jadeó. — Ya no puedo estar contigo. No debemos. — No insistió en forcejear sus manos para alejarse de él. Si ya estaba escrito en tinta y papel que no eran hechos para vivir resguardados bajo sentimientos, al menos quería guardar el calor de sus manos en su maleta.

Demon, reacio, volvió a negar.

— Si sentimos los mismo, ¿por qué darle la razón a ridículos antecedentes? No quiero dejarte ir solo porque te sientes obligada.

Y aún, si le faltara su presencia por mil años más, esperaría de nuevo su llegada. Sin embargo, los conflictos internos seguían murmurando en la fémina.

— Pero el contrato de nuestras familias...

— ¿Crees que dejaré eso se interponga? — negó. — No me importa perderlo todo, cuando todo lo que necesito es contigo. Dime, ¿qué te hizo creer que no pondría mi atención en ti? ¿Por qué tienes miedo? — su respuesta no se dio. La cabizbaja ocultaba muchos dolores que pesaban en los orbes de sus ojos.

Soltó un respingo, frunciendo sus labios. Tantas palabras pisotearon sus sentimientos.

— Estaba tan insegura que me dejé guiar por muchas personas que me decían que tu jamás me corresponderías y lo que decían de mi. — El pulgar del más bajo se encargó de borrar las nacientes lágrimas. — El primer día en que te conocí me dijiste que jamás te enamorarías... ¿Cómo quieres que te crea ahora?

Varios segundos murieron en el silencio antes de que soltara una gruesa bocanada apretando los labios. ¿Que no se enamoraría de ella? Por primera vez soltó las correas de sus palabras, por primera vez refugió en su pecho un extraño sentimiento que no sabía expresar, por primera vez sintió tanta calma en su tempestad.

Por primera vez tenía miedo.

— Independiente de lo que digan los demás o de lo que yo diga, no puedo estar quieto a tu alrededor. Por más que dije, por más que me prometí y sostuve, al final, me fui a enamorar de ti. — su gesto se torció ligeramente hacia arriba, encontrándose con la anonadada expresión de la albina al escuchar estás últimas palabras. — Lo único que necesito es protegerte, incluso de mi.

— Meliodas... — Su sonrojó se extendió y sus lágrimas limpiaron sus dudas.

— Ni mi actitud inexorable intervendrá más en esto, porque solo así puedo demostrártelo. — Interrumpió sintiéndose cada vez más nervioso. — Pero si es parabla lo que deseas escuchar, puedo jurara que ni con todo léxico ni siendo bonancible puedo hallar guisa para expresar la afección que te tengo. Si después de todo, tu decisión no cambia y quieres el divorcio, puedo entenderlo. Prometo que aún si tu te vas, romperé eso malditos contratos y no descansaré hasta demostrarte que sin ellos lo que siento por ti sigue siendo genuino.

Sus orbes titilaban en el frío silencio, esperando que ella tomara su decisión final. Aceptaría sea cual sea el reo que deseara tomar, aunque eso lo dejaría en la culpa por ser tan indiferente a sus sentimientos. Sin embargo, Elizabeth jadeó soltando una extraña risita.

— Necesito un diccionario... — respingó para después limpiar las nuevas gotas saladas en sus lagrimales.

— ¡Lo siento!, tiendo a expresarme así cuando estoy muy nervioso. Y... Y cuando estoy contigo yo... — farfulló frunciendo ligeramente el entrecejo. — Yo no sé cómo... — Pero sus palabras cesaron al momento en que su esposa lo tomó de imprevisto por sus mejillas ligeramente sonrojadas. Nunca había visto esa mirada tan luminosa en sus pupilas; una facción opuesta a la de un prepotente Demon.

Tomó su camino.

— Te quiero, idiota. — una sonrisa fue sujetada en los pilares de sus comisuras, sin grietas ni imperfectos de recelo.

— Yo a ti... — soltó una risita nasal. — Con todo tu impavidez, tu inseguridad, tu insensatez... — Pero, Elizabeth no esperó en que el rubio descendería sus manos al inicio de sus caderas, para después acariciar su vientre. — Y al el intruso, nishishi. — los ojos bicolores se ampliaron y su corazón se detuvo.

— L- Lo sabes. — Era estúpido preguntar, pero el temor abundaba sobre el tema. Solo las dudas flotaban en su orbita: ¿Cómo?, ¿Cuándo?

— ¿De tu embarazo? Sí. — Esta vez ladeo una mueca, rascando su nuca en ademán de nerviosismo. — Vaya que disfrazar a nuestro hijo como una infección estomacal es algo cruel.

— Yo... — relamió sus labios. — ¿Desde cuando lo sabes?

— Me enteré hace un par de días. Encontré la prueba de embarazo por accidente cuando estaba buscando los papeles de la otra vez. — Soltó un suspiro, esbozando una sonrisa. — Pero incluso antes de saber de su existencia, intenté decirte... decirte lo importante que eres para mi. — La vergüenza volvió a él: su hermano riéndose de su fracaso al intentar abrirse sentimentalmente. Su lengua tropezando cada vez que intentaba formular la oración digna de la peli plata. Acabó sonrojándose más de lo que hizo en toda si vida.

Elizabeth pareció entenderlo. Lo nervioso que se tornaba de pronto. Cuando llamaba su atención para luego parecer arrepentirse y desviar la mirada con alguna pregunta trivial. Las flores, los gestos, las miradas, cuando dijo que intentaría abrirse por ella...

— ¿Es por eso que vacilabas? — le vio asentir ligeramente.

— Era difícil. Cada vez que intentaba y te miraba me quedaba sin palabras. — pestañeó un par de veces antes de voltear la mirada, encogiéndose de hombros. — Carajo, es lo más cursi que he dicho.

— ¿Cómo debo creer que no es por nuestro hijo que quieres seguir conmigo? — Simplemente la curiosidad carcomía sus uñas.

— Ya lo dije. Si quieres el divorcio te lo daré. Si quieres vivir lejos de mi, lo aceptaré. Si no estás lista para ser madre, tampoco voy a discutirlo. Estoy dispuesto a empezar de cero, sin ningún término legal o responsabilidad primogénita que me tenga obligado. — Ya no tenía razones para seguir cerrado.

— ¿Tu estás listo para ser padre? — su mirada se tornó sereno, en una fina línea mientras su mente analizaba en todas las ventajas y desventajas que conllevaba tener un niño en su vida, así como la ausencia en dado caso que su mujer no estuviese lista.

— No lo creo. — Tomó sus manos, acariciando sus nudillo sonriendo con jovialidad. — Si fracaso en el intento, aprenderé a serlo; siempre y cuando tu estés segura. Si no lo estás, puedo entenderlo perfectamente. No quiero forzarte a esa responsabilidad; después de todo, ninguno se detuvo se detuvo a pensar.

No era ignorante, sabía que pasaría después de compartir intimidad un par de veces, sobre todo sin ningún método anticonceptivo; sin embargo, ninguno se atrevió a tocar el tema por incomodidad y diversos factores externos. Ahora, tanto Meliodas como Elizabeth sentía culpabilidad por ese error.

Claro, no refiriéndose al bebé, sino a su desviación impulsiva y su continúo caso omiso. Pero no había lamentos ni arrepentimientos.

— ¿Y si quiero asumir esta responsabilidad? — esta vez deslizó sus manos sobre su vientre, causando una silenciosa emoción en el rubio.

— Entonces, vamos a asumirla. — No reprimió sus acciones ni lo que sentía, solo la apresó en un cálido abrazo, sujetando su cintura y enredando sus dedos en su cabello. — Ya sea donde tu quieras estar, no te dejaré sola. — su esposa se aferró nuevamente a él con fuerza, sin ningún miedo apresándola. Quizás nunca estuvo encerrada, solo sus miedos pesaban sobre sus alas.

— Quiero estar contigo. — Afirmó. No daría el placer a su inseguridad de alejarse de él, no menos cuando este correspondían plenamente.

Esta vez, el riesgo lo tomaría por cuenta propia.

— Entonces,... — Carraspeó en bajo. — ¿Aceptas casarte de nuevo conmigo o nos evitamos el divorcio? — Elizabeth chistó escondiendo su rostro en su cuello.

— Idiota... — Meliodas soltó una risa nasal.

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