Capítulo X

Por más que abriera la boca para responder o decir algo que le diera respuesta de lo que eso le hacía sentir, ninguna palabra lograba articular. Cualquier idea se quedaba estancada en la punta de su lengua.

Carraspeó incrédula que incluso se olvidó de su falta de sueño.

— ¿No se te pudo...? — vaciló por un momento. —No sé, ¿decírmelo antes? ¡¿Cómo que el fin de semana?! — Soltó con una bocanada. Inés rodó los ojos por su actitud exasperada y dramática, aunque razones le sobraban.

— Sabía que te alterarías de cualquier modo. Elizabeth, no es del todo tan malo. Solo se conocen y listo. — Torció la mueca. Elizabeth negó.

—Mamá... — Llamó con fastidio. —Prácticamente vive ausente en mi espacio desde hace... no sé. ¿Tres años? ¡¿Cómo se le ocurre?! ¿De la noche a la mañana viene y dice que quiere conocer a Meliodas solo porque sí? — Soltó con ironía dado por los sucesos ocurridos después de revelarle que formaría parte del apellido Demon. No lo dejaría pasar por alto así de fácil. — Mi padre tiene un humor pesado, Meliodas seguramente lo juzgará con la mirada. — Jadeó antes de murmurar tallando sus sienes. —Esto será un desastre.

Ya lo imaginaba. Él y ella eran imanes de repelentes que se atraían, algo completamente distinto; con su padre sería algo caótico lleno de prejuicios hilarantes, sarcásticos y de doble moral. No le sorprendería que terminaran odiándose uno al otro como en cualquier otra reunión cliché donde el padre conoce a la pareja de su "niña consentida".

— En el peor de los casos, pueden insultarse uno al otro. No es como si esto los llevara a un asunto más grave; aunque, conociendo a tu padre... — Interrumpió su madre sin importancia, solo alimentando la preocupación de su hija. Sin embargo, ese no era el verdadero problema. —Escucha, no es eso lo que principalmente me preocupa. Tu padre es muy susceptible y algo ingenuo, no viene solo porque así lo quiso. — La oji bicolor arqueó la ceja. —Él y tu...

— Señora Goddess... — Interrumpió la mujer voluptuosa de cabello rosado con un semblante agobiantes. —Oh, Elizabeth, ¿cómo estás, hermosa? — La aludida no deseo responder a eso. — Lamento mi abrupta interrupción Inés, pero los de las campañas ecologistas de la región ya está aquí. La esperan. — En su semblante se marcaba su impaciente, a lo que Goddess no tuvo más que soltar un suspiro.

Sería en otra ocasión más conveniente.

— Me disculpo Elizabeth; hablaremos de esto después. — A regañadientes, accedió con un asentir. —¿Vienes a la conferencia?

— Aún no termino con esto. — Negó volviendo su mirada a su trabajo. Ciertamente algo inquieta. —Tu notifícame si requieres ayuda ¿sí? — Inés ladeo una mueca en su sonrisa. No insistió y se dirigió a Nerbasta.

— Vamos Nero. No hay que dejarlos esperando.

La puerta del despacho quedó cerrada, dándole privacidad silenciosamente incomoda a la albina que solo buscaba perderse en sus labores, pero la situación de la repentina visita de su padre le tenía mordiéndose las uñas.

— Calma Elizabeth, calma... — susurró para sí, escondiendo su labio titubeante contra sus incisivos —... de aquí al fin de semana son unos días.

[...]

— ¡Qué alegría estar de vuelta a la estresante oficina! ¿No lo crees, Meliodas? — ese falso entusiasmo en su voz no se hizo pasar de largo para el rubio de semblante carente.

— No te lo crees ni tú mismo, Zel. — Chisto. — Estoy más que seguro que si fuese por ti te quedabas de perezoso por el mes completo. Como siempre. — Su hermano, en cambio, soltó una risilla al verse pillado.

— La verdad, tienes razón. No me caería mal un año fuera de todo el mundo, con mis mujeres, claro. — Afirmó soltándose a bocanadas inexpresivas. —Tenía mucho que no tomaba un descanso que rápidamente me acostumbre a no hacer nada o preocuparme. — Soltó entre abatido y avergonzado. — Han sido días muy atareados, después de todo.

—Elizabeth ha hecho prácticamente todo tu trabajo y el mío, aun cuando no era su deber. No te quejes. — Contrario al menor y a su bajo ánimo, Meliodas solo sacó sus papeles correspondientes para comenzar a hojear. — Te dejó el informe completo, solo debes revisarlo antes de dejarlo en administración. — Su hermano torció una mueca.

—No es queja. Realmente me sorprendió que pudiese con todo y me quedo en deuda con ella. — por su lado y dejando esa agobiante pereza, revisó su labor, confirmando el trabajo hecho por su cuñada. — Si no fuera porque ella intervino ya estaríamos más que atrasados.

Meliodas concordó con lo dicho. Apretó los labios y dejó que la frustración atormentara sus sienes.

— Me siento culpable por eso. Dejé todo sobre sus hombros. Chandler le ayudó, pero solo regresaban quejándose uno del otro. — Finalizó con un ceño fruncido perdido en un punto ciego del suelo.

— ¿Por qué no la tolera? Parece que le odia sin razón aparente. — Su hermano negó.

— No sé. Desde que Elizabeth llegó, Chandler la mira con desprecio y a la vez, como si la conociera de antes. — frunció sus labios en un gesto pensativo. — Deben ser sus prejuicios, tal vez.

Para Zeldris era difícil adivinar si lo decía con arrepentimiento o molestia. Se mostraba tranquilo, pero su vocecilla era algo que siempre vacilaba cuando molestaban su zona de confort. Pensando que era solo desasosiego, se arriesgó a preguntar.

— Oye. ¿Qué tanto has pensado ayer?... — para su suerte, solo recibió una mueca en lugar de su frialdad.

— Estaba... solo reflexionando un poco. — Relamió sus labios. — Me cuesta olvidar fácilmente todo lo que hemos pasado. — Estaba de nuevo; expresivo e insuficiente al mismo tiempo.

— Entonces... — El rubio resopló.

— Acepto que Briar se acerque o quiera comenzar; no quiero continuar con rencores, pero... n-no puedo evitar sentirme fatal por su abandono. — Arrugó el entrecejo, volviendo a hundirse en el rencor; sin embargo... —Pero, más que nada, me siento hasta cierto punto preocupado por los antiguos contratos vigente de Melías. Ese hombre ha sabido arruinarnos aún después de su muerte.

Zeldris quedó algo pensativo. Bien no conocía tan dichos contratos, pero estaba con la certeza que había escuchado hablar de ellos entre su mentor y Chandler.

— Hasta parece que le tienes rencor a pesar que no le conociéramos. — Trató de aligerar la tensión de ese momento, pero el mayor le vio con reproche. —No te culpo, también me preocupa que algo se nos esté yendo de las manos por sus malos tratos.

— Por él y su maldita ambición es que estamos a este punto con disputas empresariales. — Soltó en un gruñido. — Nuestra familia se metió con enemigos y ahora... — El teléfono comenzó a sonar.

Zeldris se apresuró a tomar la llamada.

— ¿Sí?, diga. — sus ojos se ampliaron ligeramente antes de mirar al mayor y pasarle el teléfono. —Es el agente Dreyfus. — Meliodas tomó el dispositivo con poco ánimo, apartándose un poco de su hermano.

— Drey, ¿Qué sucede?

Ignorando la conversación del rubio, el de ojos verdes se concentró en su trabajo. Los gráficos e informes de la semana en la que se ausentó, así como los pendientes que su cuñada no tuvo autoridad para terminar. Le agradecería por toda su ayuda después.

— Que cansado va a ser esto. — se quejó en un puchero infantil. Mientras su obstinado hermano continuaba por unos largos minutos a la conversación, este se enfocaba en ordenar y leer hasta que le vio soltar un suspiro ruidoso a la vez que devolvía el teléfono. — ¿Qué sucedió?

— Dreyfus me dará el testimonio de Fraudrin mañana en la tarde. — Hasta pronunciar su nombre le parecía repugnante. —Con eso se debe cerrar el caso de nuestro padre y la definición de la condena de Fraudrin.

¿Cómo podía estar tan ajeno a algo importante?

— Son tantas cosas. Me preocupa que esto arruine el matrimonio. — Admitió para sorpresa del mayor. No imaginaba que tuviese problemas con la rubia. — Hay veces en que me estreso mucho y evito a Gelda en el tema cada vez que me cuestiona. Eso me ha provocado algunos desacuerdos con ella. — Hundió los hombros.

— Creí que le contabas todo. — Él peli negro ladeo la cabeza.

— A voces. No del todo y lo sabe. Aunque comprende eso, hay veces que solo no quiero preocuparla de más. — Arqueó la ceja con una duda rodando.

— Si lo comprende, no entiendo en qué puede arruinar tu matrimonio.

— Honestamente tengo miedo a que ella tenga información de más. — Comenzó jugueteando con sus manos. — De por sí, el que sea mi esposa ya la pone en peligro. Que Gelda tuviese conocimiento de todo lo que Melías armó, la vuelve en un blanco fácil. — Meliodas no debatió eso, claramente entendía el punto. — Ya sabes lo que dicen: la base de una relación es la confianza. ¿Cómo quieres que lo mantenga teniendo eso en mi contra?

Por un momento, como era común en su actitud, bromeó al respecto, pero eso no escondía su preocupación al respecto.

— Entiendo lo que dices, no hace falta que lo tomes a la ligera.

Quedaron en silencio por un breve rato, sin pensar en nada más que esas preocupaciones hasta que Zeldris simplemente cambió de tema.

— ¿Volverás a ir con Zaratras? Ya sabes, por el tema de nuestra madre. — No tuvo que pensarlo, solo negó en respuesta.

— Honestamente estoy tranquilo, no he tenido ataques de ansiedad y he aceptado los sucesos con toda calma. No es necesario por ahora. — No esperó menos del pelirrubio. En un punto u otro, tenía la confianza en que superaría el evento traumático, pero eso no cambiaba sus ideales.

— ¿Y por el tema de mi cuñada, Elizabeth? — se vio aturdido por esa pregunta.

— No empieces, no tengo problemas con ella en lo absoluto. — ¿Tan ciego era? No entendía cómo se mostraba desinteresado y a la vez, molesto por eso, como si estuviese ocultando algo al respecto.

— Claro se nota a metros que le eres indiferente. — rodó los ojos. Sentía compasión por la peli plata que tenía que lidiar su soez constantemente cuando ella era incondicional. — Escucha, Meliodas... — agravó la voz. —Ella será muy hostil, caprichosa y todo lo que te molesta, pero al menos en ella se nota más que te quiere. Solo considera eso por una vez en tu vida.

Pestañeo un par de veces. Nunca le había visto tan... fastidiado; mucho menos por su actitud.

Contrario a lo que esperó, para el Demon, eso le causó una fuerte impresión. Anteriormente, ella le ha aclarado que le quería, pero ¿Tanto como para que los demás se dieran cuenta de eso?

Solo le hacía cuestionarse: ¿Qué tipo de afecto o cariño le tenía realmente su mujer por él?

Antes de vacilar y pedir una opinión al menor, la puerta de la oficina se abrió para dar paso a una esbelta mujer de cabello negro.

— Señores Demon, con permiso. — Una sonrisa sensual se asomaba sobre esos verdes que la tenían encaprichado. —Es un gusto para mí volver a trabajar con usted y conocerte a ti, Zeldris.

— Bienvenida, señorita. — Dijo en seco.

Fuera de lo que Meliodas ignoraba, para Zeldris era sospechosa esa actitud tan amable y correcta, cómo solo fuera impuesta para impresionar.

— Señorita Belialuin, es un gusto para mi tenerla aquí. — Me disculpo por mi ausencia. Entenderá que no ha sido el tiempo conveniente para atender. — La mujer desató sus manos titubeantes para optar en una postura más relajada.

— Por mí no se preocupe señor Demon. Me he adaptado a la perfección gracias a sus empleados y a.... su esposa. — La efímera mueca al pronunciar esto no pasó desapercibido por el de cabello negro.

¿Le desagradaba acaso? Quizás Elizabeth habrá hecho algún comentario que le ofendido, aunque lo dudaba; ella solo ofendía si se le provocaba.

— Entonces, ¿Ya conoció a Elizabeth? — asintió.

— Su mujer es una persona muy amable y comprensiva. — agregó, sin saber que solo alimentaba las dubitativas del Demon menor.

— Por favor, no tengas tanta formalidad conmigo, trabajaremos juntos ahora. — La sonrisa rosa no se esperó en mostrarse.

Algo tentativa y con aire disimulando, inclinó un poco su concentración en él, perdiéndose en sus ojos esmeraldas.

— Pido lo mismo. — Él hermano del aludido frunció sospechosamente el entrecejo
— Entonces, ¿Cómo podemos comenzar, Meliodas?

[...]

En otro punto de la ciudad, más exactamente a unos metros de las puertas de la pequeña compañía Goddess, un auto platinado se encontraba estacionado al otro lado de la avenida. Una distancia prudente ya que dicho conductor se encontraba más que señalado después del incidente con Demon.

Lo que le faltaba, no podía acercarse al área sin ser blanco de interrogatorios y demandas.

— No entiendo mujer — se dirigió a quien lo acompañaban en el copiloto. — ¿Por qué te esmeras en seguir a Elizabeth? — los ojos morados regresaron a Mael con un brillo lunático y hasta cierto punto, psicótico.

Vivían fue muy insistente durante este tiempo desde que conspiraron contra el matrimonio de Elizabeth y Meliodas, con afán de encontrar ese talón de Aquiles que les derrumbarse. Sin embargo, era tedioso vigilar constantemente a la oji bicolor sin siquiera pensar en tomarla entre sus brazos y mantenerla así de por vida.

— Es fácil predecirla si la mantenemos vigilada, ¿no crees? — En tono burlesco hizo al ojizarco rodar los ojos.

No era tan ilusa. Notaba como sus manos sudaban por ir a tomar a Elizabeth.

— Eso deberías dejármelo a mí. Tu encárgate del enano Demon. — Fue turno de la rubia de rodar la mirada. — Puedo preguntar... ¿Por qué tanto capricho por él?

Claramente no lo entendía. Fuera del dinero y los lujos, Meliodas parecía del todo aburrido, de mente cerrada y nada impresionado por la vida. ¿Cuánto soportaría una mujer a su lado?

Le sorprendía que Elizabeth aún no haya buscado huir de sus cadenas por su cuenta.

— El puesto de la señora de Demon es muy ambicioso, querido. Una mujer con el capitalismo en la mano suena más tentadora de lo que parece. El reconocimiento, la fuerza de voluntad, la imagen... — comenzaba a soñar, se notaba en sus pupilas dilatadas.

— Hasta cierto punto, es algo que fácilmente se puede comprar. — alzó los hombros. — Mientras sea una mujer que pueda mantener lleno el saco, supongo que la atención le sobra. Por eso Demon escogió Elizabeth y no a ti.

Vivian relamió sus labios, tragando el nudo de indignación que el platinado causó. Carraspeo antes de sonreír nuevamente.

— Dime... — curioseó. — Si ella es fácil de manipular, ¿cómo se te fue a escapar de las manos?

— Digamos que aflojé sus "cuerdas" para que explore los peligros por un rato, pero pronto la tendré de una correa. — Carcajeó negando un par de veces.

— Que encantadora metáfora para una simple perra.

— La diferencia entre ella y tú, es que incluso entre perras, hay clases. Y tú, Vivian, claramente no estás en posición para opinar al respecto. — La sonrisa de la fémina se borró en seguida, contrario a Mael que ahora está sereno. No toleraría una ofensa para quien consideraba su diosa. — Ahora bájate. Tengo mejores cosas con que perder el tiempo.

A regañadientes y los humos explotando su cabeza, la rubia bajó del vehículo, dando un portazo. El de ojos azules no tardó en prender el motor y marcharse, dejándola cruzada de brazos.

— Cuando la tengas me lo vas a agradecer. — Dicho esto, tomó su teléfono antes de perderse entre las calles.

[...]

La tarde era larga, parecía que solo se extendía infinitamente para su mala suerte. Solo torturándose con el reloj avanzando con pereza a la siguiente hora.

Terminó la montaña de hojas y archivos, estudio las estrategias y los beneficios que tendría Demon y Goddess, así como los planes a futuro. Tuvo tiempo de verificar los gráficos y que todo se encontrara sin anomalías que los perjudicaran.

No había problema alguno, por ahora.

— ¡Ah! Me aburro aquí. — Sin nada mejor que hacer y como forma de expresar su hastío, comenzó a rotar sobre la silla de la oficina de su madre, perdiendo la mirada en el techo y soltando un bostezo. —Hmm... y tengo sueño.

Su madre ni Nerbasta se aparecían para acompañarla y la idea de salir y socializar con los demás empleados no era una opción dado que no gustaba del trato superficial que le daban solo por ser "La señora de Demon". ¿No podían olvidarse un rato de ese ridículo título?

Estuvo tentada un par de veces en llamar a Meliodas, pero lo menos que quería era molestarlo. Intento marcarle a Gelda, pero su llamada fue declinada. Lo más que pudo hacer para pasar el rato fue la corta conversación con Derieri; lamentablemente era una época aglomerada de trabajo.

Soltó un suspiro y se levantó de la silla.

Estaba algo preocupada y con mil ideas dudosas en su cabeza, había algo diferente en su entorno, pero no quería hacerse ideas precipitadas, aunque eran más que obvias. Sólo, debía hablarlo con su marido a su tiempo.

Como si fuese una pequeña suerte para su monotonía, su teléfono sonó sobre el escritorio.

— ¿Liz? — Atendió la llamada con una mezcla de sorpresa y alegría en su voz. — Que sorpresa que llamaras. Ha pasado un tiempo. — Se escuchó una pequeña risita al otro lado.

《Oh, querida, lo sé 》; dijo en vocecilla inquieta. 《He estado tan ausente como ocupada en estos días tan atolondrados y realmente necesito un descanso lo antes posible. ¿Crees que mañana estés libre? 》Elizabeth no lo pensó. La palabra "descanso " era tan tentadora.

— ¿En la tarde? Honestamente, también lo necesito. Han pasado muchas cosas de las que quiero despejarme.

《 ¡Perfecto! 》Expresó con euforia. 《Me comunicaré con Gelda; sirve que no ponemos al corriente. Hay tanto que hablar》

— De acuerdo. Me envías la habitación y la hora.

《Si, claro》; una bocanada salió de la pelirroja, encontrando la diferencia de voz en la albina. 《Dime, Elizabeth. ¿Cómo sigue Meliodas? Zeldris me habló del asunto de su madre. Debió ser una sorpresa 》.

— Lo fue... — Torció una mueca. — Meliodas sigue siendo lejano e indiferente a lo que realmente quiere expresar. Aunque, sé que fue una fuerte impresión para él. — terminó en un soplido.

《Me lo puedo imaginar. Ha sido muy injusto para todos, pero el pasado es algo escrito en piedra. 》Soltó una irónica risa nasal. 《Dejando todo eso de lado, ya no te atormenta más con eso. Tengo que colgar, hasta mañana entonces 》.

— Hasta mañana, Liz. — Dicho esto, la llamada fue terminada.

Elizabeth mostró calma por un instante pensando que quizás todo lo que necesitaba era una tarde de chicas. Hablar lejos de los problemas abundantes y los tormentos imprevistos; así una vez calmada la situación, podría hablar lo que realmente le angustiaba.

Su teléfono volvió a vibrar en su mano, esta vez sólo en un tono de un mensaje entrante en su buzón.

Lo revisó en seguida.

Meliodas

Eli, en unos minutos paso por ti, ¿de
a

cuerdo?
¿Te parece cenar en algún
 restaurante?

Una sonrisa boba se le formó en los labios mientras tecleado una respuesta.

Elizabeth

Si. ¡Muero de hambre!

Envió el mensaje y guardó el teléfono su bolsa con algo de entusiasmo para posteriormente colgarla sobre su hombro y salir de la oficina en busca de su madre para notificar su salida; sin embargo, un pequeño dolor pinchó en su vientre bajo.

— ¡Ugh! — poso su mano en la zona con un gesto tenso y no por el dolor precisamente. Su mente había comenzado a girar sus engranajes en sentido contrario y su corazón se aceleró con nerviosismo. — No me puedo seguir engañando.

Empezaba a quedarse sin opciones.

Mientras tanto, las oficinas Demon se encontraba a punto alto de actividades después del regreso de Meliodas. Los empleados sentían esa presión en su mirada y la pulcritud en sus órdenes; era una brisa helada en la columna con solo respirar cerca suyo. Por otro lado, el mencionado rubio se dio la tarea de dar un vistazo al contrato hecho con la corporación Camelot y sus extensiones. Tendría que solicitar una juntar para lidiar con Uther en persona y discutir todos los acuerdos, así como adquirir el conocimiento que requería para avanzar en sus lazos.

Trabajos de los que se preocuparía después.

Una sonrisa se mostró en su boca al leer la exclamativa respuesta de su esposa. ¿Para qué hacerla esperar tanto? Sería una buena excusa para compensar después de enredarla en asuntos personales, familiares y laborales.

— Meliodas... Oh, ¿Ya se retira tan pronto? — cuestionó la mujer que entró de imprevisto a su área. —¿Y su hermano?

— Zeldris salió antes para pasar un tiempo con su hija, pero en un rato regresa por los informes. — explicó. —Y yo, ya tengo que irme. Tengo cosas importantes que atender. ¿Necesitabas algo, Merlín?

— Me preguntaba si le molestaba acompañarme a salir. No conozco mucho esta ciudad y...

— Uh, me perdonarás Merlín, pero tengo planes con Elizabeth. Debo ir por ella. — respondió para desilusión de la azabache, pero aprovecharía la conversación

— Claro, no hay problema. Otro día será. — carraspeo ligeramente. — ¿Mañana tal vez? — Meliodas lo pensó; claramente era una candidata ideal con la que podría aliarse para lograr buenos negocios.

— De acuerdo. Mañana. — Sin ninguna sospecha, tomó sus cosas y se dispuso a retirarse, sin antes decir: — Buenas noches, Merlín. Nos vemos mañana.

— Buenas noches... — respondió en bajo. Una vez sola, su mente comenzó a trabajar fuera de lo laboral. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top