Capítulo XX
Silencioso, no era ambiente, pero si tranquila y serena; ideal para perderse en números, gráficas, tinta y papel. Sus ojos esmeraldas parecían absortos en su trabajo, pero la mitad de su mente aún recreaba esa cercanía de la noche anterior. Ella era cálida incluso antes de las épocas frías, distinto a él qué no importaba cuanto se cobijara, sus manos eran heladas.
Soltó un silencioso suspiro. Su hermano se mantenía ocupado en una conversación telefónica desde hacía unos minutos y parecía que la conversación ya daba para su punto final, lo deducía por esa elevación en su tono de voz alegre y semblanza risueña mientras caminaba a un lado a otro en pasos callados.
—... Entonces mañana en la tarde. — Dijo con una sonrisa. — No se preocupe, le enviaré la dirección por mensaje. Hasta entonces. — Y dio terminada la llamada, guardando el teléfono para posteriormente ocupar su lugar al lado del rubio.
— ¿Hablabas con Briar? — Lo siguió con la mirada hasta que este le reprochó con una bocanada.
— ¿Un problema? — arqueó la ceja, tomando por sorpresa con esa actitud gruñona. Algo casi inusual en él.
— Calma la agresión, es una simple pregunta. No es como si te lo estuviera reprochando. — La actitud hostil de Zeldris se disolvió en alivio, volviendo a su empatía.
— Lo siento. — rascó su nuca avergonzado por la confusión en la pregunta del mayor. — La verdad, si. Mañana vendrá a la casa a conocer a Amice y está emocionada por eso. — explicó antes de recordar otro pequeño detalle. — ¡Por cierto!, debo llamar a Gelda para que prepare a mi pequeña con tiempo. Amice se alborota mucho por la emoción y puede terminar en desastre. Imaginate. — Esta vez ladeó una mueca mientras negaba sin evitar sentir ternura por el entusiasmo de su hija.
Sin embargo, inquietudes comenzaron a brotar de la cabeza del blondo. Con cada anécdota que escuchó de su hermano, Ban, padre y algunos colegas, quedaron curiosidades congeladas en boca, misma que ahora mismos revivían en busca de respuestas.
— Oye... — vaciló un poco. — ¿Tan complicado es cuidar a los niños? — la mirada de Zeldris cayó sobre el con perplejo.
— Hum... Hay buenos días como malos. — se hundió de hombros antes de mostrarse con su mejor sonrisa burlona. — ¿Por qué la pregunta? No me digas que ya quieren poner en marcha la fabrica de bebés. — El rubor en el contrario no se hizo de esperar al igual que su ceño fruncido.
— Nunca se puede hablar seriamente contigo. — Zeldris carcajeó ligeramente antes de palmear su hombro.
— Lo siento, pero me tomaste por desprevenido con esa pregunta. — suspiró calmando su risa. — Pero respondiendo más concretamente tu pregunta, a pesar de toda la intensidad con la que se mueven los hijos, vale la pena los sacrificios. — Pero parecía que Meliodas ya no tenía intensión de escucharlo. — Ya, hombre, no seas rencoroso.
No lo juzgaba, era parte de su naturaleza ser jovial, pero eso no lo hacía del todo confiable para sus preocupaciones.
— Mejor olvidemos el tema. — Inquirió en un carraspeo.
— De acuerdo. — No debatió, pero encontró cómo seguir la cadena de burlas. — ¿Y que más dijo mi cuñada favorita de tan amoroso gesto que tuviste por ella? — cuestionó al admirar las flores cuidadosamente adornando una esquina de la oficina. — Me sorprende que sigas vivo. Después de enterarse de tu fetiche por los senos creí que ahí mismo nos colgaría del edificio.
— Fue tu culpa. — se defendió. Aún podía sentir el bochorno del día anterior. — Me impulsaste a hacerlo.
— Vamos. No es como si no hubiese querido hacerlo desde antes, ¿me equivoco? — El rubio se mantuvo callado sabiendo que no podía contradecirlo. — Al menos te animé a hacerlo y es mejor que un simple florero. Para la próxima que vayamos al bar me aseguraré de que le llevemos serenata a las 02:00 a.m.
Rodó los ojos y volvió a perderse en la legajos.
— Si esta vez quieres morir, adelante. Conmigo no cuentes. — Dicho esto, se levantó de su lugar con hojas entre sus dedos ante la mirada curiosa del menor.
— ¿A dónde vas?
— Tengo que hablar con Melascula y darle su nuevo horario. — una vez que su hermano desapareciera del ambiente, aprovechó la oportunidad para tomar nuevamente su teléfono y llamar al perfil de su amada esposa.
— ¿Amorcito? — meloso y ansioso al momento que esta correspondió, una sonrisa se esbozó en sus labios. — Quiero hablar contigo respecto a Amice.
Por otro lado, al otro lado de la urbe inglesa, en el pequeño edificio resplandeciente en albo yacía en constante movimientos interno: sus empleados estaban relajados y sin presiones debido a las fechas; todo en perpetua sincronía. Sin embargo, la mente de la albina estaba fuera de su capacidad para mantenerse centrada en sus labores de ese día. Ni el café de la mañana ni su vista bicolor pegada frente a la pantalla de una computadora no lograba retenerla, solo suspirada hastiada de su sentir.
¿Por qué las palabras de una perfecta desconocida le afectaban mucho?
— Elizabeth. — La voz de Nerobasta se hizo presente junto a sus encargos frente la figura agotada de Goddess. — ¿Qué haces aquí? Deberías estar en casa con tu madre tan siquiera para prepárate mentalmente para la visita de tu padre. — Se acercó cuidadosamente a ella, quien se reincorporó sobre su lugar, disimulando su divagación.
— Olvidé unas cosas. Termino esto y me marcho. — Indicó esbozando una sonrisa perezosa y, sobre todo, sosa, carente de su característica chispa entusiasta.
— Te ves fatal. ¿Has descansado bien? — Indicó tomando sus mejillas, analizando su calor corporal, descartando la posibilidad de que una enfermedad fuera la culpable de su desdeño.
Elizabeth, por su lado la apartó sutilmente mientras asentía, tratando de levantarse a estirar un poco su cuerpo tenso.
— Si, perfectamente. Estoy... — sin embargo, un mareó retuvo sus intenciones de aparentar su buen estado, causando que nuevamente cayera a la silla algo anonadada ante la preocupación de Nerobasta.
— Si, estás perfectamente bien. — Rodó los ojos al comenzar abanicar su rostro con el fajo de hojas. La oji bicolor suspiró posando sus manos en las sienes tratando de recuperarse de las vueltas en su cabeza.
— Oye, yo soy la que suelta las ironías. — Trató de ambientar con algunas de sus burlas, pero su tono era muy fingido para la peli rosa.
— Estabas a punto de desmayarte. ¿Si no hubiese estado aquí? — No respondió, limitándose a ignorar sus preocupaciones, pero, al igual que su progenitora, Nerobasta o se quedaría con los brazos al pecho. — Llamaré a tu madre. — La recuperación de Elizabeth fue inmediata al verla tomar el teléfono del escritorio.
— No. ¡No lo hagas! — detuvo su mano comenzando a teclear los números. — Es solo estrés. Es estrés. — La ceja rosa se arqueó sin ninguna señal de creerle a la mentira más trillada.
— Entonces llamaré a Meliodas. — Esto le alteró más al punto de arrancarle el teléfono de la mano y esconderlo a sus espalda. Si se lo decía en ese momento, este no se apiadaría de sus insistencias y la llevaría arrastrando al consultorio más cercando y, por ende, daría inicio a otra discusión.
— No. Menos a él. ¡Él aún no puede saberlo!
— ¿Aún? — Elizabeth se dio un golpe mental por esto. — ¿Saber qué? — Ahora no encontraba como zafarse de la cuerda que ella se encargo de amarrar.
— No, nada. S- Solo que no quiero que se preocupe por un mareo y...
— No, no, no. Estás ocultando algo. — Interrumpió la mujer con más sospechas al respecto y no la soltaría aunque ella negara de las maneras más absurdas posibles. — No es la primera vez que te sientes así, ¿verdad? — La albina tragó grueso.
— No es lo que trato de decir...
— La verdad o en serio llamaré a ambos ahora mismo. — Amenazó, esta vez tomando su teléfono móvil, dejando su índice peligrosamente sobre la tecla verde. La dejó acorralada. — Elizabeth, si no me das una expli..
— Estoy embarazada, ¿está bien? — Sus ojos marinos pestañearon a la par que dejaba el aparato en la superficie del escritorio. Estaba muda y sin palabras para expresar que, de todo lo que pudiese decir, no esperaba esa revelación.
— Oh, vaya. Es una gran noticia. — Su sonrisa no se ocultó por mucho, distinto a la contraria que se dejó caer rendida en una bocanada. — Entonces no es estrés, solo pasas por cambios hormonales.
— Si, vaya que es una noticia grande. — Rodó los ojos con una voz sarcástica.
— Y así como las cosas grandes no se puede ocultar para siempre. — Ahora comprendía sus estados de ánimo como su fatiga y su amable agresión. — Entonces, no se lo has dicho. — ella negó cabizbaja.
— Temo que se enoje después de que se lo diga; no tanto por su responsabilidad, estoy segura que lo afrontara, pero... es un hecho que estará molesto por ocultárselo todo este tiempo. — se abrazó a si misma temiendo todas las posibilidades.
— ¿De nuevo vacilando?
— No sé cómo hacerlo. — chistó en alto para comenzar a caminar como bestia en cautiverio. — Para empezar... me entero hace algunos días que hay un inquilino revolviendo mi estómago y cada vez que le quiero decirle la verdad a Meliodas algo viene y me recuerda el miedo que tengo. — Soltó con histeria ante la negativa de Nerobasta.
— Tu no entiendes que tu inseguridad es la única que te detiene. Cariño, cuanto más pronto le digas mejor.
— Lo haré. Después de la reunión de hoy. — aclaró poco convencida. — Ha estado tan estresado por tantas cosas que quiero decírselo una vez que esté calmado.
— Que sea cierto. — cruzó sus brazos. — Podría ser peor si se entera por otros medios, pero eso ya lo dirá el tiempo. — Pero su intento por tranquilizarla no terminó, parecía que el tema de su embarazo no era la detonante de su estado nervioso. — No es solo el tema del bebé lo que te preocupa.
Soltó una bocanada, perdiéndose en un punto ciego.
— ¿Tu aceptarías tener una familia con alguien que no es muy expresivo? — El miedo a su serenidad cuando soltara las palabras era desgarrador.
— No lo sé. Deberías preguntárselo a él, o más sencillo, dile tus sentimientos. — negó. Solo podía hundirse en la oscura negatividad realista.
— Pero él prometió no quererme de la misma manera. — Nerobasta sonrió ligeramente; tan clavada estada en esa idea que se negaba ver a ambos lados.
— Y tu ahí esperando detrás de una barrera que claramente no existe. — En consolación la abrazó por los hombros, guardando uno de sus mechones plateados detrás de su oreja. — Las personas dicen las cosas para no cumplirlas, y tu solo haces un tornado en un vaso de agua.
Sin embargo, temía su severo rechazo. Sabía lo que era ese amargo sentimiento: era entregar tu chispa al oxígeno de esa persona, causando una llama en el corazón, ardiendo, quemando, lastimando constantemente; sin embargo, por más dolor que causara no lo quería apagar al ser su única fuente de luz y calor. Así de masoquista era el rechazo.
Proviniendo de Meliodas, no lo soportaría. Sería la deforestación que arrasara con todo.
[...]
— Si tienes algún inconveniente o necesitas días libres, informarme para hacer los cambios. — Indicó el rubio a la mujer de ojos negros y lacio cabello lila. — Tu salario no cambiará respecto a tu labor original, pero daré una compensación por las horas extras. Solo revisa que las condiciones te sean flexibles. — Distinto a la voz entrecortada del rubio, Melascula me sonrió.
— ¿Y tu estás bien? Te noto afectado. — suspiró, moviendo la cabeza en ademán de afirmación.
— Solo me tomó por sorpresa, y con varias cosas a la vez, pero no es nada del otro mundo. — Respingó en bajo. — Elizabeth es muy necia para aceptar ayuda o relevarla temporalmente; no encontré otra solución. Tendré que pedirle a Merlín que sea menos exigente.
— Hablando de ella... — Ese nombre, la mujer... algo de ella -graciosamente- le daba mala fe. Pero aún eran supersticiones apresuradas. — Olvídalo, es irrelevante. — Desvió sus ojos a su nuevo calendario antes de opinar al respecto. — Por lo que veo aquí es el resto de esta temporada.
— Vencida la fecha me encargaré del resto. — asintió.
— No se preocupe señor Demon. — Sonrió de oreja a oreja. — Estaré al tanto de ella, digo, no es la primera vez que lo hago. — tiró un guiño y una mirada cómplice qué Meliodas rápidamente interpretó.
— Eso fue petición de mi padre, en ese entonces no la conocía.
— Pero ya tenía el presentimiento que terminaría eligiéndola, aunque te ignoró el primer día. ¿Recuerdas? — Una sonrisa se dibujó en los labios del Demon.
El primer día en que las chicas candidatas a ser su esposa se encontraban en la enorme propiedad de su difunto padre; todas las fémina encantadas y aferradas a llamar la atención de él, viéndose obligado a hacerles un pequeño gesto de cortesía; sin embargo, Elizabeth era quien se encontraba hastiada, ajena y hostil a su alrededor al punto que, al tratar de llamar su atención, esta ni se molestó en verle y solo se pasó de largo.
Aunque no lo dijera, por primera vez alguien destruyó su ego con indiferencia, mismo que lo llevo a posar su interés en ella.
— Por extraño que pareciera, eso fue lo que más me llamó la atención. — admitió en voz alta para la sorpresa de la fémina. Rápidamente regresó al presente. — Tengo que apresurarme. Aún tengo cosas qué hacer antes de pasar a recoger a Eli.
— Qué tenga un buen día.
El rubio vio por última vez el gesto de Melascula antes de salir del lugar lleno de archivos y caminar pensativo, ordenando sus ideas de ese día, dando uno que otro gesto a quien pasaba a su alrededor.
— A ver, a ver, a ver... — mordió su labio inferior, enlistando sus pendientes. — El cambio de horarios y labores, mover al personal, el registro ya está hecho, la junta con Pendragon es en media hora...
— Meliodas, que alivio encontrarte. — frente a su área de visión se encontró con la silueta de la pelinegra de amplia sonrisa. — Te noto calmado.
— Al menos. — No se detuvo a darle explicaciones, continuó su andar, siendo seguido por la misma en un corto silencio.
— No he visto a Elizabeth. Creí que traería los archivos...
— Le dije que no se moviera y una vez terminados los enviara por correo a Melascula. — Respondió enseguida, esta vez tomando un bolígrafo para comenzar a apuntar un número telefónico en una hoja, usando su antebrazo de apoyo.
— ¿Entonces trabajará con nosotros?
— Si. — Rápidamente se dirigió a su secretaria en el mostrador. — Deldrey, necesito un favor. — La aludida dejó su acción para asentir ligeramente. Meliodas deslizó la hoja sobre la superficie. — Necesito que llames a Sennett y hagas una cita para esta semana.
— En seguida. — Acató sin rechistar ni cuestionar ante la mirada confundida de Merlín. ¿Quién era esa tal "Sennett" Y para qué una cita? ¿Cuál sería su oficio?
Lastimosamente no tuvo tiempo de ver el número para memoralizarlo y averiguarlo por su cuenta y preguntarle al rubio sería muy torpe de su parte sabiendo lo cerrado que era.
— Veo que se organiza mejor sin interrupciones. — Esta vez lo siguió hasta su oficina, donde se tomó un respiro de andar a un lado a otro con los asuntos de la empresa. Sin embargo, no pudo evitar molestarse ligeramente por su comentario.
— ¿A que viene eso?
— No me malinterpretes. Solo opino que estás muy concentrado cuando no se trata de estar con Zeldris o Elizabeth. — se alzó de hombros con una mirada arrogante, cruzándose se brazos.
— No los veo como un distractor. — entrelazó sus manos, deslizándose negativamente por sus palabras. — Pero ahora esto es más importante y agradecería que no cuestionaras el trabajo de mi hermano o esposa.
Merlín respiro profundo sin borrar su sonrisa.
— ¿Puedo ayudar en algo más? — negó.
— Por ahora no. — despegó su atención de ella, comenzando a sentir recelo por su manera de desviar las situaciones. — Solo debemos concentrarnos en entrar en confianza con Pendragon, es lo que importa ahora.
— Veo que será una tarde muy... intensa.
— Lo menos que quiero es perder la confianza que Elizabeth logró. Así que podría decirse que sí.
— De acuerdo. — Y con una sonrisa se alejó del rubio, mientras en sus adentros, los hilos de sus marionetas comenzaban a actuar. «Aunque creo que es la confianza de Elizabeth la que está en juego».
[...]
— Ya deberías retirarte. — volvió a insistir a la albina con los ojos en la computadoras y sus dedos tecleando. — Si quieres yo te llevo a tu casa, pero no puedes seguir sobre forzándote así. — Pero esta era terca y con una fuerte sensación de presión sobre sus hombros.
— Estoy a punto de terminar. — Indicó un poco más relajada. — Merlín fue estricta conmigo y es algo que debió haberse analizado desde hace días. — Nerobasta no estuvo de acuerdo.
— De acuerdo, dejaste todo para último momento, pero piensa en que todo eso te hará daño.
— Estoy bien. — suspiró a estirar los dedos y sonreírle a la paranoica mujer que no se había despegado de ella desde qué inició su conversación. — Solo lo envío y listo. Además, aún tengo que...
— Tienes nada. — Regañó, sin estar dispuesta a permitirle trabajar más de lo necesario. — Ahora que termines esto te vas a quedar ahí a tomar un respiro. — Tomó su bolsa y se encaminó a la puerta. — Iré por algo para que almuerces, seguro que no has comido por estar pegada a esa cosa. — Elizabeth extendió una sonrisa nerviosa en negación. — ¡Pero que cabeza dura eres!
— Ya, ya. Suficiente con mi madre. — Se lo tomó con poca importancia, después de todo, lo que comía, lo vomitaba.
— Supongo que ella tampoco lo sabe. — volvió a negar un par de veces. — Cuando se entere, primero te va a felicitar y después te dará sus sermones por descuidada.
— No me animes. — Rodó los ojos posando su mejilla sobre sobre la palma de su mano, imaginando la exaltación de su madre para luego recibir sus regaños.
— Tarmiel estará cuidando que no salgas, así que ni lo intentes.
— Ni lo pensaba hacer. — Una vez asegurada, la mujer de cabello rosado salió de la oficina de Goddes, dejándola continuar con su trabajo.
Aliviada estaba después de la repentina conversación con la ojigarza; era buena para motivarla y orientarla en sus decisiones, pero sus corazonadas seguían ahí sustituyendo sus bombeos. Su corazón estaba intranquilo.
Un mensaje llegó a su teléfono llamando su atención.
Meliodas 01:06 p.m.
¿Todo bien, preciosa?
No evitó sonreír tontamente. Rápidamente respondió.
Elizabeth 01:07 p.m.
Claro. En unos minutos
envío el archivo a Mela.
El rubio frunció ligeramente el ceño al notar su inquietud por el trabajo.
Meliodas 01:07 p.m.
Tómate tu tiempo, no te precipites.
Cualquier urgencia, llámame.
— Capitán. — Ingresó el albino oji rojo justo después de enviar ese último mensaje. — Pendragon ya están en la sala de juntas. ¿Nervioso? — Curioseó con su típico tono cantarino. Meliodas negó.
— Terminemos con esto lo antes posible. Tienes los...
— Más que listos. — Interrumpió jugueteando con las hojas en sus narices. — Los revisé varias veces y todo en orden. — aseguró para la tranquilidad del más bajo.
— Bien. — chocó sus manos dispuesto a ir donde sus colegas esperaban. — Vamos enseguida o Zel hará uno de sus malos chistes frente a todos. — ambos rieron, sabiendo de antemano que el mencionando azabache solía relatar malas bromas cuando se encontraban nervioso.
Sin embargo, un nuevo mensaje alarmó sobre su mano.
Elizabeth 01:11 p.m.
Ok. Suerte con Pendragon ♡
Pestañeó un poco desconcertado, ya que era la primera vez que su mujer usaba ese tipo de emotivos, y agregando su intento de apoyo moral le hizo ruborizarse ligeramente.
— Que envidia. — Habló el albino sobre su hombro, con el descaro de leer su correspondencia. — A mí Elaine me dijo: "Si pierdes tu trabajo por tus tonterías te castro". Al menos a ti te dan algo de amor. — Burlonamente se cruzó de brazos, ganándose una mirada molesta del más bajo.
— Tu y tú costumbre de meter las narices donde no te llaman. — Rápidamente escondió el teléfono sin afán de seguir distrayéndose. — Rápido o le concedo el deseo a tu esposa de castrarte. — Ban chistó la lengua.
— Que malo eres, capitán.
Sin embargo, lo que ninguno de los dos sabía, era que Elizabeth estaba muriendo de vergüenza por la mala jugada de su teléfono ya que al querer enviar un emoji adjunto, se le escapó el incorrecto.
— ¡Aah! Estúpido teclado. ¿Ahora qué pensará? — Maldijo en bajo al dispositivo boca abajo. No podía revertir el mensaje y ya se marcaba como "leído". O lo ignoró o quizás pensaba algo al respecto. —Qué sea lo que la suerte quiera.
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