Capítulo XLV

— ¿Ya tienes todo listo, pequeño? — preguntó la mujer voluble de cabellos castaños atados en una coleta al pequeño de cinco años que terminaba de hacer su pequeña maleta. El niño de ojos carmesí le miró algo asustado para asentir en silencio. —Vamos, tu padres te esperan.

La mujer le extendió amablemente la mano para que la tomara y lo guio hasta donde sus, ahora padres, esperaban con emoción frente a las puertas del orfelinato; sobre todo, Zeldris, que no paraba de sonreír con euforia y hablar con su hija de los planes que tenían a largo plazo.

— Zel, cariño. Calma tu emoción, puedo sentir como tiemblas — dijo Gelda entre risas, tomando la mano de su marido.

— Estoy eufórico. — Admitió depositando un beso en los nudillos de la mujer. — ¿También estás emocionada, mi niña? — se dirigió a su hija, quien asintió con ímpetu.

— ¡Si, papi! — espetó Amice, ligeramente familiarizada con el sentimiento, aunque ya no era tan potente como la primera vez. Después de todo, la pequeña de cabello negro ya había olvidado casi por completo que también provenía de la misma casa hogar. — Pero ya están tardando muuuuucho~ — hizo un puchero con ahínco causando la ternura en sus padres.

— Después de todo aprendió a ser muy entusiasta como tú — comentó Gelda, llenando de orgullo al de ojos jade, pues la pequeña a veces demostraba actitudes propias de él, como su impaciencia por los cambios.

— Señor y señora Demon. — Saludó una de las trabajadoras sociales al matrimonio. — El pequeño Derwin ya está listo.

— Ve tu, amor. — Decidió Zeldris después de un par de miradas mudas con su pareja. — Él te tiene más confianza. — La blonda accedió. Le depositó un beso en los labios y se acercó a la trabajadora.

— No me tardo.

Una vez que su mujer se marchara para encontrarse con el pequeño, el de ojos jade tomó la mano de la infante y la acercó.

— Amice, quiero hablar contigo.

— ¿Qué pasa, papi? — su voz detonó algo de preocupación e inocente ignorancia. Zeldris se inclinó a la altura de su rostro mientras tomaba sus manitas, acariciando sus dulces mejillas rosadas y mirando en sus brillantes ojos la euforia.

— Como ya sabrás, tu hermano ahora vivirá con nosotros. Tendrás con quien jugar y con quien comenzar una amistad, pero quiero que entiendas que él es más pequeño que tu y será la primera vez que estará en casa. — La cabeza de la pequeña se inclinó hacia la duda, alzando la ceja. Demon soltó un suspiro y continuó. — Mi niña, lo que quiero decir es que tendremos que estar atentos a él así como prestarle mayor atención para que no se sienta inseguro con nosotros, pero eso no quiere decir que dejaremos de quererte a ti. Sabes que te amamos al igual que a tu, ahora, hermano y eso no va a cambiar.

Pero claro, Amice aún no comprendía lo que intentaba explicarle su padre ni lo que quería decir con ese discurso. Ella solo podía identificar la alegría de tener un hermano con quien compartir su imaginación que no había espacio para la envidia. Ni siquiera existía en su personalidad.

— ¿Pero por qué me dices eso papi? — Zeldris le sonrió a la vez que peinaba con ahínco sus cabellos. Aunque su pequeña aún no comprendiera la manera en que se manifestaban los sentimientos, no quería que ella sintiera la necesidad de reprimiros solo por no saber expresarlos.

— Porque, aunque nosotros estemos pendientes de tu hermanito, quiero que me digas lo que te incomoda, que no reprima tus sentimientos. Si te sientes mal, estás triste o tienes algo que decirnos, no dudes que te vamos a escuchar. ¿Entendido, princesa?

— Sip, sip. — Respondió con entusiasmo. Aún no le había quedado en claro por completo lo que el mayor quería darle a entender; sin embargo, no dudaba de la confianza que le brindaban sus padres.

Aunque, aún tenía una duda guardada.

— Hablando de él... — esbozó una sonrisa. — Mira. Es Derwin, tu hermano. — cuando la niña se giró a sus espaldas, al abrirse las puertas, se encontró con su madre tomando de la mano a un niño, ligeramente más bajo que ella, caminando hacia ellos con una pequeña maletita. Demon tomó a su hija de los hombros por detrás, motivándola a acercarse a él y presentarlos formalmente. — Me alegra verte de nuevo. Ella es Amice, tu hermana mayor. Bueno, cuando te sientas listo para aceptarlo.

Los ojos rojos miraban a los castaños para después ocultarse detrás de la falda de Gelda con pavor. Fueron pocas las veces en que convivió con niños mayores que él y cuando lo hacía, por lo regular, era ignorado.

— Eres muy callado. — Dijo Amice con curiosidad, ladeando su cabeza sin entender porque se ocultaba.

— Dale tiempo, Amice. Es nuevo para él. — Animó su madre. La carita de la niña seguía derrochando curiosidad por conocer el rostro del más pequeño que solo se enfocaba a esconderse como si estuviese siendo acechado. Los adultos rieron con ternura.

— Es hora de irnos. — Miró a la encargada. — Muchas gracias

— A ustedes, señor Demon. — La mujer se acuclilló para ver por última vez al pequeño de apenas unos cinco años y sonreírle con melancolía . — Sin duda vamos a extrañarte, pero ahora tendrás un familia para siempre. ¡Pórtate bien!

Este solo miró el rostro de sus padres adoptivos y volvió a mirar el de la mujer que solo reconocía como tutora. Era difícil para él tener que despegarse de su hogar y abandonar a quien ya consideraba su familia, pero las constantes visitas de Gelda y Zeldris le convencieron el querer tener una familia propia. Aún así, sentía que quería llorar por una extraña razón.

Convencido, el niño asintió y se marchó con emoción y ligera tristeza a su nuevo hogar, agitando su manita a la trabajadora.

— Elizabeth, ¿no crees que es... mucho? — preguntó Meliodas a la terca y sonriente mujer albina que llevaba cinco bolsas de compra en cada mano. Ella hizo un ademán de negación, moviendo ligeramente la cabeza a los lados.

— Por cómo Gelda me lo describió es un pequeño muy tímido y silencioso. Pienso que los juegos interactivos serían buena opción para que pueda convivir con Amice. Aunque también quería darle algo más personal. Pero tampoco quiero excluir a la pequeña. — Explicó para después hundirse entre hombros. Meliodas soltó una bocanada rodando los ojos.

— Pienso que te tomaste en serio el querer malcriarlos en contra la voluntad de Gelda. — La albina soltó una risa quisquillosa al verse descubierta de sus intenciones; sin embargo, también era gratificante el sentimiento.

— Más que eso... — adquirió una voz enternecida — ...es porque adoro los ojos llenos de ilusión en los niños. Es adorable.  — Su cónyuge prefirió no darle un argumento contradictorio y continuó caminando a su lado por el amplio pasillo en silencio, solo prestando atención a su teléfono — Por cierto... — Elizabeth le vio por el rabillo con un aire de sospecha. Para no ser tan directa, carraspeó esperando atraer su atención. — ...¿ya me dirás que tanto me escondes?

La sorpresa lo tomó por sorpresa que incluso sintió como incluso el par de mechones de su cabeza se tensaba.

— Lo siento, es el correo de un embajador. ¿Me decías? — Trató de evadir la atención esperando a que ella se resignara a seguir curioseando. No había dejado de preguntar por lo mismo desde entonces y siempre buscaba una excusa para no responder, al menos hasta que ella perdiera el interés o se diera por vencida.

— ¿Seguro? — arqueo la ceja esperando una respuesta.

El rubio miró a otros lados, entre los locales esperando desviar la atención de la albina. Su salvación fue un restaurante de llamativo letrero.

— ¿No tienes hambre? No has comido nada desde hace un gran rato.

— Oh, eso es una jugada sucia, Demon. ¿Crees que puedes evadirme ofreciéndome comida? — Su respuesta era más que evidente. La delataban sus mejillas sonrojadas y el gruñido de su estómago ligeramente redondo. — Pues tienes razón, ¡tengo hambre! — el más bajo soltó un suspiro.

— Ven, comeremos lo que tu quieras. Siguiendo las indicaciones de Sennett, claro. — Le ayudó a cargar unas cuantas bolsas para tomar su mano e ir directo al primer local que se cruzó por los ojos.

— A este paso me matarás de hambre. Tu hijo me exige mucho últimamente. — Rio entre dientes.

— Le estás dando lo que pide. En mi opinión, lo estás consintiendo — dijo con ironía dado el hecho que mientras su hijo aún no nacía, su esposa complacía cada capricho.

— Habla por ti Demon. Estoy casi segura que serás tu quien termine cumpliendo sus caprichos. No puedo probarlo, pero tampoco tengo dudas. — Aseguró Elizabeth teniendo como soporte la actitud del rubio hacia los menores y la forma en que la protegía. Meliodas negó.

— Después discutiremos quien será más consentidor. Ahora necesitas comer.

— Lo que necesito es que me digas que es lo qué me escondes, y también una hamburguesa doble con mucha mostaza. — El rubio hizo una mueca mientras le recorría un escalofrío. ¿Era su imaginación o sus antojos estaban manifestándose cada vez más?


En la tranquilidad de la oficina de Inés Goddess, la punta del bolígrafo, los dobleces de las hojas y la teclas de la computadora eran el único sonido acompañando a la mujer ensimismada en su trabajo. Su balanza emocional estaba equilibrada y su expresión neutra ante los papeles. Pero, por una extraña razón, se sentía intranquila.
Y más aún después de que, al tocar la puerta, uno de sus ejecutivos entró a su despacho con desaire.
— ¿Pasa algo, Sariel? — el aludido estaba algo nervioso y dubitativo que incluso estaba reconsiderando lo que iba a decirle.

— Eh, bueno... — rascó su nuca y tragó saliva. — Su exesposo está afuera esperando a que pueda hablar con usted. ¿Qué le digo? — Como temió, la expresión de su jefa cambió drásticamente.

Inés lo meditó por unos cortos segundo. Ya tenía el recado de que la buscaría, pero no estaba preparada para recibirlo. Respiró profundamente antes de bajar la pantalla del computador y hacer un asentimiento con la cabeza.

— Déjalo pasar. — Sariel asintió sin cuestionar y se retiró. Mientras tanto, la mujer se preparaba mentalmente para recibir al hombre. Rezando para no tener que llegar a otra discusión sin punto final.

Después de unos largos segundos, el progenitor de su hija Elizabeth ya está se encontraba en su oficina. Con esa burla brillando en sus ojos cansados y una extraña seriedad en sus labios.

— No esperaba tu visita hasta más tarde. ¿Qué es lo que quieres? — entrelazó sus dedos y le miró fijamente. — Y, por favor, evita respuestas sarcásticas que no tengo ya el humor para soportarlo.

— Me pregunto porque nunca congeniamos. — Se burló un poco guardando sus manos en los bolsillos. Los ojos azules brillaron con molestia.

— No creo que solo vengas a preguntar porque nos va mejor desde que nos divorciamos.

— Perdón. — suspiró el hombre tornándose un poco más severo y honesto. — Soy ávido, irresponsable y arrogante, y lamentablemente no dejaré de serlo nunca.

— ¿Y por eso tenías que dejarte comprar por mi madre? Si creías que por tener una hija en común estaba garantizado que tu yo seguiríamos casados, te equivocaste. ¿A caso se te olvido que por ella fue que estuvimos quince años juntos? — su exesposo solo ladeó la cabeza con poca importancia. Estaba consiente de todo eso y más, pero nunca se preocupó por ello.

— Tu querías fingir apariencias frente a tu madre. — excusó, culpándola indirectamente de cada una de las acciones que tomó.

— No es así. — La mujer se levantó de su asiento y encaró más de cerca al de ojos color oliva. — Solo te pedí que fueras un padre con Elizabeth. Que fueras parte de su vida. Pensaba que merecías verla crecer, ¿pero qué hiciste? — negaba con decepción mientras sus ojos luchaban por no inundarse. Gran parte de ella se sentía culpable al pensar que ese hombre tendría consideración por su hija y solo dejó que la lastimarla en el intento. — Todo era vida de libertinaje para ti.

— No fue mi culpa que mi familia quebrara por culpa de Demon. No entiendo como fue que dejaste que se matrimoniara con uno de ellos. — Se cruzó de brazos y le alzó la ceja con superioridad, observando el semblante sorprendido de su ex mujer.

— ¡Vaya! — Inés soltó una bocanada se ironía. — Al fin escucho preocuparte por tu hija por primera vez. — El varón solo hizo una mueca. — Aún así, no debiste refugiarte con mi madre. Incluso fuiste un malagradecido con lo poco que tu familia podía darte.

— Esa no era la vida que merecía. — Goddess quería llorar ante su cinismo y aires de grandeza. Incluso se llegó a preguntar cómo fue que ideó amor alrededor de un hombre tan pedante y narcisista. Pero claro, era encantador cuando lo conoció durante la bancarrota de varios apellidos que nunca se detuvo a ver ese lado superficial.

— Ya dime lo que ibas a decirme o no dudaré en echarte en cara todo mi resentimiento. — Este relamió sus labios, la miró a los ojos y dibujó una pequeña mueca.

— Ya lo dije. Los siento. — La mirada de Inés se suavizó un poco. — Siento que lo único bueno que haya hecho por ti fuera irme. — Pero claro, incluso para disculparse no tenía que esforzarse para ser egocéntrico.

— Sigues siendo idiota. — Negó posando la palma en la frente. — Mi única felicidad es Elizabeth, y tu supiste como lastimarla. Así que realmente no hiciste nada por mi. Dime, ¿a caso es otro de tus métodos para sacarme algo más para ir a decírselo mi madre? — para su extrañeza él negó. Lo veía tan sincero que le creería fácilmente; si no fuera por el enorme recelo que albergaba.

Fueron tantas las veces en las que traicionó su confianza y tantas las que le perdonó. No tenía una decisión libre o que no fuera criticada por su madre ya que, a parte de ser su marido, era quien le daba sobre aviso a Isabel de cada movimiento que ella hacía. Tampoco se le hizo una novedad que no se callara su conocimiento sobre el matrimonio de su hija con Demon a sabiendas de su relación con ese apellido.

— Solo quería disculparme, Inés. No me importa si me perdonas, solo sé que debía hacerlo.

— A la única que deberías decírselo es a tu hija. Después de todo es a ella a quien realmente le hiciste daño. — El de ojos olivos suspiró resignado. La mujer no cambiaría de opinión ni aceptaría una disculpa a menos que fuera personalmente con su única hija; sin embargo, era demasiado cobarde para verla a los ojos después de años.

— Una pregunta. ¿Por qué esposarla con Demon? — Y volvió con el tema. Estaba confundido después de todo. Había escuchado solo las opiniones de terceros respecto a Meliodas Demon y todas apuntaban a un ser sereno y frío. — Me reclamas el ser un completo ausente en la vida de Eli, ¿pero qué hay de ti? ¿Qué clase de madre obliga a su hija a casarse con alguien que ni conoce? Y peor... con alguien indiferente y ávido.

— Estoy consiente que incluso fui peor de la madres. — Y no había día en que no se recordara sus errores. — Que no pude estar siempre con ella, pero yo nunca la obligué del todo a casarse con él. Incluso si ella hubiese sido infeliz yo me habría opuesto a su matrimonio. — Y por poco estuvo a punto de evitar que Elizabeth se matrimoniara con Meliodas por más que eso les doliera.  Y aún si era en contra de ese contrato y la palabra insistente de su difunto mejor amigo, ella misma hubiese buscado por cielo, mar y tierra para liberar a su Elizabeth si la encontraba desdichada. — Sin embargo, estoy segura de que ella es autosuficiente como para depender de alguien más. A diferencia de como me pasó a mí, ella decidió ser feliz y ella sabrá cuando poner un punto final.

— ¡¿Pero por qué con Demon?! — gruñó exaltado. Nadie le quitaba de la cabeza que eran de las peores personas: orgullosas, vanidosas, engañosos, recelosos y vengativos. No por nada era respetada y temida a la vez. Los detestaba al igual que muchas personas lo hacían, y eso era algo que no entendía Goddess.

Inés hizo caso omiso a su pregunta y soltó un suspiro volteando la mirada.

— Sinceramente... espero que algún día puedas acercarte a tu hija. — El hombre se dio por vencido. Nunca comprendería esa estima que ella le tenía a esa familia.

— No quiere verme. Me lo dejo en claro. — Las llamadas y mensajes eran ignorados por Elizabeth que dejó de insistir.

— A pesar de que me causaste mucha amargura, yo nunca hable mal de ti. Ella solita se dio cuenta el tipo de hombre que fuiste, así que dependerá del tiempo. Y sé que es mucho pedir, pero no vuelvas a causarle más decepción. — Otra vez le miró, esta vez con un gesto afligido por la desdicha. — Yo no tengo nada que perdonarte, pero tampoco quiero verte otra vez.

— Adiós, Inés. — Se dio la media vuelta. Y antes se salir, se detuvo a decirle: — Y por última vez, perdón — Dicho esto, salió casi huyendo de la oficina de la mujer peli plateada.

Goddess exhalo, como si su pecho hubiese sido comprimido durante todo este lapso; sin embargo, se negaba a aceptarlo. Aún quedaban cosas pendientes entre ellos y su corazonada le decía que habrá otro encuentro con su ex marido.

— Inés, ¿qué pasó? — se acercó Nerobasta con preocupación en su rostro y voz al ver a su jefa sentarse abatida frente al escritorio. Se veía sofocada, débil y algo pálida.

— Lo siento. — Talló sus sienes y luego el puente de su nariz. Relamió sus labios y tragó saliva. —Fue mucho para mi este encuentro.

— ¿Quieres un té o un calmante?

— Solo el té estará bien. Lamento preocuparte tanto. — Le sonrió a duras penas a lo que la voluptuosa mujer sólo negaba con regaño.

— Nada. Estas muy exaltada. — Talló su espalda mientras trataba de abanicar su rostro con un legajo que antes estaba en escritorio. — Mejor descansa. Te pediré el té.


Como fue de esperarse por parte de la albina de ojos heterocromaticos, Elizabeth terminó encantada con la presencia del nuevo integrante de la familia. Adoró sus mejillas sonrosadas, admiró sus soñadores ojos carmesí, e incluso terminó sofocándolo de tanta melosidad; a diferencia de Amice que solo correspondió con alegría sus abrazos. Por el contrario, Meliodas se dedicó a ver como su mujer convivía en el par de infantes a la vez que sentía que todos sus sentidos se agudizaban. Lo sabía, se estaba enterneciendo con la escena y era cada vez más difícil ocultarlo.
Pasando el tiempo, ambos pequeños se quedaron jugando en solitario con los regalos de Elizabeth, siendo observados por los más adultos hasta llegar casi el ocaso, donde Gelda se levantó de su asiento e interrumpiendo la banal conversación.
—Elizabeth, ¿me ayudarías a preparar la cena? — preguntó su cuñada.

— Por supuesto. — Accedió la albina con entusiasmo. Elizabeth le dio una mirada tranquilizadora a su marido, ya que se vio algo preocupado por la propuesta, y se dispuso en ir a la cocina, sin saber de la mirada envidiosa de su cuñado.

— ¿Por qué nunca me pides ayuda a mi? — Reprochó Zeldris inflando las mejillas. La rubia soltó una risita.

— Cariño, sabes bien porqué. — Le guiñó el ojo causando un sonrojo nervioso al peli negro. Bien sabían que una vez solos en la cocina habrían solo dos resultados: terminar en desastre o terminar en ambientes más candentes. Era más probable que Zeldris optara por la segunda opción. — Cuida de mientras a los niños. — Su marido asintió y soltó un aire de enamorado.

Vio a sus dos pequeños jugar en su propio mundo. En silencio y sin notar a los adultos. Prefirió voltear a ver a su hermano distraído en preocupaciones mientras se quedaba abstraído viendo en dirección la cocina.

— Bueno, ¿qué tal va tu plan de cita de reconciliación con un poco de romanticismo? — Meliodas frunció el entrecejo girando su atención. — No hace falta que me lo agradezcas.

— ¿Cuándo dejarás de meter las narices donde no te llaman? — gruñó tallando el puente de su nariz. Él tenía ya opciones a seguir y unas ideas para intentar estructurar una noche para su esposa, pero, al parecer, su hermano menor se había adelantado a hacerlo. — Cuando yo pedí una sugerencia, ¡no me refería a que me armaras la velada! A Elizabeth no le gustan las alturas. En su estado, le puede dar un ataque de pánico.

— ¿A ella o a ti? — preguntó con burla, consiguiendo solo el silencioso nerviosismo de su hermano pues, él sentía algo de vértigo en las alturas. — Vamos. ¡Es perfecto! Sé que te hubiese gustado algo más privado, pero organizando este tipo de cosas eres un desastre. Habrías accedido a mis ideas tarde o temprano.

— Pero ese no era el punto.

— Según tu, ¿cuál era? — se cruzó de brazos y miró con interrogativa a su hermano nervioso. Meliodas soltó una bocanada y talló su nuca.

— Estoy intentando ser más...

— ¿Más qué? —  Meliodas torció una mueca.

— Quiero ser más abierto. — Esto tomó por sorpresa a su hermano menor, llenándolo de incertidumbre. — No quiero tener que callar lo que siento e intentar controlarlo solo porque no sé expresarme. — Soltó el aire, como sin le hubiese pesado decirlo. Se sonrojó un poco y su mirada se agudizó. — Para que entiendas, quería hacer esto por mi cuenta.

Los engranes de la cabeza de Zeldris empezaron a girar, procesando eso que le estaba contando su hermano mayor con tanto bochorno, hasta que el foco iluminó su rostro lleno de sorpresa y epifanía.

— Oww, ¡ya estás enamorado! — exclamó. Meliodas enseguida hizo una mueca y un ademán de que hiciera silencio. — Y decías que nunca lo harías. Que era una pérdida de tiempo entre dos personas que solo disfrutaban el sentimiento de sentirse queridas. Que pensarlo te daba nauseas. Y que solo creías que...

— Si, si. Ya cállate Zel. — Interrumpió con molestia antes de que terminara por avergonzarlo más de lo que ya se encontraba. Aún así, Zeldris continuó riéndose.

— ¿Significa que ahora me dirás que me quieres, me adoras y que soy el mejor hermano menor que pudiste haber deseado? — Insistió. — Anda, no seas tímido. Di que soy el mejor hermano menor y que me quieres mucho.

— Tampoco abuses, Zeldris. Ni pienses que tendrás ese privilegio — Meliodas se cruzó de brazos con recelo.

— Pero admite que me quieres. — Volvió a insistir el menor.

— No.

— Sabes que no dejaré de insistirte. Acéptalo o acepta la cita que te agende este fin de semana. — Estaba vez, Zeldris sonrió victorioso sabiendo que tenía a su hermano entre la espada y la pared pues, no cesaría hasta que accediera.

— A veces te detesto — le miró resignado y soltó un tercer suspiro. — ¿A que hora es la reservación?

— ¡Yo también te quiero! — soltó jocoso. — Te lo aseguro. Las criticas al respecto son positivas; sé que te gustará. — Meliodas rodó los ojos con una mueca subjetiva. — El fin de semana. A las 8:00 p.m. Una hora conveniente.

— Bien...

El rubio ignoró el ademán picaron en su alzar de cejas. Mordió su labio inferior, algo pensativo y dubitativo; hacia días quería darle una velada a su esposa, pero había tenido dificultades para pensar en cómo organizarla. Debía agradecerle a su hermano por ello, pero parte de su orgullo se negaba a irse como para admitirlo.

— Por cierto, cambiando el tema, ¿recibiste la invitación de Anghalhad? — El mayor negó.

— No he revisado los correos en todo el día.

— Parece que se va a matrimoniar en aproximadamente un mes. — Informó antes de mostrarle la pantalla del teléfono; era una invitación formal a una boda. — ¿No ibas a hacer un viaje de negocios precisamente para charlar con los socios de Anghalhad?

— Lo estaba pensando. — Torció una mueca. Su mirada se desvió a la puerta entre abierta de la cocina, donde provenían las voces y risas de su cuñada y esposa. Había estado meditando su calendario y obligaciones; se veía cada vez más ajustado de lo que pensaba, llevándolo a preocuparse por lo mismo. Rechistó frustrado. — No quiero dejar a Elizabeth sola por dos semanas; así que, estoy reconsiderándolo.

No era que no confiara en ella. Solo detestaba que fuera blanco de avaros rencoroso y vengativos. Podría tenerla bajo cuidado, aunque eso sonará exagerado, y aún así no estaría tranquilo y confiado con todo lo que la rodeaba.

— No es una niña y lo sabes. Y creo que parece que ella es la que te cuida a ti. — El rubio renegó con la cabeza y le dio un trago a su cerveza ante la ironía. — Sabes que también hemos estado intentando hacer tratos con Anghalhad, es una oportunidad que no puedes echar atrás ahora que accedió. Por Elizabeth no te preocupes, estaremos al tanto de ella. Cualquier inconveniente, te llamaré.

— Pero... — Zeldris rápidamente rechistó antes de que diera objeciones o excusas.

— Mira, el plan es que tu vayas a hacer tus negocios con ese hombre. La boda parece que será después de las juntas, así que nosotros podemos alcanzarte. Solo estarás lejos de Elizabeth, a lo mucho, diez días. — Por primera vez, uno de los planes de su hermano no se mostraba descabellado. Apretó los labios y se dejó persuadir por la mirada jocosa pero firme de Zeldris.

— En ese caso, hablaré con la madre de Elizabeth. — Zeldris celebró en silencio. — Entre más gente esté pendiente de ella; solo así estaré tranquilo. Y porque realmente necesito hablar con Anghalhad.

— ¡Soy un genio! — se halagó el azabache ganándose una mirada negativa del mayor.

Mientras el rubio echó un vistazo

—  ¿Piensas en contratar una niñera? — cuestionó refiriéndose a que, ahora que había dos niños en el hogar, tal vez necesitaría ayuda para atenderlos cuando las circunstancias no fueran favorables. Pero Zel tenía una idea opuesta a ello.

— Sabes lo que tu y yo pensamos de las nanas. — Meliodas rápidamente comprendió a su hermano; ambos coincidían con la idea de no depender de un extraño para pasar el tiempo o criar a los hijos. —  Cusack está dispuesto a ayudarme en el ámbito educativo. Ya le enseñamos a Amice a leer y escribir — dijo con un tono orgulloso. — Solo contrataría a una nana en caso de emergencia; cuando yo, Gelda o alguien cercano no pueda cuidarlos.

Con una risa, imaginándose a su hermano menor tratando de enseñar a su pequeña hija sea a leer o escribir junto a su tutor Cusack, el oji verde negó con ironía. No era necesario preguntarle como le fue en el papel de institutriz de su hija para saber que seguramente Zeldris terminara resignado con sus intentos o soltar un grito eufórico una vez que lograra hacer que su sobrina leyera una simple oración.

— Recuerdo que Cusack siempre tuvo mucha paciencia. Sobre todo contigo cuando no querías hacer la tarea o estudiar para un examen. — Su hermano se avergonzó ligeramente al recordar aquellas épocas. — ¿Recuerdas que siempre te solapaba?

— Siempre fue como un padre. — Admitió soltando un suspiro. Hizo una mueca y rascó su nuca. — Sé que papá hizo su papel después de años y trató de enmendar todo. No le guardo rencor, pero Cusack fue mi primera figura paterna. No sé que haría si él. — Esbozó una leve sonrisa y miró al blondo. — Estoy seguro de que piensas lo mismo de Chandler; aunque sea un cascarrabias, entrometido y vocero.

Estaba consiente de que su relación con el senil de cabellos verdes fue su figura paternal más cercana después del incidente de su madre. A pesar de ser un chico grosero y cerrado, Chandler fue mucho más comprensible que su propio progenitor.

— Admito que siempre ha estado pendiente de mis exigencias. Pero es muy entrometido. — En contradicción al apoyo que siempre le brindó, también se mostraba curioso y dando opiniones en contra de sus decisiones. Su inconformidad por su relación con Elizabeth, por ejemplo.

— Eh... Hum... — el balbuceo tímido del pequeño de ojos rojizos llamó la atención de los adultos. Zeldris se inclinó a su altura y le miró.

— ¿Qué pasa? — el nuevo integrante le vio con timidez cabizbajo y un puchero avergonzado.

— Yo... he... un baño — titubeó. El azabache entendió enseguida. Se levantó de su asiento y lo tomó de la mano para guiarlo.

— Ahora vuelvo. — Le indicó a su hermano mayor quien asintió sin problemas.

Por otro lado, Amice estuvo pendiente de los movimientos de su padre hasta que este desapareció de su visión junto su hermanito. Después de eso, con un duda nublando su cabecita quisquillosa, la azabache se le acercó al rubio.

— Tío Meliodas. — Tiró un poco de su camisa.

— Dime. — Le dio un breve sonrisa, analizando su mohín dudoso.

— ¿Qué hace un hermano mayor? — No pensó que esa pequeña duda le causaría una a él también.

Primero que nada, feliz 14 de febrero. A los enamoradizos y a los que solo les sobra odio uwu

Ahora si. ¿Qué les pareció?

Sé que tardé muuuuuuuuuucho, como dice Amice, pero sinceramente estoy satisfecha con el capítulo. Espero sus opiniones.

Procuraré ponerme al corriente con la historia y darles más amor con esta historia antes de que termine.

Sin más, gracias por leer y feliz San Valentín.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top