Capítulo XLII
— ¿Ahora? — cuestionó el pelirrubio adquiriendo un tono sereno, pero tomando la fina línea del sarcasmo. — ¿Qué sigue en tu caótico espectáculo?
— ¿Qué sigue? — llevó su índice curvado a los labios en ademán pensativo. No fue un plan fácil, incluso en algunas situaciones tuvo que recurrir a la improvisación o simplemente tirar la idea de seguir fingiendo por incertidumbre, pero no había puesto un punto final exacto. Dejaría que el resto fluyera sin analizarlo. Ya no había algo más por la cual preocuparse. — Honestamente, no sé por dónde continuar. Supongo que podríamos empezar por relajar nuestras diferencias. Siento que, a pesar de solo haber solo sido actuación, algunas de mis palabras te las tomaste a pecho. — Lo miró fijamente, soltó un suspiro y relamió sus labios antes de decir: — Lo siento.
El entrecejo tenso del más bajo se relajó en la calidez que transmitía la tímida disculpa de su esposa. Soltó una risa nasal y posó ambas manos en sus costados.
— Eres muy convincente cuando quieres. ¿Ya no encontraremos razones para discutir?
— No más — negó. — Al menos por ahora. Al menos, ya no por esta situación. — Esta vez adquirió una mirada algo incomoda y nerviosa una vez analizado el gesto dudoso del rubio. "Por ahora", ¿había dicho? — Seamos realistas, tendremos que hacerlo de nuevo. Sé que, en algún momento, discutiremos incomodidades que desconocíamos; solo es cuestión de resolverlo. — A decir por la inquietud de su marido, sabía que era una amarga realidad que caería sobre ellos, además porque eran unos polos que no siempre encontraban un balance. Sin embargo, eso no desanimó a la peli plata. — Hey... — llamó su atención con una sonrisa. — Estoy segura que podremos con ello. Digo, no sería emocionante si solo uno lleva la razón mientras el otro acata.
— Me alivia. — Para sorpresa de la albina, Meliodas soltó un largo suspiro antes de inclinarse a ella para esconder su rostro entre su escote mientras rodeaba -con sus brazos- su cintura. Siempre encontraba reconfortante su calor y aroma. — Estaba tan agobiado que ya no podía tolerar más serte indiferente. Realmente me hiciste creer que en algún momento te... — agradecido de que ella no viera su rostro rojo de vergüenza y sentimiento, continuó. — Creí que te irías.
De pronto, el corazón de Elizabeth bombeó con más fuerza al escucharlo expresarse. De la pocas veces que él hablaba de sus sentimientos sin inhibiciones, siempre lograba que su pecho se enorgullecerse de su avance al mismo tiempo que empatizaba con sus dudas.
— Oh, Mel. Es muy pronto para que seamos un recuerdo — dijo en un susurro, reposando su nariz entre sus cabellos mientras mimaba su cabeza.
Sin embargo, el momento entre la pareja se vio rápidamente interrumpido por la intromisión del hermano menor de Demon.
— Meliodas, ya tengo los... — calló tan pronto vio al par: Elizabeth torció una mueca inquieta y el aludido, se tensó en el pecho de su esposa. Definitivamente no iba a voltear a verlo y darle el privilegio de admirar su bochorno. Por su parte, Zeldris pestañeo un par de veces, abriendo y cerrando la boca sin saber que decir al respecto; hasta segundos después que se le ocurrió cuestionar: — ¿Se reconciliaron?
— Oh, Zel. Esto... — Elizabeth sudó en frío y algo tensa mientras buscaba que responder, y es que no se había movido para nada desde que interrumpió — ... es difícil de explicar, pero te prometo que lo haré más tarde. ¿Nos permites mientras?
— Claro — accedió con cierta duda y curiosidad. No agregó nada y solo otorgó la privacidad que estos pedían. Cerró la puerta a sus espaldas y negó confuso. — Esos dos...
Prefiriendo dejar de lado el tema, solo dio camino de vuelta a su cubículo, donde se encontró al albino oji rojo de paso.
— ¡Hey, Zeldris~! — con cadencia melódica, Ban saludó. — ¿Él capitán está en su oficina?
— Si, pero está ocupado con mi cuñada; así que no creo que sea prudente interrumpir ahora.
— Ya entiendo. ¿Se están reconciliando? — curioseó mientras optaba por acompañar al de cabello azabache. La idea de molestar a su superior la retomaría para más tarde.
— Creo que sí. — Concordó. — A veces ni yo les entiendo, pero tampoco es como si me tomara la molestia de preguntar. — Se dio por vencido en su intento de averiguar el disturbio entre los dos. No encontraba como entenderlos. Solo esperaría a ver las mejoras entre ellos. — Cambiando el tema, ¿has visto a Merlín? Creí que estaba en la oficina con Meliodas, pero no la encontré.
— Creo que escuché decirle a Deldrey que diera aviso de su salida temprano. — Se hundió de hombros omitiendo la parte donde la vio con un rostro nunca antes visto: miseria y derrota. — Una emergencia, quizás.
— ¡Tsk! Mañana será. — soltó un puchero y siguió caminando en silencio; hasta que una idea en mente surgió. — Oye, ya que mi hermano estará de buen humor, ¿te apetece salir temprano de aquí? Tenemos que salir los tres como lo solíamos haces antes. — Ban no dudó en absoluto.
— ¡Ya dijiste~!
Mientras tanto, en la oficina recién abandonada por el tercer intruso, la pareja no se había despegado de los brazos del otro, y no sólo para disfrutar más de la comodidad, sino porque Meliodas había estado maldiciendo una y otra vez la imprudencia de su hermano, temiendo que este volviera a sorprenderlo, esta vez con un sonrojo.
— ¿Se fue? — preguntó aún en su pecho, alcanzando a oír la risa de Elizabeth.
— Tranquilo. Nadie más que yo verá tu sonrojo. — Y cómo dijo, pudo ver como desviaba la mirada de ella. Parecía un niño con esa fachada. Por desgracia, no podía quedarse a admirarlo para toda la tarde. — Debo irme. — Meliodas rápidamente la miró (sin pudor de por medio). — Tengo que hablar de todo esto con Arthur y mi madre. Les daré un informe.
Fue tan rápido que apenas podía asimilarlo y es que no habían terminado de conversar del tema.
— Elizabeth... — tomó su mano. — Lo siento. — Ahora, la confundida, era ella. — Por creer que delirabas las razones de Merlín y dudar de tus capacidades. — Era cierto que permitió que ella tomara las riendas, pero no había momentos en que se detuviera a pensar en las acciones de su esposa, y eso lo dejaba mal parado en su lazo de confianza. — Literalmente dejaste en bandeja de plata todo con el riesgo de perderlo y aun así no cediste. Solo por cuidar la empresa.
— Tu padre confió en todos nosotros, sobre todo en ti. Y tú confiaste en mí a pesar de tus dudas y de que todo apuntaba en mi contra. Habrá más sacrificios en el futuro y no habrá día en que nuestra confianza no se ponga en juego, pero de eso se trata: ver los puntos débiles que debemos reforzar. — Y, en compensación a la noche anterior, Elizabeth dio un casto beso en sus labios sin darle tiempo a que sea correspondida. — Te veo al rato.
•
La mujer azabache pagó al chófer de taxi y después agradeció sin ánimos. Caminó -casi arrastrando sus pies- hasta tu apartamento, dónde el ruido de las llaves y el picaporte fueron los únicos en recibirla en su soledad.
De nuevo esa sensación.
No sabía que detestar más: el ver como se falló en sus narices o que, a pesar de su intento por deshacerse de Elizabeth, ella nunca le demostró odio o algo parecido. Era frustrante no ser correspondida, sea en el amor, la admiración u odio.
Quitó los tacones altos que tanto lastimaban los pies, buscó ropa menos apretada y se sirvió un poco de su vino favorito. Tan consternada estaba que no podía reaccionar de ninguna forma agresiva o exaltada. Debía admitir que en parte estaba sorprendida de la albina: había sido muy cuidadosa y talentosa dentro del campo engañoso. Sin embargo, ni el licor limpiaba el sabor amargo que dejó al ser desenvuelta frente a Meliodas.
Oh, Meliodas. Incluso daba miedo pensar su nombre sin imaginar su mirada fría, molesta, rígida y despiadada. Una mirada que incomodaba como témpano en el estómago: silencioso, discreto, hiriente... Ya no tenía ninguna oportunidad con él. Nunca la tuvo y aun así se arriesgó a formar una.
— Carajo... — Resopló cubriendo su rostro. Por primera vez, después de diez años, se sintió impotente y rechazada. Sentirse débil y en la misma situación, que alguna vez su padre estuvo, le asqueada. A diferencia de ella, su padre había sido injustamente inculpado en fraudes, con ello, pagando una condena perpetua que, con los años, consumió su vida. Irónicamente, ella cayó en su propio fraude.
Lo incierto era que Elizabeth no hizo mención de tomar acciones legales; por lo que no sabía que tipo de castigo era el que le tocaría pagar por atreverse a desafiar su ingenuidad y ser partícipe de un intento de desfalco. Tal como dijo Mael, o peor aún, como lo advirtió Isabel: ahora estaba sola en su caída.
Dejó de pensar y tomó de un trago lo que quedaba en la copa. Aún tenía tiempo para pensarse si presentarse en la empresa al día siguiente o dar su carta de renuncia para posteriormente volver a su primer empleo en américa.
•
— Entonces, fue más dramático de lo que pensé — concluyó el joven Pendragón una vez escuchado lo que su prima relató. Se hundió de hombros despreocupado. — Bueno, incluso el caos está mejor organizado que el orden.
— No puedo evitar sentirme decepcionada — agregó con tono bajo. — Mi abuela realmente no estaba de acuerdo con mi matrimonio con Meliodas, inclusive estuvo en contacto con Merlín con tal de lograr separarnos. No me sorprendería si ella ya sabe de todo lo que ha pasado — suspiró. No había otra forma; había unido todos los puntos y daba por sentado que la de ojos áureos fue quien contacto a su familiar para mantenerla al tanto de su vida marital. ¿Por qué otra razón llegaría de sorpresa ese día? Se habían ayudado mutuamente y casi lo conseguían.
— Pero lo que importa es romper el primer contrato, ¿no? — recibió asentimiento. — Lo peor ha pasado. Solo debes preocuparte por atender tu matrimonio y reanudar tus jornadas laborales ya sea con Meliodas o aquí con la tía Goddess.
— Continuaré trabajando para Meliodas, es seguro — aseguró. — No porque un contrato ya no me respalde significa que dejaré ese peso sobre él y su hermano. A estas alturas, dudo que pueda separarme. Además, sé que cuento contigo en cualquier situación. — el pecho de Arthur se infló con jovial orgullo.
— No por nada congeniamos de maravilla — guiñó el ojo izquierdo. — Aun me pregunto, ¿por qué no fuimos hermanos?
— Sabes que yo te considero mi hermano. Claro, yo soy la mayor — Impuso juguetonamente, ganándose la carcajada de él peli naranja.
— Deja la vanidad y mejor vayamos con la tía Goddess — soltó una bocanada y revisó el reloj. — Nerobasta dijo que a esta hora estaría desocupada.
•
La noche saludó en la limítrofe con los últimos rayos de sol y las calles iluminandose a la vez que los ciudadanos llenaban el paso con afán de volver a sus hogares. Era tedioso de vez en cuando repetir la misma rutina, pero no era como si los planes se atraviesen de último momento.
— ¡Capitán~! — exclamó el albino, detrás de él -como un niño- le siguió el hermano del aludido. — Vámonos a tomar. — Al parecer, para el aludido, la rutina cambiaría un poco; si no fuera porque este respondió:
— No.
— ¿Por qué? — Soltó junto un gemido de reproche. — Prometo que solo será una. ¡Necesito un respiro! Hace mucho no vamos a tomar una cerveza y charlar. — Meliodas resopló.
— Si, pero no un respiro que termine en una resaca matutina — con resentimiento se cruzó de brazos. — Además, siempre terminamos hablando de cosas muy personales.
— Yo los acompaño — animó esta vez el menor con cierto entusiasmo. — Lo prometo. Juré a Gelda llegar temprano para ir a acostar a Amice. — Aun así, el rubio se vio indeciso. — Por favor, prometo no curiosear ni insistir.
Ambos le veían suplicando. Parecía que de verdad no había otra intención más que relajarse en un ambiente neutro acompañados de dulce licor. Eso ya sonaba como una idea tentadora, pero realmente quería solo llegar a cada y dormir en los brazos de su mujer; sin embargo, necesitaba ese trago.
— Bien. — Terminó por acceder. — Le avisaré a Elizabeth. — A ella no le molestaría que llegara un poco más tarde.
Después de dar un aviso previo a su esposa, Meliodas, junto a su hermano y mejor amigo se marcharon al bar que más habitaban. Ya se encontraba ligeramente plagado en gentío que buscaba divertirse, algunos ya estaban ebrios, algunos pocos dormidos. Una noche muy tranquila.
— Me alegra que se arreglaran las cosas entre ustedes — dijo Ban al tomar el asa del tarro lleno. — La primera pelea, por más molesto que se sienta, la verdad te gana más la tristeza y arrepentimiento. Te comprendo, amigo.
Meliodas ladeó una mueca y dio un trago largo a su cerveza. Realmente, a pesar que sus discusiones con Elizabeth solo eran una cortina de humo, pudo experimentar esa desagradable sensación de lejanía en su relación. Lo sintió tan real que a veces tenía que tomar su mano solo para sentirla cerca de él.
— La verdad, nunca te he visto verdaderamente molesto con Elaine — comentó Zeldris ya ligeramente sonrojado pues, se tragó todo el contenido del tarro de un golpe.
— A veces son molestias o inconformidades de un rato. Las veces que hemos discutido severamente ha sido realmente difícil de tratar, sobre todo porque el miedo a lastimarla emocionalmente está ahí — soltó un ligero suspiro entre el abatimiento y la jovialidad. — No nos detenemos a pensar y sin querer decimos cosas de las que nos arrepentimientos.
Nadie había dicho que casarse y mantenerte bajo el mismo techo con una persona que te provoca una bella sensación de felicidad sería sencillo. Existían facetas que uno desconocía del otro, situaciones que ponían a prueba la coraza de cada rama de ese árbol con tal de probar que las raíces eran suficientemente fuertes para mantenerlo aferrado en el suelo. Era solo cuestión de mutua colaboración.
— No he llegado a ese punto. Y la verdad, tengo miedo — admitió el más joven. — Gelda discutía mucho con su padre, y créeme, es cruel con las palabras. Aunque también el silencio te da mucho que pensar. — Ban estuvo de acuerdo con eso. También había tenido el desafortunado incidente de recibir un silencio sepulcral por parte de su amada rubia; un silencio que hería sin notarlo y te hacía desear un golpe físico.
— Amigo, no lo decimos por molestar o para asustarte; simplemente para que lo consideres un consejo. Ya sabes; eres el más nuevo en el matrimonio y te quedan años que recorrer. — Se refirió el albino al rubio abstraído sin decir u opinar al respecto. Pero tenía su perspectiva al respecto.
No podía tomarlo como consejo cuando estaba consciente de que él debía esforzarse por mejorar esa faceta: su enojo. Se tornaba agresivo, descontrolado. No tenía perdón con las palabras y mucho menos con su indiferencia cada vez que buscaba paz mental. Ya conocía lo suficiente a Elizabeth como para no darse cuenta que ella se expresaba sin temor: lloraba, soltaba lo que le pesaba en el pecho, decía lo que su mete albergaba; no podía corresponderle con solo un silencio arriesgándose a herirla. Y estaba dispuesto a hablarlo con Zaratras para pedir un consejo más profesional.
— Cambiando el tema, ¿es cierto que adoptarán un niño? — los labios de Zeldris se curvearon ante la pregunta de Ban.
— Así es. En la siguiente semana podrán conocerlo. — Se notaba a kilómetros que se encontraba más que feliz y emocionado. Tambien algo nervioso y asustado, como si se hubiese enterado que sería padre por primera vez, aunque ese niño, del que se había enamorado, no fuera legitimo. Con solo compartir esa emoción ya lo sentía suyo al igual que su esposa.
— Siempre he tenido esta duda: si dices que tú y Gelda no tienen problemas serios en concebir, ¿por qué decidieron adoptar?
— Un asunto sentimental y de empatía — respondió con simpleza. No quería dar detalles específicos de ese "porqué" sabiendo que esto solo sería un relato un tanto amargo y devastador. El único que se había dado cuenta de eso era su hermano mayor. Comprendía sus razones y a la vez lo hacían sentir culpable. — Aunque eso no descarta que quiera uno propio en un futuro.
Ban negó un par de veces y, de un sorbo, bebió toda su cerveza hasta la última gota. Relamió sus labios y berreó con cansancio marcado en sus tenues ojeras.
— Empiezo a creer que adoptar es más fácil. — La mirada de intriga se dirigieron a él. La adopción era un proceso largo y hasta exhaustivo; por esa misma razón muchos descartaban la idea. ¿Por qué lo consideraría asunto fácil? — Lancelot parece que ya tiene a su favorito entre Elaine y yo.
— ¿Por qué lo piensas? — El blondo dio un trago corto a diferencia de sus acompañantes mientras esperaba los quejidos de su colega.
— Con Elaine es obediente, tranquilo y un ángel. Conmigo es un verdadero diablillo y buscapleitos que no se sabe mantener quieto. — Talló el puente de su nariz para evitar ver los gestos burlones de los hermanos después de su tan absurda razón. — A su madre no le jala el cabello, ni le muerde mientras lo arrulla. Espera a que sea su hora de cambio de pañal para hacer del baño y me lanza a la cara lo que tenga al alcance. ¡Sobre todo, balbucea cualquier cosa que escucha menos "papá"! — tanto Zeldris como Meliodas rieron un poco por esto, mientras este último pensaba en: ¿realmente era difícil?
— Cuando menos lo esperes ya estarán repitiendo las obscenidades que sueltas. — Agregó el de ojos jade sin parar de reír. — Gelda me regañó por decir "hijo de puta" enfrente de ella. Al parecer había utilizado ese insulto para referirse a sus compañeros de escuela.
— Recuerdo eso. — Murmuró el rubio con algo de complicidad. Tal vez no lo diría nunca, pero recordaba el día en que su hermano estaba maldiciendo a un par de trabajadores con algunas obscenidades sin saber que la curiosa niña de cabello azabache prestaba atención a lo que decía. Posteriormente le había preguntado a su tío Meliodas el significado de esas palabras, siendo la respuesta de: "para insultar a quien te cae mal" su mejor respuesta. Tal vez, indirectamente, tenía un poco de culpa. — ¿Por eso Gelda te mira tan amenazadoramente cada vez que te exaltas? — recibió un asentimiento. No enfrente de su hija, tenía prohibido soltar cada grosería que se le ocurriera.
— Pero, la ventaja es que, al ser un niño, supongo que tienes privacidad — Ban negó con ironía.
— ¡Buen chiste! El pequeño engendro no me deja dormir. — Desvelos, incomodidades, juegos por parte del bebé rubio, sus berrinches a media noche, sus exigencias... la lista continuaba. — Al estar aferrado a Elaine a veces se duerme entre los dos. O sobre mi cara.
— Esperemos que mi sobrino sea tranquilo. — Eso fue suficiente para Meliodas para comenzar a mentalizarse de lo que sería su labor como padre.
— Pensando bien, yo también.
•
— ¿Meliodas? — bajó su libro para prestar atención a su marido quien tropezó ligeramente al cruzar la puerta, casi cayéndose de cara. — Regresaste muy pronto. No estás ebrio, ¿verdad? — El aludido negó un poco al recuperar la compostura. La hora aún no marcaba la media noche, por lo que no se le hizo extraño encontrarla despierta.
— Un par más y ten por seguro que si. — Por su forma de hablar, no dejó eso en duda. — Por eso me aseguraré de dejar a Zel en su casa antes de que Gelda se molestara. — Soltó un suspiro e inició su rutina antes de dormir. Debía bañarse antes de acompañar a su mujer, por lo que se despojó de la corbata y camisa; todo lo superficial para dejar a la vista su torso que, por supuesto, Elizabeth no dejó de mirar a la vez que escondía con libro abierto sus mejillas encendidas. Ajeno a las miradas de la peli plata y antes de que se despojara del pantalón los ojos verdes se despistaron en la bolsa de regalo reposando en el tocador. — ¿Qué es eso?
Elizabeth miró a donde el rubio señalaba. Sonrió.
— Un regalo de Gelda. Puedes verlo. — Dio autorización a la curiosidad de su pareja, colocándose un poco dubitativa por la impresión que este se llevaría. Meliodas admiró el pequeño conjunto de bebé sin decir nada o hacer algún gesto. — Ella opina que el amarillo es un color muy alegre, y estoy completamente de acuerdo. ¿Qué dices tú, Meliodas? — no consiguió una respuesta. Su atención estaba totalmente perdida en cada costura, hilo y en la textura, preocupándola. — ¿Qué pasa?
— ¿Tan pequeños son? — Cubrió su gesto jocoso al oírlo preguntar esto. ¿De verdad lo preguntaba? Se escuchaba muy asustado como para reprocharle, pero parecía más primerizo que ella.
— Es un bebé. Evidentemente son pequeños. — Meliodas continuó analizando la prenda con un ceño fruncido, como si en vez de buscar respuesta solo deseaba perder sus pensamientos. — ¿Te preocupa algo, mi cielo?
— No sé. — Soltó exasperado, devolviendo la ropa dentro de la bolsa. — La idea me sigue pareciendo extraña; es todo. — Claramente se impresionó más de lo que hubiese pensado. Las dudas se desbloqueaban trayendo consigo extensiones de dudas y preocupaciones (a partarte de las que había creado gracias a los relatos de su mejor amigo). Por ejemplo: pensar que su hijo sería tan pequeño le hacía preguntarse ¿qué tan frágil sería? ¿Si no podía cargarlo? ¿Si lo lastimaba? ¿Si de los nervios se caía? ¡Ya estaba en la conclusión que sería un desastre de padre! Torpe y miedoso.
— Hablando del bebé... — carraspeó la mujer en la cama — Aún falta alrededor de dos meses para averiguar su género, pero ¿no crees que deberíamos tener algunas sugerencias de nombres? He escuchado que dicen que es abrumador elegir solo uno. — Torció una mueca. Ya había intentado en pensar en algunas opciones con las que pudiese estar de acuerdo su marido, pero toda la imaginación se sacó para no tener ningún resultado.
— Hmm. No tengo ninguno pensado. — Estarossa se le había comentado anteriormente, pero no le prestó atención por por hecho que quizás el tema ya lo tenía cubierto con un recuerdo. — O tal vez...
" Bien, de una vez te digo... ¡hip! Nuestro primer hijo se llamará Tristán... ". Eso fue lo que dijo la albina el día en que la encontró ebria en su casa. ¿Sería buena idea recordárselo hasta ahora?
— ¿Cielo? — llamó al verlo tan pensativo.
— Tristán — respondió alzando los hombros. — El nombre del bebé. Se utiliza para ambos géneros. O si lo prefieres, podemos buscar entre otros tantos. — Cuando buscó repuesta en los ojos de la mujer se percató que estos brillaban con intensidad.
— ¡Me encanta! Claro, si estás de acuerdo. — Obviamente, asintió. Podía respirar con alivio. — Vaya, no fue tan difícil. ¿Ya lo habías pensado antes?
— Solo recordé cuando te emborrachaste un día antes de nuestra boda. — Comenzó con una risa esperando a ver el gesto penoso de la contraria. — Dijiste que se llamaría así nuestro primer hijo; aunque mi parte favorita fue cuando sugeriste hacer a Tristán en ese mismo momento. Nishishi~
Tal como lo imaginó: se había avergonzado pues, claramente no lo recordaba.
— ¡¿Qué?! — chilló. — ¡No lo recordaba! Y no estaba en todos mis sentidos y estaba molesta; así que no cuenta. — En berrinche, se cruzó de brazos y apartó la mirada bajo su flequillo, haciéndola ver adorable. Este se acercó a ella para levantarla por el montón, pero sin lograr hacer contacto visual.
— Yo no me aprovecharía de ti. — Sus ojos se cruzaron. — Aun así, me gusta el nombre. Tú te llevas el crédito en este caso. — Para evitar sentirse más apenada por él, soltó una risilla.
— No puedo creer que recordaras eso. Yo, por puro milagro, recuerdo lo que hice ayer.
— Nunca olvidaría sucesos importantes. Menos cuando se tratan de ti. — Besó su frente, su mano palpó con delicadeza sobre su vientre y después se retiró al baño. Volvió a provocar su sonrojo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top