Capítulo IX
—¿Cómo pudiste ser capaz de lastimar a Meliodas de esa manera? — A pesar de su latente enojo hacía su marido, sus ojos no paraban de llorar en condena.
El contrario rodó sus ojos con indiferencia; no negaba que tal vez sí, sobrepasó la línea entre su odio por los Demon y soltar a la ligera las palabras que marcaron al rubio; sin embargo, no pensó el efecto tan radical que causaría.
—Solo le dije la verdad, no era para tanto. — Briar no podía creérselo.
—¿No era para tanto? — Recalcó. —¡Era solo un niño! ¿Por qué menoscabar contra la vida ajena? — La culpa comenzó a caer sobre su espalda al igual que sus lágrimas. —¿Tan poco hombre eres como para desquitar tu rencor con un niño?
—Hice lo necesario para estar contigo. — Soltó en gruñido.
—No. Solo cumpliste tus ambiciones y te desquitaste con un niño. — Suspiró un poco para calmarse antes de hacer una última pregunta. —¿Quién fue la mujer a la que le arrebataste la vida en mi lugar?
Una respuesta algo simple para su confusa cuestión, rondando como simple peatón en las veredas de recuerdos. Sus súplicas, sus gritos de dolor, su frágil voz pidiendo piedad; ahora comenzaba a doler en arrepentimiento rasgando su subconsciente.
—¿Recuerdas que la niñera, madre de Zaneri, tenía también una gemela? — Los ojos verdes se ampliaron soltando una bocanada.
Conoció bien al par de fraternales mujeres que ayudaban a cuidar a sus pequeños y los quehaceres del hogar mientras ella cumplía su escaso papel en la empresa. Pensar que una tuvo que ser usada como rehén para desviar la atención de ella le causaba estragos.
¿Cómo presentarse frente a las tímidas niñas y decirle a Jenna que su madre fue un sacrifico?
—¿Por qué las involucraron?
—Me pareció lo más sencillo en ese momento. — Su ceño frunció y sus labios se apretaron. —Escucha, yo solo...
—Te odio. — Su marido dio un paso a ella con incredulidad, pero la de cabello azabache retrocedió. —Quiero que te alejes de mí. No te quiero volver a ver. — Sin cuidado alguno limpió el rastro salino de sus mejillas. —De saber que desperdiciaría mi vida contigo, nunca me hubiese ido. Suficiente cause con mi ausencia, pero tu marcaste a quien más amo. — Pero antes de que pudiese salir, el peli blanco la tomó de la muñeca.
—Yo también sufrí, no sabes cuanto me arrepiento de haber lastimado al único amigo que tuve en la vida. — Su mirada no cambió en repulsión, solo se libró de su agarre con fuerza.
—Al menos coincidimos en algo.
—¿A dónde vas? — La mujer le vio por encima del hombro al cruzar el umbral de la puerta que marcaría su separación definitiva, olvidándose con ello la vida que tanto había deseado.
—Hasta nunca, Hendricksen.
[...]
Apenas podía exhalar para recuperar el aliento cada vez que se detenía para morder sus carnosos labios, adentrando su lengua en su pequeña boca llena de ironías en cada oportunidad.
Sus dedos se engancharon a la tela de la prenda que privaba ver el cuerpo de la albina, separando sus bocas en un sonido acuoso para tirar de la blusa, dejando a su vista su torso desnudo, exceptuando por la ropa interior que cubría sus grandes pechos. Tan hermosa y esbelta como una diosa, su pequeña cintura que sus manos gustaban de ahuecar para pegarla a su cuerpo.
—Eres mía, Elizabeth... — Murmuró al esconder su rostro en el cuello para comenzar a besar cada tramo de su lechosa piel, erizándose a su paso.
La aludida no supo reaccionar a sus palabras, fue un vuelco inesperado, más solo arañaba su espalda con ansiedad, mordía su labio en un intento de callar sus jadeos al sentir la lengua de su amante recorrerla. Sus labios presionaban su cuello, succionaban ligeramente las zonas que le hacían jadear, ladeaba su cabeza dándole más acceso a la vez que jugaba con los mechones dorados. Por otro lado, los dedos de rubio apartaron los tirantes del sostén, deslizándose por la tela hasta llegar a la parte trasera, enredándose en sus hilos plateados para desabrochar la prenda interior.
—Hmm. — Tembló ligeramente.
Este se separó ligeramente de ella para verle, apartando el sostén para dejar a la vista sus senos de botones erguidos y ansiosos. Sus labios rosados entre abiertos, jadeando; un rubor extendiéndose en sus mejillas, sus adorables ojos desiguales brillando.
Por su parte, la oji bicolor no tardó en comenzar a despojarlo de su camisa, botón por botón, trazando con sus yemas su torso entre las líneas que definían sus músculos hasta llegar al pantalón; sin embargo, antes de que pudiera desabrocharlo, Meliodas tomó su muñeca para lanzarse de nuevo a su cuello para llenarlo de diversas marcas, empujándola por completo al colchón de manera que estuviera encima de ella, motivándola a abrazarlo con sus piernas por las caderas.
Quería escucharla llamarlo, pidiendo que pierda la compostura, hacerla gritar y hundirse en eso que le hacía sentir vacilación.
—Ah, Mel... Así, tócame más. — Gimió una vez que las manos masculinas tomaron sus pechos para masajearlos con suavidad, sintiendo sus pezones reaccionar a sus toques.
Notó que esta reaccionó más rápido que las veces anteriores, se mostraba más susceptible con los pequeños toques en sus montañas; sin embargo, lo dejó pasar y solo se dedicó a capturar su boca.
Presionaba sus mohines, casi violento, sus rigurosas manos bajaron de sus pechos a su silueta entre sus caderas, apretando sus muslos por debajo de su falda.
Gruñó al pegar sus mitades inferiores, su centro irradiaba calor húmedo que no tardó en frotarse contra ella, consiguiendo capturar sus jadeos entre sus labios ansioso. Aires evaporándose contra sus gestos agitados.
El rubio descendió por su cuello, entre sus senos hasta su ombligo, deteniéndose para succionar la piel.
—Meliodas... — Levantó la mirada para ver sus facciones por un momento antes de concentrarse en deslizar su falda por sus piernas, prosiguiendo con su ropa interior para dejarla completamente expuesta para él.
Se sintió tímida por un momento. La mirada se oscureció con recorrerla, sus manos deslizándose de sus muslos a su trasero para apretarlo, volviendo a juntar sus intimidades en un respingo.
—No te avergüences. — El rubio soltó un suspiro al momento que la acalorada y desesperada mujer se le encimara de momento a otro, dejándolo tumbado con ella sobre su miembro. —Eli... — Se movió ligeramente.
Sus acaramelados labios se enredaron con los contrarios. Descendió por su cuello, suspirando su aliviador olor masculino, motivada por esos roces en su espalda desnuda.
Mordió ligeramente su cuello, trazó hilos entre puntos sensibles en su pecho, pasando la punta de su lengua para jugar traviesamente con su pezón; no evitó sonreír al escucharlo gemir en sorpresa.
Continuó arañando entre la línea alba que dividía su torso, continuando sus succiones hasta llegar a su pantalón, deteniéndose para desabrocharlo con algo de torpeza y nerviosismo, sacando su extensión viril.
«Vamos, Elizabeth». Con cuidado lo envolvió, asegurándose que fuese placentero para su marido, comenzando con frotarlo de arriba a abajo, usando su pulgar para presionar su punta y lograr un ronco jadeo.
—Ngh, Elizabeth. — Cerró sus ojos, dejando ese calor invadir sus mejillas; sin embargo, su faz torció una mueca de placer al sentir como la albina se aventuraba a pasar su lengua sobre la punta.
Alabado por sus roncos gemidos, abarcó lo que su boca alcanzaba de su miembro, subiendo y bajando su cabeza, chupándolo a un ritmo constantemente más rápido.
—Dios, ¡Elizabeth! Así... — Tomó sus cabellos para apartarlos de su rostro, encontrándose con su par dándole una corta mirada antes de cerrar sus ojos y disfrutar de esas atenciones.
Su cadera se movía contra su tibia boca por un tiempo, acelerando su respiración al succionarlo con más fuerza, logrando que se hinchara contra su paladar.
—Hum, hum. — Elizabeth abarcó todo su miembro, apretándolo de la base a la vez que con su lengua lo envolvía.
—Kgh, E-Elizabeth... ¡Detente!... — Siseo tomándola de las mejillas para apartarla ligeramente de su virilidad, encontrándose con sus ojos brillosos, sus labios con restos de pre semen y un fino hilo de saliva escurriendo del vértice de su boca.
—¿Te lastime? ¿Hice algo mal? — Se apresuró a cuestionar a lo que este, con una ladina sonrisa negó por su preocupación. La tomó de la muñeca para atraerla y besar su boca, gimiendo cuando su par de voluminosos senos se presionaron contra su torso, excitándose con el roce de sus pezones.
Su longitud se frotaba entre sus pétalos rosados, sus fluidos los motivaba a las sensaciones que sus cuerpos tanto aclamaban; fundirse uno con el otro que, la fémina lloró con anticipación cuando su marido tiró de su labio inferior antes de pasar su lengua sobre él, alzando ligeramente sus comisuras en una pícara sonrisa, susurrándole:
—Móntame, preciosa. — Los colores subieron a sus mejillas.
—¿Eh? — Exaltada y abochornada, la mirada de Meliodas fue suficiente para calmar su estado frenético y perder el pudor al acatar sus impulsos.
Si existía algo tan placentero y hermoso como esa escena, no encontraba comparaciones ni preferencias que verla de ese modo. Su corazón estaba conmocionado a pesar de no iniciar la labor y sus manos picaban por tocarla de nuevo, su respiración resonaba inestable con el de la albina encima de sus caderas, moviéndose sobre la punta de su miembro en una tortura deliciosa.
—Eli... — Soltó un gemido apenas ella dejó que él se adentrara en su estrechez húmeda; tan sonrojada, sudorosa, soltando bocanadas acompañadas de un vapor que los empañaba en lujuria.
La platinada deslizó sus manos por su estómago hasta su pecho, sosteniéndose sobre él para empezar un balance sobre sus caderas, soltando un pequeño gemido. Meliodas, por su lado, tomó sus caderas, usando sus piernas flexionadas como su respaldo al momento que esta comenzó a montarlo.
—Aah, ah, ah. — Jadeo una vez fuera y volviendo a abarcarlo de golpe, comenzando a marcar un ritmo cada vez más frenético y vehemente que consiguió plañidos por ambos lados con nombres interrumpidos.
No podía dejar de verla de vez en cuando, la manera en que cerraba los ojos y sus labios entre abiertos soltando suspiros o su nombre indecorosamente que le erizaba la piel, su sonrojo extendiéndose hasta sus hombros, esos rastros de sus besos previos en el cuello, el bailar hipnótico de sus pechos... difícil no resistirse y no empeñarse más con esa mirada nublosa que le dedicaba al buscar una respuesta o alguna molestia en su trabajo; al parecer, no existía ninguna que perturbara ese encuentro tan íntimo.
—Hum... Elizabeth. No pares... — Soltó una bocanada, apretando sus caderas al impulsarla a incrementar sus saltos, algo sonrojado por sus peticiones.
La aludida movió sus caderas en un baile circular, meciéndose sobre él, subiendo y bajando a la vez que arañaba ligeramente sus hombros en cada azote de excitación.
—¡Meliodas! Ooh... — Tiró su cabeza hacía atrás, las descargas en su columna erizaron su cuerpo, comenzaba a sudar y jadear más ruidosa, las manos acariciando su espalda, conjunto a sus cabellos ondeando le hicieron temblar.
—Elizabeth... — Gimió de vuelta. Mirarla subir y bajar, buscando su placer... aún no era suficiente para él; deseaba verla desmoronarse en el limbo del éxtasis. Tomando sus caderas, y la otra mano guiando su mirada para conectarla con la de él, relamió sus labios antes de hablar. —Tócate... — La mujer detuvo su acción. ¿Escuchó bien? Él no parecía bromear al respecto, solo mantenía su sensual sonrisa. —Quiero ver cómo te complaces. — Entre siseos y jadeos logró pronunciar a la vez que con travesura tomaba su mano derecha y acercarla a su boca. —Hazlo, preciosa. — Finalizó chupando la punta de sus dedos índice y medio, sacándole un chillido.
Los ojos antes cegados en placer se abrieron debatiendo internamente lo que el rubio pedía, sonrojada hasta los pechos sin despegar la mirada de esa excitante imagen de él pasando su cálida lengua entre sus yemas. Gimió en respuesta.
Dudosa, acalorada hasta las mejillas por su descaro, la hermosa albina volvió a marcar un ritmo lento, vacilando con su mano alejándose del rubio e ir navegando entre sus senos al sur de su cuerpo dónde la humedad era chocante y fluida.
—Hmm... — Experimentó un poco al cerrar los ojos con vergüenza, pero dejó sus yemas tantear su pequeña perla hinchada, comenzando a frotarla en círculos adictivos hasta encontrar aquel punto que le hizo soltar una bocanada sorpresiva, echando su cabeza hacia atrás. —Ah, Meliodas, ¡Meliodas! ¡Gyaaa!
Entrecortado, sus ojos empañados en la hermosa figura de su mujer montándolo con frenesí al mismo tiempo que se complacía, era mucho más de lo que pudo imaginar que la unión de sus cuerpos no tardó en reaccionar en su zona estrecha.
Apretando sus muslos contra él, los sonidos de su piel chocando y la humedad emanada de cada poro de sus cuerpos; después de instantes entre ondas de placer, la mujer soltó un clamor de gozo al momento de llegar a su tan ansiado orgasmo. Sus paredes lo apretaron, su miembro no tardó en reaccionar a su cuerpo que, soltando un gruñido, terminó llenándola de su calidez.
—Aah... — Suspiró antes de soltar una bocanada. Su mujer se dejó descansar sobre él, jadeando en alto en su cuello, empañando su audición con dulces siseos. —Elizabeth. — La abrazó por la cintura, pasando sus yemas de los dedos en su columna, riendo por sentirla temblar con apenas una caricia. Ladeo su cabeza y dio castos besos en su mejilla y sien, terminando por acariciar sus largos cabellos plateados.
Si se lo preguntaba, ni él sabía dar respuesta a sus acciones mimosas; solo actuaba sin pensarlo, solo dejaba el momento ser, aunque eso lo contradijera a cada momento de serenidad.
—Hum. — Elizabeth alzó un poco su cuerpo, usando sus antebrazos como apoyo para mirarlo fijamente, aún anonada por el encuentro. No lo dejó pasar y ella por fin tomó sus labios de su posesión, mismo que el rubio correspondió sin objeción a pesar de su falta de aire.
Su mano presionando la parte posterior de su cabeza y la otra tomando su cintura, hasta que, de un momento a otro, hizo el movimiento rápido de dejarla debajo de él sin terminar el gesto.
Escuchó un respingo en respuesta una vez saliendo de ella, más sus manos seguían inquietas e insatisfechas. Sabía lo sensible que había sido últimamente de sus senos, que no dudó ser el blanco para comenzar a apretarlos.
—M-Meliodas... yo aún... — Calló abruptamente, él presionó ambos voluptuosos senos haciendo sus pezones reaccionar al instante. —U-Uuh. — Pellizcó ligeramente, tomó de la base para comenzar a succionar de ellos, pasando su lengua por la aureola y el botón.
—Dime, ¿no quieres seguir? — ¿Cómo resistirse a su voz y la manera en que mordida su lóbulo de la oreja?
La escuchaba agitarse de nuevo, su saliva se combinaba embriagante con su sudor. Nuevas marcas más visibles se mostraron en sus pechos y, por la mirada lasciva de su marido; la de ojos, cerúleo y áureo, se percató que la noche aún sería larga para ambos.
[Al día siguiente]
Fatigado y con pereza continuó ajustando el nudo de la corbata frente al espejo, a la vez que la figura infantil se asomaba detrás de él con curiosidad.
—Papi... — El aludido respondió con un sonido mudo. —¿En serio tienes que regresar a trabajar?, ¿ya no estarás conmigo? — Cuestionó con un puchero berrinchudo a lo que Zeldris sonrió con ternura.
—Lo siento, mi niña. — Se dio la vuelta para verle de frente, inclinándose un poco a su altura. —Tengo que volver al trabajo, mamá no puede estar sola manteniéndonos. — Amice solo se cruzó de brazos, en poco tiempo se acostumbró a la presencia de su padre que no quería que se alejara. —Pero si quieres te iré a recoger e iremos al parque un rato, ¿te parece? — Acarició su rosada mejilla, regresando el ánimo de su pequeña.
—¡Sí!
—Bien. Ahora ve a desayunar o tu madre se molestará. En un momento te alcanzo. — Y tarareando, la pequeña de adorable uniforme salió de la habitación tarareando hiperactiva.
—Si, papi.
Zeldris soltó un suspiro. ¿Cómo un niño lograba tener tanta energía para el día? Muy a penas él lograba salir de la cama en las mañanas y de eso, se percató la rubia que salió del baño.
—Si fuese por ti, te quedas a dormir todo el día. — Se burló ligeramente a lo que el de estatura baja ladeo su mueca.
—Ya me conoces, pero creo que ya fue suficiente tiempo. — Soltó exasperante. —No puedo dejarle todo a mi cuñada. — Se hundió de hombros.
—Elizabeth puede con eso y más, pero al menos tu hermano ya está mejor.
—Conociéndolo, seguramente no querrá hablar del tema por ahora. — Aseguró. —Estará bien, también tiene que terminar algunas supervisiones, así que... — soltó en quejido como niño chiquito. —Mucho trabajo, ugh.
La rubia abrazó a su marido por detrás con una sonrisita quisquillosa.
—Solo me alegra que todo se esté acomodando con el asunto de tu madre. — Besó su mejilla. —Vamos con Amice o seguramente intentará incendiar la cocina.
Mientras tanto, un rubio de relajado mirar y vestimenta formal, se adentró a la habitación sin perturbar el sueño de su mujer que, enredada entre las sábanas, su rostro se asomaba tan sumergida en el sueño. Sonrió ligeramente por sus facciones aún sonrojadas, sus labios entre abiertos hinchados y las tenues mordidas en sus hombros.
Recordando esto, se aseguró que ninguna de sus travesuras en su cuello quedase expuestas o tendría que soportar las burlas de su hermano menor sin evitar avergonzarse; por suerte, la albina no hizo marcas en zonas al descubierto.
—A ver, a ver, a ver... — Suspiró al tirar de su corbata para ajustarla. Regresó con su mujer, comenzando a acariciar su coronilla provocando que se removiera, pestañeando un poco al abrir sus ojos para verle.
—Hum... ¿qué hora es? — Cuestionó estirándose sobre el colchón, escondiendo la mitad de su rostro en la almohada.
El rubio negó ligeramente ante su actitud jocosa, reprimiendo sus ganas de hacer algún gesto, pero...
—Muy tarde seguramente. — Se adelantó a responder. —Ya debo irme. — Fue su respuesta. Elizabeth gruño perezosa abriendo sus ojos para verle algo somnolienta
—Hum. En cinco minutos bajo. — Dicho esto, el blondo desapareció de la habitación, dando privacidad a la fémina de vestirse. Se levantó con un bostezo, manteniendo la sábana sobre su pecho para cubrir su desnudez dispuesta a levantarse, pero... —Uh. — Se detuvo un momento, por un momento una sensación repulsiva le llegó a la garganta, como si tuviese la necesidad de devolver lo poco que comió el día anterior; sin embargo, esa molestia se fue. —Deben ser los nervios.
No prestó atención e ignoró sus espontáneos síntomas, anexándolos al estrés y sus cambios emocionales, así como a sus resguardos sentimientos por el rubio.
[...]
Bostezo por cuarta vez, dejando que se inundaran sus orbes; acciones que no pasó por desapercibido por su mayor.
—Te juro, madre, quería salir corriendo de tanta tensión. — Soltó con una mueca al mismo tiempo que revisaba con poco ánimo e interés las hojas desordenadas.
Inés negó ligeramente, soltando una bocanada de incredulidad después de escuchar el relato del día anterior durante la conversación de Briar.
—Elizabeth, sabes que te ahorrarías mucho si dejaras de ser tan... entrometida. — La aludida rodó los ojos. —Pero mira, hiciste algo por una buena causa. — Trató de animar, pero solo logro verle caer con soez.
—Meliodas me dijo eso. — Volvió a bostezar.
—¿Tanta tensión que no te dejó dormir o por qué parece que no dormiste? — Su hija calló su bostezo al ampliar sus luceros en sorpresa, avergonzándose por los recuerdos de la noche anterior donde Meliodas pareció que desató su frustración para no dejarla dormir y al mismo tiempo, agotarla con tantos orgasmos que le provocó.
No se quejaba, con solo su recuerdo solo ocasionaba que su perla palpitara, obligándose a apretar los muslos para calmar el calor. Le encantaba cómo podía ser tan impudoroso y gentil al mismo tiempo, lo que producía su mirada y pasión desenfrenada; sin embargo, carraspeó queriendo espantar pensamientos libidinosos de su cabeza en ese momento.
—Estuve pensando muchas cosas, nada especial. — Trató de evadir el tema o cualquier sospecha de lo que en realidad la había mantenido despierta; realmente no quería discutir su intimidad en esos momentos y agradeció que su madre no parecía interesada en su pequeña mentira blanca.
—Deberías dejar de desvelarte mucho. Luego estás de humor más pesado que de costumbre. — Recordó.
«Eso si Meliodas me deja dormir». Pensó antes de agitar la cabeza. —Solo que no estoy acostumbrada a tanto trabajo. — Excusó. —Por suerte Meliodas ya se siente mejor y hoy regreso a la empresa.
Aliviada de que fuera así, sentía que se volvería loca encerrada entre tantos papeles y empelados titubeando en su presencia.
—Al menos sé que no lo dejaste morir. — Soltó una risita antes de guardar silencio por un largo rato antes de que un sexto bostezo se le escapara por los labios.
—¿Qué era eso que tenías que decirme? — Inés frunció el gesto. —Sonaste algo incomodada y hasta enojada. ¿Sucedió algo? — La mencionada se preparó para hablar.
—Créeme, cuando te lo diga, me entenderás, hasta creo que también te molestarás. — Elizabeth estuvo su acción para verle con serenidad casi preocupante.
—¿Qué es?
—Tu padre llamó. — Comenzó para su mala suerte. —Viene este fin de semana para verte y conocer a tu marido. — Elizabeth dejó caer su cabeza hacía atrás, soltando un gruñido de exasperación.
—Agh, ¡no puede ser!
.
.
.
Las clases presenciales me están matando xD
No puedo escribir, luego tengo a chismosos sobre a mis hombros leyendo lo que hago y como que no me conviene :p
En fin... ¿Qué les pareció? Sinceramente yo ya estoy esperando a que el padre de Elizabeth se haga presente para que se arme el desmadre >:3
Sin más, gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top