Capítulo XI
Los rayos del sol se asomaron ligeramente, la claridad volvió a la habitación donde el matrimonio dormía con tranquilidad hasta que la albina comenzó a pestañear suavemente con cansancio, estirando su cuerpo sobre las sábanas.
Una vez que su vista y cuerpo retiró la fatiga, su mirada buscó la del rubio, encontrándolo dormido dándole la espalda. Una la que se veía tentada a tocar y arañar ligeramente mientras lo tenía encima de su cuerpo.
Sus mejillas se tiñeron en rojo por el pensamiento. Tan decidida a encimarse en su cuerpo y enterrar sus uñas; sin embargo...
— Huh... — su estómago se contrajo, dándole una sensación de asco que no podía ignorar. — Hum, ugh... — no perdió tiempo en tirar las sábanas y levantarse rápidamente de la cama y correr al baño, siendo el inodoro su recipiente para devolver lo que había ingerido la noche anterior.
Extrañamente se entusiasmo con la comida y pidió más de lo que su estómago soportaría con la excusa de: "No comí todo el día"; algo que para Meliodas no le fue algo de otro mundo. Sin embargo, ahí estaba regresando todo.
Las arcadas de su garganta no paraban, sus ojos lagrimearon y sus nauseas continuaban por un breve rato hasta que pudo contener su estómago y bajar la palanca del agua.
Tosió un poco antes de juntar agua entre sus manos y enjuagar su boca del asqueroso sabor ácido, pasando a echarse un poco en el rostro para aclarar sus ideas.
— Ew... definitivamente no son los nervios. — En vano, por este tiempo solo tenía esa excusa por no querer aceptar los cambios en su cuerpo; sin embargo, no podía seguir mintiendo a pesar de un creciente miedo. — Un baño me ayudará a aclarar la cabeza.
No lo pensó más, estaba mareada y asqueada, lo menos que quería era dar explicaciones.
Tomó la toalla, se despojó del camisón y se adentro a la ducha buscando que el agua cálida relajara su cuerpo, aislándose en su burbuja que poco a poco se inundaba de preocupaciones.
Mientras tanto; gruñendo en bajo y buscando la comodidad, Meliodas se removió en su lugar, buscando a la peli plata a su lado, encontrado un lugar vacío en su lugar.
— Hmm ¿Elizabeth? — Murmuró adormilado.
Dando la mirada a su lado, se percató que ella no estaba a la vez que escuchaba el agua del baño fluir.
Soltando un bostezo e ignorado el cuestionario en su cabeza, se levantó, estirando sus músculos y ladeándolo su cabeza un par de veces para desaparecer la tensión. Hecho esto, se aventuró al baño a hacerle compañía a su pareja.
Por otro lado, Elizabeth terminaba de enjuagar su cabello, retirando la espuma de las hebras y su cuerpo. Tan sumergida en su cabeza que no se percató del rubio que se encontraba desistiendo.
«A ver piensa, Elizabeth. Un retraso, náuseas, vómitos, cansancio...» mordió su mejilla interna. «No hay duda, pero ¿cómo se lo diré a Meliodas?» Y esa solo era el pilar de la torre de preguntas que tenía al respecto.
Era claro. Ella estaba aterrada con la idea de ser madre; confusa y vacilante, a la vez... ¿era normal que sus ojos brillaran en emoción?
Lejano a sus pensamientos, Meliodas le vio de espaldas terminar de lavar su piel brillante y nevada. El agua tentaba el recorrido de su cuerpo, el vapor que la rodeaba y su esbelto aroma que desprendía; debía ser tan distraída o tener un grave problema como para que no se percatara de su presencia.
Con cuidado y con una sonrisa ladeada, se acercó y la abrazó, rodeando su cintura.
Soltó una risita nasal al sentirla sobresaltarse.
— ¡Aah! ¡M-Me asustaste! — Le vio sobre su hombro con un sonrojo cuando este pegó su fornido pecho a su espalda húmeda.
— Es extraño que te levantaras antes. — Esto hizo vacilar a Elizabeth. Las tentativas que hacía con las yemas de sus dedos sobre su vientre solo le hizo tensar el estómago. ¿Notaría un cambio? Tarde o temprano lo haría. — ¿Qué tienes? Te noto algo tensa.
Sus ojos bicolores miraron a su alrededor tratando de no temblar y soltarse a llorar.
— Eeh... El a-agua está fría. — Su cónyuge no estaba convencido. El agua estaba a una temperatura agradable, pero por una razón ella titilaba.
— En serio, ¿estás bien? — Su voz fue más firme, exigente; buscando su mirada que claramente está esquivaba.
— Es que hay algo que me tiene intranquila. — Relamió sus labios antes de continuar. El más bajo se mantenía atento con su barbilla sobre el hombro. 《Vamos, Goddess, solo dile: "creo que estoy embarazada"; y ya. No es tan difícil 》. Se animó.
— ¿Y bien? — comenzaba a impacientarse.
— Es que yo..., bueno mi... — titubeo con su mueca. —M-Mi padre viene este fin de semana. Es eso. — Meliodas se relajó un momento, conocía la mala relación que tenían padre e hija, pero le parecía exagerada su actitud.
— ¿Cuál es el problema?
— Quiere conocerte. — mordió su labio inferior, las manos en su vientre no se encontraban quietas. — No sé que relación vaya a tener contigo... digo, es aún más sarcástico que yo y puede que hasta llegue a incomodar y por eso...
Pestañeo ligeramente tratando de entender todo su balbuceo. Era nuevo que ella se comportará así cuando la mayor parte del tiempo sacaba comentarios ofensivos. Por otro lado, el hecho que no se ha visto con él por un largo tiempo por el hecho que su padre era partidario del libertinaje, parecía una excusa muy convincente.
— Por mi no hay problema, digo... — Hundió de hombros con una mirada burlesca. — Ya lidie contigo más de un año. — la mirada amenazadora no se hizo de esperar.
— ¿Podrías soltarme ya? Quiero terminar de bañarme. — pero recibió una negativa respuesta.
— Calma, preciosa, no debes preocuparte por eso. — le vio rodar la mirada a la vez que continuaba quitando el jabón de sus brazos. — ¿Segura es solo eso o por qué sigues intranquila?
Esta vez se aseguró de pegar más su pequeño cuerpo al de ella, dejando que el agua fluyeron entre ellos y que el vapor no fuera lo único que los mantuviera con una temperatura alta.
Sus manos soltaron su estómago para alivio de la albina, tomándose el tiempo para cerrar la llave de la ducha y continuar ascendido por sus costados hasta sus grandes pechos de piel erizada.
— No, nada... — su rostro se tiñó de ligero color carmín por su acción. —Hmm, solo estoy... c-cansada. — Soltó una bocanada vaporosa al momento que los pulgares e índices presionaran ligeramente sus pezones. —Oh, M-Meliodas.
El aludido utilizó una de sus manos para apartar el cabello húmedo, ladeándolo sobre el hombro de la albina para dejar libre el paso a la sedosa y goteando piel de su espalda.
— Deberías volver a dormir, ya has hecho mucho. — Comenzó pegando sus labios a su cuello, susurrando a los poros sensibles a la vez que masajeaba su botón izquierdo. —Mereces un buen descanso.
Mordió la zona sensible entre su cuello hombro, logrando un jadeo de su esposa.
— Aah, pero tengo que... — tropezó al hablar. — Tengo que atender mis o-obligaciones. ¡Hum! — No lo evitó. La manera en que sus manos apretaron sus pechos le hicieron curvar ligeramente la espalda.
Esto llamó mucho la atención del más bajo.
— Últimamente estás muy sensible y receptiva. — Entre besos logró murmurar y Elizabeth comenzó a vacilar.
Estaba más que segura que la repentina sensibilidad en sus pechos se debía a su embarazo; sin embargo, tenía una inseguridad que le impedía expresarlo. Un relativo miedo a su reacción.
Por otro lado, sus toques eran adictivos como para arruinar el momento. Quizás se dio cuenta de sus intenciones al despertar o sólo sentía la necesidad de ser tocada. No le importaba que fuera lo que pasaba entre sus cuerpos, no lo quería detener.
— Solo... — jadeó. — ¡Solo no pares! — Dicho esto, la mujer apoyó sus manos sobre la pared en un intento de sujetarse y no caer por las sensaciones.
Acatando a su hermosa voz su petición, el de ojos verdes sonrió sobre su piel antes de comenzar a pasar su lengua por cada tramo, tomando las gotas que resbalan de su espalda, succionado hasta dejar marcas rojizas; al mismo tiempo que sus manos bajaron a sus caderas y apretarlas contra su zona baja.
— Como digas, preciosa. — Murmuró con voz ronca, alucinado por esos excitantes sonidos que soltaba cada vez que la tocaba o como su nombre temblaba en el éxtasis.
Su mano bajó un poco más hasta su pelvis, logrando hacerla temblar con anticipo. Tanteó su monte venus con tiernos roces, pasó sus mismos en sus muslos internos para separar sus piernas, hasta llegar a sus tiernos pliegues rosados que escondían su humedad.
— ¡Aaah! ¡Meliodas! — Gritó sonrojada, arqueando su espalda y pegando sus caderas a las del rubio. — Hmm, así.. ¡Más! —La yema de sus dedos comenzaron a frotar su manojo de nervios suavemente en movimientos circulares que le estremecieron.
Sus labios no se detuvieron en su espalda moteada de sus secciones, su cadera simulaba embestidas en sus posaderas que solo aumentaron la emoción en su miembro, su mano derecha se sujetaba contra pared mientras la izquierda se concentraba en complacerla.
Los gemidos fueron cada vez más altos, sus puños golpearon contra la pared en un intento de no derrumbarse. Sus piernas comenzaban a temblar de manera en que se retorcía y jadeaba agitada. A este punto, ya no sabía si era el agua lo que escurría de su piel o sudor por el calor sofocante naciente de sus mejillas, pecho y zona íntima.
— Aah, ah... – el tormento de su columna recorrió su cuerpo como rayo, su vientre se contrajo y sus piernas temblaban sin soportar más el peso de su cuerpo cargado en placer. — Meliodas, v-voy a... a... — su frase quedó atascada en su garganta cuando este detuvo sus atenciones, ganándose un gemido de reproche. – Uh... ¿Por qué te detienes?
Jadeó tratando de recuperar la compostura y detener su corazón frenético. Por otro lado, el rubio de mirada oscura acarició su espalda, acercándose a su oído para susurrar:
— Inclínate un poco más, Eli. — los ojos bicolores se ampliaron en su rostro fulminante. Una propuesta descarada que solo causó más emoción en su cuerpo.
— Mel, no me dejes esperando. — Soltó una bocanada avergonzada, meneando ligeramente sus caderas para invitarlo.
El aludido Soltó un suspiro, sujetando su erección de la base para guiarlo a la entrada de su mujer. Esparció sus fluidos en la hendidura rosada, mirándole por un instante antes de entrar en ella.
— Dime si te lastimo. — Elizabeth asintió ligeramente, ignorando sus manos temblorosas.
Separó sus pequeños pliegues y, en una estocada, logró entrar en ella.
— ¡¡Meliodas!! — La sensación era distinta. La llenaba por completo, tocando otros puntos sensibles en su interior que solo la volvieron ansiosa al querer moverse.
— Hmm, Eli... — Soltó un gruñido. Tan apretada y húmeda que le fue imposible no empezaron a embestirla suavemente a un ritmo cada vez más frenético.
— Oh, así... — pidió desvergonzada, moviendo sus caderas al compás que el golpeaba con las suyas.
— ¡No pares! — exigió en un alarido
Sus ojos se inundaban en lágrimas de placer, en su espalda aparecía un nuevo chupetón rojizo que tardaría en desaparecer, su mandíbula se tensaba cada vez que parecía que su corazón explotaría en mil fuegos artificiales e inclusive, echó su cabeza hacía atrás después de que las convulsiones volvieran a su vientre como un enjambre de mariposa.
— ¡Aah, Elizabeth! — siseando su nombre, jadeando entre gruñidos voraces, sus penetraciones fueron veloces, buscando llegar al final del hormigueo de su virilidad hinchada.
— Ngh... ¡¡Gyaaa!! — Un par de fuertes estocadas más fueron suficientes para que la albina llorara de placer y su amantes terminará en su interior.
Su cuerpo convulsionó y de la unión de sus cuerpos cayeron sus fluidos, resbalando de sus piernas hasta perderse en el agua a sus pies, cayendo en los brazos del agotamiento.
Meliodas salió de ella y la atrapó para no dejarla caer debido a que sus piernas temblaban ligeramente.
— E-¿Estás bien? — cuestionó algo agitado, tomándose el tiempo de acariciar sobre su cabello.
— Hmm... Tendré que bañarme de nuevo. — apenas logró pronunciar en su voz rasgada de tanto vociferar a su pareja.
— Nishishi. — riendo por su ocurrencia, la giró para tenerla de frente y plantar su labios en los de ella en un beso casi desesperado, como si quisiera atarla en ese gesto.
Sus manos apretaron su cintura, su boca bajó por su cuello, mordiendo un poco; sin embargo, Elizabeth interpuso con sus manos en su pecho.
— Meliodas, se nos hará tarde... — Trató de convencerlo, más este soplaba en su piel antes de mirarle con un gesto rendido.
— Hmm, de acuerdo. — Dijo sin dejar de pasar sus palmas por sus costados. —Pero insisto en que deberías tomarte el día.
— No me dejarás sin no accedo, ¿verdad? — asintió. — De acuerdo.
Después de todo, tenía una salida para encontrarse con la pelirroja y su cuñada; estar despejada del trabajo antes de esa reunión sería estar sin un peso encima que le arruinara la tarde. Mientras tanto, sacaría sus labios con los embriagantes del rubio.
Solo debía pensar cómo y cuándo decirle que ya no solo serían ellos dos.
[...]
— ¡¿Entonces conoceré a mi abuela?! — Exclamó la pequeña de cabello negro, columpiando sus piecitos sobre su lugar. — ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo? — cuestionó en seguida sin importarle que tuviese su boca llena de cereales.
— No hables con la boca llena, puedes ahogarte. — apresuró Gelda a limpiarle la comisura de su boca con una servilleta. Zeldris, por su parte, rio por su gesto adorable así como por su entusiasmo.
Su inocencia era algo hermoso en los malos ratos.
— Así es, pero tienes que ser muy educada, Amice. Eres una dama como tú madre y debes mostrar modales. — Gelda rodó los ojos con una sonrisa.
No podía cambiar a su esposo; elevaba el ego de su pequeña a la vez que la inculcaba en su educación.
— Si, mami.
— Ahora termínate los cereales que tu padre te irá a dejar al colegio. — Para esto, a el mencionado le cruzó una incógnita.
— ¿No irás al trabajo? — cuestionó.
— No. — dio un trago a su café. — Me tomaré el día y saldré con Liz y Eli.
— Significa que mi cuñada tampoco irá a la oficina. — le vio negar a su afirmación. — Hmm, Meliodas estará de malhumor.
— ¿Por qué lo dices, cariño? — llevó nuevamente la taza a sus labios para catar el líquido semi amargo.
— Es mucho más estricto y severo con los empleados que cuando está Elizabeth. — Torció la mueca recordando el nerviosismo de su personal con la sola cercanía del mayor. — Incluso hay quienes la prefieren a ella antes que a Meliodas, ¿puedes creerlo? — la rubia soltó una carcajada.
— Y creí que Eli no tenía seguidores.
— Papi... — Llamó la atención la más pequeña. —¿cuándo conoceré a mi abuela? — reincorporó en el tema, y es que realmente estaba ansiosa por conocer al resto de su familia.
— No lo sé, princesa. Tengo que avisarle primero a mi madre. — se mantuvo pensativo por un rato. — Antes tengo que pedirle el número a tu tío Meliodas. Si es que no le incomoda antes. — Murmuró esto último. — ¿Te parece el fin de semana?
— Hmm. — asintió con sus mejillas llenas de leche y cereal.
[...]
Suspiró por tercera vez, ignorando las nuevas náuseas que se hacían presente como mal jugada. Solo jugueteando con el nudo de la bata de baño mientras veía al rubio terminar de ajustar su corbata.
— Entonces, dices que saldrás a ver a Liz. — recibió un sonido afirmativo. — Grayroar de te llevará y te traerá.
— ¿Cómo siempre? — rodó los ojos. Repentinamente comenzaba a sentirse de mal humor y a la vez, inútil.
— No volvamos a discutir esto. Por favor, Eli. Me preocupo por ti. — Soltó un cuarto suspiro en berrinche, soltando un pequeño quejido que llamó llamó atención del rubio. — ¿Te sientes mal?
Rápidamente se tornó asustada cuando este se le acercó para examinarla detenidamente.
— Empiezo a creer que comí mucho ayer. — Trató que sus quejas sonaran de la manera más natural, de modo a que su esposo le creyera. Cosa que funcionó.
— Te advertí que no comieran tanto. — Negó un par de veces. — No entiendo como es que puedes comer mucho. Y contando que literalmente solo devoraste muy rápido. ¿Qué esperabas? — regañó.
— Ya te expliqué, tenía hambre. No comí en todo el día y mi madre me dejó encerrada en una oficina. — se cruzó de brazos. —Ahora desayuno algo. Quizás se me pase después.
— ¿Segura no quieres un médico? Antes de ir a la oficina, puedo...
— ¡No! — Exclamó rápidamente, dejándolo pasmado por su exaltación. — Es decir, creo que es mucho para un dolor de estómago. — Titubeó.
Le constaba que hacía mal en no cuidarse y no hacerse una revisión, pero...
— ¿Segura? — Sentía... No. Estaba seguro que algo ocultaba; desde la noche anterior había algo que le inquietaba, pero no quería incomodarla con cuestionarios.
— Si me no se me pasa, yo te aviso. — Confió en ella y accedió rendido.
— De acuerdo. Te veo en la noche. — besó su frente a la vez que acariciaba su mejilla con el pulgar.
Por un momento, hipnotizado por sus ojos bicolores trató de expresarse y decirle aunque sea una pequeña frase para dejarle en cuenta que no le era indiferente a lo que ella hacía por él, pero ¿por qué era difícil?
Se sentía patético, como un adolescente descubriendo los sentimientos a flor de piel.
— Claro. Te enviaré mensaje cuando salga. — este asintió y solo le brindó su espacio, sin antes apreciar su sonrisa.
— Estaré al pendiente.
Una vez el rubio fuera de la habitación, Elizabeth no dudó en ver su cuerpo cubierto por la bata, posando sus manos en el vientre.
— Bien, supongo que lo primero que necesitamos es una revisión con el ginecólogo y decirle a tu padre de tu existencia. — Mordió su labio antes de caer en cuenta de su delirio. — Y de paso a un psicólogo ya que estoy hablando con mi estómago sin estar segura.
Negó ligeramente.
Debía estar fuera de si como para adelantarse a los hechos y es que, estaba tan pasmada que se negaba a aceptarlo así de la nada.
Tenía que hablarlo con alguien y una opinión extra.
— Bien. Primero a comer algo y después vamos con Gelda.
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