Capítulo XLVIII
[Unos días antes]
— ¡Son unos incompetentes! ¡Yo no les pago para que desafíen mis ordenes! — furiosa y alterada, exclamó la mujer de tercera edad. — ¿Cómo fue qué sucedió? ¿Por qué...?
— Señora Isabel, cálmese, por favor. Recuerde que no debe alterarse o tendrá otra recaída. — Con voz firme y serena, recomendó la enfermera personal que se aseguraba de su estado de salud que poco a poco se iba deteriorando. Isabel estaba mareada y consternada a causa del enojo que provocó la noticia por parte de sus abogados. ¿Cómo le pedían calma?
Cayó exhausta en la silla, tallando sus párpados buscando alivió en lo que la amable joven enfermera le servía en un vaso algo de agua.
— ¿Qué fue lo que sucedió realmente? — cuestionó esta vez un poco más calmada, manteniendo ese tono irritante.
— Su nieta fue muy directa y específica con nosotros. No es algo que alguno pudiera haber predecido; sin embargo, parecía que ella ya estaba preparada para las circunstancias. — Explicó el licenciado. Abrió su viejo portafolio y dejó caer en el escritorio un par de documentos. — El abogado Lionés nos entregó una copia de el proceso legal.
Al escuchar dicho apellido, la mujer se reincorporó de su malestar para tomar las hojas con impresión, siendo su entrecejo lo que delatara su furor. Comprobándolo con sus seniles ojos dorados, Goddess sentía que todos sus planes caían en picada de vuelta a sus pies al igual que su orgullo.
— Bartra... Maldito hijo de... — masculló tensando sus dedos en el papel, arrugandose en el acto. — ¿Y la demanda de divorcio que envié?
El resignado abogado, ya convencido de que sería víctima de la furia de Isabel, no le entrego más que las hojas rasgadas por la jovencita, con una pequeña nota que indicaba una fecha.
— La señorita, ahora Lionés, agendó una próxima conferencia el siguiente fin de semana a la misma hora en la compañía Demon.
— Ya entiendo. — Esbozó una irónica sonrisa junto un soplido. Lo meditó por unos segundos tallando sus sienes, conveciendose de que esto se trataba de un escape sin salida, a menos que optara por la opción más sensata. — Bien... Confirmale a Elizabeth mi presencia. Dile a mi secretaria que cancele todas mis actividades del fin de semana. Y consiganme un vuelo a Londres lo antes posible. — Ordenó para sorpresa de sus representantes.
— ¿Está segura? — cuestionó dubitativa una mujer. Temía esa forma en que su jefa cambiaba de actitud tan abruptamente que su voz incluso temblaba y sus piernas flanqueaban en su presencia.
— ¿Tengo que repetirtelo? ¡Muévanse! — exigió alzando la voz provocando que los trajeados comenzarán a moverse nerviosamente y torpes mientras intentaban abandonar el despacho de Goddess. — ¡Y también quiero un registro de todos los movimientos hechos por Elizabeth!
— S- Si señora. — Respndieron al unísono todos los licenciados que tropezando unos con otros salieron casi huyendo de la oficina.
Isabel contempló el temor de sus empleados y la preocupación de su enfermera. Era desagradable tener que esforzarse con irritación en su personalidad, pero la única forma que conocía para levantarse el autoestima, pues, aunque no lo pareciera y fuera contrario a lo que todos pensaban, Isabel realmente estaba aterrada y con un dolor en el pecho a causa de las decisiones de su nieta, Elizabeth.
Desde la última vez en que la miró, ella destilaba una firmeza y seguridad del cual se sentía orgullosa. Su mente no le paraba de alardear el magnífico parecido entre ambas, lo que aseguraba la continuidad de la palabra de su linaje. Sin embargo, su matrimonio con un portador del apellido Demon era la espina en el dedo que insistía en sacar aunque teviera que lastimarse en el intento.
Era inaudito. Un insulto hacia si misma que Elizabeth forzara una salida cuando ella ya le había colocado una puerta.
— Sé que es inútil que le de una opinión al respecto y que mucho menos me concierne sus asuntos familiares, pero por el bien de usted y su familia, debe dejar a su nieta hacer su vida. — La senil no se molestó en mirar a la joven enfermera. Su odio seguía tensado en un punto fijo a la nada. — Demon no tiene la culpa. Usted se encargó de pintarlos a base de calumnias.
— No recordé haberte autorizado a que hablaras con tanta confianza al respecto — dijo con molestia tomando un sorbo de agua para aclarar su garganta. La enfermera escondió su incomodidad por la amenazante mirada de la peli plata, buscando entretenerse con su alrededor. — Hasta parece que has olvidado que debes tener cuidado con lo que dices.
— No lo olvido, señora Goddess. Lamento mi imprudencia. — La pobre enfermera se vio obligada a callar todo lo que su cabecita frustrada albergaba. — Iré por sus pastilla. Con permiso.
Una vez sola, la anciana suspiró con dificultad, al ritmo de sus pensamientos bulliciosos e inteligibles; buscando una especie de tranquilidad mental que en el transcurso de la semana nunca llegó.
Su estómago se retorcía. Sus sosas fuerzas querían escapar de su viejo cuerpo. No podía pensar con claridad. El remordimiento que una vez sintió dentro de ese edificio, exactamente al final del pasillo que tenía a su lado izquierdo, conduciendo su mirada directamente a la oficina donde pasó largas tardes junto a Melias Demon... esas tardes de remordimiento y angustia, volvieron.
[Actualidad]
— Me tienes aquí, Elizabeth. — No evitó mirar a quien llamaba la "luz de sus ojos" con cautela y decepción. Elizabeth se mostraba despreciable y serena al lado del rubio de ojos verdes; quizás también había burla en sus ojos, pero no segura de lo que realmente pasaba por la mente de la más joven.
Elizabeth por su parte estaba nerviosa, no lo negaba, también intranquila y un un sentimiento primitivo de querer escapar de la situación y esperar a que las cosas se solucionaran por su cuenta; sin embargo, otro lado de ella la forzaba a quedarse ahí a enfrentar a la única que podría arruinar su vida personal.
— Podemos proceder. Si no hay inconveniente, seré yo quien tome control de esta reunión. — Todos los presente estuvieron de acuerdo con la señorita Liones.
•
— Deldrey... — la aludida volteó a ver a Merlín, quien parecía confundida a su alrededor. — Todo el ambiente está muy tenso. Los empleados parecen aterrados. ¿Me perdí de algo?
— Los Demon están en una junta importante con la auténtica dueña de Goddess. — La azabache mostró ligera señal de sorpresa; no esperaba prontas noticias de la mujer mencionada. — Según los rumores, se han estado reviviendo antiguas enemistades entre ellos.
— Conozco los rumores; y por eso mismo no pensé que la susodicha pondría un pie por aquí. — Se cruzó de brazos y mostró algo de molestia. ¿Isabel realmente se había rendido en su idea de disolver el matrimonio de sus superiores?
— Según antiguos empleados, la señora Goddess solía pasearse habitualmente de la mano con el dueño. Se les veía muy unidos. Pero de un momento a otro, la frecuencia fue cada vez menor. — Agregó Deldrey con un tono convincente que atrapó a Merlín. Bien no conocía a Isabel y mucho menos a Melias; algo de información mórbida le era bien recibida. — Realmente nadie sabe que pasó entre ellos para que tomaran decisiones dramáticas. De lo único que todos estamos seguros es que nadie se cree el cuento de que Meliodas y la altanera de Elizabeth contrajeran nupcias por su cuenta.
— Todo el mundo sabe que es un matrimonio arreglado. — Dijo Belialuin con molestia torciendo los labios.
— Oh, vamos Deldrey... — comentó una de las secretarias que seguía la conversación. — Lo que a ti te sucede es que aún no terminas de tolerar a la señora Demon. — Terminó con una jocosa risita haciendo sonrojar a su compañera de enojo, pues mentira no era del todo. La de coleta de vez en cuando la maldecía a causa de su rencor y sus desacuerdos con la albina en el pasado.
— ¡Ella es el mismo diablo! — exclamó. — El que sea amable de vez en cuando no quita que sea muy... ¡ugh! — Su compañera solo negó un par de veces con regaño.
— Agradece que no te escucha ahora mismo, o ten por terminada tu jornada aquí por estar calumniado a la esposa del jefe.
— Estoy de acuerdo con ustedes. — Las tres mujeres se sobresaltaron, especialmente Deldrey, con la participación repentina de Ban. ¿A qué hora se unió? — Realmente adoro el chisme entre las secretarias; son más entretenidas que las de mis vecina. ¿No lo crees, Merlín?
— Yo prefiero omitir mis opiniones. Tengo trabajo que hacer. — Frunció el entrecejo y se retiró de vuelta a su cubículo. No era que no deseara escuchar más información respecto a las familias respectivas al caso de ese momento, pero estar cerca de Ban era un peligro para sus intenciones.
— Por cierto, ¿se enteraron del drama que hizo Galand en la cafetería? ¡Está para morir de risa! — Anunció con voz alta la secretaria con tal de llamar la atención de su alrededor. Con ello, los ojos del albino brillaron con morbosidad.
— ¡Cuentamelo todo!
•
Por largos minutos de cansado repaso a cada una de las acciones compartidas por ambas empresas; el analizar cautelosamente todos los contratos y soportes entre ellas... era tedioso. Ya se conocían todos esos detalles y los grandiosos proyectos hechos juntos; tan poderosos como para que fueran desechados por culpa de una enemistad.
Elizabeth explicó cada detalle. Aclaró todas las dudas; las ligeras desventajas y fallas, así como las ventajas y la forma de crecimiento de la empresa gracias a su asociación con Demon. Tenía a todos a su favor, salvo a su abuela. Sin embargo, no todo era cómodo para todos, mucho menos ella. Estaba en el mismo edificio que acostumbraba en su juventud, donde acompañaba a el entonces dueño de esa época. Conocía la infraestructura como la palma de su mano, pues recorrió cada oficina junto a él. Se dedicó a seducirlo en cada rincón con algún comentario o un guiñó coqueto. Lo iba a visitar a ese lugar con la excusa de aprender de él.
Lo que ahora eran recuerdos, solo eran una tortura en su mente. Y la viva imagen de Melias al lado de su nieta no ayudaba mucho en realidad. Tenía que apartarle la mirada solo para evitar recordarlo.
— ¿Cuál es la conclusión? — cuestionó Isabel.
— De no romper el contrato, la empresa Goddess tendrá una fuerte crisis que le costará meses e inclusive años recuperarse. — El bullicio no tardó en hacerse presente entre los empleados espantados. — Dado que la empresa se sostenía con Demon y yo era el único vínculo entre ambos, temo que será una caída brutal que golpeara a todos los empleados por igual. Con ello traería descontentos y efectos contraproducentes.
Isabel miraba a los suyos con serenidad. Estaban alterados. Mordiéndose las uñas del nerviosismo que les causaba la idea de perder ganancias y empleados. Era obvio que muchos renunciarían al perder esa comodidad y tener doble trabajo solo por un berrinche. Sin embargo, la mayor de las Goddess suspiró con negativa.
— Me niego rotundamente. — Elizabeth ya esperaba esa respuesta y esa sonrisa arrogante.
— Sé que odias perder tanto como yo, pero no creo que mostrarse orgullosa sea una opción. Sin embargo, esto ya no depende de mi. — La sonrisa de su abuela se desvaneció. — Te recuerdo que ya no trabajo para Goddess. — Ahora fue ella quien le retó fijamente con la mirada.
— Todos estamos de acuerdo en que romper contratos con Demon sería un fuerte decadencia. — Afirmó otro de los empleados, interrumpiendola groseramente. — Ya todos hemos visto que esto se trata de un desacuerdo personal de años, así que no creo que sea prudente...
— Sea directo, licenciado. — Gruñó Isabel. El hombre de traje carraspeó tornándose más severo.
— Por el bien de los empleados y la compañía, es mejor llevar a cabo una votación para su relevo. — Esto le cayó como balde de agua fría. Sus ojos se ampliaron sorpresivamente al caer en cuenta que sus empleados se volteaban en su contra. — Estamos dispuestos a elegir a alguien que pueda ser un poco más consciente de las necesidades de la empresa y no cometa la insensatez de dejar caer una parte por mera vanidad.
— Tienen que ser muy cínicos como para sacarme de mi propia empresa. — Soltó con ironía. Ninguno parecía querer arriesgarse con ella.
— Aunque esto se aplace, se hará si la mayoría se encuentra en desacuerdo. El trato de discordia entre Demon y Goddess terminará. — Dado que ninguna respuesta salía de la senil, y dudando que accediera pronto, el licenciado junto a sus demás compañeros comenzaron a levantarse de sus lugares dispuestos a devolverse a su lugar de trabajo; no sin antes mirar a la mujer consternada y decir: — Esperamos conocer pronto una decisión satisfactoria.
Mientras voces empezaban a opinar entre ellos de lo discutido, y entre unas cuantas inconformidades, cada uno de los licenciados trajeados (pertenecientes a la empresa Goddess) salieron de la sala con un sabor amargo y un fuerte resentimiento hacia su jefa. Y el sentimiento era totalmente recíproco.
— Todos esperen afuera. Esto ya es personal. — Deliberadamente, ordenó Isabel a todos los presentes con un tono de voz molesta, sin despegar la tensa mirada de Elizabeth quien entendió que esto se trataba de ellas dos. Todos acataron la indicación de Goddess sin opinar, salvo su hija y el rubio. — También tu, Inés... y compañía.
— ¡Ni lo pienses! — se negó la fémina.
— Mamá. — Elizabeth miró tanto a su madre como a su marido con tranquilidad y confianza; esperaba que realmente la dejaran a solas con ese ser despreciable y terminar con todos esos rencores.
— Elizabeth... — Impuso el rubio negándose a salir de la oficina y dejar sola a su mujer. Después de todo, Isabel era una persona impredecible y capaz de cualquier aberración con tal de salir convencida. Pero, como siempre, Elizabeth fue persuasiva.
— Adelántense, Meliodas. Estaré bien.
— Estaremos en la puerta. — Con poca confianza hacia la mujer de tercera edad, ambos salieron del lugar solo para dejar frente a frente a dos gotas de agua.
— ¿Cuántos meses llevas? — curioseó la mayor respecto a la pancita de Elizabeth, terminado con el silencio entre ambas, pero la aludida prefirió fruncir los labios y mostrarse hostil. — Hmm, es una pena que no portará el apellido «Goddess».
— No voy a hablar de mi o de algo fuera del trabajo. Solo del contrato. — Enfatizó. La anciana esbozó un gesto burlón.
— Ya no te concierne; tuviste el descaro de retirarte el apellido.
— ¿Realmente quieres hacer esto personal? ¡Bien! Mi respuesta es: me obligaste a hacerlo. — Se cruzó de brazos. — Ya no soy otra marioneta a la que puedes manipular. No me vengas con el papel de víctima porque ya lo has quemado.
— Sigues siendo muy ingenua, Elizabeth. — Suavizó su voz esperando al menos una reacción más amable. — Si no te hubieras casado con un Demon...
— ¡Ya basta de hacerte del mártir! — explotó la más joven, rodando los ojos con fastidio. — Solo sabes quejarte y quejarte de ellos y subirte en un pedestal para verlos desde arriba. Te llenas de orgullo y luego haces que los demás te compadezcan. ¡¿A qué carajos juegas?!
— Melias Demon me arruinó. — Fue su única excusa.
Elizabeth Lionés cayó en un suelo de estupefacción. Su mirada no encontraba la expresión correcta para representar lo que ahora mismo pensaba. Su única reacción solo fue una risa que sonó más como bufido.
— ¿Y tu no lo hiciste primero? ¿No fuiste tu quien se aprovechó de su vulnerabilidad para jugarle sucio? — Arqueo la ceja. — Digo, no halló otra razón por la cual un hombre pacífico y cándido de la noche a la mañana se convierta en el más odiado por el mundo empresarial.
— Ya veo. Pásaste tiempo con Chandler. — No encontraba alguna otra lógica por la que ella tuviera ese pensamiento al respecto. — ¿Y solo te contó su perspectiva? Siempre estuve consciente que ese "gato" me odiaba. — Con mofa se alzó de hombros. — Aunque debo darle crédito. Es el único que piensa coherentemente por aquí.
Elizabeth soltó una bocanada.
— No necesito dudar de nadie cuando me habla de ti. Pero tampoco quiero justificar a Melias; después de todo, son caras de la misma moneda. Los dos contribuyeron al mismo absurdo contrato. — La sonrisa burlona de Isabel pasó a molestia. ¿Cómo se atrevía a pedirle romper ese contrato después de compararla descaradamente con ese alfeñique?
— No pienso hacerlo.
— Y no hace falta tampoco que yo insista para que accedas. — Hizo un ademán de indiferencia con los labios. Volvió a suspirar. — ¿Por qué sigues aferrada a ese rencor a alguien que ya ni existe? ¿Qué es lo que te pesa? Porque parece que tu dolor no sólo es el tema de su contraataque. — Hubo un abrumador silencio después de eso. Isabel tensó los labios y sus ojos dorados se apagaban cada vez más. No había forma de que justificara su obsesión por aquel hombre, a menos que... — No... Esto... — Elizabeth exclamó con sarcasmo. De todas las respuestas, no esperaba algo más complejo que un simple rencor. — Esto es imposible. No me digas que tenías interés en Melias.
Isabel casi se hecha a hacia atrás al verse descubierta.
— No seas ridícula. — Dijo rápidamente. — Jamás pude desarrollar sentimientos por él más que odio. Aunque no merezca ni que yo lo recuerde. — Elizabeth quería reírse. Ni por más que su cadencia emanara arrogancia, no podía mantener la mirada. Sin decirlo había delatado la fuente de toda su derrota.
Bien se sabía que Isabel era una arribista disfrazada de un ser inocente. Una persona que a su corta edad usaba a los hombres poderosos como escalera para subir a la cima, prometiendo que los llevaría consigo; sin embargo, eso no pasaba. Una vez arriba, ella los soltaba al vacío.
Su plan con Melias Demon no fue diferente; solo no esperó que alguien más lo salvara del golpe brutal al tocar fondo.
— Me consta. El único interés que pudiste haberle mostrado era por su potencial. ¿Eso era lo que te fastidio? Te molestó que tu intento por destruirlo no fuera tal cual tu plan. — Mientras más hablaba, la senil se sentía acorralada. — Qué creciera y, que apezar de ser susceptible, no se dejó manipular nuevamente. ¿Es eso?
— ¡Tuve que hacerlo para hacer crecer la empresa!
— ¿Usándolos a ellos como escaleras? — Isabel gruñó algo desesperada.
— ¡Escuchate Elizabeth! ¡Estás compadeciendo a un hombre que ni conociste!
— Y porqué te conozco es que lo hago.
Goddess se llevó las manos a las sienes. Aún no podía procesar el hecho que su propia nieta le llevara la contraria por un hombre; mucho menos podía seguir tolerando la idea que ella defendiera a su nemesis con las mismas estrategias que alguna vez le mostró. ¡Vaya ironía! Le enseñó a Elizabeth a disparar, le dio un arma, y luego disparó en su contra.
— No deberías. — Dijo una vez calmada de su paranoia. — De cualquier modo, si no hubiera sido yo quien se atravesara, esos ávidos carroñeros que tenía por socios venderían todo esto... — se refirió a la infraestructura, mirando a su alrededor. — ... al mejor comprador a sus espaldas. Pero claramente fui más audaz. Eso habla de nuestro potencial, ¿no crees?
— ¿Si? ¿Cómo? — alzó la ceja y cruzó los brazos en el pecho. Esa mujer sí que está enamorada de la vanidad. — Enrredándote directamente con el dueño. — Isabel se sintió ofendida por aquella afirmación que no dudo en proporcionarle una fuerte bofetada a la más joven. Por unos segundos, Elizabeth se quedó callada mientras su flequillo oscurecía su mirada. Ya se esperaba ese golpe después de ser grosera, pero eso no quitaba crédito que fuera cierto. Sus ojos heterocramaticos ahora estaban furiosos al mirarla mientras su mano cubría su mejilla. — Vaya, por primera vez diste golpe de frente y no por la espalda.
La mayor grande reaccionó tarde e incrédula a lo que había hecho. Rápidamente relajó la mirada y quiso remediar su acción tratando de tocar la mejilla sonrojada, pero la albina sólo dio un paso atrás y evitar así su toque.
— Ellie, lo siento... Yo no sé ... — Su voz tembló ligeramente sintiendo sus ojos humedecerse. No podía competir con su amor y su orgullo a la vez. — Eres mi adoración, lo sabes. Sabes que daría todo por ti. Pero...
— ¿Y por qué no me dejas vivir tranquila con Meliodas? ¿Por qué seguir enojada con tus errores y con alguien que ya no esta presente? ¿Por qué no entiendes que Meliodas y Melias son distintos? Lo único que comparten además del apellido es su decepción por alguien que amaban incondicionalmente. — Y por más que le escribiera un biblia de todas las razones por la cual esa enemistad era una pérdida de tiempo, ella perdía sus segundos tratando de comprendería. Estaba resignada. — Sin duda tu odio puede más que el cariño que tu presumes tenerme. No puedo creerte.
Dio unos tres pasos atrás dispuesta a salir de la sala sin haber conseguido un acuerdo, y solo mostrar su rostro con un golpe a causa de esa tediosa conversación.
— Me esforcé demasiado para llegar a donde estoy. — Esa confesión la detuvo. — ¿Tienes idea de lo frustrante que es mantener el negocio familiar a flote? Yo me he ensuciado las manos para lograrlo y no pienso dejar que lo eches a perder.
— Yo renuncié a todo tu imperio, así que yo no soy una amenaza para más ti. ¡Vaya esfuerzo! Puedes estar segura que no soy como Melias, y mucho menos como tu.
— Te equivocas, Ellie; Melias era mi enemigo, pero no era mi mayor amenaza. — Esto desconcertó a la aludida. Detrás de esa oración había una tétrica historia; lo sabía por la extraña actitud y manera de revelarlo. — Debo irme. — Aprovechándose del estado caótico de la albina menor, Isabel se apresuró a la puerta antes de que esta la detuviera a preguntar algo de lo cual no debería saber. — Este lugar es... sofocante. — Abrió la puerta, donde se detuvo a mirarla y decir: — Tomaré mi decisión en un par de días.
— Entonces, ¿quién era a quién tu tanto temías? — musitó.
Goddess no respondió y solo se marchó de ahí, dejándo a Meliodas e Inés intrigados por la forma en que casi huyó.
— Elizabeth, estás pálida. — Su madre se acercó instintivamente a ella, notado en seguida el golpe rojizo en su mejilla. — ¡Oh, dioses!
— No me duele... — se apresuró a decir antes de que su madre y marido se preocuparan. — Fue mi culpa; yo la ofendí.
— ¿Te hizo algo más? — cuestionó el rubio con las manos ocultas en los bolsillos. Estaba molesto. Era por esa y otras razones que no quería dejarla sola con esa mujer; y aunque Elizabeth había negado a su pregunta, quería dejar las cosas claras con Goddess.
— ¡Meliodas! — La chica se alertó cuando Demon fue a seguir a su abuela con un paso muy tranquilo.
— Ya vuelvo. — Fue lo único que dijo de forma calmada. La albina confió en él, rehuandose a detenerlo.
Sin embargo, su mente aún estaba perturbada por lo que esa mujer le había confesado.
"¿Qué ocultas, Isabel?" Pensó.
Mientras tanto, el dueño del edificio caminaba a paso seguro, directo a donde la mujer senil esperaba impaciente frente la puerta del elevador, sin darse cuenta del hombre a sus espaldas.
— Señora Goddess... — la aludida lo volteó a ver con recelo y algo inquieta; era como verlo a él nuevamente. — No vengo a presionarla y mucho menos a estar en su contra; sé que debe estar exhausta de los reclamos. — La ceja plata se alzó curiosa. — Solo quiero que no me considere un enemigo como lo fue Melias. Estoy dispuesto a llegar a un acuerdo bajo sus condiciones con tal de que Elizabeth esté tranquila, y usted también. — Prometió con seriedad y una familiaridad que solo Goddess conocía.
¿Por qué tenía que ser idéntico a él? Las mismas facciones y los ojos llenos de vida. La ingenuidad que lo rodeaba antes de que todos los sucesos los separaran... todo era igual. Y su pensamiento al respecto también. ¡Era patético que casi le motivaba a aceptar solo para continuar jugando como gato con su presa!
— Eres tan convincente. Lástima que sean tan manipuladores. — Sonrió con mofa. — Creo que ya resultó fastidioso que nosotros tengamos que resolver los problemas en que nos envolvieron tu familia. Y ya he sido muy generosa en no tomar medidas más drásticas para alejarte de Elizabeth. No estás en posición para pedirme favores de ese grado, jovencito. — El timbre del elevador sonó y sus puertas abrieron a su salvación.
— Si su postura es esa, entonces le dejaré algo en claro. — Meliodas suspiró antes de que ella se marchara. No esperaba que ella aceptara de cualquier modo, pero tampoco le quedaba de otra que advertirte: — No voy a permitir que vuelva a dañar a Elizabeth.
Isabel por fin entró al elevador y se dispuso a irse sin darle alguna respuesta a la amenaza. Una vez en ese pequeño espacio se sintió libre de soltar una bocanada de alivio y poder calmarse de las peores horas de su vida. Aunque, tampoco era como si fueran los mejores días.
Tuvo que lidiar con muchos problemas con su familia. Elizabeth, su adoración, probablemente la odiaba en estos momentos. Sus empleados ahora estaban en su contra. Estaba en el interior de una empresa donde muchos recuerdos llegaron. La imagen de su nemesis no la dejó ni estar serena. ¿Qué faltaba para que su día empeorara?
A dos pisos más abajo, el elevador se detuvo y las puertas mostraron a la mujer esbelta de cabello negro azabache.
— No creí que nos encontraríamos aquí, señora Goddess. — Merlín sonrió a la senil e ingresó al espacio. — ¿Se logró algún acuerdo? — Por su silencio y su gesto hostil, dedujo que la junta no terminó con acuerdos. — Tenía la esperanza de que hiciera recapacitar a Elizabeth, pero veo que ni usted tuvo la capacidad de hacerlo. Si que ha sido muy perspicaz. Pero a lo que voy es que, si aún queda una manera de hacer que ese matrimonio quedara separado, estoy dispuesta a serle de utilidad. Meliodas... es evidente que a este punto no me consideraría una opción o candidata próxima a ser su esposa, pero si logró derrocar a Elizabeth de...
— Si que eres persistente. Que molesto. — Interrumpió Isabel ya harta de escucharla hablar. ¿No entendía que ya no había formas ni aunque los forzara?
— No puedo ceder ahora que puedo tener una oportunidad de...
— Escucha, Belialuin. Estoy fuera de esta absurda farándula. — La azabache abrió los labios estupefacta. — Me niego a gastar las energías en algo del que ya no tengo control, así que no cuentes conmigo para tus caprichos arribistas. Solo te voy a advertir algo: realmente no me importa lo que planees hacer en contra de Demon, ni lo que le pase con su vida o lo que hagas para tenerlo a tu lado y bajo tu voluntad, pero a Elizabeth ni te atrevas a tocarla. Siquiera te atrevas a incluirla en tus sucios juegos tramposos.
— ¿Me está amenazando? — Merlín soltó una falsa carcajada. — Creí que Goddess nunca perdía la compostura. Bueno, no desde que casi caía en bancarrota.
— No me hagas repetirlo. No estoy de humor. — El elevador por fin se detuvo hasta el primer piso, dándole el paso a la peli plata hacia la salida.
Con prisa abandonó el lugar encontrándose con algunos colegas en el camino que se dedicó a ignorar, siendo perseguida por los curiosos ojos dorados de la resentida Merlín.
— Bien, será a mi manera entonces. A mí nadie me humilla. — Las puertas del elevador se cerraron.
•
Así como Meliodas había organizado su día, al cabo de una hora después de esa reunión y de terminar sus labores primordiales en su oficina, ahora se encontraba con su mujer en la habitación que compartían, arreglando los últimos detalles antes de su viaje al extranjero.
— ¿Seguro que llevas todo lo necesario para tu viaje? Es una maleta muy pequeña para dos semanas. — Comentó Elizabeth desde la comodidad de la cama, acariciando su vientre y mirando a su marido terminado de cerrar la maleta.
— Exacto. No me voy para siempre. — Dijo el rubio entre risas. Se dio la vuelta para buscar otras pertenencias personales y otros papeles laborales.
La mujer suspiró con poco ánimo.
— Pero siento como si fuera así. — Giró su mirada, ahora, cambiando su humor repentinamente de agüitada a molesta. — Te libraras de tu "insensata esposa" por unos días.
— Te llamaré todos los días después de la jornada. No dramatices. — Dijo con suavidad temiendo por el temperamento de la albina. Ella era un manojo de nervios en estos últimos días, y el trabajo y el estrés no eran un buen aliado; por lo que Demon se esforzaba en empatizar.
— Lo haré si te atreves a llamarme en la madrugada. No volvería a contestarte las llamadas si interrumpes "nuestro" sueño.
— Si, lo sé. "Estrellaras mi cabeza contra la pared si lo hago". — Elizabeth berreó en bajo y se cruzó de brazos con reproche.
— Al menos sé que eso tienes en común con tu hijo. — Los ojos verdes le miraron curioso preguntándose la razón del comparativo. — Últimamente, Tristán me ha estado despertado en la madrugada a hacer nada. Manipula mi sueño y apetito a su antojo; y a veces... ¡ya no sé si tengo hambre o estoy llena! No sé que mal estaré pagando.
— ¿Y según tu se parece en mí por el hecho de no dejarte dormir? — La mujer se sonrojó y Meliodas soltó una carcajada. Al terminar de acomodar sus cosas pendientes, este se acercó a ella para sentarse a la orilla de la cama para acariciar su estómago abultado. — ¿Aún no se ha movido el intruso? Tengo entendido que suelen dar golpes en el vientre.
— Todavía no. Se ha mantenido tranquilo, pero se las ha ingeniado para ponerme los nervios de punta. ¿Te he dicho que últimamente me están dando unas extrañas tentaciones?
— ¿Tentaciones? ¿Cómo cuales? — curioseó desde el otro extremo de la habitación mientras analizaba las hojas en sus manos y las esparcidas en la superficie de un mueble.
— Cosas sin importancia. — Aclaró su garganta. Su rostro ahora competía con una farola de navidad y su cuerpo tenía un ataque de hiperactividad lista para descargarse sobre el cuerpo de su conyuge. No iba a admitirlo; sus hormonas empezaban a calentarse en los momentos menos indicados. — Aunque... ¿sabes? Ahora mismo si tengo antojo de algo.
Con una seña de su dedo índice, hizo que el rubio se acercara hasta ella con curiosidad. Una vez frente a su rostro, Elizabeth lo tomó por las mejillas y jaló su rostro hacia el suyo para acatar de sus labios ese sabor a licor dulce. Por supuesto, el oji verde no le negó el beso y correspondió de inmediato, percatándose del empeño que esta imponía.
Pocas veces había sido muy activa y atrevida. Le fascinaba. La lengua de la albina lo incitó a abrir los labios para recibirla en su boca, dejando que se encontrara con su lengua impaciente. Un suspiro se le escapó por la manera en que ella se movía sobre sus labios: tierna y violenta. Era adorable como acariciaba su cabello y sus uñas arañaban su piel, intentando calmar sus impulsos de tumbarlo sobre la cama y subirse en su regazo.
Al cabo de unos segundos más, el aire se acabó en sus pulmones lo que hizo que se separaran. Meliodas le sonrió un poco y besó su frente a la vez que su mano acariciaba su mejilla.
— ¿Solo era eso? — La albina se sonrojó. Había descubierto sus intenciones con ese beso; y lejos de sentirse tímida, un suspiró salió de ella cuando sintió las manos vigorosas apretar su cadera, dibujando círculos torturosos con las yemas.
— Hmm... — Meliodas volvió a besarla, siendo él quien tomara esta vez el control, mordisqueando sus labios para probar un poco más. — ¿No se te hace tarde? Creí que Zeldris quería verte en el aeropuerto. — Jadeó.
— Queda suficiente tiempo para darte algo de atención. No te veré en un largo tiempo; es justo. — Dicho esto, volvió a tomar posesión de sus labios por tercera vez. Posó sus manos en los hombros descubiertos de su mujer e hizo un pequeño empuje para hacerla recostarse sobre las almohadas. Quería que ella estuviera cómoda y relajada para el momento.
— Meliodas... — jadeó abrazandolo por el cuello, volviendo a pegar su boca a la de él, dándole más acceso entre sus piernas sensibles. Las manos viriles tantearon la piel expuesta entre sus muslos, erizandose ante el rose. — Solo harás que te extrañe más.
Meliodas arqueó la ceja por su confesión.
— Creo que eso me motiva. Nishishi~ . — Volvió a besarla con urgencia al mismo tiempo que inició movimientos circulares con los dedos en las costuras de la ropa interior, tentandola a desesperarse con la burla de sus yemas.
Cuando finalmente los burlones dedos se adentraron en la delgada tela y fueron recibidos por los sensibles pliegues húmedos, consiguiendo un respingo de la albina entre el beso, aferrándose con fuerza a la camisa blanca de Meliodas buscando arañar su fornida espalda.
Delicadamente los dedos, medio e indice, se pasearon sobre sus tiernos labios rosados dejando un rastro de hormigueo y cosquillas extendiéndoseal resto de sus sentidos. La acariciaba de arriba a abajo en un vaivén lento, rosando su pequeño botón rosado provocando que la mujer temblara de emoción. Elizabeth arqueaba la espalda, estiraba sus piernas largas sin estarse quieta con afán de sentir algo más; exhalaba con fuerza mientras la lengua del rubio recorría el interior de su boca, sus uñas se enterraban en los cabellos del autor de su placer. Simplemente estaba extasiada y más sensible a sus toques que las lágrimas de sus ojos se resbalaban.
— ¡Aaah! M- Mel... — El aludido se detuvo a ver sus ojos entreabiertos lagrimeando. El sonrojo de sus pómulos se extendió al resto de su rostro al enfocar sus estímulos en su perla en suaves movimientos circulares. Ella era simplemente hermosa y perfecta; sus labios hinchados soltando bocanadas y esos hermosos sonidos de su nombre... Con solo apreciarla su corazón estaba loco que ya tenía la idea de que necesitaría más de uno para hacerle justicia a ella.
— ¿Te gusta así? — Su voz salió ronca liberando un suspiro. Una sonrisa se esbozó al verla intentar responder, siendo sus gemidos y un suave asentimiento la única respuesta a su pregunta.
Los labios del blondo repartieron suaves besos de la mandíbula de la chica hasta su cuello. Succionó y mordió las zonas sensibles de su piel en coordinación con el movimiento de sus dedos: a una velocidad que aumentaba de poco en poco solo para detenerse casi por completo cuando los jadeos eran más constantes.
— Hmm... ¡Meliodas! — echó su cabeza hacia atrás, sus temblorosas piernas se retorcieron en puro extasis al momento que su clímax se derramaba en los dedos de su pareja.
Mientras la albina estaba perdida en la falta de aliento, exhalando con fuerza, el rubio llevó sus dedos empapados a los labios para posteriormente degustar esa dulce esencia, barriendo los excesos con la lengua sin despegar la mirada de ella.
— Definitivamente, también te extrañaré. — La mujer hizo una mueca de vergüenza.
— ¡Pervertido! — Masculló cubriendo su rostro. Escuchó al blondo soltar una risa nasal y después su peso desapareció de la cama, lo que hizo que se descubriera con algo de decepción. — ¿E- Es todo? — farfulló.
En otras ocasiones en las que iniciaban los juegos previos, Meliodas solía terminar la labor, o ella era quien terminaba devolviendo el favor o lanzadose encima, pero ahora el rubio no parecía interesado en continuar, pues ahora se encontraba terminando de acomodar en un maletín de oficina algunos últimos documentos.
— Por ahora, sí. — Suspiró. No evitó reír por el rostro de reproche de su esposa insatisfecha. Y con gusto terminaría esa tarde con una buena sesión de sexo, pero antes que el placer carnal, Meliodas estaba más enfocado en la comodidad de su albina. — Eli, ya tienes casi los seis meses, no quiero lastimarte o que te sientas incómoda por la posición.
— Hay maneras de hacerlo con cuidado. — musitó.
— Sin embargo, por ahora debo apurarme. — Elizabeth hizo un puchero resignado y se levantó de la cama para acomodar su vestido e ir en busca de ropa interior limpia. Los ojos verdes al verla rendida, se acercó y la abrazó por la espalda, reposando su mentón en el hombro para tener acceso a su aroma. — Dije que esto era para ti. Después tendremos tiempo de sobra. — Decía mientras sus manos tomaban con gentileza sus senos. — Además, ¿la distancia es un gran motivador, no crees?
— Hmm, sigo... sensible. — Meliodas continuó masajiando con suavidad sus pechos, logrando relajar a la albina, pues el calor de sus manos desaparecía la incomodidad de los mismos. — ¿Si te das cuenta que después no podrás tocarlas? — Las acciones de rubio se detuvieron para girarla y verla de frente en busca de una respuestas. — Porque serán exclusivas de Tristán.
— ¿No pueden ser compartidas? No creo que le importe, — el oji verde se inclinó un poco a la altura de la barriga de su mujer y cuestionó: — ¿Verdad que no te molesta, Tristán?
— Mem... No seas infantil. — Gruñó la albina esperando que él no notara su sonrojo de la ternura que causó esa escena. Ver al padre de su hijo interactuar con él desde su vientre se me hizo lo más hermoso del día.
— Estoy bromeando. Pero espero una compensación. — Le guiñó el ojo y le permitió que pudiera cambiarse sus prendas.
Una vez pasando casi dos horas, Zeldris, Gelda y Elizabeth se encontraban acompañando a Meliodas en el aeropuerto en lo que la hora predicha se acercaba. Mientras tanto, el azabache abrazaba dramáticamente a su hermano mayor, a lo que este respondía con solo palmaditas en la espalda.
— Recuerda, Meliodas. Debes ser sutil con Anghalhad ya que es alguien muy ansioso. No seas tan severo, lo pueden poner nervioso. Llega puntual a la primer cita que tengas con él. Tampoco uses palabras tan estravagantes; el hombre se confunde muy rápido. — Recordó.
— Lo sé, lo sé. No seas dramático que no soy tú. — Rodó lo ojos con gracia.
— ¡Te estoy animando! — Hizo un puchero de falso enojo que duró pocos segundos para después intercambiar el gesto con una sonrisa. — ¡Mucha suerte, hermano!
— ¿Debería agradecerte que no vas conmigo? — al tener lazos fraternales y la responsabilidad dividida, era justo que ambos tuvieran la obligación de asistir a la reunión con ya mencionado empresario, pero como era típico de Zeldris, eludió la tarea bajo la excusa de que debía quedarse a supervisar la empresa Demon. — Nos vemos después Gelda; por favor, cuida a Zel.
— No te apures. Estoy segura de que hará un buen trabajo. — Rio la blonda mostrando sus colmillos. — Nos vemos pronto.
Una vez despedido por su hermano y cuñada, Meliodas optó por tener unos últimos segundos en "privado"(por así decirlo) con su mujer; agradecía que el ruido de alrededor escondería su voz para lo que le diría, pues no quería burlas a su regreso por parte de su hermano al presenciarlo muy cursi.
— Te llamaré todas las noches. Lo prometo. — Posteriormente se inclinó un poco a su estómago. — Y tu... deja descansar a tu madre, por favor. — Expresó con voz juguetona causando ternura en la albina.
— No lo regañes. Tampoco es que lo haga a propósito — Elizabeth soltó una risa y lo vio reincorporarse. — Nos veremos en dos semanas. No te preocupes por nosotros.
Meliodas suspiró algo preocupado. Una espinita quedaría en su pecho al saber que no estaría para cuidar de su mujer en un largo tiempo, y sus pensamientos paranoicos ahora viajan en un tren a punto de descarrilarse.
— ¡Vamos, ya despeguense ustedes dos! — Gritó Zeldris a un par de metros de la melosa pareja. — Parecen sandijuelas. ¡Me empalagan!
— No lo arruines, cielo. Tu eres igual de cariñoso — regaño Gelda con una tierna risita mientras acariciaba los cabellos negros de Zel.
— Cuando es por ti es diferente. — Recordó con un puchero y sus mejillas sonrojadas.
Volviendo a la pareja que ahora se encontraba en el conflicto de tener que despedirse; Meliodas no dejaba de mirarla a los ojos, tratando de llevarse el recuerdo de esos hermosos luceros que adora admirar en cualquier situación: mientras ella sonreía, cuando estaba furiosa, en la forma que los abría con sorpresa, la forma que se inundaban de amor y placer..., la ilusión de ese instante. Incluso era dramático viniendo de él, pero ahora apreciaba su mirada.
— Adiós, Mel. — Con ternura, Elizabeth acarició su mejilla haciéndole reaccionar. — Ahora ve. Perderás el vuelo.
Este asintió sin decir nada. Tomó la manija de la maleta y se dispuso dispuso ir a la sala correspondiente a su vuelo; sin embargo, aun había algo que lo detenía. Algo que pensaba llevarse consigo, pero era mejor dejarlo para Elizabeth. Y no estaría dispuesto irse así sin decirlo.
— Elizabeth... — la aludida se consternó con aquel tono nuevo de voz. Este sonaba más atento y genuino. Ese timbre de serenidad forzada y cadencia amargada se ausentó en esos segundos en que la llamó. También su mirada brillaba más de costumbre como si desapareciera la cortina oscura que siempre acostumbraba. Estaba algo sonrojado y relajado. Determinado y concentrado en mirarla fijamente de una forma atractiva y sincera, pasando las yemas de sus dedos suavemente sobre su mejilla pálida para atraerla a su vez que se esforzaba en alzarse un poco de puntillas para alcanzar a dejar un casto beso en su pómulo. Suspiró ansioso y dejó que su aliento cosquilleara en una corta frase en la oreja de la albina.
Elizabeth en cambio, amplió sus grandes ojos sintiendo la emoción querer desbordarse en reos en la curva de sus mejillas tensas. Una bocanada escapó de sus labios y luego miró atenta al rubio que le miraba atento en espera de una reacción. Meliodas estaba siendo más sincero que nunca que no se detendría a hacerle preguntas absurdas del "por qué".
Relamió sutilmente sus labios color cereza y esbozó una tierna sonrisa, inclinandose hacia él para despejar su frente y besarlo mientras le musitaba:
— Y yo a ti.
Cuando la pareja se separó, Demon tensó su mano sujeta a su esposa por última vez antes de que él se diera media vuelta, tomara su maleta y se marchara detrás del llamado de su vuelo, con el corazón palpitando a un ritmo frenético y un sonrojo fulminante sobre su casta sonrisa de felicidad.
No podía creerlo. ¡Lo había hecho! Esto no había sido un logro. Fue un paso más. Un muro más de sus sentimientos había cesado.
Mientras tanto, la albina peliplata suspiró para sus adentro esbozando una sonrisa de pura dicha y euforia; muy difícil de esconder y fácil de traducir. Su pecho estaba por explotar de tanta felicidad y emoción que apenas podía controlar su fuerte palpitar y su expresión fanática. Elizabeth se sentía como una joven enamorada e ingenua, con ese sonrojo brillando en sus mejillas y sus ojos destilando amor mientras su loca e inquieta cabecita reproducía una y otra vez la cinta de sus recuerdos de hacia unos segundos:
"Elizabeth...", bisbiseó. Estaba tomando la determinación de mirarla a los ojos nuevamente mientras soltaba una bocanada. Y cuando lo hizo por fin, él afirmó: "Te amo".
Ese momento sería inolvidable tanto para Elizabeth como para Meliodas.
•
Ay no, dios miooooooo. ¡Como me estresan Merlín e Isabel! Pero bueno, sin drama no hay trama xD
Anyways... un poquito de todo en este capítulo y... ¡oh, sorpresa! Meliodas al fin admitió lo más deseado por ustedes. Ahora el chiste es que lo haga en voz alta :u
En fin, ¿Cuál creen que sea el secreto de Isabel? Ya los que me siguen en IG creo que ya saben másomenos de lo que puede ser ;3
Sin más, gracias por leer y perdóneme por los errores ortográficos;w;
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