Capítulo XXI

Y ahí, esperando de brazos cruzados, acompañada de un sonsonete tranquilo con sus tacones de aguja, Merlín menguó su sonrisa de sus labios rosados; misma que predicaba inquietud como una sucia victoria.

Ella llegó.

Dejó de divagar y aclaró su garganta, volviendo su atención al par de trajeados: uno de semblanza jovial, el más bajo poseía su característica serenidad. Ambos sin ver a su alrededor o de siquiera notar la destreza de Merlín al caminar un par de pasos hacia el rubio.

— Meliodas, que bueno que llegas. Puedes estar tranquilo, tenemos todo listo para confrontar a Uther. — Animó la de cabellos azabaches, ganándose una carcajada irónica por parte del albino que los acompañaba.

— ¡Calma, mujer! No es una guerra. Aún.  — la contraria, lejos de tomarse ofensivamente la grosería de su compañero, solo negó suavemente manteniendo la curva de su sonrisa. Debía mostrarse pacífica ante cualquier situación.

— Cada quien su perspectiva y motivación, señor Ban. No tienes que tomarlo literalmente. — Le tiró una última mirada arrogante y se perdió en el ambiente sereno de la sala de juntas, indiferente al gesto de Ban. Este carraspeó antes de inclinarse ligeramente al más bajo y susurrar:

— Capitán. — el aludido le vio de reojo. — Solo por mera curiosidad... ¿Tienes la estrategia de tu amada Elizabeth o presentarás el de Merlín? — Meliodas no necesitó pensar una respuesta muy evidente. Ya estaba más que aclarado.

Sonrió ligeramente.

— Merlín sabe lo que quiero, sin duda. — Ban alzó ambas cejas sin mucha sorpresa. ¿Qué podía esperar de dos personas calculadoras? — Pero Elizabeth sabe exactamente lo que nosotros necesitamos. Eso responde tu pregunta. — Y no había dudas. La albina entre más se arriesgaba, más ganaba en el territorio adversario.

— Entonces, las probabilidades de hacernos socios cercanos de Pendragon es muy alta. — Soltó el oji rojo en un tono melódico, ansioso por burlarse internarme de los gestos silenciosos de Merlín.

No era tan tonto como se mostraba, notaba la tensión irradiando de sus ojos.

— Solo no digas tonterías. — Dijo Meliodas en advertencia.

— Si es que tu hermano no lo hizo primero. — contrarrestó.

[...]

Tal vez fue el desequilibrio en sus horas de comida o quizás eran los cambios manifestándose gradualmente con el avance de su gestación; como fuera cualquier causa, nunca la había visto comer desesperada. A penas dejó en el escritorio un plato de comida que anteriormente compró y Elizabeth no dudó en dejar su obstinado trabajo para satisfacer su estómago.

— Sabía que tenías hambre, pero no creí que tanta. — Dijo con un gesto nervioso en sus sienes mientras jugueteaba con su comida -que compró para hacerle compañía- y le veía dar su último bocado. — Solo no te vayas a estomagar. — Elizabeth tragó.

— Ni yo sabía que tenía hambre. Gracias. — suspiró satisfecha, limpiando sus comisuras con una servilleta de tela. La mujer mayor negó.

— Deberás moderar tus comidas, así como los posibles antojos, no queremos que tu estómago se vea dañado. — Advirtió antes de llevarse un pedazo de guiso a la boca, tragando enseguida. — Hmm. ¿Qué síntomas tienes?

— Solo mareos y vómitos en las mañanas. He estado tomando agua mineral para amortiguarlos. — Posteriormente, tomó su botella de agua y dio un pequeño sorbo.

— Entonces, tienes casi dos meses o, quizás más, quizás menos. — La albina se hundió de hombros, detonando su ignorancia al respecto. — Me sorprende que tu estómago aún no se muestre, debe ser tu complexión. Pero no te confíes, a partir del primer trimestre comenzará a crecer; dependiendo de tu cuerpo, claro. — una mueca se torció en sus labios con solo pensar lo que traería consigo su condición.

— Ni lo menciones. Pensar en que me quedaré quieta en reposo con un gran estómago. Me da escalofríos. — Por más hermoso que se lo hubiera imaginado, ahora esto era una realidad tambaleándose en el hilo de su cordura. Cada fantasía cedió ante el miedo que le provocaba.

¿Si aún no estaba lista? ¿Si no sabía? ¿Si no aprendía a conllevar la responsabilidad? ¿Si no sobrevivía a la adversidad? Eso solo era la punta del iceberg.

— Pero sería lindo pensar en que el hijo de quien amas lo tendrás en brazos. — Carajo,  volvió a sonreír ingenuamente. Era un remolino de ambivalencia que no podía controlar y, mucho menos, contrarrestar.

— Tal vez sean las hormonas, pero empiezo a sentirme sentimental. Deja de llenarme de ideas. — Soltó abrumada ante la risita de Nerobasta.

— Te vas a sensibilizar aún más. Los cambios hormonales conllevan mucho: humor, el apetito, los dolores, el olfato, los sentidos e incluso, habrá ocasiones en que querrás estar con el padre de tu hijo. Ya sabes a que me refiero. — Esta vez se sonrojó  con fuerza, balbuceando incoherencias.

— Son variantes, no significa que me vaya a pasar todo eso. — Se infló de mejillas y se cruzó de brazos.

— No lo sé. Tienes meses para descubrirlo. — Pero Elizabeth bloqueó cualquier pensamientos del porvenir.

— Mejor dejemos de hablar y mejor cuéntame... — reincorporó, siendo esta vez ella la de la sonrisa burlona. — ¿Ya te animaste a formalizar con Ludociel?

— B- Bueno... — farfulló comenzando a juguetear con sus manos a la vez que trataba de ocultarse en sus mejillas rosadas. — Yo no... Quizás no sea lo mejor por este tiempo. Él tiene sus responsabilidades y yo las mías y... además... — suspiró rendida. — Eli, ya soy una mujer cuarentona. ¿No crees que ya es muy tarde para mí?

— Pero vives bajo el lema de "para el amor no hay edad ". — Ironía, eso pensaba. — ¿Cómo es que das buenos consejos y no los sigues? — cuestionó para su sorpresa.

— Consejo vendo, para mí no tengo. — se hundió de hombros comenzando a recoger cada plato y cubiertos, apilándolos cuidadosamente. — Tal vez, primero tengo que dejar mi nerviosismo. Recuerda que también vaciló, no puedo tener la razón en todo.

— Que complejo es ser honesto consigo mismo. — posó su quijada sobre su mano, suspirando en un respingo. — ¿Por qué no lo intentas y ya?

— Porque sé de antemano que el romance puede ser hermoso ante tus ojos, pero es distinto a vivirlo. La vida no es una novela, aunque eso no descarta que seas el protagonista de tus sentimientos. — Elizabeth volvió a berrear en bajo.

— Mi vida ya parece una novela aburrida.

— Si tu lo quieres así, si. Pero lo importante es que no tengas un final feliz, sino ser feliz hasta el final.

El teléfono de la peli rosada sonó para interrumpir cualquier otra respuesta o comentario de esa conclusión.

— Es tu madre. — notificó sosteniendo el dispositivo.  — Seguramente estará escupiendo llamas por la boca con la llegada de tu padre.

— Me lo imagino. — Soltó un segundo respingo, volviendo su atención al archivo reflejado en la pantalla. — Solo voy a enviar esto y le hablaré a Meliodas. Gracias de nuevo por la comida.

Mientras tanto, con el pasar de los relativos minutos en lo que duró tan esperada reunión en busca de una asociación, cada palabra salida de la boca de Demon fue precisa y sin dificultad de pensar. Era conocido por su facilidad de impresionar con su léxico y la manera tan tenaz en que se aferraba a sus posturas e ideas, detonándose en el auge de esa poderosa dinastía.

Moviéndose momentáneamente en desdén de seguridad y siguiendo las aconsejadas indicaciones de su esposa, Meliodas finalizó, como punto final, con una mirada severa mientras los ojos violetas de Uther analizaban el documento; a diferencia de Zeldris, que mordía sus uñas disimuladamente o Ban, que callaba por no soltar alguna mala broma.

— Sin duda me has impresionado, Demon. — Un respiro interno para el rubio. — No esperé menos de alguien tan calculador como tú. Debo suponer que la idea es de Elizabeth. — una sonrisa se esbozó  en el hombre, encontrándose con la afirmación del rubio.

— La conoce bien.

— Ella ve por todos. Podría decirse que es el ojo en el cielo.; aunque eso dé miedo. — soltó el aire antes de extender su palma abierta al oji esmeralda. —Estaremos en contacto para seguir discutiendo nuestros negocios. Hasta entonces, señor Demon. — el aludido sonrió ligeramente.

— Gracias por su tiempo. — correspondió el gesto, sin percatarse de la ridícula escena a sus espaldas.

— Oye, Zel, ya respira. El trato se cerró. — Dijo Ban juguetonamente al de cabello azabache, quien no tuvo ni un segundo de tranquilidad en lo que duró la conferencia.

— ¡Fua~! — Soltó con brusquedad. — Sentí lo peor pasando por mis ojos. — admitió terminado por limpiar sus manos ligeramente sudorosas en sus costados.

— Eres muy paranoico. — palmeó ligeramente sobre su hombro con burla. Nunca superaría el estado inestable de Zeldris, tendiendo a al tartamudeo y los malos chistes. Al menos, Meliodas Intervino en esos problemas y ahora, uno a uno de los accionistas de Camelot se había marchado.

Un timbre alertó el teléfono del Demon de ojos jade.

— Mi cuñada favorita envió el archivo. Iré a imprimirlo para ponerlo en el historial.

— Te acompaño. — se ofreció Ban. — Nos retiramos, capitán. — el llamado asintió mientras comenzaba a ordenar sus papeles para posteriormente archivarlos; sin embargo, a pesar que todos se retiraron de esa sala, la mujer azabache esperó detrás de él.

— ¿Ayudo en algo más, Meliodas? — El fajo quedó acoplado y ordenado, suspirando ligeramente mientras negaba suavemente.

— Es todo. Gracias por tu presencia Merlín. — dispuesto a volver a su oficina, la mujer esbelta se apresuró a caminar a su lado, guardando cada comentario que delatara su inconformidad en la junta.

— Es mi trabajo. Eso no se agradece. — Meliodas carraspeó de vuelta.

— Aún así. Tienes buenos puntos y una facilidad para explicar los procesos. — halagó sin intenciones más que altruistas, pero eso solo daba a un falso semáforo verde para ella.

— Para servirte. — ladeó su sonrisa liberen. — ¿Le parece ir a comer en algún lugar? — cuestionó antes de que cualquier otra cosa interrumpiera.

— Lo siento. Estoy algo apurado. — Un rechazo que ya se veía venir, pero aún se atrevió a correr el riesgo.

— Señor Demon... — se acercó la joven secretaria con una pequeña hoja de notas. — Sennett confirmó su cita para el próximo miércoles en la tarde. Ahí anoté los datos. — el rubio tomó el papel, leyendo el día como el tiempo establecido.

Por otro lado, Merlín maldijo a su curiosidad. ¿Qué carajos era es cita?

— ¿Tengo alguna reunión para esa fecha y hora? — la mujer rápidamente revisó su agenda.

— Ninguna.

— ¿Elizabeth tiene actividades? — volvió a cuestionar obteniendo esta vez un asentimiento. —Cancélalas. — Deldrey no rechistó y solo se limitó a acatar; contrario a la pelinegra. Si ahora estaba intrigada, el hecho que incluyera a esa molesta albina lo era mucho más.

— ¿Quién se hará cargo entonces? — Curioseó, pero este no tenía el humor para dar explicaciones a situaciones que incluyera cualquier rama de su vida privada.

— Eso lo superviso yo. — respondió antes de revisar la hora y continuar su labor. — Tengo que irme. Buenas tarde, Merlín.

[...]

Una vez asegurada que el archivo se enviara correctamente al destinatario- Zeldris-, una bocanada de alivio interrumpió entre sus labios para posteriormente guardar sus cosas y relajarse de las labores por lo que restaba del día.

— Ya tengo que irme. — No esperó para apartarse de la silla y estirar ligeramente su cuerpo. Dio un vistazo a su teléfono y se apresuró a tomar sus cosas. —Meliodas llegará en unos minutos para irnos con mi madre. Nos vemos, Nero. — La mencionada sonrió.

— Suerte en tu reunión.

Quizás era por la ansiedad que ese compromiso de provocaba o la simple necesidad de terminar con ello  en un parpadeo, pero salió -de milagro- sin tropezar a tambalearse entre los pasillos. Animada y a la vez aterrada. ¿Cómo será el encuentro? Después de todo, tenía poco más de dos años que no veía su padre.

En el trayecto de esa oficina al estacionamiento no dejaba de pensar en posibles escenarios caóticos, uno peor que el otro. Un enfrentamiento entre el abusivo de su padre y la serenidad perjuicios del rubio, no sonaba como la mejor de las ideas. ¿Por qué su repentino interés en conocerlo si desde un principio insistía en que no se relacionara con Demon?

Una incógnita desapercibida que seguía suelta.

— Me pregunto cuanto tardará. — cuestionó a paso rápido al bajar por las escaleras que daban al estacionamiento subterráneo. Una ráfaga de viento gélido la recibió con el exterior. — Ugh, que frío.

Londres era muy turístico y algo monótono, pero seguía siendo una ciudad capital gris y aburrida, sin importar el clima; sin embargo, gustaba de los lugares fríos así como su desprecio por los mismos. Irónico, pero en momentos convenientes hubiese preferido algo de calor.

Sus zapatos bajos arrastraban perezosamente en el suelo pavimentado, se escuchaba una turbia soledad que le incómoda. Una incomodidad peligrosamente familiar.

Los bicolores buscaron el núcleo de su repentino miedo, pero no había más que vehículos aparcados. Una paranoia comenzó a botar en su corazón. ¿Fue mala idea salir antes de lo acordado?

— Elizabeth. — Al parecer, su respuesta era un terrible "Sí ". — Ha pasado tiempo. — frente a ella, la causa de su insegura; arrogante y de hermosa sonrisa divina, lástima que sus intenciones siempre fueron oscuras.

— Mael. — No vaciló. Se esmeraba en no dejarse manipular nuevamente por él, pero, aún así, por impulso de su cuerpo, retrocedía con su cercanía. —¿Qué haces aquí? Si insistes en que pase la noche contigo, pierdes el tiempo. — el de cabello blanco negó en un cruzar de brazos.

— Calma princesa que esta vez vengo en son de paz. — ¿Paz? Eso no existía en un hombre como él. — Te he estado vigilando, y debo decir que Demon te ha contagiado la monotonía como su serenidad. ¿Segura que te diviertes con él? — No recibió respuesta más que la distancia. Mael resopló sobre sus cabellos. — Solo te pondré a prueba y te dejaré. ¿Qué dices? ¿Aceptas una inocente demostración?

— ¡Aléjate! — Hizo caso omiso a su propuesta y por lejos quería escucharla. El ojizarco soltó una risa nasal.

Había algo de sinceridad en sus palabras, más se negaba a creer, a su alrededor, todo era blanco de su recelo. ¿Cómo detenerse a escuchar a quién te lastimó más de tres veces? Sobre todo, cuando ingenuamente lo permitió.

— Lo haré, pero solo demuestra que dejaste de lado tu ingenuidad. Te lo he dicho: no puedes confiar en nadie ya que deberás estar sola tarde o temprano. — los ojos se ampliaron. Por más que doliera, como tatuaje esas palabras siempre quedarían ilesas en su memoria. — Imagina de nuevo el dolor que provoca la desconfianza de quien menos lo creías. Sé lo mucho que te retuerce la soledad.

— Yo no estoy sola, Meliodas...

— Si él quisiera te alejaría y viceversa. ¿Me equivoco? — Cada palabra en su lengua se vio muerta con esa afirmación. ¡Él contrato! De otro modo, ella se habría marchado desde un principio. Mael terminó por esconder ambas manos en sus bolsillos, endureciendo su mirada. — Solo vengo a advertirte: sí realmente dejaste de lado tu sumisión, te dejaré en paz; pero si realmente sigues siendo la misma Elizabeth de bachillerato, tu sola vendrás corriendo a mí. De mi cuenta corre esa promesa.

Nunca en su vida lo había visto tan seguro, tan aferrado y tan... sincero, incluso comenzó a dudar de su fidelidad. ¿A caso sabía de algo que ella ignoraba en su matrimonio? ¿Por qué le causaba miedo? Mael comenzó a manipular los hilos.

No lo comprendía.

— Eres muy estúpido si crees que lo haré. Un patético narcisista como para pensar que volveré a ti suplicándote. — el gesto de Mael no cambió, se mantuvo estático en la cuerda de su palabra; en cambio, el de Elizabeth tambaleaba.

— No lo sé; las decepciones son tan impredecibles como tú, pero seguramente él te lastimará más, después de todo, eres tú quien está enamorada. Él no. — Esto la dejó helada, robando un pequeño jadeo que no creía. — Me sorprende su ignorancia por ti, debe ser muy centrado como para darse cuenta del tipo de mujer con la que está y por eso te compadezco. Tienes hasta entonces para volver. — aprovechando de su momento sorpresivo, la tomó de la muñeca para aferrarla a su cuerpo.

— No. ¡Suéltame! — Molesta, furiosa y dolida, alzó la mano lo suficiente como para darle un golpe y tener ventaja de volver al interior, pero este la detuvo. Apresó ambas muñecas y su cuerpo con el suyo.

— Solo es un pequeño recuerdo para que tengas en mente que tu siempre serás mía. Y esta vez tomaré precauciones.

— ¡Déjame! — Era inútil, no quería esforzarse demasiado y arriesgarse a tener complicaciones con su hijo; por otro, Mael ganaba en masa y tamaño, fue muy sencillo apresarla; sin embargo, ninguno se percató de la figura a sus espaldas.

— Dijo que la soltaras. — exclamó. El peli blanco volteó la mirada a esa vocecilla joven, mientras los de Elizabeth -empañados en desesperación- se ampliaron al reconocer a ese espécimen de ojos violetas. Después de tanto tiempo, estaba ahí de nuevo.

— ¡A- Arthur!

[...]

 — ¿Seguro te encargas? — volvió a cuestionar sin detener su rápido andar por el despacho, mirando la hora a cada rato que sentía que la presión lo ahogaba.

 — Si, si, si, si, capitán ~. — insistió Ban con un rodar de ojos y un tono cantarín. — Tu vete con tu dama. No es de buen gusto dejarla esperando. — Asintió confiando en su mejor amigo. Meliodas tomó aire y con ello las llaves sobre el escritorio.

— Entonces, nos vemos mañana, zorro. — Pero antes de salir, su hermano se interpuso para remarcarle:

— Recuerda que mañana es mi día libre. No quiero que me reclames de último momento por no avisar. — su hermano asintió insistentemente esperando que no hubiese más quejas o dudas. Las sonrisas silenciosas indicaron negación.

— Ya tengo que irme, es tarde. — Torció el gesto y salió lo más pronto posible, esperando que ninguno de sus empleados lo detuviera con palabrerías o situasiones absurdas. Al menos el trayecto de un punto a otro -entre Demon y Goddess- no pasaba de los veinte minutos.

— Suerte con tu suegro, capitán. — Indicó el albino burlón. No era seguro, pero Meliodas estaba realmente inquieto.

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