Capítulo XLIII
— ¿Ya te vas, Meliodas? — cuestionó la albina a su cónyuge, sin despegar la mirada de la pantalla de computadora que atendía desde ya hacia un rato.
— Si — respondió con un suspiro. — Tardaré un rato, pero pienso volver antes de las 06: 00 p.m., así que espérame. ¿De acuerdo?
— Tu tranquilo — Dejó su labor de lado y clavó su mirada bicolor en la del rubio. Estaba tenso y ligeramente desconfiado. Con el embarazo, Elizabeth se había vuelto más espontánea e inquieta de lo habitual y dejarla a veces no era una opción del todo fiable. — No me moveré de aquí; lo prometo. — Insistió con una sonrisa. Sería difícil, pero no quería preocuparlo más de lo que ya hacía. Necesitaba moverse o era seguro que adoptaría una claustrofobia.
— Bien. — Meliodas se relajó y le otorgó el beneficio de la duda. Su mano se había deslizado hacía la de su mujer, tomándola con delicadeza mientras su pulgar acariciaba sus nudillos. — Entonces, te veo después.
— Perdón si no puedo acompañarte. Si no tuviera tanto que hacer... — gimió ladeando una mueca. — No creo que sea buena idea dejar esto de todos modos.
— Puedo hacer esto solo. No tienes que procurarme. — Aseguró dándole un beso en la frente para posteriormente tomar la llaves y teléfono. — En caso de cualquier emergencia, no dudes en que llegaré tan rápido como llames.
— No lo dudo — dijo rodando los ojos. — Estoy casi segura que llegarías volando. — Ambos soltaron una risa por el comentario. Parecía dramático, pero mientras la oji bicolor lo veía posible, para el rubio era casi hecho que lo haría. Después de unos segundos de risas silenciosas, un par de golpes irrumpieron en la tranquilidad de la oficina. Era Merlín, con una fachada algo cansada, abatida y malhumorada. Incluso se podía apreciar que estuvo desvelándose con una botella de vino.
— Buenas tardes, señor y señora Demon — se dio a escuchar su voz hostil ante los aludidos. Estaba molesta por no saber disimular su inestabilidad, y la mirada rígida del rubio empeoraba su nerviosismo.
Por instinto Meliodas se puso a la defensiva, protegiendo a su mujer. Después de todo Merlín estuvo detrás de todo aquello que atentó contra su completa integridad con tal de sacarla de su posición. No podía relajarse y dejar a Elizabeth sola con ella. Volteó a verla; también desprendía de sus ojos reconcomio y suspicacia.
— ¿Segura, Elizabeth? — la albina asintió sabiendo de sobra a lo que él se refería. Pese al recelo que tenía por la de cabello negro, Meliodas confió en Goddess y en su habilidad para maniobrar la situación. — Buen día, Merlín. Con permiso. — Saludó mirando por pocos segundos los ojos dorados y posteriormente dejó a solas a las féminas en un inverosímil silencio que tardó en romperse.
Ni uno ni otra sabía cómo empezar. La de cabello corto no tenía ni el orgullo para sostenerle la mirada, ni las uñas tenía siquiera para arañar; se las arrancó en un ataque de rabia. La albina buscaba la forma de estructurar sus palabras sin ser grosera, pero dejando en claro que ya no se dejaría hacer menos solo porque era fácil de manipular.
— Merlín. Siéntate, por favor — la aludida obedeció, tomando asiento frente a ella a una distancia considerable, siendo el escritorio la única barrera. — Gracias por venir. Antes de que quieras decir algo, solo necesito que me escuches.
— Solo quiero... ugh... — reiteró. — Supongo que es mi segura despedida. — Lo dio por hecho con firmeza. Realmente no le importaba ya lo que sucediera.
— Lo que has hecho es claramente un delito. — Confirmó la albina. — Manipulaste documentos "legales". Arrastraste en esto a terceros. Jugaste con nuestra confianza. Maniobraste bien los hilos; pero no vengo a recalcar lo que bien hiciste — entrelazó sus dedos y dejó reposar su barbilla sobre el dorso. — La razón por la que no tomaré ningún cargo legal en tu contra ni contra Twigo es porque sería despótico de mi parte. Admito que lo que yo hice tampoco fue lo más factible, pero mi intención solo era descubrir a la autora de tal treta; y como dije, aunque es una decepción ver tu nombre escrito ahí, no voy a despedirte. — Para la oji miel era incluso increíble lo que escuchaba. Había esperado un despido y que simplemente le diera la espalda; hubiese sido la mejor venda para su dignidad.
— ¿Sabes lo frustrante para mi es no ser correspondida? — ya no sabía ni por cual sentimiento empezar — ¿Por qué no me detestas como yo a ti? ¿Por qué simplemente te deshaces de mí y ya? Deja de ser tan hipócrita. — exigió disimulando su desespero con indignación. Elizabeth soltó el aire buscando mantenerse serena y directa.
— No quiero ser otra Isabel — dijo alzándose de hombros. — Tampoco te confundas. No es hipocresía, por supuesto que estoy lo que sigue de molesta contigo. El que hayas intentado acabar con el prestigio de Meliodas solo para demostrar tus engreídas aptitudes es lo que más odio en todo esto — sus ojos irradiaban una tranquila tormenta eléctrica. Peligrosa, estruendosa e impredecible. Estaba furiosa que no le importaría desterrarla si pudiera, Meliodas accedió a cualquier decisión que ella tomara. Pero se había prometido calmar ese temperamento y actuar con la cabeza fría. Relamió sus labios y prosiguió. — Sin embargo, hay que aprender a separar los conflictos personales de los laborales.
Merlín escupió una risa irónica e indignante a la vez que se cruzaba de brazos.
— ¿Crees que es sencillo recuperarse después de todo? ¿Tú qué sabes de romperte las uñas por conseguir resaltar entre tantos fulleros avariciosos? No necesitaste recurrir a los engaños. Conseguiste casarte con el dueño de todo. — La contraria no se vio intimidada. Solo se sintió lesa; desde antes de contraer nupcias con Demon, eso era lo único que escuchaba de la boca de la sociedad. Todo interés que fue posado en ella era solo un puente para acercarse directamente a Demon. Estaba en su límite.
— ¿Y acaso tú sabes lo que es sobresaltar solo por el prestigio de alguien más y no el tuyo? — con esa pregunta llena de resignación dejó sin respuesta a la azabache. Ahora menos se arrepentía de romper ese estúpido contrato que lejos de parecer beneficioso, era una maldición. Suspiró antes de azorarse y carraspeó. — Merlín, esto es un debate que ya tiene conclusión: tanto tu como yo trabajamos para la empresa en diferentes áreas. Punto. Deja la altanería y la competencia.
— ¿Entonces, que otra cosa quieres aparte de desperdiciar mi tiempo?
— Merlín, eres indispensable en el área de contaduría. Eres excelente en tu trabajo y debo decir que de las mejores que se ha tenido. No puedo permitir un descenso abrupto. — La aludida alzó la ceja sin interés aparente, aunque su curiosidad la había mantenía en el asiento. Sobre todo, ahora que su superior deslizaba en su dirección un documento. — Tengo un contrato para ti. Si tanto quieres sobre salir, puedo ofrecerte el puesto de "directora general" en la nueva compañía financiada por Demon. Estoy más que segura que eres perfecta para el puesto. — Por lo poco que leyó en el encabezado, se negaba a continuar. ¿Quién decía que no era la misma tetra que ella intentó plantearle? Quizás quería devolverle el favor de una forma peor. — No desconfíes, estos son papeles limpios. Puedes confirmarlo con el licenciado Slader — Esta vez le dio una tarjeta con dicho nombre, número telefónico, e-mail y dirección de otra compañía poco conocida.
Belialuin leyó con detenimiento el documento. Era impecable, no había nada ilícito entre las líneas; y detallaba cada acuerdo entre ambos hombres empresarios, Slader y Meliodas. Parecía ser una muy beneficiosa propuesta pues consistía en patrocinar una exportación de materias primas y a sus campañas ecológicas. Ahora entendía la decadencia en los porcentajes del mes.
— ¿Es por eso que falta dinero en las acciones pasivas? — la albina asintió.
— Puedes pensarlo mientras culmina el proceso. Puedes discutirlo con Meliodas si quieres. Y créeme, tampoco es un plan para deshacerme de ti. — dijo refiriéndose a la toma de decisión. — Puedes quedarte aquí, o acceder a ser "directora general" en la empresa; o si lo prefieres, puedo devolverte tu empleo en América. Pero si quieres renunciar pues... te liquidaré tu sueldo completo y seré honesta en tu expediente. Solo espero que esta vez no conspires contra el esfuerzo de los demás. — Una vez dicho lo prometido, la albina deslizó la silla para levantarse. Tomó otro par de hojas y las ordenó adecuadamente. — Si me permites, debo atender otros asuntos. Con permiso.
Una vez fuera de la oficina y del asfixiante ambiente junto a la peli negra, Elizabeth soltó un largo suspiro. A diferencia de otros tipos de enfrentamientos que ha tenido, tener que hablar frente a Merlín de la forma más calmada sin demostrar su inseguridad fue un reto. Su estómago ahora se removió con una sensación de mareo; tal vez fue por la tensión.
En su afán de mostrase calmada, Elizabeth se dirigió con Deldrey, quien se encontraba charlando entre risas con sus compañeras de trabajo.
— Deldrey, entrégale esto al señor Hugo. Vendrá a recogerlo en una hora. — La joven secretaria asintió mientras recibía los archivos. No cuestionó nada más y continuó a la conversación con sus compañeras de trabajo.
— Hola Elizabeth. ¿Qué tal tu día? — Saludó su cuñado, quien recién llegaba con un té caliente en la mano.
— Iba a la cafetería por algo de agua. Últimamente... me sofoco mucho.
— ¿Segura no deberías empezar a tomar reposo? Quizás es mucho trabajo para ti. — ella negó. La doctora también se lo había recomendado, pero no era necesario hasta el último trimestre cuando los dolores físicos fueran estorbosos.
— Es muy pronto y aún quedan muchos asuntos que debo atender.
— Hablando de asuntos pendientes, no he visto a Merlín. — Buscó por los lados, pero no la halló. Tampoco se la había encontrado en el camino por lo que se le había hecho extraño. — Desde ayer tengo que atender la capacitación de los aspirantes que mi hermano llamó.
— Respecto a eso. — Comentó con una mueca. No estaba segura de cual decisión tomaría la mencionada peli negra, pero tampoco quería dar contexto de lo sucedido. — Bueno, si Merlín no se presenta...
— Lamento mi ausencia, Zeldris. Tuve unos inconvenientes. — Habló la mujer a sus espaldas. La de ojos bicolores se giró a verla con ligero pasmo; no pensó que tomaría una decisión tan rápido. Aunque tampoco recibió respuesta de su parte. — Yo me encargaré, Elizabeth.
— Estaré con Melascula por si acaso. Los dejo. — No la cuestionó pensando que tal vez se equivocaba en suponer que ya tenía una opción en mente. Lo discutirían cuando sea el momento adecuado, o tal vez era un tema que quería discutir con el dueño, Meliodas.
Por otro lado, Zeldris notó la tensión entre ellas. Belialuin estaba siendo evasiva con Elizabeth mientras esta segunda mencionada detonaba una figura de autoridad y desconfianza.
— ¿Empezamos? — empezó por llamar la atención de la contadora que seguía los movimientos de la albina al marcharse. — La verdad no sé porque mi hermano está abriendo nuevas vacantes si no necesitamos personal.
— Supongo que lo sabremos en su momento.
•
— Meliodas. ¿Cómo has estado muchacho? — inicio el terapeuta posando un pie sobre la rodilla. Esbozaba una sonrisa sosegada mientras sus ojos grises analizaban minuciosamente el lenguaje corporal de su paciente. Por ahora se mostraba calmado, pero algo atormentado por sus pensamientos.
— ¿En lo que cabe? Con ciertas dudas que no dejo de pensar. Incluso, pequeñas situaciones triviales me dejan ensimismado.
— ¿Te parece si empiezas a contármelas? — No era necesario explicárselo; ya sabía cómo funcionaba su terapia.
El rubio se tomó el tiempo para acomodar todos los acontecimientos, los pequeños detalles como identificar sus sentimientos. Hizo su conocido ejercicio de respiración que le ayudaba a sentirse confiado y preparado para hablar al respecto sin vacilar. Y por fin, después de un rato en silencio, comenzó a hablar.
Poco a poco Zaratras fue adquiriendo una postura concentrada en el ademán del rubio, cada expresión, pretendo atención sin interrumpirlo. Si lo requería, anotaba los puntos más relevantes en su libreta. Dejó que este hablara durante unos largos minutos hasta que dio punto final con un suspiro.
Zaratras carraspeó y dio un vistazo a sus apuntes.
— ¿Y hablar con tu madre calmó tu estrés? ¿Te has sentido más incomodado? — Había tenido el ligero presentimiento que el rubio se negaría a todo lo que estuviera relacionado al tema de su madre. Que evadiría si quiera la conciencia de que ella aún merodeaba en alguna parte del mundo; sin embargo, fue un alivio escucharlo relatar como fue que logró confrontar ese rencor por el bienestar de su mente. Aún quedaban pequeños asuntos que tratar, pero eso ya era cuestión de tiempo y de su crecimiento.
Esperando su respuesta, Meliodas se mostró sosegada. No le tomó por sorpresa la pregunta, aunque se tomó unos segundos para responder con claridad.
— De hecho, siento que he podido dejar atrás todo eso que me agobiaba. El miedo irracional ya no es tan intenso y ya no me siento tan inseguro alrededor; sin embargo, aún se me dificulta expresarme. Eso me molesta. — No sabía cómo empezar a demostrar lo que su cerebro experimentaba. No coordinaba lo que decía con los gestos, el tono de voz, ni con su actitud. — Siento que Elizabeth es la única que está poniendo empeño en la relación.
Claro, ella soltaba palabras, pero también lo demostraba con sus abrazos y sus gestos inesperados. ¿Cómo lo haría él? Decía que se encontraba feliz cuando sus labios se encontraban fruncidos y sus ojos serenos. Estaba desequilibrado su lado de la balanza.
Por otro lado, el hombre de cabello plateado analizó su respuesta. Las muestras de afecto nunca fueron parte de su personalidad, pero las consideraba esenciales para funcionar con su cónyuge. En cambio, Elizabeth estaba consiente de ese lado calculador y centrado. Sus ideas eran contradictorias, pero resultaba extraño que eso no les molestara, al contrario, empatizaban con sus diferencias.
— Ella entiende que no eres expresivo — comenzó. — No veo porque presionarte a decir lo que sientes cuando ya lo has dado a entender con otras palabras que conllevan diccionario en la mano. En lo personal, un "te amo" ya es muy sobrevalorado. — Soltó una risita que lo avergonzó. No lo había dicho exactamente así. Su intento de confesión terminó en nerviosismo y una risa por parte de la albina – Pero el que trates de hacerlo por ella también dice mucho. Está bien que lo intentes, pero solo hazlo cuando estés seguro. Forzarlo podría traer malentendidos contraproducentes.
"¿Cuándo será eso?" Se preguntó internamente. Estaba desesperado de no saber cómo hablarlo, inclusive era patético. Eran dos simples palabras; unas que se tomaba muy en serio.
— Ahora pasemos al tema de tu primogénito. ¡Felicidades!, y bienvenido al mundo que te pondrá de cabeza.
— Suficiente ya he tenido con Zeldris y Ban — masculló rodando los ojos. A veces, en vez de tener razones para emocionarse, solo se llenaba de incertidumbres.
— Fuera de broma, generalicemos — revisó nuevamente su libreta. — Entonces, ya no temes a cómo puede afectarte tus inseguridades solo a ti.
— Temo que afecten mi relación con mi hijo — algo decaído por eso, bajó la mirada y soltó un suspiro. — Quizás no estoy listo o soy terrible padre; aunque realmente quiero hacer esto, no me siento suficiente.
El mayor empatizaba con ese sentimiento que lo agobiaba. Estuvo una vez en ese lugar y todavía se deprimía recordando que él, como progenitor, pudo haber hecho más por su hijo; sin embargo, ahora le tocaba alentar al rubio cabizbajo.
— Escucha, Meliodas. Ni, aunque estés preparado y hayas idealizado el ser padre, no puedes evitar sentir esos miedos. El temor de que hacer o si lo estás haciendo mal siempre va a invadir tu cabeza. Debo felicitarte por venir a consultarlo. En mi diagnóstico, digo que no hay una crisis que atender; solo temor a que eso se manifieste. Pero tranquilo, ya no necesitas de calmantes, solo unos tips para tranquilizarte — El aludido alzó la mirada y prestó atención. — Lo ideal ahora es que apoyes y seas empático con tu esposa, Elizabeth. Primero, hay etapas donde ella podría sentirse tensa y cambiar de humor momentáneamente, y te lo digo por experiencia, que no es algo que también vaya a controlar o que disfrute de hacer de la nada. Ella va a pasar por muchas etapas donde se vea afectada física, psicológica y emocionalmente. Te entiendo, Meliodas; no será fácil, pero eso es de lo único que te tienes que preocupar.
— Empatizar. — Su terapeuta asintió. Meliodas soltó una bocanada. ¿Empatizar? Quizás no lo había hecho a causa de su constante preocupación por ella; su paranoia por estar pendiente a cada movimiento, de saber dónde estaba, todo por temor a perderla.
No podría soportar el sentimiento de vacío.
Era eso. Miedo general.
— Ahora discutamos el segundo tema. ¿Qué es lo otro que te molesta? — No hizo falta que él se lo contará. Sabía que algo más fuerte sostenía todas esas molestias. Un pequeño debate que necesitaba conclusión.
— No es que me moleste, si no la epifanía que me dejó el haber fingido estar en desacuerdo con Elizabeth. — Desde el día anterior no había dejado de pensar en su indiferencia durante esos días. Solo recordaba la infelicidad en su rostro pálido al inicio de su relación y su manera distante de atacar verbalmente. — En caso que realmente tenga que discutir y desentenderme con ella... ¡No puedo imaginarme el hecho que algún día tengamos que distanciarnos!
— Ningún matrimonio es perfecto y claro que tendrán sus desacuerdos. Pero no importa cuantas discusiones sean, sino que la cantidad de soluciones sean la mismas. Una discusión no es una guerra entre los dos; son los dos contra esa guerra.
Sin embargo, Demon veía más allá de lo que ya no tenía solución. Donde fuera un punto final.
— ¿Y cuando llegue el día en que eso termine? Por más que yo diga que no pueda dejar ir a Elizabeth, con esta falsa simulación me he dado cuenta que no siempre podré ir detrás de ella cuando realmente quiera irse por su cuenta. Temo que algún día tenga que aceptar eso. — Su voz era suave, sin ánimos. Decaído y abrumado. No podía evitar sobre pensarlo y negarse al mismo tiempo a que ella, su diosa, y él, en el futuro sean solo un recuerdo.
Nunca la vio como parte de su terapia. Fue más bien una enseñanza. Un karma que le obligó a dejar de esconderse en su coraza. La ironía que faltaba en su rutina. Sería difícil reponerse si algún día ella faltara en cada día.
Zaratras sonrió al confirmarlo. Este Meliodas ya no era el mismo que conoció hacía años atrás. Solo necesitaba un repentino empujón al vacío para hacerle ver que no era profundo; solo un pequeño salto. Suspiró, dejó su libreta a un lado y se levantó de su sitio, comenzando a caminar en el espacio de si consultorio.
— Como he dicho, tendrán sus desacuerdos, pero siempre pueden aprender de ellos y hablarlos porque una relación madura no cede al silencio ni le teme al mismo. Hay un viejo refrán que dice: "entre más lejos esté el corazón de quien ama, más necesita gritar para ser escuchado. Por eso se dice que cuando se grita en una discusión estando frente a frente, es porque ya se han alejado mucho". — Aunque, por su propia observación deducía que ellos no necesitaban más que simples miradas llenas de emoción y confianza para saber lo que el otro pensaba. Sin duda, con un poco más de madurez y confianza en sí mismos serían un muy largo, largo matrimonio. — Pero que es muy pronto para discutir eso. Y si llega a suceder, siempre pueden intentar que funcione o terminar de la forma más pacífica.
Meliodas soltó una risa nasal. A veces se sorprendía de lo mucho que llegaba a exagerar las cosas; atributo contagiado por su esposa. O tal vez, siempre fue dramático igual que su hermano, pero lo reprimía tanto que olvidó que lo era.
El terapeuta tenía tazón.
— Ya no sé si me estoy volviendo más expresivo, muy sentimental o demasiado paranoico.
— Esta bien. Estás dejando fluir tus emociones. Eso sí, hazte responsable de ellos — dijo con advertencia. — Empatiza contigo y tente afecto, o ¿cómo piensas en querer a un pequeño si no empiezas contigo? Como siempre digo: no soy "doctor corazón", pero te aconsejaría que mientras tanto, pases tiempo con Elizabeth. La llegada de un hijo cambia la vida de un matrimonio, incluso puede que te sientas celoso de tu hijo, aunque suene extraño. — Meliodas bufó ante esto. — Todo ese tiempo que antes disponían lo consumirá el niño, y es la etapa donde muchas relaciones se deterioran. Aprovechar el tiempo que tienen solos no viene mal. Y cuando nazca tu hijo, no te quejes; agradece el momento que tengan como familia.
Esa palabra le hizo erizarse. Repentinamente eso era lo que le hacía feliz y querer estallar de tanta emoción. Le hizo entender que, sin importar como transcurra su relación con Elizabeth, no cometería ese error. Su padre, Froi, claramente se ausentó gran parte de su infancia, sobre todo después del fatídico incidente de su madre; él no quería seguir ese patrón con Tristán.
Tranquilo y satisfecho, Demon se levantó del sofá blanco y le sonrió al hombre frente suyo.
— Gracias Zaratras. — Quizás esos traumas y miedos no se irían del todo, quedarían añicos esparcidos en el sendero, pero ya tenía control de esas situaciones.
— ¿Por qué presiento que esta es la última vez que te veo en mi consultorio? — Lo vio hundirse de hombros con jovialidad. Fueron largos años de tratarlo y verlo progresar, le había tomado afecto de cierto modo. Ser parte de su último diagnóstico le hizo sentir orgulloso. — Si algún día necesitas un consejo, no dudes en llamar. — Le acompañó a la puerta. — Esta vez no como terapeuta, sino como amigo. — Meliodas asintió una última vez para después salir de ese lugar con tranquilidad.
Al salir se encontró el ocaso, era ya un poco tarde. Aún tenía que recoger a Elizabeth y supervisar cuentas; sin embargo, el consejo de su terapeuta lo tenía estancado en el asiento frente al volante. Tenía que pensar en cómo ejecutar esas sugerencias y buscar tener momentos libres para gozarnos, pero tenía un problema, o dos.
Una, no sabía cómo. Dos, tenía que pedirle ayuda a su hermano; no se salvaría de sus mofas.
Dubitativo tomó el teléfono.
•
Por el resto de la tarde, después de finalizaste sus respectivas labores del día, Zeldris se había reunido con su cuñada para terminar de ordenar los documentos sueltos y los que permanecerían pendientes hasta nuevo aviso. Mientras tanto, habían aprovechado el momento sereno para charlar por fuera de los asuntos de trabajo.
— Estoy tan contenta por ustedes — vociferó con entusiasmo. — ¿Amice está de acuerdo? Espero no se ponga algo celosa. — Su cuñado soltó una risa.
— No lo creo. A veces pienso que ella está más emocionada que yo y Gelda juntos. — Terminó hundiéndose de hombros. Estaba seguro que su pequeña hija incluso contaba los segundos restantes antes de conocer a su hermano.
— Puedo imaginarlo. — suspiró y guardó silencio unos segundos antes de volver a hablar. — Gelda comentó que cuando adoptaron a Amice fue difícil.
— Ella era pequeña, pero con una habilidad para socializar. No quería dejar a sus amigos. — Recordó esos tiempos con un largo suspiro. Revivió en su cabeza la imagen de la testaruda niña aferrada a la casa hogar, negándose a irse sin sus compañeros. — En parte, creo que por eso me vi convencido, por un segundo, de adoptar al orfanato completo. — Ambos tomaron una pausa para soltar una risa. — La verdad es que lo pensamos mucho Gelda y yo; decidimos esperar a fortalecer nuestra relación con Amice antes de adoptar otro. Y si soy honesto, ha sido la mejor decisión. Aunque, aun no aprendo a ser un padre más... crítico.
— Me vendrán bien sus consejos y experiencias. — acomodó un par de hojas y las dejó sobre otras carpetas previamente ordenadas. — No veo la hora de conocer al pequeño.
— Espero seas inmune a la ternura infantil porque debo admitir que tiene una mirada muy encantadora. Te tendría en sus manos con solo mirarte fijamente. —Deslizó una mueca. — Pero claro que puedo aconsejarte. Te diré como es que los malcrío.
— ¿Eso en que va a ayudar? — arqueó la ceja.
— En lo que no debes hacer.
— Pero... — la mujer bufó rodando los ojos. Ya era sabido que, contrario a Gelda, Zeldris era más flexible y consentidor.
— ¿Entonces no dirás nada de lo tiene planeado mi hermano? ¿Ni un detalle pequeño? Te recuerdo que soy el vicepresidente de este lugar. — Curioseó cambiando el tema. Elizabeth soltó una risa nasal a la vez que negaba, columpiando su flequillo.
— Lo siento, Zel. Este proyecto necesita ser supervisado y tratado antes de poder discutirlo abiertamente. Honestamente, hasta yo no tengo conocimiento certero de lo que él planea. — Meliodas no había querido dar muchas explicaciones al respecto pensando que tener un archivo detallado sería beneficioso antes de pasar a la parte donde discutía nuevas opiniones con su hermano y otros socios. Por supuesto, la albina respetaba eso. — Mejor pásame esos documentos.
— Claro — suspiró resignado. Una vez le otorgará los papeles señalados, el teléfono vibro en su bolsillo. — Oh, disculpa — avisó y atendió la llamada. — Hey, Meliodas, ¿qué tal te fue? — Pero, a medida que escuchaba a su hermano, el rostro sereno del hombre de cabello azabache se desfiguró en una mueca jocosa y llena de sorpresa. — ¡Pft! ¿Acaso fuiste atacado por Eros o qué bicho te picó?... Oye, oye, no te enojes conmigo. ¡Esto es inesperado! Pero puedo preguntarle a... — miró sospechosamente de reojo a su cuñada y luego a la nada con emoción. — Está bien, está bien. No diré nada... Creo.
— ¿Pasa algo con ese rubio? — curioseó Elizabeth una vez que la llamada haya finalizado. Su cuñado se veía entre burlón y emocionado, tanto que evitaba la mirada directa a los ojos.
— Mmm... — apretando sus labios, hizo una mueca. — ¡Debo buscar a Melascula! ¡Nos vemos! — exclamó para después salir casi huyendo antes de que su lengua lo traicionara y comenzara a hablar de más. Su hermano se lo había hecho prometer: "ni una sola palabra a Elizabeth".
En cambio, la oji bicolor arqueo la ceja consternada. Su presentimiento vibraba en sospechas y, por la forma en que su cuñado había salido del despacho, ya se había formado una idea de lo que pasaba.
— ¿Ahora que planeas, Demon? — Estaba segura de que un as bajo la manga tenía su marido. ¿Con qué finalidad? Se enfocará en descubrirlo en otro momento. Mientras, tomó su teléfono vibrando sobre la superficie del escritorio. — ¿Verónica? — atendió — Hace tanto no hablamos...
"¡Mil veces tonta, Elizabeth!" Sin necesidad de la alta voz, la voz de la fémina de cabello morado resonó por las cuatro paredes. "¿Cómo es que no nos diste la noticia cuanto antes?"
— ¿Noticia? — después de unos segundos pensándolo, había olvidado ese detalle. Con tantas cosas en su mente durante esos meses se había olvidado de contárselo tanto a Verónica como a Margaret. — ¡Ah! Bueno, ustedes salieron de la ciudad y tenía muchas cosas que hacer y...
"Nada de excusas. ¡Necesitamos una tarde de chicas mañana!" Eso fue lo único que exclamó antes de colgar con resentimiento e indignación la llamada.
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Lamento la tardanza. Últimamente ando muy distraída y se me va el tiempo volando xD ¡Pero al fin! Meliodas ya tenía que ponerle un punto final a sus frustraciones del pasado y empezar por ser más sentimental uwu
En fin. Espero les haya gustado. Gracias por leer.
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