Capítulo XVI

— ¿Por qué insistes en quedarnos aquí, Vivian? — cuestionó para romper el silencio entre la molesta rubia y él. Su mirada no tardó en caerle desagradablemente así como su torcida sonrisa de oreja a oreja.

— La mente maestra quiere tener solo una conversación contigo. Es tiempo que la conozcas. Y hablando de ella... — su mirada por encima de sus hombros a sus espaldas se sostuvo por los conocidos ojos auros.— Mael, ella es Merlín. Una crucial contadora ejecutiva en la compañía Demon. — el de cabello plateado se mostró receloso a la figura azabache, superficial y algo ambiciosa.

— Y la mujer que quiere una vacante como la señora de Demon. ¿Me equivoco? — Dijo sin despegar su mirada.

— Hombre directo. Me agrada.  — respondió antes de ver a su "marioneta" con indiferencia. — No es por correrte Vivian, pero es un asunto algo... confidencial. Tengo que discutir algunas cosas.

— P-Pero... — balbuceo incrédula, pero su mirada brillaba en una penumbra dorada que no le dejó salida. — Bien. Llámame si puedo ayudar en algo. — Tomó sus cosas y se marchó.

Una vez solos, entre silencioso qué hablaron por si solos, Mael encontró una serie de incrugrencias en la comunicación de la peli negra y la rubia: sumisión.

— Me pregunto si ella tiene idea que en este juego, es un simple peón. — comenzó para llamar la atención de la fémina. — Sea franca, Merlín. ¿Para qué me citó si yo no soy una fuente de información para Elizabeth? — la mujer se removió, pero no lo suficiente para delatar su incomodidad por la facilidad que tenía para fórmulas preguntas inteligentes.

— Pero por tus propias palabras, ella es muy ingenua
Tu puedes ayudarme a llegar a ella fácilmente. Puedes darme el arma para lastimar ese matrimonio y para eso tu solo debes cooperar en esto. — el ojizarco frunció el entrecejo. Merlín rio en bajo. — No seas desconfiado si crees que voy a lastimarla físicamente. Puedes estar tranquilo, no lo haré como tu lo has hecho. — Fue turno de Mael para exaltarse ligeramente. — Sé más de lo que crees, así como sé que ella no es más que un trofeo muy codiciado.

No mentía, Elizabeth se estaba convirtiendo en algo mucho más que una aventura de noche; tercamente -y en contra de sus impulsos- ella era una obsesión que quería a su lado como su mujer, restregarle en la cara a ese Demon pretencioso que no podía amarrala de por vida.

— Dime que quieres que te dé. — los labios rosados se curvearon.

— Tengo entendido que en este tiempo que fuiste cercano a los Goddess tienes valiosos contactos. Necesito esos contactos. — Comentó. — Solo basta una llamada para cortar ese hilo entre Meliodas y Elizabeth. — Por un momento lo dudó, bien había llegado lejos, pero atacarla por las ramas era extremista. — Entonces, ¿Me los darás? Piénsalo, ella volverá a ti una vez que Demon traicione su voluntad.

Mientras no fuera directamente y Demon le fuera indiferente, eso le garantizaba tenerla. No había impedimentos ¿verdad?

Mientras tanto, bajo el tedioso umbral de la oficina del rubio, este mencionado y su cónyuge se mantenían desviandose miradas repetitivamente entre si; mientras una balbuceaba dudas, otro pensaba absurdas respuestas. Zeldris se vio aún más curioso mientras sostenía la corbata en sus manos.

— ¿Y bien? — alargó la última sílaba con una ceja arqueada frente a la pareja que insistía en hacer caso omiso a la cuestión.  — ¿Me dirán que le hicieron a la pobre corbata?

Elizabeth solo acomodó nerviosamente el saco, esperando que los botones tensos en su pecho no se soltaran; acomodó entre titubeos su cabello recordando las marcas latentes en su cuello. Esperaba que tampoco se haya percatado de ese detalle o definitiva sería una extensa tarde incómoda.

— La verdad, es que...

— Hey, ustedes. — Interrumpió Ban en un quejido para su buena suerte. — Dejen de parlotear por eso y ya vámonos. El tiempo es oro. — Indicó, sin darle tiempo al de ojos jade seguir curioseando.

— Aún me deben una explicación. — insistió. Meliodas rodó los ojos mostrandose lo más lejano posible.

— ¿Y según tu porqué te preocuparías por una estúpida corbata? — comenzó con un forzado tono molesto en su voz. Zeldris negó lamentado el pedazo de tela delhilachada.

— Es que mirala. Parece que la torturaste. — Esta vez dibujó una mueca. Realmente no le debería importar saber que usó su corbata para los juegos previos con su mujer, pero conociendo lo obstinado que era, seguiría preguntando.

— Es un pedazo de tela, ¿de acuerdo? — derrochó su mejor argumento para dar punto final a la conversación, sin saber que solo fue un punto y coma.

— Eso mismo te dije cuando reprocharste porque te trajeron una corbata cereza en vez de carmesí. — apretó los labios, ampliando los ojos sorprendido de que aún recordara tan vergonzoso escenario.

— Por favor, olvida eso Zel. — palpó su rostro.

— Me gustaría escuchar de nuevo esa historia. — agregó la albina aprovechando el pequeño desvío; sin embargo, el rubio le vio con reproche. — ¿Qué? Me parece una relato icónica. — rio en bajo ganándose una privada mirada avergonzada de su marido. No se cansaría de cada pequeño gesto o puchero de sus labios.

[...]

— Te veo muy emocionada, Inés. — Dijo la mujer de generosos pechos y cabello rosado a su jefa y mejor amiga. La aludida sonrió con euforia.

— Lo estoy. — Soltó en un suspiro las hojas en sus manos. — La empresa está en su máximo esplendor. La alianza con Demon está dando resultados  satisfactoriamente: Demon gana buenas críticas y Goddess tiene más interesados. — Nerobasta rio en bajo por su entusiasmo, pocas veces se le podía apreciar en esa actitud impasible.

— Hablando de Goddess... — comentó algo curiosa y admirando los alrededores  de reojo. — No he visto a Elizabeth por aquí últimamente.

— Ha tenido mucho trabajo con Meliodas, pero pronto la verás rondando por aquí, aunque ya no tan seguido como antes. — respondió con tal jovialidad que dejó una ceja arqueada en la ojiazul contraria.

— ¿Por qué? ¿Acaso esperas a alguien más en estos pasillos?

— Así es. — respondió. — Esa es otra razón por la cual estoy emocionada: daré la bienvenida a un nuevo integrante que será de ayuda para Elizabeth y que no tenga que moverse tanto de un lado a otro.

— Eso facilitaría muchas cosas. — en eso, toda palabra fue interrumpida por la vibración del teléfono de Goddess, quien rápidamente atendió la llamada.

— ¿Hola? — más su rostro decayó en un desagrado ceño fruncido. — Oh, eres tú...

"Se escucha que me extrañas ". Respondió la voz masculina al otro lado: jocoso, relajado y burlón.

— El que a tu hija le acepte ese tono sarcástico no significa que aguantaré el tuyo. — rechistó en marcada voz imperativo. — ¿Qué quieres? ¿Acaso dirás que tu vuelo se canceló para pasar el fin de semana con tus novias francesas? — El hombre soltó una carcajada.

"Y luego cuestionas porque «nuestra» hija tiene ese mal caracter". Inés rodó los ojos.

— Ya dejate de estupideces y dime que es lo que quieres ahora.

"Tranquila. ¿No te parece que quería informarte que mañana tomaré mi vuelo a Londres?" La mujer refunfuñóen bajo. " No sabes como muero por conocerte  al «roba princesas » y ver que tan mala es nuestra hija escogiendo marido. Me pregunto si tendrá mal gusto como tu".

Si algo sabía era como encontrale a la tranquila  Goddess un punto en retroceso a una bomba; y presionó ese botón.

— Deja ya de lado tu ironía que si no fuera por Elizabeth ni siquiera te dirigiría la palabra. — Explotó. No podía tolerar ni una más de sus ofensas ni de sus burlas ridículas.

" Y sé te olvida que si no hubiese sido por ella ni siquiera me importarias." Se mofó en una risa algo gangosa. "Antes de usar a tu hija como arma, mejor piénsalo dos veces".

Pero aún así, la platinada mantuvo su compostura. Guardó uno de sus mechones detrás de su oreja y carraspeó un poco antes de hablar.

— Me ofendería si tus palabras fueran ciertas, pero solo vives para manipular. — el hombre guardó palabras. — Te lo advierto, si les haces pasar un mal rato o algo para incomodar a Elizabeth, te juro que voy a...

— No tengo tiempo para más discusiones, querida. Cuando calme tu mal humor me llamas. —Y sin necesidad de continuar escuchando sus sermones y advertencias, aquel hombre de cabello claro y ropajes ligeros cortó la comunicación con su ex-mujer. Rodó los ojos. Esa mujer no cambiaba con sus arengas y chantajes.

Sin embargo, antes de consentrarse en una copa de vino frente el panorama parisino o con alguna francesa, otra llamada, de origen desconocido, llamó a su dispositivo.

— ¿Huh? — A pesar de ser desconocido y repentino, con algo de recelo en sus ojos violáceos, se dispuso a responder. — ¿Hola?

Por otro lado, Inés dejó caer el teléfono contra el escritorio, refunfuñando mil palabras obscenas en su nombre.

— Idiota. — Soltó en un resoplido, dejando a Nerobasta algo curiosa por su gesto tan brusco. De años de conocerla, era de las pocas veces que la veía  realmente molesta.

— ¿Tu marido de nuevo? — Los zarcos rodaron por el cinismo.

— Detesto como solo le gusta causarme un mal rato, pero no lo va a conseguir a menos que dañe a Elizabeth directamente.

— Deja de preocuparte. — Dijo para consolar. — Elizabeth ha madurado un poco pese a su constante vacilación. No creo que su padre sea un problema.

— Lo sé. Estoy segura de eso. Él es quien me inquieta. — ofuscada, suspiró tallando sus sienes en desdén de inquietud. — Ese cínico solo ha llenado a Elizabeth de fantasías para después romperla en mil pedazos. — Su mirada se perdió en un recuerdo, en los lamentos de su pequeña hija cuando se vio decepcionada. — Bien sabes que, de todas sus decepciones, su padre es la más grande.

Nerobasta lo sabía perfectamente. Parte de la vida de la albina se dedicó a verla crecer, caerse y levantar nuevamente intentado revolotear para alcanzar el cielo.

— No dejes que eso te atormente.

Antes de que algo más pudiese agregar algo más para apaciguar el desosiego de Goddes, la puerta se abrió para dar paso a un hombre bajo de peculiar corte de cabello cían y ojos ámbar.

— Lamento mi interrupción señora Goddess, pero el joven Pendragon ya está aquí.  — palabras que funcionaraon como consuelo para la mencionada.

— Hablando de buenas visitas... — jadeó levantándose de su lugar de trabajo. — Ya vuelvo.

[...]

Como blanco entre dianas, esa mesa del pequeña local era el centro de atención en cuanto a conversaciones en voz alta y carcajadas; especificate por parte de un albino de ojos rojos. Meliodas solo insistía en que bajara la voz, pues las miradas y quejas silenciosas no pasaban por alto a lo que Ban hizo caso omiso. Solo parecía enfocado en mantener esas sonrisas en el menor de los Demon y la oji bicolor.

— ...ese día King murió de celos. Se negaba a cederme la mano de Elaine. Fue peor cuando se enteró que ella estaba embarazada... — Dio un trago a su vaso de agua para aclarar su garganta antes de continuar. — Primero se tornó furioso conmigo y después lloró de felicidad. — Y, con un último bocado de su comida, Ban dio punto final a su anécdotas.

— Por cierto, ¿cómo te ha ido estos meses con tu hijo? — cuestionó Zedris para no dejar morir la conversación. El aludido torció una mueca dudosa.

— Vemos que será un pequeño diablito con mucha energía. Gasta energías gateando de un lado a otro. Para ser un bebé tiene buen brazo para lanzar juguetes. — Lejos de lo angustiante que eso sonara, Ban se veía orgulloso de eso. — En una ocasión me lanzó bloques plásticos, me usó de blanco.

— Eso explica el moretón de tu mejilla. — comentó el rubio, algo inquieto.

— ¿Qué me dices tu con tu chiquilla, Zel? — El de ojos jade trago lo que masticaba antes de mostrar una sonrisa.

— Llevaré a Amice este fin de semana a conocer a su abuela. Espero no te moleste, Meliodas.

— Mis problemas personales con Briar no son obstáculos para que mi sobrina conozca a su familia. ¿Por qué me molestaría? — respondió de lo más casual posible. Aunque el tema de su madre aún le causaba incomodidad, no se sentía con ese derecho de prohibirle a su familia su cercanía.

— Nada. Solo no quería que te incomodara. — respiró de alivio para sus adentros. — Está muy emocionada por ello.

Por otro lado, a pesar de que Elizabeth se encontraba atenta a la conversación de los hombres, el tema de su embarazo solo se abrió en más dudas. No solo le preocupaba la reacción del rubio, también se preguntaba ¿Cómo se presentaría ante todos? Lo que menos quería era una farándula por ser un heredero legítimo de Demon, no quería verse envuelta nuevamente entre periodistas y mucho menos que su hijo creciera en ese tipo de mundo: sobreprotegido y restringir por los medios.

Tembló por eso. ¿El ambiente de pronto era sofocantemente caluroso e intenso?

— ¿... no es verdad, Elizabeth? — escuchó decir junto a las tres miradas en ella. Agitó su cabeza.

— Hum... ¿Qué? — cuestionó anonadada. — Lo siento, no te escuché.

— Estás muy ida. — comenzó Ban con una burla en mente. — ¿Sigues así por los celos que te causó Mer...

— ¿Cómo ha estado Elaine, por cierto? — Interrumpió abruptamente con una pregunta aleatoria y algo avergonzada al respecto. — Me gustaría darle una visita mañana un rato en la tarde. — su sonrisa se torció en una mueca al ver la confusión del blondo y la mofa del albino.

— Si, claro. Ella estaría muy encantada después de tanto encerrada con Lancelot. — le siguió el juego. — Aprovecharé para buscar la presentación de este sábado. Por cierto... — para alivio de Goddess, la atención desapareció de ella. — Capitán. ¿Tienes ya las hojas? Las necesito para añadirlas a nuestras estrategias.

El rubio dio un sorbo a su vaso, evitando mostrar un tremendo nerviosismo y mostrarse lo más banal posible.

— Encontré pequeñas anomalías. Me tomará tiempo corregirlas, pero las tendré a tiempo. — mintió.

— Oh bueno. — hundió de hombros. — ¿Ya nos vamos? Aún queda mucho trabajo que hacer en esa molesta oficina.

— Antes, ya vuelvo. — se apresuro a decir la de ojos azul y dorado, levantándose de la mesa para dirigirse al baño del lugar y dejar a estos en otra conversación más personal.

— Y... ¿Ya se lo has dicho? — comenzó Zeldris con una mirada cómplice a su hermano mayor.

— No sé de qué hablas. — Frunció el ceño ignorando esa amplia sonrisa burlona. Esto ganó la nata curiosidad del albino a su mejor amigo.

— ¿Ahora de que chisme me perdí?

Mientras tanto, la albina admiraba su vestimenta en el amplio espejo del baño después de lavarse las manos, tratando de despejarse de sus mil y una inseguridades que le pesaban desde esa mañana.

«Ugh, aún siento adoloridas las piernas». Acomodó su falda, ocultando los pequeños hematomas que se formaron por el impetuoso agarre del ojiverde en sus muslos, ignorando el ligero dolor de sus caderas. Ahora se enfocó en acomodar ese saco negro que apenas le quedaba en la zona del pecho, donde otra marca, rojiza, se asomaba. «Carajo, se nota mucho».

Trató de ocultarlo, al menos entre sus montañas nadie lo notaría, pero ¿Cómo cuidar los de su cuello? Fácilmente serían vistos si se descubre un poco el cabello.

Solo era cuestión de cuidar las miradas.

Volviendo a la mesa, Ban se unió a una risa irónica con Zeldris, ignorando la faz ignorante del rubio, por no mencionar que estaba muy molesto como bonchornado.

— No puedo creerlo. — jadeó en un intento de controlar su contracción respiratoria. —Tu, Demon, ¿no puede hablar frente a una mujer? Y peor, tú mujer. Eso es novedad.

— Sabía que terminaría así. Me piden un poco más de expresión afectiva y ustedes lo derrocha en burlas. No se puede confiar en ustedes. — prosiguió a tallar el puente de su nariz y así evitar sus palabras llenas de asombro.

— No lo tomes a mal, solo que es algo difícil de asimilar. — El ojirojo trató de justificarse, pero nadie quitaba que estaba tan sorprendido como absurdamente asombrado ante tal ironía.

— Simplemente no se me da. No puedo hablarle de frente y decir que... que... — Desvió la mirada apretando los labios. El de cabello azabache palmeo su frente negando una y otra vez.

— Vamos, tienes un diccionario en la cabeza y no encuentras palabras para decirle a Elizabeth la verdad. Eres un desastre...

— ¿Me ibas a decir algo? — Los tres se tensaron por la sorpresiva presencia de la fémina. ¿Hace cuánto estaba ahí? — ¿Pasa algo malo? — Volvió a cuestionar para no recibir respuesta por parte de ninguno más que extrañas miradas.

— ¿Qué tanto escuchaste?

— Lo siento. No fue mi intención. — bajó la mirada, pero sin dejarse de preguntar: ¿Qué era lo que el rubio temía decirle?

— Nada de que preocuparse. — Trató su cuñado de camuflar la charla ligeramente. — Ya sabes como es Meliodas de reservado con sus pensamientos. Solo digo que no sabe como ser más... ¿amable? O, considerado. — No cuestionó eso al respecto, era evidente lo que quería decir, pero no estaba del todo convencida.

¿Sería algo seriamente malo? Sabía de antemano  que él nunca sentiría ni la mitad de lo que ella ahora sentía, pero ¿tan difícil era decírselo de frente? O peor, ¿se atrevería?

— Mejor vámonos, Eli. — apresuró el pelirrubio a distraerla de más preguntas que la llevaban a una paranoia . — Aún queda mucho qué hacer.

[En la noche]

— Que cansado. — una vez vistiendo su pijama, se dejó caer en la cama, suspirando con la comodidad recibiéndo su espalda ligeramente tensa de las actividades del día.

El agua caliente al menos relajó sus musculos, sus piernas lograron destensarse de esa tarde y limpió cada tramo de sudor en su cuerpo. Aunque, a regañadientes, tuvo que desechar a la basura su blusa y la inocente corbata roja. Esto le hizo morderse el labio ligeramente.

Cada vez que estaba concentrado, cuando no era su centro de atención... gozaba de verlo ceder y tirar del escritorio toda su indiferencia con sus obligaciones para encapricharla, así como esa tarde. Agitó su cabeza avergonzada, maldiciendo internamente. Se volvió adicta a la manera tan extremista en que la tocaba: una fría cercanía, una cálida indiferencia.

Sus ojos azul y dorado buscaron el cuerpo de su cónyuge, encontrandolo apaciguado al otro lado de la habitación con solo sus pantalones blancos y su camisa a medio abrochar, cabellos rebeldes sobre su rostro y brillantes ojos verdes obsidianas concentrados en un fajo de hojas entres sus dedos.

— ¿Qué haces? — cuestionó con pereza. Un pequeño suspiro atravesó sus labios entreabiertos.

— Tengo que volver a sacar las hojas... — respondió mostrando las mismas, maltratadas y arrugadas. — Estaban en el escritorio esta tarde y... ya sabes que pasó. — Esta vez se dio el tiempo de sonreírle con algo de pillería, provocandole un amplio sonrojo.

— L-Lo siento. No me fijé y... ¡Deja de mirarme así! — farfullo tomando la almohada para cubrir su rostro bonchornado.

— Nishishi. No te preocupes por eso, yo lo solucionare. Tu descansa. — Indicó a la mujer  empalmando las hojas para acomodarlas.

— ¿Puedo ayudar con algo? Ya que yo fui la culpable. — se negó.

— Todo está bien. Solo me tomará un rato. — Se acercó a ella, enjaulandola entre sus brazos con una apacible mirada que atrapaba. — Descansa. — despejó su frente y dejó un casto beso en ella.

El cálido cosquilleo permaneció ahí, extendiéndose hasta tocar el zumbido de su corazón. ¿Por qué lo hacía tan difícil? Ya no podía controlarlo, volvía a sentir el hermoso miedo de amarlo y suspirar cada vez que atravesaba sus pensamientos. Sus ojos gritaban, su nariz desprendía ráfagas, su corazón se aferró a su ritmo, pero aún tenía fuerza para mantener sus labios sellados.

— Buenas noches, Meliodas — Fue lo que dijo para sustituir sus sentimientos, y parecía que él se había dado cuenta.

Un silencio fue lo que se lo confirmó y no respondió; se limitó a sonreírle genuinamente antes de levantarse de su cuerpo y salir de la habitación con los papeles entre sus manos, dejando más que una incógnita flotando en el ambiente.

Elizabeth se mantuvo mirando a la nada por un tiempo, maldiciendolo por quererlo tanto, pero ¿Qué esperaba después de más de un año a su lado? Aprendió a amarlo con todo y ese complejo.

[...]

El manto nocturno se tornaba más oscuro y solitario, así como una serenidad inquietante después de un par de horas encerrando en el viejo despacho de su padre. Dejó caer el nuevo fajo perfecto de hojas en la superficie, mismas que sustituiria con las maltratadas; aunque, por raro que le parecía, quería guardarlas como recordatorio de esa travesura. Le sacaba una extraña sonrisa recordar ese momento; sin embargo, a la vez era extraño el afecto que sentía.

Un extraño azote de nostalgia lo invadió una vez que recorrió con su mirada el enorme despacho de quien fue su padre. Aún dolía su ausencia. Ese espacio vacío en la mesa, esos momentos compartidos, toda imprudencia con tal de mantenerse frente a la familia, atrayendo un éxito para compartirlo con Zeldris y él... Maldición. Ahora solo era eso, un recuerdo.

— Maldita sea...

Nunca lo admitió, pero agradeció su insesatez al llamar a Goddess, su insistencia por tener una mujer que lo complemente, la presencia de esa hermosa y hostil fémina que lo sometió a sus viejas ideologías. Dolía recordar, dolía tanto que sonreía por ello.

Dejó los buenos momentos con su padre de lado y dejó de lamentar por su lejanía y se dispuso a recoger todo, acomodar sus papeles para posteriormente acompañar a la albina, quien suspiraba mansamente entre sueños, aferrada a la almohada y con toda la sábanas enrolladas en su cuerpo, sin olvidar esos cabellos esparcidos en la seda blanca. Sonrió por esto.

Dejó reposarse en la orilla de la cama, admirandola a sus espaldas y el movimiento de su respiración risueña. Meliodas soltó una bocanada, estirando su brazos para acariciar su sedosa cabellera, sin despegar su sosegada mirada de su silueta.

— Me pregunto porqué es tan difícil hablar de esto contigo. — Murmuró.

.

.

.

Oh bueno, estos dos están teniendo muchos problemas emocionales y personales, pero como ya me conocen, seguiré echando pólvora a esta bomba esperando a ver cual explota primero ^w^

¿Quién creen que sea esa mechita que los detone? Se los dejo de tarea; es una persona que ya mencioné, pero menos creen que es •3•

Sin más, gracias por leer.

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