Capítulo XV
Sus tacones de aguja resonaban por los solitarios pasillos de la recepción, apenas y las empleadas a su alrededor le prestaban atención, parecían más concentradas en cuchichear en su círculo de calamidades de los últimos días; molesta, así se sentía.
Bien trabajar de lado con su superior, Meliodas, era su ventaja para su acercamiento con él. Ya tenía su compañerismo, solo debía subir otro escalón y, en cuanto a su esposa, Elizabeth no era un obstáculo pasado, pero si difícil.
Hasta cierto punto la encontró poco profesional a su campo laboral: torpe, indecisa y escurridiza; sin embargo, parecía tan segura de cada movimiento en falso que hacía, como si fuese parte de su estregia. Sin embargo, su imprudencia la llevó a encontrase con esa imagen, una que colocaba en duda todo lo que había escuchado sobre la pareja en cuestión.
Meliodas no mostró ningun interés por la albina mientras se encontraba trabajando, ni pequeñas miradas entre ellos que se delataran. Solo llamados secos e indiferentes. Pero no comprendía como es que aun así pudiese sentirse la atracción entre ellos; un silencio muy ruidoso como para hablarse.
¿No el rubio era un ignorante a los sentimientos?
Debía separarlos de una u otra forma lo antes posible; quebrar eso que los une.
Tomó su teléfono y rápidamente marcó al número ya conocido de su cómplice.
— Vivian... — habló. — Soy yo. ¿Has conseguido algo para sabotear a la señora de Demon? — la fémina al otro lado de la llamada tragó saliva.
"N-No... es muy cuidadosa y algo monótona como para descubrir algo durante estos días"; estrujó el teléfono con irritación al conseguir una vacilante negación.
— Bien, si no puedes ver su punto débil, alguien tiene que saberlo. ¿Mael sigue contigo?
"Si, ¿por qué?" Distinto a su expresión, su mueca pasó a una sonrisa engañosa.
Esa rubia era todo menos útil, lástima que era fácil de manipular una vez que le prometías atención a su imagen; sería sencillo desecharla como cualquier servilleta después de la cena, solo debía mantenerla quieta y de su lado. Por otro lado, era la única que podía convencer al él mencionando peli blanco, solo debía encontrar la manera de sacar suficiente información.
¿Quién mejor que alguien que ya logró destruir a la oji bicolor de manera emocional? Mael les sería como una fuente de información más confiable; el as con el que daría su puñalada, solo que esta vez se encargaría que fuera por cuenta propia del rubio.
Si alguien puede causarle más daño, era él.
[...]
¿Cuánto tiempo pasó realmente? ¿Segundos? ¿Minutos? Dejó de contar el tiempo, dejó de preocuparse por su alrededor más que morder sus labios fuertemente para evitar soltar algún sonido alto que los delatara. Lo peor de todo, no podía callarse. Ni usando sus manos ya que estas se encontraban firmemente atadas con la corbata roja por debajo de su pecho; mucho menos podía lograr que el rubio entre sus piernas dejara de torturarla.
Un escritorio ligeramente movido, papeles que cayeron sin cuidado al suelo al igual que algunos botones, cabellos cenizos esparcidos en la superficie, enredándose con algunos lapiceros y otros aferrándose a su frente algo sudorosa. Sus labios cerezas jadeaban.
— Meliodas, por favor... — masculló agitada y ajena a sus movimientos. Sus ojos vidriados combinaban con su ardiente sonrojo de sus mejillas y sus pechos descubiertos. — No me dejes así. — Pidió.
El aludido en cambio, sonrió al verla vulnerablemente impaciente y sumisa a las reacciones explosivas de su cuerpo, mismo que se encontraba moteado en sus besos y mordidas. Volvió a remangar su camisa y comenzó frotar su pequeño botón hinchado logrando que Elizabeth echara su cabeza hacia atrás en un gemido amortiguado en su garganta. Su virilidad se tensó en su pantalón.
Movimientos lentos, tortuosos, variando en patrones; cada vez era difícil contenerla quieta. Con su mano derecha mantuvo sus caderas contra el escritorio a la vez que comenzaba con nuevas hematomas en la zona de su ombligo, jugueteando con su lengua en su piel; sin embargo, ¿en ella había algo o de pronto su vientre bajo estaba ligeramente más hinchado?
No la juzgaba, apenas se notaba ese cambio; seguramente era por mal pasarse las horas de la comida para posteriormente comer de más. Dejó de lado el tema para no incomodarla y continuar con su labor de bajar a la zona sur de su torso.
— Hmm... ¿por qué te detienes? — aturdida y algo mareada logró alzar un poco su cabeza para verlo con sus ojos brillando en lujuria y su sonrisa ladina sobre su pelvis.
— Dime si algo te lastima o incomoda. — Dijo para posteriormente trazar su dedo medio en su pequeña hendidura, trazando movimientos tortuosos alrededor de la entrada con la punta para luego introducirse en su interior.
— Aah... mmm~ — apretó los ojos sintiendo sus mejillas arder más, extasiada por los pequeños movimientos circulares en su interior. — Ah, más...
Meliodas continuó analizando sus expresiones, jamás se cansaría de verla retorcerse a la vez que curveaba su dedo para tocar ese puntos que le hizo morder sus labios.
— Trata de no ser tan ruidosa, preciosa. — No tuvo tiempo de ver como el rostro del oji verde se perdía entre sus piernas y detenerlo antes de que se diera su labor de probar directamente de ella.
— ¡Melio...! — Exclamó, con una voz grumosa de placer, balbuceando las últimas sílabas de su nombre para callar su alarido. Sintió sus pezones tensarse de nuevo por el escalofrío.
Su dedo medio bombeaba dentro de ella, su lengua oscilaba sobre su manojo sensible; quería gritar, soltarse de las ataduras de sus muñecas y empujarlo más a su centro. Por ahora se limitaba a posar sus piernas sobre sus hombros y alzar su cadera desesperadamente.
El movimiento brusco de su cuerpo tiró al suelo algunos utensilios de oficina, las hojas a sus espaldas se arrugados, el escritorio temblaba a la vez que curveaba su espalda y la tela de la corbata se tensaba cada vez más sobre su agarre; no lograba articular una exclamación completa sin ser interrumpida por su jadeos y turbias respiraciones que la tenían alerta de la ebullición de su vientre.
— Uh, Meliodas... ¡Hazme llegar! — casi rogó al abrazarlo con sus largas piernas. El susodicho no se la dejaría esperando por algo de su alivio, ya tenía mucho torturandola desde que la amarró de manos.
El movimientos de su mano fue frenético, su lengua se concentró en su punto sensible para acariciarlo con la punta, recibiéndolo con gusto entre alaridos amortiguados. No paso mucho antes de sentirla desmoronarse en su boca, en repetitivos jadeos sedosos y una lágrima extasiada que se escapó de sus ojos.
El rubio se reincorporó relamiendo los residuos de sus labios, utilizando la manga de su camisa para limpiar el resto de su barbilla, sin despegar la mirada del dulce rostro de su esposa bajando del limbo en que mantuvo vagando por varios segundos; tan hermosa con su ceño fruncido y sus labios descubiertos esperando por ser tomados.
No dudo en inclinarse a la altura de su rostro, esperando a ver ese par de brillosos ojos heterocromaticos entre tupidas pestañas largas; su corazón dio un extraño brinco una vez su mirada se encontró con la suya.
— Meliodas... — jadeó. Terminó el espacio entre ellos y capturó sus labios, adentrándose en un mullido momento para catar su aliento, imitando el movimiento vivaz de su lengua contra la suya. Se mostró posesivo, insistente con ese gesto, pero sus manos eran gratas y cariñosas que fácilmente se confundía con lo que quería decir.
Ambos se soltaron en una pequeña bocanada en contraste con sus sonrojos.
— ¿Significa que ya me desatarás? — cuestionó. El alfiler qué reventó la burbuja de mirada entre ellos.
Meliodas soltó una risita en bajo negando. No cambiaría ni en sus momentos de intimidad para sacar algún comentario fuera de lugar.
— Aún no terminamos. — Se aseguró de jalarla por sus costados contra su pelvis, de modo a que ella pudiera abrazarlo con sus extremidades inferiores. La emoción hizo que su centro se mojara de nuevo y un hormigueo tensara su vientre.
— ¿Qué espera señor Demon? — Lo tomó por el rostro para acercar sus labios a su oído, acariciandolo con aliento mientras decía: — Hazme tuya...
Debió pensar que el aludido estaba igual de ansioso que ella, ¿o como explicaría la rapidez con la que la tomó por las caderas para arrimarla contra la pared más cercana?
Mientras tanto, el peli negro se estiró sobre su lugar una vez visto su trabajo terminado, dándose un respiro de las molestosas cifras que lo acompañaron desde temprano.
Sin embargo, era la segunda opción del albino de ojos rojos que hacía de todo, menos respetar la privacidad y el silencio.
— ¡Capitán 2.0! — exclamó el albino cantarin. — ¿Cómo se encuentra mi segundo Demon favorito? — Zeldris comprendió la frustración de su hermano por las abruptas interrupciones.
— Bien, hasta que llegaste. — A diferencia de su hermano mayor, Zeldris se omitió los malos gestos o muecas, recibiéndo con una sonrisa relajada. — ¿Qué sucede Ban? Creí que estarías con Meliodas.
Negó con una mueca ladeada.
— La bruja de Deldrey no me dejó pasar. — Carraspeó con un desdén caprichoso. — Parece que el capitán no quiere ser molestado por ahora. — Después de todo, no era la primera vez que sucedía.
— Hay mucho que hacer, seguramente está atendiendo algo muy importante como para no permitir el acceso a si oficina. — Completó el de ojos jade. — Seguro tardará mucho.
— ¡Tsk! Y yo que quería salir a almorzar por algún bar. — Soltó en reproche a lo que el más bajo negó.
— Ya lo conoces, se negará aun así. — Ban volvió a soltar un quejido antes de se le acercara a Zeldris con una nueva idea.
— Lo bueno que existe el capitán 2.0, pero versión emo. — calló una carcajada al ver la facción avergonzada de Demon.
— ¡Oh, vamos! Creí que eso ya había quedado en el pasado. — Esta vez se quejo con bonchorno al recordar esos momentos del pasado, cuando eran unos inmaduros e ingenuos adolescentes. Ban carcajeó.
— Cómo olvidar tu estilo emo de aquellos tiempos. — Continuó mofandose, al punto que el apenado Zeldris sentía pena ajena por ello.
— ¡Fue una etapa! Déjame. — Pidió cubriendo su rostro con la mano, negando un par de veces más. — Si no molestabas a mi hermano, molestabas a King o a mi.
— En el grupo era el divertido, el que tenía que poner algo de vida en cada momento. — se halagó. — El capitán era un aburrido sin sentimientos, rey ruco era un miedoso y tú, muy tímido y raro. — El oji verde negó de nuevo, esta vez más tranquilo y añorando esos días de juventud.
— Es cierto... fueron buenos recuerdos. — suspiró. — Recuerdo que si no fuera por ti, Meliodas no me hubiese dejado salir con ustedes. Era peor que papá. — Soltó algo nostálgico por ese hecho, mismo en que él albino asintió de acuerdo.
— Al menos es más relajado. ¿Te parece ir por él? Quizás a ti igual te deje pasar. — Zeldris negó tercamente.
— No quiero que se moleste conmigo por interrumpirlo. ¿Si está haciendo prioridades? Dijo que el trabajo de esta semana sería pesado. — Se rehusaba a interrumpir; conocía bien como era de hostil y era peor si se veía molestado aun si dejaba advertencia de antemano.
— Hmm... pues yo realmente quiero salir un rato antes de continuar la jornada... — berreó antes de que un click en su cabeza chaqueara la idea para sacar al rubio de esa molesta oficina. — ¿Si se lo pedimos a Elizabeth? A ella literalmente le pasa y perdona todo. — el menor rascó su nuca con dubitativas.
— No lo sé, no quiero envolverla a ella con nuestros asuntos insistentes. Meliodas podría malinterpretar sus intenciones.
— Anda, vamos a buscarla y que ella solucione nuestros problemas. ¿Sabes en dónde está? — este se quedó pensando por un largo rato antes de negar, hundiendose de hombros.
— La última vez estaba con Meliodas... — Murmuró. — Podría estar con Melascula o en alguna parte del edificio o... seguramente ya se fue.
Ban meditó la situación. Si la vio molesta y celosa por la presencia de una segunda mujer interesada en el rubio, seguramente estaría indagando por ahí o acechandola para ganar terreno. Conocía a las mujeres, su preciosa Elaine fue muy cuidadosa, sobretodo no olvidaría su rostro al verla tan furiosa cada vez que alguna otra chica se le acercaba con tanta familiaridad; tal vez la platinada era una de esa mujeres que analizaba su víctima de manera enfermiza.
— Vamos a buscarla. Faltan algunos minutos para la hora de la comida y quiero salir de este pozo de contadores.
Zeldris no rechistó, solo siguió al albino con las manos escondidas en los bolsillos, mientras internamente rogaba por encontrar a su querida cuñada y salir un rato a despejarse antes de volver a hundirse en números.
[...]
— Hmm... ¡Dios, Meliodas! — el aludido volvió a estampar sus labios, callando sus gemidos qué no paraban con cada estocada. — Hum... más...
¿Por qué seguiría torturandola? Aun no soltó sus manos y solo quería tocarlo, arañar su cuerpo y se lo privaba; tenía que conformarse con jugar con sus cabellos de su nuca. Para agregar, era lento al penetrarla, buscando desesperarla y lo estaba logrando.
— Dime que necesitas... — ajustó su agarre en su cadera de modo que su piernas lo apretaron más a su cuerpo, su mano zurda se interpuso entre sus cuerpo para apretar su pecho, tirando de su botón melocotón.
Sus ojos le vieron con una determinación que le seducia, uno que dejaba la puerta abierta a cualquier invitación indebida.
— Cogeme sin piedad. — Murmuró dando el verde a sus acciones, que incluso se sonrojó por la manera tan directa en que se lo exigía.
No cedería y le daría lo que pedía.
— Como tu quieras. — Tomó sus muslos fuertemente, podía sentir su piel amoratarse por su agarre. Su corazón quería salirse, sus manos sudaron ansiosas y aun no empezaba a agitarse.
— ¡Ah! — arqueó la espalda con la primera estocada: vehemente y fugaz, dando comienzo a un vaivén en frenesí entre sus pieles chocando. — Meliodas, Meliodas, Mel....Hum.
Mordía su labios inferior, introdujo su lengua con afán de calmar la suya y cualquiera ruido que lograra salir de las cuatro paredes. Su cabello plateado se enredaba en cada movimientos al fraccionar su espalda contra la pared mientras su espalda baja y caderas chocaban en la superficie.
Sus fluidos no dejaban de caer en sus muslos internos, los golpes internos y la manera en que sus cuerpos se encontraban sudados era tan gratificante como hundirse en aguas termales, los cosquilleo de su cuerpo seducian cada sentido y la empujaban a soltar todo lo que le hacía sentir las mariposas de su estómago.
Quería gritarselo y borrar su indiferencia; era riesgoso, tanto que la tentaba.
— Oh, Meliodas, yo... yo... — balbuceo sin capacidad de poder articular bien sus sentimientos, el hormigueo de su vientre era un distractor muy fuerte para su habla.
— Elizabeth. — Gruñó en su cuello, inclinándose más contra su cuerpo, sosteniendola entre sus brazos a la vez que flexionaba sus largas piernas para tener más acceso. — Hmm, Eli...
Desesperada, tiró con fuerza de la corbata que apretaba sus muñecas logrando que la tela cayera al suelo, dándole la oportunidad de poder abrazarse al rubio con total libertad y tantear sus musculos por encima de la telas.
— Ah, ah... ¡Gyaaa! — entre jadeos y torpes intentos de llamarlo por su nombre, entre lágrimas de placer, se dejó caer por segunda vez.
Meliodas golpeó con fuerza dentro de ella un par de veces más antes terminar soltando una fuerte bocanada en su cuello, dejando una notable marca que tardaría en desaparecer.
Ambos jadeaban ruidosamente, Meliodas tuvo que sostenerla antes de salir con cuidado y acomodar sus prendas inferiores.
— ¿Estás bien, Elizabeth? — buscó su rostro sonrojado entre su flequillo, encontrar con sus facciones nubladas en el extasis que la azotó.
— Creo que sí. — respondió con una sonrisa algo floja, abrazando su cuello y hundiendo su nariz en su cuello, inhalando su aroma.
El oji verde maniobró para cargarla de manera nupcial, caminado al escritorio para dejarla descansando en una de las sillas.
— Toma un respiro, tengo que recoger nuestro desastre. — Soltó una risa nasal dando un vistazo a las hojas maltratadas y las prendas de su mujer acompañando el panorama.
— Hmm, destrozaste mi blusa. — se quejó en bajo al acomodar su sostén y percatarse que la prenda ya mencionada tenía hilos desgarrados y los primeros botones estaban en el suelo. Meliodas se avergonzó ligeramente.
Buscando como cubrir su desnudez superior, tomó su saco como opción.
— Toma. — Le vio poco confiada. — No me molestaría verte desnuda por mi oficina, pero te dará frío.
— Pervertido. — refunfuño dejando que el la vistiera con la prenda, siguiendo con abrochar los botones.
Soltó un quejido en bajo, pues solo logró tensar la tela hasta el inicio de sus pechos, dejando al descubierto algo de su escote.
— Nishishi... — para su sorpresa, este dejó un beso en su coronilla antes de darse la tarea de recoger las hojas que se supone debía entregar al contador el siguiente día; tendría que sacar copias nuevas, pero sin duda valió la pena el desastre.
«Ugh, no siento las piernas». Pensó para sus adentros al momento que flexionó sus extremidades para colocar su ropa interior y su falda. «Diosas».
La puerta resonó un par de veces.
— ¿Señor Demon? — Se escuchó la vocecita de la peli verde al otro lado de la puerta. Meliodas carraspeó una vez asegurando de dejar las cosas en su lugar y fuera de sospechas.
— Adelante. — No solo la secretaria hizo presencia, tanto Ban como Zeldris se adelantaron por enfrente de ella.
— Lo siento, pero estaban buscando a la señora Demon. — una mueca apareció en su gesto.
— Está bien. Puedes retirarte. — Indicó antes de mirar de mala forma a los intrusos. — Ustedes dos, ¿para que buscaban a Elizabeth?
— Precisamente para convencerte de salir a comer algo. Por cierto, Elizabeth ¿a que hora te cambiaste o ya tenías eso? — señaló Ban refiriendo al atuendo de la albina, quien se sonrojó ligeramente.
— Eeh, uuuh... — balbuceo ligeramente. — Meliodas, ¿Qué te parece ir a comer? Tengo mucha hambre después de tanto... trabajo. — Desvió el tema con un ligero toque de picardia en su voz, logrando que el rubio se avergonzara, voletando la mirada.
— ¿Segura que tenías eso puesto? Se parece al saco de...
— De acuerdo, salgamos un rato. — Interrumpió el rubio tomando a su hermano por el hombro para encaminarlo a la puerta y rezar por que dejaran de lado el misterio de la ropa de su esposa.
— ¿De verdad? Ya sabía que Elizabeth te haría cambiar de opinión. — Celebró el oji rojo sin encontrar nada sospechoso en el comportamiento de ambos. — Andando princesa. — Animó, para mala suerte de la aludida.
— Si, voy. — nerviosa, trató de levantarse de la silla, pero sus piernas sensible flaquearon, lo que hizo caer al suelo de rodillas. «Ugh, aún me duelen».
— Hey, ¿estás bien? — cuestionó juguetonamente el albino. Con algo de sobre esfuerzo, se reincorporó, ignorando sus caderas tambaleantes.
— Si, si. Solo pisé mal... el tacón, ya sabes. — sonrió nerviosamente, captando por detrás la mirada de incertidumbre del rubio. — ¿Ya nos vamos?
— Conozco un buen lugar, ya verán. — se adelantó Ban, dejando que el capitán se acercara a ayudar a Elizabeth en caso que vuelva a caer.
— Lo siento. Fui muy brusco contigo. — le murmuró. — ¿Segura que aún así quieres ir? Puedo mandar a alguien para...
— No te disculpes. — apresuró a decir con un rubor en sus pómulos por lo que iba a decir. — Me gustó.
El más bajo le tomó la mano dispuesto a acompañar al albino y a su hermano, sin contar que este último mencionado se detendría por algo que le llamó mucho la atención.
— Meliodas, ¿por qué tu corbata está deshilachada en el suelo ? — ¡Mierda! Olvidó ese detalle.
El matrimonio se vio nervioso entre si.
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¡¡Banda, ya es diciembre!! Awiwi ÙwÚ *saca su suéter de Grinch*
En fin, ¿Qué les pareció? Ya confirmé que efectivamente esta detrás de esto (aunque ya lo sabían xD), pero ¿Qué estará planeando ahora? ¿Cómo involucrara a Mael?
Si quieren una ayudita, déjenme decir que esto traerá a un persona que causará un caos entre ambos :u
De mi parte es todo, sin más, gracias por leer.
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