Capítulo XLI

Finalizó la llamada con su madre y cayó sentada sobre las almohadas, suspirando profundamente y algo exhausta por las jornadas del día. Acomodó su camisón, lo sentía cada vez más ceñido del pecho; se adentró en las sábanas y llevó otro esponjoso pastelillo a sus labios, dejándose perder en un punto ciego mientras los pensamientos llovían, inundando su cabeza.

— ¿Estás preocupada? — cuestión el rubio, era cada vez más difícil afirmar su semblanza. — ¿Alguna razón? — Ella no le volteó a ver. Tragó su bocado y soltó el segundo suspiro.

— Ninguna, porque no estoy preocupada. — Afirmó. Mientras Meliodas se cambiaba las ropas formales por unas más casuales y cómodas para dormir, la albina terminó su antojo dulce antes de bostezar perezosa y acariciar su estómago satisfecho. — Sola para recordarte, mañana saldré con Gelda. Quiere que le haga compañía durante unas compras.

El rubio asintió acompañándola al otro lado de la cama. No le agradaba mucho la idea de dejarla moverse libremente sin estar a su cuidado, pero sabía que mantenerla controlada sería peor. Aún era pronto para tenerla postrada y no quería agobiarla con su excesiva preocupación, solo tenía cuatro meses y no era como si se notara mucho.

— Me parece bien. — Llamó su atención. — Hemos estado tan hostiles que un respiro te sería bien. — Rodó los ojos juguetonamente mientras negaba con desdén.

— Creo que exagero a veces. — Admitió escondiéndose entre los hombros. — ¿Hablaste con Zaratras? — Este asintió. No preguntó más y se dispuso a acorrucarse entre las mantas.

Meliodas la veía tranquila y con las mejillas vivas; las facciones delataban su felicidad y su boca sensual curvada en una sonrisa tentaba a deslizarse en ella. Trató de acercársele para besarla. Había pasado incluso tiempo desde la última vez que sus bocas se encontraban y no podía esperar a desplazar sus demonios dentro de ese infierno; sin embargo, Elizabeth evitó el contacto con la punta de sus dedos y una mirada para nada de acuerdo.

— Por favor, Elizabeth. ¿Sigues molesta por eso? — Soltó en reproche, tomando su mano con cuidado. Incluso era estúpido preguntar cuando era muy evidente.

— Y mucho. — En compensación ella besó con ternura su frente. — Confórmate con eso, cariño. Buenas noches. — Le dio la espalda y se acostó a dormir.

El oji verde bufó, sabía que ella seguía molesta por lo que sus ojos vieron ese día en la oficina, así como sabía que ella era tan firme como para aceptarle el gesto, por ahora. Negó un poco soltando un resoplido, besó su sien y se acomodó con los brazos bajo la cabeza, de modo que su vista perdiera la noción del tiempo en el techo.

[...]

— Entonces, ¿qué iremos a comprar? — Gelda casi estallaba de euforia con tan solo anticipar la respuesta. Continuó conduciendo en silencio, durante un tiempo de intriga para la albina, hasta que finalmente se estacionó frente a un local de mueblería.

— Empezaré encargando lo necesario para el cuarto de mi hijo. — Los ojos bicolores se ampliaron junto a sus labios incapaces de soltar algún sonido. Una sonrisa fue lo único que logró formar entre tanta emoción.

— ¡¿De verdad?! ¡¿Tan pronto?! — La rubia asintió. Ambas mujeres bajaron del vehículo y entraron al local donde rápidamente fueron recibidas amablemente por varios sujetos del personal, dispuestos para sus peticiones.

— Estoy igual de emocionada. Apenas puedo creer que en una semana estará en casa con mi niña. Aunque claro, estoy igual de nerviosa como cuando adoptamos a Amice. — Soltó una bocanada tomando calma antes de continuar. No quería asustar a su cuñada con tanta intensidad sabiendo lo fácil que se tornaba inquieta con el tema. Pero no podía tranquilizar esa sensación; era hermosa. — Es un niño muy encantador, sé que lo amarás. — La mujer contraria soltó una risita enternecida por la euforia de su cuñada. Sus ojos brillaban con emoción y hablaba del infante con tanto amor que se vio contagiada de esas ansias.

Gelda describió con detalles al nuevo integrante: presumía que tenía soñadores ojos violetas y un cenizo cabello cobrizo; un carácter algo introvertido y sereno, pero curioso y escurridizo. Nada diferente a un pequeño ansioso por ver el mundo y tener el afecto que careció desde una edad temprana.

— Creí que Amice nos acompañaría. — Comentó la albina después de unos largos minutos escogiendo entre básicos muebles de dormitorio. La rubia suspiró.

— Si quería venir. Me suplicó faltar a clases para acompañarnos, pero eso no era correcto. — Hundió de hombros. — Además, estaría inquieta, jugando por toda la tienda y creo que pasaríamos más tiempo buscándola que buscando que comprar. — No discutió el tema. Su pequeña sobrina era un pequeño remolino de energía y emociones fuertes que ya podía imaginarla corriendo por todos los pasillos mientras la rubia corría preocupada detrás de ella con miedo a que se lastimara.

— Tienes razón. Sobre todo, porque los niños son algo imprudentes.

— Como no tienes idea. — Torció una mueca y carraspeó un poco, viendo a la albina de reojo. — Cambiando un poco el tema, ¿qué tal va el embarazo? ¿Se te ha complicado? — recibió una negación de cabeza. Agradecía que sus malestares no fueran severos, pero comenzaba a quejarse de los cambios de humor que le provocaba el menor disgusto.

— Empiezo a tener más hambre de lo normal. He tenido que conseguir este tipo de blusa para estar más cómoda y para cuando el estómago empiece a notarse un poco más. — Debido a su incomodidad con las telas ajustadas, Elizabeth había optado por conseguir prendas sueltas, que no apretaran el pecho y vientre. Lo único que no había cambiado eran sus faldas cortas para asegurarle mayor movilidad.

Por otro lado, Gelda vacilaba mucho entre la curiosidad y la prudencia. Algo consternada y extrañada por la situación emocional del lazo de ese matrimonio ambivalente. La notaba tranquila y para nada preocupada que aparentaba no estar del todo menos enojada; o quizás solo se esforzaba en hacerle creer eso.

— ¿Y sigues molesta con Meliodas? — Recibió una cara de extrañeza, cosa que le hizo arrepentirse de cuestionar. — Lo siento. No había querido preguntar ya que no quería verme entrometida, pero Zel me ha dicho que discuten constantemente. Que no hay día en que no se molesten por la mínima cosa. Incluso ya lo andan divulgando por fuera que piensan terminar su matrimonio. — Esta vez Elizabeth se tornó apenada y hasta nerviosa. Aunque también estresada por la cadena de chismes ridículos. Estaban cruzando la limítrofe de su privacidad.

— Le debemos una enorme disculpa a Zel por esto — soltó un suspiro y miró con serenidad a su cuñada. Podía confiar en ella y no tenía duda que seguramente recibiría un regaño de su parte, pero no podía mantenerlo solo para sí. — Te voy a contar lo que pasó realmente, pero ni una palabra a nadie, por ahora. Dirás que incluso me volví loca, pero entenderás mis razones.

— ¿De acuerdo? — arqueó la ceja. — Te pusiste muy seria. — Se enfocó en prestarle minuciosa atención incluso a su lenguaje corporal, viéndola tomar aire antes de hablar.

— Empecemos diciendo que ya no soy más la "señora de Demon" — los ojos de la rubia se ampliaron — Al menos no por contrato.

Mientras tanto, en la empresa Demon, los hermanos discutían en la oficina del rubio sobre temas ya conocidos. Asuntos muy triviales y sin mucha importancia aparente, sin darse cuenta de lo que pasaba sobre los asuntos que no tenían control.

— Entonces, ¿quieres que ponga un anuncio público? Hacerlo lo antes posible hará que los aspirantes se preparen con anticipación y tener mejores empleados capacitados. — Antes de que su hermano pudiera responder a eso, Merlín interrumpió en el ambiente con un rostro afligido y titubeante.

— ¡Meliodas! — jadeó. — Perdóname la interrupción, pero esto es realmente urgente. Tienes que verlo. — Actuaba su tono nervioso y su gesto asustado, tanto que el aludido se vio extrañado pues, era la primera vez que apreciaba esa advertencia en sus ojos.

— En un momento te atiendo, Zel. — Su hermano entendió enseguida y, con algo de recelo por la situación y la mujer azabache, salió de la oficina. Seguro de que su hermano no se encontraba cerca, prestó atención a la amonestación. — ¿Qué sucede Merlín?

— Lo siento. — No sabía si se disculpaba por la interrupción o por la razón por la que había entrado exaltada. — No debía acceder a esto, pero creí que Elizabeth sabía lo que hacía. Sin embargo, todo fue decayendo, y las cifras solo bajaban constantemente, y...

— A ver, a ver, a ver... — interrumpió su farfullero. — ¿Qué tiene que ver Elizabeth en esto? ¿Qué decadencia? — cuestionó, impaciente al no recibir una inmediata respuesta. — Habla claro; ¿qué está pasando, Belialuin?

La aludida escondió su clara sonrisa bajo la semblanza de desesperación, vacilando en que decir o como comenzar; cosa que desesperaba a Demon más de lo que ya estaba. Lo mejor era ser clara y directa, así no tendría el tiempo de asimilarlo y llevándolo a actuar sin pensar.

— Elizabeth... firmó un contrato sin previa precaución y sin estar segura de tu autorización, y temo que por esto ahora estés en la ruina. — El gesto de Meliodas no cambió, pero fue clara la sorpresa en sus ojos.

— ¡Están dementes! — Fue lo primero que se le ocurrió decir después de escuchar a su cuñada. — Vaya que echar por la borda un matrimonio solo por... — no pudo continuar ya que su risa irónica escapó de entre sus labios. Solo no quería ni comprenderlo. — Sin comentarios. Podría llorar y reír al mismo tiempo. ¡Incluso enojarme! — Se detuvo un tiempo a meditar las razones que la albina le había dado previamente, asegurándose de no decir alguna imprudencia. — ¿Y estás segura de todo esto? Estás siendo muy dramática.

— Mi ironía me lleva al drama — se hundió de hombros. — No puedo evitarlo.

— ¿Y por eso derrochas una absurda cantidad de dinero? — le parecía increíble los límites que manejaba su cuñada. Debía estar totalmente confiada como para caminar en ese delgado hilo sin precaución. Parecía más ser de esas mujeres que les encantaba el riesgo por deporte más que para desafiarse.

— Un desajuste, es todo — incluso el tono calmado que usó fue suficiente para alterar a Gelda.

— ¡Desajustada está tu cordura! — suspiró para calmarse, tomar un respiro volviendo de poco en poco a su casilla. — ¿Y de verdad piensas que Meliodas...?

— Oh, discúlpame, Gelda — interrumpió pues, el celular de la albina comenzó a sonar con desesperación, atendiendo enseguida a lo que parecía ser su marido. — Meliodas, ¿qué sucede?

"Elizabeth. Te necesito aquí. Es ahora." Y así como llamó, sin dejarla decir palabra alguna, solo terminó la llamada. Su tono, su seriedad, esa frialdad quebrantándose en una profunda molestia. Estaba incrédula y pensativa a lo que pudo causar su descontento.

— ¿Qué pasó, Eli? Te pusiste pálida. — La rubia se preocupó por su gesto intimidado que incluso temió que se fuera a caer de la impresión.

— No lo sé; nunca me había hablado así de frío. — Guardó el teléfono y negó un par de veces. Sea lo que fuera que estuviera pasando, la tenía involucrada y debía atenderlo. — Debo irme. Lo siento mucho. — Su cuñada negó un par de veces sin rencor.

— No te preocupes, pero antes de que te vayas... — le extendió una bolsa que llevaba balanceando en su mano desde hacía un rato, asegurándose que lo tomara pese a su extrañeza —... toma. Te compré algo. — Con curiosidad, Elizabeth sacó la prenda de la bolsa solo para percatarse de que se trataba de un conjunto para bebé de color brillante. Sus ojos se enternecieron con solo tener esa tela sedosa entre sus manos, estrujando su pecho en un sentimiento extraño y grato. — El amarillo es un color hermoso, si me lo permites decir, y cuando lo vi no me resistí a comprarlo. Pero no le digas a Zel que me adelanté.

La oji bicolor guardó la pequeña prenda de nuevo en la bolsa, asintiendo con la cabeza sin poder evitar desbordarse de emoción. Sería difícil cuando llegara el momento, pero cada vez estaba más convencida que lograría encajar en su papel de madre.

— Gracias. — Se abrazaron y luego esta comenzó a alejarse a donde se encontraba la salida. — Nos vemos. Ya tendremos oportunidad para hablar con más tranquilidad.

— Espero que sí.

A medida que Goddess se acercaba a donde el chófer ya la esperaba para llevarla a la compañía Demon, marcaba al número del joven peli naranja con tal de mantenerlo informado de su siguiente movimiento. Elizabeth estaba jugando con su suerte, dejándolo como cebo para un depredador cauteloso.

Tan pronto como llegó a la oficina, no evitó sentir esa distorsión tensa y malograda en el ambiente. Cada pensamiento estaba congelado dentro de su fría cabeza, dejándola en desventaja severa, incapaz de idealizarse una forma de empezar a cuestionar lo que pasaba como para que el rubio hablara con tanta serenidad, molestia y decepción. Sus manos ya sudaban de los nervios. El silencio parecía una soga al cuello. Las miradas se deslizaban como cortadas en puntos débiles. Necesitaba una respuesta.

— Merlín, ¿qué sucede...? — su pregunta quedó en el aire al ver el rostro de su marido. Un gesto que solo podía dar cuando realmente estaba enojado y decepcionado. Daba miedo mirarlo a sus oscuros ojos.

— Sigues siendo muy imprudente. — Incluso su voz cambio radicalmente. Un tono que punzaba en el pecho que ni con su sarcasmo podría amortiguar. — ¿Por qué nunca me hablaste de esto, Elizabeth? — Los ojos de la aludida se ampliaron al ver que este sostenía aquellos contratos que ella había firmado con Twigo. Estaba anonadada e incapaz de decir algo que buscó respuesta en Merlín.

— Lo siento, Elizabeth — en murmuro se disculpó la azabache. Se supone que no debía saberlo hasta que lo pudiese volver a tener bajo su control la situación de las desmedidas cifras. Pero no, él lo tenía entre sus dedos, casi arrugándolos en un puño.

— ¡Revisaste mis cosas! — se molestó principalmente por el hecho que este hubiese husmeando en sus asuntos, acto que fue contraproducente en la actitud de Meliodas.

— No me evadas Elizabeth, tu debes tener conocimiento de esto. ¡Habla! — exigió alzando ligeramente la voz.

— Se me fue un poco de las manos. No es un número grande — rodó los ojos sin tomarle mucha importancia. — Trabajo en recuperar lo perdido y...

— ¿Cómo piensas recuperarte de esto? — Esta vez fue cuando le extendió los papeles con las gráficas de la semana, siendo analizadas por la albina confiada. Sin embargo, a medida que veía con atención esos números que antes creía una poca cosa, se daba cuenta que en realidad estos ya estaban muy por fuera de su órbita.

Apretó los labios sintiéndose impotente, Meliodas ya ni siquiera le dirigía la mirada de tan decepcionado que se encontraba en ese instante en que se enteró de su descuido. El rubio se esforzaba por no enojarse con ella, pero era casi imposible no querer reclamarle, exigirle una explicación creíble que fuera la razón que la llevara a tomar esa decisión. Solo una razón por la cual lo ocultó y no recurrió a él en un principio.

Elizabeth solo estaba cada vez más ansiosa, sus manos sudaban y respiraba cada vez más rápido al buscar calmar su ansiedad. Podría desmayarse si no supiera de la gravedad del asunto, pero había oculto algo en esos ojos desviados del resto.

— No hay falla alguna en las cifras... — comenzó la mujer azabache mirando seriamente a la de ojos bicolores. Una mirada directa, serena y un objetivo logrado que no daba paso a las dudas. — Por tu descuido esto se irá a la ruina.

Negó un par de veces arrebatado sin cuidado el papel de sus manos, confirmando por su cuenta las frías palabras de Merlín. El rubio soltó un suspiro vago en un último intento por mantenerse tranquilo y controlado contra la situación, misma que se le escapó de las manos si tan solo no hubiese sido tan desidioso.

— P-Pero... — soltó en balbuceo enterrando las uñas en la hoja. —... esto no... ¡no debió...! Aún podía yo...

— Elizabeth... — la aludida temblorosa miró a su esposo con abatimiento. Hiperventilaba, negaba un par de veces tratando de lograrse explicar que esto era un simple error, una trampa en la que había caído ingenuamente.

— Meliodas, ¿me crees verdad? Yo sería incapaz de dañar por lo que hemos trabajado. No sé qué es lo que pudo pasar — sus ojos empezaban a humedecerse a la vez que mordida con violencia su labio inferior, evitando salir cualquier queja de su boca.

Volvió a soltar un suspiro, esta vez en gruñido y con un ceño fruncido. Estaba... decepcionado. ¿Confío de más en ella tal vez? Era sabido que ella tomaba las cosas sin seriedad e incluso salía completamente ilusa o engañada, pero esto sobrepasó sus límites de ingenuidad.

— ¿Tu firmaste esto? — Entre sus manos, arrugando las finas hojas de papel le miró con una serenidad que dolía e incluso, hería más que una navaja. Los orbes; azul y dorado, llorando de ignominia, vacilaron en una chispa de miedo por la mirada del rubio. — ¿Elizabeth? — exigió una respuesta clara y concreta.

— Si — respondió mordiendo nerviosamente su labio inferior. Meliodas apretó los suyos sin ninguna duda, espero mucho de alguien que no era totalmente impetuoso al trabajo ni a los pilares que lo sostenían o quizás, él también se relajó de más.

¿Qué era lo peor? Elizabeth logró leer eso en su mirada. Todo se caía a pedazos, todo lo que juntos lograron y forjaron se abrió en grietas que ella ignoró, por una sola razón.

— ¿Lo leíste? — sin embargo, su mirada cayó al suelo, nuevamente cometió su imprudencia de no leer antes de fiar. Meliodas logró interpretar esto en seguida. — Ya veo. — Le dio la espalda rápidamente soltando el aire.

— Meliodas, yo... — le vio negar un par de veces.

— Será mejor que ya no te involucres más — comenzó en una mueca. — Fue un tropiezo, Eli, pero deja que me encargue de esto. Veré que puedo hacer. — Dejó aquel contrato con desprecio, mismo que maldijo la confianza entre ambos, aquel que superó su relación y ahora los mantenía más distante que de costumbre.

Tal como ella lo planeó.

— Merlín ayudadme; tú sabes de esto — suplicó la albina a la de cortos cabellos azabaches con un semblante insistente. Su mirada ámbar no le dio esperanzas, solo un abatimiento misericordioso y dudoso.

Merlín era la única que podía detener lo que comenzó y ayudarla a detener la decadencia de la empresa. Sus habilidades de contadora empresarial eran natas y sorprendentes, pero le advirtió de antemano que eso ya no era posible ni, aunque rezara a las diosas.

— Lo sé. Te juro que traté, pero no hay nada que hacer. — Relamió sus labios mirando fijamente al rubio que maldecía en bajo una y otra vez. — No tuve de otra que advertírselo a Meliodas antes de que esto agravara más.

Respingo en el acto, recargándose en la pared más cercana, dejando su flequillo como el único aislante entre las severas miradas y su puchero. Apretó los labios aún más amortiguando sus jadeos, mordió su lengua evitando soltar algo de lo que pudiese arrepentirse. Solo quedaba una sola salida y lo sabía. Pudo librarse de todo antes, pero no lo hizo por él.

— Debí dejarte esto a ti, Merlín. Debí escuchar antes y... — murmuró llamando la atención del rubio como de la azabache. —¡Sabía que todo esto pasaría!

—Tranquila, solucionaremos esto de una u otra forma y... — Habló la azabache, pero fue interrumpida por la oji bicolor.

— ¡No! Yo lo permití. — Apretó los puños a los lados, el recuerdo de aquella imagen la cegó en celos e ira. — Yo lo hice. Estaba tan molesta que no pensé en las consecuencias. — Su esposo le miró incrédulo y dubitativo.

—¿De qué estás hablando, Elizabeth? — Le gruño de vuelta con un semblante que dejaba mil dudas, su ceño frunció a los ojos verdes con recelo y cierto temor; sin embargo, había algo en sus pupilas que escondía un as bajo la manga.

— ¿A caso estás pensando en renunciar? — Cuestionó la mujer recibiendo un suspiró. Lo sabía; sabía que tenía esa opción de lanzar todo por la borda y renunciar al hombre que tanto amaba por dejarle el cargo a alguien más responsable que ella.

— Tal vez lo haga. — Meliodas sudó en frío al escuchar esto y su patente enojo se disolvió al instante para cambiar a un temor incierto.

— Pero solo hay una "señora de Demon". — Insistió Merlín que, lejos de detenerla, solo la mantenía dudando cada vez más. Tal como lo mencionó, solo podía haber una mujer a cargo.

— ¿Elizabeth? — El tono de voz en el rubio cambió a una de angustia que su mujer en seguida reconoció. — Lo que estés pensando, no es una buena idea. Por favor. — No podía. No dejaría que aquello volviera a pasar y resignarse a dejarla ir. No podía permitir que de nuevo esa inseguridad los agobiara y menos ahora que todo estaba marchando tal como se planeó.

— Piénsalo Elizabeth — le murmuró la de cabellos negros. — Puedes tener la libertad que tanto quieres.

Todo se cayó sobre ella. Acceder a irse y dejar todo atrás, tirar el anillo que la encadenaba al rubio, dejarlo con alguien más capacitada para ser su mano derecha que ella no logró; sin embargo, aún le quedaba una última treta para descubrir la verdad.

— Exacto... — en ese momento, la albina simplemente mostró una sonrisa que desconcertó a la azabache y no dejó dudas en el rubio. Todo había terminado.

Sus lágrimas no eran de angustia, ella solo soltaba una predominante risa burlona que la dejaba en la mira como una mujer cuyo plan había funcionado a la perfección y de eso estaba seguro Meliodas; la conocía, ella los tenía en donde quería, o más bien, arrinconó a la persona que se atrevió a desafiarla al creerla ingenua. — Solo hay una "señora de Demon". Y lamentablemente ya no lo soy.

Ella soltó una última risa, suspirando profundo antes de limpiar la falsa lagrima desbordando de su orbe, dejando a Merlín con un gesto molesto y desconcertado. Se estaba burlando de la desdicha que provocó su ignorancia.

— ¿Te parece gracioso esto? ¿Has dejado esta compañía en la ruina y te tomas el tiempo de reírte? — espetó en reclamo. — Esto no es un juego, Elizabeth.

— Lo siento... — soltó una bocanada y por fin la miró con determinación. — Y no. Esto no es un juego, pero si una buena actuación con maña. — Ahora sí que Merlín estaba confundida. Antes de que pudiese reclamar una explicación más certera a su relajada actitud, el rubio ganó su palabra.

— A ver, a ver, a ver... — con las manos en los bolsillos y una tranquilidad astuta se acercó a ambas mujeres. — Entonces, Elizabeth no se equivocaba después de todo. — Por fin podía suspirar tranquilo una vez que todo quedó comprobado por cuenta propia. La escuchó decirlo, ¡por dios!

— ¡¿Qué?! — La oji dorado exclamó desorbitada. Hacia un momento él estaba molesto con su esposa y a nada de darle un punto final a una parte de su relación; ahora se encontraba calmado y familiarizado con la reciente burla. No podía ser, a menos que... — Meliodas, ¿tu sabías de...?

— Claramente lo que quieres es la "señora de Demon". — interrumpió con una afirmación que dio como martillo al clavo; no tenía más mente para pensar en una excusa. El rubio carraspeó ante su silencio y continuó. — Al principio no creí que fuese verdad y que quizás Elizabeth malinterpretaba tus acciones; sin embargo, ya me he dado cuenta que en realidad nos has estado engañando por avaricia, ¿no es así? Por eso te esmeraste en llegar aquí.

La aludida no decía nada; aún no terminaba de procesar de la enorme ilusión en la que había caído gracias a su propio juego. Terminó creyéndose sus mentiras y al final la capturaron infraganti.

— Y vaya que cuando tú crees que me estas engañando, yo finjo que no me doy cuenta. — Agregó la mujer de Demon, atrapándola con una mirada seria e incluso algo irritada. — ¿Qué creíste? ¿Que no me daría cuenta que usaste las mismas estrategias que le fallaron a la arrogante de Isabel Goddess? — la cabeza de Belialuin no sabía ya a que dirección estallar. Era demasiado para procesar que apenas entendía lo que decía. — Debiste tomar en cuenta que ella me enseñó todo eso. Y si hablamos de mentirosos, no puedes engañar a alguien que lo fue por mucho tiempo.

Todo este tiempo, durante sus horas laborales, Elizabeth se había encargado de seguirle el juego a base de sus propias reglas. No imaginó que ella tuviera la destreza para analizar las jugadas de su abuela para usarlas como armadura y arma a la vez. Era caótico, no tenía una forma ese plan tan cínico, ¿cómo no lo vio venir? ¿Cómo es que no se preparó para todas las probabilidades?

Merlín por fin dejó su falsa empatía por la albina y se mostró arrogante.

— Eso no te salva de los problemas legales. — Trató de hacerla retroceder como consolación. — Mandaste a la quiebra esta empresa. Tú y tu estúpida altivez. Claramente no creo que te puedas recuperar de esto tan fácil. — Pero claro, ella ya tenía todo tenebrosamente calculado.

— Creo que no escuchaste la parte de: no soy la "señora de Demon". Al menos no por contrato. — Carraspeó y relamió sus labios antes de continuar. — En cuanto Arthur me habló de ese trato con Twigo y de cómo preguntaste por mis acciones, en seguida me di cuenta que algo pasaba y que tú eras quien estaba detrás de todas coincidencias. No iba a arriesgarme y perderlo todo. Es por eso que acordé con Meliodas para romper ese contrato. — La exclamación resaltó sobre la cabeza de la mujer contraria. No podía ser cierto; su única oportunidad y puente al prestigio... — No existe más. Lo que significa que Twigo no se asoció con la empresa ya que yo perdí esos derechos.

— Es imposible e incongruente. — Los engranes de su cabeza no terminaban de procesar esa cadena pesada. No hallaban una forma conocida al retorcido plan de la mujer ni en el sentido que giraban para llevarlo a funcionar perfectamente. — La empresa está generando pérdidas grandes. No hay otra razón o forma.

— Claramente te has dado cuenta que he tenido perdidas en las pasivas, pero no estoy en quiebra. — Esta vez respondió Meliodas cruzándose de brazos. — No se trata más que un asunto de negocios. El dinero que Twigo cree estar robando en realidad se trata de una cuenta congelada de Elizabeth. — Por supuesto; su tranquilidad, su desinterés, su sosiego... cobraba sentido al sentirlo demasiado sencillo.

— ¿Están diciendo que todo fue un acto? ¿Incluso la imagen de una pareja inconforme y desconfiada? ¿Todo por llegar a esto? — soltó una risa incrédula como irónica, increíblemente desconcertada como para aceptar que esto pasaba. Miró atentamente a los ojos de la albina, tan calmada en espera de cualquier reacción u opinión. No tenía mucho que decir al respecto. — Eres dramática, Elizabeth.

— Supongo que Mael te debió advertirte. — Se hundió entre sus hombros sin tener que verle más sorpresas en sus gestos. A este punto, ya no le impresionaba lo tanto que sabía. — Involucraste a varias personas, era demasiada coincidencia, aunque debo admitir que realmente no lo esperaba de ti.

— ¿Aún no lo entiendes? — soltó Meliodas con notoria decepción. — Confío en la desconfianza de Elizabeth más que en nadie. Y podrás conocer bien a Elizabeth como para verla predecible, pero no lo suficiente como para darte cuenta de su perspicacia.

— Y como diría Arthur: lo más satisfactorio del caos es que puedes manipularlo. Pero si lo ves desde mi perspectiva, esto tiene orden.

¿Orden? Era básicamente un plan armado de modo que todas las piezas embonaran con todas las probabilidades. Esto no era orden, era desastre planeado. Sin embargo, las dudas abundaban en cada acción ejecutada.

— ¿Por qué llegar a esto? Simplemente pudiste despedirme, cerrarme las puertas de todos lados y evitar este teatro. — ¿Por qué Elizabeth se molestaría en dar guion y acotación? Tuvo todo en sus manos para destruirla de la forma más despiadada y solo se esmeró en dejarla sin palabras. — Solo preferiste seguirme el juego.

— No tenía una forma de saber que eras tu quien planeó esto, y no iba a usar un poder que no me corresponde para arruinar a otros. No soy ese tipo de persona. — No mentía, desde el inicio sentía una gran lejanía a la subordinación que poseía al contraer matrimonio con Demon que pensar en explotarlo le parecía despreciable. — Además, tenía la esperanza que dejaras de lado tu ambición. — soltó una sosa bocanada y continuó. — La única forma que tenía era dejar que tu sola hablaras frente a Meliodas para que me creyera, por eso acordamos inconformidades entre nosotros. No tenía caso solo nos mostrábamos molestos frente a ti, sabía que lo descubrirías. — Al terminar de explicar, suspiró en alto y alzó los hombros sin despegar la mirada. — No quedó de otra.

— Entiendo... — murmuró — Fue una distracción mañosa. — ¿De qué otra forma cubriría un plan tan elaborado? Fue ingenua al creerla a ella tan inexperta; se confió ciegamente en sus capacidades, se posicionó en lo alto que ignoró los de ella. Ahora estaba de nuevo en el suelo.

— Debo admitir que me sentía incluso celosa de ti, así de tu lazo con Meliodas. — Amplió los ojos y le miró con el entrecejo fruncido.

— Debes estar jugando — berreó. — Ya deja de fingir, me quedó claro que él es muy fiel a ti. — Elizabeth negó con un tambaleo ligero de flequillo.

— No me malinterpretes. En el ámbito romántico nunca sentiría celos, pero sí de tu impecable trabajo. — Admitió. — Me deslumbró la forma tan natural en la que congeniaban que incluso me dio inseguridad mis capacidades en este negocio y en mi utilidad al lado de Meliodas. Me parecían un dúo muy firme que te llegue a admirar por eso también. Pero ve en que terminó. — Y con esa misma sinceridad en su tono de voz, se desmoronó en aflicción reprochable. — Todo por ambición a un puesto que ya no existe. — Merlín estaba sorprendida de su confesión, incluso avergonzada de sus actitudes. No sabía que planeaba la albina con esa afirmación, pero podía admitir que no le dejaba de sorprenderla. — Es algo irónico, pero debo agradecerte por eso. — Arqueó la ceja ante la duda. — De no hacerlo, nunca me habría dado cuenta que alguien con peores intensiones puede hacer por obtener la "señora de Demon". Además, estoy más que aliviada de no tener que valer por un apellido. Considéralo también; no quiero más rivales laborales.

Una sonrisa vaga acompaño su dulce rostro y sus ojos se mantuvieron absorto dentro del silencio. Estaba incomodada, aturdida. Ya no quería más explicaciones ni alardeos en el error de su plan por relevar a Elizabeth; simplemente quería marcharse y no voltear la mirara.

— Con permiso. — Se dio la vuelta y se propuso a retirarse.

— Antes de que te vayas, Merlín. — Los pasos de la pelinegra pararon, pero no se giró para verla. — Quiero hablar contigo mañana a primera hora. No es necesario que renuncies, nadie te va a despedir. Si quieres terminar tu jornada de hoy, está bien; o si lo prefieres, puedes ir a casa. — Y reanudó su camino sin dar una respuesta. Simplemente buscó cualquier otra actividad que le hiciera disolver del mal momento. No lo olvidaría, eso era seguro. Ya sería con el tiempo lo que se haría después de esto.

— ¿Por qué? — curioseó Meliodas una vez estando solos. Su esposa solo suspiró y se dejó caer en la silla con un sabor amargo en la boca. No estaba orgullosa de lo que sucedió, incluso pensó que pudo haber sido distinto y haber sido más directa, pero ¿quién afirmaba que eso le salvaría?

— Quien no corrige un error, hace uno más grande. No volveré esto personal, ella sigue siendo indispensable para la empresa. — No iba a despedirla solo por una rivalidad personal ni mucho menos abusar de una posición que ya no contaba. Quizás era ligera empatía, así como recelo, pero ya había tomado la decisión. — No quiero seguir siendo rencorosa.


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Una duda dudosa xD y agradecería que me respondieran con sinceridad o me den su punto de vista: ¿Han visto (o en algún punto) que la relación del Melizabeth se tornara tóxico? ¿Elizabeth ha mostrado misoginia o machismo contra Merlín? ¿Meliodas ha sido manipulador (en mal sentido) en la relación?

Estoy consiente de las personalidades de los personajes (infantil, jovial, entusiasta, incluso inmaduro), pero me ha entrado la inquietud de que, al ser una historia cliché, quizás estoy abusando mucho de esto y que tal vez estoy colocando a los personajes con actitudes tóxicas de forma indirecta.

Agradecería que me den su punto de vista crítica para mejorar esto y darle un buen cierre a la historia (cuando llegue el momento).

Sin más que decir, gracias por leer y nos vemos en el siguiente capítulo :3

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