Capítulo XIV
Perdón la tardanza; mi Internet falló un poco.
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— Bien... — le soltó por un momento algo atormentada por la curiosidad de su cónyuge. — ¿Qué quieres mostrarme, Eli? — La aludida tragó saliva.
Sus manos buscaron torpemente dentro del cajón a sus espaldas, tomándo el objeto alargado en sus dedos temblorosos, escondiendolo detrás de ella de la mirada esmeralda.
Solo tuvo un instante para pensarlo, pequeños segundos para decidir sobre las ventajas y desventajas; aceptar los cambios y giros sobre su vida en el matrimonio con la llegada de un tercer integrante, arriesgarse sobre sus sentimientos y aceptar la responsabilidad. Estaba dispuesta.
— ¡Ten! — Al mismo tiempo que le extendió el objeto cerró firmemente sus ojos, opacandose en un sonrojo de vergüenza. — Q-Quería que vieras esto. Es por eso que me he sentido tan incómoda. — Meliodas, algo confuso lo tomó sin mostrar algo más que... indiferencia. Ni el tiempo se tomó para hablar al respecto. —Di algo, por favor.
Su silencio era abrumador y hasta muy lejano de lo que esperaba de él. Lo escuchó soltar un suspiro.
— Eh, honestamente no sé que decir al respecto. — Respondió hasta cierto punto frustrado. ¿Eso era lo que le preocupaba? Sabía que era algo paranoica, pero esto era una exageración.
Elizabeth se vio molesta por debajo de sus párpados. Ahora menos que nunca se negaba a ver su muy segura faceta de desprecio.
— Sabes bien lo que es, ¿no? — Los ojos verdes rodaron. Esto iba para otra discusión sin sentido y todo por culpa de esto.
— Estoy consiente, pero ¿Qué quieres que te diga? No es algo importante. — Fue el golpe en el pobre corazón desolado de la albina. ¿Cómo fue tan ingenua al creer que él cambiaría un poco por su hijo?
Sus ojos comenzaron a inundarse.
— ¡¿Cómo puedes decir algo así?! Eres un maldito insensible. — Meliodas se vio un poco alterado por su reacción explosiva. ¿Qué le sucedía? ¿Por qué repentinamente estaba molesta?
— Y según tu porqué debo tener empatía por... — vio el objeto con desagrado. —¿Esto?
Fue suficiente, no seguiría humillandose frente a su imparable apatía. Su mirada fue una caldera hirviendo en dolor y desilusión, si así era su postura: necia, desinteresado e indiferente, no tenía caso ser insistente para lograr ser alguien en su vida.
— Eres un...un... —; sin embargo, sus ojos se ampliaron en un disgusto sorpresivo y una confusión en sus ojos al ver que en las manos del rubio no estaba la prueba. — ¿Un cepillo de... cabello?
Meliodas pestañeo de cierta forma asustado, hace un momento estaba lanzando llamas por los ojos y ahora estaba... ¿avergonzada? Más que eso, no solo empezó a creer que era la peor persona del mundo, le había reclamado sin causa aparente solo por darle el objeto equivocado.
Debió ser eso. Se encontraba tan nerviosa buscando el pequeño dispositivo en su cajón qué sus manos confundieron con las demás cosas en el interior y terminó dándole un maldito cepillo de cabello.
— ¿Para qué quieres que vea un cepillo? Sé que no suelo peinarme durante largas horas como Zeldris, pero podrías ser más directa. — Trató de aligerar el tenso ambiente entre ambos rascando su nuca con temor a cualquier otra reacción sorpresiva de su parte.
— Eh... esto... — titubeo en horrible bonchorno. ¡Arruinó el momento! Y por si fuera poco, empezó a creer que era el peor espécimen en el mundo.
— Estás muy rara últimamente. Toma. — Le extendió el cepillo devuelta tratando de ignorar lo sucedido. — ¿Eso es lo que querías mostrarme realmente? — Volvió a cuestionar, esperando que esta vez no fuera un juego.
¿Qué debía hacer? Decírselo ahora que hizo literalmente el ridículo y reclamarle por culpa de un cepillo... Era mejor esperar más de rato o correría el riesgo que pensara que era otra broma de mal gusto.
— Si... es que creí que... — jugueteo con el cepillo en sus manos, pasándolo suavemente sobre el par de mechones del más bajo, dejándolos encimados, pero poco pasó para que ese par sobresaltara nuevamente a su lugar. — ¡Uy!
Meliodas frunció el ceño soltando una bocanada.
— Estás delirando mucho. — Antes de poder preguntar más al respecto, el teléfono sonó un par de veces, pero este no respondió en seguida.
— ¿No vas a contestar? Puede ser importante. — Logró decir nerviosamente por su mirada rígida.
— No sin antes que me digas. ¿Qué tienes? ¿Por qué tan alterada? — pese a su tono suave de voz, el bullicio del teléfono sonando era estresante.
— Deberías responder la llamada. ¿Si es algo urgente? — Insistió en desviar la atención.
— Lo único que me urge eres tú. — ¿Por qué era necia? ¿Por qué no podía hablar? Soltó un suspiro apretando los labios.
— No es que no te tenga confianza, pero hay cosas que es mejor solucionarlas internamiente antes de involucrar a otros. — Meliodas no cuestionó más.
Muy distraída y estresada; respetaba su espacio y no insistiría en entrar en ese límite.
— De acuerdo. Dejaremos esto para otra ocasión. — Elizabeth suspiró de alivio, sonriendo ligeramente.
— Gracias. — No dijo más, dio la espalda y tomó el teléfono para atender al insistente en su ya cuarta llamada perdida. «¡Pero que torpe, Goddess!»
[...]
Fastidioso, eso era lo que le parecía la acción de seguir obsesivamente al joven matrimonio cada vez más de cerca, analizando cada probabilidad, cada posibilidad en que tomaban rumbos separados... Cada vez más era más terca, cada vez se convencía qué era una pérdida de tiempo.
— ¿No crees que ya fue suficiente? Estamos en una vista muy directa. — La mujer de cabello rubio resopló ante la impaciencia de Mael.
— Tranquilo, esto lleva tiempo. — Comentó con desquicio. — Al final, cuando esa odiosa de Goddess haya firmado el divorcio con Meliodas me lo agradecerás.
En cambio, el ojizarco cada vez cambiaba de opinión y no porque se resignó a perder el capricho por esa hermosa mujer de cabellos de plata; muy en el fondo tenía una corazonada que esto iba más allá de la obsesión por un derroche imposible, un sentimiento que le hacía cuestionarse constantemente, ¿Qué querían lograr?
— No me has dicho... — relamió sus labios, analizando a Vivían qué mantenía su mirada en la oji bicolor que iba acompañada de su pareja. — ¿Qué es lo que realmente quieres lograr al lado de Meliodas?
Con cierta expresión de ambición y ojos bizarros de avaricia le miró, dándole un panorama de su capricho.
— La atención que recibiré, claro. — Respondió con voz quisquillosa. — Elizabeth no da mucho de que hablar y es un verdadero desperdicio. En cambio yo sé cómo mantener a los medios comiendo de la mano.
Pero esa respuesta no fue convincente para Mael.
— ¿Qué hay de la labor siendo "La señora de Demon"? Debe ser un trabajo arduo como complejo mantener el status socioeconomico de la empresa. — La fémina carcajeó ligeramente por si ingenuidad.
— No seas estúpido, querido. Yo no tengo ni el conocimiento básico para mover una empresa. Eso es algo que poco me importa, además ya a es papel de alguien más.
— ¿Y podría saber de quién? — soltó otra risa pizpireta mientras negaba.
— Haces muchas preguntas. Tu solo encargate de ganarte a Elizabeth, pronto no habrá estrategia que se escapé de las manos y que ella pueda controlar. — podía adivinaron fácilmente, solo era cuestión de encontrar ese punto débil y estaba segura que cada vez se acercaban más a él.
Mael, por su parte, no dejaba de pensar, ¿Quién era esa mente maestra detrás de la señora de Demon y cual era su objetivo? De algo estaba más que convencido: Elizabeth caería, pero no lo suficiente para volver a dejarse manipular, ella encontraría en el suelo como volverse a levantar y eso, le encantaba.
Si esa mujer no volvía a sus brazos, daría sobre aviso que esperaría pacientemente a su caída definitiva.
Mientras tanto, Meliodas soltó un cotidiano suspiro una vez en la oficina; se acercaban días importantes como de ardua atención; la reunión con Pandragon, por ejemplo.
— Como siempre, Zeldris llega tarde. — Añadió al silencio.
— Tal vez tenía un asunto importante o algo. — Alzó los hombros la oji bicolor en un intento de excusar la ausencia de su cuñado, a la vez que trataba de ignorar el nerviosismo interno.
No pasaron más de cinco minutos antes de que otra fémenina hiciera su presencia en el área de labor. Con una sonrisa y un porte de inferioridad que dejó a Elizabeth algo inquieta.
— Buen día, señor Meliodas. — Usó una voz neutral y sutil que engañaba fácilmente. El aludido sonrió ligeramente.
— Buen día. Creí que no tendríamos muchas formalidades, Merlín. — Soltó una pequeña risilla, gesto que alertó los sentidos de su cónyuge; esa familiaridad en tan solo un saludo le alentaba en su cabeza. — Ya conoces a mi esposa, Elizabeth.
— Señora de Demon, ya no hemos presentado. — Su mirada ámbar no delataba dobles intenciones ni traición en su voz.
— Con Elizabeth, solamente. — Contestó rápidamente. — Me siento algo cohibida si solo me dicen "señora de Demon".
— Ella es la contadora que me ayudó con los papeles en América en la caída de las cifras. — Comenzó Meliodas intercambiando miradas con la peli negra. — Gracias a ella pude restablecer los números. Es un alivio tenerla aquí en estos tiempos fríos.
— No sea halagador, Meliodas. Siempre has hecho un gran trabajo y creeme que me sorprendió tu habilidades de mantener a flote los número. — Aludó de vuelta, dando un punto de partida a una conversación alrededor de los negocios hechos en ya dicho continente, dejando a la albina con un pensamiento ajeno.
¿Tan buena comunicación tenían para el campo laboral? Sobre todo, en poco tiempo... ¿Por qué eso le hacía sentir un cero a la izquierda?
— Lamento la tardanza. — Para su alivio, Zeldris llegó con un gran humor que resaltaba en si actitud jovial.
— Creí que vendrías más tarde.— Añadió su hermano mayor con ironía, misma que ignoró para enfocarse en las mujeres.
— Buen día, Merlín. Hola, Elizabeth. — Distinto a su humor, esta respondió al soltar un resoplido con desdén.
— Hola, Zel. — Meliodas carraspeó, llamando su atención.
— A ver, a ver, a ver; la comparativas de las ganancias entre los inversionistas y las extensiones han aumentado considerablemente hasta un 4%. Entiendo que este trimestre ha ido mejor, pero no quiero fallas... — Dicho esto, extendió un legajo a su hermano con un fajo de documentos correspondientes. — Zeldris, Elizabeth. Verifiquen los porcentaje de las extensiones y sucursales.
— De acuerdo. — Dijo Zeldris revisando el contenido de las mismas. Suspiró. — Esto será pesado. — Le murmuró a la oji bicolor.
— Merlín y yo supervisaremos el interno. — La mencionada no tardó en acercarse al rubio con una sonrisa.
— Me parece perfecto.
[...]
Incómodo, eso era el ambiente desde la mañana; se sentía aún peor ahora que el turno vespertino iba comenzando. El ruido, el bullicio de algunas voces, la llamadas... su cabeza taladraba sin perder su punto de vista.
Mientras su percepción se agudizó en las hojas de gráficas, también lo hizo al momento de mirar de reojo a su marido con la peli negra. No podía evitarlo, ambos se veían naturalmente fluidos al momento de trabajar; no había problemas entre ellos, tal cual eran calmados, serenos y directos, sin distinciones. ¿Por qué era distinto con ella?
Ella interrumpía con algún comentario, agregaba algún chiste malo para verlo fruncir el ceño, lo escuchaba exclamar sus regaños y verlo inquieto, pero con ella... estaba tranquilo que su pierna empezó a moverse ansiosamente por ir en su dirección e hacer algunos de sus juegos.
Un dolor de estómago invadió su vientre.
Oprimiendo el quejido de sus labios, se levantó de su lugar.
— Elizabeth, ¿a dónde vas? — cuestionó Zeldris en bajo.
— Al baño. — respondió. — No tardó. — El menor de los Demon continuó las últimas inspecciones de esa jornada, por suerte; pero Meliodas siguió a la albina con la mirada hasta que se perdió en la puerta.
[...]
— Hmm. — suspiró cabizbaja frente al espejo del baño. Estaba algo molesta y hasta cierto punto, intimidada por la cercanía de Merlín con su rubio, pero ¿por qué? — Quizás sea por lo de la mañana. — Tal vez, se convencía.
Tras esa torpeza cometida en la mañana no había estado tranquila; era un peso muy grande lo que guardaba, por lo que se le hizo sencillo creer que su inquietud se debía a eso y no por terceros. Estaba entrelazando hechos e imaginando situaciones.
Dejó de pensar y salió del baño, dispuesta a regresar a su labor sin ningún ánimo aparente.
— Hola, Elizabeth. — se encontró al albino de ojos rojos llegando frente a ella con una actitud nula. —Pareces algo estresada. — Rodó los ojos.
— Lo estoy.
Ban no era tan ignorante, sabía de la contadora que acompañaba a su mejor amigo en esos instantes; él mismo se lo confirmó, pero era obvio que alguien brillante como ella llamaría la atención, o en estos casos, la roba.
— Espero no sea por la nueva contadora. La señorita Merlín me parece. — Los ojos de la joven se ampliaron por su mueca burlesca.
— Ban... ¿Acaso no tienes trabajo que hacer? — Gruñó.
—Ya suenas como el capitán, pero ni quien le haga caso. — Esta vez soltó una sonora carcajada qué solo hizo a Elizabeth querer marcharse en ese instante; sin embargo, tantas emociones juntas la aturdieron en un mareo. — Hey, estás bien.
— Si. — respondió rápidamente agitando la cabeza, pero el de ojos carmín no se convenció.
— Seguro ese capitán insensible te exige de más. — Musitó a regañadientes. — Pero ahora lo arreglamos. — dicho esto se encaminó a la oficina del mencionado Demon para reclamarle al respecto.
— Espera. ¿A dónde vas? — Sobre reaccionó enseguida siguiéndolo.
— A reclamarle a ese rubio. — Torció una mueca. No podía permitir que lograra su cometido.
Suficiente de sus dolores y su actitud despistada; si le decía de su mareo Meliodas no dudaría en llevarla, aunque sea arrastrando los pies, al consultorio más cercano. La descubría y que le estuvo mintiendo todo este tiempo, jamás se lo perdonaría.
— No, en serio estoy bien. — Lo detuvo con dubitativa.
— ¿Segura? — arqueo la ceja.
— Si, es que... — «Piensa, Elizabeth». Suspiró en bajo. — Tienes razón. La actitud tan cercana entre Merlín y Meliodas me ha dejado algo... aturdida, inquieta; es como si...
— Estás celosa. — confirmó. — Celosa de Merlín, ¿no? — la de ojos bicolor, azul y dorado, se cruzó de brazos con indignación.
— Claro que no. Apenas la conozco. — Ban no evitó reír por esto, olvidandose completamente del escenario anterior. — Ya debo irme, estoy retrasandome mucho.
Sin dejarlo decir algo más, Elizabeth regresó a la oficina al cabo de unos segundos .
— Tardaste mucho. — Mencionó el rubio que recién terminaba de acomodar los papeles ya hojeados.
— Lo siento. Me quedé charlando con Ban. — se excusó.
— Tu tranquila. — Siguió el oji verde contrario dejando su fajo en el escritorio. — Hemos terminado con esto; puedo descansar un rato. — Soltó un largo bostezo.
— Bueno, iré a dejar esto. — Informó la de ojos ámbar tomando las hojas, lista para marcharse. — Con permiso.
— Propio. — respondió la albina con ligero escalofrío recorriendo su cuerpo cuando esta paso a su lado. Una mala sensación le provocaba sin razón aparente.
— Bien... — fue turno de Zeldris de estirarse un poco después de horas sentado en la silla. — Si me disculpan yo tengo más trabajo que hacer en mi oficina. Me retiro.
— De acuerdo. Recuerda revisar los correos que Melascula envió. — Asintió y posteriormente se retiró con un derroche de abatimieto.
Por fin; lo que necesitaba para calmar su hiperactividad.
— Ha sido una mañana muy exigente, más de lo normal. — comenzó con un idea en mente. — No crees que podríamos tomar un descanso.
— Solo administrare algunos pendientes para aligerar el trabajo. — Respondió sin percatarse de las intenciones pecaminosas de su esposa y es que, después de la frustración que le causó el extraño compañerismo de Merlín, una urgencia por ser el centro de atención del oji verde se apoderó de ella.
Quería que le hiciera sentir única en su vida.
— ¿Tomará mucho tiempo eso? — cuestionó a la vez que tomaba asiento en su rezago logrando su primer objetivo: su completa mirada en ella.
— Eli... Ya te he dicho que eres muy pesada, quítate. — Distinto a su firme exigencia, el tono de su voz era suave y algo tentado por su dulce cercanía, gradualmente relajador para su agobio.
— Hmm, no parece incomodarte. Estás muy alterado, seguro fue una mañana muy pesada. — Jugueteo con un desliz en su nariz con el índice, mismo que se aventuró sobre su camisa.
Podría fácilmente quitarla de sus piernas, pero sus manos se mantuvieron fieles en sus caderas cerca de su entrepierna.
— Elizabeth... — Maldijo internamente, no podía controlarse con ella y menos quedarse quieto cuando ella pedía algo traviesos en silencio. — ¿Te parece ir a almorzar afuera después de que termine esto? — Trató de desviar sus intención, pero ella deslizó su mano por su pierna, dándole un grato escalofrío.
— Me gusta más estar aquí. — Hizo un mohín de reproche.
Meliodas se dejó influenciar por sus ojos pizpiretos, su sonrisa que lo invitaba a cumplir sus caprichos y tenerla entre sus brazos; sin embargo, se rehusaba a caer en las tentativas.
— Si estuviéramos en casa ya estuvieras gritando mi nombre. — Le murmuró en un tono ronco, jadeando al sentirla removerse sobre él.
— Pero ahora te toca susurrar el mío. – se burló.
— Eli... — Pero antes de tener un deseado contacto con su mujer, antes de que pudiese besarla con urgencia... la puerta se abrió abruptamente por Merlín y Deldrey (quien estaba apenada por la interrupción de la primera); obligando a ambos a tomar distancia de sus rostros.
— Meliodas, tengo el... Oh, ¿interrumpo? — El rostro de la peli negra cambió repentinamente de tranquilidad a una fría serenidad al ver a la albina tranquilamente sentada en el rezago del avergonzado rubio.
— Claro que no, Merlín. ¿Ocupabas algo? — Cuestionó con tranquilad, levantándose de su lugar dejando a Demon ansioso por el vacío.
— Meliodas me pidió esto. — Le extendió los papeles que Elizabeth recibió sin rechistar, pero sin notar la mirada engañosa de la más alta. — Y con esto es todo ¿no? — Demon suspiró.
— Déjanos revisar esto, luego te aviso. — Merlín no se molestó más en seguir estando en ese ambiente incómodo, simplemente se retiró a su puesto laboral.
— Lamento la interrupción, Señor Demon, pero tiene que comfirmar éstas reuniones del siguiente mes. — Indicó dejando en el escritorio un tablero.
Meliodas suspiró, tirándole una mirada discreta a su esposa.
— Deldrey, esto nos llevará toda la tarde. Que nadie interrumpa.
— Si, señor. — Accedió sin cuestionar; después de todo, no era la primera vez que se lo pedía. Cuando se trataba de trabajo largo, el rubio pasaba por largas horas encerrado en la oficina sin nadie que saliera o ingresara.
No pensó que esta vez tendría otras intenciones.
En cuanto la mujer de coleta verde salió de la oficina, el rubio no tardó en acercarse a la peli plata con una intención en mente.
— Bueno, tu lo querías. — Murmuró antes de acorralandola contra el escritorio con una mirada penetrante que hizo a Elizabeth morderse el labio inferior.
— ¿Qué planeas, Demon? — cuestionó juguetonamente aferrándose a la orilla de la superficie al verlo retirar el saco para dejarlo en la silla.
Sus ojos verdes no perdieron de vista su inquietante respiración, como suspiraba dulcemente con sus tentadores labios entreabiertos y sus ojos cautivos a sus manos que aflojaban el nudo de su corbata roja.
— Mantener tus manos quietas, preciosa.
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Bueno, como es tradición de 1k ☆, les dejaré hacerme una pregunta y yo solo respondo a "si" o "no". Ojo que no voy a responder a preguntas abiertas.
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