Capítulo XL

En menos de un segundo, el furor se apoderó de él. Sentir los labios de otra fémina insistiendo sobre los suyos le retorció un nudo de repulsión e ira en la cabeza que no lo dejó pensar. Solo la tomó por los hombros y la empujó lo suficiente para apartarla enseguida, maldiciendo al asqueroso segundo en que se descuidó y dejó pasar ese yerro.

No. Era más. Un pecado.

— Merlín, ¿por qué mierda hiciste...? — recriminó antes de percatarse de la presencia de la pasmada albina en la puerta, con quien su ira se evaporó en decepción al ver su rostro anonadado. — Elizabeth...

Merlín se tensó al verla quieta, tomándose unos segundos para ver al rubio y luego a ella, y viceversa. Juiciosa, callada, apuntando silenciosamente en el punto débil. Sus ojos asfixiaban con solo mantener unos segundos la mirada. Cualquier reacción era impredecible como temible.

Le recordaba a ella, Isabel.

— ¡S- Señora Demon! — exclamó entre el falso lamento y el miedo. No se arrepentía, pero fue torpe de su parte apresurarse. — Yo no... No es lo que... ¡No es lo que parece! — Farfullaba sudando en frío ya que sus ojos bicolores enfurecieron apenas la vieron vacilar. — Meliodas no...

Elizabeth carraspeó.

— Te creí más lista, señorita Merlín. — De negativas emociones aglomeradas pasó a una tranquilidad inquietante. — No es moralmente idóneo relacionarse de ese modo con cónyuges ajenos, mucho menos en momentos laborales. Si buscabas un ascenso o prerrogativa, existen métodos más efectivos y menos indebidos; a menos que solo seas una ávida arribista sin escrúpulos. — Para sorpresa de la aludida, Elizabeth sonrió. — ¿Por qué no comienzas con los registros pendientes de Camelot? Estoy dispuesta a pasar por alto esta incómoda peripecia

— Lo siento, Elizabeth. No fue mi intención. — Trató de explicar. No pensó las cosas y solo actuó conforme a la impaciencia de su avaricia. — Lo que pasó solo fue...

— No pedí excusas ni una disculpa. Pedí un registro pendiente. — Impuso con una sonrisa irónica. No veía razón para empeorar todo con una hipócrita disculpa. — Y lo quiero para ayer.

— Con permiso. — No podía contrarrestar a esa actitud sin sentirse ligeramente intimidad y avergonzada. Podía sacar su arrogancia a flote y detonar intelecto superficial con tal de dejarla callada, pero su mente en blanco no colaboraba; los argumentos huyeron de la presencia de la albina.

Sin atreverse a revelarse ante la predominante mujer de Meliodas, la azabache abandonó tan pronto el despacho que ni el eco de sus tacones dio tiempo de vocear mientras se alejaba. No volteó la mirada, el rubio seguramente también estaría furioso con ella que temía a la posibilidad que fue sancionada, suspendida, relevada o, en el peor de los casos, despedida.

Una vez solos, los pasos de Elizabeth sobresaltaron al aturdido rubio quien aún no lograba comprender la manera tan extraña de controlar la situación. ¡Le había dado una cachetada de guante blanco! Incluso él podía sentirse ofendido por ella, pero no esperaba menos pese a su actitud.

— ¿No dirás nada, Demon? ¿O Merlín también te comió la lengua? — Meliodas soltó un suspiro avergonzado que no se sentía en la posición de regañar ese tono sarcástico. No le sorprendería si comenzara a sermonearlo.

— Ya has hablado mucho por mí. Honestamente, no sé ni como excusarme. Lo siento. — Por supuesto que la albina tampoco le armaría una escena de reproches y celos; había visto claramente como fue Merlín quien se abalanzó sobre él mientras se encontraba descuidado de su designio.

Estaba molesta, sí. ¿De ese beso? No. Estaba molesta e inquieta por la imprudencia y el cinismo destilando de la escena. Había comprobado su teoría: Merlín estaba muy interesada en el rubio y, claro, estaba aprovechándose de la situación actual entre ellos para acercársele más. Como si pensara que la desavenencia entre ellos se tratara de una invitación de puerta abierta hacia un futuro con Demon.

— Supongo que ahora comprenderás mi inquietud. — Se Inclinó un poco a él, su rostro a la altura del hombre tentando por su respiración desconcertada. Sin embargo, la albina lo tomó posesivamente por la quijada para pasar su pulgar sobre el labio inferior de este. — Quítate eso. Me irrita — dijo refiriéndose al poco pigmento magenta que la azabache dejó en él.

Lo apartó y luego se dio la vuelta para acomodar los legajos que traía consigo, respirando profundo para calmar su temperamento. El rubio chistó en alto al tratar de quitárselo, tallando bruscamente la zona hasta borrarlo por completo, de paso, quitarse esa sensación embriagadora que se negaba a irse como recordatorio para mantenerlo alerta.

— ¿Que ibas a decirme antes de... esto? — curioseó.

— Oh, solo darte esto para que los revises, pero creo que mejor se los daré a Zel. — Caminó a la puerta sin darle tiempo a detenerla. El perfume que Merlín dejó en la oficina era muy fuerte para su sensible nariz, aunque no lo diría ya que estaba siendo más grosera de costumbre.

— Carajo. — Maldijo pasando la mano en su rostro. ¿Cómo no se dio cuenta después de la actitud tan melosa de la mujer?

Mientras tanto en el baño de mujeres, después de lavarse el rostro con agua fría y sonreír vagamente al espejo, Merlín suspiró algo molesta por su actitud recatada en presencia de Elizabeth. Había permitido que su superior le avergonzara; o así quiso verlo. La maldecía continuamente, movía los labios mientras retocaba el maquillaje de sus pestañas, pero ninguna palabra audible salía. Torció la mueca después de volver a pintar sus labios y salió del baño, logrando disimular frente a todos que nada había pasado después de la manera tan abrupta que abandonó la oficina.

— ¡Capitááááán! — tarareó el albino dispuesto a empezar la jornada con entusiasmo y sus ya conocidos malos chistes para hacer bufar al rubio, pero a decir por el gesto de su mejor amigo, la tarde ya iba chueco con él. — ¿Eh? ¿Por qué ese gesto? ¿Otra discusión con tu mujer? — Recibió un resoplido, sin paciencia ni vehemencia.

— No — movió su cabeza de un lado a otro unas dos veces. Carraspeó con enfado. — Solo un desafortunado incidente que solo me tiene hastiado. No puedo dejar de pensar en eso. — Lo recordaba y su estómago se retorcía por tanta cólera. Luego la mirada bicolor aparecía y se sentía como el peor de los hombres. Y aunque ella no le recriminó, él se sentía incapaz de perdonarse.

— ¡Habla, viejo! No creo que sea tan malo.

— ¿Que otra mujer, que no sea tu esposa, te bese sin consentimiento te parece no ser tan malo? — los ojos de Ban se abrieron en sorpresa sin esperarlo. — Para empeorarlo, ¿que tu esposa lo vea? No puedo estar tranquilo con eso. Cada vez me siento peor. — Conociendo a su amigo y su pauta de fidelidad, ya deducía como fue que se dieron las cosas, sobre todo quien fue que lo logró.

— Vaya, no creí que Merlín se atreviera a tanto — desconcertó a Meliodas con esa afirmación. ¿A caso era tan evidente y él tan crédulo como para no haberlo anticipado? — Me parece sorprendente que tú, siendo tan cauteloso y observador, no hayas visto la atracción que esa mujer tiene por ti.

— Yo tampoco. Ni siquiera le he dado razones para hacerle creer que tiene una oportunidad conmigo. Carajo. — Tiró de sus cabellos. Eso explicaba las repentinas inseguridades de la albina, los aparentes celos y el reconocimiento exagerado que tenía sobre el trabajo de la pelinegra. Él también había ignorado el comportamiento meloso de su empleada, creyendo que solo trataba de adular. Pensó que había sido claro cada vez que rechazaba cualquier gesto sutilmente; pero no fue así. Ahora no quería saber de lo que era capaz por albedrío.

— ¿Y Elizabeth como se lo tomó? Digo, ella es impredecible. — Se cruzó de brazos. — Hmm. Me sorprende que sigas vivo y no colgando del edificio. — Tal vez era exagerado, pero esperaba eso y más.

— Muy tranquila, pero sarcástica y algo irritada. No se adelantó a lo hechos ni se alteró. Podría decir que "regañó" a Merlín por sus actos inmorales. — Respondió.

— Debe confiar ciegamente en ti. O quizás ya está planeando tu muerte mientras duermes. — El rubio se tomó con humor esto último. Ya no deseaba sobre pensar la situación o seguramente no podría dormir tranquilamente buscando por tierra y mar como disculparse con su mujer.

— ¿Necesitas algo más? Estoy algo ocupado y ya no quisiera recordar este infortunio. — El contrario asintió.

— Gilfrost confirmó la junta para el fin de semana.

— Eh, permiso, señora Demon. — Junto a su voz vacilante, el golpeteo de la puerta llamó la atención de la albina concentrada. — Tengo lo que pediste. — Elizabeth extendió la mano dando a entender su petición.

Merlín le entregó la labor perfectamente ordenada. Sin embargo, no podía evitar temblar un poco con su mirada jovial, ignorando lo que pasó al inicio de la tarde.

— Oh, Merlín. ¿Por qué tanto miedo? — tal vez hubiese usado un tono burlesco, pero volvió a tener ese timbre tímido y dulce en su voz. Incluso ella pudiese empatizar con Elizabeth y sacarse la burda idea de relevarla, pero su plan ávido era más fuerte que la casta afinidad que compartían. No dejaría de lado esa oportunidad por una amistad que ni estaba planeada.

— Lamento lo que hice. Fue impulso. — Aunque muy en el fondo de ella, realmente disfrutó de su corta mirada celosa y decepcionada al ver el escenario. Claro, no le hubiese molestado intensificar ese beso y llevar a un más lejos la situación, pero bueno, comprobó que Meliodas no tenía intenciones con alguna otra fémina que no fuera su mujer.

Tampoco era un impedimento. Se las ingeniaría para convencerlo con el tiempo.

Salió de sus pensamientos al escuchar suspirar a la bicolor, sin el ánimo de discutir el tema o de llegar a un acuerdo que claramente no se respetaría. Para Elizabeth estaba más que claro que la azabache tenía una especie de atracción hacía Demon y sería inútil pedir amablemente que se borrara la idea o tratar de advertirle que sería ella quien saldría mal parada. Después de todo no era igual que ella, a diferencia de Merlín, Goddess no daría la estocada por la espalda, prefería hacerlo de frente.

— Sé que Meliodas tiene su atractivo, pero en vez de buscar algún tipo de regalía deberías preocuparte por lo que descuidas. — Lejos de ser una justificación para evadir el tema, eso sonó como advertencia. — ¿Se te ofrece algo más o es que también me darás detalles de lo buen besador que es mi marido? — No sabía si eso era ironía o una burla por el hecho que este ni atañido el ósculo.

— Esto. — Respondió entregando otra pila de documentos. — Llegaron los primeros contratos de Twigo. Solo los traigo para que los firmes. — Elizabeth los recibió sin emoción, optando solo por darles una hojeada superficial antes de tomar el bolígrafo y trazar su firma (entre otros datos requerido) en los lugares señalados.

— Meliodas no tiene idea de que firmé esto, mucho menos tiene conocimiento del trato que hice con Twigo. Espero puedas guardar secretos. — Merlín se sorprendió un poco por esto, pero no cuestionó al respecto. Deducía que tal vez era a causa de sus constantes discusiones y la sensación de recelo entre ambos en cada oportunidad que se detenían en llegar a un acuerdo.

— Pero se verá reflejado en los registros de contaduría. Meliodas lo notará en seguida.

— Meliodas confía en ti, claro está. Oh, bueno, un poco menos. — No estaba confiada, pero podía tomarlo a su favor para traicionarla. — Solo será una mentira piadosa. ¿Podrás ayudarme?

— Será una sorpresa para él.

— Quien sabe. Tal vez sorprenda a más de uno. — Se hundió de hombros y regresó los papeles ya firmados. Tal vez se debió detener a leer un poco mejor.

[...]

La mañana en un fin era agradable, sobre todo con un apacible horario laboral. Al menos para Ban, era aliviador ir un poco más tarde, descansado y con la oportunidad de pasar tiempo con su pequeño pelirrubio de casi un año. Estaba inquieto, juguetón, contradiciendo a su padre como si entendiera perfectamente sus gestos.

— A ver, repite conmigo. — Los grandes e infantiles ojos rojos miraron con atención al albino que sostenía la cuchara lista para darle a ingerir. — Pa-pá

— ¡Baba! — balbuceó Lancelot con un puchero. Ban frunció el entre cejo, dispuesto a no darse por vencido. Le dio a comer su papilla con cuidado de que no derramara ni lo escupiera.

— No. Pa-pá — recalcó. — Paaa... pááá.

— ¡Baba! — el niño pelirrubio se soltó a reír al ver el reproche en su padre, quien soltó un gruñido por no conseguir su cometido. Resopló y continuó dandole de comer a duras penas pues, el bebé de vez en cuando se distraía o se negaba a seguir comiendo.

— Cielo... — habló Elaine con una sonrisa, llamando tanto la atención de Ban como el de su pequeño hijo.

— ¡Mama! — exclamó con poca claridad extendiendo sus pequeños brazos a ella, dejando incrédulo al abatido peli blanco. Elaine se soltó a reír tomándolo en sus brazos para poder limpiar su carita llena de puré.

— No puedo creer que aprenda a decir cualquier otra cosa que no sea "Papá". — Resopló mirando los ojitos joviales y hasta burlones de Lancelot que ahora se aferraba a su madre con mucho afán. Incluso soltaba risas y mostraba la lengua como si fuese el peor de los insultos.

— Oh, Ban, aún es muy pronto para que pueda hablar con claridad. Después de eso hablará hasta por los codos. — Terminó de dejar limpio a Lancelot y lo regresó a su silla, dándole la libertad para limpiar el resto del desastre. Sus ojos miel vieron a su marido darle un último sorbo a su café antes de ir a cambiarse la camisa llena de comida por una totalmente pulcra de color rojo.

— Ya debo irme, hadita. Prometo llegar temprano para hacer la cena. — Su esposa le vio enternecida. — ¿Diane y King vendrán a acompañarnos?

— Dijeron que sí, pero no es necesario que cocines. Debes estar muy cansado después de una semana ajetreado. — Ban negó dándole un beso en los labios y una acaricia sobre su coronilla.

— Vamos, no es una labor tan pesada. — Soltó una carcajada y sacudió la cabellera de su pequeño. — Nos vemos en la tarde. — Aunque ya deducía que ese día sería muy mal recibido una vez el pie puesto dentro de la empresa.

— Llegas tarde. — Con notable mal humor, Merlín lo recibió en el pasillo. — ¿Tenemos asuntos importantes que atender con Gilfrost y tú te das el lujo de llegar tarde? ¿Cuál es tu excusa? — el albino soltó una bocanada ante su cruzar de brazos.

— Buenos días a ti también, Merlín — dijo, antes que nada. — Y no tengo excusas. Solo llegué tarde porque así me lo permitió el capitán. Pero creo que esa es una explicación que no te concierne escuchar.

Incluso su actitud jovial resultaba estresante para Merlín. La razón incluso era ridícula, predecible y hasta absurda: Meliodas se mostraba lejano y más indiferente que de costumbre. No podía estar a más de un metro y si lo estaba, este solo fruncía el ceño ligeramente sobre sus ojos oscuros, como si de una advertencia se tratara. Se alejaba de ella, sus claras señales eran más recalcadas, incluso evitaba cualquier coincidencia fuera del trabajo; lo más cercano que podía estar era en las juntas. Era profesional, nunca mezclaba sus disturbios personales con los laborales.

Antes de que se atreviera a contradecir de ese privilegio que presumía, las voces de la pareja Demon se acercaban cada vez más a ellos. Se les escuchaba neutrales, incluso reían y se lanzaban miradas que solo ellos sabían interpretar. El maridaje que acostumbraban presumir detonaba de tal forma que hacía ver los desacuerdos anteriores como un simple espejismo.

— Entonces terminaré de darte los reportes la próxima semana y todo esto habrá terminado. — Afirmó la eufórica albina al lado del rubio mientras posaba su mano derecha sobre la apenas perceptible hinchazón de su vientre.

— Sé que lo tienes resuelto, pero, hasta después, ¿qué haremos con las vacantes? No pueden estar inhabilitadas — curioseó el más bajo. Elizabeth lo asimiló por pocos segundos antes de alzar sus hombros con obviedad.

— Empleados de intercambio. Abrir entrevistas. — Sus ojos bicolores giraron a ver el inicio de una discusión entre el albino y azabache. — Buen día, Ban. Merlín. ¿Por qué esos rostros?

Diferente a lo que esperaba, Merlín permanecía en silencio buscando cruzar la mirada con los verdes, pero este poco sostuvo el contacto. Por otro lado, Ban evadió su pregunta para enfocarse en lo que llamó su atención.

— Buen día, Elizabeth — Saludó algo desconcertado pues, no era la primera vez en la semana en que se les escuchaba sospechosamente jocosos para después mostrarse en constante guerra frente a los demás. — Escuché... ¿vacantes? — curioseó.

— Meliodas y yo hemos pensado en abrir oportunidades a los negocios pequeños por medio de un método más satisfactorio. — Comenzó la albina. — Pero es un proyecto que aún estamos detallando, así que aún no hay concepto sólido. Por ahora, es información clasificada. — Terminó de explicar con una sonrisa dudosa que despertaba la curiosidad; una que no sería saciada próximamente.

¿Ahora que planeaban?

— Solo puedo decir de antemano que habrá muchos relevos como intercambios. Pero esa es una conversación que retomaremos con calma en otra ocasión. — Agregó el pelirrubio. — Por ahora tengo que atender a Gilfrost. Vamos Ban. — Soltó una bocanada y le hizo un gesto al aludido. — El presidente de la corporación no tardará en llegar.

Ban asintió y le siguió, sin antes entrecerrar los ojos al escenario entre la pareja: ahora se miraban con seriedad y se daban indicaciones al azar. Parecían estar de acuerdo al desacuerdo. Elizabeth pasó por alto la mirada de su marido y se retiró al llamado de su teléfono. Era su cuñada, Gelda.

— ¿Gelda? ¿Qué tal has estado? ¡Tanto sin hablar! — la rubia detrás de la línea soltó una risa al ser recibida con euforia. Tanto tiempo tratando de comunicarse con ella y pocos los momentos disponibles para hacerlo, hasta ahora.

" Puedo decir que mejor que nunca, pero es algo de lo que me gustaría compartir contigo en persona. Estoy tan emocionada que una llamada no basta, además de que el tiempo falta." Respiró hondo después de soltar todo de golpe. " ¿Te parecería bien un día de compras? Realmente lo necesitamos, y tú también. Conociéndote, seguro no te has tomado un tiempo para descansar."

Elizabeth mordió su labio inferior. Su cuñada no se equivocaba con su afirmación pues, prácticamente era Meliodas quien le terminaba frenando en sus labores ya que ella no se percataba de las horas en las que pasaba encerrada con el trabajo. Un descanso era suplicado por su mente

— Me encantaría, pero ahora me atrapas en un momento muy difícil. — Miró con reproche la pila de pagarés pendientes.

" Puedo imaginarlo. " Tosió un poco para dar pasó a una voz más abrumada y seria. " Zel me contó que tu relación con Meliodas se ha deteriorado estos últimos días. ¿Está todo bien entre ustedes? Me han llegado rumores por fuera que discuten constantemente."

— Si, solo un mal momento. Todos tenemos nuestras discrepancias. — Quería terminar con todo y decir la verdad. Terminar con Meliodas esto que inició y estar tranquila; sin embargo, no era el momento. — Estoy algo... molesta para hablarlo.

" Era extraño que no tuvieras la confianza de decírmelo. Tu trata de estar tranquila. Recuerda que es primordial para el retoño. " Elizabeth soltó una risita por su regaño, negando un par de veces. Había tomado sus cuidados y fármacos recetado, así como todas las recomendaciones impuestas por Sennette.

— Puedes estar tranquila. — Su privacidad fue invadida por la presencia preocupada de la azabache, quien tenía unos registros plasmados en hojas. — Quisiera seguir hablando de esto, pero tengo que colgar, Gelda. ¿Nos vemos la siguiente semana? Tendré libre el siguiente jueves.

" Perfecto. " Exclamó.

— Hasta entonces. Estaremos en contacto. — Y Terminó la llamada para atender a la mujer. — Creí que estarías con Meliodas. ¿Sucede algo?

— Si. Bueno... — soltó una bocanada —... la verdad es que he revisado las últimas cuentas y he notado que hay un notorio gasto fuera del rango. Dinero falta en la cuenta de empresa — Elizabeth revisó meticulosa lada cifra, cada fila, cada detalle. No estaba mintiendo.

— ¿Algún error? ¿Algo qué quizás hayas notado fuera de lo común? — negó con la cabeza.

— Para nada. La cuenta no tiene usuario ni dirección. — Sus labios se apretaron pensativa, fruncía un poco el entre cejo tratando de averiguar qué era lo que causaba el descenso.

— Tranquila, me encargaré de esto. Es algo leve, así que me encargaré de analizarlo. — Dijo con tranquilidad pensando que, como era una cifra pequeña, podría reponerlo más delante sin ponerse en sospechas.

— Pienso que deberíamos comentárselo a Meliodas. — Rápidamente negó.

— No. Ni una palabra a él. — Advirtió. De por sí la situación tenía su confianza tambaleándose de una cuerda, esto sería la ventisca que lo derrumbaría.

— Entonces, ¿estamos de acuerdo? — después de discutirlo por casi una hora, otro trato se había forjado entre los hombres; esta vez bajo estrictas condiciones y advertencias.

— Y una vez más lamento el incidente con mi hija Vivian. — Dijo el hombre apenado. No entendía como es que Demon no guardaba rencor por igual después de ese accidente que provocó su sucesora.

— Tiene una orden de restricción, pero no tolerare alguna ofensa más. — Meliodas torció una mueca. —Por favor, evite que ella se apropie de la capital o esta sería la última vez que reciban apoyo de nuestra parte. — Gilfrost dio un asentimiento, se levantó de su lugar y tomó su maletín.

— Con permiso. — Dijo para posteriormente retirarse, siendo acompañado por Ban, dejando a los hermanos en un tenso ambiente.

— Estas de mal humor, de nuevo. — Afirmó Zeldris por la fachada de su hermano quien no respondió ni miró por estar divagando. — ¿Te animaría salir a tomar un trago? — Esperando una respuesta directa, solo fue una mirada y un suspiro.

— No creo que tenga ni la energía para beber, Zel.

Lo vio calmado, pero tenso. Muchas cosas le inquietaban, de nuevo estaba reteniendo sus sentimientos para evitar exponerlos. No podía pasar por alto la razón evidente que le causaba todo este desosiego.

— Sé que solo he estado hablando de esto, pero discutir a diario con Elizabeth te ha agotado tanto. — El rubio alzó la ceja. — Ya, porque no lo resuelven y listo. Es mejor si solo se ponen de acuerdo...

— Solo quiero terminar con este teatrito. — Soltó de golpe sorprendiendo a su hermano. En pocos segundos se dio cuenta de lo que había dicho. — ¡Agh! Ignora lo que dije. No es lo que quise decir. — Pellizco el puente de su nariz, recriminándose mentalmente por lo que dijo y el tono fastidiado que usó. — Creo que es en lo único que hemos estado de acuerdo: ni uno ni el otro puede continuar esto.

No lo entendía. ¿Qué desacuerdo? ¿Qué los había llevado a actuar de esa manera? La indiferencia era cada vez más notoria ahora, su hermano decía que ya no podía.

— ¿Te das cuenta que por tu indiferencia te estas perdiendo de lo que realmente importa? — Estaba consciente de eso, pero ahora se enfocaba en recalcar que poco le importaba.

— El que discuta con ella no significa que me deje de preocupar. — Medio sonrió y relajó sus hombros sobre el respaldo de la silla. — Mejor terminemos de agendar la próxima junta y vayamos a la cafetería por un café. — Golpeteo su hombro.

[...]

— Dios, ¿por qué no te cansas de pedir tanto? — Le reprochó a su pequeño estómago a la vez que le daba un gran mordisco a su su pastelillo esponjoso, dejando que la cobertura azucarada manchara sus labios. — A este paso no vas a caber. — Terminó de comer y suspiró satisfecha. No podía evitar darse una ración de azúcar tres veces por semana, pero la ansiedad venía y llegaba de repente sin quererlo.

Recogió la envoltura, limpió sus comisuras y área de trabajo antes de volver a prestar atención a los pendientes sobre el escritorio. Posteriormente, igual que la última vez, Merlín entro sin pedir permiso y con falsa histeria.

— Elizabeth. Te estás tomando esto muy a la ligera. — Regañándola al verla relajada e irresponsable, dejó caer la hoja de los últimos registros. — Mira esto. La cifra va cada vez más arriba mientras las finanzas de la empresa están decayendo. Si no paras esto, todo podría...

— Podría tratarse de algo que se puede solucionar sin problemas ni exageraciones. — Dijo algo desinteresada ladeando una mueca, expresión ya predicha por Merlín. Aun así, no quitó la angustia de sus ojos

— Si esto tardara meses quizás podríamos ser cautelosos y volver a equilibrar los números, pero no puede ser posible que en una semana la suma se triplicara. Es como si...

— ¿Fraude? — asintió. — ¿Crees que alguien aquí puede estar detrás de esto? — Fue graciosa la manera en que entrelazó sus dedos para posar su barbilla y mirarla a los ojos, notando como la colocó en la lista de sospecha. Bufó. — A ver... ¿Crees que sería muy obvia para intentar una jugada así? Lo menos que me falta es estabilidad económica y realmente no me interesa tener posesión de todo esto.

— No, pero quizás puedas estar involucrada indirectamente. — Sugirió la contadora. — Elizabeth, has estado firmando todos los documentos de Twigo sin leerlos. Arthur te convenció de firmar sin analizarlo por cuenta propia, ¿eso no te parece sospechoso?

— ¿Qué me dices de ti, Merlín? Tu misma los trajiste a mí. — La aludida luchó por mantenerse serena y no demostrar que eso le había caído como balde de agua. — Es algo poco contradictorio, pero te pone en la mira.

— ¿Por qué arruinaría mi carrera de esa forma? — Trató de sonar segura y convencida. Elizabeth suspiró optando por evadir un cuestionario.

— Bueno, no necesitamos buscar culpables por ahora. Solo necesito unos días más y pondré fin a esto. Tráeme todos los documentos que se anexen a este contrato. — Aliviada de salir de duda, Belialuin asintió sin rechistar. Por el contrario, la mirada opaca de la albina se perturbó con sus pensamientos. "Lo siento Meliodas, pero esto va a terminar antes de lo pensado".

— ¿Arthur sabe algo? — curioseó antes de ir por su encargo.

— Voy a hablar con él. Debo informarle el proceso. — dicho esto tomó el teléfono y buscó el contacto de su primo, buscando consolidar lo que comenzaron.

Su tenue preocupación, la manera en que se refugiaba en una discusión con el chico peli naranja fue la satisfacción de la ágil contadora que ahora se marchaba con una sonrisa ganadora.

— Solo un empujón. — Musitó. — Un empujón más y caerás con todo y tu ilusa arrogancia. — Sabía que no faltaba poco para postrarse en el pilar que sostendrá el peso quebrado de la empresa y Elizabeth no tendría más razón qué renunciar o ser relevada de su puesto.

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