Capítulo XVII

Para que vean que no soy tan mala y para no dejarlos en suspenso ^^

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Debió pensar que ni en sus más profundos sueños pesados y a hora menos indicada, pues el alba apenas se asomaba en la limítrofede la ciudad; el ardor en su esófago la obligó a pestañear un par de veces alarmada, así como la sensación ácida en su paladar obligándola a retirarse de los cálidos brazos del rubio alrededor de su cuerpo para ir corriendo al escusado y comenzar el día vaciando su estómago.

Una, dos y tres arcadas de sensación acre fueron más que suficientes para tirar de la cadena y dejar que todo se fuera por el drenaje, dejándola mareada.

«Supongo que tendré que acostumbrarme a los vomitos matutinos». Pensó asqueada para después lavar su cavidad bucal y el rostro aún adormilado y con señales de cansancio.

Maldijo. Debía buscar la manera de omitir los vomitos.

— Escucha... — suspiró bajando la mirada a su estómago con un ceño fruncido. — Sé que no te gusta lo que a mi me gusta comer, pero es mi cuerpo y te aguantas. Así que quédate tranquilo hasta que tu padre sepa de tu existencia y deja de revolver mi estómago cada mañana. — Masculló para después sentir otra sacudida que la obligó a devolver por segunda vez. — ¡Ugh!

Gruñó cubriendo su boca antes de arrodillarse de nuevo al retrete; aguantar las arcadas ácidas de su garganta se volvería un hábito difícil de contener y esconder.

Un par de golpes se escucharon de afuera.

— Elizabeth, ¿estás bien? — El asco salió huyendo de su cuerpo con el llamado del rubio al otro lado de la puerta. Rápidamente se reincorporó y volvió a lavarse, esperando que no la haya escuchado. — ¿Con quién hablas? — cuestionó, esta vez ingresando al baño para encontrarla vacilando.

— Con nadie. — Tomó una toalla y comenzó a secar su piel. — ¿Por qué? —, pero por más que intentara mentir, Meliodas estaba seguro que ella charlaba consigo misma, no entendió sus palabras, pero la oyó reclamar.

— Comienzas a preocuparme. Voy a llevarte al médico o algo para que te revisen. No es normal que estés delirando. — advirtió para alarma de la albina que salió del baño para ignorar su petición y tumbarse boca abajo en la cama en ademán negativo.

— ¡No! — Exigió. — Yo no voy a ningún lado. Estoy perfectamente bien. Solo una pequeña infección de estómago que no me deja comer a gusto y ya. — Murmuró contra las sábanas.

— No seas necia. Ya no es normal, podría ser algo grave. — Esta vez, en vez de recibir otro reclamo, Elizabeth le lanzó una almohada al rostro. — Eso fue muy infantil de tu parte. — gruñó. Su esposa no cambió de postura o de opinión. Solo le miraba con reproche y unos ojos frenéticos. — De acuerdo, está bien. No te llevaré a ningún lado, pero ya deja de hacer berrinche.

Resopló sobre su flequillo.

— No es berrinche. Tu exageras. — se levantó para sentarse con un cruzar de brazos. — Te digo en serio. Solo me he malpasado en las comidas y no he descansado bien.  — Pero la mirada del ojiverde seguía estático en desconfiaza.

— ¿Por qué insistes en esa excusa? — la platinada mordió su mejilla interior. —Elizabeth, por favor entiende que tu recelo solo alimenta el mío. Necesito que seas sincera a su tiempo. — ¿A caso empezaba a sospechar? ¿O qué otra respuesta había que le hiciera decir eso?

Relamió sus labios.

— No es que desconfíe de ti, solo que...

— Entonces ¿a qué temes? — Interrumpió. — ¿Qué temes qué yo sepa? ¿Qué parte de mi te da miedo? ¿Por qué me temes? — bajó la mirada. Caminaba en un hilo de dudas que se desplomarian en un lacrimal de emociones.

Suspiró sosegada para después trazar su mejor sonrisa de lo más convincente.

— No te temo a ti. Entiendo que te preocupes por mí, pero has estado tan centrado en que me paso algo grave que comenzaste a malinterpretarme. — Por su tono de voz y su juguetona voz sonaba tan sincera para el rubio que no tuvo más que relajarse y ceder.

Aunque eso no cambiaba su corazonada. De vez en cuando se comportaba de la misma manera en que la conoció: tímida, hostil, desconfiada a su alrededor, juguetona con cualquier cosa seria... Claro que le gustaba, así como le incomodaba su sonbreactuación. ¿Qué debía creer?

— Lo siento; tal vez tienes razón. No he dormido lo suficiente y quizás fui yo quien está delirando. — Soltó un amplio bostezo y tomó una toalla de baño para dirigirse al mismo. — Iré a darme un baño. Tal vez lo necesito. — se hundió de hombros sonriendo perezosamente.

No pasó mucho para que el rubio desapareciera en dicho cuarto, algo pensativo y paranoico al respecto, pero quería confiar ciegamente en su mujer; por ahora. Por otro lado, dejó un ambiente de alivio como arrepentimiento.

— Esto está siendo cada vez más problemático. — murmullo en una mueca. Odiaba tener que mentirle, pero hasta no saber lo que realmente quería. Hasta entonces podría dejar a su pobre corazón tranquilo. — Solo unos días más  y estaré segura.

[...]

Suspiró tranquila y calmada a su alrededor. Estaba segura que podía esconderse de las miradas de cualquier amarillista, amigo, familiar, empelado y del mismo Meliodas; su vientre aún no se notaba mucho, pero nada estaba seguro para el siguiente mes. Sus síntomas serían evidentes ante todos y no tendría como excusarse.

No tendría porque preocuparse por eso, se lo diría al rubio lo antes posible, mientras se quedaría centrada en su calendario de labores de los próximos días; sin embargo, no se dio cuenta de la mujer alta que llego a sus espaldas.

— Elizabeth ... — la mencionada buscó a la dueña de esa voz.

— Oh. Buenas tardes, Merlín. — saludó amablemente a la azabache de largas piernas. Ella le sonrió de vuelta con ambivalencia.

— ¿Cómo has estado? Mucho trabajo ayer, ¿no? — la albina apretó los labios algo bonchornada. Trago saliva y se limitó a hacer una mueca asertiva. — Debo decir que tienes una forma peculiar de trabajar. Eres muy perspicaz como espontánea, una manera amigable debo decir; consigues ser muy persuasiva como astuta.

Sonó como halago amiguo, pero su altivez demostraba la otra cara.

— Gracias, yo...

— No creo que sea para sentirse orgullo. — contradijo para dejarla confundida. Merlín mantenía una sonrisa arrogante y amable por encima de la aludida. — Dejame encomendarte y no lo tomes tan a pecho, pero alguien con su posición no debería estar jugueteando por ahí como si la economía del país fuera una cuerda para saltar. — pestañeó algo en desdén de incredulidad.

— Yo no considero que esté jugando con algo serio y no soy alguien ignorante al tema. Ayudo a Meliodas en todo lo que...

— No es que seas ignorante, más bien... bisoña. Sin experiencia. ¿Pero no crees que tal vez lo que quiere es más que un apoyo y ayuda? No quiero ser grosera, pero tal vez él hubiese estado mejor con alguien más... responsable y capacitada. — Esto le dio en el clavo, uno que amenazaba una bola de malos recuerdos. — No estoy diciendo que tu no lo seas, pero pienso que deberías tener un poco más de dignidad para soportar el título como esposa de Demon, o ser la mitad de lo que fueron las anteriores.

A diferencia de otras personas, distinto a las palabras que había recibido; no encontraba como contraatacar. Razón: no estaba equivocada en lo que decía. ¿Y si era así y solo estaba tomándose su lugar a la ligera? Tal vez esa era la principal causa que no se sentía bien consigo misma.

Una incógnita de inseguridad se abrió en su cabeza.

«Alguien responsable...». Su mirada se quedó en Merlín: una mujer que demostró más que un simples apoyo del rubio, inteligente e importante en la empresa, sin olvidar de la buena comunicación con el mismo y de una actitud calmada y profesional. Ella era mucho más merecedora de ese privilegio, pero... imaginarse a Meliodas con alguien más... no lo soportaría.

— ¿Crees que necesito otra asesoría? — a Merlín se le dibujó una sonrisa ante la idea en su cabeza.

— Puedo ayudar en lo que necesites. Cualquier cosa. — los ojos bicolores dudaron de los contrarios. Su sinceridad parecía ser solo una cortina de sus verdaderas intensiones, pero no tenía la cabeza para pensar claramente.

— Tienes razón, he sido muy descuidada al respecto. Gracias, lo tendré muy presente. — farfulló en dubitativas, logrando ver a su cónyuge con su mejor amigo llegar del otro lado del pasillo. —M-Me tengo que ir.

— Nos vemos, señorita Demon. — con una sonrisa victoriosa y arrogante a sus propósitos, se marchó. Después de todo, lo que Mael le dijo no fue tan falso como pensó. Elizabeth era alguien que no se dejaba insultar, pero si era fácil de dañar y manipular. Solo era cuestión de guiar el ataque en el blanco y dejar que Meliodas fuera el francotirador que disparara.

Por otro lado, la albina se sintió decaída, aplastada por palabras. Esa sensación de la secundaria volvió a saludar en su memoria, volvía a caer en esa ingenuidad que tanto la dañó y la forjó en hostilidad por el mundo.

«Demon...» pensó con ironía. Empezaba a pensar que "Elizabeth " era poco nombre para "Demon". «No llores, no vuelvas a llorar.». Se obligó a mantener sus ojos secos y garganta clara, ignorando el nudo tenso, sosteniendo sus emociones alteradas.

Ignoró el destre interno y se dirigió al albino que esperaba.

— Princesa, vamos. Te llevo. — se ofreció el albino en llevarla personalmente, jugueteando con las llaves de su vehículo. — Ya vuelvo capi~.

Antes de que Goddess pudiese ir detrás de él, Meliodas la tomó de la muñeca para tirar de ella suavemente y tomarla por la cintura, dejándola algo pasmada por su actitud tan inesperada.

— ¿Te paso a recoger en la noche? — cuestionó. —Hoy es la inauguración de un restaurante y como parte de los invitados, quizás quieras...

— No. — Interrumpió. Había tenido suficiente con el consejo de la pelinegra como para dejar sus obligaciones a la ligera. — Iré con mi madre. Debo terminar con algunos archivos. Además, no estoy con humor para estar rodeada de todo ese gentío.

Sin embargo, el cambio en su voz no pasó desapercibido por el más bajo. Algo le molestaba y no era precisamente las personas.

— ¿Estás bien? Si no estás cómoda no es necesario, vamos a...

— Meliodas, me tomará un buen rato. — insistió de nuevo con una mueca. — No creo que tenga tiempo, pero gracias. — le dolió ver como esos ojos verdes se apagan en desilusion, pero no daría marcha atrás a sus planes por mejorar su labor.

— ¿Fue lo de la mañana? — esto la tomó desprevenida. — Lo siento, no fue mi intención ser tan grosero ni insistente.

De nuevo su fingida sonrisa.

— Para nada, solo que he pensado lo que dijiste y tienes razón. Me he vuelto tan distraída e irresponsable con mis labores, pero voy a corregir eso. — el rubio pestañeó un par de veces. ¿Irresponsable? Ella era prácticamente quien sostenía su pilar y la luz en su oscuridad. ¿Por qué se rebajaría de esa forma? —Tengo que terminar con las estrategias para Pendragon. Mañana temprano te las daré.

— No me refería...

— Te veo mañana, Demon. — Fue algo lejana como apresurada a alejarse y es que, podría ignorar todo a su alrededor y lanzarse a su brazos para buscar esa protección que le daba, pero ahora no se sentía ni segura de si misma.

Apresurada y a pasos largos, dejó al rubio en medio de ese pasillo con dubitativas entre sus cejas fruncidas y labios presionados en cualquier queja. Quería imaginar que era rencor por su pequeña discusión de esa mañana y no lo quería admitir; esperaría a que se relajara y que los sucesos de esa mañana no se volvieran a repetir al siguiente día o se vería obligado a incluir a Inés: era la única que podía controlar a la testaruda de su hija.

Pasó almenos una hora y no hizo más que trabajar conjunto a su hermano en la presentación pendiente, pero por más que quería ignorar la actitud arisca de la platinada, no lo lograba.

— Meliodas... — Hizo un pequeño sonido en señal que lo escuchaba.  — ¿Y ya has hablado con Elizabeth? — Lo ignoró rotundamente sabiendo que Zeldris seguiría cuestionan. — Lo que discutimos la última vez.

Dejó de lado su acción para mirar a la nada con una faz tensa y apretando la quijada. Lo había pensado, quería hablar con ella al respecto y terminar con todo lo que le inquietaba, dejar ese peso de lado y caer aliviado, pero parecía se esmeraba en no escuchar nada por ahora. No tuvo ni tiempo de explicar y esa invitación solo fue en realidad una excusa para terminar ese tipo de relación entre ambos.

— No puedo. — Dijo en seco. — Trato, lo intento de varias formas, pero las palabras no me salen.

— Esto es una buena farándula. — Carcajeó para recibir un chistido del mayor.

— No molestes. — Rodó lo ojos. — Solo no puedo. ¿Si me malinterpreta y terminó lastimandola? Ya ha sufrido mucho emocionalmente conmigo como para volver a hacerlo. — Frunció un poco el ceño, maldiciendolo por ser tan poco... afectivo.

Simplemente no era lo suyo, la arrogancia por repudiar el sentimentalismo se encontraba en guerra con su lado empático.

— Y si no lo haces, será tarde cuando lo hagas. Tal vez ya lo haces con tu soez. — No dijo nada más, solo se mantuvo perdido en dilemas contradictorios, repeliendose entre ideas opuestas. El menor soltó una bocanada. — Mira, vamos por una cerveza a matar unas neuronas, olvidar esto y le pedimos a Gelda que pase por nosotros. ¿Si?

¿Por qué resolver todo con cerveza? Aunque tampoco era como si tuviera otra cosa mejor que hacer. Elizabeth repelió su invitación y, solo quizás, una conversación absurda con si hermano sería consolador.

— Señor Demon. — Intervino Merlín con su presencia en la oficina. — Espero no interrumpir, pero me enteré de su reunión de pasado mañana con Pandragon. Me tomé la libertad de realizar algunas estrategias de lazos que seguro beneficiaria a ambos. — Dicho esto, soltó sus documentos en la superficie.

Demon no parecía tener ánimos de hojearlos, pero no hizo la grosería de ignorarlos.

— ¿Elizabeth no se estaba encargando de eso? — cuestión en alto el de ojos jade a lo que su hermano asintió.

— Te lo agradezco Merlín, pero...

— Al menos dale un vistazo. Quizás hay algo que te pueda interesar. — Insistió la mujer para sospecha del  de cabello azabache.

— Seguro que si. — Dijo el aludido para al menos volver a la privacidad con la que charlaban, pero no dedujo que la de ojos ámbar tenía otras formas para mantenerse cerca del blondo.

— Bien, también tengo las siguientes cifras para revisarlas.

[...]

— Gracias por tu visita Elizabeth. — Insistió la pequeña rubia mientras servía el agua cálida en un par de tazas. — Cuando Ban me dijo que vendrías te juro que madrugué para recibirte en buenas condiciones, pero parece que Lancelot es experto en desatres.

A su alrededor, parte de la vivienda mantenía su estado impecable y descente como cuando la conoció, por otra, había tanto juguetes del infante como algunas cosas tiradas que el mismo usaba para su entretenía, como ahora: dejó de lado unas figuras de acción para estar entusiasmado jugando con un zapato y un vaso plástico.

— No te preocupes. ¿Quién soy yo para juzgar el trabajo de una madre? — sonrió con ternura viendo al pequeño bebé rubio de ojos rojos, balbuceando en el suelo. — Seguro fue un cambio muy grande.

— No tienes idea. — suspiró a la vez que colocaba unos solutos de té en las tazas. — Es hermoso, dolorosamente hermoso. Una cree que es un sueño, pero la verdad es que una fuerte responsabilidad. Muchas cosas cambiaron tanto en la rutina como en la relación con Ban. ¿Azúcar? — cuestionó antes de proseguir.

— Tres. — respondió; sin embargo, algo en ella tembló al escuchar la palabra "cambio".

— Vaya que te gusta el dulce. — Soltó una risita nasal antes de brindarle la bebida caliente a la albina, dejándolo en la superficie de la mesa. Elizabeth agradeció en silencio antes tomarlo por el asa y darle un sorbo.

— Tiene muchos rasgos de Ban. Sin duda muy lindo. — Añadió. Fuera del cabello rubio, el resto del parecido resaltaba con los del albino; desde esa energía hasta los ojos carmines.

Para Elaine fue ironía al rodar los ojos.

— Imagina tener que cargar por nueve meses con dolores corporales, y toda la labor de parto y pos parto para que termine pareciendose al padre. — ladeó una mueca. — Al menos eso decía mi madre. Los hijos primeros tienen más rasgos paternos como su comportamiento. — Dijo para finalmente dar un trago a su taza sin despegar la mirada de su retoño.

Elizabeth se perdió por su lado en esas palabras, ser madre ya no sonaba como algo fuera de su monotonía, incluso le abrió nuevas preguntas esperando a ser respondidas. ¿Su hijo se parecerían a ella o a Meliodas? ¿Cómo sería su cabello? Espera a que almenos heredara esos hermosos ojos hanzeles y esa fachada de niño en su mirada. Sonrió de lado.

— Mi madre me lo ha dicho también. — Dio otro sorbo. — Lo que tengo ella será el físico, pero insistente que saque el mal carácter de mi padre. — se le hizo hilarante esto último.

— Ya somos dos.

[En la noche]

— Buenas noches, señor Demon. — se despidió para posteriores salir de la oficina con un tentativo caminar coqueto en la suela de sus tacones que claramente Meliodas ni notó ya que estaba ocupado organizando unas hojas.

— Como que Merlín está muy apegada a ti, ¿no? Te recuerdo que eres hombre casado. — intentó bromear dándole un pequeño golpe con el codo.

— ¡Qué cosas dices! Solo tengo atención para Elizabeth. — refunfuñó enseguida negando un par de veces; y vaya que no mentía. La manera en que caminaba era comparado como caminar entre nubes, bamboleando inocentemente sus anchas caderas y sus firmes pasos imperativos como firma de autor poético al final de la prosa.

Ella era su única tentativa y por quien se dejaba caer al cielo.

— Ahora dícelo a ella. — Esto causó el bonchorno del mayor que simples desvío la mirada de la sonora carcajada del azabache. — Es broma. Mejor vamos a tomar algo. — Animó. — Dices que mi cuñada no llegará a dormir y no creo que tengas otro consuelo que una cerveza esta noche.

Después de todo no se había negado.

— Vamos ahora. Ya es muy noche.

Mientras tanto, después de una largo y grata tarde de charlas con Elaine y compartir experiencias así como anécdotas alrededor del tema de los padres, Elizabeth concluyó en que el problema no se trataba ni de su hijo ni Meliodas, era ella y sus inseguridades.  Y aunque le hubiese encantado pedirle un consejo de madre primeriza a la blonda respecto a como decírselo a su pareja, se mantuvo callada, dejando que sus miedos fueran quienes sellaran sus labios.

Nuevas perspectivas llegaron a su cabecita incomprendida, nuevos miedos se azomaron, pero ahora estaba más que segura de lo que tenía que hacer para sentirse bien consigo misma. Por otro lado, estaba sus inseguridades personales: El trabajo.

Después de su visita, no dudó en ir rumbo a la compañía Goddess a una hora que estaba segura que su madre no de encontraría para evitarse cuestionarios o comentarios; solo quería estar sola en la comodidad de la oficina mientras hacía su trabajo y manteniendo la llamada con su cuñada.

— Te juro que lo intenté Gelda. Te juro que se lo iba a decir, pero primero me confundí, le di un cepillo antes que la prueba y ya no supe que hacer. ¡Entré en pánico! — exclamó sosteniendo el teléfono entre su oreja y su hombro, dejando sus manos disponibles para teclear en la computadora o sostener hojas.

"Estabas muy nerviosa para decírselo". Gelda comprendió eso por una parte, pero por otra... "Eres hilarante a veces. Dices que tienes náuseas matutinas; en un punto se dará cuenta que no es normal". Regañó mientras acariciaba la coronilla de una profundamente dormida Amice.

— Y luego hemos discutido porque sabe que algo le estoy ocultando. — suspiró. Su mirada era lo único que la hacía ceder. No podía verlo a los ojos después de su drama. Escuchó un suspiro de la otra llamada.

" ¿Qué es lo que temes? Es una responsabilidad de los dos, estoy segura que no te dejara sola. A menos que no quieras tenerlo". Elizabeth amplió los ojos.

— ¿Qué cosas dices? Claro que quiero a mi hijo, pero no es tanto por eso. — admitió en un quejido exaltado. ¡Jamás pensó en no tenerlo a pesar del miedo que le provocaba! — El bebé no es mi miedo, sino lo él siente por mí.— Fue el turno de la ojirojo pestañear confundida. — Tengo el temor que lo nuestro solo sea costumbre. No podría vivir para siempre cerca de alguien indiferente y que solo se acostumbró a mi presencia. ¿Entiendes? No quiero que mi hijo sea el pegamento de esta relación. — Esta vez, sus palabras fueron decayendose en un acantilado de derroches.

"O sea que.." relamió sus labios. "Sí pudieses separarte de Meliodas, ¿lo harías?" Elizabeth suspiró en bajo, si esa opción existiera era obvia su respuesta. Ella existía para ser libre, no para vivir atada por un anillo.

— Aunque eso me doliera.

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Razón por la que hoy actualicé: apenas me voy dando cuenta que esta historia (almenos la primera temporada) de LSDD cumplió oficialmente un año. El tiempo se va volando :u

Y pues ya ._.

En fin, ¿Qué les pareció? Sinceramente a mi me dan amsiedad *inserte chem*. Estos dos están tan perdidos en el mismo lugar que les da miedo moverse. Aquí es dónde entra lo bueno y el drama nivel televisa ^3^

En fin, sin más, gracias por leer y espero que mañana pueda actualizarles también, se viene una pequeña parte de Meliodas tratando de ser romántico xD🛐

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