Capítulo XLVI

— Bueno... — Meliodas hizo un puchero a la vez que rascaba su mejilla al no saber que responder. — Un hermano mayor es... — Miró a la pequeña. Ella se mostraba atenta y curiosa. Vacilante e interrogativa. No tenía palabras para describirlo. — ¿Por qué la duda, pequeña?

Amice bajó ligeramente la cabeza con timidez mientras jugueteaba con sus manitas.

— Es que mi papi dice que ahora podré ser una hermana mayor, pero no sé qué hacer. Me dijo que los hermanos mayores son increíbles.

— ¿En serio? — cuestionó, claramente sorprendido. Su pequeña sobrina asintió.

— Mi papi siempre dice que tú eres genial y la persona en quien más confía. Pero yo no sé qué debo hacer para ser genial como tú. — Meliodas estaba atónito por lo que su sobrina le había confesado. Realmente no esperaba que Zeldris tuviera esa opinión sobre su rol como hermano. Siempre se mostró indiferente, cortante y calculador sobre todos, incluyendo a Zel; no le habría sido sorpresa saber que le guardará algún tipo de recelo por haberlo abandonado de forma fraternal durante todos estos años. Pero la realidad había sido otra; tanto que le costaba creerlo. Siempre pensó que al tratar de ignorarlo y no mostrase cobarde ante él, solo lo estuvo hiriendo, causándole algún trauma de índole dependiente. Si estuviera en ese lugar, sin pensarlo se odiaría; pero claro, Zeldris tenía una madurez mental y emocional que a él le costaba alcanzar.

— Seas el mayor o el menor, ... cada uno tienen sus virtudes y defectos — respondió el rubio.

— ¿Significa que debo leer muchos diccionarios? — el blondo arqueó la ceja. — Mi papi también dijo eso. Él dice que eres genial, pero que le aburre cuando hablas como "anciano".

— No. No tienes que leer diccionarios. — Soltó entre risas a la vez que acariciaba agraciado el cabello azabache de Amice. — Verás, no hay forma de saber qué es lo que hace o no un hermano. Mucho menos como ser el mayor. Parece complicado ya que regularmente nos pintan como un ejemplo a seguir; sin embargo, esto solo se trata de ser un amigo fraternal. En pocas palabras, ser el primer amigo de tu hermano. ¿Eso si sabes que significa? — Relamió sus labios y en su mente comenzó a enlistar todo en lo que había fallado como hermano. — A parte de ser compañeros de travesuras y cómplices, eso amerita apoyarse el uno al otro, escucharse, ayudarse cuando uno está en problemas; sobre todo, no abandonarse cuando te necesite.

— Hmm. ¡Puedo ser su amiga! — exclamó con emoción. — ¡Mi papi también será nuestro cómplice! Y tío Meliodas también.

— Claro que sí. — Respondió el rubio. Pero sin esperarlo, por la emoción de su sobrina, ella se lanzó para abrazarlo en forma de agradecimiento por aclararle sus dudas. Meliodas se quedó algo pasmado por la acción; ya estaba acostumbrado a los gestos de Amice y a la acción de corresponderle con un par de palmaditas, pero esta vez sintió una nostalgia que le hizo sonreír con ternura. Quizás era porque empezaba a empatizar con los sentimientos que tenía encerrados.

— Volvimos — habló Zeldris una vez de regreso con el pequeño de ojos rojos. — ¿De qué tanto hablaban ustedes dos?

— Cosas de hermanos mayores — respondió Amice en un guiño cómplice con su tío. El padre de cabello azabache se hundió de hombros y volvió a su sitió inicial. — ¡Papi, papi, vamos a jugar un juego de mesa! ¡Yo y mi hermanito contra ustedes dos!

— Me parece bien. Para matar tiempo mientras tu mamá y la tía Ellie terminan de cocinar —la pequeña se dispuso a buscar entre sus juguetes regados un juego que le llamara la atención, haciendo caso omiso al silencio de los adultos. — Con que "cosas de hermanos mayores", ¿huh?

— Solo me pidió un consejo —respondió evitando la mirada curiosa y burlona de Zeldris. — Quería que le ayudara a aclarar una duda, pero, en realidad, creo que fue ella quien me ayudó. — Aquella la conversación con la pequeña de cabellos azabaches solo le reveló la respuesta a sus temores respecto a su relación con su hermano menor: debía disculparse con él.

— Este es el que nos regaló la tía Ellie. — mostró un juego de cartas y dados, con ilustraciones de gatos. — ¿Te gustaría, Derwin? — El pequeño asustadizo miró a Zeldris, quien lo alentó a que este accediera.

— B- Bien... — asintió avergonzado. Amice sonrió de oreja a oreja y empezó a sacar el juego del empaque para colocarla en la pequeña mesa que decoraba la sala.

Mientras tanto, desde el marco de la cocina, ambas mujeres miraban en silencio y con una sonrisa la escena, desbordando ternura que estrujaba el corazón; sobre todo Elizabeth, quien vio la convivencia entre su sobrina y su marido, siendo esta la primera vez verle con una felicidad melancólica. Era extraño, pero honorable admirar una energía infantil, aunque solo fue por unos segundos.

— ¿Quién crees que gane? — curioseo Gelda mientras secaba sus manos con una pequeña toalla, pues había terminado de lavar los trastes usados.

— No lo sé. Meliodas y Zeldris son buenos en los juegos de mesa, pero los niños suelen ser más astutos. Su imaginación no tiene límites.

— Tienes razón.

Y así como predijeron, Zeldris comenzó a tomarse el juego demasiado personal al punto de echarle la culpa a Meliodas por ser descuidado con sus fichas, pero el rubio claro que evadía parte de su descuido, pues su hermano se había confiado demasiado. Por otro lado, ante las actitudes juguetonas de los adultos, fue que el nuevo integrante comenzó a desarrollar algo de confianza para unirse al plan estratégico de Amice para derrotar a los adultos; logrando al final un total de cuatro victorias consecutivas. La tarde culminó entre risas, pucheros, quejas y burlas.

[...]

— ¿Tienes completos todos los papeles, Chandler? — el senil asintió con poco entusiasmo e interés al respecto. Se encargó de mostrarle dichas hojas para que el rubio pudiese revisarlos.

— Así es mi señorito. — Meliodas se tomó el tiempo de solo darles una hojeada, pues confiaba en que su mentor no lo defraudaría. Chandler carraspeó. — Hablé con los abogados y socios. Se agendó la reunión para este jueves en la compañía Goddess.

— ¿Se sabe algo de Isabel Goddess? ¿Sabes si va a presentarse? — cuestionó el rubio con la pequeña esperanza de que mencionada mujer hiciera presencia para la decisión final; sin embargo, tampoco esperaba mucho.

Se decepcionó una vez que Chandler negara con un leve movimiento de cabeza.

— Sus representantes piensan sustituirla en su lugar. Inés y Elizabeth también estarán en representación de Goddess.

— Bien... — soltó el aire y esbozó una mueca. — No me sorprende. Después de todo, Isabel Goddess se niega rotundamente a involucrarse con el apellido Demon. — Incluso si se detenía a pensarlo, había más de una solución sólida y rápida que abrazara en tregua a ambas familias que, si no fuera por el orgullo de la senil peli plata, hubiera sucedido desde hace años.

Lo único que podía hacer era esperar el momento en que se diera mencionada cita y llegar a un acuerdo con el abolengo contrario. Solo deseaba que ese contrato que amenazaba su matrimonio con su Elizabeth desapareciera.

Aunque, tenía el temor de que la abuela de su mujer tomaría esa ventaja a su favor.

— ¿Cómo va el embarazo de esa niña caprichosa? — Chandler sacó de pensamientos a Meliodas con esa pregunta. Por ese tono de voz sincero y su mueca de fastidio, el rubio se dio cuenta que le había costado a su tutor un enorme esfuerzo para preguntar acerca de la "chiquilla molesta".

Meliodas sonrió.

— Creí que Elizabeth no te agradaba. Es nuevo que te preocupes por ella — comentó con una mirada jocosa y cadencia juguetona, evitando su pregunta.

— Ni modo — suspiró el anciano resignado. — Ella es la mujer que traerá al mundo al primogénito de mi querido joven Meliodas. Aunque comparta sangre con Goddess, no descarta que será mi próximo señorito o señorita...

— Tristán — confesó. — Ese será su nombre. — Por supuesto, Chandler exhaló con euforia, olvidando su desagrado por Elizabeth por unos segundos.

— ¡Maravilloso! Con eso me responde que se encuentra estable al igual que su gestación — el rubio lo confirmó con un asentir de cabeza. — Hm. Me sorprende la tenacidad de esa niña impertinente, debo admitirlo. — Con este comentario, Meliodas frunció el ceño. — Después de todo lo que ha sucedido, tenía la esperanza de que ella hubiese tomado la decisión de divorciarse de ti cuanto antes; sin embargo, puedo ver que ella es capaz de soportar más que su ego. Honestamente, la he subestimado más por mi apatía que por su ingenuidad.

Meliodas no esperaba a que su tutor aceptara del todo a Elizabeth; estaba claro su rencor y tampoco podía hacerle cambiar de perspectiva hacia Goddess, pero tampoco toleraba su forma de abusar de ese recelo.

— En primera, deja de hablar de mi esposa con esa índole — advirtió. — En segunda, deberías preguntárselo tú mismo si es que realmente te preocupa mi hijo.

— ¡Me rehúso a ver su expresión de burla y victoria cuando lo haga! — Reprochó en voz alta sin saber que, desde hacía unos segundos, la albina había escuchado parte de la discusión.

— ¿Se refiere a esta? — Ambos voltearon a verla recargada sobre la puerta abierta, sosteniendo una sonrisa burlona y victoriosa, y unos ojos desprendiendo jovialidad. — Buenos días, Chandler. Gracias por procurarme.

— Niña impertinente. Es de mal gusto escuchar conversaciones ajenas — masculló entre dientes cruzándose de brazos, adoptando apatía al instante que la albina se acercó entre queditas risas.

— Y no se preocupe, su próximo "señorito" está siendo bien atendido — palmeo suavemente sobre su pancita a la vez que se acercaba a los labios una barra de cereales y miel para amortiguar sus repentinas hambrunas.

— Elizabeth, deja de comer tanta azúcar. — Le regañó Meliodas quien no había notado antes lo que ella tenía entre sus manos. No estaba seguro de cuantos de esos snacks habrá comido anteriormente y no quería arriesgarse a averiguarlo.

Los labios de la fémina se fruncieron en un puchero y bajó la mirada a su vientre.

— Hmm... ¿Tú qué opinas de los regaños de tu padre? — cuestionó juguetona, ganándose un reproche del rubio. Últimamente había empezado con la manía de empezar a hablar con su bebé, aun no nacido, con tal de ganar un solapo. Cosa que no funcionaba, pero debía admitir que le causaba cierta ternura. — Solo es mi dosis de azúcar del día, Mel. Lo prometo. — Elizabeth se rio de nuevo dejando de lado lo que comía para convencer a su marido.

El rubio accedió y le creyó. Elizabeth no estaba mintiendo después de todo; estaba responsabilizándose al pie de la letra su alimentación, aunque eso conllevaba tener que resistirse a las tentaciones.

— ¿Necesitas algo, Eli?

— Solo venía a informarte que ahora mismo tengo una reunión con mi tío Lionés. — Su marido alzó la ceja izquierda, curioseando en silencio la razón de espontánea salida. — Son asuntos de negocios.

Cuando escuchó esto, Meliodas no evitó prender una alarma en su cabeza, pues la última vez que se vio con un familiar por asuntos de negocios, se había armado todo un teatro que duró por unas semanas. ¡Todo para no dejar en la ruina la empresa! Pero se tranquilizó una vez que prestó atención en su mirada bicolor, encontrando paz.

Entonces, ¿qué era lo que tenía en manos?

— Espero no te metas en más problemas, preciosa —. Tomó su mano y besó sus nudillos, esperando obtener una pista. Algo en su mirada lo alertaba. Ese brillo atrevido en sus ojos le mandaba una corazonada de que ella tenía más que una caja de sorpresas. ¿O, acaso era solo un juego de secretos? — Y espero que esto no sea una venganza contra mí.

Estaba seguro. Así como él estaba dándole vueltas al asunto que se tenía con su hermano; ahora ella le ocultaba un plan, sin saber si era para molestarlo u otra razón en específico. Eran tantas las probabilidades, y conociendo que la albina era impredecible, que cualquier suposición podría ser tan acertada como errada.

— No tengo nada contra ti, cariño. — Elizabeth rodeó con sus brazos el cuello de su pareja, mirándole a los ojos. — Entiendo que no quieras decirme lo que me ocultas, pero yo también tengo mis secretos — dijo con un tono que el rubio identificó. Falsa resignación y una amabilidad muy sosa; ella jugaba de nuevo.

Con ello, lo estaba tentando.

— Espero tengas cuidado con lo que haces — dijo en un tono grave que estremeció cada sentido de la albina, logrando que ella esbozara su habitual sonrisa coqueta y retadora.

— Por supuesto que si — respondió jugueteando con su nariz, acercándose a su respiración suave y tentando los labios de su marido. Meliodas ni se detuvo a recordar lo que pasaba a su alrededor ni apartó la mirada de esos colores encantadores.

— ¡Ejem! — carraspeó Chandler con algo de mal humor y un filo avergonzado que reventó la burbuja amorosa de la pareja. — Sigo aquí. — Meliodas se vio avergonzado mientras la albina le vio con mofa. El anciano se tomó el tiempo para tallar sus ojos y ver con reproche a la mujer. — Le pido, señorita Elizabeth, que deje de profanar a mi jovencito. ¡Tenga algo de pudor!

Por supuesto, Elizabeth prefirió callar sus carcajadas. ¡Pobre senil iluso! Pensando que su señorito era un santo. Claro, no iba a avergonzar a su esposo diciendo que, cada vez que tomaba la iniciativa del juego previo, él era un maldito dios lujurioso que la tomaba presa entre sus brazos. Solo ella sabía de esa faceta en el tan respetado y sereno Meliodas Demon.

— Te veo después, cielo — dijo la mujer para dejar un corto beso en los labios del rubio.

— Que te transporte el chofer. Me avisas si necesitas algo — Elizabeth asintió y cerró la puerta una vez afuera de la oficina, dejando suspirando al dueño de esa empresa.

Meliodas simplemente estaba derrochando un inmensurable cariño hacia su mujer que apenas podía soportar el frenesí bombeo de su corazón.

— Nunca lo había visto tan sentimental, joven Meliodas. — La mirada del aludido cambió en cuestión de milisegundos. Se tornó serio y soez; como era costumbre. No era necesario indagar más en el asunto, sobre todo cuando ya era evidente. El de canas verdes ya lo había visto. Había apreciado esa mirada dos veces antes en los ojos de su mejor amigo y Froi; Meliodas estaba profundamente enamorado de esa chiquilla. Y aunque no era de su agrado, solo le consolaba que estaba siendo correspondido completamente.

Agradeció de que su jovencito nunca hubiera tenido el infortunio de ser engañado o rechazado como pasó con sus antepasados.

— ¿Algo más, a parte de la junta, de lo que me deba preocupar? — Chandler asintió con una mueca.

— Si. Me parece que Merlín buscaba hablar con usted. — Y si había una mujer que más repudiaba después de la señora Isabel Goddess, era la avara mujer de cabello azabache. — Joven Meliodas... ¿De verdad piensa darle un aumento a esa mujer? O peor aún, ¿de verdad piensa en confiar en Elizabeth y dejar que ella tome un rol tan importante en sus negocios?

— Realmente pienso que ni siquiera debería volver a poner un pie en este edificio, pero Elizabeth sabe lo que los negocios necesitan, y eso es incremento, no descenso. — El rubio de traje también se encontraba incrédulo al igual que su mentor, pero Elizabeth ya lo había convencido de separar lo personal con lo laboral. — Queramos o no, Belialuin es indispensable, y por eso mismo necesito que ella capacite a los nuevos contadores de área.

Chandler no terminaba de comprenderlo por completo. Ni siquiera se había dado cuenta de las trampas de Merlín; la había dejado pasar por alto y la ignoró por completo creyéndola una empleada más.

— En su lugar, yo la hubiese exiliado de aquí. Aún corren el riesgo de ser nuevamente traicionados por esta mujer. Lo sabes.

— Esta vez he tomado medidas más cautelosas y drásticas. Semanalmente haré una supervisión personal y Slader me dará un informe completo cada mes del desempeño de cada uno de los empleados. — No del todo convencido y en desacuerdo en la decisión, el senil de canas verdes no hizo más que comprender las razones de Demon. Por otro lado, Meliodas ordenó un poco su escritorio, soltando un suspiro decisivo. — ¿Merlín se encuentra esperando, entonces? — El tutor asintió. — Bien, déjala pasar.

Mientras el jefe tomaba respectivo lugar en el escritorio, Chandler abrió la puerta que daba vista al largo pasillo donde la mujer bien vestida de cabello corto esperaba con un tic nervioso en el pie.

— Adelante, Belialuin. — Indicó Chandler. La aludida no tardó en ingresar con temor a la sofocante oficina, teniendo la gallardía de mirar a los ojos a su jefe. — Con permiso, jovencito. — El de ojos ónix miró de pies a cabeza con desprecio a la mujer y después dejó la zona.

Abrumadora cercanía para ambos por contrarias razones.

— ¿Quería hablar conmigo, señor Demon? — comenzó Merlín para acabar con el silencio.

— Toma asiento — Fue lo primero que Meliodas le ordenó antes de empezar. — Quería discutir contigo la oferta que te hizo Elizabeth. La construcción del nuevo negocio con Slader ha progresado satisfactoriamente y promete ser una buena competencia en cuanto negocios y la calidad de sus empleados. Ya se ha hecho la elección de varios interesados en asociarse. Sin embargo, ya que Elizabeth te ofreció un puesto de alta categoría, y al ser la única candidata encomendada, necesito una respuesta ahora. Aquí está el contrato. — Terminando de explicar, Meliodas sacó del portafolios un par de documentos mejor detallados y un par de secciones restados.

No encontraban letras pequeñas escurridizas ni engañosas. No encontraba ninguna maña maliciosa en dicho papel más que términos, condiciones, políticas y entre otras cosas. Por un instante había pensado que Elizabeth solo estaría jugando con ella cuando le ofreció un puesto alto.

— Creí que faltaban meses para completar el proyecto — comentó Merlín sin dejar de hojear cada papel meticulosamente.

— Este proyecto ya tenía un curso programado. Slader está interesado en entrevistarte y calificar tus aptitudes en persona. Una vez que tengas su confianza, el trabajo será completamente tuyo.

La azabache tensó los labios y sintió como su orgullo perdía más fuerza ante el blondo de ojos verdes. Leyó cada línea con tal de concentrarse en lo que le ofrecían y armar una respuesta coherente; juntando todo su coraje para mirarlo a los ojos.

— Ya no trabajaré para usted. — Como lo anticipó, el jefe no llevaba ninguna expresión cercana.

— Es lo que querías. Ahora trabajarás para tus propias ambiciones — dijo con algo de ironía y molestia. Suspiró en alto y le miró con recelo. — Escucha Merlín, también te cité para hablar contigo de algo mucho más personal. Una duda, en realidad. — La aludida desconecto sus ojos de él por unos segundos.

— Deduzco lo que quiere saber.

Meliodas relamió sutilmente los labios y cuestionó:

— ¿Todo esto lo hiciste por qué razón? ¿Envidia? ¿Avaricia? ¿Por placer? ¿O....?

— Amor y odio, más que nada. — Fue la respuesta gélida que dio la mujer a pesar de sentirse derrotada y avergonzada. — Y en ninguno fui correspondida. La ambición solo era mi motivación.

Meliodas no era ignorante al respecto, con lo sucedido, era fácil deducir a quienes iban dirigidos mencionados sentimientos enemigos.

— ¿Por qué amar a alguien como yo? Soy un hombre casado y fiel a Elizabeth; desde un principio lo dejé en claro. Y nunca te di razones para pensar lo contrario. — Volvió hola soltar un suspiro y negó un poco con decepción. — Lamento que hayas confundido mi cortesía con algo más, pero vaya que te encantó desafiarme.

— Cometí el error de rebajarte y posicionarte en un cliché de hombres inmaduros y sin principios. Pero creí que quizás te darías cuenta de que, más de lo que creías necesitar, lo que querías era a una mujer capaz. Una a tu nivel — dijo con arrogancia.

— Elizabeth es todo lo que quiero y necesito. Nunca lo dudé. Y no voy a disculparme por dejarte en claro lo evidente. — Belialuin rodó los ojos y torció una tenue mueca. — ¿Tanto la odias?

— ¡Ella nunca aspiró a ser tu mano derecha! Y realmente opino que su perspectiva empresarial es muy caótica — soltó en un tono de voz un poco más exaltado, posando ambas manos extendidas sobre el escritorio. — Elizabeth solo juega con los números y apuesta todo al riesgo. Piensa que solo puede estirar la cuerda y deshacer el nudo, pero no es así. ¡Tanto la estimas que ya te trae como un idiota, admirándola desde un pedestal! Solo te manipula. ¡A todos aquí!

Meliodas soltó una corta risa de ironía.

— Bueno, no fue ella quien intentó robarme y dejar la empresa en bancarrota. Mucho menos quien me vio como marioneta —. Contestó de vuelta con incongruencia. Merlín se quejó en voz baja tratando de mantenerse al margen de su personalidad recatada.

— Isabel Goddess no lo iba a aceptar de cualquier modo. ¿Si sabes qué pasará si esa mujer se niega a deshacer el trato entre ella y Melias? — Los ojos de Meliodas se abrieron con sorpresa y miraron con profundo odio a la azabache.

Todas sus dudas se estaban acomodando solo para darse cuenta de que detrás de esa horrible sonrisa en los labios rojos de Merlín se encontraba un plan aún más retorcido. Lo había planeado perfectamente para que, aún si no conseguía su objetivo principal, al menos tendría el descarado privilegio de verlos, a su esposa y a él, separados.

Relajó su mirada y, por tercera vez, suspiró.

— Veo que estás muy bien informada en todo lo que pasa en mi vida marital. — No podía lidiar con ella, pero tampoco le daría gusto de mostrarse indignado. Así que solo recogió el documento del proyecto y lo guardó para cuando Belialuin estuviese convencida de firmar. — Bueno... creo que no comprenderé que querías lograr exactamente, ni el porqué. Solo voy a advertirle algo, Merlín. — Frunció el entrecejo y le miró con frialdad. — Solo dedícate a tu trabajo y deja de buscar ser una opción en la vida de los demás. Puedes retirarte.

Aquellos ojos soberbios titilaron ante Demon; claramente dolidos. En un desliz sordo de la silla, Merlín se levantó y se marchó sin agregar nada más para alargar esa discusión.

Estaba furiosa. Sus ideas no estaban claras. Eran un caos total buscando un tranquilizador orden. Y, como si fueran niños inquietos atendidos por un riguroso superior, su mente solo formaba una oración que solo murmuraba con el ritmo de sus pasos apresurados buscando la salida.

— Solo debo intentarlo, una vez más. Una vez más. — Y lo volvería a probar que estaba capacitada, aunque su cordura se hiciera añicos.

— ¡Que sorpresa verte, pequeña Elizabeth! — El abogado Bartra Lionés recibió con amor entre sus brazos a su sobrina, mismo gesto que ella correspondió con gusto.

Ambos acordaron verse en un pequeño restaurante que siempre procuraron cuando sus primas y ella eran solo unas niñas, puesto que dicho lugar era muy popular y destacado por ser visitado por padres e hijas.

— Me alegra saludarte, tío. ¿Qué tal los negocios? — Añadió la joven albina, escuchando una risa cansada del senil.

— Nunca me ha ido mejor. Rigurosos y satisfactorios. — Soltó un suspiro y miró a los jóvenes ojos heterocromáticos con duda y curiosidad. — Pero mejor háblame de ese plan tuyo. ¿Qué es eso que quieres comprar la vieja taberna «El gato negro»? Hace años se declaró en bancarrota.

— Antiguamente, ese lugar destacó por su gran variedad en cerveza y algunas comidas tradicionales. Sin embargo, la pésima administración lo llevó a un lamentable cierre. — En ese instante, sus ojos se llenaron de una fuerte voluntad e intrepidez. — Yo quiero devolverlo al apogeo con una nueva imagen, otro concepto, y entre otros cambios, pero necesito algo de asesoría y quien diseñe el contrato de compraventa. ¿Quién mejor que mi tío para negociar con el actual dueño? — El aludido infló su pecho de orgullo.

— Me halagas mucho. — Tomó las manos de Elizabeth entre las suyas con un gesto muy paternal. — Y claro que te orientaré en todo lo que necesites, mi querida sobrina. Si esa es tu meta, supongo que ya tienes en mente como rebautizar el lugar. — La mujer asintió entusiasmada.

— El «Boar Hat» — respondió. Estaba decidida a hacer de esa vieja taberna en una fuente de ingresos adicional y devolver el esplendor a dicho local. Sobre todo, era algo que ya tenía pensado trabajar desde hacía un tiempo; y esperaba que su marido se uniera en la labor.

— Bien. Primero hagamos una cita con el dueño. Hagamos un contrato y llegando al acuerdo se realizará todo convenio y papeleo necesario. — Resumió y enlistó lo más primordial. — Aunque, no será sencillo he de admitir. Escuché que el propietario ya ha rechazado varias ofertas.

— Cuento contigo, tío. El tiempo que sea necesario. — Esta vez, su mirada borró su sonrisa y se tensó un poco. Le miró algo seria, confundida y vacilante; pero determinada y testaruda. — Abusando un poco de tu amabilidad, también necesito una asesoría un poco más complicada.

— Claro. Dime —. Elizabeth suspiró y alzó ligeramente la ceja con ademán.

— ¿Qué necesito para solicitar una enmienda para un acta? — Bartra se sorprendió por la petición. Un rostro de espanto que la joven ya se esperaba.

[...]

— Lamento esto, cariño, pero dudo que mi madre se presente. — Suspiró la madre de su esposa con desdén mientras acomodaba unas hojas. — No la he visto desde aquella vez que hizo su imprudente escándalo. Y por lo que sé, tiene ya unas semanas que se regresó a Irlanda.

Meliodas evitó maldecir en alto la decisión de esa mujer frente a Inés. Solo torció un gesto incómodo y liberó en un suspiro pesado toda su frustración.

— Honestamente preferiría su presencia — procedió ayudando a la mujer peli plata mientras seguía esperando la presencia de su esposa. —Tal vez sea más fácil de convencerla y llegar a un acuerdo. Usando las palabras correctas y los medios suficientes para demostrarle que esto es genuino, pueda hacerle cambiar de parecer. — Pero Inés negó un par de veces.

— Perdóname, pero conozco a Goddess. Dudo que, ni un millón de años, acceda a llegar a acuerdos. Mucho menos a invalidar ese papel.

— ¿Elizabeth no puede persuadirla? — La mujer ojizarca pareció dudar un poco. Mordió la punta de su larga uña en ademán pensativo analizando las probabilidades, llegando a una conclusión: un rotundo "no".

— Aún sobre su arrogancia, lo dudo. — El desánimo no tardó en reflejarse en el rostro del rubio. — A pesar de todo, mi madre adora a Elizabeth mucho más de lo que yo creía, pero el que ella se lo suplique no será suficiente para que le haga ceder. Por lo mismo que presume amarla es que no la quiere cerca de ti.

— La única manera de no meternos en conflictos legales es el divorcio. — No había duda alguna. Estaba seguro de que Isabel haría lo que sea, incluso obligarlos a tomar dicha decisión, para mantenerlos al margen de ese contrato. Mismo que lo envolvían en serio problemas debido a los negocios que compartía con la empresa Goddess.

Claro, su abolengo era influyente y de mucho poder; al igual que el de Isabel. Con la diferencia que ella tenía ventajas seriamente legales sobre su vida marital. No quería arriesgarse a que tomara medidas drásticas por mera venganza y que lo obligara a alejarse de su esposa e hijo. ¡Perdería la cabeza y toda razón!

— ¡Oh, Meliodas, ni lo digas! No seas pesimista y busquemos soluciones alternas; es lo que ahora necesitamos en estos momentos difíciles. — La mujer trató de animar al más joven, animándolo con una mirada apacible que poco funcionó. — Prácticamente no las hay, por ahora, pero tenemos que pensar con perspicacia y buscar otras perspectivas. Debe haber un detalle que estamos ignorando.

— Espero el tiempo nos alcance — Meliodas finalizó con un suspiro y dejó de pensar en la situación que ya lo tenían más que amarrado en un pilar de agobios. Sin embargo, no podía evitarlo.

Minutos, intercambiando y respondiendo palabras con su madre política, transcurrieron entre el ambiente denso y angustiante. Y es que, aunque quisieran evitarlo, el tema volvía para repetir el ciclo de preocupaciones y tedio. Pero la mujer se esperaba en charlar en otro tema o curiosear en la vida de rubio para ignorar su estrés. Hasta que la albina más joven apareció en la oficina para suerte del rubio.

— Meliodas, lamento tanto la tardanza. Me entretuve mucho con Arthur en una montaña de cifras erradas. — Elizabeth soltó un aire de alivio y sonrió de oreja a oreja. — ¿Ya nos vamos?

— Claro — el de ojos verdes se giró a ver a la mujer madura. — Nos vemos, señora Inés. — La aludida asintió cansada.

— Con cuidado —. Fue lo último que dijo antes de que el joven matrimonio saliera de la oficina, y con ello, del pequeño edificio hasta el estacionamiento.

— Has estado sospechosa últimamente. — Elizabeth ni se inmutó a mirarlo ya que una sonrisa burlona amenazaba por escaparse de sus gestos si lo veía a los ojos. Meliodas era muy observador y conocía la mayoría de sus manías; no había equivocación en su intuición. La mujer estaba siendo más escurridiza de lo habitual, con papeles en manos y de un lado a otro junto a su tío, Bartra. — ¿Qué tramas ahora, preciosa?

— Quizás algo no tan sospechoso como tú, mi cielo — respondió alzándose de hombros. La albina se subió con cuidado al auto, en el copiloto, esperando que el rubio hiciera lo mismo, pero del lado izquierdo. — Oye, has estado preocupado desde que salimos. ¿Qué te dijo mi madre para ponerte así? — Así como él prestaba atención a su lenguaje corporal, ella así empatizaba. Estaba caminando en angustias, por no decir que incluso estaba furioso por todo.

Meliodas talló el puente de su nariz; ya tenía un ligero dolor de cabeza. No quería arrastrarla al tedio de tener que sobre pensar la situación.

— Nada. Solo nos organizábamos para la junta de mañana. — La albina vaciló un poco. Tal vez debería decirle que ya tenía una posible solución a sus problemas, pero, conociendo al obstinado blondo, no la dejaría actuar. Y no porque no confiara en ella, sino porque solo pensaba en su bienestar antes que la de él.

— Todo va a salir bien. Ya lo verás — dijo en una voz suave.

[...]

— Chandler... — el llamado fue débil, pero firme. — ¿Ya están en la sala de juntas? — El hombre de cabello verde asintió con la pesadumbre en su mirada.

Por un lado, Chandler estaba aliviado y encantado de saber que Isabel negaría una tregua entre familias; por el otro, sentía dolor al saber cómo le afectaría a su joven Demon.

— Los socios de Demon y Goddess están reunidos. Están dispuestos a discutir la alianza y a romper el trato de Melias e Isabel.

— Vamos —. Ambos caminaron en dirección a la sala de juntas donde socios, abogados y ejecutivos selectos, de ambas compañías se encontraban unos frente a otros, siendo una larga mesa rectangular de vidrio pulido lo que los dividía.

Entre ellos presentes, Inés se mantenía serena mientras Elizabeth y Bartra se miraban de reojo con nerviosismo.

— ¿El señor Demon? — cuestionó uno de los socios representantes de Isabel, a lo que este asintió tomando lugar al lado de su hermano menor.

— Así es — afirmó con un estrechar de manos con el contrario antes de proseguir. — Supongo que son los representantes de Isabel. ¿Ella no se presentará con nosotros?

— Debemos disculparnos por su ausencia, pero ella prefiere mantener su distancia —. Agregó esta vez una mujer de elegante porte y fachada de ser más flexible. — Sin embargo, nosotros estamos dispuestos a escuchar las opiniones de los socios y llegar a la conclusión. — Carraspeó un poco, acomodó sus gafas sobre su nariz y relamió sus labios. — Primero, que los abogados recalquen las pautas bilaterales de este contrato.

Y ahí, frente a todos, frente a los ojos heterocromáticos y esmeralda, se encontraba intacto el papel que los dividía.

Durante minutos largos, cada abogado repasaba punto por punto. Párrafo tras párrafo. Explicaban con detenimiento y elocuencia cada pauta relevante y lo que conllevaba. Fueron tediosos los segundos en que las hojas volaban de manos en manos esperando ser examinadas y aceptadas por todos antes de dar comienzo al debate.

Ideas, pros y contras, causas y consecuencias, ventajas y desventajas. Todo fue discutido por socios y acreedores, mientras los abogados daban su punto de vista o daban objeciones, en caso de ser necesarios. Meliodas trataba la junta de la forma más pacífica posible con ayuda de Zeldris y el asesoramiento de Chandler; por otro lado, Inés se encargaba de complementar esas ideas, persuadiendo a su gente para que accediera, cosa que funcionaba. Después de todo, ¿por qué no mantener un asociación y afinidad con Demon? Era prácticamente la empresa más sobresaliente, importante y poderosa -actualmente- de reino unido. Las probabilidades de ganar en toda rama profesional eran altas. Concordaban que sería un total desperdicio declinarse a la negativa. Sin embargo, lo que llamaba más la atención, sobre todo, a Meliodas, era que Elizabeth era la única en la sala sin dar respuesta o dar a conocer su opinión. Siendo una mujer brillante, habladora y mujer de Demon, estaba preocupantemente silenciosa al respecto. No daba indicios de estar de acuerdo o desacuerdo en cada propuesta.

Y no era una casualidad. Ella estaba consiente de todo lo que pasaba.

— Entonces, ¿estamos de acuerdo? — finalizó Inés con un tono de pregunta dubitativo. Su gente al lado le dio la razón, para su alivio.

— No hay objeción — finalizó Meliodas en nombre de los suyos. La larga junta de casi cuatro horas había llegado al punto del desenlace. Donde la decisión final quedaría sellada con la autorización de todos y un par de firmas.

Claro, la mayoría estaba respirando en paz, pues el trato quedaría anulado; salvo Elizabeth.

— Sí, la hay — rompió la albina el silencio para confusión de muchos. Con recelo y molestia, los fruncidos ojos, azul y dorado, miraron a los representantes de su abuela. — ¿Cierto?

— Eso me temo. — Respondió la licenciada de lentes, dejando una enorme incógnita en todos. — Señor Demon, el trato no será firmado. Así que tampoco habrá convenio.

Un frío silencio erizó el rostro de los presentes; sobre todo del aludido. ¿En qué había fallado? ¿Qué era lo que aún no les convencía?

— Isabel no está dispuesta a firmar un acuerdo. Nos pidió que escucháramos sus propuestas con atención y que discutiremos las ventajas y desventajas para mandarle un informe de lo que se discutió en esta sala; sin embargo, su decisión final es... "no" — Explicó ahora el abogado senil.

Pequeños susurros intangibles se escucharon de boca en boca. Pequeñas inconformidades se asomaban en los rostros de todos. Otros emanaban fastidio pensando que el tiempo que estuvieron sentados fue una pérdida total para ser burlados. Y es que, al igual que Meliodas, estaban guardando una pizca de esperanza en que la mayoritaria a las acciones Goddess, aceptaría.

Pero no fue así.

— Entonces, nada va a convencerla — dijo el blondo con ironía mientras su hermano menor le murmuraba que se calmara, pues comenzaba a exaltarse. No era tanto por perder un lazo fuerte con otra empresa influyente, ni por su reputación ante el mundo; no quería que apartaran a Elizabeth de su lado.

— No se lo tome a mal. Realmente es un buen trato lo que ofrece, pero solo trabajamos para Isabel — la licenciada soltó la bocanada, esperando una respuesta. No recibió más que silencio, así que prosiguió. — Lo siento. Pero no vamos a firmar este convenio en su nombre.

Los hombres que la acompañaban empezaron a juntar sus hojas y portafolios, dispuestos a marcharse sin más de vuelta a sus respectivas oficinas fuera de la urbe. Mientras tanto, Elizabeth le dio una furtiva mirada a su tío Bartra buscando una indicación, mismo que le dio un ligero asentimiento de cabeza.

— Bueno, dado que no me dejó otra opción —. De sus labios cerezas salió una bocanada y se levantó de su silla ruidosamente para llamar la atención de los presentes, mostrándose tranquila y sonriente.

— Elizabeth... — masculló su cónyuge.

— Lamento tener que interponerme en esto, pero dado que entre apellidos no hay tregua y mi abuela no piensa acatar ningún convenio, legalmente, yo no puedo seguir casada con Meliodas Demon. ¿Me equivoco?

— Así es. — Uno de los abogados abrió su portafolios, buscando entre carpetas específicamente una de color blanco para extendérsela a la peli plata. — Su abuela pensó en todo. — Los ojos asertivos de la mujer embarazada no mostraron impresión cuando leyó el título de aquellas hojas. Incluso ya lo había presentido. — Ella dejó lista la demanda de divorcio entre ustedes si es lo que le interesa. En lo personal, hubiese preferido hablar de esto e privado, pero dadas las circunstancias, y aprovechando que el señor Demon está presente, es mejor que firmen. Ahora. — demandó el hombre buscando un bolígrafo entre los bolsillos de su saco.

— ¡No pienso firmar eso! — exclamó el rubio golpeando con la palma extendida la mesa.

— Sea accesible y tome esto de la forma más pacífica. Se lo recomiendo — dijo el abogado encontrando la pluma de tinta azul para ofrecérsela. — No lo haga difícil y evite llevar esto a los tribunales.

Demon estaba hiperventilando en su interior mientras sus ojos irradiaban el mismo infierno. Desafiaba a los ojos castaños del hombre sereno frente suyo. Zeldris comenzó a sudar en frío, algo desconcertado. Inés se escondió entre sus manos con angustia. Para los presentes, era todo un espectáculo lo que estaba pasando, pensando en lo irónico y dramático que era. Pero Elizabeth, solo miró a los representantes por encima del papel con total tranquilidad.

— Esto aplica solo si pertenezco a la familia. No hay porqué armar un escándalo. — Confiadamente dejó la carpeta blanca en la superficie de la mesa, mientras apoyaba sus manos a cada lado para soportar su peso y dar una impresión decidida. Tragó sus dudas y aclaró su garganta, a la vez que su imperativo tono de voz enunciaba: — Yo, Elizabeth, renuncio completamente al apellido Goddess. 

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