Capítulo XXIII

De una cosa podía estar seguro, la manera en que los ojos dorados se dirigían hacia él era completo aborrecimiento, su tono detonaba un profundo odio y hostilidad que extrañamente solo conoció en los luceros de Elizabeth, solo que este era mucho más cercano. ¿Esa mujer conoció a ese hombre? ¿Tanto eran sus parecidos como para recibir ese desprecio? 

— Eeh, creo que está confundiéndome, señora. — Carraspeó ligeramente, mostrándose dubitativo si mostrarse indiferente o solo pasar por alto el mal entendido. — Melías Demon fue mi abuelo. Mi nombre es Meliodas.

Lejos de bajar esa postura arisca y petulante de su pedestal frágil; la mujer solo alzó su ceja considerablemente sin mostrar más que un profundo desprecio, sin importarle que ese niño -sorprendentemente idéntico a Melías- fuese solo un simple peón afectado por los movimientos embusteros de Demon. Curveó una senil sonrisa que le aterrorizó tanto como a Inés y, sobre todo, que Elizabeth interpretó en seguida.

— Hm. Ya veo el parecido con ese pequeño Demon asustadizo. — Meliodas tensó los labios. Algo en esa mujer lo alertaba a salir de su punto de ataque. — Dime, ¿Eres igual de cobarde como él? — Su mirada se mantuvo serena tratando de no abandonar su moral; sin embargo, Inés no se quedaría callada, ni permitiría ofensas. 

— Madre. No creo que sea un buen momento para tus rencores. — habló en su afán de llamar su mirada, pero los áureos estaban recelosamente aferrados a Demon. — Dijiste que solo venías a ver a Elizabeth.

Isabel giró su vista a los de su nieta, quien estaba algo rígida y tímida a su presencia, tal como cuando solo era una niña. Seguía siendo ingenua a su parecer, pero ¿por qué estaba con Demon? ¿A caso eran... amigos?

— Elizabeth. ¿Qué es tuyo? — Se atrevió a preguntar. La aludida tragó saliva que raspó en su garganta seca, relamiendo disimuladamente sus labios antes de decir lo que más se temía.

— Me casé con él. — en ese momento se aferró a su mano ante la incredulidad de Isabel.

— ¿Qué? — su ceño se frunció mientras negaba con la cabeza antes de mirar tanto a Oliver como Inés con dudas reflejadas. — ¿Tu sabías de esto? 

— Temía que eso fuera verídico. — Soltó el resignando padre de Elizabeth. Sabía que su hija era cada vez más cercana a esa familia, pero debió suponer que no escucharía una advertencia tan basta.

Distinto a la peli plata senil, no lo tomó por sorpresa.

— No... Debe ser una mala broma, esto no podía ser posible. Maldito Demon. — tensando su mandíbula, sus ojos furiosos se dirigieron a la ojizarca. — Inés, sabes bien que...

— Entre Froi y yo nunca pasó nada. — respondió en seco. — Eso nos lo dejaron más que en claro en el pasado. No veo nada de extraño que ellos estén juntos. Fue una casualidad. — Pero Isabel seguía negando en desdén de incredulidad. 

— Entre Goddess y Demon no puede existirá nada que lo anexe. — Esto llegó de imprevisto a los oídos de los presentes,  desconcertado sobre todo a la pareja. — Ese idiota de Melías firmó el contrato. ¡Él me obligó a formarlo! Ustedes dos no pueden estar juntos. — insistió.

Para Meliodas era prácticamente imposible y poco creíble lo que la mujer afirmaba. Leyó incontables veces esos estúpidos papeles, tomó cada precaución, accedió a los términos, y en ninguna cláusula o párrafo traía consigo palabra que contrarrestara su matrimonio.

— Lo siento, señora Goddess, pero Elizabeth firmó el contrato de «la señora de Demon»; no hay nada que pueda erradicarlo. — No esperó que la peli plata mayor soltara una ricita por esto.

— ¿Sabes? Eres igual de crédulo. — se burló. Recordando aquel infortunado pasado en qué tuvo que conocer a Demon. — Ya recuerdo como es que Melías se dejó engañar tan fácilmente. Él y yo tuvimos nuestros inconvenientes y diferencias, tuve la mala suerte de caer en sus sucios juegos, pero llegamos a un acuerdo firmado: "Cualquier otro trato o convenio entre Goddess y Demon, será completamente anulado con la presencia de este pacto".

— Elizabeth... — habló el de ojos olivas. — Te dije, no quiero que te involucres con ellos. Es casi imposible que su relación sea consumado.

Por la pequeña y abrumada cabeza de Elizabeth, las palabras de Mael aturdieron dolorosamente en ecos interminables. Un odio ardió en su pecho así como el dolor que le causaba todo este teatro. No lo quería comprender.

Meliodas se negó a creerlo. Reacio a lo que sabía, no descansaría hasta mostrar lo contrario a Isabel.

— Es imposible que algo pueda romper...

— Es posible. ¿Chandler no te lo dijo? — Quedó mudo por esto. — Él estuvo ahí y sabe perfectamente que cualquier alianza puede romperse. No entiendo como es que no intervino ni hizo mención si era más que evidente el odio que me tenía. — espetó dando por victoriosa en su pequeño inconveniente el rostro vacilante del rubio. La mujer por fin suspiró y mostró algo de tranquilidad que aterraba. — Escucha, Meliodas... — hasta la manera en que decía su nombre era tétrico. — Lo menos que quiero es que la sangre de nuestra familia se vea manchada por algo tan poco y banal como Demon. 

Sin embargo, antes de que Meliodas se echara atrás o Inés pudiese protestar por su manera tan perjudicial de hablar en su presencia, Elizabeth dejaría de estar callada mientras escuchaba palabras hirientes de quien por años admiró. No podía aguantar más ese ridículo peso emocional lastimando su orgullo.

— ¡Ya basta! No voy a tolerar más ofensas de ti ni de nadie. — Pero su mayor ni siquiera pestañeó a su voz alta.

— Elizabeth, por primera vez escucha y... — su progenitor trató de intervenir, sin esperar a que ella no le permitiría hablar.

— Quienes van a escucharme son ustedes. — Tanto su padre como su abuela le miraron con serenidad.  — Meliodas no me ha dado motivos para desconfiar de su palabra. Desde que lo conocí todo lo que he hecho es ignorar el prestigio y mala fama de su apellido o cualquier antecedente. Acepté confiar en él y al parecer puedo hacerlo más que en ustedes dos juntos. — Esta vez su atormentada mirada se posó en Isabel. — Nunca paraste de inculcarme el odio hacia los demás, solo me enseñaste a ser hostil y jugar con las generosas intenciones de mi alrededor, pero es la última vez que caeré en la peor persona que desde siempre me estuvo manipulando.

No olvidaría sus palabras y enseñanzas. Los malos consejos que recibía por su boca sin saber que su inocente mentalidad sería atacada por ideologías antipáticas por quienes se le acercaban.

Quizás no quería verlo por el hecho de ser previamente dañada por su entorno social, pero tampoco se detuvo a pensar en el daño que ella ocasionaba en sí misma.

Por otro lado, la mujer de ojos dorados volvió a soltar una mofa plantada en ironía.

— Eli... Tu y yo nacimos para estar por encima de los demás. ¿Cómo desaprovecharías esa habilidad? — los labios contrarios se apretaron en un fina línea entre callar o hablar en su idioma. Usas sus mismas armas para contraatacarla.

— Si es así, puedes quedarte con eso. Yo no pienso usar eso para pisotear a los demás o para alejarme de Meliodas, mucho menos ahora que... — sin embargo, calló abruptamente antes de que su lengua la traicionara.

¿En qué pensaba? No arriesgaría todo por un berrinche entre los antecedentes de ambas familias. Además, Meliodas no merecía enterarse de sus sentimientos y embarazo de esa forma exponencial, y mucho menos arrástralo a un pleito mayor.

¡Dios! Comenzaba a marearse, hacía calor. Quería llorar y esconderse de todos.

— Elizabeth... — el suave llamado del rubio a su lado le hizo tomar una pequeña bocanada que la tranquilizara antes de corregir sus palabras, pero su mirada seguía vacía sobre los de la senil fémina.

— Madre, fue suficiente. — Intervino Inés ante el repentino estado vulnerable de su hija. — Lo mejor es que se retiren, ahora.

— Quiero escuchar. — insistió con esa ingrata curva embustera entre sus comisuras. — No te quedes callada, Elizabeth. — Respirando algo agitada y vencida por el ego, la aludida por primera vez renunció a la idea de ir contra corrientes imposibles. 

— Esto es una pérdida de tiempo. Eres tan superficial que no puedes entender que no cometeré el mismo error que tu. Tambien tuviste algo que ver en todo esto, tienes lo que tu misma sembraste; así que no me vengas con acusaciones del pasado. Si tan perfecta eres en las estafas, ¿cómo es que Demon te dejó en bancarrota en primer lugar? — la tomó desprevenida.

— Fue solo un descuido. — Carraspeó ligeramente sin borrar su arrogancia.

Descuido fue darle las armas necesarias para atacarla.

— Uno que yo puedo volver a provocar. — donde su sonrisa cayó, se reflejó en Elizabeth. — Digo, tu me lo enseñaste. No se subestimes, bien dicen que para destruir al enemigo debes hacerte su amigo. — Por primera vez en mucho tiempo, y después de Demon, nadie le había causado tanto temor con solo una mirada. Se veía tan segura de lo que decía que no dudaba en que cumpliría esa amenaza; sin embargo... — Pero ya lo dije, no soy como tú y nunca lo seré.

— Entonces, ya tienes tu respuesta.

— Ya lo dejé en claro. — su mano se aferró aun más a la del rubio sin importar que eso solo arrugó más su entrecejo.

Isabel dio por perdida su disputa. Elizabeth era igual de terca y tenaz, pero era lamentable que ese salto de fe terminaría en una dolorosa caída al vacío, al igual que esos sentimientos que delató en sus palabras.

Sutilmente se acercó a ella, lo suficiente como para susurrar lo que sería el viento que la tambaleó en su cuerda:

— Ten cuidado a quien defiendes, el amor nunca es un complemento. No ser correspondido puede ser una aventura muy peligrosa, Elizabeth. Los bicolores siguieron aquel senil reflejo y la faz amordazada en silenciosas advertencias. ¿Debía creerle? ¿Debía temer? ¿Qué tan real era? — Me iré, pero cuando te des cuenta de la verdad, mi niña, ya veremos a donde vas corriendo primero.

«Mierda». En cuanto la mujer dio la espalda, la más joven se dejó caer en el sofá blanco: mareada, desconcertada, incrédula. Mael dijo exactamente lo mismo.

— Supongo que termina aquí mi visita, Inés. — se dirigió a hora a su hija con el mismo desprecio que acostumbró a mostrarle. — Veo que no solo haz cometido un error en la crianza de Elizabeth. — No dijo nada ni se esmeró en mostrar pesar por sus palabras; después de todo, su madre se vivió en criticar todas sus acciones.

Sin dirigirle la palabra, Goddess se retiró del hogar con ese antiguo sentimiento amargo que le costó en su vida. Por otro lado, Oliver se mantuvo oculto bajo su cobardía como simple marioneta manipulada a voluntad.

— ¿Por eso insistías en venir? — Cuestionó en un tono exigente al hombre antes de cruzar el marco de la puerta.

— Fue una oportunidad que aproveché. Sabes que solo me muevo a conveniencia, deberías saberlo. — era increíble lo cínico que llegaba a ser con su honestidad, pero el dolor que solo eso había causado en la oji bicolor era imperdonable.

— Mira que causar decepción es a lo único que te dedicas. Si Elizabeth decide cruzar palabras contigo estarás de suerte, pero yo no quiero verte en mi vida. — sus ojos olivas se desviaron al exterior, tragando saliva .

— Sabes el miedo que tengo hacia los Demon. No entiendes...

— Si te hubiese dado la oportunidad de conocer a alguno, te darías cuanta que todos estaban en contra de las manías de Melías. — Interrumpió en un gruñido. — Incluso hasta mi mejor amigo hizo de todo para enterrar su mal prestigio. Solo es una disputa sin sentido y falsa admiración.

— ¿Y lo logró? — No esperó respuesta. Era evidente que los rumores, por más muertos que estuvieran, siempre eran recordamos.

Mientras tanto en la sala, la albina se dejó caer en el sillón en una brusca bocanada, tragando sus insistentes ganas de llorar.

— Elizabeth... ¿Estás bien? — Apresuró Meliodas a buscar como calmarla, pues sus uñas se enterraban en la superficie y su mirada se perdió por largos segundos en un punto ciego sin dar respuesta. — Eli. — Esta vez pestañeó saliendo de su burbuja.

— P- Perdón por esto. — Ni siquiera podía verlo a los ojos. — Lo menos que quería era causarte un mal momento, pero solo arrastré a todos. Lo siento tanto. No creí que adoptaría esa postura. — Meliodas por su parte apartó los cabellos que privaban su rostro apenado.

En nada la culpaba, tanto él como ella espero esa reacción. No era un problemas de ambos, pero lamentablemente se veían afectados; aún así, Elizabeth se atrevió a dar objeción por él.

— Hemos vivido bajo la mala fama que ese hombre posó sobre nuestra familia. Estoy más que enterado de eso. — Trató de consolar sin lograr una mínima mejoría en su ánimo. Se mantenía reacia a culparse continuamente.

— Lamento todo esto. — apareció Inés con una semblanza reprochable, soltando con brusquedad el aire de su pecho. — No creí que mi madre vendría también. Y mucho menos con esa actitud tan... ¡agh!

— Nadie lo esperó. No sé culpe. — Inés solo se cruzó de brazos negando un par de veces, algo confundida e inquieta. No era una casualidad que Goddess se hiciera presente momentáneamente después de años alejada.

— Pero no entiendo. ¿Cómo se enteró de esto? — El rubio arqueó la ceja. — No había manera que alguien pudiera contactarla. Ni siquiera yo.

A Meliodas se le hizo extraño los sucesos del día y como -por más extraño que sonara- parecían estar ligados entre sí por una sola finalidad que no lograba entender. Lo único que tenía en claro en que tanto Isabel, como Mael afectaron la estabilidad emocional de la albina a su lado.

Su esposa importaba más que ese cuestionario bullicioso.

— Eli, necesitas descansar y calmarte. — se dirigió a ella tomándola de sus manos inquietas. Su mirada delataba su inseguridad y desasosiego, preguntándose las posibilidades entre ellos. — Resolveremos esto después, pero por ahora ya tuviste muchas emociones.

La fémina no dijo nada más, solo se dejó acompañar por el más bajo hasta su antigua habitación en la planta alta. Caminando algo torpe y perdida, sintiendo el cansancio mental alojándose en cada recurrente pensamiento así como el horrible dolor en su pecho.

En cuanto la puerta del cuarto se abrió, los recuerdos en el la recibieron con aroma de abandono. Tal como lo dejó se encontraba: un desastre como siempre se vio reflejado en su vida.

— Estoy cansada, Meliodas. Solo... — Soltó una bocanada. — Solo quiero estar un momento tranquila y sola. — su marido no lo discutió.

— Comprendo. — Y sin decir algo más solo se retiró de regreso a la sala, dejando que la oji bicolor encontrara su calma después de ese sobresalto.

«Entonces, hay una manera de alejarme de Meliodas». Por más que quisiera adornar esa frase entre interrogantes, eso no dejaba de sonar como afirmación. Una que solo daba miedo averiguar.

Arrastró sus pies hasta la cama y solo se recostó en ella entre sus almohadas y sábanas, arrollada en ese frío incesante que le provocaba el ambiente por más que buscará cubriese. Eras muchas preguntas como para soportar el dolor de las respuestas.

No soportaría un segundo desamor.

Por otro lado, Meliodas se encontró con la preocupada madre de su cónyuge esperando en la sala; igual que ellos, ignorante a los problemas en que estaban envueltos.

— Me retiro, debo hablar con Chandler. — Esta asintió ligeramente. — Inés, ¿sabías de ese contrato? — era absurdo curiosear, pero no evitaba sentir ligera desconfianza.

— Me tomó por sorpresa igual que a todos. De la noche a la mañana todo contacto entre nosotros fue cortado. — Tenía razón, su padre fue específico. Nunca reveló la existencia de un segundo contrato más que su deseo por anexar las empresas. De otro modo, ¿por qué hacerlo? — ¿Qué harás, Meliodas?

— Encontrar una solución. — suspiró. — No puedo dejarlo así de inconcluso. Vendré por Elizabeth mañana, por ahora, no quiero que se altere. — Inés sonrió algo desanimada. Podía ver lo angustiado que estaba por más que tratara de ocultárselo.

— Siempre hay una solución. No te agobies. — posó sus manos en los hombros en consuelo, acto que funcionó poco.

Salió a dar un respiro, el anochecer se acercaba a paso seguro en ese ambiente grisáceo y apático. La temporada gélida no ayudaba y mucho menos lo solitario que se veía con sus debates internos.

Un frío vapor salió de sus labios al tomar su teléfono y llamar a la única persona que podrías atestiguar los hechos.

— Chandler. Necesito hablar contigo de un asunto muy serio. — el hombre en la otra línea se sobresaltó.

"¿Algo ocurrió, señor?"

— Solo quiero sacarme algunas dudas. En el despacho en media hora.

[...]

— ¿Eli? — escuchó el llamado de su madre al otro lado de la puerta. — ¿Mi niña, estás bien? — Se aferró aún más a su almohada, buscando consuelo tras la voz angustiada de su madre.

— Si. — respingó. — Solo me causó mucha impresión todo lo que sucedió. Estoy algo cansada y lo qué quiero dormir un poco. — En silencio suspiró, dejando un par de segundos de diferencia antes de preguntar: — ¿Y Meliodas?

— Vendrá por ti mañana. Quiere resolver esto. — Elizabeth rodó los ojos; debió suponer que no estaría tranquilo hasta llegar a una sólida conclusión. — Si me ocupas, estaré  en la sala. Descansa, Eli.

Escuchó los paso de su madre abandonar el corredizo para, seguramente, distraerse en los noticieros o labores ajenos. No la culpaba, también buscaría como olvidar el mal rato si no fuera por que ahora tenía a quien más que proteger.

— Tanto a la vez está pasando que esto solo se me está complicando. — murmuró, acostumbrada a la ironía acompañándola desde que su relación comenzó. Aún pensativa y dudosa, sus manos se posaron sobre su vientre, arrugando la tela de su blusa y apretando los labios. — Si mi abuela no quiere nada que ver con Demon y mucho menos algo que nos tenga enlazados, no me quiero imaginar que pasará con tu llegada.

Tal vez era peor de lo que creía.

[...]

— ¿Ya me dirás quién fue la mujer que quiere tomar posesión de Demon? — cuestionó la mujer ante la perplejidad de Oliver. No le había comentado al respecto, ¿cómo es que se enteró? Como si hubiese adivinado su pregunta, sonrió. — No se necesita adivinar que para separar a una pareja hay que encontrar un punto débil que cause su desconfianza.

Bien, solo acató el plan de la misteriosa mujer cuya gula solo sería saciada ocupando el lugar al lado de Demon, pero nunca se atrevió a solicitar una formal presentación.

— Solo sé que es alguien muy aferrada a tener el puesto de la señora de Demon. No la conozco. — Isabel soltó una risa irónica.

— Vaya plan más estúpido se le ocurrió a Melías. Espero que esa mujer aparte a mi Eli de ese lugar antes de que se dé cuenta. — sus ojos dorados se posaron en los olivos. — Necesito hablar con la mujer a cargo. Yo solo sé cómo es que funciona el negocio de Demon y lo necesario para dejarlo en la ruina.

— Creí que no era posible ninguna alianza. — Murmuró dubitativo, a lo que simplemente apretó los labios.

— No estás entendiendo.

Confirmado, había algo más que preocupaba a Goddess y eso era suficiente como para dejar de preguntar.

— Le avisaré que todo está hecho.

Quizás se equivocaba y empezó a juzgar tempranamente las intenciones de Demon, pero las calumnias gobernaban sobre su razón que lo dejaban sumiso ante las peticiones de Isabel. Simplemente buscó comunicara con la azabache en cuestión y dar el reporte prometido después de su visita.

[...]

La noche lo alcanzó, trayendo consigo la puntualidad de su tutor frente a él. Sentados en manera típica cada vez que discutían de negocios, decisiones y aclaraciones. Esta no era la excepción.

— Señorito Meliodas. — La voz de aquel hombre senil lució abrumada por la semblanza del rubio. Se apreciaba silenciosamente molesto e inquieto. — Me está preocupando, nunca lo había visto tan serio. — Meliodas carraspeó echando su cuerpo al respaldo del sillón.

— Seré directo Chandler, y espero me respondas. — El aludido asintió ligeramente. — ¿Cuál fue exactamente la relación entre Melías Demon e Isabel Goddess?

— No sé de que...

— La verdad. — Interrumpió. Estaba harto, cansado de tantos secretos y emblemas por culpa por ese hombre. Si quería evitar que esa hiedra enredara más su vida, antes tenía que cortarla de raíz. — Desde tu perspectiva, ¿qué fue exactamente lo que pasó? — Chandler perdió su mirada en oscuros recuerdos como sus ojos; soltó un suspiro vago y poco escrupuloso antes de ver la paciente mirada esmeralda del rubio.

— Melías fue mi mejor amigo, pero como todos, se negó a escucharme. — Comenzó algo disgustado antes de negar con ligera ironía. — Supongo que debe ser una maldición en los Demon enamorarse de Goddess. — Meliodas se removió inquieto. — Su abuelo, su padre, y ahora...

— Solo me interesa saber qué los llevó a todo esto. Qué causó tanta enemistad. — Insistió.

Un rostro receloso, rencor y aborrecimiento se torció en la boca del tutor. Esa maldita mujer...

— Ella apareció en su vida en sus momentos de vulnerabilidad, cuando era solo un bisoño sin experiencia. Fue inevitable que él comenzara a amarla intensamente al punto de confiar ciegamente en Isabel. — Sus puños se apretaron entre si, odiando cada recuerdo donde esta mencionada estaba presente con una falsa sonrisa. — Pero ella tenía otras intensiones más ambiciosas. En su descuido logró engañarlo y con ello, llevó a la ruina la empresa. Hubo muchos disgustos, desempleos, demandas y una enorme culpabilidad a Melías. Estaba tan dolido por esa mujer que todo sus sentimientos solo se transformaron en un profundo odio que no dudó en devolverle el favor.

Todas las piezas que creía sobrantes comenzaban a encajar. Su mala reputación con solo su apellido, la veneración con miedo, el recelo de las empresas, la insistencia de su difunto padre al unirlo con Elizabeth. Toda una prepotente dinastía sobre un cementerio de sentimientos y miedos por una mujer.  

— Fue cuando las demás empresas empezaron a caer en bancarrota y muchos cortaron relación con Demon. — Chandler asintió.

— Vaya ironía de la vida. — torció su gesto. — Inés apareció en la vida de tu padre de manera inoportuna y, al igual que Melías, no evitó sus sentimientos por ella. Ahí fue donde recurrió a crear dos contratos: "La señora de Demon" y el "Trato entre Demon y Goddess". Ninguno se vería afectado si firmaban bajo las condiciones hechas.

Esto desconcertó aún más al oji esmeralda. ¿Más contratos?

— Entonces, ¿cuál fue la finalidad de "La señora de Demon" si en un principio no querían involucrar a Goddess? — Cuestionó cada vez más desorientado de una respuesta clara. Perdido en un temor abrumador que llenaba su cabeza de curiosidad.

— "La señora de Demon" ya existía. Perséfone, su abuela, se encargó de crearlo, pero Melías la modificó después de que ella falleció. La finalidad de este acuerdo era mantener a Demon y conyugues al margen del matrimonio consensuado sin ninguna alternativa de divorcio. A menos que existan situaciones alternas como la defunción de la pareja.

Meliodas no podía procesar con claridad la nueva información que recibía. Una balanza desequilibrada entre la razón y negación; muchas situaciones completándose y a la vez que no tenían sentido alguno.

No quería aceptar que su matrimonio tenga la posibilidad de terminar antes de que se forjara.

— Necesito los contratos y todos los que están ligados a ellos. — Indicó levantándose con brusquedad del sillón, tensando su mano en el puente de su nariz buscando calmar la tensión.

— Eso puede tomar un tiempo.

— En cuanto más comiences, mejor. Los quiero mañana. — Igual que todos los Demon, ese rubio no era la excepción a la tenacidad; no perdería su tiempo renegando. Se levantó del sillón y se dispuso a retirarse. — Una última pregunta... — Chandler le vio atento y sin expresar más que cansancio, pero realmente esto contestaría su mayor duda respecto a su actitud frente a la albina. — ¿Es por eso que odias a Elizabeth desde el primer día en que pisó esta casa? — Soltó un respingo en respuesta.

Un largo cabello plateado, hermosos ojos encantadores, falsa inocencia en su rostro y una sonrisa vengativa; una réplica exacta.

— Ella es idéntica a Isabel. No quiero que la historia vuelva a repetirse. — Y con eso abandonó el lugar dejando un amargo sentimiento en el más bajo.

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Le comenté a mi hermana que perdí mi credibilidad gracias a esta historia. Adivinen quien los apoya por completo >:u

Bueno, lejos de las conspiraciones de mi hermana, ¿qué les pareció el capítulo? Algunas cosas ya se sabían, unas quizás no estaban claras. Idk :v Solo puedo asegurar que no será la única ocasión en la presencia de Isabel será prejudicial, así que, les presento a la verdadera villana de toda esta historia.

Sin más, gracias por leer y preparen su estabilidad emocional que seguramente querrán a matar a unos cuantos.

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