Capítulo XXII
Lo iba a subir ayer, pero se me fue la luz. Pido perdón:(
P.d. Aquí se comienza a rezar xD
.
— No te metas en asuntos ajenos, niño pretencioso. Esto es una situación entre Goddess y yo. — Adquirió en burla el ojizarco, juzgando silenciosamente su fachada de cretino cobarde. ¿Qué tanto podía hacer con esa cenceña complexión?
Arthur, en cambio, era muy pacífico, diplomático y jovial con cualquier situación, caracterizado por siempre mostrar fanfarronería, sobre todo ahora que Elizabeth pedía ayuda con la mirada. Sonriente y despreocupado, carraspeó un poco y señaló al par de guardias de seguridad patrullando a unos metros de su lugar y otros más en la entrada del estacionamiento.
— También tendrás una situación no tan agradable entre ellos si no te vas ahora mismo. — Mael frunció el ceño. ¡Ese niño se burlaba de él! Quería borrar esa estúpida sonrisa de su rostro, arrancar sus falsas agallas brabuconas.— Seré sincero y breve, no sé pelear y soy algo lelo en las riñas, pero eso no me impide quedarme callado o correr. — finalizó con una blanca sonrisa, algo cándida y tranquila.
Mael rechistó, aflojando el agarre de la albina.
— Patéticamente honesto, para mi gusto, pero tampoco soy partidario de pelear con un niño, así que... — la oji bicolor soltó aliviada de poder moverse de su lado, aunque temía la mirada penetrante del peli blanco: pavoroso, impetuosos, desgarrador. Sus malditas palabras no querían salir de su cabeza. Alcohol que solo profundizó en la herida. — Piénsalo Eli. — susurró sobre su oído, dejando una horrible sensación.
Dos perfectos profesionales en bajarla de su apogeo emocional, obligándola de saltar de la cima a la sima. Una le decía que confiaba de más en Meliodas , el otro que no debía confiar.
— No tengo nada que pensar. — Y con esas palabras frágiles cual copo perdido en la nieve, Mael sonrió cínicamente para después marcharse en silencio, dejando un hilo de incómoda tranquilidad.
¿Por qué esa cicatriz dolía mientras más sanaba?
— ¿Estás bien? — Arthur se apresuró a socorrer a la fémina, quien luchaba contra su propio temblor, más solo asintió un par de veces recuperando la compostura. — Vaya reencuentro. — rascó su nuca algo nervioso, revolviendo sus cabellos anaranjados.
— Lamento que vieras esto. — Se disculpo en un quedito hilo de voz; una parte anonadada por todo lo que pasaba por su cabeza, por otro, aliviada que no pasara a mayores como la última vez.
— Veo que sigues teniendo problemas serios con ese loco. — una mueca se desfiguró en sus labios. — No sé porqué no lo mandaste al diablo cuando intento abusar de ti. ¡Está muy obsesionado contigo!
Aunque nunca había conocido al sujeto en cuestión -hasta hoy-, estaba más que enterado de todo lo que sucedió alrededor de la peli plata durante ese tiempo, así como la depresión en la que se había hundido y la costumbre al sarcasmo en su habla. Todo un reto convivir con ella sin terminar en una absurda discusión sin sentido o terminar siendo apartada por su hostilidad.
— Mi ingenuidad. Sabes que soy inútil y patética cuando se trata de él, pero no quiero hablar de eso. No quiero sentirme peor de lo que ya estoy. — Carraspeó un poco, disolviendo el nudo en su garganta y disfrazando ese miedo debajo de una sonrisa de euforia. Sin pensarlo, se lanzó a darle un corto abrazo buscando consolación, gesto que fue bien correspondido por Pendragon. — Me alegra verte. Te había echado tanto de menos Arthur.
— Y yo a ti. Pasaron años desde nuestra última reunión. — Soltó entre risas al tomar espacio de ella. Muchos recuerdos que seguían vagando en su mente y reuniones casuales cuando sus padres se detenían a hablar de vidas y negocios.
— Fue en el bachillerato. — recordó. — ¿Cuándo volviste? ¿Por qué estás aquí?¿Por qué no me avisaste? — Fue lo primero que se le ocurrió preguntar con insistencia.
— Hace un mes. He venido aquí por petición de mi padre. — una sonrisa cómplice se curveó entre sus comisuras y sus ojos violetas brillaron extrañamente. — ¿Adivina quién trabajará aquí como tú segunda mano? — Elizabeth jadeó.
— ¿De verdad? — asintió con orgullo. — No sabes cuanto me ayudaría tenerte por aquí. Me alegra que por fin recuperemos el tiempo perdido. — Tenerlo como una ayuda extra era un gran peso menos en sus hombros, sobretodo ahora que le sería difícil moverse con facilidad o cuando llegara el momento que se incapacitara, así como su utilidad con Meliodas sería más eficaz y sin sus torpezas de por medio.
Por otro lado, nadie mejor que él para cumplir tan importante trabajo. No confiaría en nadie más que él para el puesto; después de Meliodas -en el ámbito laboral- creería ciegamente en su palabra.
— Eso me dijo Goddess. — Con ello, su sonrisa pasó a picardía con un alzar de cejas. — Con que señora de Demon, ¿huh? Dime, ¿no te queda pequeño el puesto? — bromeó ligeramente causándole un tenue sonrojo a esta. ¿Por qué insistían en que su capacidad era mayor sobre un reconocido apellido como Demon? Mientras unos lo veían con ambiciosos privilegios y de codiciosos ingresos entre los bolsillos, para ella era ir atada de manos en un campo disturbio de capitalismo.
— Ugh, no molestes. No es tan sencillo como parece. — gruñó en broma antes de cambiar de tema y desviar la atención de su lugar en la sociedad. — ¿Por qué no fuiste a mi boda? Me hubiese gustado tener una charla contigo como cuando éramos adolescentes inmaduros o mínimo saludarte. — Reprochó, siendo esta vez Arthur quien se tornara nervioso y apernado.
— Un problema con mis últimos exámenes semestrales. — apretó su mohín. — Sabes que por más "nerd" que sea, lo mío es ser perezoso por naturaleza. Eso cobró factura en mis notas y... ya sabrás los regaños de mi padre. — Elizabeth carcajeó. ¿Cómo olvidarlo? Arthur era el tipo de persona que sacaba notas limpias en los exámenes aún sin repasar, pero un irresponsable a la hora de entrar a clases o hacer tareas, llevándolo a llamar la constante atención de los maestros y superiores.
— Tu y tus extrañas manías de no hacer nada. — negó ligeramente sin encontrar remedio alguno a la vez que se cruzaba de brazos. — Solo espero no tener que lidiar contigo. Me molestaría tener que ir de habladora con Uther.
— Por mi bien, lo prometo. — Alzó la mano a la altura de sus sienes en ademán de juramento. — Aunque no te vistas de blanco que también te gusta dejar las cosas de último minuto, te conozco. También que tu y Verónica me apoyaban en mis grandiosas ideas. ¿Recuerdas?
— ¿Cómo olvidarlo? — una nostalgia de felicidad se vio reflejada en sus labios. — Nos metíamos en problemas por tu culpa. Margaret terminaba delatándonos con mi madre porque no nos podía mantener quietos. — Pendragon asintió ligeramente, respingando. Compadecía ahora a la mencionada; siendo la mayor de todos era quien encarnaba el papel de responsabilidad sobre el resto.
— ¡Oh! Santos regaños que da esa mujer. Pero sabes que si hay algo que adoro es el caos. — terminó alzándose de hombros antes que la albina nuevamente acortara la distancia para abrazarlo, esta vez por un tiempo más prolongado y transmitiendo su afecto.
— Sin duda te extrañé. — Olvidó por un tiempo esas sensaciones de seguridad cuando era solo una niña, cuando solo se preocupaba por los castigos de su madre o no ser descubiertos en sus sonrisas cómplices por las travesuras cometidas. Distinto a ese ahora.
Tan fraternal y grato gesto que no querían perder tiempo en recuperar el perdido; sin embargo, ninguno de los dos se percató de la baja figura que recién llegaba a esa malinterpretada escena.
— ¿Elizabeth? — la aludida se separó del oji violeta para voltear a ver al rubio de incomprensible mirada severa y labios apretados. Su ceño temblaba casi imperceptible sobre sus ojos, pero luchaba por no manifestar esa extraña emoción que le atormentaba cada vez que ella se acercaba de más a alguien que no se molestaba por mostrarle afecto.
Elizabeth lo notó en su mutismo.
— Meliodas...
[...]
¿Se molestaría?, eso estaba más que asegurado. Después de todo, descubrió lo mucho que odiaba cuando lo predicho se saliera de sus planes e indicaciones, o en este caso, se atrevieran a desafiar su fariseísmo. Merlín era del todo menos honesta; una escalera de mentiras que la llevaron al lugar en que se encontraba y una mitomanía que era parte de su apellido.
Poco le importó a Mael entender sus razones o su futura reacción, solo tomó el teléfono y marcó al número de la azabache. Su llamada fue tomada.
"¿Qué quieres ahora?" Se escuchaba de un mal humor y forzado tono tranquilo de voz. Se mofó de esto.
— Parece que Demon salió huyendo de ti por lo que veo. — antes de siquiera rechistar por esto, la mujer tensó su mandíbula. — ¿Quieres saber en donde está tu anhelado hombre? Pues no con alguien que no sea su esposa.
"¿Estás en Goddess?"
— Astuta, pero algo lenta. — volvió a carcajear ligeramente, negando una y otra vez. Su debilidad se basaba sus propios ataques, no tardó en descubrirlo desde el momento en que hizo su primer movimiento en contra de Elizabeth. Un arma de doble filo al que le perdía rápidamente el control.
"¿Qué estás haciendo? Esto no era parte del plan". Poca importancia le dio a su patente enojo, pero era claro que Mael no se dejaría manipular por ambición. No era tan ingenuo como todos de su alrededor.
— Digamos que estoy avanzando por mi cuenta. — Hizo breve pausa antes de continuar. — Tómalo como egoísmo y traición, pero solo aproveché tu teatro. Elizabeth está a un paso en falso, pero eso no te asegura un camino libre. — fue el turno de Merlín de confundirse. Si esa albina estaba fuera del tablero sería más fácil para ella, ¿no?
Meliodas no iría detrás de ella, estaba segura de eso. Elizabeth no voltearía atrás para arrepentirse.
"¿Por qué lo dices? ¿Supones que Elizabeth defenderá su lugar?" Cuestionó. Suficiente tenía con la actitud reservada de Demon como para escuchar más secretos. No tener el control era de sus peores miedos. "Esa niña lo menos que quiere esa responsabilidad. Conozco su miedo por el matrimonio. No dudará ni un segundo en pedir el divorcio en cuanto se dé cuenta de esa oportunidad".
El ojizarco se burló de nuevo. Tanto potencial en una mujer y desperdiciada en un pequeño capricho y cegada por sus propios objetivos.
— Hm. Ya lo dije: astuta, inteligente, pero lenta e igual de ingenua. — Merlín apretó los dientes detrás de la línea. — Espero no tener que lidiar contigo. Y mantén a tu marioneta lejos de mí, es insoportable. A menos que quieras que le comente los planes que tienes sobre ella. — Y con esa advertencia y sin afán de escucharla más, cortó la llamada.
Giró su par de ojos cian a lo lejos, dónde dejó al par y visualizó como el rubio se unía al ambiente; con la misma semblanza y fachada monótona. ¿Cómo es que Elizabeth logró posar sus sentimientos en él? Mientras no lo descubriera se convencía que solo era costumbre a su compañía.
Volvió a tomar el teléfono, esta vez para llamar a esa vieja conocida con la que había estado concurriendo pasar saciar su frustración.
— Jelamet. — Una voz melosa y sumisa respondió. — ¿En el mismo lugar de siempre?
Por otro lado, a medio pasillo solitario y frío, la mujer alta de cortos cabellos negros tensó el dispositivo entre sus uñas después de ese aviso por parte del platinado, destilándose en su propio fracaso sobre él.
— Idiota. — a regañadientes suspiró. Tarde o temprano encontraría la manera de cobrar por su rebeldía. — Veamos quien ríe al final, Mael.
[...]
— Espero no interrumpir nada en concreto. — Adquirió una postura tranquila, refugiando sus manos dentro de los bolsillos y sin despegar la mirada de ambos.
— Para nada. Estábamos recordando momentos memorables. — El de cabello naranja se animó a responder, sin tener idea aparente que estaba frente al mismo Demon. Jocoso y despreocupado se abrazó a la albina en caso de que fuese otro lunático obsesionado, gesto no bien visto por el rubio que luchaba con su impulso de apartarlo de ella.
— Hem, Arthur, él es mi esposo. Meliodas. — Dijo la albina un tanto abochornada por sus intenciones.
— ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! — rápidamente la soltó con nerviosismo y una sonrisa tosca. Por un momento pensó en que quizás debía protegerla, pero después de ver la seriedad del más bajo, comprendió su molestia. —El afortunado que logró ponerle correa a Eli. — Soltó sin pensar.
— ¡No seas grosero! — chilló la ofendida albina. Una ceja se arqueó en el blondo.
— Lo siento, me gusta bromear un poco cuando estoy nervioso. — excusó recurriendo a una actitud más profesional. — Me han hablado mucho de sus negocios y sus grandes logros. Son admirables, señor Meliodas. — como un fanático frente a su ídolo, soltó entusiasmado.
— Eh, gracias. — relajó su posición frente al más joven. — Perdón, pero solo con Meliodas está bien.
— Ugh, pero que poco formal de mi parte. Soy Arthur Pendragon. — esto si que lo había tomado por sorpresa.
— ¿Hijo de Uther Pendragon? — asintió con una pequeña mueca.
— Si. Pero no me trates como mi padre. — arrugó ligeramente su nariz. —Soy del todo menos severo y crítico.
— Lo sé. — interrumpió la albina. —Me costó mucho dialogar con él. Por cierto, ¿llegaron al acuerdo? — Meliodas asintió.
— Suerte, no tendrás que lidiar conmigo, después de todo yo sigo tus órdenes. — Ahora las interrogativas de Meliodas se vieron dirigidas a su cónyuge. El oji violeta se percató de esto. — Ahora trabajaré para Eli desde la empresa Goddess; es para que no tenga el inconveniente de moverse de un lado a otro a cada momento. — explicó. Bien no sonaba como una mala idea, pero ¿él haría un buen trabajo?
Ya lo calificaría con el pasar de los días y su desempeño dentro de las labores.
— Me sería de mucha ayuda en estos tiempos saturados de trabajo. — Elizabeth mostró cansancio e impasibilidad; pensar en las horas extras que tendría que cubrir junto a Merlín la agotaba mentalmente.
— Y hablando de trabajo, ya debo irme. — Apresuró a decir. ¡Olvidó que tenía una entrevista pendiente! — Me gustó charlar contigo Eli y conocerte, Meliodas.
— Nos veremos entonces. Y de nuevo, gracias.
— Lo importante es que estás bien. — esto abrió la preocupación del oji esmeralda.
— ¿Pasó algo? — cuestionó una vez que estuvieran solos, encontrándose con los ojos templados de la albina, a punto de derrumbarse en su agobio.
— Me alegra que llegaras. — Se tiró a sus brazos sin pensarlo, sin querer soltar su calidez y solo calmar la desconfianza que volvía a emerger de su pecho. No podía destruir eso que habían forjado por algo tan banal. Por ahora. — No sabes cuanto te necesitaba. — Meliodas acarició su cabellera, sintiéndola respirar con fuerza.
— ¿Qué tienes? Estás temblado.
— Mael... — incluso pronunciar su nombre le atormentaba. — Tenía tanto miedo. — Una bestia llena de odio arañó desde su interior, pidiendo surgir y acabar con ese hombre de una vez por todas.
— ¿En dónde... ? — puso distancia entre ellos buscando una respuesta en sus ojos afligidos.
— Se fue después de que Arthur llegara. — Esto incrementó ese odioso sentimiento, peligrosamente combinado con su arranque de incompetencia. — Si no fuera por él no sé que habría pasado. — Ella sonreía, genuinamente en un sentimiento familiar que desconocía.
— Lo siento. Llegué tarde y...
— Salí antes de lo esperado, pero estoy bien gracias a Arthur. — interrumpió con tal de no hacerlo sentir culpable, pero solo logró lo contrario.
— Vámonos. — antes de que cuestionara esos cambios en su ánimo y actitud, el rubio la tomó de la muñeca y la guio hasta el vehículo estacionado.
—Meliodas, espera. — este no respondió, seguía perdido en sus repentinos achares. — Huh, estás muy callado.
— Solo pienso. — abrió la puerta del copiloto y la animó a subir, para posteriormente hacer lo mismo y mantenerse aferrado al volante con la mirada perdida al frente. — ¿Te hizo algo? — Elizabeth mordió su labio inferior.
— Me apresó e intentó besarme, pero nada como la última vez.
— Hmm. — apretó los labios.
— Espera, ¿por qué estás molesto? — lo escuchó bufar.
— Estuviste expuesta de nuevo. ¿Cómo no lo estaría?
— Ya dije que Arthur... — no lo soportó. Por más que quisiera suprimir esa sensación de perderla por una u otra razón, no desaparecía de su cuerpo. Egoístamente no quería que alguien más se atreviera a mirarla.
— Precisamente por lo mismo. Yo no estuve ahí. — dijo detonando su desespero, mismo que solo confirmó las suposiciones de la oji bicolor.
— Entonces, no solo estás molesto. — concluyó. — Dime, ¿también estás celoso? — ¿eso era? ¿A eso se le denominaba su posesión y egoísmo sobre ella?
— No. Deja de sacar de contexto la situación. — Debió suponer que sería muy terco como para admitirlo. Elizabeth no evitó soltar una risita enternecida que lo desorientó.
— Demon, ¿por qué celas a las personas equivocadas? — negó. — Primero celos de ti mismo por un adorno floral, y ahora celas a mi primo por llegar antes.
— ¿Primo? — amplió los ojos. ¡Carajo! Ella no parecía mentir al respecto, pero tampoco renunciaría a su orgullo por sus certeras suposiciones. Aún no. — No estaba celoso, recalco. S- Solo me preocupé y... Olvídalo. — No tenía caso buscar una salida donde no lo había. Solo arrancó el motor y puso en marcha el auto. Por otro lado, la albina sonrió con casta ilusión.
— Al menos sé que te importo. — Nerobasta se lo dijo una vez: quizás el no decía que se preocupaba, pero eso no significaba que no lo hiciera, ¿cierto?
— Lo hago, no dudes de eso. — al parecer, estaba en lo cierto. — ¿Por qué te buscó de nuevo el imbécil de Mael? — apretó su agarre sobre el volante. Lo aborrecía más que nunca.
— No lo entiendo... — Murmuró. — Dijo cosas tan raras que me dejaron dudando, pero... — Aún era pronto para hablar de lo que ella sentía y el lugar era del todo menos adecuado. — es irrelevante. Seguramente solo quiere manipularme como lo hacía antes.
— ¿Ahora si vas a aceptar poner la orden de restricción? — La primera vez se le hizo exagerado, pero ahora no solo era ella quien estaría en riesgo si tenía otro encuentro con él. Podría poner en riesgo al niño que se desarrollaba en su vientre, no se perdonaría si algo le pasara por su insensatez.
— Si. — Accedió. — Más que nunca quiero que se aleje por completo de mi. — el rubio aclaró ligeramente su garganta.
— El próximo miércoles vamos a salir. — esto tomó por desapercibida a su esposa. ¿Salir? Muy apenas tenían tiempo de respirar. — Aprovecharé el día para llamar a Dreyfus y poner la orden.
— ¿Salir? ¿A dónde iremos? — curioseó sin delatar su emoción. Contrario a Meliodas que no se arriesgaría a que esa quisquillosa mujer saliera huyendo en cuanto le dijera a donde iban realmente.
— Solo vamos a salir y ya. ¿No podemos? — dudó un poco.
— Como una... ¿cita? — sus pómulos adquirieron un color bermejo y su corazón comenzaba a bombear exaltado. Meliodas le vio de reojo.
— Si, claro. Es precisamente una cita.
El trayecto a la residencia Goddess se le hizo absurdamente corta que las veces anteriores. ¿Por qué el tiempo conspiraba contra ella precisamente en ese día? No iba a mentir y decir que estaba todo "bajo control", cuando lo menos que tenía era control sobre sí misma: mordía sus labios, mordía su mejilla interior, arañada ligeramente las palmas de sus manos, cualquier cosa para liberar su ansiedad, pero claramente era poco.
Empeoró cuando su madre los atendió y los dejó esperando en la sala. Trataba de mantenerse al margen de la conversación de Meliodas, pero de vez en cuando titubeaba o tropezaba con las palabras, llevándola a decir incoherencias.
— Meliodas, estoy tan nerviosa. ¿Si? — adquirió una nueva postura: cruzando sus temblorosas piernas y llevando su pulgar a los labios, mordisqueando su uña. Sin embargo, la sensación solo le provocó un revuelo en su estómago; su comida empezó a sentarle mal. — ¡Ugh! Siento que voy a vomitar. — llevó sus manos a los labios e intento reprimir la sensación de asco.
Antes de que el rubio pudiese intervenir o sugerirle dejar esa reunión para otro día en que estuviera más calmada, Inés apareció en la sala.
— Respira y cálmate. No seas paranoica. — Murmuró su madre, contraria a su hija; no quería ver ni en pintura al descarado de su exmarido, pero no era como si tuviese más opción, le dolería en el alma ver otra decepción en esos ojos bicolores. — ¿Te preocupa que tu padre no venga? — esta negó con frenesí.
— Me preocupa lo que pueda pasar. — Temía, mucho. Cualquier cosa podría ser suficiente para causarle ese ahogo, su progenitor era tan impredecible como ella o, quizás, hasta peor.
Un llamado a la puerta la congeló en su lugar. ¿Tan pronto llegó?
— Yo atiendo. — A regañadientes y con desdeño, la peli plata mayor dejó sola a la pareja para recibir a quien era el padre de su única hija.
— Hey, todo estará bien. — Animó el rubio posando su mano sobre la de ella, calmando su ligero temblor. Ella le dirigió una mirada vacilante, obligándose a soltar una bocanada que calmara el bombeo de su corazón.
Por otro lado, Inés se preparó mentalmente como aferrar su lengua dentro su boca para evitar soltar cualquier insulto o aberración en contra de ese hombre que tanto la sacó de sus casillas. Seguramente, detrás de esa alba barrera, estaba esperando burlonamente con un ramo de ironías y sarcasmos listo para dárselos. No le sorprendía realmente.
Suspiró, y al fin abrió la puerta.
— Ya era hora de que... — sin embargo, en vez de ver unos ojos color aceituna, se vio encontraba con predominantes ojos áureos en esa faz añeja y prepotente.
— Inés, quedaste boquiabierta. — Dijo la mujer con ligera sonrisa y su ceja sutilmente arqueada. Efectivamente, todas las personas en el mundo, a quien menos esperaba ver era a ella. — ¿Qué clase de recibimiento es este?
Inés desvió los ojos de los dorados para buscar los del hombre detrás de ella. Un varón de cabello lilaseo y ojos entre marrón y verde se hundió de hombros con indiferencia.
— Lo siento. Ella me llamó y se enteró de mi visita. — se encubrió con falsa inocencia qué ya conocía. La ojizarco no dudó en apretar los labios y fruncir el entrecejo, fulminado por tan estúpida idea.
Pudo ser directo y decir que era cobarde como para encontrarse con alguien de los Demon, pero traer a su madre, quien en definitiva no podía ver a ninguno ni en retrato, sería un escenario desastroso.
— ¿Algún problema, hija mía? — volvió a cuestionar la mujer, esta vez, entrando sin permiso al hogar. — Tiene años que no veo a la pequeña Eli.
— Mamá, no creo que...
— Como siempre Inés, suponiendo los hechos. ¿Cuándo aprenderás a ser firmé y dejar tus absurdas atengas? Pierdes tiempo. — Con recelo y una frialdad no la dejó protestar, solo quería ver con sus propios ojos aquellas calamidades que escuchó hablar entre su entorno social.
Mientras tanto, en la sala, el rubio intentaba apartar -por tercera vez- la mano de su esposa de sus labios, pues esta no dejaba de morder considerablemente sus dedos con insistencia.
— Dios, deja de morderte las uñas, mujer. — Elizabeth torció una mueca, esta vez comenzando a mover su pierna izquierda, deseando que todo acabara. ¿Cómo es que el no estaba igual o más nervioso que ella?
— Es que siento la presión. No puedo respirar. — jadeo tragando saliva respirado agresivamente al punto que su inhalación se escuchaba. — Algo no anda bien. ¿Y sí esto empeora nuestra relación? — comenzaba a exagerar.
— Cálmate. Estoy contigo, no hay manera en qué esto nos afecte. — Y no mentía, había aprendido a separar las situaciones exteriores de los personales. — Pero si quieres irte, no tengo ningún problema. Iré por algo de agua. — se levantó, pensando que tal vez un momento a sola ayudaría a calmar esos nervios. —Eso aclarara tu mente.
La albina asintió ligeramente antes de verlo desaparecer en la cocina por lo antes dicho, dejándola rodeada de pensamientos agresivos que la confundían y la llevaban a distintos bulevares sin ningún final tranquilizador.
Escuchaba voces en la puerta, su madre discutía e insistía, pero no con su padre; se escuchaba inquieta y descubierta, como si tratara de impedir algún encuentro.
— Elizabeth. — levantó la mirada para encontrarse con su progenitor, sintiendo la lejanía al pronunciar su nombre.
— Papá... — Al reincorporarse, se sorprendió que este no había llegado solo. Ahí estaba, un reflejo vivo de ella, pero con los años encima y con peculiares ojos color oro. — Eh, ¿Abuela? No sabía que vendrías tambien.
Inés torció su gesto, impulsando aún más su ansiedad de que algo con ellos no venía la calma; al contrario, venía para derrochar vindictas.
— Es un gusto verte. — comenzó el de ojos oliva con poco interés. — La última vez que te vi estabas... hem... — Con sus manos jugueteo alturas menores, olvidando descaradamente la edad de su hija.
— Fue hace dos años. — respondió con clara molestia. ¿Por eso se preocupó tanto? Era el mismo de siempre: irónico e ignorante. O quizás no era su padre quien le preocupaba, si no a quien trajo consigo.
— Hmm, has crecido mucho, mi niña, pero noto que sigues siendo muy crédula. — añadió la que fue su maestra en astucia. Parte de su manera de moverse entre las empresas y de cobrar factura en contra de su alrededor fue alimentada por esa mujer de cabello plateado.
En contra de su madre y sin un padre que la corrigiera, Elizabeth accedió a la hostilidad y desconfianza gracias a ella; sin embargo, aún le causaba miedo sus intención.
— Es que no te esperaba. — respondió sin poder mantener contacto visual con ella. No podía ganarle a esa forma tan imperativa y arrogante de juzgar silenciosamente, con cada movimiento calculado e intensiones guardadas bajo una encantadora sonrisa.
— Elizabeth. — ignorando a todos, el rubio se acercó a la aludida, brindándole un vaso de agua qué ella rápidamente aceptó entre sus manos. —Toma.
— Oh, Meliodas... — Dio un largo trago antes de continuar. —Él es mi padre y mi abuela, Isabel Goddess. — En cuanto los ojos verdes se encontraron con los de esta última mencionada, el rubio sintió un ligero escalofrío.
Sin embargo, Isabel jadeó en bajo. El cabello, las facciones, sus gestos, todo... eran idénticos a... él. El único que dobló sus jugadas con trampas y la dejó rendida y colgando de un hilo a un precipicio de bancarrotas. Quien más odiaba en el mundo y se arrepentía de haber conocido.
— ¿Melías?
.
.
.
— Esto va a estallar *Whichiii con el dedo sobre el botón rojo, lista para presionarlo >:3*
Ya quería llegar a esta escena y ¿qué creen? Isabel Goddess llegó para ser la detonante y no el padre como algunos pensaron xD
¿Tienen dudas? Les traigo un spoiler de uno de los capítulos, además de ser una hermosa canción recomendable UwU
https://youtu.be/r0DSWuX90xI
Uy, no sé que me da más miedo. La reacción de Elizabeth, la de Meliodas o simplemente lo que pasará entre ellos. No aseguro nada 0wo
Así que, tomen armas, las van a necesitar sobre algunos personajes.
Sin más, gracias por leer y nos vemos en la siguiente actualización. P.d. Ya no doy spoilers, aunque lloren, griten, supliquen :v
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